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ArribaAbajo Charlas de un montevideano1

Samuel Blixen


¡Hossanah!... ¡Hossanah!... La obra robusta y hermosa, que desde hace tanto tiempo prometía el talento de Florencio Sánchez, ha venido por fin. La dramaturgia nacional cuenta, desde anoche, con una producción digna del más alto encomio, y que puede afrontar, serena y tranquila, el juicio de los públicos más severos... No hablo así sugestionado por el tronar de los aplausos inacabables, ni por el estrépito de las aclamaciones entusiastas, ni por el número extraordinario de las llamadas a escena. Otros dramas de Sánchez obtuvieron quizás el mismo favor, pero ninguno, hasta ahora, me había causado una impresión personal tan intensa y profunda... En todos encontraba algo que reprochar la índole crítica de mis aficiones teatrales, y sin desconocer en el joven y valiente autor, excepcionales condiciones para la escena, al constatar la seguridad de su instinto en materia de efectos y de recursos, muchas veces tuve que limitar el elogio, deplorando la evidente falsedad o la exagerada audacia de ciertas «tesis», por él sostenidas, con un inmenso talento digno de ponerse al servicio de ideas menos pueriles... No conozco Nuestros hijos; pero en todas las obras anteriores, notaba fallas, lagunas, puntos débiles, y, sobre todo, advertía un evidente artificio en la manera de solucionar los problemas sociales o psicológicos, abordados, siempre, eso sí, con una laudable valentía... El pensamiento de la obra era franco y honrado, pero los procedimientos escénicos, por medio de los cuales se desarrollaba ante el público, carecían muchas veces de esa honesta sinceridad...   —62→   Sánchez se mostraba, desde los comienzos, demasiado hábil, dueño en demasía de todas las ficelles, más o menos autorizadas, del arte en que tanto renombre ha de conseguir. Pero la obra estrenada anoche, tiene el mérito de ser fuerte y sana por la dolorosa verdad de su tisis, y maravillosamente bella, desde el principio hasta el fin, por la perfección de su forma. Es, en mi humilde opinión, la obra de un maestro, y no sé quién en la hora presente, y hállese donde se halle, es capaz de escribir nada mejor. Bernstein y Hervieu han obtenido la celebridad con dramas que no superan, bajo ningún concepto, al que anoche aclamó un público delirante. Idea fundamental novedosa, clara y exacta; argumento sobrio y lleno de interés; originalidad en las situaciones; riqueza de observación psicológica: caracteres lógicos y bien trazados; acción rápida y segura; diálogo admirable por la naturalidad, el colorido, y la elocuencia... todo eso hay en Los derechos de la salud. Producción modernísima por su tendencia doctrinaria, casi clásica, resulta por la sencillez de sus recursos y la sobriedad de su belleza. Está impregnada de ese optimismo despiadado y cruel que Nietzsche ha inculcado en las almas contemporáneas, y que da razón hasta a las mismas perversidades de la vida. El médico dice a Roberto, en el último acto, una frase profunda: «¡Deja que obre el mal!». De ese mal han de surgir los bienes del futuro, gracias a la renovación fatal, constante y consoladora, que se produce en las razas, en los sucesos, en la naturaleza entera... La misma muerte engendra. Es una transmutación. El cadáver se deshace: mañana será gusano, después mariposa, más tarde flor, quizás. Del mismo modo los afectos que se mueren se transforman también: a amores viejos suceden nuevos amores, y ninguno de los preciosos jugos de la vida, se pierde o se volatiliza para siempre en los alambiques del alma... «¡Dolor, no eres eterno!... ¡Oh, mal! ¡No duras siempre!», clamaba el creyente cantor de la duda, y Sánchez, con menos ampulosidad y más precisión, afirma que «Los inconsolables caen bajo el dominio de la patología»... Sí: son enfermos, y tristes enfermos por cierto, los que se niegan a aceptar las compensaciones que la vida,   —63→   siempre generosa, ofrece a todos los dolores y a todas las miserias. No hay herida, por profunda que sea y por enconada que esté, que no pueda y no «deba», curarse... La felicidad no es un privilegio: es una «obligación» para los que alcanzan a comprender el significado superior de la existencia, desde que, por desgracia, y en la generalidad de los casos hay que comenzar por ser feliz para llegar a ser bueno... En su eterna peregrinación a través del Tiempo, la caravana humana va dejando el tendal de rezagados: son los débiles, los enclenques, los ineptos. Los fuertes, los robustos, los aptos siguen su camino, sin volver hacia atrás los ojos, sin atender a las súplicas de los que sucumben... Dura es la ley, pero esa es la ley. Y tal la denuncia Sánchez en un drama familiar, cuyos incidentes vulgares en apariencia abren grandes ventanales sobre los campos de la nueva moral. Hay un diálogo, en el tercer acto, entre Roberto y el doctor Ramos, cuya intensidad sólo sabría explicar, valiéndome de una frase de mi amigo Valencia, el célebre poeta colombiano: -«Es formidable como un choque de acorazados». Alto es el pensamiento y bella la expresión: ¿qué más se puede pedir? En el primer acto hay también una admirable escena en que se expone el carácter de la protagonista, y en el segundo está la escena capital de la obra -la escena en que Luisa se convence de que Roberto ama a Renata-, que me atrevo a colocar entre las más patéticas e inspiradas que hayan brotado jamás de pluma contemporánea. Para ser justo, debo confesar que la comedia fue anoche interpretada con tanto cariño como acierto; que la señorita Gámez se ha revelado una actriz dramática de primer orden, eficacísima siempre, inspirada en los momentos culminantes; que la señora Sala ha dado mucho colorido y realce al papel de Renata, y que Tallaví se ha mostrado el gran artista, sobrio, sincero y de buena fe que exigía esta comedia de un corte tan nuevo y de una tendencia tan avanzada. Tallaví, que es moderno hasta la médula, que ama en el teatro todo lo que es fuerza, verdad y honradez, debe haberse sentido como el pez en el agua dentro de esta feliz creación escénica que dará renombre a Florencio   —64→   Sánchez, y que dentro de pocos meses veremos representar, de seguro, en las principales escenas europeas... ¡Ah! ¡Si fuera posible enviar a Sánchez, al viejo mundo, pensionándolo para que allí trabajara tranquilo durante tres o cuatro años!... ¡El país podría hacer ese pequeño sacrificio, para proporcionarse el lujo de contar, dentro de poco, con un hijo universalmente célebre!...