Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Nobela de La Tia Fingida

(Códice A2-141-4 de la Biblioteca Colombina; folios 77-a a 88-a.)

Miguel de Cervantes Saavedra

Rodolfo Schevill (ed. lit.)

Adolfo Bonilla (ed. lit.)


[Nota preliminar: El original presenta enfrentadas dos versiones del texto: en las páginas pares aparece la versión del Códice A2-141-4 de la Biblioteca Colombina (folios 77-a a 88-a), y en las impares la edición de Franceson-Wolf (Berlín, G. C. Nauck, 1818), anotada por Schevill y Bonilla. Para facilitar la lectura de la obra presentamos los textos en registros distintos.]



  —252→  

Pasando por una calle de Salamanca dos estudiantes mancebos, mas amigos del baldeo o rodancho que de Bartulo o Baldo, alsaron acaso los ojos a una ventana, y vieron en ella una celocia puesta, que otras veses no avian visto, y pareciendoles cosa nueba, repararon, considerando que nouedad era aquella, porque ellos sabian que en aquella casa no viuia gente que requiriese poner celocias en las ventanas; quicieronse ynformar de un vezino oficial que pared en medio estaua, el qual les dixo:

«Señores: avra ocho dias que viue en esta casa una señora forastera, medio beata y de mucha autoridad; tiene consigo una doncella de estremado parecer y donayre, que dicen que es su sobrina; sale con escudero y con dos amas, y, a lo que parece, es gente honrada y de gran recogimiento; hasta aora no e visto entrar a nadie a visitallas, ni se si son desta   —254→   ciudad o si an venido de fuera; solo se que la mosa es hermosa y onesta, y que el trato y el fausto de la tia no es de gente pobre.»

La relacion que dio el oficial a los estudiantes, les puso codicia y gana de saber aquella aventura, porque, con ser platicos en la ciudad, no ymaginaban que tal tia y sobrina uviese en toda ella, a lo menos para que viniese a morar y vibir en aquella casa, que lleuaba de suelo habitar sienpre en ella mugeres que comunmente el bulgo suele llamar cortezanas o enamoradas.

Eran casi las doce y la casa estaua cerada por de fuera, por do coligieron, o que no comian en casa, o que presto vendrian; y no les salio vano su pensamiento, porque de alli a poco rato, vieron venir a una reberenda matrona, con unas tocas blancas como la niebe, que casi llegaban al suelo, plegadas sobre la frente, y un gran rosario de quentas sonadoras echado al cuello, que a la sintura le llegaua, manto de   —256→   seda y lana, guantes blancos sin buelta, y un baculo o junco de Yndias a la mano derecha, y a la ysquierda un escudero de los del conde Fernan Gonçales; delante venia su sobrina, mosa, al parecer, de dies y siete a dies y ocho años, de rostro mesurado, mas aguileño que redondo, ojos negros y rasgados, cejas tiradas y bien conpuestas, pestañas negras, y encarnada la color del rostro, los cabellos castaños y crespos por artificio, segun se descubrian por anbas sienes, aunque traya la toca baxa; saya parda de paño fino, ropa justa de bayeta frisada, el chapin de terciopelo negro, con sus barillas al uso de bruñida plata, guantes olorosos, y no de polbillo, sino de anbar; el ademan era graue; el mirar honesto, el paso ayroso. Mirada en partes, parecia muy bien, y en el todo, mucho mejor; y aunque la condicion de los dos manchegos era como la de los cuerbos nuebos, que a qualquiera carne se abaten, vista la de la   —258→   nueba garsa, se abatieron a ella con todos sus cinco sentidos, quedando suspensos de uer tal donayre y apostura, que esta prerogatiba tiene la hermosura y buena gracia, que, aunque cubierta de sayal, por medio de la toca elada se descubre su excelencia y valor, y se hace mirar y admirar aun de los coraçones rusticos.

Venian detras dos dueñas de las que llaman de honor y de las que enfadan el mundo y atosigan las almas de aquellos que con ellas tratan, gente que viben como de nones o demas ia en la tierra.

Pues con todo este estruendo y aplauso llegó esta buena señora a su casa, y abriendo el escudero la puerta, se entraron en ella; bien es verdad que, al entrar, los estudiantes deribaron los bonetes con gentil modo de criansa, plegando sus rodillas y inclinando sus ojos, como si fueran los mas benditos y corteses honbres del mundo. Enseraronse las señoras; quedaronse ellos en la calle pensatiuos y medio enamorados, y dando y tomando brebemente entranbos a dos en lo que hacer deuian, creyendo sin duda que, pues aquella gente era forastera, que no avian venido alli para aprender leyes, sino para falsearlas, acordaron de dallas aquella misma noche una musica, que este es   —260→   el primer seruicio que a sus damas hacen los estudiantes pobres.

Fueronse luego a dar finiquito a una atenuada porcion, y, en comiendo, convocaron sus amigos, juntaron sus guitarras, previnieron los musicos, y fueronse a un poeta de los muchos que sobran en aquella universidad, al qual encomendaron que, sobre el nonbre de Esperança, que asi se llamaba la ley de sus ojos (que ya por tal la tenian), les conpusiese lo que mas fuese seruido, para cantar aquella noche; pero en todo caso se auian de nonbrar en la cancion el nonbre de Esperança, encargandose dello el poeta; y, en menos de no nada, mordiendose las uñas y rascandose las sienes, forjó de manera un soneto malo como la brebedad y el yngenio del poeta requeria, dixosele a los enamorados, contentoles mucho, acordaron que el mesmo se lo fuese diciendo a los musicos, porque no auia lugar de tomarlo de memoria.

Llegose en esto la noche y la ora acomodada para la solemne fiesta; juntaronse media docena de matantes, y quatro musicos de vos y guitarras, un salterio, una harpa, doce senserros y una gaita zamorana, treynta broqueles y otras tantas cotas, y una gran procesion de paniaguados y bienhechores; con todo este estruendo y   —262→   aparato llegaron a la calle de la señora, y, en entrando por ella, sonaron los senserros con tanto ruydo, que, puesto que la noche auia ya pasado el filo y aun el corte de la quietud, no quedó persona en toda la calle que no dispertase y a las bentanas se pusiese; sono luego la gaita las ganbetas, y acabó con el esturdion casi a la puerta de la dama; luego, al son de la harpa, ditando el languido poeta su pervertido y mal limado soneto, le cantó un musico en vos acordada y suabe, el qual dicen1 que decia desta mala manera:




Soneto


   En esta casa yaze mi Esperança,
a quien yo con el alma y cuerpo adoro,
Esperança de vida y de tesoro,
que no la tiene aquel que no la alcança.
   Si yo la alcanço, tal sera mi andança,
que no enbidie al frances, al yndio, al moro;
por eso tu fabor gallardo ynploro,
Cupido, dios de toda dulce holgança.
—264→
    Que, aunque es esta Esperança tan pequeña,
que apenas tiene años dies y nuebe,
sera el que la alcansare un gran gigante.
   Cresca el yncendio; añadase la leña,
¡o Esperansa gentil!, al que se atreue
a no ser en seruiros vigilante.

Apenas se acabó de cantar este descomulgado soneto, cuando dixo uno de los circunstantes, graduado in utroque, a otro que al lado lo tenia, en boz bien lebantada:

«¡Boto a tal, que no e oydo mejor estranbote en todos los dias de mi vida! ¿A visto vm. aquel acordar de versos, y aquel jugar del bocablo con el nonbre de la dama, y aquel ynploro tan bien encajado, y los años de la niña tan bien engeridos, con aquella conparacion tan bien trayda de pequeña a gigante? ¡Pues la maldicion o ynprecacion postrera me digan, con aquel admirable y sonoro bocablo de yncendio! ¡Juro a tal, que si conociera al poeta que tal soneto conpuso, que le avia de enbiar mañana media docena de choriços que me traxo esta semana el hariero de mi tiera!»

  —266→  

Por sola esta palabra de choriços, creyeron los circunstantes que, el que las alabansas hacia, sin duda era estremeño; y no se engañaron, que despues se supo que era de un lugar que esta en Estramadura junto a Carayzejo, y de alli adelante quedó en opinion de todos por honbre docto y versado en el arte poetica, solo por averle oydo desmenusar tan bien el cantado y encantado2 soneto.

A todo esto se estauan las bentanas de la casa ceradas, de lo que se desesperaban los manchegos; pero, con todo esto, al son de las guitarras y a tres boses, segundaron con los versos de un romance que parecio hecho aposta, aunque de otra mano e yngenio que la del soneto pasado, los quales fueron estos:




Romance


   Salid, Esperança3 mia,
a faborecer el alma,
que, sin vos agonisando,
casi el cuerpo desanpara.
Las nubes del temor frio
no cubran vuestra luz clara,
que es mengua de vuestros soles
no rendir quien los contrasta.
En el mar de mis enojos
tened tranquilas las aguas,
si no quereys que el deseo
de al trabes con la Esperança.
—268→
Por vos espero la vida
quando la muerte me mata,
y la gloria en el ynfierno,
y en el desamor la gracia.

A este punto llegauan del romanse, quando sintieron abrir la bentana y uieron que a ella se asomaba una de las dueñas que aquel dia avian visto, la qual les dixo:

«Señores, mi señora doña Claudia de Astudillo y Quiñones suplica a v. mds. la reciba tan señalada que se vayan a otra parte a dar esta musica, por escusar el mal exenplo que se da a la vesindad, respeto de que ella tiene una sobrina donsella, que es mi señora doña Esperança de Toralba, Meneses y Pacheco, y no le esta bien a su profecion que semejantes cosas se hagan a su puerta, que de otra manera y por otro estilo y con menos escandalo la podra recibir de v. mds.»

A lo qual respondio uno de los pretendientes:

«Hacedme regalo y merced, señora, de decir a mi señora doña Esperança de Toralba, Meneses y Pacheco, que se asome a la ventana, que le quiero decir solas dos palabras que son de su manifiesta utilidad.»

«¡Huy!», dixo a esto la dueña, «¡en eso esta por cierto mi señora! Sepa, señor mio, que no   —270→   no es de las que piensa, porque es mi señora principal, y muy discreta, y muy leyda y escribida, y no hara lo que le piden si la cubriesen de perlas.»

Estando en estas palabras con la dueña repulgada del Huy y las perlas, asomó por la calle gran tropel de gente, y creyendo los de la musica que era la justicia de la ciudad, se hicieron todos una rueda y recogieron en medio del esquadron el bagaje de los musicos, y, como llegó la justicia, comensaron a repicar los broqueles y a crugir las mallas, a cuyo son no quiso la justicia dansar la dansa de espadas, sino pasarse de largo, por no parecelles aquella feria de ganancia alguna. Quedaron ufanos los brabos y quicieron proseguir su comensada musica; mas uno de los dos estudiantes señores de la maquina, no quiso si la señora no se asomaba a la bentana; pero, aunque tornaron a llamar a la dueña, no fue posible que respondiese, de lo qual enfadados todos, quisieron apedrealle al   —272→   casa y dalle de repente alguna matraca, condicion propria de mosos en casos semejantes; enojados con todo esto, quicieron hacer la refaicion con otros villansicos; tornó a sonar la gaita, y acabaron con el enfadoso ruydo de los senserros.

Casi el alba seria quando el esquadron se deshizo; mas no se deshizo el enojo que los manchegos tenian de ver lo poco que auia aprobechado su musica, y con el se fueron a la casa de un principal caballero, estudiante, moso, rico, enamorado, gastador y amigo de balientes, al qual los dos le contaron muy por estenso su yntencion y suseso: dixeronle las partes de la dama, su brio, su gracia y apostura, con la grauedad de la tia y el poco o ningun remedio que tenian para gosar la donsella, pues el de la musica, que era el primero y el postrero que ellos podian hacer, no les avia podido   —274→   servir de mas de yndignarla. El caballero, que era de los del canpo traues, no tardó mucho en ofrecerles que el la conquistaria para ellos, costase lo que costase, y aquel mesmo dia enbió un largo y comedido recado a la señora doña Claudia, ofreciendole a su seruicio la persona, la hacienda y la vida.

Ynformose del paje la astuta Claudia de la calidad de su señor, su condicion, su renta, la edad, el exersicio, como si le uviera de tomar para verdadero yerno. El paje, diciendole verdad, le respondio de manera, que ella quedó mas que medianamente satisfecha, y enbió con el la dueña del Huy, con la respuesta no menos luenga y comedida que avia sido la enbajada. Entró la dueña; recibiola el caballero cortesmente; asentola junto a si en una silla, y quitole el manto de encima de la cabesa, y diole un pañisuelo con que se linpiase el sudor, que venia algo fatigadilla del camino, y antes que le dixese palabra del recado que traya, hizo que sacasen una caja de conserba, y el por su mano le dio a comer, haciendole enjaguar los dientes con dos docenas de tragos de vino de lo del santo,   —276→   con lo que quedó hecha una amapola, y mas contenta que si le ubieran dado una canugia.

Propuso luego su enbajada con sus torcidos y acostunbrados bocablos, y concluyó con una muy formada mentira, diciendo que su señora doña Esperança de Toralba, Meneses y Pacheco, estaba tan pulçela como su madre la pario; pero, con todo eso, para su merced no auia de auer puerta de su señora cerrada.

Respondiole el buen Galaor -que asi era la condicion del señor caballero-, que todo quanto le avia dicho del conosimiento, valor y hermosura y principalidad -por hablar a su modo- de su ama lo creya; pero aquello del pulcelasgo se le hacia algo durillo, y que asi le rogaba que en este punto le declarase la verdad de lo que sabia, y que le juraba a fee de caballero que, si le desengañaba, darle un manto de seda de los de cinco en pua. Luego no fue menester dar otra buelta al cordel del ruego, ni atesarle los garotes, para que la melindrosa dueña confesase, porque la tela del prometido manto, aunque ynbisible, se le puso ante los ojos, y sin mirar lo que hacia, dixo que su señora estaua de tres mercados, o, por mejor decir, de tres ventas,   —278→   añadiendo el quanto, el con quien y adonde, con otros mil generos de circunstancias, con que quedó don Felix -que este era el nonbre del caballero- satisfecho de todo aquello que sauer queria, y acabó con ella que aquella(s) misma noche le enserrase en casa, que queria hablar a solas con la Esperança sin que lo viese o supiese la tia. Despidiola con ofrecimientos que lleuó de su parte a sus amas, dandola asi mesmo en dinero aquello que podia costar el negro manto; tomó la orden que tendria para entrar aquella noche en su casa, y con esto ella fue loca de contento, y el quedó pensando en su yda y esperando la noche, que ya le parecia que tardaua mill años, segun deseaua verse con aquellas conpuestas fantasmas; corio el tienpo como suele y pasaronse las olas4 bolando, y, entrandose el dia por las puertas del poniente, asomó la noche por las del oriente, sentada en su estrellado coro, mostrandose faborable y verdadera a todo malhechor y a todo enamorado pensamiento.

A la sonbra della, hecho como dicen un San Jorge, sin querer dar parte a sus amigos ni criados, se fue don Felix a donde halló que la dueña le esperaba, y abriendole la puerta con mucho tiento, le metio en casa, y con grandissimo silencio le puso en un aposento escuro, detras de unas cortinas de una cama, diciendole con vos baxa que no hiciese algun ruydo, que aquella era la cama de su señora Esperança, la qual ya sabia que estaua alli, y que, sin que su tia   —280→   lo supiese, a persuacion suya estaua de parecer de darle todo contento que desease, y apretandole la mano don Felix en señal que asi lo haria, se salio la dueña y el se quedó solo detras de la cama, esperando en que avia de parar aquel enredo.

Serian las nuebe de la noche, quando entró a esconderse don Felix, y una sala mas adelante estaua la tia sentada en una silla baja de espaldas, y la sobrina en un estrado frontero, y en medio un gran brasero de lunbre; la casa estaua toda en silencio, el escudero ya acostado, la una de las amas retirada; solo la sabidora del negocio estaua en pie, y andaua de una parte a otra persuadiendo a su señora que se acostase, afirmando que las nuebe que avian dado eran las dies, deseosa que sus conciertos viniesen a efeto, que eran que entre ella y su señora la mosa avian ordenado que, sin que la Claudia lo supiese, todo aquello con que don Felix cayese y pechase, fuese para ellas solas, sin que la otra tuuiese que ver en ello; la qual era tan mesquina y avara, y tan señora de lo que la sobrina adquiria, que jamas la daua un solo real para conprar lo que extraordinariamente vbiese menester, y pensaban sisalle este contribuyente de los muchos que esperaba tener andando los dias; pero, aunque sabia que don   —282→   Felix estaua en casa, no sabia la parte adonde estaua ascondido. Cobijada, pues, del mucho silencio y de la conmodidad del tienpo, porque le dio gana de hablar a doña Claudia, y asi, en media vos, desta manera comenso a decir:

«Muchas veses te e dicho, Esperança mia, que no te pasen de la memoria los documentos y advertimientos que te e dado, los quales, si los guardas como deues, te seruiran de tanta utilidad y provecho, cuanto la mesma verdad y esperiencia te lo dara a entender; no pienses que estamos aqui en Plasencia, de donde eres natural, ni en Zamora, donde comensaste a saber que cosa es mundo, ni menos en Toro, donde diste el tercer esquilmo de tu fertilidad, que todas estas tierras son habitadas de gente buena y llana, no tan yntricada y versada en malicias como es la en que aora estamos. Adviertote, hija, que estas en Salamanca, que es llamada madre de las sciencias, tesorera de las abilidades; y que en ella de ordinario estan   —284→   y abitan dies o doce mill estudiantes, gente mosa, antojadisa, arojada, liberal y discreta; esto es en lo general; pero, en lo particular, como todos o los mas son forasteros y de diferentes probincias, no tienen todos unas mesmas condiciones: los viscaynos, aunque son pocos, es gente corta de razones, pero, si se pican, son largos de bolsa; los manchegos es gente abalentada y que lleuan el amor a mogicones; ay una masa de aragoneses, catalanes y balencianos: tenlos por gente pulida, olorosa y bien criada, y no les pidas mas.

»Los castellanos nuebos, tenlos por nobles de pensamientos, y que, si tienen, dan, y si no dan, no piden; los estremeños tienen de todo, y son como alquimia, que, si llega a plata, lo es, y si   —286→   al cobre, lo mesmo; los andaluces son agudos, astutos y no nada miserables; los portugueses hay algunos: has quenta que el mismo amor vibe en ellos enbuelto con la laçeria.

»Mira, pues, Esperança, con que variedad de gentes as de tratar, y si sera menester que, auiendote de engolfar en un mar de tantos ynconvenientes, te señale un norte y estrella por donde te guies y rigas, porque no de al traues el nauio de nuestra yntencion y echemos al agua la mercaderia de mi naue, que es la de tu gentil cuerpo y tu donayre y gentileza.

»Advierte, niña, que no ay maestro en toda   —288→   esta universidad, por mas afamado que sea, que sepa tan bien leer su facultad como yo te podre enseñar en esta del arte mundanal que profesamos, que por muchos años y por mucha experiencia puedo estar jubilada en ella; y aunque lo que aora te quiero decir es parte del todo de lo que otras muchas veses te e dicho, con todo eso, quiero que me estes atenta y me des grato oydo, porque no todas veses lleua el marinero tendidas las velas de su nabio, ni todas las veses las lleua cogidas, porque, segun el biento, tal el tiento

Estaua a esto todo la niña Esperança5 escarbando el brasero con un cuchillo, la cabesa baja, sin hablar palabra, y al parecer muy atenta a todo lo que la tia la yua diciendo; pero, no contenta Claudia con esto, la dixo:

«Alsa, niña, la cabesa; dexa de escarbar el fuego; claba en mi los ojos; no te duermas, que, para lo que te pienso decir, otros cinco sentidos mas de los que tienes quisiera que tuuieras para aprenderlo y apercebirlo.»

A lo qual replicó Esperança:

«Señora tia, no se canse en añadir su arenga, que ya me tiene quebrada la cabesa con las muchas veses que me a predicado y aduertido de lo que me conviene y de lo que tengo de   —290→   hacer; no quiera aora de nuebo tornarmela a quebrar; ¿que mas tienen los honbres de Salamanca que los de las otras tierras? ¿todos no son de carne y gueso? ¿todos no tienen alma y cinco sentidos? ¿que ynporta que tengan algunos mas letras o estudios que los otros honbres?; antes ymagino yo que los tales son los que mas presto se siegan, porque tienen entendimiento para conocer y estimar lo que vale la hermosura; ¿ay mas que ynsitar al tibio, animar al cobarde, refrenar al presuntuoso, despertar al dormido, conbidar al descuydado, acariciar al rico, desengañar al pobre, alabar al necio, solemnisar al discreto, ser angel en la calle, santa en la yglecia, honesta en casa, y demonio en la cama? Señora tia, ya todo esto yo me lo se de coro; si ay otras cosas de nuebo que avisar y aduertirme, dexelas para otra coyuntura, porque sepa que toda me duermo, y no estoy para poderla escuchar; una cosa le aseguro y quiero que este della muy cierta: que no me dexare mas martirisar de su mano por toda la ganancia que se me puede ofrecer; tres flores e dado,   —292→   y tantas a vm. vendido, y tres veses e pasado martirio ynsufrible. ¿So yo por ventura de bronce? ¿no tienen sentido mis carnes? ¿no ay mas sino dar puntadas en ellas como ropa desgarada? ¡por el siglo de la madre que no conosi, que no lo tengo mas de consentir! dexe, señora, rebuscar mi viña, que a veses es mas sabroso el rebusco que el esquilmo principal. Y si todauia esta determinada que mi jardin se uenda por entero y jamas tocado, busque otro modo de serradura para su puerta, porque la del sirgo y aguja no ay pensar que mas llegue a mi.»

«¡Ay boba, boba!», replicó la vieja, «¡y que poco saues destos achaques! no ay cosa que se le yguale para esse menester como la del aguja y sirgo colorado; todo lo demas es andar por las ramas; no bale nada el zumaque y vidrio; vale menos la sanguijuela y la mirra; no es de probecho la cebolla albarana y el papo del palomino, que todo es ayre y que que no ay rustico alguno que, si tantico quiere estar en ello, no cayga en la quenta de la moneda falsa; vibame mi dedal y aguja, y vibame juntamente tu paciencia y constancia, y venga a envestirte todo el genero humano, que tu quedaras con honra, y ellos engañados, y yo con mas ganancia que la ordinaria.»

«Yo confieso que es asi, señora, lo que dices», replicó Esperança; «pero, con todo eso, estoy resuelta en mi determinacion, aunque se menoscabe mi probecho; quanto y mas que en la tardansa de la benta esta el perder la ganancia   —294→   que se puede adquirir abriendo tienda desde luego; y mas que no emos de hacer aqui nuestro asiento y morada, que, si, como dice, emos de yr luego a Ssevilla a la benida de la flota que se espera, no sera raçon que se nos pase el tienpo en flores aguardando a vender la mia, que ya esta marchita. Vayase a dormir, señora, y piense en esto, y mañana podra tomar la resolucion que mejor le pareciere, que al cabo avre de seguir sus consejos, pues la tengo por madre y mas que madre.»

Aunque aqui llegauan de su platica la tia y sobrina, la qual toda la auia oydo sin perder palabra don Felix, y estaua admirado de entender semejantes enbustes como enceraban aquellas dos mugeres al pareser tan honestas y buenas, quando, sin ser poderoso a otra cosa, comenso a estornudar con tanta furia, que se pudiera oyr en la calle el estruendo.

Al qual se lebantó doña Claudia toda alborotada y confusa, y, tomando la vela en la mano, entró en el aposento donde estaua la cama de Esperança, y si como se lo ubieran dicho, y ella lo supiera, se fue derecha a ella, y, alsando las cortinas, halló al señor caballero   —296→   enpuñado en su espada y puesto a punto de guerra.

Asi como le vio la vieja, comenso a santiguarse, diciendo:

«¡Jesus y valme! ¿que desventura es esta? ¡honbres en esta casa, y en tal lugar, y a tales horas! ¡desdichada de mi y de mi honrra! ¿que dira quien lo supiere?»

«Sosieguese vmd., mi señora doña Claudia», dixo don Felix, «que yo no e venido aqui por su deshonra y menoscabo, sino por su honor y prouecho. Soy caballero, y rico, y, sobre todo, enamorado de mi señora doña Esperança, y, para alcansar lo que merecen mis deseos, e procurado, por cierta negociacion que vm. sabra algun dia, de ponerme en este lugar, no con otra yntencion sino de uer desde cerca quien desde lejos me a hecho quedar sin mi; y si esta culpa merece alguna pena, en parte estoy donde se me puede dar, que ninguna me vendra de su mano que yo no6 estime y tenga por muy crecida gloria.»

«¡Ay sin ventura», tornó a replicar Claudia, «y a que de peligro estan puestas las mugeres que viuen sin maridos y sin honbres que las   —298→   defiendan y anparen! ¡Aora si que te echo menos, malogrado de ti, don Juan de Bracamonte, mal desdichado consorte mio, que si tu fueras vibo, ni yo me uiera en esta ciudad, ni en la confucion que me veo! Vm., señor mio, sea seruido de voluerse por donde entró, y si algo quiere desta casa, de mi o de mi sobrina, desde fuera se podra negociar con mas espacio, con mas honra y con mas probecho y gusto.»

«Para lo que yo quiero, señora mia, lo mejor que ay es que este dentro de casa; la honra por mi no se perdera; la ganancia esta en la mano, y el gusto se que no a de faltar; y para hacer verdaderas estas palabras, esta cadena de oro doy por fiador dellas.»

Quitandose al punto una buena cadena del cuello, que podia valer cien ducados.

Y asi como la uio la dueña del concierto, antes que su ama respondiese, dixo:

«¿Ay principe en la tierra como este, ni papa, ni enperador, ni perulero, ni aun canonigo?   —300→   Señora doña Claudia, por uida mia, que no se trate mas deste negocio, sino que haga luego todo lo que este señor quiciere.»

«¿Estas en tu seso, Grisalba? -que asi se llamaba la dueña-, estas en tu seso? Di, loca desatinada», dixo doña Claudia: «¿Y la linpiesa de Esperança, su doncelles no tocada, asi se auia de aventurar, sin mas ni mas, çebada desta cadenilla? ¿Estoy yo tan sin seso que me tengo de dexar cebar de su resplandor, ni atar de sus eslabones? ¡Por el siglo del que pudre, que tal no sea! Vmd. se vuelba a poner su cadena, y mirenos con mejores ojos, y entienda que, aunque solas, somos principales, y que esta niña esta como su madre la pario, sin que aya persona en el mundo que pueda decir otra cosa, y si en contra desta verdad ubieren dicho alguna mentira, todo el mundo se engaña, y al tienpo y a la experiencia doy por testigos.»

«Calle, señora», dixo a esta sason Grisalba, «que yo se poco, o que me maten si este señor no sabe la verdad de todo el hecho de mi señora la mosa.»

«¿Que a de saver, desvergonsada», replicó la   —302→   Claudia, «que a de saver? ¿No sabeis vos que la linpiesa de mi sobrina...?»

«Por cierto, bien linpia soy», dixo entonces la Esperança, que estaba en mitad de la sala como enbobada y suspensa, mirando lo que pasaba, «y tan linpia, que no a una ora que, con todo este frio, me e vestido una camisa.»

«Este vm. como estuuiere», dixo don Felix, «que, sola por la muestra del paño que e visto, no saldre de la tienda sin conprar toda la piesa; y para que no me dexe de vender por melindre o ygnorancia, sepa, señora Claudia, que e oydo toda la platica o sermon que a hecho a la niña, y que no se a dado puntada en la costura que no me aya llegado al alma, porque quiciera ser el primero que esquilmara este majuelo, aunque se añadiera a esta cadena unos grillos de oro y unas esposas de diamantes; y pues estoy tan al cabo desta verdad, usese de mejor termino comigo, con protestacion que por mi nadie sabra en el mundo el ronpimiento desta muralla, sino que yo mesmo sere el pregonero de su enteresa y bondad.»

  —304→  

«¡Ea!», dixo Grijalba7, «buen probecho le haga; suya es la joya, a pesar de maliciosos. Para en uno son; yo los junto y los bendigo.»

Y, tomando de la mano a la niña, se la lleuaba a don Felix; de lo que se encolerisó tanto la Claudia, que, quitandose del pie un chapin, comenso a dar a Grijalba como en real de enemigos; la qual, viendose tratar de aquella suerte, echó mano de las tocas de Claudia, que no le dexó pedaso en la cabesa, y descubrio la buena señora una calba muy reluciente y un pedaso de cabellera postisa colgada de un lado, con que quedó con la mas fea catadura del mundo; y, viendose parar tan mal de su criada, comenso a dar grandes voses a llamar la justicia, y al primer grito que dio, como si fuera cosa de encantamento, entró en la sala de ynprobiso el coregidor de la ciudad con mas de veynte personas entre aconpañados y corchetes, el qual, auiendo tenido noticia de las personas que en aquella casa vibian, determinó de visitallas aquella noche, y, auiendo llamado a la puerta, no le oyeron, como estauan enbebecidos en su platica, y los corchetes, con dos palancas de que de noche andan cargados para semejantes efetos, desquisiaron la puerta de la calle y subieron al coredor tan paso, que no   —306→   fueron sentidos, y desde el principio de los documentos que la tia daba a la sobrina, hasta la pendencia de la Grijalba, estubo escuchando el coregidor sin perder punto; y asi, quando entró, dixo:

«Descomedida andais, para ser ama, con vra. señora, señora criada.»

«¡Y como si anda descomedida8 esta bellaca, señor coregidor», dixo Claudia, «pues se a atrebido a poner las manos do jamas an llegado otras algunas desde que Dios me arojó en este mundo!»

«Bien decis que os arojó», dijo el coregidor, «porque vos no soys buena sino para arojada; cubrios y cubranse todos, y uenganse a la carcel.»

«¿A la carcel, señor? ¿Por que?», dixo Claudia. «¿A las personas de mi calidad y estofa se usa en esta tierra tratallas desta manera?»

«No deis mas boses, hermana, que aveis de venir sin duda, y con vos esta señora, collegial trilingue en el desfrute de su heredad.»

«Que me maten si no lo a oydo todo el señor coregidor», dijo Grijalba, «que aquello de tres pringues por lo de Esperança lo a dicho.»

Llegose en esto don Felix y hablo aparte al señor coregidor, suplicandole que no las llevase, que el las tomaria en fiado; pero no pudieron   —308→   aprobechar nada con el sus ruegos ni aun promesas.

Quiso la suerte que, entre la gente que aconpañaba al coregidor, venian los dos estudiantes manchegos, y hallaronse presentes a todas estas cosas, y viendo lo que pasaba y que en todas maneras avian de yr a la carcel Esperança y Claudia y la Grijalba, en un ynstante se consertaron a lo que auian de hacer, y sin ser sentidos se salieron de casa y se pusieron en una calle por donde el coregidor auia de pasar, y auiendo hallado acaso otros seis estudiantes, les rogaron les ayudasen en un hecho de ynportancia contra la justicia del lugar, para cuyo efeto los hallaron mas promptos y listos que si fuera para yr a algun solemne banquete.

De alli a poco asomó la justicia con los pricioneros, y, antes que llegasen, pusieron mano los estudiantes con tan buen brio, que a poca piesa no les esperó porqueron en la calle, puesto que no pudieron librar a mas que la Esperança, porque asi como los corchetes vieron comensar la pelea, los que lleuaban a Claudia y a Grijalba se fueron con ellas por otra calle y las pusieron en la carcel; corido el coregidor   —310→   y afrentado, se fue a su casa, don Felix a la suya, y los estudiantes, con la presa, a la suya; y queriendo el que la ubo quitado a la justicia gosarla aquella noche, el otro no lo quiso consentir, antes le amenasó de muerte si tal hiciese.

¡A, susesos estraños que en el mundo suceden! ¡O cosas que es menester contarlas con recato para ser creidas! ¡O milagros de amor nunca vistos! ¡O fuersas poderosas del deseo, que estraños casos nos precipitas!, disese esto porque viendo el estudiante de la presa que el otro su conpañero con tanto ahinco y tantas veras le prohibia el gozalla, sin hacer otro discurso alguno y sin mirar quan mal le estaua lo que queria hacer, dixo:

«Ara, pues, ya que vos no consentis que gose lo que tanto me a costado y no quereys que por amiga yo me entregue en ella, a lo menos no me podeis negar que como a muger ligitima no me la aueis, ni podeis, ni deveis quitar.»

Y voluiendose a la mosa, a quien aun de la mano no avia dexado, la dixo:

«Esta mano, que hasta aqui os e dado, señora de mi alma, como defensor vro., aora, si vos quereis, os la doy como ligitimo esposo y marido.»

La Esperança, que de mas bajo partido fuera   —312→   contenta, al punto que vio el que se le proponia, dixo que si y que resi, no una, sino muchas veses, y abrasole como a señor y marido. El conpañero, admirado de ver tan estraña resolucion, sin desilles nada se les quitó de delante y se fue a su aposento. El otro, temeroso que sus conosidos no le estorbasen el fin de su deseo y le ynpidiesen el casamiento, porque aun no estaua hecho con las devidas circunstancias que la yglecia manda, aquella mesma noche se fue al meson donde posaba el hariero de su tierra, y quiso su buena suerte de la Esperança que otro dia por la mañana se partio; con el qual se fueron y, segun se dixo, llegó el estudiante a casa de su padre, donde le dio a entender que aquella que alli traya era hija de un caballero muy principal y que el la auia sacado de en casa de su padre dandole palabra de casamiento. Era el padre viejo, y creyo facilmente lo que le decia el hijo, y viendo la buena cara de la nuera, se tuuo por mas que satisfecho y alabó como mejor supo la buena determinacion del hijo.

No le sucedio asi a Claudia, porque se le averiguó   —314→   por su mesma confecion que la Esperança no era su sobrina ni parienta, sino una niña que avia tomado de la puerta de la yglecia, y que a ella y a otras tres que en su poder avia cresido, las avia vendido muchas veses a diferentes personas por doncellas, y que desto se mantenia y lo tenia por oficio y exercicio, y que las otras dos mosas se le auian ydo, enfadadas de su cobdicia y miseria. Averiguosele tener sus puntas y collares de hechisera, por cuyos delitos el coregidor la condenó a quatrocientos açotes y a estar en una escalera con una jaula y corosa en mitad de la plasa, que fue un dia el mejor que en todo aquel año tubieron los muchachos en Salamanca.

Supose luego el casamiento del estudiante, y aunque algunos escriuieron a su padre la verdad del caso y la bagesa de la nuera, ella se auia dado con su discrecion tan buena maña en contentar al biejo suegro que, aunque mayores males le dixeran della, no quiciera auer dexado de alcansalla por hija, ¡tal fuersa tiene la discrecion y hermosura! Este fin tubo la señora doña Claudia de Astudillo y Quiñones; y   —316→   le tendran peor todas aquellas -que ay muchas-, que su vibir tuuieren, y no avra otra Esperança en la vida que, de tan mala como ella la vibia, salga al descanso y buen paradero que ella tuuo, porque las mas de su trato pueblan las camas de los hospitales, y mueren en ellos miserables y desbenturadas.




 
 
FIN9
 
 


Indice