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ArribaAbajo La dama inefable

Arturo Pinto Escalier





I

   ... Hubo en la sabia unión de nuestras bocas
un añejo sabor de golosina
familiar. Y aquellas reyertas locas
tuvieron siempre la misma divina

finalidad: un beso que redime  5
de lejanos dolores y compendia,
el secreto afán que el rubor reprime
y la frase que el corazón incendia.

   No sé cuánto tiempo, gentil señora,
gozamos de la vida así. Mas una  10
de esas tardes que el sol apenas dora

y en que el reír al suspirar se aduna,
hubo tanta pasión en mi alma, que
extinguiose como una rosa té.


II

   Desde entonces, señora mía, llevo  15
un perpetuo vivir de remembranzas,
y en noches de luna, como ésta, bebo
en vuestros pardos ojos, esperanzas.

   No sé si es vano presumir el mío;
mas en mis instantes de ensueño, creo  20
que hay en vuestro pecho ducal, un río
de sentimiento que agotar deseo.
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    Amémonos, señora, sin la vana
fórmula que el gozo de amar destruye;
fundamos nuestras vidas en la humana  25

languidez de esta noche que diluye
pasión, como esa gota de champaña,
que el cristal de vuestra pupila empaña.


III

   Oyó la dama mi galante ruego
que hoy su monótona viudez disipa,  30
con aquel amable y gentil sosiego
que de antiguos romances participa.

   Su blanca mano levemente esquiva
se agitó a mi contacto clandestino,
como una suave flor de sensitiva  35
abierta a las injurias del camino.

   Después en la noche de luna y seda
hubo arrullos y ensueños y ambrosía
bajo el amplio tremor de la arboleda,

mientras la fuente en el jardín reía  40
esa risa infantil y cristalina
que en los amados labios se adivina.