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ArribaAbajo ¡Bravo Sánchez!

Juan Cancio


He referido más de una vez los argumentos de El pasado y Los derechos de la salud, con el deseo de transmitir la profunda emoción que en su hora me produjeron esas dos producciones -las últimas- de Florencio Sánchez.

No sé si habré logrado el noble intento; no sé si habré sido creído -aunque presumo que en algún espíritu selecto, el de Belisario Arana, por ejemplo, hablaba con él esta mañana-, ha quedado cierta curiosa inquietud respecto del joven autor.

Algo se conquista, a fuerza de sinceridad y de entusiasmo, por medio de esa propaganda ingenua de la conversación, en la que también se corre el riesgo de fracasar ante el gesto de los desdeñosos o la mueca de los incrédulos, cuando el propagandista no ha hecho un libro, ni adquirido un título, ni alcanzado un éxito -siquiera mediocre-, por esfuerzo continuado o espontánea manifestación.

Muy feliz me consideraría si al volver a la escena aquellas obras de Sánchez, descubriese yo en la sala algunos espectadores que se hallasen allí por cuenta de mis referencias y de mis crónicas verbales.

La última noche de Los derechos de la salud, mientras el telón subía y bajaba entre las aclamaciones del público, yo buscaba ansiosamente a nuestros hombres de letras, a nuestros aficionados, a nuestros críticos, y me preguntaba, al no verlos, con qué derecho se pretenden tales, cuando no   —60→   son capaces de ir a rendirse frente a un triunfo indiscutible del talento, frente a la primera prueba real de gran teatro verdadero, concebido y ejecutado amplia y definitivamente por una inteligencia bien nuestra.

¿Es que no hay solidaridad intelectual, o es que cuesta mucho admirar y aplaudir todavía en Buenos Aires? Lo primero podría ser consecuencia de lo segundo; pero también podría ser explicación y causa.

Era muy común considerar a Sánchez como un feliz autor de primeros actos; pero El Pasado y Los derechos de la salud, son obras perfectas en su plan y en su desarrollo, notándose que el mismo soplo inspirador mueve la primera y la última escena y produce el desarrollo principal de las piezas. Era igualmente muy común la idea de que Sánchez se desprendería con dificultad de su teatro primero, del ambiente asfixiante y del medio bajo o torpe de sus producciones anteriores; pero en éstas ha levantado todo por igual -nivel y lenguaje- sin incurrir en una sola vulgaridad, en una sola disonancia, en una sola falta de gusto.

Todo esto no se obtiene sino por el único medio legítimo de triunfar: el talento; todo esto no se alcanza sino por el único procedimiento capaz de llevar a la victoria: el trabajo.

¡Bravo Sánchez!