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Nosotros. Tomo II, núm. 10-11, mayo-junio de 1908

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ArribaAbajo Los colegas

Alfredo A. Bianchi


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Los colegas, quinta obra de Concurso Labardén (¿y aún se habla del Concurso Labardén?), estrenada hace apenas dos meses, es presentada hoy por la Dirección de Nosotros al veredicto de sus lectores.

De las cinco obras conocidas hasta ahora de éste, por muchas causas, célebre Concurso, Los colegas es, indudablemente, sino la mejor, por lo menos la única que, junto con El fruto sano, resiste a una crítica un poco severa.

El éxito obtenido por esta pieza la noche de su primera representación, es muy digno de tenerse en cuenta dadas las deplorables condiciones en que se la presentara. En efecto, desconfiando de su teatralidad, la compañía del Teatro Moderno, parece que se hubiera propuesto hacerla fracasar. Siendo, de todas las obras que ella ha puesto en escena, la que más necesitaba de un primer actor, fue la única en que no trabajó el primer actor de la compañía. No se ensayó, nos consta, más que dos veces. Ninguno de los artistas se sabía su papel. Substituyose el texto con palabras improvisadas, a veces incorrectas y hasta absurdas. Por otra parte, se efectuaron en el original, sin derecho y sin criterio alguno, innumerables cortes. Escenas íntegras fueron suprimidas. Nosotros la ofrece hoy, tal cual la escribiera su autor para que pueda evidenciarse la sinrazón de tales supresiones.

Y si a pesar de todas estas circunstancias desfavorables, la pieza triunfó, hay que convenir en que ello, se debió al mérito intrínseco de la obra.

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Los colegas es un drama intenso y sencillo, escrito con elegancia y vigor. Todo él abunda en efectos dramáticos de buena ley, presentando además, desde el principio al fin, una perfecta unidad en los caracteres.

El público sintió y pensó desde los primeros momentos con el autor, compenetrándose de la original idea, nervio de la obra, que aparte sus méritos artísticos, es también de una encomiable eficacia ética, lo que constatamos sin que esto importe una especial inclinación nuestra por las piezas moralizadoras.

Y ahora, juzgue el lector.



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