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Novela de la Señora Cornelia

Miguel de Cervantes Saavedra





  -fol. 212r-     —69→  

Don Antonio de Ysunça y don Iuan de Gamboa1, caualleros principales de vna edad, muy discretos y grandes amigos, siendo estudiantes en Salamanca, determinaron de dexar sus estudios por yrse a Flandes, lleuados del heruor de la sangre moça y del desseo, como dezirse suele, de ver mundo, y por parecerles que el exercicio de las armas, aunque arma y dize bien a todos, principalmente assienta y dize mejor en los bien nacidos y de illustre2 sangre.

Llegaron, pues, a Flandes, a tiempo que estauan las cosas en paz, o en conciertos y tratos de tenerla presto. Recibieron en Amberes cartas de sus padres, donde les escriuieron el grande enojo que auian recebido por auer dexado sus estudios sin auisarselo, para que huuieran venido con la   -fol. 212v-   comodidad que pedia el ser quien eran. Finalmente, conociendo la pesadumbre de sus padres, acordaron de boluerse a España, pues no auia que hazer en Flandes, pero, antes de boluerse, quisieron ver todas las mas famosas ciudades de Italia; y, auiendolas visto todas, pararon en Bolonia,   —70→   y admirados de los estudios de aquella insigne vniuersidad, quisieron en ella proseguir los suyos. Dieron noticia de su intento a sus padres, de que se holgaron infinito, y lo mostraron con proueerles magnificamente y de modo que mostrassen en su tratamiento quien eran y que padres tenian. Y desde el primero dia que salieron a las escuelas, fueron conocidos de todos por caualleros, galanes, discretos y bien criados.

Tendria don Antonio hasta veynte y quatro años, y don Iuan no passaua de veynte y seys, y adornauan esta buena edad con ser muy gentileshombres, musicos, poetas, diestros y valientes, partes que los hazian amables y bien queridos de quantos los comunicauan. Tuuieron luego muchos amigos, assi estudiantes españoles, de los muchos que en aquella vniuersidad cursauan, como de los mismos de la ciudad y de los estrangeros. Mostrauanse con todos liberales y comedidos, y muy agenos de la arrogancia que dizen que suelen tener los españoles. Y como eran moços y alegres, no se desgustauan3 de tener noticia de las hermosas de la ciudad: y aunque auia muchas señoras donzellas y casadas con gran4 fama de ser honestas y hermosas, a todas se auentajaua la señora Cornelia Bentibolli, de la antigua y generosa familia de los Bentibollis, que vn tiempo fueron señores de Bolonia5. Era Cornelia   —71→   hermosissima en estremo, y estaua debaxo de la guarda y amparo de Lorenço Bentibolli, su hermano, honradissimo y valiente cauallero, huerfanos de padre y madre; que aunque los dexaron solos, los dexaron ricos, y la riqueza es grande aliuio de   -fol. 213r-   horfanidad.

Era el recato de Cornelia tanto, y la solicitud de su hermano tanta en guardarla, que ni ella se dexaua ver, ni su hermano consentia que la viessen. Esta fama traian6 desseosos a don Iuan y a don Antonio de verla, aunque fuera en la yglesia. Pero el trabajo que en ello pusieron fue en ualde7, y el desseo, por la impossibilidad, cuchillo de la esperança, fue menguando; y assi, con solo el amor de sus estudios y el entretenimiento de algunas honestas mocedades, passauan vna vida tan alegre como honrada. Pocas vezes salian de noche, y si salian, yuan juntos y bien armados.

Sucedio, pues, que auiendo de salir vna noche, dixo don Antonio a don Iuan que el se queria quedar a rezar ciertas deuociones, que se fuesse, que luego le seguiria.

«No ay para que», dixo don Iuan, «que yo os aguardaré, y si no salieremos esta noche, importa poco.»

«No, por vida vuestra», replicó don Antonio, «salid a coger el ayre, que yo sere luego con vos, si es que vays por donde solemos yr.»

«Hazed vuestro gusto», dixo don Iuan, «quedaos   —72→   en buenora, y, si salieredes, las mismas estaciones andare esta noche que las passadas.»

Fuesse don Iuan, y quedose don Antonio. Era la noche entre escura, y la hora las onze; y, auiendo andado dos o tres calles, y viendose solo y que no tenia con quien hablar, determinó boluerse a casa, y poniendolo en efeto, al passar por vna calle que tenia portales sustentados en marmoles, oyo que de vna puerta le ceceauan. La escuridad de la noche, y la que causauan los portales, no le dexauan atinar al ceceo.

Detuuose vn poco, estuuo atento, y vio entreabrir vna puerta; llegose a ella, y oyo vna voz baxa que dixo: «¿Soys, por ventura, Fabio?»

Don Iuan, por si o por no, respondio: «Si.»

«Pues tomad», respondieron de dentro, «y ponedlo en cobro, y bolued luego, que importa.»

Alargó la mano don Iuan y topó vn bulto, y, queriendolo tomar, vio que eran   -fol. 213v-   menester las dos manos, y assi le huuo de assir8 con entrambas; y apenas se le dexaron en ellas, quando le cerraron la puerta, y el se halló cargado en la calle y sin saber de que. Pero casi luego començo a llorar vna criatura, al parecer recien9 nacida, a cuyo lloro quedó don Iuan confuso y suspenso, sin saber que hazerse, ni   —73→   que corte dar en aquel caso, porque en boluer a llamar a la puerta, le parecio que podia correr algun peligro cuya era la criatura, y en dexarla alli, la criatura misma; pues el lleuarla10 a su casa, no tenia en ella quien la remediasse, ni el conocia en toda la ciudad persona adonde poder lleuarla. Pero viendo que le auian11 dicho que la12 pusiesse en cobro, y que boluiesse luego, determinó de traerla a su casa y dexarla en poder de vna ama que los seruia, y boluer luego a ver si era menester su fauor en alguna cosa, puesto que bien auia visto que le auian tenido por otro y que auia sido error darle a el la criatura. Finalmente, sin hazer mas discursos, se vino a casa con ella, a tiempo que ya don Antonio no estaua en ella. Entrose en vn aposento y llamó al ama, descubrio la criatura, y vio que era la mas hermosa que jamas huuiesse visto. Los paños en que venia embuelta, mostrauan ser de ricos padres nacida. Desemboluiola el ama, y hallaron que era varon.

«Menester es», dixo don Iuan, «dar de mamar a este niño, y ha de ser desta manera: que vos, ama, le aueys de quitar estas ricas mantillas y ponerle otras mas humildes, y, sin dezir que yo le he traydo, la aueys de lleuar en casa de vna partera, que las tales siempre suelen dar recado y remedio a semejantes necessidades; lleuareys dineros con que la dexeys   —74→   satisfecha, y dareysle los padres que quisieredes, para encubrir la verdad de auerlo yo traydo.»

Respondio el ama que assi lo haria, y don Iuan, con la priessa que pudo, boluio a ver si le ceceauan otra vez; pero vn poco antes que llegasse a la casa adonde   -fol. 214r-   le auian llamado, oyo gran ruydo de espadas, como de mucha gente que se acuchillaua.

Estuuo atento, y no sintio palabra alguna; la herreria era a la sorda, y, a la luz de las centellas que las piedras, heridas de las espadas, leuantauan, casi pudo ver que eran muchos los que a vno solo acometian, y confirmose en esta verdad oyendo dezir:

«¡A, traydores, que soys muchos y yo solo; pero con todo esso no os ha de valer vuestra supercheria!»

Oyendo y viendo lo qual don Iuan, lleuado de su valeroso coraçon, en dos brincos se13 puso al lado, y, metiendo mano a la espada y a vn broquel que lleuaua, dixo al que defendia, en lengua italiana, por no ser conocido por español:

«No temays, que socorro os ha venido, que no os faltará hasta perder la vida; menead los puños, que traydores pueden poco, aunque sean muchos.»

A estas razones respondio vno de los contrarios:

«Mientes, que aqui no ay ningun traydor,   —75→   que el querer cobrar la honra perdida, a toda demasia da licencia.»

No le habló mas palabras, porque no les daua lugar a ello la priessa que se dauan a herirse los enemigos, que, al parecer de don Iuan, deuian de ser seys. Apretaron tanto a su compañero, que de dos estocadas que le dieron a vn tiempo en los pechos, dieron con el en tierra.

Don Iuan creyo que le auian muerto, y con ligereza y valor estraño se puso delante de todos, y los hizo arredrar a fuerça de vna lluuia de cuchilladas y estocadas. Pero no fuera bastante su diligencia para ofender y defenderse, si no le ayudara la buena suerte con hazer que los vezinos de la calle sacassen lumbres a las ventanas y a grandes vozes llamassen a la justicia; lo qual, visto por los contrarios, dexaron la calle y a espaldas bueltas se ausentaron.

Ya en esto se auia leuantado el caydo, porque las estocadas hallaron vn peto, como de diamante, en que toparon. Auiasele caydo a don Iuan el sombrero en la refriega, y buscandole,   -fol. 214v-   halló otro, que se puso acaso, sin mirar si era el suyo o no.

El caydo se llegó a el y le dixo:

«Señor cauallero, quien quiera que seays, yo confiesso que os deuo la vida que tengo, la qual, con lo que valgo y puedo, gastaré a vuestro seruicio; hazedme merced de dezirme quien soys, y vuestro nombre, para que yo sepa a quien tengo de mostrarme agradecido.»

  —76→  

A lo qual respondio don Iuan:

«No quiero ser descortes, ya que soy desinteressado. Por hazer, señor, lo que me pedis, y por daros gusto solamente, os digo que soy vn cauallero español y estudiante en esta ciudad; si el nombre os importara saberlo, os le dixera; mas por si acaso os quisieredes seruir de mi en otra cosa, sabed que me llamo don Iuan de Gamboa.»

«Mucha merced me aueys hecho», respondio el caydo, «pero yo, señor don Iuan de Gamboa, no quiero deziros quien soy, ni mi nombre, porque he de gustar mucho de que lo sepays de otro que de mi, y yo tendre cuydado de que os hagan sabidor dello.»

Auiale preguntado primero don Iuan si estaua herido, porque le auia visto dar dos grandes estocadas, y auiale respondido que vn famoso peto, que traia puesto, despues de Dios le auia defendido; pero que, con todo esso, sus enemigos le acabaran, si el no se hallara a su lado.

En esto vieron venir hazia ellos vn vulto de gente, y don Iuan dixo:

«Si estos son los enemigos que bueluen, apercebios, señor, y hazed como quien soys.»

«A lo que yo creo, no son enemigos, sino amigos los que aqui vienen», y assi fue la verdad, porque los que llegaron, que fueron ocho hombres, rodearon al caydo y hablaron con el pocas palabras, pero tan calladas y secretas, que don Iuan no las pudo oyr.

  —77→  

Boluio luego el defendido a don Iuan, y dixole: «A no auer venido estos amigos, en ninguna manera, señor don Iuan, os dexara hasta que acabarades de ponerme en saluo; pero aora os suplico, con todo encarecimiento, que os vays   -fol. 215r-   y me dexeys, que me importa.»

Hablando esto, se tento la cabeça, y vio que estaua sin sombrero, y boluiendose a los que auian venido, pidio que le diessen vn sombrero, que se le auia caydo el suyo.

Apenas lo huuo dicho, quando don Iuan le puso el que auia hallado en la cabeça.

Tentole el caydo, y boluiendosele a don Iuan, dixo: «Este sombrero no es mio; por vida del señor don Iuan, que se le lleue por trofeo desta refriega, y guardele, que creo que es conocido.»

Dieronle otro sombrero al defendido, y don Iuan, por cumplir lo que le auia pedido, passando otros algunos, aunque breues comedimientos, le dexó sin saber quien era, y se vino a su casa, sin querer llegar a la puerta donde le auian dado la criatura, por parecerle que todo el barrio estaua despierto y alborotado con la pendencia.

Sucedio, pues, que boluiendose a su posada, en la mitad del camino encontro con don Antonio de14 Ysunça, su camarada, y conociendose, dixo don Antonio:

«Bolued conmigo, don Iuan, hasta aqui arriba, y en el camino os contare vn estraño cuento   —78→   que me ha sucedido, que no le aureys oydo tal en toda vuestra vida.»

«Como essos cuentos os podre contar yo», respondio don Iuan, «pero vamos donde quereys, y contadme el vuestro.»

Guió don Antonio, y dixo:

«Aueys de saber que, poco mas de vna hora despues que salistes de casa, sali a buscaros, y no treynta pasos15 de aqui, vi venir, casi a lo encontrarme, vn vulto negro de persona, que venia muy aguijando; y llegandose cerca, conoci ser muger en el habito largo, la qual, con voz interrumpida16 de sollozos17 y de suspiros, me dixo:

«¿Por ventura, señor, soys estrangero, o de la ciudad?»

«Estrangero soy, y español», respondi yo.

Y ella: «¡Gracias al cielo, que no quiere que muera sin sacramentos!»

«¿Venis herida, señora», repliqué yo, «o traeys algun mal de muerte?»

«Podria ser que el que traygo lo fuesse, si presto no se me da remedio. Por la cortesia que   -fol. 215v-   siempre suele reynar en los de vuestra nacion, os suplico, señor español, que me saqueys destas calles y me lleueys a vuestra posada con la mayor priessa que pudieredes, que alla, si gustaredes dello, sabreys el mal que lleuo, y quien soy, aunque sea a costa de mi credito.»

  —79→  

Oyendo lo qual, pareciendome que tenia necessidad de lo que pedia, sin replicarla mas, la assi18 de la mano, y por calles desuiadas la lleué a la posada. Abriome Santisteuan el page, hizele que se retirasse, y, sin que el la viesse, la lleué a mi estancia, y ella, en entrando, se arrojó encima de mi lecho desmayada. Llegueme a ella, y descubrila el rostro, que con el manto traia19 cubierto, y descubri en el la mayor belleza que humanos ojos han visto; sera a mi parecer de edad de diez y ocho años, antes menos, que mas. Quedé suspenso de ver tal estremo de belleza. Acudi a echarle vn poco de agua en el rostro, con que boluio en si, suspirando tiernamente. Y lo primero que me dixo fue: «¿Conoceysme, señor?»

«No», respondi yo, «ni es bien que yo aya tenido ventura de auer conocido tanta hermosura.»

«Desdichada de aquella», respondio ella, «a quien se la da el cielo para mayor desgracia suya; pero, señor, no es tiempo este de alabar hermosuras, sino de remediar desdichas; por quien soys que me dexeys aqui encerrada, y no permitays que ninguno me vea, y bolued luego al mismo lugar que me topastes, y mirad si riñe alguna gente, y no fauorezcays a ninguno de los que riñeren, sino poned paz, que qualquier daño de las partes ha de resultar en acrecentar el mio.»

  —80→  

Dexola encerrada, y vengo a poner en paz esta pendencia.

«¿Teneys mas que dezir, don Antonio?», preguntó don Iuan.

«¿Pues no os parece que he dicho harto», respondio don Antonio, «pues he dicho que tengo debaxo de llaue, y en mi aposento, la mayor belleza que humanos ojos han visto?»

«El caso es estraño sin duda», dixo don Iuan, «pero oyd   -fol. 216r-   el mio»; y luego le conto todo lo que le auia sucedido, y como la criatura que le auian dado estaua en casa en poder de su ama, y la orden que le auia dexado de mudarle las ricas mantillas en pobres, y de lleuarle adonde le criassen, o a lo menos socorriessen la presente necessidad.

Y dixo mas, que la pendencia que el venia a buscar, ya era acabada y puesta en paz; que el se auia hallado en ella; y que, a lo que el imaginaua, todos los de la riña deuian de ser gentes de prendas y de gran valor.

Quedaron entrambos admirados del sucesso de cada vno, y con priessa se boluieron a la posada, por ver lo que auia menester la encerrada.

En el camino dixo don Antonio a don Iuan, que el auia prometido a aquella señora que no la dexaria ver de nadie, ni entraria en aquel aposento sino el solo, en tanto que ella no gustasse de otra cosa.

«No importa nada», respondio don Iuan, «que no faltará orden para verla, que ya lo   —81→   desseo en estremo, segun me la aueys alabado de hermosa.»

Llegaron en esto, y a la luz que sacó vno de tres pages que tenian, alçó los ojos don Antonio al sombrero que don Iuan traia, y viole resplandeciente de diamantes; quitosele, y vio que las luzes salian de muchos que en vn cintillo riquissimo traia20. Miraronle y remiraronle entrambos, y concluyeron que, si todos eran finos, como parecian, valia mas de doze mil ducados.

Aqui acabaron de conocer ser gente principal la de la pendencia, especialmente el socorrido de don Iuan, de quien se acordo auerle dicho que truxesse el sombrero y le guardasse, porque era conocido.

Mandaron retirar los pages, y don Antonio abrio su aposento, y halló a la señora sentada en la cama, con la mano en la mexilla, derramando tiernas lagrimas.

Don Iuan, con el desseo que tenia de verla, se assomó a la puerta tanto quanto pudo entrar la cabeça, y al punto la lumbre de los diamantes dio en los ojos de la que lloraua, y   -fol. 216v-   alçandolos, dixo: «Entrad, señor duque, entrad; ¿para que me quereys dar con tanta escaseza21 el bien de vuestra vista?»

A esto dixo don Antonio: «Aqui, señora, no ay ningun duque que se escuse de veros.»

«¿Como no?», replicó ella, «el que alli se   —82→   assomó aora es el duque de Ferrara, que mal le puede encubrir la riqueza de su sombrero.»

«En verdad, señora, que el sombrero que vistes no le trae ningun duque; y si quereys desengañaros con ver quien le trae, dadle licencia que entre.»

«Entre enorabuena», dixo ella, «aunque, si no fuesse el duque, mis desdichas serian mayores.»

Todas estas razones auia oydo don Iuan, y viendo que tenia licencia de entrar, con el sombrero en la mano entró en el aposento, y assi como se le puso delante, y ella conocio no ser quien dezia el del rico sombrero, con voz turbada y lengua presurosa, dixo:

«¡Ay desdichada de mi!, señor mio, dezidme luego, sin tenerme mas suspensa: ¿conoceys el dueño desse sombrero?, ¿donde le dexastes, o como vino a vuestro poder? ¿es viuo por ventura? o ¿son essas las nueuas que me embia de su muerte? ¡Ay bien mio!; ¿que sucessos son estos? ¡Aqui veo tus prendas! aqui me veo sin ti encerrada, y en poder que, a no saber que es de gentileshombres españoles, el temor de perder mi honestidad, me huuiera quitado la vida.»

«Sossegaos, señora», dixo don Iuan, «que ni el dueño deste sombrero es muerto, ni estays en parte donde se os ha de hazer agrauio alguno, sino seruiros con quanto las fuerças nuestras alcançaren, hasta poner las vidas por defenderos y ampararos, que no es bien que os   —83→   salga vana la fe que teneys de la bondad de los españoles; y pues nosotros lo somos, y principales, que aqui viene bien esta que parece arrogancia, estad segura que se os guardará el decoro que vuestra presencia merece.»

«Assi lo creo yo», respondio ella; «pero, con todo esso, dezidme, señor, como vino a vuestro poder esse rico sombrero, o adonde   -fol. 217r-   esta su dueño, que por lo menos es Alfonso de Este, duque de Ferrara.»

Entonces don Iuan, por no tenerla mas suspensa, le conto como le auia hallado en vna pendencia, y en ella auia fauorecido y ayudado a vn cauallero, que, por lo que ella dezia, sin duda deuia de ser el duque de Ferrara, y que en la pendencia auia perdido el sombrero y hallado aquel; y22 que aquel23 cauallero le auia dicho que le guardasse, que era conocido, y que la refriega se auia concluydo sin quedar herido el cauallero, ni el tampoco; y que, despues de acabada, auia llegado gente, que al parecer deuian de ser criados o amigos del que el pensaua ser el duque, el qual le auia pedido le dexasse y se viniesse, «mostrandose muy agradecido al fauor que yo le auia dado».

«De manera, señora mia, que este rico sombrero vino a mi poder por la manera que os he dicho; y su dueño, si es el duque, como vos dezis, no ha vna hora que le dexé bueno, sano y saluo; sea esta verdad parte para vuestro   —84→   consuelo, si es que le tendreys con saber del buen estado del duque».

«Para que sepays, señores, si tengo razon y causa para preguntar por el, estadme atentos y escuchad la no se si diga mi desdichada historia.»

Todo el tiempo en que esto passó, le entretuuo el ama en paladear al niño con miel, y en mudarle las mantillas de ricas en pobres; y ya que lo tuuo todo adereçado, quiso lleuarla en casa de vna partera, como don Iuan se lo dexó ordenado; y al passar con ella por junto a la estancia donde estaua la que queria començar su historia, lloró la criatura de modo que lo sintio la señora, y leuantandose en pie, pusose atentamente a escuchar, y oyo mas distintamente el llanto de la criatura, y dixo: «Señores mios, ¿que criatura es aquella, que parece recien24 nacida?»

Don Iuan respondio:

«Es vn niño que esta noche nos han echado a la puerta de casa, y va el ama a buscar quien le de de mamar.»

«Trayganmele aqui, por amor   -fol. 217v-   de Dios», dixo la señora, «que yo hare essa caridad a los hijos agenos, pues no quiere el cielo que la haga con los propios.»

Llamó don Iuan al ama, y tomole el niño, y entrosele a la que le pedia, y pusosele en los braços, diziendo: «Veys aqui, señora, el presente que nos han hecho esta noche, y no ha   —85→   sido este el primero, que pocos meses se passan que no hallamos a los quicios de nuestras puertas semejantes hallazgos.»

Tomole ella en los braços, y mirole atentamente, assi el rostro, como los pobres aunque limpios paños en que venia embuelto, y luego, sin poder tener las lagrimas, se echó la toca de la cabeça encima de los pechos para poder dar con honestidad de mamar a la criatura, y, aplicandosela a ellos, juntó su rostro con el suyo, y con la leche le sustentaua, y con las lagrimas le bañaua el rostro; y desta manera estuuo, sin leuantar el suyo, tanto espacio quanto el niño no quiso dexar el pecho.

En este espacio, guardauan todos quatro silencio: el niño mamaua, pero no era ansi25, porque las recien paridas no pueden dar el pecho y assi, cayendo en la cuenta la que se lo daua, se le26 boluio a don Iuan, diziendo:

«En valde me he mostrado caritatiua; bien parezco nueua en estos casos; hazed, señor, que a este niño le paladeen con vn poco de miel, y no consintays que a estas horas le lleuen por las calles; dexad llegar el dia, y, antes que le lleuen, bueluanmele a traer, que me consuelo en verle.»

Boluio el niño don Iuan al ama, y ordenole le entretuuiesse hasta el dia, y que le pusiesse las ricas mantillas con que le auia traydo, y que no le lleuasse, sin primero dezirselo.

  —86→  

Y boluiendo a entrar, y estando los tres solos, la hermosa dixo:

«Si quereys que hable, dadme primero algo que coma, que me desmayo, y tengo bastante ocasion para ello.»

Acudio prestamente don Antonio a vn escritorio, y sacó del muchas conseruas, y de algunas comio la desmayada, y beuio vn vidrio   -fol. 218r-   de agua fria, con que boluio en si, y algo sossegada, dixo:

«Sentaos, señores, y escuchadme.»

Hizieronlo ansi27, y ella, recogiendose encima del lecho, y abrigandose bien con las faldas del vestido, dexó descolgar por las espaldas vn velo que en la cabeça traia, dexando el rostro essento y descubierto, mostrando en el el mismo de la luna, o, por mejor dezir, del mismo sol, quando mas hermoso y mas claro se muestra; llouianle liquidas perlas de los ojos, y limpiauaselas con vn lienço blanquissimo, y con vnas manos tales, que entre ellas y el lienço fuera de buen juyzio el que supiera diferenciar la blancura.

Finalmente, despues de auer dado muchos suspiros, y despues de auer procurado sossegar algun tanto el pecho, con voz algo doliente y turbada, dixo:

«Yo, señores, soy aquella que muchas vezes aureys sin duda alguna oydo nombrar por ahi, porque la fama de mi belleza, tal qual ella es, pocas lenguas ay que no la publiquen. Soy, en   —87→   efeto, Cornelia Bentibolli, hermana de Lorenço Bentibolli, que, con deziros esto, quiza28 aure dicho dos verdades: la vna de mi nobleza, la otra de mi hermosura. De pequeña edad quedé huerfana de padre y madre, en poder de mi hermano, el qual desde niña puso en mi guarda al recato mismo, puesto que mas confiaua de mi honrada condicion, que de la solicitud que ponia en guardarme. Finalmente, entre paredes y entre soledades, acompañadas no mas que de mis criadas, fuy creciendo, y juntamente conmigo crecia la fama de mi gentileza, sacada en publico de los criados, y de aquellos que en secreto me tratauan, y de vn retrato que mi hermano mandó hazer a vn famoso pintor, para que, como el dezia no quedasse sin mi el mundo, ya que el cielo a mejor vida me lleuasse; pero todo esto fuera poca parte para apresurar29 mi perdicion, si no sucediera venir el duque de Ferrara a ser padrino de vnas bodas de vna prima   -fol. 218v-   mia, donde me lleuó mi hermano con sana intencion y por honra de mi parienta; alli miré, y fuy vista; alli, segun creo, rendi coraçones, auassallé voluntades; alli senti que dauan gusto las alabanças, aunque fuessen dadas por lisongeras lenguas; alli, finalmente, vi al duque, y el me vio a mi, de cuya vista ha resultado verme aora como me veo.

»No os quiero dezir, señores, porque seria   —88→   proceder en30 infinito, los terminos, las trazas31 y los modos por donde el duque y yo venimos a conseguir, al cabo de dos años, los desseos que en aquellas bodas nacieron; porque ni guardas, ni recatos, ni honrosas amonestaciones, ni otra humana diligencia fue bastante para estoruar el juntarnos, que en fin huuo de ser, debaxo de la palabra que el me dio de ser mi esposo, porque sin ella fuera impossible rendir la roca de la valerosa y honrada presuncion mia. Mil vezes le dixe que publicamente me pidiesse a mi hermano, pues no era possible que32 me negasse, y que no auia que dar disculpas al vulgo de la culpa que le pondrian de la desygualdad de nuestro casamiento, pues no desmentia en nada la nobleza del linage Bentibolli a la suya Estense. A esto me respondio con escusas, que yo las tuue por bastantes y necessarias, y confiada como rendida, crey como enamorada, y entregueme de toda mi voluntad a la suya, por intercession de vna criada mia, mas blanda a las dadiuas y promessas del duque que lo que deuia a la confiança que de su fidelidad mi hermano hazia.

»En resolucion, a cabo de pocos dias, me senti preñada, y antes que mis vestidos manifestassen mis libertades -por no darles otro nombre- me fingi enferma y malencolica33,   —89→   y hize con mi hermano me truxesse en casa de aquella mi34 prima, de quien auia sido padrino el duque. Alli le hize saber en el termino en que estaua, y el peligro que me amenazaua, y la poca seguridad que tenia de mi vida, por tener   -fol. 219r-   barruntos de que mi hermano sospechaua mi desemboltura. Quedó de acuerdo entre los dos que, en entrando en el mes mayor, se lo auisasse, que el vendria por mi con otros amigos suyos, y me lleuaria a Ferrara, donde en la sazon que esperaua, se casaria publicamente conmigo; esta noche en que estamos fue la del concierto de su venida, y esta misma noche, estandole esperando, senti passar a mi hermano con otros muchos hombres, al parecer armados, segun les cruxian las armas, de cuyo sobresalto, de improuiso me sobreuino el parto, y en vn instante pari vn hermoso niño. Aquella criada mia, sabidora y medianera de mis hechos, que estaua ya preuenida para el caso, emboluio la criatura en otros paños que no los que tiene la que a vuestra puerta echaron; y saliendo a la puerta de la calle, la dio -a lo que ella dixo- a vn criado del duque. Yo, desde alli a vn poco, acomodandome lo mejor que pude, segun la presente necessidad, sali de la casa, creyendo que estaua en la calle el duque; y no lo deuiera hazer hasta que el35 llegara a la puerta, mas el miedo que me auia puesto la quadrilla armada de mi hermano, creyendo que ya esgrimia su   —90→   espada sobre mi cuello, no me dexó hazer otro mejor discurso, y assi, desatentada y loca, sali donde me sucedio lo que aueys visto. Y aunque me veo sin hijo y sin esposo, y con temor de peores sucessos, doy gracias al cielo, que me ha traydo a vuestro poder, de quien me prometo todo aquello que de la cortesia española puedo prometerme, y mas de la vuestra, que la sabreys realçar, por ser tan nobles como pareceys.»

Diziendo esto, se dexó caer del todo encima del lecho, y acudiendo los dos a ver si se desmayaua, vieron que no, sino que amargamente lloraua, y dixole don Iuan:

«Si hasta aqui, hermosa señora, yo y don Antonio, mi camarada, os teniamos compassion y lastima, por ser muger, aora que sabemos vuestra   -fol. 219v-   calidad, la lastima y compassion passa a ser obligacion precisa36 de seruiros; cobrad animo, y no desmayeys, y aunque no acostumbrada a semejantes casos, tanto mas mostrareys quien soys, quanto mas con paciencia supieredes lleuarlos; creed, señora, que imagino que estos tan estraños sucessos han de tener vn felize37 fin, que no han de permitir los cielos que tanta belleza se goze mal, y tan honestos pensamientos se mal logren. Acostaos, señora, y curad de vuestra persona, que lo aueys menester, que aqui entrará vna criada nuestra que os sirua, de quien   —91→   podeys38 hazer la misma confiança que de nuestras personas; tan bien39 sabra tener en silencio vuestras desgracias, como acudir a vuestras necessidades.»

«Tal es la que tengo, que a cosas mas dificultosas me obliga», respondio ella; «entre, señor, quien vos quisieredes, que, encaminada por vuestra parte, no puedo dexar de tenerla muy buena en la que menester huuiere; pero con todo esso os suplico que no me vean mas que vuestra criada.»

«Assi sera» respondio don Antonio, y dexandola sola, se salieron; y don Iuan dixo al ama que entrasse dentro y lleuasse la criatura con los ricos paños, si se los auia puesto; el ama dixo que si, y que ya estaua de la misma manera que el la auia traydo.

Entró el ama, aduertida de lo que auia de responder a lo que acerca40 de aquella criatura la señora que hallaria41 alli dentro le preguntasse.

En viendola Cornelia, le dixo; «Vengays en buenora, amiga mia, dadme essa criatura, y llegadme aqui essa vela.»

Hizolo assi el ama, y tomando el niño Cornelia en sus braços, se turbó toda, y le miró ahincadamente, y dixo al ama: «Dezidme, señora, este niño, y el que me traxistes42, o me truxeron poco ha, es todo vno?»

  —92→  

«Si, señora», respondio el ama.

«¿Pues como trae tan trocadas las mantillas?», replicó Cornelia; «en verdad, amiga, que me parece, o que estas son otras mantillas, o que esta no es la misma criatura.»

«Todo   -fol. 220r-   podia ser», respondio el ama.

«Pecadora de mi», dixo Cornelia, «¿como todo podia ser? ¿Como es esto, ama mia, que, el coraçon me rebienta en el pecho, hasta saber este trueco?; dezidmelo, amiga, por todo aquello que bien quereys; digo, que me digays de donde aueys auido estas tan ricas mantillas, porque os hago saber que son mias, si la vista no me miente, o la memoria no se acuerda. Con estas mismas, o otras semejantes, entregué yo a mi donzella la prenda querida de mi alma; ¿quien se las quitó, ¡ay desdichada!, y quien las truxo aqui? ¡ay sin ventura!»

Don Iuan y don Antonio, que todas estas quexas escuchauan, no quisieron que mas adelante passasse en ellas, ni permitieron que el engaño de las trocadas mantillas mas la tuuiesse en pena, y assi entraron, y don Iuan le dixo: «Essas mantillas, y esse niño, son cosa vuestra, señora Cornelia», y luego le conto, punto por punto, como el auia sido la persona a quien su donzella auia dado el niño, y de como le auia traydo a43 casa, con la orden que auia dado al ama del trueco de las mantillas, y la ocasion por que lo auia hecho, aunque despues que le conto su parto,   —93→   siempre tuuo por cierto que aquel era su hijo; y que si no se lo auia dicho, auia sido porque tras el sobresalto del estar en duda de conocerle, sobreuiniesse la alegria de auerle conocido.

Alli fueron infinitas las lagrimas de alegria de Cornelia, infinitos los besos que dio a su hijo, infinitas las gracias que rindio a sus fauorecedores, llamandolos angeles humanos de su guarda, y otros titulos que de su agradecimiento dauan notoria muestra.

Dexaronla con el ama, encomendandola mirasse por ella, y la siruiesse quanto fuesse possible, aduirtiendola en el termino en que estaua, para que acudiesse a su remedio, pues ella, por ser muger, sabia mas de aquel menester que no ellos.

Con esto se fueron a reposar lo que faltaua de la noche, con intencion de no entrar en el aposento de   -fol. 220v-   Cornelia, si no fuesse, o que ella los llamasse, o a necessidad precisa. Vino el dia, y el ama truxo a quien secretamente, y a escuras, diesse de mamar al niño, y ellos preguntaron por Cornelia; dixo el ama que reposaua vn poco. Fueronse a las escuelas, y passaron por la calle de la pendencia y por la casa de donde auia salido Cornelia, por ver si era ya publica su falta, o si se hazian corrillos della; pero en ningun modo sintieron ni oyeron cosa, ni de la riña, ni de la ausencia de Cornelia. Con esto, oydas sus lecciones, se boluieron a su posada.

  —94→  

Llamolos Cornelia con el ama, a quien respondieron que tenian determinado de no poner los pies en su aposento, para que con mas decoro se guardasse el que a su honestidad se deuia; pero ella replicó con lagrimas y con ruegos que entrassen a verla, que aquel era el decoro mas conueniente, si no para su remedio, a lo menos para su consuelo.

Hizieronlo assi, y ella los recibio con rostro alegre, y con mucha cortesia; pidioles le hiziessen merced de salir por la ciudad, y ver si oian44 algunas nueuas de su atreuimiento; respondieronle que ya estaua hecha aquella diligencia con toda curiosidad, pero que no se dezia nada.

En esto llegó vn page, de tres que tenian, a la puerta del aposento, y, desde fuera dixo: «A la puerta esta vn cauallero con dos criados, que dize se llama Lorenço Bentibolli, y busca a mi señor don Iuan de Gamboa.»

A este recado, cerró Cornelia ambos puños y se los puso en la boca, y por entre ellos salio la voz baxa y temerosa, y dixo:

«Mi hermano, señores, mi hermano es esse; sin duda deue de auer sabido que estoy aqui, y viene a quitarme la vida. ¡Socorro, señores, y amparo!»

«Sossegaos, señora», le dixo don Antonio, «que en parte estays, y en poder de quien no os dexará hazer el menor agrauio del mundo. Acudid vos, señor don Iuan, y mirad lo que   —95→   quiere esse cauallero, y yo me quedaré aqui a defender, si menester fuere, a Cornelia».

Don Iuan, sin mudar   -fol. 221r-   semblante, baxó abaxo, y luego don Antonio hizo traer dos pistoletes armados, y mandó a los pages que tomassen sus espadas y estuuiessen apercebidos.

El ama, viendo aquellas preuenciones, temblaua; Cornelia, temerosa de algun mal sucesso, tremia; solos don Antonio y don Iuan estauan en si, y muy bien puestos en lo que auian de hazer.

En la puerta de la calle halló don Iuan a don Lorenço, el qual, en viendo a don Iuan, le dixo:

«Suplico a V. S. -que esta es la merced de Italia- me haga merced de venirse conmigo a aquella yglesia que esta alli frontero, que tengo vn negocio que comunicar con V. S., en que me va la vida y la honra.»

«De muy buena gana», respondio don Iuan; «vamos, señor, donde quisieredes.»

Dicho esto, mano a mano, se fueron a la yglesia, y sentandose en vn escaño, y en parte donde no pudiessen ser oydos, Lorenço habló primero y dixo:

«Yo, señor español, soy Lorenço45 Bentibolli, si no de los mas ricos, de los principales desta ciudad; ser esta verdad tan notoria, seruira de disculpa del alabarme yo propio; quedé huerfano algunos años ha, y quedó en mi poder vna mi hermana, tan hermosa, que, a no   —96→   tocarme tanto, quiza46 os la alabara de manera que me faltaran encarecimientos, por no poder ningunos corresponder del todo a su belleza. Ser yo honrado, y ella muchacha y hermosa, me hazian andar solicito en guardarla; pero todas mis preuenciones y diligencias las ha defraudado la voluntad arrojada de mi hermana Cornelia, que este es su nombre.

»Finalmente, por acortar, por no cansaros, este que pudiera ser cuento largo, digo que el duque de Ferrara Alfonso47 de Este48, con ojos de lince, vencio a los de Argos, derribó y triunfó de mi industria, venciendo a mi hermana, y anoche me la lleuó y sacó de casa de vna parienta nuestra, y aun dizen que recien parida. Anoche lo supe, y anoche le sali a buscar, y creo que le hallé y acuchillé, pero fue socorrido de algun angel, que no consintio que con su sangre sacasse la mancha de mi agrauio. Hame dicho mi parienta, que es la que   -fol. 221v-   todo esto me ha dicho, que el duque engañó a mi hermana49 debaxo de palabra de recebirla por muger; esto yo no lo creo, por ser desygual50 el matrimonio en quanto a los bienes de fortuna, que, en los de naturaleza, el mundo sabe la calidad de los Bentibollis de Bolonia. Lo que creo es que el se atuuo a lo que se atienen los poderosos que quieren atropellar vna donzella temerosa y recatada,   —97→   poniendole a la51 vista el dulce nombre de esposo, haziendola creer que, por ciertos respectos52, no se desposa luego; mentiras aparentes de verdades, pero falsas y mal intencionadas.

»Pero sea lo que fuere, yo me veo sin hermana y sin honra, puesto que todo esto, hasta agora, por mi parte lo tengo puesto debaxo de la llaue del silencio, y no he querido contar a nadie este agrauio, hasta ver si le puedo remediar y satisfazer en alguna manera, que las infamias mejor es que se presuman y sospechen53 que no que se sepan de cierto y distintamente, que entre el si y el no de la duda, cada vno puede inclinarse a la parte que mas quisiere, y cada vna tendra sus valedores.

»Finalmente, yo tengo determinado de yr a Ferrara y pedir al mismo duque la satisfacion de mi ofensa, y, si la negare, desafiarle sobre el caso; y esto no ha de ser con esquadrones de gente, pues no los puedo ni formar ni sustentar, sino de persona a persona, para lo qual querria el ayuda de la vuestra, y que me acompañassedes en este camino, confiado en que lo hareys, por ser español y cauallero, como ya estoy informado, y por no dar cuenta a ningun pariente ni amigo mio, de quien no espero sino consejos y disuasiones, y de vos puedo esperar los que sean buenos y honrosos, aunque rompan   —98→   por qualquier peligro. Vos, señor, me aueys de hazer merced de venir conmigo, que lleuando vn español a mi lado, y tal como vos me pareceys, hare cuenta que lleuo en mi guarda los exercitos de Xerges54. Mucho os pido, pero a mas obliga   -fol. 222r-   la deuda de responder a lo que la fama de vuestra nacion pregona.»

«No mas, señor Lorenço», dixo a esta sazon don Iuan, que hasta alli, sin interrumpirle55 palabra, le auia estado escuchando, «no mas, que desde aqui me constituyo por vuestro defensor y consejero, y tomo a mi cargo la satisfacion o vengança de vuestro agrauio; y esto no solo por ser español, sino por ser cauallero y serlo vos tan principal como aueys dicho, y como yo se, y como todo el mundo sabe. Mirad quando quereys que sea nuestra partida, y seria mejor que fuesse luego, porque el hierro se ha de labrar mientras estuuiere encendido, y el ardor de la colera acrecienta el animo, y la injuria reciente despierta la vengança.»

Leuantose Lorenço y abraçó56 apretadamente a don Iuan, [y]57 dixo:

«A tan generoso pecho como el vuestro, señor don Iuan, no es menester mouerle, con ponerle otro interes delante que el de la honra que ha de ganar en este hecho, la qual desde aqui os la doy, si salimos felizemente58 deste   —99→   caso, y, por añadidura, os ofrezco quanto tengo, puedo y valgo; la yda quiero que sea mañana, porque oy pueda preuenir lo necessario para ella.»

«Bien me parece», dixo don Iuan, «y dadme licencia, señor Lorenço, que yo pueda dar cuenta deste hecho a vn cauallero camarada mia, de cuyo valor y silencio os podeys prometer harto mas que del mio.»

«Pues vos, señor don Iuan, segun dezis, aueys tomado mi honra a vuestro cargo, disponed della como quisieredes, y dezid della lo que quisieredes y a quien quisieredes, quanto mas que camarada vuestra, ¿quien puede ser que muy bueno no sea?»

Con esto, se abraçaron y despidieron, quedando que otro dia por la mañana le embiaria a llamar, para que fuera de la ciudad se pusiessen a cauallo, y siguiessen disfraçados su jornada. Boluio don Iuan, y dio cuenta don Antonio y a Cornelia de lo que con Lorenço auia passado y el concierto que quedaua hecho.

  -fol. 222v-  

«¡Valame Dios!», dixo Cornelia, «¡grande es, señor, vuestra cortesia, y grande vuestra confiança! ¿Como, y tan presto os aueys arrojado a emprender vna hazaña llena de inconuenientes? ¿Y que sabeys vos, señor, si os lleua mi hermano a Ferrara o a otra parte? Pero donde quiera que os lleuare, bien podeys hazer cuenta que va con vos la fidelidad misma, aunque yo, como desdichada, en los atomos del sol   —100→   tropieço, de qualquier sombra temo, y ¿no quereys que tema, si esta puesta en la respuesta del duque mi vida o mi muerte?; ¿y que se yo si respondera tan atentadamente que la colera de mi hermano se contenga en los limites de su discrecion?; y, quando salga, ¿pareceos que tiene flaco enemigo? ¿Y no os parece que los dias que tardaredes he de quedar colgada, temerosa y suspensa, esperando las dulces o lo amargas nueuas del sucesso? ¿Quiero yo tan poco al duque o a mi hermano, que de qualquiera de los dos no tema las desgracias y las sienta en el alma?»

«Mucho discurris y mucho temeys, señora Cornelia», dixo don Iuan, «pero dad lugar entre tantos miedos a la esperança, y fiad en Dios, en mi industria y buen desseo, que aueys de ver, con toda felizidad59, cumplido el vuestro; la yda de Ferrara no se escusa, ni el dexar de ayudar yo a vuestro hermano, tampoco. Hasta agora no sabemos la intencion del duque, ni tampoco si el sabe vuestra falta, y todo esto se ha de saber de su boca, y nadie se lo podra preguntar como yo. Y entended, señora Cornelia, que la salud y contento de vuestro hermano, y el del duque, lleuo puestos en las niñas de mis ojos; yo miraré por ellos como por ellas.»

«Si assi os da el cielo, señor don Iuan», respondio Cornelia, «poder para remediar, como gracia para consolar en medio destos mis trabajos,   —101→   me cuento por bien afortunada; ya querria veros yr y boluer, por mas que el temor me aflija en vuestra ausencia, o la esperança me suspenda.»

Don   -fol. 223r-   Antonio aprouo la determinacion de don Iuan, y le alabó la buena correspondencia que en el auia hallado la confiança de Lorenço Bentibolli. Dixole mas, que el queria yr a acompañarlos, por lo que podia suceder.

«Esso no», dixo don Iuan, «assi porque no sera bien que la señora Cornelia quede sola, como porque no piense el señor Lorenço que me quiero valer de esfuerços agenos.»

«El mio es el vuestro mismo», replicó don Antonio, «y assi, aunque sea desconocido y desde lexos, os tengo de seguir, que la señora Cornelia se que gustará dello, y no queda tan sola que le falte quien la sirua, la guarde y acompañe.»

A lo qual Cornelia dixo: «Gran consuelo sera para mi, señores, si se que vays juntos o, a lo menos, de modo que os fauorezcays el vno al otro, si el caso lo pidiere; y pues al que vays a mi se me semeja ser de peligro, hazedme merced, señores, de lleuar estas reliquias con vosotros», y diziendo esto, sacó del seno vna cruz de diamantes, de inestimable valor, y vn Agnus de oro, tan rico como la cruz.

Miraron los dos las ricas joyas, y apreciaronlas aun mas que lo que auian apreciado el cintillo, pero boluieronselas, no queriendo tomarlas en ninguna manera, diziendo que ellos   —102→   lleuarian reliquias consigo, si no tan bien60 adornadas, a lo menos, en su calidad, tan buenas. Pesole a Cornelia el no aceptarlas61, pero al fin huuo de estar a lo que ellos querian.

El ama tenia gran cuydado de regalar a Cornelia, y sabiendo la partida de sus amos, de que le dieron cuenta, pero no a lo que yuan, ni a donde yuan, se encargó de mirar por la señora, cuyo nombre aun no sabia, de manera, que sus mercedes no hiziessen falta. Otro dia bien de mañana, ya estaua Lorenço a la puerta, y don Iuan de camino, con el sombrero del cintillo, a quien adornó de plumas negras y amarillas, y cubrio el cintillo con vna toquilla negra. Despidiose de Cornelia, la qual, imaginando que tenia a su hermano tan cerca,   -fol. 223v-   estaua tan temerosa, que no acerto a dezir palabra a los dos, que della se despidieron.

Salio primero don Iuan, y con Lorenço se fue fuera de la ciudad, y en vna huerta algo desuiada hallaron dos muy buenos cauallos, con dos moços, que de diestro los tenian. Subieron en ellos, y los moços delante, por sendas y caminos desusados, caminaron a Ferrara. Don Antonio, sobre vn quartago suyo, y otro vestido, y62 dissimulado, los seguia, pero pareciole que se recatauan del, especialmente Lorenço, y assi acordo de seguir el camino derecho   —103→   de Ferrara, con seguridad que alli los encontraria.

Apenas huuieron salido de la ciudad, quando Cornelia dio cuenta al ama de todos sus sucessos, y de como aquel niño era suyo y del duque de Ferrara, con todos los puntos que hasta aqui se han contado, tocantes a su historia, no encubriendole como el viage que lleuauan sus señores era a Ferrara, acompañando a su hermano, que yua a desafiar al duque Alfonso.

Oyendo lo qual el ama -como si el demonio se lo mandara, para intricar, estoruar o dilatar el remedio de Cornelia- dixo:

«¡Ay señora de mi alma!, ¿y todas essas cosas han passado por vos, y estaysos aqui descuydada y a pierna tendida? o no teneys alma, o teneysla tan desmazalada, que no siente; como, ¿y pensays vos, por ventura, que vuestro hermano va a Ferrara?; no lo penseys, sino pensad y creed que ha querido lleuar a mis amos de aqui y ausentarlos63 desta casa, para boluer a ella y quitaros la vida, que lo podra hazer, como quien beue vn jarro de agua. ¡Mirá debaxo de que guarda y amparo quedamos, sino en la de tres pages, que harto tienen ellos que hazer en rascarse la sarna de que estan llenos, que en meterse en dibuxos!; a lo menos de mi se dezir, que no tendre animo para esperar el sucesso y ruyna que a esta casa amenaza. ¿El señor Lorenço italiano, y que se fie de españoles,   —104→   y les pida fauor y ayuda?   -fol. 224r-   Para mi ojo, si tal crea -y diose ella misma vna higa-. Si vos, hija mia, quisiessedes tomar mi consejo, yo os le daria tal, que os luziesse.»

Pasmada, atonita y confusa estaua Cornelia, oyendo las razones del ama, que las dezia con tanto ahinco, y con tantas muestras de temor, que le parecio ser todo verdad lo que le dezia, y quiza64 estauan muertos don Iuan y don Antonio, y que su hermano entraua por aquellas puertas, y la cosia a puñaladas.

Y assi le dixo:

«¿Y que consejo me dariades vos, amiga, que fuesse saludable, y que preuiniesse la sobrestante desuentura?»

«¡Y como que le dare tal, y tan bueno, que no pueda mejorarse!», dixo el ama. «Yo, señora, he seruido a vn piouano65, a vn cura, digo, de vna aldea, que esta dos millas de Ferrara; es vna persona santa y buena, y que hara por mi todo lo que yo le pidiere, porque me tiene obligacion mas que de amo; vamonos alla, que yo buscare quien nos lleue luego, y la que viene a dar de mamar al niño es muger pobre, y se yra con nosotras al cabo del mundo; y ya, señora, que presupongamos66 que has de ser hallada, mejor sera que te hallen en casa de vn sacerdote de missa, viejo y honrado, que en poder de dos estudiantes moços y españoles, que los tales, como yo soy buen testigo, no   —105→   desechan ripio; y agora, señora, como estas mala, te han guardado respecto67, pero si sanas, y conualezes68 en su poder, Dios lo podra remediar. Porque en verdad, que si a mi no me huuieran guardado mis repulsas, desdenes y enterezas, ya huuieran dado conmigo y con mi honra al traste, porque no es todo oro lo que en ellos reluze; vno dizen y otro piensan; pero hanlo auido conmigo, que soy taymada, y se do me aprieta el çapato, y sobre todo soy bien nacida, que soy de los Cribelos69 de Milan, y tengo el punto de la honra diez millas mas alla de las nubes; y en esto se podra echar de ver, señora mia, las calamidades que por mi han passado, pues   -fol. 224v-   con ser quien soy, he venido a ser masara70 de españoles, a quien ellos llaman ama, aunque a la verdad no tengo de que quexarme de mis amos, porque son vnos benditos, como no esten enojados; y en esto parecen vizcaynos, como ellos dizen que lo71 son. Pero quiza72 para consigo73 seran gallegos, que es otra nacion, segun es fama, algo menos puntual y bien mirada que la vizcayna74

En efeto, tantas y tales razones le dixo, que la pobre Cornelia se dispuso a seguir su parecer; y assi, en menos de quatro horas, disponiendolo el ama, y consintiendolo ella, se vieron   —106→   dentro de vna carroza75 las dos, y la ama del niño, y, sin ser sentidas de los pages, se pusieron en camino para la aldea del cura; y todo esto se hizo a persuasion del ama, y con sus dineros, porque auia poco que la auian pagado sus señores vn año de su sueldo, y assi no fue menester empeñar vna joya que Cornelia le daua.

Y como auian oydo dezir a don Iuan que el y su hermano no auian de seguir el camino derecho de Ferrara, sino por sendas apartadas, quisieron ellas seguir el derecho, y poco a poco, por no encontrarse con ellos, y el dueño de la carroza76 se acomodó al paso77 de la voluntad de ellas78, porque le pagaron al gusto de la suya.

Dexemoslas yr, que ellas van tan atreuidas, como bien encaminadas, y sepamos que les sucedio a don Iuan de Gamboa y al señor Lorenço Bentibolli, de los quales se dize que en el camino supieron que el duque no estaua en Ferrara, sino en Bolonia, y assi, dexando el rodeo que lleuauan, se vinieron al camino real, o a la estrada maestra79, como alla se dize, considerando que aquella auia de traer el duque, quando de Bolonia boluiesse. Y a poco espacio que en ella auian entrado, auiendo tendido la vista hazia Bolonia, por ver si por el alguno venia, vieron vn tropel de gente de   —107→   a cauallo, y entonces dixo don Iuan a Lorenço que se desuiasse del camino, porque si acaso   -fol. 225r-   entre aquella gente viniesse el duque, le queria hablar alli antes que se encerrasse en Ferrara, que estaua poco distante.

Hizolo assi Lorenço, y aprouo el parecer de don Iuan. Assi como se apartó Lorenço, quitó don Iuan la toquilla que encubria el rico cintillo, y esto no sin falta de discreto discurso, como el despues lo dixo.

En esto, llegó la tropa de los caminantes, y entre ellos venia vna muger sobre vna pia, vestida de camino y el rostro cubierto con vna mascarilla, o por mejor encubrirse, o por guardarse del sol y del ayre.

Paró el cauallo don Iuan en medio del camino, y estuuo con el rostro descubierto a que llegassen los caminantes; y en llegando cerca, el talle, el brio, el poderoso cauallo, la bizarria del vestido, y las luzes de los diamantes, lleuaron tras si los ojos de quantos alli venian, especialmente los del duque de Ferrara, que era vno dellos, el qual, como puso los ojos en el cintillo, luego se dio a entender que el que le traia era don Iuan de Gamboa, el que le auia librado en la pendencia, y tan de veras aprehendio esta verdad, que, sin hazer otro discurso, arremetio su cauallo hazia don Iuan, diziendo:

«No creo que me engañaré en nada, señor cauallero, si os llamo don Iuan de Gamboa, que vuestra gallarda disposicion y el adorno desse capelo me lo estan diziendo.»

  —108→  

«Assi es la verdad», respondio don Iuan, «porque jamas supe ni quise encubrir mi nombre; pero dezidme, señor, quien soys, porque yo no cayga en alguna descortesia.»

«Esso sera impossible», respondio el duque, «que para mi tengo que no podeys ser descortes en ningun caso; con todo esso os digo, señor don Iuan, que yo soy el duque de Ferrara, y el que esta obligado a seruiros todos los dias de su vida, pues no ha quatro noches que vos se la distes.»

No acabó de dezir esto el duque, quando don Iuan, con estraña ligereza, saltó del cauallo y acudio a besar los pies del duque; pero por presto que llegó, ya el duque estaua fuera de la silla, de modo   -fol. 225v-   que se80 acabó de apear en braços don Iuan.

El señor Lorenço, que desde algo lexos miraua estas ceremonias, no pensando que lo eran de cortesia, sino de colera, arremetio su cauallo; pero en la mitad del repelon le detuuo, porque vio abraçados muy estrechamente al duque y a don Iuan -que ya auia conocido al duque-; el duque, por cima de los ombros de don Iuan, miró a Lorenço, y conociole, de cuyo conocimiento algun tanto se sobresaltó, y, assi como estaua abraçado, preguntó a don Iuan si Lorenço Bentibolli, que alli estaua, venia con el o no.

A lo qual don Iuan respondio:

«Apartemonos algo de aqui, y contarele a V. Excelencia grandes cosas.»

  —109→  

Hizolo assi el duque, y don Iuan le dixo: «Señor, Lorenço Bentibolli, que alli veys, tiene vna quexa de vos no pequeña: dize que aura quatro noches que le sacastes a su hermana la señora Cornelia de casa de vna prima suya, y que la aueys engañado y deshonrado, y quiere saber de vos que satisfacion le pensays hazer, para que el vea lo que le conuiene. Pidiome que fuesse su valedor y medianero; yo se lo ofreci, porque, por los81 barruntos que el me lo dio de la pendencia, conoci que vos, señor, erades el dueño deste cintillo, que, por liberalidad y cortesia vuestra, quisistes que fuesse mio; y viendo que ninguno podia hazer vuestras partes mejor que yo, como ya he dicho, le ofreci mi ayuda. Querria yo agora, señor, me dixessedes lo que sabeys acerca deste caso, y si es verdad lo que Lorenço dize.»

«¡Ay, amigo!», respondio el duque, «es tan verdad, que no me atreueria82 a negarla, aunque quisiesse; yo no he engañado ni sacado a Cornelia, aunque se que falta de la casa que dize; no la he engañado, porque la tengo por mi esposa; no la he sacado, por que no se della; si publicamente no celebré mis desposorios, fue porque aguardaua que mi madre, que esta ya en lo vltimo, passasse desta a mejor vida, que tiene desseo que sea mi esposa la señora Liuia, hija del duque de Mantua, y por otros inconuenientes, quiza mas   —110→   eficazes83 que los dichos, y no conuiene que aora se digan. Lo   -fol. 226r-   que passa es, que la noche que me socorristes la auia de traer a Ferrara, porque estaua ya en el mes de dar a luz la prenda que ordenó el cielo que en ella depositasse; o ya fuesse por la riña, o ya por mi descuydo, quando llegué a su casa, hallé que salia della la secretaria de nuestros conciertos. Preguntele por Cornelia, dixome que ya auia salido, y que aquella noche auia parido vn niño el mas bello del mundo, y que se le auia dado a vn Fabio mi criado. La donzella es aquella que alli viene; el84 Fabio esta aqui, y el niño y Cornelia no parecen. Yo he estado estos dos dias en Bolonia, esperando y escudriñando oyr algunas nueuas de Cornelia, pero no he sentido nada.»

«De modo, señor», dixo don Iuan, «quando Cornelia y vuestro hijo pareciessen ¿no negareys ser vuestra esposa, y el vuestro hijo?»

«No por cierto, porque, aunque me precio de cauallero, mas me precio de christiano85, y mas, que Cornelia es tal, que merece ser señora de vn reyno. Pareciesse ella, y viua o muera mi madre, que el mundo sabra que, si supe ser amante, supe, la fe que di en secreto, guardarla en publico.»

«Luego ¿bien direys», dixo don Iuan, «lo que a mi me aueys dicho, a vuestro hermano el señor Lorenço?»

  —111→  

«Antes me pesa», respondio el duque, «de que tarde tanto en saberlo.»

Al instante hizo don Iuan de señas a Lorenço que se apeasse y viniesse donde ellos estauan, como lo hizo, bien ageno de pensar la buena nueua que le esperaua.

Adelantose el duque a recebirle con los braços abiertos, y la primera palabra que le dixo, fue llamarle hermano.

Apenas supo Lorenço responder a salutacion tan amorosa, ni a tan cortes recibimiento86; y estando assi suspenso, antes que hablasse palabra, don Iuan le dixo:

«El duque, señor Lorenço, confiessa la conuersacion secreta que ha tenido con vuestra hermana la señora Cornelia. Confiessa assimismo que es su legitima esposa, y que, como lo dize aqui, lo dira publicamente, quando se ofreciere. Concede assimismo, que fue quatro noches a sacarla de casa de su prima, para traerla a Ferrara y aguardar   -fol. 226v-   coyuntura de celebrar sus bodas, que las ha dilatado por justissimas causas que me ha dicho. Dize assimismo la pendencia que con vos tuuo, y que, quando fue por Cornelia, encontro con Sulpicia su donzella, que es aquella muger que alli viene, de quien supo que Cornelia no auia vna hora que auia parido, y que ella dio la criatura a vn criado del duque, y que luego Cornelia, creyendo que estaua alli el duque, auia salido de casa medrosa, porque imaginaua que ya vos, señor Lorenço,   —112→   sabiades sus tratos. Sulpicia no dio el niño al criado del duque, sino a otro en su cambio. Cornelia no parece, el se culpa de todo, y dize que cada y quando que la señora Cornelia parezca, la recebira como a su verdadera esposa. Mirad, señor Lorenço, si ay mas que dezir, ni mas que dessear, si no es el hallazgo de las dos tan ricas, como desgraciadas prendas.»

A esto respondio el señor Lorenço, arrojandose a los pies del duque, que porfiaua por leuantarlo:

«De vuestra christiandad87 y grandeza, serenissimo señor y hermano mio, no podiamos mi hermana y yo esperar menor bien del que a entrambos nos hazeys; a ella en ygualarla con vos, y a mi en ponerme en el numero de vuestro.»

Ya en esto se le arrasauan los ojos de lagrimas, y al duque lo mismo, enternecidos: el vno con la perdida de su esposa, y el otro con el hallazgo de tan buen cuñado. Pero consideraron que parecia flaqueza dar muestras con lagrimas de tanto sentimiento, las reprimieron y boluieron a encerrar en los ojos, y los de don Iuan, alegres, casi les pedian las albricias de auer parecido Cornelia y su hijo, pues los dexaua en su misma casa.

En esto estauan, quando se descubrio don Antonio de Ysunça, que fue conocido de don Iuan en el quartago, desde algo lexos; pero quando llegó cerca, se paró, y vio los cauallos   —113→   de don Iuan y de Lorenço, que los moços tenian de diestro, y, aculla desuiados, conocio a don Iuan y a Lorenço, pero   -fol. 227r-   no al duque, y no sabia que hazerse, si llegaria o no adonde don Iuan estaua. Llegandose a los criados del duque, les preguntó si conocian aquel cauallero que con los otros dos estaua -señalando al duque-, fuele respondido ser el duque de Ferrara, con que quedó mas confuso y menos sin saber que hazerse; pero sacole de su perplexidad don Iuan, llamandole por su nombre.

Apeose don Antonio, viendo que todos estauan a pie, y llegose a ellos; recibiole el duque con mucha cortesia, porque don Iuan le dixo que era su camarada. Finalmente, don Iuan conto a don Antonio todo lo que con el duque le auia sucedido hasta que el llegó.

Alegrose en estremo don Antonio, y dixo a don Iuan:

«¿Por que, señor don Iuan, no acabays de poner la alegria y el contento destos señores en su punto, pidiendo las albricias del hallazgo de la señora Cornelia y de su hijo?»

«Si vos no llegarades, señor don Antonio, yo las pidiera; pero pedidlas vos, que yo seguro que os las den de muy buena gana.»

Como el duque y Lorenço oyeron tratar del hallazgo de Cornelia y de albricias, preguntaron que era aquello.

«¿Que ha de ser», respondio don Antonio, «sino que yo quiero hazer vn personage en esta tragica comedia, y ha de ser el que pide las   —114→   albricias del hallazgo de la señora Cornelia y de su hijo, que quedan en mi casa?», y luego les conto punto por punto todo lo que hasta aqui se ha dicho, de lo qual el duque y el señor88 Lorenço recibieron tanto plazer y gusto, que don Lorenço se abraçó con don Iuan, y el duque con don Antonio.

El duque prometio todo su estado en albricias, y el señor89 Lorenço su hazienda, su vida y su alma.

Llamaron a la donzella que entregó a don Iuan la criatura, la qual, auiendo conocido a Lorenço, estaua temblando. Preguntaronle90 si conoceria al hombre a quien auia dado el niño; dixo que no, sino que ella le auia preguntado si era Fabio, y el auia respondido que si, y con esta buena91 fe se le auia entregado.

«Assi es la92 verdad», respondio don Iuan, « y vos, señora, cerrastes la puerta luego, y me   -fol. 227v-   dixistes que la pusiesse en cobro y diesse luego la buelta.»

«Assi es, señor», respondio la donzella llorando.

Y el duque dixo:

«Ya no son menester lagrimas aqui, sino jubilos y fiestas. El caso es que yo no tengo de entrar en Ferrara, sino dar la buelta luego a Bolonia, porque todos estos contentos son en   —115→   sombra, hasta que los haga verdaderos la vista de Cornelia.»

Y sin mas dezir, de comun consentimiento, dieron la buelta a Bolonia. Adelantose don Antonio, para apercebir a Cornelia, por no sobresaltarla con la improuisa llegada del duque y de su hermano. Pero como no la halló, ni los pages le supieron dezir nueuas della, quedó el mas triste y confuso hombre del mundo; y como vio que faltaua el ama, imaginó que por su industria faltaua Cornelia.

Los pages le dixeron que faltó el ama el mismo dia que ellos auian faltado, y que la Cornelia por quien preguntaua, nunca ellos la vieron.

Fuera de si quedó don Antonio con el no pensado caso, temiendo que quiza93 el duque los tendria por mentirosos o embusteros, o quiza94 imaginaria otras peores cosas, que redundassen en perjuyzio de su honra y del buen credito de Cornelia.

En esta imaginacion estaua, quando entraron el duque y don Iuan, y Lorenço, que por calles desusadas y encubiertas, dexando la demas gente fuera de la ciudad, llegaron a la casa de don Iuan, y hallaron a don Antonio sentado en vna silla, con la maño en la mexilla, y con vna color de muerto. Preguntole don Iuan que mal tenia y adonde estaua Cornelia.

Respondio don Antonio:

«¿Que mal quereys que no tenga, pues Cornelia   —116→   no parece, que, con el ama que le dexamos para su compañia, el mismo dia que de aqui faltamos, faltó ella?»

Poco le faltó al duque para espirar, y a Lorenço para desesperarse, oyendo tales nueuas. Finalmente, todos quedaron turbados, suspensos e imaginatiuos.

En esto se llegó vn page a don   -fol. 228r-   Antonio, y al oydo le dixo:

«Señor, Santisteuan, el page del señor don Iuan, desde el dia que vuessas mercedes se fueron, tiene vna muger muy bonita encerrada en su aposento, y yo creo que se llama Cornelia, que assi la he oydo llamar.»

Alborotose de nueuo don Antonio, y mas quisiera que no huuiera parecido Cornelia -que sin duda penso que era la que el page tenia escondida- que no que la hallaran en tal lugar. Con todo esso, no dixo nada, sino, callando, se fue al aposento del page, y halló cerrada la puerta, y que el page no estaua en casa.

Llegose a la puerta, y dixo con voz baxa:

«Abrid, señora Cornelia, y salid a recebir a vuestro hermano, y al duque, vuestro esposo, que vienen a buscaros.»

Respondieronle de dentro:

«¿Hazen burla de mi? pues en verdad que no soy tan fea, ni tan desechada, que no podian buscarme duques y condes, y esso se merece la presona95 que trata con pages.»

  —117→  

Por las quales palabras entendio don Antonio que no era Cornelia la que respondia. Estando en esto, vino Santisteuan el page, y acudio luego a su aposento, y hallando alli a don Antonio, que pedia que le truxessen las llaues que auia en casa, por ver si alguna hazia a la puerta, el page, hincado de rodillas, y con la llaue en la mano, le dixo:

«El ausencia de vuessas mercedes, y mi bellaqueria por mejor dezir, me hizo traer vna muger estas tres noches a estar conmigo; suplico a vuessa merced, señor don Antonio de Ysunça, assi oyga buenas nueuas de España, que, si no lo sabe mi señor don Iuan de Gamboa, que no se lo diga, que yo la echaré al momento.»

«¿Y como se llama la tal muger?», preguntó don Antonio.

«Llamase Cornelia», respondio el page.

El page que auia descubierto la zelada, que no era muy amigo de Santisteuan, ni se sabe si simplemente o con malicia, baxó donde estauan el duque, don Iuan y Lorenço, diziendo:

«¡Tomame el96 page, por Dios que le han hecho gormar   -fol. 228v-   a la señora Cornelia; escondidita la tenia; a buen seguro que no quisiera el que huuieran venido los señores, para alargar mas el gaudeamus, tres o quatro dias mas!»

Oyo esto Lorenço, y preguntole:

«¿Que es lo que dezis, gentilhombre? ¿Donde esta Cornelia?»

«Arriba», respondio el page.

  —118→  

Apenas oyo esto el duque, quando, como vn rayo, subio la escalera arriba a ver a Cornelia, que imaginó que auia parecido, y dio luego con el aposento donde estaua don Antonio y, entrando, dixo:

«¿Dónde esta Cornelia, adonde esta la vida de la vida mia?»

«Aqui esta Cornelia», respondio vna muger que estaua embuelta en vna sabana de la cama y cubierto el rostro, y prosiguio diziendo:

«¡Valamos97 Dios!, ¿es este algun buey de hurto?, ¿es cosa nueua dormir vna muger con vn page, para hazer tantos milagrones?»

Lorenço, que estaua presente, con despecho y colera, tiró de vn cabo de la sabana y descubrio vna muger moça, y no de mal parecer, la qual, de verguença, se puso las manos delante del rostro y acudio a tomar sus vestidos, que le seruian de almohada, porque la cama no la tenia, y en ellos vieron que deuia de ser alguna picara de las perdidas del mundo.

Preguntole el duque que si era verdad que se llamaua Cornelia. Respondio que si, y que tenia muy honrados parientes en la ciudad, que nadie dixesse desta agua no beuere.

Quedó tan corrido el duque, que casi estuuo, por pensar si hazian los españoles burla del; pero por no dar lugar a tan mala sospecha, boluio las espaldas y, sin hablar palabra, siguiendole Lorenço, subieron en sus cauallos y se fueron, dexando a don Iuan y a don Antonio   —119→   harto mas corridos que ellos yuan, y determinaron de hazer las diligencias possibles, y aun impossibles, en buscar a Cornelia y satisfazer al duque de su verdad y buen desseo. Despidieron a Santisteuan por atreuido, y echaron a la picara Cornelia, y en aquel punto se les vino a la memoria que se les auia oluidado de dezir al duque las joyas del Agnus y la cruz de diamantes que Cornelia les auia ofrecido, pues con   -fol. 229r-   estas señas creeria que Cornelia auia estado en su poder y que, si faltaua, no auia estado en su mano.

Salieron a dezirle esto, pero no le hallaron en casa de Lorenço, donde creyeron que estaria; a Lorenço si, el qual les dixo que sin detenerse vn punto se auia buelto a Ferrara, dexandole orden de buscar a su hermana. Dixeronle lo que yuan a dezirle; pero Lorenço les dixo que el duque yua muy satisfecho de su buen proceder, y que entrambos auian echado la falta de Cornelia a su mucho miedo, y que Dios seria seruido de que pareciesse, pues no auia de auer tragado la tierra al niño, y al ama, y a ella.

Con esto se consolaron todos, y no quisieron hazer la inquisicion de buscalla98 por vandos publicos, sino por diligencias secretas, pues de nadie, sino de su prima, se sabia su falta; y entre los que no sabian la intencion del duque, correria riesgo el credito de su hermana, si la pregonassen, y ser gran trabajo andar satisfaziendo   —120→   a cada vno de las sospechas que vna vehemente presumpcion99 les infunde. Siguio su viage el duque, y la buena suerte, que yua disponiendo su ventura, hizo que llegasse a la aldea del cura, donde ya estauan Cornelia, el niño y su ama, y la consejera: y ellas le auian dado cuenta de su vida100 y pedidole consejo de lo que harian. Era el cura grande amigo del duque, en cuya casa, acomodada a lo de clerigo rico y curioso, solia el duque venirse desde Ferrara muchas vezes, y desde alli salia a caza, porque gustaua mucho, assi de la curiosidad del cura, como de su donayre, que le tenia en quanto dezia y hazia. No se alborotó por ver al duque en su casa, porque, como se ha dicho, no era la vez primera: pero descontentole verle venir triste: porque luego echó de ver que con alguna passion traia ocupado el animo. Entreoyo Cornelia que el duque de Ferrara estaua alli, y turbose en estremo, por no saber con que intencion venia; torciase las manos, y andaua de vna parte a otra, como persona fuera de sentido. Quisiera hablar Cornelia al cura, pero estaua entreteniendo al duque, y no   -fol. 229v-   tenia lugar de hablarle.

El duque le dixo:

«Yo vengo, padre mio, tristissimo, y no quiero oy entrar en Ferrara, sino ser vuestro huesped; dezid a los que vienen conmigo que passen a Ferrara, y que solo se quede Fabio.»

  —121→  

Hizolo assi el buen101 cura, y luego fue a dar orden como regalar y seruir al duque, y con esta ocasion le pudo hablar Cornelia, la qual, tomandole de las manos, le dixo: «Ay, padre y señor mio, ¿y que es lo que quiere el duque? Por amor de Dios, señor, que le de algun toque en mi negocio y procure descubrir y tomar algun indicio de su intencion; en efeto, guielo como mejor le pareciere y su mucha discrecion le aconsejare».

A esto le respondio el cura:

«El duque viene triste; hasta agora no me ha dicho la causa. Lo que se ha de hazer es que luego se aderece esse niño muy bien, y ponedle, señora102, las joyas todas que tuuieredes, principalmente las que os huuiere dado el duque, y dexadme hazer, que yo espero en el cielo que hemos de tener oy vn buen dia.»

Abraçole Cornelia y besole la mano, y retirose a aderezar y componer el niño.

El cura salio a entretener al duque en tanto que se hazia hora de comer, y, en el discurso de su platica, preguntó el cura al duque si era possible saberse la causa de su melancolia, porque sin duda de vna legua se echaua de ver que estaua triste.

«Padre», respondio el duque, «claro esta que las tristezas del coraçon salen al rostro; en los ojos se lee la relacion de lo que esta en el alma, y, lo que peor es, que por aora no puedo comunicar mi tristeza con nadie.»

  —122→  

«Pues en verdad, señor», respondio el cura, «que si estuuierades para ver cosas de gusto, que os enseñara yo vna, que tengo para mi que os le causara, y grande.»

«Simple seria», respondio el duque, «aquel que, ofreciendole el aliuio de103 su mal, no quisiesse recebirle. Por vida mia, padre, que me mostreys esso que dezis, que deue de ser alguna de vuestras curiosidades, que   -fol. 230r-   para mi son todas de grandissimo gusto.»

Leuantose el cura, y fue donde estaua Cornelia, que ya tenia adornado a su hijo y puestole las ricas joyas de la cruz y del Agnus, con otras tres piezas104 preciosissimas, todas dadas del duque a Cornelia, y, tomando al niño entre sus braços, salio adonde el duque estaua, y diziendole que se leuantasse y se llegasse a la claridad de vna ventana, quitó al niño de sus braços, y le puso en los del duque, el qual, quando miró, y reconocio las joyas, y vio que eran las mismas que el auia dado a Cornelia, quedó atonito, y mirando ahincadamente al niño, le parecio que miraua su mismo retrato: y, lleno de admiracion, preguntó al cura cuya era aquella criatura, que en su adorno y adereço parecia hijo de algun principe.

«No se», respondio el cura; «solo se, que aura no se quantas noches, que aqui me le truxo vn cauallero de Bolonia, y me encargó mirasse   —123→   por el y le criasse, que era hijo de vn valeroso padre, y de vna principal y hermosissima madre. Tambien vino con el cauallero vna muger, para dar leche al niño, a quien he yo preguntado si sabe algo de los padres desta criatura, y responde que no sabe palabra; y en verdad que si la madre es tan hermosa como el ama, que deue de ser la mas hermosa muger de Italia.»

«¿No la veriamos?», preguntó el duque.

«Si, por cierto», respondio el cura, «venios, señor, conmigo, que si os suspende el adorno y la belleza dessa criatura, como creo que os ha suspendido, el mismo efeto entiendo que ha de hazer la vista de su ama.»

Quisole tomar la criatura el cura al105 - 106 duque, pero el no la quiso dexar, antes la apreto en sus107 braços y le dio muchos besos.

Adelantose el cura vn poco, y dixo a Cornelia que saliesse sin turbacion alguna a recebir al duque.

Hizolo assi Cornelia, y con el sobresalto le salieron tales colores al rostro, que sobre el modo mortal la hermosearon. Pasmose el duque108 quando la vio,   -fol. 230v-   y ella, arrojandose a sus pies, se los quiso besar.

El duque, sin hablar palabra, dio el niño al cura, y, boluiendo las espaldas, se salio con gran priessa del aposento; lo qual, visto por Cornelia, boluiendose al cura, dixo:

  —124→  

«¡Ay, señor mío! ¿Si se ha espantado el duque de verme, si me tiene aborrecida, si le he parecido fea, si se le han oluidado las obligaciones que me tiene? ¿No me hablará siquiera vna palabra? ¿Tanto le cansaua ya su hijo, que assi le arrojó de sus braços?»

A todo lo qual no respondia palabra el cura, admirado de la huyda del duque, que asi109 le parecio que fuesse huyda, antes que otra cosa, y no fue sino que salio a llamar a Fabio y dezirle:

«Corre, Fabio amigo, y a toda diligencia buelue a Bolonia, y di que al momento Lorenço Bentibolli, y los dos caualleros españoles don Iuan de Gamboa y don Antonio de Ysunça, sin poner escusa alguna, vengan luego a esta aldea; mira, amigo, que bueles, y no te vengas sin ellos, que me importa la vida el verlos.»

No fue pereçoso Fabio, que luego puso en efeto el mandamiento de su señor.

El duque boluio luego adonde Cornelia estaua derramando hermosas lagrimas. Cogiola el duque en sus braços, y añadiendo lagrimas a lagrimas, mil vezes le beuio el aliento de la boca, teniendoles el contento atadas las lenguas. Y assi, en silencio honesto y amoroso, se gozauan los dos felizes110 amantes y esposos verdaderos.

El ama del niño, y la Criuela por lo menos, como ella dezia, que por entre las puertas de   —125→   otro aposento auian estado mirando lo que entre el duque y Cornelia passaua, de gozo se dauan de calabaçadas111 - 112 por las paredes, que no parecia sino que auian perdido el juyzio. El cura daua mil besos al niño que tenia en sus braços, y con la mano derecha, que desocupó, no se hartaua de echar bendiciones a los dos abraçados señores. El ama del cura, que no se auia hallado presente al graue caso, por estar ocupada aderezando113   -fol. 231r-   la comida, quando la tuuo en su punto, entró a llamarlos, que se sentassen a la mesa. Esto apartó los estrechos abraços, y el duque desembaraçó al cura del niño, y le tomó en sus braços, y en ellos le tuuo todo el tiempo que duró la limpia y bien sazonada mas que sumptuosa comida; y, en tanto que comian, dio cuenta Cornelia de todo lo que le auia sucedido, hasta venir a aquella casa, por consejo de la ama de los dos caualleros españoles, que la auian seruido, amparado, y guardado con el mas honesto y puntual decoro que pudiera imaginarse. El duque le conto assimismo a ella todo lo que por el auia passado, hasta aquel punto. Hallaronse presentes las dos amas, y hallaron en el duque grandes ofrecimientos y promessas.

En todos se renouo el gusto con el felize114 fin del sucesso, y solo esperauan a colmarle, y a ponerle en el estado mejor que acertara a   —126→   dessearse, con la venida de Lorenço, de don Iuan, y don Antonio, los quales de alli a tres dias vinieron desalados y desseosos, por saber si alguna nueua sabia el duque de Cornelia, que Fabio, que los fue a llamar, no les pudo dezir ninguna cosa de su hallazgo, pues no la sabia.

Saliolos a recebir el duque vna sala antes de donde estaua Cornelia, y esto sin muestras de contento alguno, de que los recien venidos se entristecieron.

Hizolos sentar el duque, y el se sento con ellos, y encaminando su platica a Lorenço, le dixo:

«Bien sabeys, señor Lorenço Bentibolli, que yo jamas engañé a vuestra hermana, de lo que es buen testigo el cielo y mi conciencia. Sabeys assimismo la diligencia con que la he buscado y el desseo que he tenido de hallarla, para casarme con ella, como se lo tengo prometido. Ella no parece, y mi palabra no ha de ser eterna. Yo soy moço, y no tan experto en las cosas del mundo, que no me dexe lleuar de las que me ofrece el deleyte a cada paso115. La misma aficion que me hizo prometer   -fol. 231v-   ser esposo de Cornelia, me lleuó tambien a dar antes que a ella palabra de matrimonio a vna labradora desta aldea, a quien pensaua dexar burlada, por acudir al valor de Cornelia, aunque no acudiera a lo que la conciencia me pedia, que no fuera pequeña muestra de amor. Pero pues nadie se casa con muger que no parece,   —127→   ni es cosa puesta en razon que nadie busque la muger que le dexa, por no hallar la prenda que le aborrece, digo que veays, señor Lorenço, que satisfacion puedo daros del agrauio que no116 os hize, pues jamas tuue intencion de hazerosle, y luego quiero que me deys licencia para cumplir mi primera palabra y desposarme con la labradora, que ya esta dentro desta casa.»

En tanto que el duque esto dezia, el rostro de Lorenço se yua mudando de mil colores, y no acertaua a estar sentado de vna manera en la silla, señales claras que la colera le yua tomando possession de todos sus sentidos. Lo mismo passaua por don Iuan y por don Antonio, que luego propusieron de no dexar salir al duque con su intencion, aunque le quitassen la vida.

Leyendo, pues, el duque en sus rostros sus intenciones, dixo:

«Sossegaos, señor Lorenço, que, antes que me respondays palabra, quiero que la hermosura que vereys en la que quiero recebir por mi esposa, os obligue a darme la licencia que os pido117 - 118, porque es tal, y tan estremada119, que de mayores yerros sera disculpa.»

Esto dicho, se leuantó y entró donde Cornelia estaua riquissimamente adornada, con todas las joyas que el niño tenia y muchas mas.

Quando el duque boluio las espaldas, se leuantó don Iuan, y, puestas ambas manos en   —128→   los dos braços de la silla donde estaua sentado Lorenço, al oydo le dixo:

«¡Por Santiago de Galizia, señor Lorenço, y por la fe de christiano120 y de121 cauallero que tengo, que assi dexe yo salir con su intencion al duque, como boluerme moro!; aqui, aqui, y en mis manos, ha de dexar la   -fol. 232r-   vida, o ha de cumplir la palabra que a la señora Cornelia, vuestra hermana, tiene dada, o, a lo menos, nos ha de dar tiempo de buscarla, y hasta que de cierto se sepa que es muerta, el no ha de casarse.»

«Yo estoy desse parecer mismo», respondio Lorenço.

«Pues del mismo estara mi camarada don Antonio», replicó don Iuan.

En esto, entró por la sala adelante Cornelia, en medio del cura y del duque, que la traia de la mano, detras de los quales venian Sulpicia, la donzella de Cornelia, que el duque auia embiado por ella a Ferrara, y las dos amas, del niño y la de los caualleros. Quando Lorenço vio a su hermana, y la acabó de rafigurar y conocer, que, al principio, la impossibilidad, a su parecer, de tal sucesso, no le dexaua enterar en la verdad, tropeçando en sus mismos pies, fue a122 arrojarse a los del duque, que le leuantó y le puso en los braços de su hermana, quiero dezir, que su hermana le abraçó con las muestras de alegria possibles.

  —129→  

Don Iuan y don Antonio dixeron al duque que auia sido la mas discreta y mas sabrosa burla del mundo.

El duque tomó al niño, que Sulpicia traia, y dandosele a Lorenço, le dixo:

«Recebid, señor hermano, a vuestro sobrino y mi hijo, y ved si quereys darme licencia que me case con esta labradora, que es la primera a quien he dado palabra de casamiento.»

Seria nunca acabar contar lo que respondio Lorenço, lo que preguntó don Iuan, lo que sintio don Antonio, el regozijo del cura, la alegria de Sulpicia, el contento de la consejera, el jubilo del ama, la admiracion de Fabio y, finalmente, el general contento de todos. Luego el cura los desposó, siendo su padrino don Iuan de Gamboa; y entre todos se dio traza123 que aquellos desposorios estuuiessen secretos, hasta ver en que paraua la enfermedad que tenia muy al cabo a la duquessa124, su madre, y que en tanto la señora Cornelia se boluiesse a Bolonia con su hermano. Todo se hizo assi, la duquessa   -fol. 232v-   murio, Cornelia entró en Ferrara, alegrando al mundo con su vista; los lutos se boluieron en galas; las amas quedaron ricas, Sulpicia por muger de Fabio, don Antonio y don Iuan contentissimos de auer seruido en algo al duque, el qual les ofrecio dos primas suyas por mugeres, con riquissima dote.

Ellos dixeron que los caualleros de la nacion   —130→   vizcayna, por la mayor parte, se casauan en su patria, y que no por menosprecio, pues no era possible, sino por cumplir su loable costumbre y la voluntad de sus padres, que ya los deuian de tener casados, no aceptauan tan illustre125 ofrecimiento.

El duque admitio126 su disculpa, y por modos honestos y honrosos, y buscando ocasiones licitas, les embio muchos presentes a Bolonia, y algunos tan ricos, y embiados a tan buena sazon y coyuntura, que aunque pudieran no admitirse, por no parecer que recebian paga, el tiempo en que llegauan127 lo facilitaua todo, especialmente los que les embio al tiempo de su partida para España, y los que les dio quando fueron a Ferrara a despedirse del; ya hallaron a Cornelia con otras dos criaturas hembras, y al duque mas enamorado que nunca. La duquesa dio la cruz de diamantes a don Iuan, y el Agnus a don Antonio, que, sin ser poderosos a hazer otra cosa, las recibieron. Llegaron a España, y a su tierra, adonde se casaron con ricas, principales y hermosas mugeres, y siempre tuuieron correspondencia con el duque y la duquessa128 y con el señor Lorenço Bentibolli, con grandis[si]mo129 gusto de todos.





 
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