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ArribaAbajo Florencio Sánchez

Joaquín de Vedia


Si en el teatro no hubiera espectadores, ni «llamadas», ni críticos, ni actrices (!), ni nada más que el escenario, la obra representada ante el propio autor solo, y cómicos prontos a marcharse en cuanto su mandato terminara, sin hablar con el dramaturgo para felicitarlo y decirle que lo creen tan grande como Shakespeare y como Vital Aza -Florencio Sánchez sería autor dramático, lo mismo que es ahora, entre muchedumbre, aclamaciones, zalamerías y elogios.

No conozco ningún comediógrafo, -verdad es que conozco muy pocos-, más indiferente al éxito inmediato de las propias creaciones. En el estreno de su primera pieza «seria», asistió a la representación apoyado en la segunda bambalina, sin hacer un gesto que no le fuera habitual, sonriendo cuando el aplauso sonaba y sonriendo cuando el aplauso esperado no venía. Aquella noche debió fumar el mismo número de cigarrillos que la noche anterior. Al día siguiente de otros estrenos menos felices, le he visto tan impasible, tan impávido como después de las veladas triunfales. No pone en ninguna obra más esperanzas ni más amor propio que en otra cualquiera. Da en el género que aborda cuanto tiene y lo mejor que puede. Lo que da es invariablemente suyo; mejor dicho, del otro, de ese autor que vive en él, que se reveló en él, antes de que él fuera al teatro, conociera autores, actores, comedias; supiera, en fin, «lo que es eso». No le obsede la preocupación de plantar su bandera más alta que las banderas de los demás; ni corre la carrera de los   —70→   carteles, que es en sustancia la carrera de la vulgaridad. Hace teatro, simple, espontánea, insensiblemente, porque comenzó a hacerlo, porque ha de seguir haciéndolo, porque si algún día no lo quiere ya, le «saldrá» siempre teatro todo lo que haga.

¡Un autor dramático que no responde a la emulación de las victorias ajenas, es un ejemplo raro en nuestros tiempos! La escena se ha envilecido mucho, y la vocación mengua en las peregrinaciones que la toman por Norte de sus derroteros. El propósito especulativo, el exhibicionismo, el exitismo, la asedian y la rinden. Para ir a ella por pura obediencia a su genio, es necesario tener coraje y ser digno de ese genio. Sánchez no vacila en contrariar las corrientes; ha revelado capacidad mecánica o técnica para desenvolverse dentro de todos los moldes de las dos máscaras, y sin embargo afirma sus predilecciones, su tendencia personal, su visión propia, su voluntad, opuesta a las conformidades y tolerancias del medio. Y triunfa, porque el genio del teatro está con él, va hacia él, como va hacia el acero el imán que lo arrebata.