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Enrique J. Banchs





El elogio de los niños


Canto el brote,
canto el capullo,
canto el labio breve y groseruelo
y la sonrisa tierna sobre el labio mentido.

Venid a mí lirios de la vida,  5
lirios blancos,
lirios frágiles,
lirios llenos de aroma santo.

Gracias demos a la Vida,
señora Vida, gracias, gracias,  10
porque nuestro camino es dulce
nuestro camino constelado de cabecitas castas.

¿Quién está en mi árbol?
¿Quién está en mi árbol con sonrisa de olor?
Criaturitas tembladoras como corolas,  15
reíd y llorad en mi árbol en flor.

Preparémonos para la victoria;
venceremos a los buitres del Mal:
tendrán los niños senda pacífica
para descender a nuestra aldea sentimental.  20

La casa estaba vacía
y las alcobas estaban oscuras.
He aquí que han venido los niños
y la casa se ha llenado de lunas.

Nuestro corazón estaba oscuro con su sangre,  25
como una coraza de ébano,
he aquí que los niños nos miran
y el ébano se torna campana y campanero.
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También eran oscuras nuestras pupilas
no veían a la paloma ni al cordero,  30
nos reposamos una tarde en una frente infantil
y a la paloma y al cordero vieron.

Vieron el racimo en la viña,
vieron la nave y la vela,
vieron la puerta y la ventana  35
y vieron el lino en la mano de la abuela.

Mirar a los niños aclara los ojos,
aclara la sangre en el corazón,
endulza la piel de la mano
y endulza el hilo de la sensación.  40

Escuchad hombres y mujeres:
hombres y mujeres haceos ricos
en los niños encontré mi diamante
diamante de fortaleza y seda de suspiro.

Y si me escucharais aún os diría:  45
hombres y mujeres, suaves estad,
suaves como los niños y los nidos.
Ved la gracia de nuestra hermana la Suavidad.

Ved la gracia, hombres y mujeres,
no deis prisa al pie que tiembla,  50
abierta está la cabaña de la felicidad.
Abierta está la puerta.

¡Cómo sonríe el Sol en los niños!
¡Cómo sonríe el Sol! ¡Cómo sonríe el Sol!
Abrid los brazos tibios  55
A (los) ungidos del celeste calor.

En vano ponéis las manos sobre los ojos
en vano, que para la santidad infantil
cristal es la carne de la mano
y la carne de los ojos rocío de abril.  60

Así os penetrará la santidad infantil:
como aguijón en la miel.
No la sentiréis en el desierto,
En el desierto murió el cordero y el laurel.

Murió también la mariposa,  65
la blanca, la azul y la de siete colores,
hombres ceñudos id al desierto,
id al desierto porque os llamamos pecadores.
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Quien en la casa mueva la mano
y no la mezclo en una temprana cabellera,  70
¿Qué alegría tendrá para abrir el surco?
¿Qué alegría para rendir a la fiera?

Como el vino nuevo da buen olor
y dulce humor el pan puesto al fuego,
los niños dan paz y serenidad,  75
paz y serenidad para hacernos pacíficos y serenos.

Sin temor vemos caer el Sol:
en paz y serenidad y alegría estamos;
sin temor vemos llegar la nube:
de paz y serenidad nos acompañamos.  80

He alzado las manos a las estrellas.
A las estrellas ha alzado las manos
por los niños muertos he alzado las manos
a las estrellas donde alumbran sus almas.

Nuestro pan más blanco sea para los niños,  85
para los niños la pluma más blanda.
Y el mejor escabel cerca del fuego
y el ánfora mejor labrada.

Las vírgenes iluminan los ojos infantiles.
Por eso tienen ceguedad de nuestras cosas.  90
Como palomas ciegas son sus manos,
como palomas, como palomas...

Las hadas les bajan los párpados.
¿Quién puso una flor sobre la almohada?
Sobre la nieve del campo ha caído una rosa,  95
rosa rosada...

Estábamos en la alcoba tibia
y los niños en el jardín jugaban
en el jardín jugaban y vimos
que todos los niños tenían alas.  100

Entonces bajamos al jardín
para jugar con los niños milagrosos...
¡Cómo florecían los ciruelos!
¡Cómo se alegraban nuestros ojos!

Los niños eran tan buenos  105
que casi no eran humanos,
con los niños jugamos y por un instante
casi no fuimos humanos.
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Al claro de luna vinieron los Reyes;
trajeron en venados flores y telas.  110
A nuestros niños ¿qué les dieron?
A nuestros niños les dieron palomas de Galilea.

Y cuando la aurora de los dedos de rosa
trajo al día laminoso y bendito
los niños se juntaron a las palomas  115
y no sabemos cuáles son las palomas, cuáles los niños.

¡Cuán cerca está de los labios el tierno corazón!
Cerca como la entraña y el ombligo;
los labios quieren hablar y resucitan
el día primero de nuestro balbucear latino.  120

Ved como se abren sus grandes ojos nobles:
como dos yemas de cielo sobre una toca de monja
si azules son, y si negros son,
como dos lágrimas de la noche en la nuca de la aurora.

La madre desciñe sus senos...  125
Ved la turbación del girasol:
a los dos soles tibios seguir no puede...
¡Oh, santa hermosura! ¡Seno de turbación!

De emoción se tiñen los labios menudos
y arrimados a la diáfana piel materna  130
nadie sabe si gustan de un cariño eterno
o de una savia de estrella.

Hugo
que en el arte de ser abuelo fuiste gran artesano,
¡Quién tuviera la sonrisa que nacía en tus labios  135
cuando los pájaros de tu casa te besaban las manos!

Tu sonrisa quien la tuviera
Hugo, torre de hondad.
Quien la tuviera para la mañana y para la tarde,
para Pascua y para Navidad,  140

He cantado el brote
y la sonrisa tierna sobre el labio menudo...
La noche quiero llegar y el Sol detiene
la cuadriga heroica en el círculo oscuro.

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Hombre de la plaza


A través de los días y los meses
me vuelva muchas veces
la olímpica, délfica traza
del hombre que hablaba en la plaza.

Y el redondeado gesto  5
que magnificaba el denuesto
contra las instituciones
y el río suelto de las pasiones...

Y recuerdo también el puñado
de gente dominguera que lo oía  10
con un poco de atonía,

bajo el gran gesto reposado
coronado de sol oro fino
vespertino.



Epístola


Damita que amabas antes
a los troveros guedejudos
que a busca van de consonantes
entre las sedas y magnolias
entre suspiros y velludos  5
y luz de luna en languifolias;

y que de buena fe creías
en la romántica quejambre
y en las supermelancolías
y en las plasticidades helénidas  10
y en las invocaciones a la cumbre
de los sonrientes melesigénidas.

Damita, entonces era
tu alma paloma suave
de una fría primavera  15
y pálida te encerrabas
en tu alcoba y en un grave
ensueño la tarde estabas.

Y como no habías llegado
a edad de tener ironía  20
te enternecías al rimado
de una desperanza ilusa
y a la malabaría
De ¡ay de mí!, y ¡canta, musa!
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Y piense que llegaste a creer  25
que los bardos de gestos bellos
y barba a medio florecer
y ojeras amorfinadas
e hiperbólicos cabellos,
eran de crías más sagradas.  30

¡Oh, dama, oh, dama, oh, dama!
Ahora que eres madrecita
y tu sonrisa se derrama
sobre sonrisa menudita,
Dama con ojos de lluvia fina  35
y voz de gajo de mandolina,

ahora que no tienes muñecas
ni secretos con las amigas,
ni libros nuevos, ni jaquecas
y haces compota y te fatigas,  40
Dama, damita, linda como
nardos y cuellos de palomo;

ahora que en tu hogar eres una
lámpara de luz tranquila
y ya no enciendes ninguna  45
veleidad loca en tu pupila,
Dama, damita, de paso tan blando
como un vellón blanco que está suspirando:

Te ruego amigablemente
en este verso un poco triste.  50
Que apagues el inconsciente
ensueño que antaño tuviste,
Dama, damita, la del corazón
como una canción, como una canción.

Y veles porque tu retoño  55
se entregue a cosa mejor
que contemplar el otoño
y luego ser rimador.
Dama que te vuelves un si no es seria
y con un poquito de pena y de histeria.  60

Porque esta tarea inútil
de hacer verso dama mía
es como la lluvia fútil
sobre una cristalería...
Dama, damita, el mejor rimado  65
no valiera cuanto pasar por tu lado.
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Vela de tu hijo la planta,
apártale del mal camino:
¡No sea cítara santa
ni pájaro divino!...  70
¡Dama, vuelva tus ojos a mi vida
que por darse a versos ha sido perdida!



Al porvenir


Ni he sido presa vil de las pasiones
ni me ha herido el amor sañudamente
llaga no fui de ajenas compasiones
y no fui de mis males voz doliente.

Sembré con mano pródiga ilusiones,  5
-Toda tierra es benigna a esta simiente,-
y en las cuatro estaciones
mi corazón está suave y sonriente.

Amo la dulce vida como a una
mujer cuya sonrisa es la fortuna  10
más brillante que el oro y el zafir,

y trabajo y perdono y sueño hablo,
y mi alma tranquila es cual venablo
de azucenas lanzado al porvenir.



Hacen señas


Cuando vuelvo el alma al pasado
y llamo a todos los que he amado,
y a los que vivieron a mi lado
y la intrusa los ha llevado,

cuando evoco el cariño ido  5
el ultraje padecido
el sentimiento incomprendido
y el mal que me ha entristecido,

pienso que he vivido mucho
y que pronto han de llamarme  10
todos los que me dejaron.

Cuanto más amo y más lucho,
¡Más quisiera ir a juntarme
con los que me abandonaron!...

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Nosotros


Dad paso a nosotros los avergonzados,
nosotros los tímidos, nosotros los suaves,
nosotros los callados,
nosotros las alas de todas las aves.

Nosotros los que amamos silenciosamente  5
los que miramos mucho y nos dolemos más,
los que sentimos por el que no siente
y somos los humildes, los que vamos detrás.

Boca de los suspiros,
lámpara de bondad,  10
coágulo de zafiros
de dulzura y piedad,

somos todo eso
y también la más blanca casa sentimental,
damos calladamente la abejuca del beso  15
y quien lo siente ignora que es de nuestro panal.

Nosotros los humildes que ora somos cantores,
o monjes o artesanos o tal vez vagabundos,
buscamos a las almas junto a los ruiseñores
porque somos profundos.  20

Nosotros los que somos simples de corazón
tememos a los hombres y les compadecemos
y ese temor nos viene de la desilusión,
y el compadecimiento de ilusión que aun tenemos.

Somos los prometidos esposos de las cosas...  25
La dueña nos olvida pero la casa se abre,
amemos a la casa, la puerta, las baldosas,
la fuente y la campánula que en el patio entreabre.

Nosotros los lejanos, todo virtualidad,
con un fleco de aromas amansamos el alma.  30
Olor y luz es toda nuestra sensualidad:
nuestras naves son naves para la mar en calma.

Nosotros los no vistos, los imperceptibles,
que desde nuestra celda removemos el ponto,
en esta dulce vida somos los imposibles  35
y moriremos pronto.