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Alberto Gerchunoff



Poesías de Manuel Machado

El nuevo volumen de este poeta comprende, a más del grupo de composiciones que publicara antes con el título de Alma, dos nuevas partes: Son Museo y Cantares. Estrofas y sonetos antiguos matizan el libro que el señor Unamuno prologa. El rector de Salamanca elogia a Machado. Lo halla jugoso y lleno de gracia y al hacer el análisis de su obra, afirma que, siendo por la fórmula modernista e influido por la escuela francesa, está más cerca de los clásicos, como lo estaba de Esquilo, Víctor Hugo a través de Dante y de Shakespeare. Considera también el señor Unamuno que Machado, como todo poeta auténtico, es una fuerza de la naturaleza pues su frescura, fuera de artificios pomposos, le da un aspecto de verdad profunda. Y en el mismo prefacio juzga en Machado al poeta más español.

Así es, en efecto. Sus paseos en las tardes galantes de Versalles, sus siluetas de porcelana, no le alejan del solar castellano ni le sacan del patio andaluz, bajo cuyas parras agobiadas de pesados racimos canta a la ágil morena en la copla vieja y sabrosa como los viejos vinos que sabían beber los enjutos hidalgos para sazonar empresas de gloria y lances de amor.

La España de los cantores o de los caballeros aparece en su magnificencia en este libro, uno de los mejores que han venido de la península y cuyo autor es con Villaespesa, Zayas y Diez Canedo   —261→   los que han dado un nuevo giro a la poesía española arrancándola de la vaciedad solemne de los académicos.

Pertenece Machado al grupo joven que ha roto los moldes añejos que sirvieron a Núñez de Arce para construir sus poemas somnolientos y al desventurado señor Emilio Ferrari sus estrofas sin vida a la sombra de las cuales floreciera el buen Federico Balart. Sus cantos, como los recitados musicales, son estudiados por todos los aficionados de las ruralidades que hallan en este flojo llorón, el ideal desbordante de su sentimentalismo.

A más de las cualidades intrínsecas de sus poesías, tiene Machado el mérito de haber contribuido a esa evolución iniciada en América por Rubén Darío. Dentro de esa misma evolución Machado resulta el más castizo de los poetas. No importa que describa la elegante trivialidad del Dieciocho Francés personificado en Florián:


Madrigalesco y eglógico
y cortesano, sabía
hacer la guerra entre encajes
y enamorar entre rimas
Sonriendo... Entonces era
la religión la sonrisa;
la ley, ser cortés; la moda
las pastoriles poesías...
Y Florián el mejor
de los cantores de Aminta...
Se sabe que Florián
le pegaba a su querida.

Donde su vigor se manifiesta amplio y sin esfuerzo es en las poesías evocadoras de la España antigua, fuerte, soberbia y admirable. Hace entonces cuadros de Velázquez. Pruébalo este soneto titulado Madrid Viejo:



Una plaza tranquila. Sol... Más de mediodía.
La blanca tapia de un convento... Una
fachada de palacio antiguo... Lerma... Osuna...
La seriedad del sitio corrige la alegría
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de la luz. Vana hierba entre las piedras crece.  5
Rejas -las viejas lanzas de los antepasados-
guardan los ventanales y balcones rodados
del caserón antiguo que tranquilo envejece.

Llegan las horas y las horas... Suena
una campana... Sale una mujer de luto.  10
Un mendigo la calle de un lado a otro pasa.

Es ciego. Su cayado en las losas resuena.
Un viejo de Ribera, avellanado, enjuto...
«Sea la paz de Dios en esta santa casa».

Es un magnífico lienzo, sobrio y preciso, Es en sus breves estrofas, en sus páginas fugaces, donde renace la España de los castillos y de los conquistadores, de la época en que la lanza del Cid no descansaba en el museo. Es Machado el poeta noble de ese tiempo que sabe condensar en el ritmo de sus versos preciosos el alma del rancio pasado y el espíritu de la Andalucía actual, las dos bellezas de España, la extinguida y la viva -aquella en las referencias del Campeador, los óleos oscuros, las hazañas de Minaya Alvar-Fáñez, y ésta en los cantares chillones de sol y chorreantes de mosto. Es también el más completo. Junto al poema Castilla -«polvo, sudor y hierro»- tiene madrigales de exquisita finura. No son los gimoteos tan peninsulares que gustaban a la musa de don Antonio Grilo. Su originalidad puede apreciarse por esta estrofa:


Y no será una noche
sublime de huracán, en que las olas
toquen los cielos... Tu barquilla leve
naufragará de día, un día claro
en que el mar esté alegre,
te matarán jugando. Es el destino
terrible de los débiles...
Mientras un sol espléndido
suba al zenit hermoso como siempre.

A Manuel Machado lo criticó sin mesura un grave académico. Rubén Darío le ha elogiado con entusiasmo.

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Estrofas, por Ricardo J. Catarineu

La poesía meditativa y filosófica tiene en Catarineu un cultor predilecto. Su antiguo abolengo se refresca en su pujante vigor. Catarineu, entregado a las mediocres tareas del periodismo, según su amable prologuista Manuel Bueno, encuentra energía aún para ocuparse en versos fluidos y bizarros de los males humanos. Su musa es buena. No tiene tiempo para acicalarse ante el espejo, ni rizarse la cabellera ni encubrir defectos sin remedio, con afeites externos. De ahí que a veces sorprendan en su lenguaje durezas o inelegancias de estilo. No es un poeta de forma. Se preocupa más de las ideas, generosas y dulces como su alma, que está diluida en todo el libro, fragante de bondad.