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Nos queda la esperanza

Sergio Ramírez





Las cumbres iberoamericanas, como lo ha demostrado la más reciente celebrada en Margarita, están yéndose por el túnel ya conocido de las declaraciones genéricas. Quizás no mucho más que eso, expresiones de voluntad común, podría esperarse. Es un foro, sin embargo, abigarrado y singular, y a veces basta con la foto de familia. La presencia de España y Portugal le da un acento distinto a esta asamblea tan variada, pero más se lo da la presencia de Cuba, fuera, hasta ahora, de todos los otros mecanismos latinoamericanos, políticos, como la OEA, y de cooperación financiera, como el BID.

Esta ausencia tenderá a volverse cada vez más extravagante. Ya Cuba tiene un asiento en el CARICOM, el mercado integrado de los países del Caribe, y no será normal que un país que presenta una de las tasas de inversión extranjera más alta entre los nuestros, siga siendo extrañado de los organismos regionales, en un mundo que se rige, antes que nada, por las relaciones económicas.

El veto invisible, o manifiesto, sigue siendo el de Estados Unidos, con una persistencia que depende de las circunstancias de la política interna de ese país, de los balances en el congreso, y de los bloques de votantes cuyo favor se busca. Para algunos sectores duros, Cuba es la única imagen visible que perdura de la vieja guerra fría, ahora que la Unión Soviética puede ser vista como una bestia gris, ya no negra, y las puertas de la Casa Blanca se abren con todas sus fanfarrias para recibir al Presidente Jian Zeming de China.

El gobierno del presidente Aznar, en repuesta a sus promesas a la comunidad cubana en Florida, antes de ganar las elecciones, aplicó, a principios de su mandato, una política de mano dura hacia Cuba, que de lejos estaba destinada a ser agua de borrajas. Los intereses españoles en Cuba son tan fuertes, sobre todo en la inversión turística, que una hostilidad diplomática semejante no podía pasar de la explosión retórica. La política del gobierno de Aznar hacia Cuba, difiere poco ahora de la del gobierno de Felipe González. Y en la reciente Cumbre, hemos encontrado a un Aznar menos deseoso de pelea.

El papel de confrontar a Fidel Castro le fue conferido, o él mismo lo asumió, al presidente Arnoldo Alemán de Nicaragua, que lo cumplió con menos gracia que la que hasta ahora ha tenido en ese mismo menester el Presidente Menem de Argentina. Fue una manera de lograr un poco de luz de los reflectores de televisión, pero al cabo, una luz efímera.

Quizás al presidente Alemán, y a algunos otros poco advertidos de las nuevas señales de los tiempos, les convendría enterarse de lo que piensa el socio ausente en la Cumbre Iberoamericana, para no aparecer luego desprevenidos. Todavía los presidentes alistaban sus maletas en Margarita, y se iban algunos de manera anticipada reclamados por sus propias urgencias, cuando el presidente Bill Clinton comparecía en el programa de televisión Meet de Press, para verter opiniones sobre política internacional, que ayudan mucho a ver cuál es el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba; y cómo, por lo tanto, ese cambio de relación va a influenciar a toda Latinoamérica.

Lejos de toda retórica hostil -papel que se deja a otros- Clinton dio por sentado que las relaciones con Cuba pueden mejorar en la medida en que se abra un camino de doble vía, como ha ocurrido con China. «Tenemos con China una relación en progreso, y es lo mismo que yo quisiera hacer con Cuba», dijo, en un tono y con una propuesta que no son los del senador Jessie Helms.

Claro que Clinton planteó que Cuba debe dar pasos de apertura democrática, algo que no falta, como reclamo, en el discurso de quienes usan la retórica dura. Pero se refirió a Fidel Castro como un hombre de inteligencia; «me consta que pasa mucho tiempo pensando en el futuro», expresó. Cuando Clinton, reposado frente a las cámaras, y con talante de estadista, afirma que le consta la preocupación de Fidel Castro por el futuro, no cuesta reconocer que por detrás hay, sin duda, todo un trabajo de acercamiento de posiciones. Y no puedo dejar de ver, quizás, la mano de Gabriel García Márquez, que aparece ahora tanto en Washington como en La Habana, trabajando en ese acercamiento.

La China de Jiang Zemin está lejos de haber cambiado su sistema político para entrar en una fase de acercamiento y cooperación con Estados Unidos. Tampoco Clinton se lo ha reclamado así, en una política de pasos mutuos, y concesiones mutuas. Claro que China será en el siglo XXI la gran potencia mundial que no pudo ser la Unión Soviética, y que para Estados Unidos la normalidad de relaciones entre ambos representa una reposición de equilibrios.

Pero también es cierto que la normalidad de relaciones diplomáticas con Viet Nam, un país que para los norteamericanos convoca memorias tan recientes y conflictivas, se consiguió por obra de los propios empresarios que se sentían atraídos por el reparto de las inversiones extranjeras, en el que el gobierno vietnamita les reservó, inteligentemente, una parcela.

Habrá una Cumbre Iberoamericana en La Habana, de eso no quedaron dudas. Veremos a todos los jefes de estado, pese a la reticencia de algunos, haciéndose su foto de familia con El Morro de fondo. Y más allá de eso, antes del fin de siglo veremos avanzar hacia la normalidad las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y la apertura de la cooperación económica entre ellos, y de las inversiones.

Esto quiere decir, que en términos políticos habrá nuevas definiciones para todos, y nuevos reacomodos. Conceptos más homogéneos sobre derechos humanos y derechos democráticos. Menos hostilidad, y menos discursos por encargo. Y las bases de integración y cooperación en el continente, podrán ser entonces más firmes.

Pollensa, noviembre de 1997.





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