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Ni el tío, ni el sobrino

José de Espronceda



Personajes
 

 
DOÑA PACA
LUISA
DON MARTÍN
DON CARLOS
DON JUAN
EUGENIO
AMBROSIO





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Escena primera

 

DON MARTÍN, AMBROSIO.

 
DON MARTÍN.
Conque di, ¿has visto a esas damas?
AMBROSIO.
Sí, señor, y me dijeron
que los zapatos estaban
que ni pintados.
DON MARTÍN.
Entiendo.
¿Y dijeron algo más?
AMBROSIO.
Que el color de los pañuelos
merinos y los brillantes
del consabido aderezo
mostraban tener buen gusto,
y que es usted en extremo
generoso, y sobre todo
galán y buen caballero.
DON MARTÍN.
Todo es gastos y más gastos.
AMBROSIO.
Dijeron también...
DON MARTÍN.
Dijeron.
¿Qué han de decir que no sea
todo lo que me merezco?
AMBROSIO.
Se entiende.
DON MARTÍN.
Pues ahí es nada
los infinitos obsequios
que a cada instante les hago,
y sin costarles dinero
tener en mi misma casa
habitación, gasto hecho,
criado, mesa, regalos,
lacayo, coche y cochero...
Bien es verdad que Luisita
es un dije y un modelo
de honestidad y de gracias,
y su madre... es un portento
la educación que le ha dado.
Yo cada vez que la veo
siento un placer, una cosa
tan agradable, un contento,
que, aunque a la verdad, no estoy
para tirar el dinero,
lo estoy con menos trabajo
cuando por ella lo empleo.
AMBROSIO.
Todo Madrid está absorto
con usted; en los paseos,
en las tertulias, en todas
partes usted es el cuento
del día; unos alaban
el maravilloso ingenio
de usted, su gala, su porte,
su gracia y gallardo gesto;
todos haciéndose lenguas
en alabanza del genio
y cualidades de usted
y de su futura.
DON MARTÍN.
En eso
hay antes mucho que hablar.
Pienso quedar aún soltero
por algún tiempo, y aunque
es verdad que le merezco
a Luisa mucho cariño,
y ella a mí no poco menos,
y aunque por su padre deba,
en lo que alcancen mis medios,
proteger a esa familia,
antes de casarme quiero...
AMBROSIO.
Quiere usted, pues, divertirse;
hace usted bien, eso es cierto;
un joven debe gozar
del mundo y sus pasatiempos.
DON MARTÍN.
Sí, pero yo ya he pasado
bien alegres los primeros
años de la mocedad.
AMBROSIO.
¿Pues se tiene usted por viejo?
DON MARTÍN.
Yo, viejo, no; pero estoy
en la edad...
AMBROSIO.
De más esfuerzo,
con la robustez precisa
para hacer un casamiento
y tener nueve o diez hijos
que den otros tantos nietos;
sí, es forzoso a cierta edad
tomar estado.
DON MARTÍN.
En efecto;
y en la edad de la razón,
que es en la que yo me encuentro...
puede que me case.
AMBROSIO.
Puede,
y hará usted bien; un sujeto
como usted debe casarse.
DON MARTÍN.
¿Por qué?
AMBROSIO.
Porque... su talento
de usted lo decide así,
y basta, aunque sea a despecho
de las que en el Prado tienen
fijo en usté el pensamiento.
DON MARTÍN.
Eres picaruelo, Ambrosio.
AMBROSIO.
Qué quiere usted, si lo veo;
pero aquí viene.

 (Mirando la puerta de la izquierda.) 

DON MARTÍN.
¿Quién viene?
¿Principian ya a venir necios?
AMBROSIO.
Es la señora mi ama,
madre del precioso objeto
que usted protege y obsequia.
DON MARTÍN.
Pues vete, y para el correo
pon en limpio aquella copia.
AMBROSIO.
Está bien; voy al momento.
DON MARTÍN.
Allá iré luego después.

 (Vase AMBROSIO.)  



Escena II

 

DOÑA PACA, DON MARTÍN.

 
DOÑA PACA.
¡Don Martín!
DON MARTÍN.
¡Oh!, tanto bueno
por acá y tan de mañana.
DOÑA PACA:
Es la una.
DON MARTÍN.
Y bien, ¿qué es eso?
DOÑA PACA.
Como estuvo usted anoche
de bailes y de conciertos,
no es extraño le parezca
temprano: doy por supuesto
que usted allí, como siempre,
se luciría.
DON MARTÍN.
Me siento
un poco aún de esta pierna
y tengo la sangre hirviendo.
DOÑA PACA.
Eso es salud; no es extraño
siendo joven y soltero.
DON MARTÍN.
Sí, señora, ése es el mal
que únicamente padezco:
como tengo este carácter,
por cualquier cosa me quemo.
DOÑA PACA.
Mas con todo, usted anoche
bailó.
DON MARTÍN.
No hay duda, yo tengo
que bailar aunque no quiera;
ni descansar un momento
me dejaron las señoras.
DOÑA PACA.
Y usted que nunca está quieto...
DON MARTÍN.
Yo he sido siempre una pólvora;
cuando chico era travieso
como un diablillo.
DOÑA PACA.
¡Jesús!
Me gusta tanto ese genio,
siempre vivo y decidor,
y tan galán y discreto;
pero hablando de otra cosa,
diga usted, en el concierto,
¿qué conocidas había?
Apostaré que aquel viejo
de don Judas no faltó
con su niña, el esqueleto
que se muere por bailar.
¡Qué costumbres! Cuando veo
mujeres tal como esa.
¡Jesús!, toda me estremezco:
allí todas escotadas,
cada cual con su cortejo,
olvidando los quehaceres;
de ustedes los hombres... bueno
que se diviertan ustedes.
Yo, jamás, ¡qué, ni por pienso!
cuando yo era joven nunca
andaba en bailes, y eso
que todas hemos tenido
también nuestros ojos negros.
Mi señora madre en casa
como si fuera un convento
nos tenía retiradas
de tertulias y paseos.
DON MARTÍN.
Ya se conoce en Luisita
que es usted un fiel modelo
de su madre: sí, ¡qué poco
pierde ella en bailes el tiempo!
DOÑA PACA.
Luisita, no, señor, nunca;
en casa y siempre cosiendo,
o entregada a la lectura
de libros santos.
DON MARTÍN.
Yo puedo
por cierto ser buen testigo.
DOÑA PACA.
¡Ay, Dios! Si pudiera vernos
el que mataron en Indias,
mi difunto.
DON MARTÍN.
Estoy muy cierto
que acabarán las desgracias
que atrajo a usted su mal genio,
porque don Juan, aunque era
un calaverón deshecho
y algo original, tenía
buen corazón; en el juego,
en las jaranas y danzas,
peloteras y cortejos
que yo armaba entonces, éramos
dos camaradas eternos,
y quería echarla de mozo:
¿creerá usted que en tanto tiempo
nunca supe era casado,
y siempre guardó silencio
acerca de esas frioleras
de que usted me ha hablado luego?
DOÑA PACA.

 (Afligida.) 

Basta, basta, don Martín.
¡Pobrecito! Harto me acuerdo.
DON MARTÍN.
No llore usted.
DOÑA PACA.
¡Pobrecito!
Conmigo no fue muy bueno,
bien lo sabe Dios, y cuanto
padecí con él, bien puedo
asegurárselo a usted,
muy perdonado le tengo,
así le perdone Dios
y allá le tenga en el cielo.
El se separó de mí
sin motivo para ello
ninguno, muy al contrario,
que estaba yo siempre viendo
cómo agradarle: ¡Jesús!,
mis obras, mis pensamientos,
todo era suyo en mi casa,
todo era para Renzuelo.
Se fue de ella sin decir
oste ni moste: primero
se contentó con mudarse,
después puso agua por medio,
y embarcándose allá en Cádiz
se me largó para Méjico,
dejándome sola aquí
con una niña de pechos,
mi pobre Luisa, las dos
sin auxilio ni consuelo,
y al fin supe su tragedia
para aumentar mi tormento:
¡pobrecito!, ¡a pesar mío
yo le amaba, ya está muerto!
DON MARTÍN.
¿Y qué ha de hacerse, señora,
si se murió?, ¿qué remedio?,
cuanto más...
DOÑA PACA.
Sí, don Martín,
demasiado lo agradezco,
Usted, usted, caro amigo,
es nuestro solo consuelo.
DON MARTÍN.
Yo, señora, bien querría...

 (Con vanidad.)  

hasta ahora si algo he hecho...
DOÑA PACA.
Demasiado, don Martín:
yo y Luisita no sabemos
cómo pagárselo a usted.
Sólo el cariño más tierno
por parte de ella, y por mí
un puro agradecimiento
y una sincera amistad...
DON MARTÍN.
Señora, estoy satisfecho
con eso sólo; yo he sido
toda mi vida lo mismo,
muy amigo de hacer bien:

 (Con vanidad.)  

yo soy así, buen sujeto.
DOÑA PACA.
Excelente; ¿y usted cree
que se me olvidan tan presto
las generosas ofertas...?
DON MARTÍN.
(¡Si habré ofrecido dinero!)
DOÑA PACA.
¡Qué placer cuando yo vea
sus hijos de usté y mis nietos
un retrato de mi padre
y la esperanza del reino!
DON MARTÍN.
¿Y por dónde saca usted...?
DOÑA PACA.
¡Qué monos serán! Iremos
con ellos siempre a la iglesia
tan limpitos, ¡qué talento
tendrán! y luego que usted...
DON MARTÍN.
¡Pero usted ha perdido el seso!
¿A qué viene esa retahíla?
DOÑA PACA.
Perdone usted; ¡ay!, es cierto,
no me acordaba, no soy
digna de tan halagüeño
porvenir, yo estaba loca.
¡Pensarme que un caballero
el más rico de Castilla
contraería casamiento
con una niña que sólo
tiene por amparo el cielo!
Perdone usted, don Martín;
no supe lo que me hecho:
¡pobre niña!, morirá
cuando sepa lo funesto
que es su amor, y le ama a usted
con un cariño tan tierno,
¡ay, hija de mis entrañas!
DON MARTÍN.

 (Con vanidad.) 

Harto lo conozco; pero...
DOÑA PACA.
Sí, ¡como tiene usted otras!
DON MARTÍN.
Eso no hay duda, por cientos
las tengo yo; pero, amiga,
hablando en plata, confieso
que Luisa me gusta más
que todas ellas.
DOÑA PACA.
Lo creo.
Bien se conoce, y la quiere
usted matar a desprecios;
¡pobre niña!, cuando quede
sin madre, en algún convento
la recogerán: ¡Dios mío!
¡En este mundo perverso
solita y con pocos años!
DON MARTÍN.

 (Con enfado.) 

Eso no, porque primero
era menester que yo
me volviera loco o necio
o me muriera.
DOÑA PACA.
¡Infeliz!
De puerta en puerta pidiendo
tendrá que andar, o ponerse
a servir si yo me muero.
¡Quién creyera que la hija
de don Juan de Dios Renzuelo,
coronel de infantería...!
DON MARTÍN.
Pero, ¿y por qué ha de ser eso?
¿Delira usted?
DOÑA PACA.
¿Qué ha de ser,
si usted nos deja en perpetuo
abandono? ¿Usted, que era
nuestra esperanza?
DON MARTÍN.
No dejo
tal; al contrario... yo sólo...
DOÑA PACA.
Quiso usted ver si era cierto
su amor; ¡ay, Dios!, esas bromas
no las use usted: es muy serio
el asunto para usarlas:
¡ay!, yo no sé lo que tengo
conozco que ha sido burla
y, ¡ay, Jesús!, apenas puedo
hablar... me caigo... me ha dado
una congoja y me siento
tan...
 

(Se deja caer sobre una silla que arrima DON MARTÍN.)

 
DON MARTÍN.
Siéntese usted; ¡por vida!
Pues bonita la hemos hecho.
¡Voto va chápiro verde!
ya se desmayó en efecto.
¡Qué siempre por mí han de hallarse
las mujeres en aprietos!


Escena III

 

DON MARTÍN, DOÑA PACA, EUGENIO.

 
EUGENIO.

 (Entra cantando.) 

¡Tran larán!
DON MARTÍN.
¿Es este achaque de cantos,
bárbaro?
EUGENIO.
Vengo... pensaba...

 (Tropieza contra una silla.) 

como vengo de la calle...
DON MARTÍN.
Mucho me gusta tu entrada.
EUGENIO.
Yo... bien quisiera... mi voz...

 (Se le cae el sombrero.) 

tiene usted razón, es mala.
DON MARTÍN.
¿Y aquí qué tiene que ver
si cantas bien o si ladras?
EUGENIO.

 (Más aturdido.) 

Es porque al tiempo de entrar
no vi la silla que estaba
aquí.
DON MARTÍN.
¿Di, topo, no ves
que hay una enferma en casa?
EUGENIO.
Un médico... yo no sé...
¿Lo busco?
DON MARTÍN.
Sí no hace falta:
tú siempre estás aturdido.
EUGENIO.
Lo decía...
DON MARTÍN.
Anda, trae agua:

 (EUGENIO hace mil movimientos por todos lados para buscarla.) 

¿Vas a la cocina? Bárbaro,
¿No tienes ahí esa jarra?
EUGENIO.
Creí...
DON MARTÍN.
Tú siempre crees mal.
¿Y adónde querrás echarla?
¿No ves que está el vaso aquí?
EUGENIO.
No lo había visto, pensaba...

 (Se acerca a Doña Paca y grita.) 

Y es doña Paca, no hay duda,
y se muere... ¿Y la muchacha?
Tocaré la campanilla...
Llamaré al cura.
DON MARTÍN.
¿Te callas?
No te eches encima de ella;
¿no ves que vas a pisarla?
¡Doña Paca, oiga usted!
(Ya vuelve en sí; es una santa:
¡pobre mujer! )
EUGENIO.

 (Hablando consigo mismo.) 

¿Llamaré?...
No, que traigo un poco de agua
de olor en este bolsillo,

 (Se registra los pantalones y el frac, y hace conforme a lo que va diciendo.) 

En el otro... en la casaca...
pues ya no sé dónde está.
Allí en el sombrero... nada.
DON MARTÍN.

 (A DOÑA PACA.) 

Animo, vamos.
DOÑA PACA.

 (Volviendo en sí.) 

¡Qué pena!
EUGENIO.

 (Buscando.) 

¿Pues no digo?, en esta casa
todo se pierde.
DON MARTÍN.

 (A EUGENIO.) 

¿Qué buscas?
EUGENIO.
Yo por si era necesaria
alguna cosa...
DOÑA PACA.
¡Ay, Señor!
Yo me retiro, estoy mala.
¡Cómo ha de ser! La diré
que se acabó su esperanza,
que ha amado siempre a un ingrato,
que usted hace su desgracia,
que es usted un tigre.
DON MARTÍN.
No es culpa
mía; si Luisa me ama,
yo la quiero más que a todas,
y dejo por ella a cuantas
quisieran también...
DOÑA PACA.
Usted
tiene un no sé qué, una gracia,
que todo se le perdona.
EUGENIO.
(Aún no sé de lo que hablan,
y estoy por decir que ellos
tampoco entienden palabra.)
DOÑA PACA.
¡Luisita va a llorar tanto!
EUGENIO.
(¡Hola!, de Luisa se trata;
y está bueno, la señora
ni me mira, ni me habla,
ni hace más caso de mí
que si yo fuera una estatua.)
DON MARTÍN.
Usted la consolará;
puede usted darla esperanzas.
DOÑA PACA.
¿Y qué he de decirla ya?
¡Jesús, me siento tan mala!
DON MARTÍN.
Acuéstese usted y tome
un caldito.
DOÑA PACA.
Muchas gracias.
EUGENIO.
Si acaso mi compañía...
DON MARTÍN.
Yo la acompañaré, y basta:
¿me da usted el brazo?
DOÑA PACA.
Eugenito,

 (EUGENIO, al oír que DOÑA PACA: le llama, se echa encima antes de saber para qué.) 

adiós.
EUGENIO.
Perdóneme usted, estaba...
distraído: ¿qué sucede?
DOÑA PACA.
Saludarle a usted.
EUGENIO.
Pensaba...
DOÑA PACA.
Es usted tan servicial...
DON MARTÍN.
Sí, mi sobrino es alhaja.
 

(Vase con DOÑA PACA.)

 


Escena IV

EUGENIO.
Voto va birli y birloque,
¡No se va a armar mala danza!
Mi tío la quiere, ¿y qué haré?
Lo que es Luísita a quien ama
es a mí... yo, la verdad,
me lo dijo la criada.
Si yo tuviera talento
para inventar una traza...

 (Hace como que piensa.) 

¿Qué? En la vida... Si Ambrosio
con su ingenio no me saca
de apuros...  (Llamando.) ¡Ambrosio, Ambrosio!
¡No vendrá en una semana!


Escena V

 

EUGENIO, AMBROSIO.

 
AMBROSIO.
¿Qué quiere usted, señorito?
EUGENIO.
Yo te diré... aquí... en la casa...
¡Caramba!, se me olvidó:
yo soy así, de palabra
en palabra se me va
todo lo que... yo pensaba
en una cosa... que es...
es... es una cosa... que... vaya
¿Lo sabes tú?
AMBROSIO.
Yo qué sé.
EUGENIO.
Aunque piense hasta mañana
no me acordaré: yo soy
tan distraído...
AMBROSIO.
Es desgracia;
mas ya atino lo que es.
¿Es cosa de amores?
EUGENIO.
Vaya,
dilo.
AMBROSIO.
Usted está enamorado,
es de doña Luisa la causa
de esa locura.
EUGENIO.
Acertaste;
y luego el viejo se casa.
AMBROSIO.
Pues, y usted está que trina.
EUGENIO.
¿Y cómo he de estar? ¡Caramba!
Que si me enfado... porque
me ven que soy una malva,
pero no hace cuatro meses
que llevé dos cuchilladas:
te acuerdas... aquel cadete
que va con la gaditana...
AMBROSIO.
Sí, aquella que usted pisó
al tiempo de saludarla,
que por poco no la deja
sin pies y desnarigada
con el ala del sombrero.
EUGENIO.
Yo estaba puesto de espaldas
y me volví...
AMBROSIO.
Pues volvamos
al negocio que se trata:
usted está fastidiado
de ver que el viejo se casa,
y quisiera usted hallar
alguna manera honrada
de deshacer esa boda.
¿No es así?
EUGENIO.
Cabal; pues anda.
AMBROSIO.
Vaya usted viendo si acierto:
usted quisiera una trama,
y apuesto desearía
que yo mismo lo enredara.
EUGENIO.
Vales mucho: ¡qué talento!
Eso pido, y santas pascuas.
AMBROSIO.
Pues no me ocurre ninguna.
EUGENIO.
Pues no sirves para nada;
eres un zote. ¡Canario!
Cuando pensé que inventaras...
AMBROSIO.
Invéntela usted.
EUGENIO.
Yo no.
AMBROSIO.
No sirve usted para nada.
EUGENIO.
Es que yo...
AMBROSIO.
Es que yo también.
(Fuera echar tierra a mi causa;
¿y qué dijeras de mí,
reverenda Doña Paca?)
EUGENIO.
Pero, hombre, tú bien podrías...
¡Si yo tuviera tu labia!
AMBROSIO.
¿Ha ganado usted en el juego,
o se quedó usted sin blanca?
EUGENIO.
¡Qué! Si el dinero que al tío
le he sacado esta mañana
lo jugué todo a la dobla
y he ganado.
AMBROSIO.
Pues me agrada,
y yo no tengo más parte
que es en embrollos y trampas.
EUGENIO.
Yo no digo... bueno... toma...

 (Saca dinero y se lo entrega a AMBROSIO.)  

sí me enredas una traza.
AMBROSIO.
Sí, señor (ya aquí pesqué,
y aún tengo puesta otra caña).
Pues, señor...
DON MARTÍN.

 (Desde afuera.) 

¡Ambrosio, Ambrosio!
EUGENIO.

 (Va a salir muy atolondradamente.) 

Ya voy; el viejo me llama.
AMBROSIO.
No es a usted, que es sólo a mí.
EUGENIO.
¿Y quién quieres tú que vaya?
AMBROSIO.
¿Pero usted se llama Ambrosio?
EUGENIO.
No...
AMBROSIO.
Pues entonces...
EUGENIO.
Pensaba...
AMBROSIO.
Don Carlos y el viejo vienen.


Escena VI

 

EUGENIO, AMBROSIO, DON CARLOS y DON MARTÍN.

 
AMBROSIO.
Ya iba a ver si usted...
DON MARTÍN.
Pues anda
abajo a tener cuidado,
no sea que como está mala
doña Paquita se ofrezca
algo que hacer.
AMBROSIO.
Voy sin falta.

 (Vase.)  



Escena VII

 

EUGENIO, DON CARLOS, DON MARTÍN.

 
DON CARLOS.
Adiós, señor don Eugenio:
¿Cómo va?

 (Le alarga la mano a EUGENIO, que se retira hacia atrás, deja caer una mesa, cae y quiebra un recado de china.) 

EUGENIO.
Bueno. ¡Caramba!
Ya perdí el tino, caí.
DON MARTÍN.
Maldito de Dios, levanta:
¡Ojalá te hubieras muerto,
que has de destrozar la casa!
EUGENIO.
Si yo...

 (Levantándose.) 

DON MARTÍN.
Si tú, si el demonio.
DON CARLOS.
Sosiéguese usted. ¿Qué gana
con enfadarse? Lo malo
es el recado de tazas,
que ya valdrá alguna cosa.
DON MARTÍN.
Cuesta un ojo de la cara,
y no estoy para hacer gastos
a cada instante. ¿Se gana
así el dinero, mostrenco
botarate, majagranzas
atolondrado, no ves?
EUGENIO.
Si estaba detrás...
DON MARTÍN.
Estaba...
en los infiernos había
de estar penando tu alma;
un recado de café,
el mejor que había en España.
EUGENIO.
Si no lo vi, si yo iba
a saludar, si pensaba...
DON MARTÍN.
Si tú siempre estás pensando
allá en las mil musarañas.
DON CARLOS.
Déjele usted: ¿a qué viene
enfadarse?, ¿qué ganaran
si no se rompiese el barro
las gentes que lo trabajan?
DON MARTÍN.
Buen consuelo me da usted.
EUGENIO.
Yo... no... más...
DON MARTÍN.
Si no te callas
te he de romper la cabeza.
EUGENIO.
Es que yo...
DON MARTÍN.
Vamos, pues, habla.
EUGENIO.
Yo... no sé... ¿qué he de decir?
DON CARLOS.
Y cómo, ¿cuánto costaba
esa china?
DON MARTÍN.
¡Qué pregunta!
Costaba lo que costaba,
y estoy yo para decirlo.
DON CARLOS.
Ha comprado mi madrastra
hace días...
DON MARTÍN.

 (Con enfado.) 

Está bien.
DON CARLOS.
Usted, amigo, se enfada
por la más mínima cosa.
DON MARTÍN.
Pues no, que tendremos calma:
¿soy yo de piedra para estar
siempre aguanta que te aguanta
cuanto quiera hacer el niño?
Gaznápiro, siempre en jauja
aturdido, atolondrado,
sin saber lo que le pasa.
Siempre rompiendo los trastos,
todo lo atropella y mancha;
por cualquier cosa se asusta;
si le miran, si le hablan
no sabe que responder.
Con esas manos de lana
todo se le cae: no hay día
que no haga una nueva gracia;
siempre tropieza con todo:
sin ir más lejos, en casa
ayer de doña Clarita
se sentó en una guitarra,
se levantó sin concierto,
medio rompió una ventana,
echó al suelo cuatro sillas,
todos riendo en su cara;
y no eres ya ningún niño,
zamacuco, con más barbas
que un capuchino y más tonto
que pichote.
DON CARLOS.
Repasata
de marca mayor es ésta.
Eugenito.
EUGENIO.
Toma, cansa
tanto sermón; pues iremos
siempre mirando a las pajas:
pues tengo yo pocas cosas
sobre mí: pues ahí es nada:
yo no debo...
DON MARTÍN.
¿Qué no debes?
EUGENIO.
Yo no dIigo...
DON MARTÍN.
Vaya, habla...
EUGENIO.
Como yo... como... porque...
y ya no tengo más gana...
DON CARLOS.
Hable usted, si es que usted puede.
DON MARTÍN.
No se te entiende palabra;
eres un ganso.
EUGENIO.
Yo sí;
eso es por la muchacha.
DON MARTÍN.
¿Qué muchacha?
EUGENIO.
¿Qué? Por ella.
DON MARTÍN.
¡Qué ella ni qué morondanga!
DON CARLOS.
(Apuesto a que es por la Luisa;
aquí va a armarse otra danza.)
EUGENIO.
Pues por ella.
DON MARTÍN.
Calla, necio.
Si te atreves a mirarla...
EUGENIO.
Si no es eso.
DON MARTÍN.
¿Pues qué es?
EUGENIO.
¡Toma! Que todos se casan.
DON CARLOS.
Quiere decir que ya sabe
la boda de usted.
DON MARTÍN.
(Ya escampa.)
¿Y qué dicen de mi boda?
DON CARLOS.
Profetizan...
DON MARTÍN.
Vamos... vaya.
DON CARLOS.
Que se verá usted cordero
antes que llegue la Pascua
transformado por la bruja
de la vieja y la muchacha,
que también pondrá sus medios.
DON MARTÍN.
Eso es mentira, y no basta

 (Al decir esto toca con la mano a EUGENIO.) 

mi paciencia para oír
semejantes patochadas
EUGENIO.
Yo sin culpa; ¿a mí por qué?
Usted perdone; ¡pues vaya!
DON MARTÍN.
Yo no me acuerdo de ti.
DON CARLOS.
Vamos, paz, no haya otra danza.
DON MARTÍN.
Es envidia, es porque ven
que la prefiero y me ama.
Les he de dar en los ojos:
mañana mismo, mañana
me he de casar.
DON CARLOS.
Yo convengo;
pero tenga usted cachaza
si es que quiere usted saber...
DON MARTÍN.
Yo no quiero saber nada.
DON CARLOS.
No me pise usted, Eugenio.
EUGENIO.
Si yo no... voy a otra sala.
Perdone usted, mil perdones

 (A DON CARLOS.) 

le pido a usted; él se enfada
y yo no tengo... ¿a mí qué?...

 (Vase.) 

DON MARTÍN.
Pues no me venga con chanzas
ni con burletas, que haré
ver que yo no aguanto ancas;
ya me conocen, ya saben
que si empiezo tengo el alma
muy bien puesta... yo soy tardo,
pero si armo una pelaza...
DON CARLOS.
Habrá una marimorena
más linda que unas mialmas
mas no sea usted temerario
ni haga usted una asonada;
yo cuento lo que me dicen.
DON MARTÍN.
Le dicen a usted una sarta
de picardías y embustes.
DON CARLOS.
Es un horror; pero vaya,
hablando claro, ¿usted tiene
un documento, una carta
siquiera, que pruebe o diga
quiénes son esas dos damas,
una cosa que convenza
cómo o cuándo doña Paca
caso con don Juan Renzuelo?
¿Sabe usted cuál es la causa
que redujo a esas señoras
de la opulencia a la nada?
¿Por qué nadie las conoce?
¿Por qué con nadie se tratan?
¿Y usted con qué relaciones
se introdujo en esa casa?

 (Con intención.)  

Se dice que fue...
DON MARTÍN.
Don Carlos,
tiene usted por lengua un hacha;
yo visité a esa familia
con intenciones muy sanas,
las conozco muy a fondo;
son pobres, sí, pero honradas.
Ya sabe usted no soy santo,
ni el defensor de las faldas,
que no me falta experiencia,
que estoy harto de tratarlas,
Usted habrá oído, sin duda,
por ahí cómo las muchachas
me tratan de seductor,
que de mi persona y trazas
me valgo y después lo digo;
sin que parezca jactancia,
madres hay que compran lentes
por si su vista no alcanza
dónde el tiro de mis ojos
hiere las hijas; sé varias
que al verme venir de lejos
se largan con la pollada
como gallinas cluecas:
yo me río a carcajadas;
voy, las sigo, las alcanzo,
las saludo, llego a hablarlas...
Eso a las viejas las vuela,
pero a las hijas, ¿qué causa
hay para que yo les quite
la miajilla de esperanza?
vamos, usted ve en Madrid,
es lo mismo en toda España,
en gran parte de Inglaterra
y en casi toda la Italia.
Ya se ve, con mi presencia,
mis maneras, mi elegancia,
rico tren, bailes y el raut
asombro de estas honradas
españolas que no saben
más que vals y limonada,
si me aman mil mujeres
es preciso perdonarlas.
Sepa usted que es este cura
de muchas lágrimas causa.
En cuantas cortes he estado
me teme la diplomacia,
los militares me tiemblan
y todos los nobles rabian;
ya se ve, ¡si al llegar yo
se les despiden sus damas!
y como saben a más
que me sé poner en guardia

 (Haciendo el movimiento de esgrima que indica el diálogo) 

Y yo no las solicito,

 (Con vanidad) 

ellas se vienen rodadas.
Hombre, me dijo en Berlín
un joven de la Embajada,
por Dios...
DON CARLOS.
Por Dios, deje usted
lo demás para mañana,
que se me va usted huyendo
de la cuestión empezada.
DON MARTÍN.
Amigo, se me olvidó;
dígame usted de qué hablaba.
DON CARLOS.
De las pobres...
DON MARTÍN.
Sí, ya caigo;
repito, pobres y honradas;
voy a contarle a usted todo,
porque sé que en Madrid charlan.
DON CARLOS.
Ya lo he dicho, es un horror,
los chismes hierven que espanta.
DON MARTÍN.
Calle usted y óigame hablar,
don Carlos; yo deseaba,
porque era amigo y tenía
con él cuentas atrasadas,
saber de don Juan Renzuelo;
siempre me salieron vanas
las más vivas diligencias;
decían unos fue a La Habana,
pasó a Méjico, al Perú;
otros, no sabemos nada;
murió me dijeron varios,
pero no lo aseguraban;
un día me oyó este chico,
Ambrosio, el valet de chambra,
y me dijo había servido
a una tal doña Paca.
Quintañones de Renzuelo;
que esta tal se lamentaba
por un tal don Juan Renzuelo,
que se le fue a la otra banda;
al momento pasé a verla
y salió lo que pensaba:
Juan, que era un derrochador,
se casó y dejó plantada
su mujer joven y linda
con una niña y sin blanca.
Admire usted la virtud;
la infeliz de doña Paca
en medio de la pobreza
ha guardado siempre intacta
su fama y la de su hija,
que no es poco en la desgracia.
Mientras se mantuvo moza
halló proporciones altas
para volverse a casar;
pero la pobre ignoraba
su estado hasta que Dios quiso
que un chico alférez llegara
de Lima, que la contó
que una bomba le hizo plasta
su marido junto a Lima...
no caigo cómo se llama,
en el sitio... ¡qué memoria!...
DON CARLOS.

 (Con ironía.) 

De Caracas.
DON MARTÍN.
Me parece, sí, señor.
DON CARLOS.
Pues será...
DON MARTÍN.
Por ahí le anda.
Ya se ve, informado de esto,
al punto las traje a casa,
a más que a Juan le debía,
y cumple quien debe y paga.
Luego he visto documentos,
y ahí está el padrón que canta.
DON CARLOS.
¿Cobrará la viudedad?
DON MARTÍN.
Hasta eso, no cobra nada,
porque se casó en secreto.
Esa es historia muy larga.
DON CARLOS.
Pues no me la cuente usted.
DON MARTÍN.
He de hacerlas pensionadas.
DON CARLOS.
¡Qué pensión! Usted no sabe
lo que una niñita gasta
en cachivaches y dijes
cuando en la corte se halla
y en el rango que a Luisita
la pondrán las circunstancias
si se casa con usted.
DON MARTÍN.
Y que ahora no tiene nada
eso también lo sé yo,
y es de bastante importancia
esa razón

 (Pensativo.) 

DON CARLOS.
Y otras mil.
Usted es un joven, sus gracias,
su talento, su...
DON MARTÍN.

 (Con vanidad.) 

Adelante.
DON CARLOS.
Su esclarecida prosapia
de usted le deben hacer
pensar en cosa más alta;
una mujer que le iguale
en patrimonio, y que traiga
con un dote regular
una condición más clara.
Yo no digo que Luisita
sea de clase oscura o baja...
DON MARTÍN.
(¿Por qué será este interés?
¿Si querrá éste a la muchacha?)

 (Como distraído y disgustado.)  

Pues, bueno...; está bien, veremos;
yo tengo que hacer, me aguardan;
hablaremos más despacio...
DON CARLOS.
¡Y usted que desprecia tantas!
más corrido que una liebre,
ha de caer en la trampa
como si fuera usté un niño
cayéndosele la baba;
esas mujeres...
DON MARTÍN.

 (Con enfado.) 

Muy bien.
DON CARLOS.
Cuanto más buenas y santas
parecen ser, son acaso
más dobles y más taimadas;
pero, ¿qué, usted no me escucha?
DON MARTÍN.
Escuchando a usted estaba.
(Estoy tragando veneno.)
DON CARLOS.
Yo no sé, pero la cara
de la madre...
DON MARTÍN.
Sí, es verdad.
DON CARLOS.
Y después, ahí que no es nada
un casamiento, ¡friolera!
Al considerar las malas
consecuencias que eso suele
traer consigo, se espanta
el hombre más atrevido;
requiere tener más alma
el que se casa en el día
que el que asalta una muralla;
pero, ¿está usted distraído?
DON MARTÍN.
He de escribir unas cartas.
(¡Qué importuno!)
DON CARLOS.
Seguiré
refiriendo lo que hablan
por ahí, en Madrid, de usted.
DON MARTÍN.
Suplico a usted... creo que basta.
(No hay duda, el bribón la quiere,
y hace tiempo por si pasa
o sale Luisa.)
DON CARLOS.
Un momento.
DON MARTÍN.
Yo tengo que hacer.
DON CARLOS.
Mil gracias.
Si usted tiene que escribir...
DON MARTÍN.
No es echarle a usted de casa.
DON CARLOS.
Si no fueran ya las dos,

 (Mira el reloj.) 

y que un amigo me aguarda,
aún siguiéramos hablando.
DON MARTÍN.
(Maldita sea tu charla
sempiterna.) ¿Y hacia dónde?
DON CARLOS.
Voy un rato a la Fontana.
DON MARTÍN.
Vaya usted con Dios, don Carlos.
DON CARLOS.
Servidor de usted.

 (Vase.)  



Escena VIII

DON MARTÍN.
Sí, anda,
condenado, que me has hecho
padecer ahora más bascas
que un perro rabioso. En parte
tiene razón; lo que gasta
una mujer ya lo veo
por mí mismo, y que no es chanza;
me llevan comido ya
un dineral... quita, aparta,
que me daban intenciones...
mis cuentas van bien tiradas.
Sí, señor; para casarme
ésta es la mujer pintada;
comido el pan de la boda
canto como en una jaula
lo siguiente: fuera lujo,
fuera paseos y danzas,
sólo se sale en el coche
una vez a la semana,
porque se gastan las ruedas,
porque las yeguas se cansan.
Se acabó Carabanchel,
teatros, toros y cañas,
que la mujer de su hacienda
pierna quebrada y en casa.
Aquí a repasar la ropa,
ver que no se pierda nada,
vigilar al mayordomo,
observar a las criadas,
etcétera y otras cosas
que ahora no se me alcanzan
y si no me entiende hablando
le escribo las ordenanzas;
pero sí me entenderá,
la pobre está acostumbrada.
Este pícaro don Carlos...
toma, la quiere que rabia,
yo le he de seguir los pasos...
voto va sanes.

 (Dándose una palmada en la frente.) 

¡Las cartas!

 (Vase.) 




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