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ArribaAbajo La obra de Florencio Sánchez

Raúl Montero Bustamante


Lo que hay de admirable, sobre todo, en la obra de Florencio Sánchez, no es el argumento, ni la trama, ni el análisis de ambiente y de caracteres, elementos todos indispensables para la creación dramática, pero que Sánchez llegará a dominar con mayor maestría cuando el estudio y el tiempo modelen definitivamente su espíritu. Lo que hay que admirar, sobre todo, en su obra, es la intensidad y la eficacia, dos virtudes madres que hacen al dramaturgo y sin las cuales no hay para que perder tiempo en escribir para el teatro.

La preceptiva dramática, el conocimiento de la escena y de sus mil recursos, el dominio de todos esos elementos puramente objetivos que concurren al éxito del drama, todo hombre medianamente inteligente puede adquirirlos, aplicándose a la observación y al estudio. Pero estas dos virtudes madres son elementos subjetivos que sólo puede ponerlos en juego el que los lleva dentro del espíritu.

Sánchez posee ambas cualidades en forma personalísima. Desde sus primeros pasos literarios lo demostró claramente. Las situaciones más sencillas, las palabras más llanas, las figuras más vulgares, los sentimientos más corrientes, toman en su obra maravilloso relieve y elocuencia. Aún falseada la realidad, este fuerte temperamento artístico halla medio de encontrar la palabra precisa, la actitud justa, la situación necesaria que ha de provocar en el alma colectiva que anima a toda sala de espectáculos, la emoción estética honda y perdurable.

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Fuera de estos dos elementos esencialísimos y fundamentales, hay en la obra del dramaturgo oriental una honrada tendencia hacia la simplicidad y el realismo, que a menudo crea escena de tan cruda verdad que la idealidad desaparece frente a la vida transportada sumariamente al teatro. Pero estas caídas que suelen angustiar por lo crueles, están admirablemente engarzadas en la obra, donde una concepción general de la vida, un poco romántica, la mantiene constantemente ajustada al diapasón de una discreta idealidad.

Por lo demás, Sánchez modela con maestría los elementos psicológicos del drama: espíritus, pasiones, sentimientos, emociones, en sus manos cobran animación y vida, forman personalidad, constituyen acción y chocan, se funden o se rechazan. La acción que rige este mundo moral y lo sujeta al mundo físico, es sabia y segura; el medio en que se mueven los personajes es tomado de la realidad ambiente.

La forma en que Sánchez realiza sus creaciones es sobria, primitiva a veces a fuerza de desnudar el concepto, salvaje otras en su audaz realismo, pero siempre llena de vigorosa y sana belleza.

Con Florencio Sánchez, renace la literatura dramática uruguaya, cuya breve tradición sólo reconoce las vacilantes tentativas de los escritores románticos del siglo pasado y las obras llenas de fuerza y belleza de Samuel Blixen, a quien bien puede dársele el nombre de maestro.