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Notas cervantinas


Arturo Marasso





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ArribaAbajoLa categoría del Amadís

Ab Iove principium (Bucólicas, III, 60). «Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el Cura: -Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen deste; y así, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin excusa alguna, condenar al fuego». Y, según lo que oyó decir el Barbero, «es el mejor de todos los libros de este género que se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar». Fue gran acierto de Cervantes empezar el escrutinio con el Amadís de Gaula. Seguía, quizá por intuición de su propio genio, el orden jerárquico de los dioses en el canto del pastor virgiliano.

Pero el cumplimiento de este precepto de Virgilio se debe más bien en Cervantes a la sugestión de Quintiliano. Cuando escribía los primeros capítulos del Quijote había leído las Instituciones oratorias. El donoso escrutinio, guarda relación con el catálogo razonado de autores del libro X de las Instituciones. El retórico latino sugirió a Cervantes este examen crítico de obras. «Como Arato cree que debe comenzar por Júpiter, así me parece que nosotros debemos empezar, según la norma, por Homero. Porque como él mismo dice que las fuentes y ríos tienen su principio en el Océano, podemos decir que sirvió de ejemplo y de modelo   -282-   a todas las partes de la elocuencia. Nadie lo ha superado...». Cervantes levó a Quintiliano en el texto latino o en la traducción italiana de Toscanella (Venecia, 1566), traducción que quizá lleve comentarios en el margen. En la dedicatoria de la versión del Arte Poética de Horacio, escribe Villen de Biedma: «Lo postrero en orden de todas las obras de Horacio es el Arte Poética, que no sin misterio tiene ese lugar; pues (como V. m. sabe), las cosas que ordenan los hombres discretos, no son acaso, sino con prudencia y acuerdo». Varón discreto. Cervantes puso, no sin misterio, el Amadís en el comienzo del donoso escrutinio; y no sin menos misterio coronó el capítulo poniendo la postrera, en orden de todas las obras. Las Lágrimas de Angélica, de Barahona de Soto -su amigo- «porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo».

El Diálogo de la lengua, escrito en 1535 y que se publicó por primera vez en 1737, cuyo autor, según se cree, es Juan de Valdés, aunque va por cauces tan ajenos a las meditaciones de este místico, imita con raro acierto a Quintiliano, mejor dicho lo acepta como modelo, en el índice crítico de autores españoles que tiene la misma finalidad práctica que el de las Instituciones oratorias. Habrá que considerar en adelante a Quintiliano entre las fuentes principales del Diálogo de la lengua. El autor de esta elegante y erudita obra no se olvidó de comenzar su catálogo por el más famoso poeta de España, según el juicio del primer tercio del siglo XVI, por Juan de Mena: «de los que han escrito en metro, dan todos la palma a Juan de Mena».




ArribaLa aventura de los leones

Para escribir la Aventura de los leones, Cervantes se documentó en la Historia natural de Plinio. Se sirvió de la traducción de Huerta, Madrid, 1599; cito de la edición 1624, tomo I, página 373. Dice Plinio: «Conócese su generosidad [la del león] principalmente en los peligros; no sólo en que despreciando los dardos que ve delante, con sólo el espanto y temor que pone, se defiende mucho tiempo, y parece poner a todos   -283-   por testigos que si hace daño es forzado». Abierta la puerta de la jaula, por el leonero, la fiera, entre otras demostraciones, «miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad». Don Quijote, que era la misma temeridad, «lo miraba atentamente». «Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas... se volvió al echar en la jaula». Quiso pues el león defenderse de don Quijote con «sólo el espanto y el temor que pone». «Si hace daño, dice Plinio, es forzado». Don Quijote, ante el desprecio del león, «mandó al leonero que le diese de palos y le irritase para echarle fuera». Quiere, pues, forzarlo. Hasta aquí, el proceso que nos presenta Plinio, está debidamente seguido por Cervantes. ¿Qué sucederá cuando el leonero dé de palos al león? Continuemos con la cita de Plinio: «Habiéndole herido, nota, con maravillosa advertencia, a quien le hirió, y entre cualquier muchedumbre de gente que esté no acomete a otro sino a él». Si el leonero hostiga al león, será a él a quien el león acometa y no a don Quijote, según nos dice Plinio. Al mandato de don Quijote: «Eso no haré yo -respondió el leonero-; porque si yo le instigo, el primero a quien hará pedazos será a mí mismo». La autoridad de Plinio nos muestra que la aventura de los leones es perfectamente lógica y verosímil. Afortunadamente, don Quijote ignoraba este pasaje del libro VIII de la Historia natural.





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