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En algunas digresiones se solicita al lector en un tono cómplice paciencia para concluir el relato: «Cuántas penas le costó su fatal empeño, lo veremos en el curso de esta historia si nos alcanza la paciencia al lector para hacerse cargo de ella y a mí para concluirla» (pág. 779) o el narrador se identifica con ese lector contemporáneo: «Parecerá a un lector del siglo XIX» (pág. 791). Otras intervenciones le ahorran determinados elementos del relato «Dejamos a la consideración del lector la desesperación, las imprecaciones y penas del buen caballero, y por él y por nosotros nos apresuramos a referir cómo salió de tan mala posición» (pág. 808) o le piden disculpas: «Poco más fastidiado que deberá estarlo el que ahora me lea con la impertinente disertación que precede» (pág. 800) dice el narrador tras la larga digresión sobre la novela romántica a la que acabo de referirme.

 

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Vicente Llorens señalaba que esta obra «se lee con facilidad» y pretende «distraer al lector» (Llorens: 1979: 308).