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Recordemos las palabras de Escosura sobre la importancia de W. Scott: «la pluma festiva a par que docta, y tan ligera en las formas como en la observación profunda, de ese escocés llamado Walter Scott, cuyas obras han dado a la novela una importancia que desde Cervantes y Lesage acá, no tuvo nunca» (Escosura: 1851: 20).

 

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Citaremos siempre el texto de Escosura por la edición de Aguilar de la Antología de la novela histórica española (1830-1844), cuya referencia completa aportamos en la bibliografía.

 

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Precisamente las referencias semántico-literarias del título del relato ha sido estudiadas por Teruelo Núñez en un artículo que citamos en la bibliografía.

 

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La figura del gracioso asociada al personaje del criado es habitual en otras novelas históricas, como Sancho Saldaña de Espronceda, en la que Nuño, el fiel criado, responde a ese prototipo.

 

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Por otro lado, en estos pasajes Escosura rinde un pequeño homenaje a nuestro teatro clásico, del que en uno de sus artículos periodísticos había hecho una encendida defensa: «literatura dramática original, conforme a la índole, costumbres y gusto del pueblo español, ni hoy existe, ni tampoco ha existido entre nosotros desde que pereciendo la escuela de Lope y Calderón, concluyó el Siglo de Oro de nuestra poesía» (Escosura: 1841: 454).

 

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Precisamente el narrador hace una digresión en la que se censura la excesiva credulidad y las supersticiones, incluso entre los reyes, y que introduce a propósito de este supuesto estado de enajenación de don Juan al enamorarse de Inés, que su familia atribuye a un endemoniamiento: «Parecerá a un lector del siglo XIX que el padre Teobaldo y su alumno debían de ser muy necios para creer en el endiablamiento del pobre don Juan, y, sin embargo, no se desengañara medio a medio. No sólo en el siglo XVI sino en mucho después, el último monarca español de la casa de Austria, Carlos II, se hizo atormentar voluntariamente por espacio de muchos años consecutivos para que le sacaran del cuerpo los demonios, que estaba muy lejos de tener en él» (pág. 791).

 

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Estas referencias políticas remiten a la postura de lucha por las libertades nacionales de la que los liberales del XIX son herederos, pues algunos investigadores han subrayado que bajo la censura de la política felipista en esta novela se encuentra una crítica más o menos velada a la represión contemporánea al propio Escosura. Además, estos párrafos negocian con el saber enciclopédico de los lectores, y propician por parte de la voz narradora la exhibición de unos conocimientos históricos superiores a los de sus destinatarios.

 

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En otra digresión critica la doctrina maquiavélica, pues para Escosura el fin no justifica los medios «nuestra triste opinión, y es que en general, jamás de una mala acción resulta un bien» (pág. 813).

 

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En esta digresión contrapone el narrador las figuras de Felipe II y Carlos I: «Cobarde, como su padre valiente; cruel, como aquel generoso; y fanático como religioso era Carlos, ningún crimen arredraba a Felipe cuando se trataba de su seguridad, de su venganza, o de los mal entendidos intereses de su religión» (pág. 811).

 

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Citamos por la siguiente edición: Larra, Mariano José de (1978). El doncel de don Enrique el Doliente. Edición de José Luis Varela. Letras Hispánicas. Madrid. Cátedra.