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Novela de La tia fingida

cuya verdadera historia sucedió en Salamanca el año de1 1575.

(Edición Franceson-Wolf; Berlín, G. C. Nauck, 1818.)

Miguel de Cervantes Saavedra

Rodolfo Schevill (ed. lit.)

Adolfo Bonilla y San Martín (ed. lit.)


[Nota preliminar: El original presenta enfrentadas dos versiones del texto: en las páginas impares aparece la edición de Franceson-Wolf (Berlín, G. C. Nauck, 1818), anotada por Schevill y Bonilla, y en las pares la versión del Códice A2-141-4 de la Biblioteca Colombina (folios 77-a a 88-a). Para facilitar la lectura de la obra presentamos los textos en registros distintos.]



  —253→  

Pasando por cierta calle de Salamanca dos estudiantes mancebos y manchegos, más amigos del baldeo y rodancho que de Bártulo y Baldo, vieron en una ventana de una casa y tienda de carne2 una celosía, y pareciéndoles novedad, porque la gente de la tal casa, si no se descubría y apregonaba, no se vendía, y3 queriéndose informar del caso, deparóles su diligencia un oficial vecino, pared en medio, el cual les dijo:

«Señores, habrá ocho días, que vive en esta casa una señora forastera, medio beata y de mucha autoridad4. Tiene consigo una doncella de estremado5 parecer y brío, que dicen ser su sobrina. Sale con un escudero y dos dueñas, y según he juzgado es gente honrada6 y de gran recogimiento: hasta ahora no he visto entrar   —255→   persona alguna de esta7 ciudad, ni de otra a visitallas, ni sabré decir de cuál vinieron a Salamanca. Mas lo que sé es que la moza es hermosa y honesta8, y que el fausto y autoridad de la tía no es de gente pobre.»

La relación que dió el vecino oficial a los estudiantes, les puso codicia de dar cima a aquella aventura; porque siendo pláticos en la ciudad, y deshollinadores9 de cuantas ventanas tenían albahacas con tocas, en toda ella no sabían que tal tía y sobrina hubiesen10 cursantes en su Universidad, principalmente que viniesen a vivir a semejante casa, en la cual, por ser de buen peaje, siempre se había vendido tinta, aunque no de la fina11: que hay casas, así en Salamanca como en otras ciudades, que lleban de suelo vivir siempre en ellas mugeres cortesanas, y12 por otro nombre trabajadoras o enamoradas13.

Eran ya cuasi14 las doce del día, y la dicha casa estaba cerrada por fuera, de lo cual15 coligieron, o que no comían en ella sus moradoras, o que vendrían con brevedad; y no les salió vana su presunción, porque a poco rato vieron venir una reverenda matrona, con unas tocas blancas como la nieve, más largas que una16 sobrepelliz de un17 canónigo portugués, plegadas sobre la frente, con su ventosa y con un gran rosario al cuello de cuentas sonadoras, tan gordas   —257→   como las de Santenuflo18    19, que a la cintura la20 llegaba: manto de seda y lana, guantes blancos y nuevos sin vuelta, y un báculo o junco de las Indias con su remate de plata en la mano derecha21, y de la izquierda22 la traía un escudero de los del tiempo del Conde Fernán González, con su sayo de velludo, ya sin vello, su martingala de escarlata, sus borceguíes bejaranos, capa de fajas23, gorra de Milán, con su bonete de ahuja24, porque era enfermo de vaguidos, y sus guantes peludos, con su tahalí y espada navarrisca25. Delante venía su sobrina, moza, al parecer, de diez y ocho años, de rostro mesurado y grave, más aguileño que redondo: los ojos negros rasgados, y al descuido adormecidos, cejas tiradas y bien compuestas, pestañas negras26, y encarnada la color del rostro: los cabellos plateados27 y crespos por artificio, según se descubrían por las sienes: saya de buriel28 fino, ropa justa de contray o frisado, los chapines de terciopelo negro con sus clavetes y rapacejos de plata bruñida, guantes olorosos, y no de polvillo sino de ámbar29. El ademán era grave, el mirar honesto, el paso ayroso y de garza. Mirada en30 partes parecía mui bien, y en el todo mucho mejor; y aunque la condición e inclinación de los dos manchegos era la misma, que es31 la de los cuerbos nuevos, que a cualquier   —259→   carne se abaten, vista la de la nueva garza, se abatieron a ella con todos sus cinco sentidos, quedando suspensos y enamorados de tal donaire y belleza: que esta prerogativa32 tiene la hermosura, aunque sea cubierta de sayal. Venían detrás dos dueñas de honor, vestidas a la traza del escudero.

Con todo este estruendo llegó esta33 buena señora a su casa, y abriendo el buen escudero la puerta, se entraron en ella; bien es verdad que al entrar, los dos34 estudiantes derribaron sus bonetes con un extraordinario modo de crianza y respeto, mezclado con35 afición, plegando sus rodillas e inclinando sus ojos, como si fueran los más benditos y corteses hombres del mundo. Atrancáronse las señoras, quedáronse los señores en la calle, pensatibos y medio enamorados, dando y tomando brevemente en36 que hacer debían, creyendo sin duda, que pues aquella gente era forastera, no habrían37 venido a Salamanca a aprender leyes, sino para38 quebrantarlas. Acordaron39, pues, de40 darle una música la noche siguiente; que este es el   —261→   primer servicio que a sus damas hacen los estudiantes pobres.

Fuéronse luego a dar fin y quito a su pobreza, que era una tenue porción, y comidos que fueron -y no de perros41- convocaron a sus amigos, juntaron guitarras e instrumentos, previnieron músicos, y fuéronse a un poeta de los que sobran en aquella ciudad, al cual rogaron que sobre el nombre de Esperanza -que así se llamaba la de sus vidas, pues ya por tal la tenían- fuese servido de componerles alguna letra para cantar aquella noche; mas que en todo caso incluyese la composición el nombre de Esperanza. Encargóse de este cuidado el poeta, y en poco rato, mordiéndose los labios y las uñas, y rascándose las sienes y frente, forjó un soneto, como lo42 pudiera hacer un cardador o peraile. Diósele a los amantes, contentóles, y acordaron que el mismo autor se lo fuese diciendo a los músicos, porque no había lugar de tomallo de memoria.

Llegóse en esto la noche, y en la hora acomodada para la solemne fiesta, juntáronse nueve matantes de la Mancha43, que sacaron cualquiera de una taza malagan por sorda que fuese44, y cuatro músicos de voz y guitarra, un salterio, una arpa, una bandurria, doce cencerros, y una gaita zamorana, treinta broqueles y otras tantas cotas, todo repartido entre una grande45 tropa de paniaguados, o por mejor   —263→   decir46, pan-y-vinagres. Con toda esta procesión y estruendo llegaron a la calle y casa de la señora, y en entrando por ella sonaron los crueles cencerros con tal ruido, que puesto que la noche había ya pasado el filo, y aun el corte de la quietud47, y todos sus48 vecinos y moradores de ella49 estaban de dos dormidas, como gusanos de seda50, no51 fué posible dormir más sueño, ni quedó persona en toda la vecindad, que no dispertase52 y a las ventanas se pusiese. Sonó luego la gaita las gambetas, y acabó con el esturdión, ya debajo de la53 ventana54 de la dama. Luego al son de la harpa, dictándolo el poeta su artífice, cantó el soneto un músico de los que no se hacen de rogar, en voz acordada y suave, el cual decía de esta manera:


   En esta casa55 yace mi Esperanza,
a quien yo con el alma y cuerpo adoro,
Esperanza de vida y de tesoro,
pues no la tiene aquel que no la alcanza.
   Si yo la alcanzo, tal será mi andanza,
que no embidie56 al francés, al indio, al moro;
por tanto, tu labor gallardo imploro,
Cupido, Dios de toda dulce holganza.
—265→
    Que aunque es esta Esperanza tan pequeña,
que apenas tiene años diez y nueve,
será quien la alcanzare un gran gigante.
   Crezca el incendio, añádasela leña,
¡o Esperanza gentil! ¿y quién se atreve
a no ser en serviros57 vigilante?

Apenas se había acabado de cantar este descomulgado soneto, cuando un vellacón de los circunstantes, graduado in utroque jure58, dijo a otro que al lado tenía, con voz lebantada y sonora:

«¡Voto a tal, que no he oído mejor estrambote, en todos59 los días de mi vida! ¿Ha visto Vmd.60 aquel concordar de versos, y aquella invocación de Cupido, y61 aquel jugar del vocablo con el nombre de la dama62, y aquel imploro63 tan bien encajado, y los años de la niña tan bien engeridos, con aquella comparación, tan bien contrapuesta y traída, de pequeña a gigante? Pues ya, la maldición o imprecación me digan, con aquel admirable y sonoro vocablo de incendio64 juro a tal, que si conociera al poeta que tal soneto compuso, que le había de inviar65 mañana media docena de chorizos que me trajo esta semana66 el recuero de mi tierra.»

  —267→  

Por sola la palabra chorizos, se persuadieron los oyentes ser el que las alabanzas decía estremeño sin duda, y no se engañaron, porque se supo después que era de un lugar de Estremadura, que está junto a Xaraicejo67; y de allí adelante quedó en opinión de todos por hombre docto y versado en la68 arte poética, sólo por haberle oído desmenuzar tan en particular el cantado y encantado69 soneto.

A todo lo cual se estaban las ventanas de la casa cerradas, como su madre las parió, de lo que no poco se desesperaban los dos desesperados, y70 esperantes manchegos; pero, con todo eso, al son de las guitarras segundaron a tres voces con el siguiente romance, así mismo hecho a posta y por la posta para el propósito:


   Salid, Esperanza mía,
a faborecer el alma,
que sin vos agonizando,
casi el cuerpo desampara.
   Las nubes del temor frío
no cubran vuestra luz clara;
que es mengua de vuestros soles
no rendir quien los contrasta.
   En el mar de mis enojos
tened tranquilas las aguas,
si no queréis que el deseo
dé al través con la Esperanza.
—269→
    Por vos espero la vida,
quando la muerte me mata.
Y la gloria en el infierno,
y en el desamor la gracia.

A este punto llegaban los músicos con el romance, cuando sintieron abrir la ventana, y ponerse a ella una de las dueñas, que aquel día habían visto, la cual les dijo, con una voz afilada y pulida:

«Señores, mi Señora Doña Claudia de Astudillo y Quiñones, suplica a vuesas mercedes la reciba su merced71 tan señalada, que se vayan a otra parte a dar esa música, por escusar el escándalo y mal egemplo que se da a la vecindad, respecto72 de tener en su casa una sobrina doncella, que es mi Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco, y no le está73 bien a su profesión y estado que semejantes cosas se hagan a su puerta; que de otra suerte, y por otro estilo, y con menos escándalo, la podrá recibir de vuesas mercedes»74.

A lo cual respondió uno de los75 pretendientes:

«Hacedme regalo y merced, señora dueña, de decir a mi Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco, que se ponga a76 esa ventana, que la quiero decir solas dos palabras, que son de su manifiesta utilidad y servicio.»

«Huy, huy», dijo la dueña, «en eso por cierto está mi Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco77.   —271→   Sepa, Señor mio, que no es de las que piensa, porque es mi Señora mui principal, mui honesta, mui recogida, mui discreta, mui graciosa, mui música, y78 mui leída y79 escribida, y no hará lo que Vmd. le80 suplica, aunque la cubriesen81 de perlas.»

Estando en este deporte y conversación con la repulgada dueña del huy y82 las perlas, venía por la calle gran tropel de gente83, y creyendo los músicos y acompañados84 que era la Justicia de la ciudad, se hicieron todos una rueda, y recogieron en medio del85 escuadrón el bagage de los músicos; y como llegase la Justicia, comenzaron86 a repicar los broqueles y crugir las mallas, a cuyo son no quiso la Justicia danzar la danza de espadas de los hortelanos de la fiesta del Corpus de Sevilla87, sino88 pasó adelante, por no parecer a sus ministros, corchetes y porquerones aquella feria de ganancia. Quedaron ufanos los brabos, y quisieron proseguir su comenzada música: mas uno de los dos dueños de la máquina, no quiso se prosiguiera si la Señora Doña Esperanza no se asomara89 a la ventana, a la cual ni aun la dueña se asomó, por más que90 volvieron a llamar; de lo cual91   —273→   enfadados y corridos todos, quisieron apedrealle la casa, y quebralle la celosía, y darle una matraca92 o cantaleta: condición propia de mozos en casos semejantes. Mas aunque enojados, volvieron a hacer la refacción93 y deshecha94 de la música, con algunos villancicos. Volvió a sonar la gaita, y el enfadoso y brutal son de los cencerros, con el cual ruido acabaron su música95.

Cuasi96 al alba sería, cuando el escuadrón se deshizo: mas no se deshizo97 el enojo que los manchegos tenían viendo lo poco que había aprovechado su música, con el cual se fueron a casa de cierto caballero amigo suyo, de los que llaman generosos en Salamanca y se asientan en cabeza98 de banco99: el cual era mozo, rico, gastador, músico, enamorado, y sobre todo amigo de valientes; al cual le contaron mui por estenso100 su suceso sobre la belleza, donaire, brío, gracia101 de la doncella: atendió el cual a la belleza y hermosura, al donaire, brío y gracia con que se la describieron102, juntamente con la gravedad y fausto de la tía, y el poco o ningún remedio ni esperanza103 que tenían de gozar la doncella104, pues el de la música, que era el primero y postrero105 servicio que ellos podían hacerla, no les había aprovechado ni servido   —275→   de más de106 indignarla con el disfame de su107 vecindad. El caballero, pues, que era de los del108 campo través109, no tardó mucho en ofrecerles que él la conquistaría para ellos, costase lo que costase; y luego aquel mismo día embió un recaudo, tan largo como comedido, a la Señora Doña Claudia, ofreciendo a su servicio la persona, la vida, la hacienda y su fabor. Informóse del page la astuta Claudia de la calidad y condiciones de su Señor, de su renta, de su inclinación, y de sus entretenimientos y egercicios, como si le hubiera de tomar por verdadero yerno; y el page diciéndole110 verdad le retrató de suerte, que ella quedó medianamente satisfecha, y embió con él la dueña del huy u del hondo valle, que dice el libro de caballerías111, con la respuesta no menos larga y comedida que había sido la embajada. Entró la dueña, recibióla el caballero cortésmente; sentóla junto de112 sí en una silla, y113 quitóle114 el manto de la cabeza, y dióle115 un lenzuelo de encajes con que se quitase el sudor, que venía algo fatigadilla del camino: y antes que le digese palabra del recaudo que traía, hizo que le116 sacasen una caja de mermelada, y él por su mano le cortó dos buenas postas de ella, haciéndole enjugar117 los dientes con dos docenas118 de tragos de vino del   —277→   Santo, con lo cual quedó hecha una amapola, y más contenta que si la hubieran119 dado una Canongía.

Propuso luego su embajada, con sus torcidos acostumbrados y repulgados120 vocablos, y concluyó con una mui formada121 mentira, cual fué, que su Señora Doña Esperanza de Torralba, Meneses y Pacheco estaba tan pulcela como su madre la parió -que si dijera como la madre que la parió no fuera tan grande122- mas que con todo eso, para su merced, que no habría123 puerta de su Señora cerrada. Respondióla el caballero que todo cuanto le había dicho del merecimiento, valor y124 hermosura, honestidad125, recogimiento y principalidad -por hablar a su modo- de su ama lo creía; pero aquello126 del pulcelazgo127 se le hacía algo durillo; por lo cual le rogaba, que en este punto le declarase la verdad de lo que sabía, y que le128 juraba a fe de caballero, si lo129 desengañaba, darle130 un manto de seda de los de131 cinco en pua132. No fué menester con esta promesa dar otra vuelta al cordel del ruego, ni atezarle133 los garrotes para que la melindrosa dueña confesase la verdad, la cual era, por el paso en que estaba y por el de la hora de su postrimería, que su Señora Doña Esperanza de   —279→   Torralba, Meneses y Pacheco estaba de tres mercados, o por mejor decir de tres ventas; añadiendo el cuanto134, el con quien, y adonde135, con otras mil circunstancias con que quedó don Félix -que así se llamaba el caballero- satisfecho de todo cuanto saber quería, y acabó con ella, que aquella misma noche lo136 encerrase en casa, donde y cuando137 quería hablar a solas con la Esperanza sin que lo supiese la tía. Despidióla con buenas palabras y ofrecimientos, que llevase a sus amas, y dióle138 en dinero cuanto pudiese costar el negro manto. Tomó la orden que tendría para entrar aquella noche en139 casa, con lo cual la dueña se fué, loca de contento, y él quedó pensando en su ida140 y aguardando la noche, que le parecía se141 tardaba mil años, según deseaba verse con aquellas compuestas fantasmas.

Llegó el plazo, que ninguno hay que no llegue, y hecho un San Jorge, sin amigo ni criado, se fue Don Felix, donde halló que la dueña lo142 esperaba, y abriéndole la puerta lo143 entró en casa con mucho tino y silencio y144 puso en el aposento de su Señora Esperanza tras las cortinas de su cama, encargándole no hiciese algún145 ruido, porque ya la Señora Doña Esperanza sabía que estaba allí, y que, sin que su tía   —281→   lo supiese, a persuasión suya quería darle todo contento; y apretándole la mano en señal de palabra que146 así lo haría, se salió la dueña, y D. Félix se quedó tras la cama de su Esperanza, esperando en qué había de parar aquel embuste o enredo.

Serían las nueve de la noche, cuando entró a esconderse D. Félix, y, en una sala conjunta a este aposento, estaba la tía sentada en una silla baja de espaldas, y147 la sobrina en un estrado frontero, y en medio un gran brasero de lumbre: la casa puesta ya en silencio, el escudero acostado, la otra dueña retirada y dormida; sola la sabedora del negocio estaba en pie y solicitando que su Señora la vieja se acostase, afirmando que las nueve que el relox había dado eran las diez, mui deseosa que148 sus conciertos viniesen a efecto, según su Señora la moza y ella lo tenían ordenado, cuales eran que, sin que la Claudia lo supiese, todo aquello cuanto con149 que Don Félix150 cayese y pechase151 fuese para ellas solas, sin que la vieja tubiese que ver ni haber de152 ello; la cual era tan mezquina y avara, y tan señora de lo que la sobrina ganaba y adquiría, que jamás le daba un solo real para comprar lo que extraordinariamente hubiese menester, pensando sisalle este contribuyente de los muchos que esperaba153 tener, andando los días. Pero aunque sabía   —283→   la dicha Esperanza que Don Félix estaba en casa, no sabía la parte secreta donde estaba escondido. Convidada, pues, del mucho silencio de la noche y de la comodidad del tiempo, dióle gana de hablar a Dona154 Claudia, y así en medio tono comenzó a decir a la sobrina en esta guisa:

Consejo de Estado y Hacienda155.

«Muchas veces te he dicho, Esperanza mía, que no se te156 pasen de la memoria los consejos, los157 documentos y advertencias que te he dado siempre: los cuales, si los guardas como debes y me has prometido, te servirán de tanta utilidad y provecho, cuanto la mesma esperiencia158 y tiempo, que es maestro de todas las cosas y aun descubridor159, te lo darán a entender. No pienses que estamos aquí en Plasencia, de donde eres natural, ni en Zamora, donde comenzaste a saber qué cosa es mundo -y carne160- ni menos estamos en Toro, donde diste el tercer esquilmo de tu fertilidad, las cuales tierras son habitadas de gente buena y llana, sin malicia ni recelo, y no tan intrincada ni versada en bellaquerías y diabluras como en la que hoy estamos. Advierte, hija mía, que estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, archivo de las habilidades, tesorera de los buenos   —285→   ingenios161, y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes, gente moza, antojadiza, arrojada, libre, liberal162, aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de humor. Esto es en lo general, pero en lo particular, como todos, por la mayor parte, son forasteros y de diferentes partes y provincias, no todos tienen unas mesmas condiciones; porque los vizcaínos, aunque son pocos como las golondrinas cuando vienen163, es gente corta de razones, pero si se pican de una muger son largos de bolsa, y como no conocen los metales, así gastan en su servicio y sustento la plata, como si fuese hierro de lo mucho que su tierra produce164. Los manchegos es165 gente avalentonada, de los de Cristo me lleve, y llevan ellos el amor a mogicones. Hay también aquí166 una masa de aragoneses, valencianos y catalanes; tenlos por gente pulida, olorosa, bien criada y mejor aderezada, mas no los pidas más, y si más quieres saber, sábete, hija, que no saben de burlas, porque son, cuando se enojan con una muger, algo crueles y no de mui167 buenos hígados.

»Los168 castellanos nuevos, tenlos por nobles de pensamientos, y que si tienen dan, y por lo menos si no dan no piden. Los estremeños169, tienen de todo como boticarios, y son como la alquimia, que si llega   —287→   a plata, lo es y si al170 cobre, cobre se queda. Para los andaluces, hija, hay necesidad de tener quince sentidos, no171 cinco, porque son agudos y perspicaces de ingenio, astutos, sagaces, y no nada miserables; esto y más tienen si son cordobeses172. Los gallegos no se colocan en predicamento, porque no son alguien. Los asturianos son buenos para el sábado, porque siempre traen a casa grosura y mugre. Pues ya los portugueses, es cosa larga de describirte y pintarte173 sus condiciones y propiedades, porque, como son gente enjuta de celebro174, cada loco con su tema; mas la de todos por la mayor parte175, es que puedes hacer cuenta que el mismo amor vive en ellos envuelto en laceria.

»Mira, pues, Esperanza, con qué variedad de gentes has de tratar, si176 será necesario, habiéndote de engolfar en un mar de tantos bajíos e inconvenientes177, te señale yo y enseñe un norte y estrella178 por donde te guíes y rijas, porque no dé al trabés el navío de nuestra intención y pretensa179 que es pelallos y disfrutallos a todos180; y echemos al agua la mercadería de mi nave, que es tu gentil y gallardo cuerpo, tan dotado de gracia, donaire y garabato para cuantos de él toman codicia181.

»Advierte, niña, que no hay maestro en toda esta   —289→   Universidad, por famoso que sea182, que sepa tan bien leer en su facultad, como yo sé y puedo enseñarte en esta arte mundanal que profesamos; pues así por los muchos años que he vivido en ella y por ella, y183 por las muchas esperiencias184 que he hecho, puedo ser jubilada en ella185: y aunque lo que agora186 te quiero decir, es parte del todo que otras muchas veces te he dicho, con todo eso quiero que me estés atenta y me des grato oído, porque no todas veces lleva el marinero tendidas las velas de su navío, ni todas las lleva cogidas, porque187 según es188 el viento tal el tiento

Estaba a todo lo dicho, la dicha niña Esperanza, bajos los ojos, y escarbando el brasero con un cuchillo, inclinada la cabeza sin hablar palabra, y al parecer mui contenta y obediente a cuanto la tía le iba diciendo; pero no contenta Claudia con esto, le dijo:

«Alza, niña, la cabeza, y deja de escarbar el fuego: claba y fija en mí los ojos189, no te duermas, que, para lo que te quiero decir, otros cinco sentidos más de los que tienes debieras tener, para aprenderlo y percibirlo.»

A lo cual replicó Esperanza:

«Señora tía, no se canse ni me canse en alargar y proseguir su arenga, que ya me tiene quebrada la cabeza con las muchas veces que me ha predicado y advertido de lo que me conviene y tengo de hacer: no   —291→   quiera ahora de nuevo volvérmela a quebrar. Mire ahora, ¿qué más tienen los hombres de Salamanca que los de otras190 tierras? ¿Todos no son de carne y hueso? ¿Todos no tienen alma, con tres potencias y cinco sentidos? ¿Qué importa que tengan algunos más letras y estudios que los otros hombres?191. Antes imagino yo que los tales se ciegan y caen más presto que los otros, y no se engañan192, porque tienen193 entendimiento para conocer y estimar cuánto vale la hermosura. ¿Hay más que hacer, que incitar al tibio, probocar al casto, negarse al carnal, animar al cobarde, alentar al corto, refrenar al presumido, despertar al dormido, convidar al descuidado, acordar al olvidado, requerir al... escribir al ausente, alabar al necio, celebrar al discreto, acariciar al rico, y desengañar al pobre? ¿Ser ángel en la calle, santa en la iglesia, hermosa en la ventana, honesta en la casa, y demonio en la cama?194    195.

»Señora tía, ya todo esto me lo sé de coro: tráigame otras cosas nuevas de que avisarme y advertirme196, y déjelas para otra coyuntura, porque le hago saber, que toda me duermo, y no estoy para poderla escuchar197. Mas una sola cosa le quiero decir, y le aseguro, para que de ello esté mui cierta y enterada, y es que no me dejaré más martirizar de su mano, por toda la ganancia que se me pueda ofrecer y seguir. Tres flores he dado   —293→   y tantas a Vmd. vendido, y tres veces he pasado insufrible martirio. ¿Soy yo por ventura de bronce?, ¿no tienen sensibilidad mis carnes?, ¿no hay más sino dar puntadas en ellas como en ropa descosida o desgarrada? Por el siglo de la madre que no conocí, que no lo tengo más de consentir. Deje, Señora tía, ya de rebuscar mi viña, que a veces es más sabroso el rebusco que el esquilmo principal; y si todavía está determinada que mi jardín se venda cuarta vez por entero, intacto y jamás tocado, busque otro modo más suave de cerradura para su postigo, porque la del sirgo y ahuja, no hay pensar que más llegue a mis carnes.»

«¡Ay, boba, boba», replicó la vieja Claudia, «y que poco sabes de estos achaques! No hay cosa que se le iguale para este menester como la de la ahuja y sirgo colorado, porque todo lo demás es andar por las ramas; no vale nada el zumaque y vidrio molido; vale mucho menos la sanguijuela, ni la mirra no es de algún provecho, ni la cebolla albarrana, ni el papo de palomino, ni otros impertinentes menjurges que hay, que todo es aires; porque no hay rústico ya que, si tantico quiera estar en lo que hace, no caiga en la cuenta de la moneda falsa. Vívame mi dedal y ahuja, y vívame juntamente tu paciencia y buen sufrimiento, y venga a embestirte todo el género humano; que ellos quedarán engañados, y tú con honra, y yo con hacienda y más ganancia que la ordinaria.»

«Yo confieso ser así, señora, lo que dices», replicó Esperanza; «pero con todo eso estoy resuelta en mi determinación, aunque se menoscabe mi provecho; cuanto y más que en la tardanza de la venta está el perder la ganancia que se puede adquirir abriendo tienda desde   —295→   luego, y más que no hemos de hacer aquí nuestro asiento y morada; que si, como dice, hemos de ir a Sevilla para la venida de la flota, no será razón que se nos pase el tiempo en flores, aguardando a vender la mía cuarta vez, que ya está negra de marchita. Váyase a dormir, señora, por su vida, y piense en esto, y mañana habrá de tomar la resolución que mejor le pareciere; pues al cabo, al cabo, habré de seguir sus consejos, pues la tengo por madre y más que madre»198.

Aquí llegaban en su plática la tía y199 sobrina, la cual200 toda201 había oído don Félix, no poco admirado de semejantes embustes como encerraban en sí aquellas dos mugeres, al parecer tan honestas y poco sospechosas de maldad202, cuando, sin ser poderoso para escusarlo, comenzó a estornudar con tanta fuerza y ruido, que se pudiera oír en la calle.

Al cual se lebantó doña Claudia, toda alborotada y confusa, y tomó203 la vela y204 entró furiosa en el aposento donde estaba la cama de Esperanza; y si como205 se lo hubieran dicho y ella lo supiera206, se fué derecha a la dicha207 cama, y, alzando las cortinas, halló   —297→   al señor caballero, empuñada su208 espada, calado el sombrero, y209 mui aferruzado210 el semblante, y puesto a punto de guerra.

Así como le vió la vieja, comenzó a santiguarse, diciendo:

«¡Jesús, valme! ¿Qué gran desventura y desdicha es ésta? ¿Hombres en mi casa, y en tal lugar, y a tales horas? ¡Desdichada de mí! ¡Desventurada fuí yo! ¿Y mi honra y recogimiento? ¿Qué dirá quien lo supiere?»

«Sosiéguese Vmd.211, mi señora doña Claudia», dijo don Félix, «que yo no he venido aquí por su deshonra y menoscabo, sino por su honor y provecho. Soy caballero, y212 rico y callado, y sobre todo enamorado de mi señora doña Esperanza, y para alcanzar lo que merecen mis deseos y afición, he procurado por cierta negociación secreta, que Vmd.213 sabrá algún día, de214 ponerme en este lugar, no con otra intención sino de ver y gozar desde cerca de la que de lejos me ha hecho quedar sin mí; y si esta culpa merece alguna pena, en parte estoy y a tiempo somos, donde y cuando se me puede dar, pues ninguna me vendrá de sus manos que yo no estime por mui crecida gloria, ni podrá ser más rigurosa para mí que la que padezco de mis deseos.»

«¡Ay sin ventura de mí», volvió a replicar Claudia, «y a cuantos peligros están puestas215 las mugeres que viven216 sin maridos y sin hombres que las217 defiendan   —299→   y amparen! ¡Agora218 si que te echo menos, malogrado de ti, Juan219 de Bracamonte220 -no el arcediano de Xerez221    222, mal desdichado consorte mío, que si tú fueras vivo, ni yo me viera en esta ciudad, ni en la confusión y afrenta en que me veo! Vmd.223, señor mío, sea servido luego al punto de volverse por donde entró, y si algo quiere en esta su224 casa de mí o de mi sobrina, desde afuera se podrá negociar -no le despide ni desafucia225 - con más espacio226, con más honra y con más provecho y gusto.»

«Para lo que yo quiero en la casa, señora mía»227, replicó don Félix, «lo mejor que ello tiene228 es estar dentro de ella, que la honra por mí no se perderá; la ganancia está en la mano, que es el provecho, y el gusto229 sé decir que no puede faltar. Y para que no sea todo palabras, y que sean verdaderas estas mías, esta cadena de oro doy por fiador de ellas.»

Y quitándose una buena cadena de oro del cuello, que pesaba cien ducados, se la ponía en el suyo.

A este punto, luego que vió tal oferta, y tan cumplida parte de paga la dueña del concierto, antes que su ama respondiese ni la tomase, dijo:

«¿Hay príncipe en la tierra como éste, ni papa, ni emperador, ni Fúcar230, ni embajador, ni cajero de mercader, ni perulero, ni aun canónigo -quod magis   —301→   est231-, que haga tal generosidad y largueza? Señora doña Claudia, por vida mía, que no se trate más de este negocio, sino que se le eche tierra, y haga luego todo cuanto este señor quisiere.»

«¿Estás en tu seso, Grijalba? -que así se llamaba la dueña-. ¿Estás en tu seso, loca desatinada?», dijo doña Claudia. «¿Y la limpieza de Esperanza, su flor cándida, su puridad232, su doncellez no tocada, su virginidad intacta?233. ¿Así se234 había235 de aventurar y vender, sin más ni más, cebada de esa cadenilla? ¿Estoy yo tan sin juicio que me tengo de encandilar de sus resplandores, ni atar con sus eslabones, ni prender con sus ligamentos? ¡Por el siglo del que pudre, que tal no será! Vmd.236 se vuelva a poner su cadena, señor caballero, y mírenos con mejores ojos, y entienda que, aunque mugeres solas, somos principales, y que esta niña está como su madre la parió, sin que haya persona237 en el mundo que pueda decir otra cosa, y si en contra de esta verdad le hubiesen dicho alguna mentira, todo el mundo se engaña, y al tiempo y a la esperiencia238 doy por testigos.»

«Calle, señora», dijo a esta sazón la Grijalba, «que yo239 sé poco, o que me maten si este señor no sabe toda la verdad del hecho de mi señora la moza.»

«¿Qué ha de saber, desvergonzada, qué ha de saber?»,   —303→   replicó Claudia. «¿No sabéis vos la limpieza de mi sobrina?»

«Por cierto, bien limpia soy»240, dijo entonces241 Esperanza, que estaba en medio del aposento como242 embobada y suspensa, viendo lo que pasaba sobre su cuerpo, «y tan limpia, que no ha una hora que con todo este frío me vestí una camisa limpia.»

«Esté Vmd.243 como estubiere», dijo don Félix, «que, sólo por la muestra del paño que he visto, no saldré de la tienda sin comprar toda la pieza. Y porque no se me deje de vender por melindre o ignorancia, sepa, señora Claudia, que he oído toda la plática o sermón que ha hecho esta noche244 a la niña, y que no se ha dado puntada en la costura que no me haya llegado al alma245, porque246 quisiera yo ser el primero que esquilmara este majuelo o vendimiara esta viña, aunque se añadieran a esta cadena unos grillos247 de oro y unas esposas de diamantes. Y pues estoy tan al cabo de esta verdad y le248 tengo tan buena prenda, ya que no se estima la que doy ni las249 que tiene mi persona, úsese de mejor término conmigo, que será justo, con protestación y juramento, que por mí nadie sabrá en el mundo el rompimiento de esta muralla, sino que yo mismo seré el pregonero de su entereza y bondad.»

  —305→  

«¡Ea!», dijo250 la Grijalba, «buena251 pro252 le haga; suya es la joya, y a pesar de maliciosos y de ruines para en uno son; yo los junto y los bendigo.»

Y tomando de la mano a253 la niña, se la acomodaba al254 don Félix; de lo cual se encolerizó tanto la vieja, que, quitándose el255 un chapín, comenzó a dar a la Grijalba como en real de enemigo256, la cual, viéndose maltratar, echó mano de las tocas de Claudia y no le dejó pedazo en la cabeza, descubriendo la buena señora una calba más lucia que la de un fraile, y un pedazo de cabellera postiza que le colgaba por un lado, con que quedó con la más fea y abominable catadura del mundo. Y viéndose tratar así de su criada, comenzó a dar grandes alaridos y voces, apellidando a la justicia; y al primer grito, como si fuera cosa de encantamento257, entró por la sala el corregidor de la ciudad con más de veinte personas entre acompañados y corchetes, el cual, habiendo tenido soplo de las personas que en aquella casa vivían, determinó visitallas aquella noche, y, habiendo llamado a la puerta, no le oyeron como estaban embebecidos258 en su plática259, y los corchetes, con dos palancas, de que de noche andan cargados para semejantes efectos, desquiciaron la puerta260, y subieron al corredor261 tan queditos y quietos262,   —307→   que no fueron sentidos, y desde el principio de los documentos de la tía, hasta la pendencia de la Grijalba, estubo oyendo el corregidor sin perder un punto, y así, cuando entró, dijo:

«Descomedida andáis, para ser ama, con vuestra señora263, señora criada.»

«¡Y cómo si anda descomedida esta bellaca, señor corregidor», dijo Claudia, «pues se ha atrevido a poner las manos do jamás han llegado otras algunas desde que Dios me arrojó en264 este mundo!»

«Bien decís que os arrojó», dijo el corregidor, «porque vos no sois buena sino para arrojada. Cubríos, honrada, y cúbranse todas, y vénganse a la cárcel.»

«¡A la cárcel, señor! ¿Por qué?», dijo Claudia. «¿A las personas de mi cualidad265 y estofa se usa266 en esta tierra tratallas de esta manera?»

«No deis más voces, señora, que habéis de venir sin duda267, y con vos esta señora, colegial trilingüe en el desfrute de su heredad.»

«Que me maten», dijo la Grijalba, «si el señor corregidor no lo ha oído todo, que aquello de tres pringues por lo de Esperanza lo ha dicho.»

Llegóse en esto don Félix y habló aparte al corregidor, suplicándole no las llevase, que él las tomaba en   —309→   fiado; pero268 no pudieron aprovechar con él sus269 ruegos ni menos sus promesas.

Quiso270 la suerte que entre la gente que acompañaba al corregidor, venían los dos estudiantes manchegos y se hallasen271 presentes a toda esta historia; y viendo lo que pasaba, y que en todas maneras habían de ir a la cárcel Esperanza y272 Claudia y la Grijalba, en un instante se concertaron entre sí en lo que debían273 hacer, y sin ser sentidos se salieron de la casa y se pusieron en cierta calle tras cantón, por donde habían de pasar las presas, con seis amigos de su traza que274 luego les deparó su buena ventura, a quien275 rogaron les ayudasen en un hecho de importancia contra la justicia del lugar, para cuyo efecto los hallaron más prontos y listos que si fuera para ir a algún solemne banquete.

De allí a poco asomó la justicia con las prisioneras, y antes que llegasen pusieron mano los estudiantes con tan buen brío276 y denuedo, que a poco rato no les esperó porquerón en la calle, puesto que277 no pudieron librar más que a la Esperanza, porque así como los corchetes vieron trabada la pelaza278, los que llevaban a Claudia y a la Grijalba se fueron con ellas por otra calle y las pusieron en la cárcel. El corregidor, corrido   —311→   y afrentado, se fué a su casa; don Félix a la suya, y los estudiantes a su posada; y queriendo el que la hubo279 quitado a la justicia gozarla aquella noche, el otro no lo quiso consentir, antes le amenazó de muerte si tal hiciese.

¡Oh sucesos estraños del mundo! ¡Oh cosas que es necesario contarlas con recato para ser creídas! ¡Oh milagros del amor nunca vistos! ¡Oh fuerzas poderosas del deseo, que a tan estraños casos nos precipitan! Dícese esto280, porque viendo el estudiante de la presa que el otro, su compañero, con tanto ahinco y veras le prohibía el gozalla, sin hacer otro discurso alguno281, y sin mirar cuán mal282 le estaba lo que quería hacer, dijo:

«Ahora, pues, ya que vos no consentís que goce283 lo284 que tanto me ha costado, y no queréis que por amiga me entregue en ella, a lo menos no me podéis negar que, como a muger legitima, no me la habéis, ni podéis, ni debéis quitar.»

Y volviéndose285 a la moza, a quien de la mano no había dejado, le dijo:

«Esta mano que hasta aquí os he dado, señora de mi alma, como defensor vuestro, ahora, si vos queréis, os la doy como legítimo esposo y marido.»

La Esperanza, que de más bajo partido fuera contenta,   —313→   al punto que vió el que se la286 ofrecía, dijo que sí y que resí, no una, sino muchas veces, y abrazólo como a287 señor y marido. El compañero, admirado de ver tan estraña288 resolución, sin decirles nada, se les quitó de delante y se fué a su aposento. El desposado, temeroso que289 sus amigos y conocidos no le estorbasen el fin de su deseo y le impidiesen el casamiento, que aun no estaba hecho con las debidas circunstancias que la Santa Madre Iglesia manda290, aquella misma noche se fué al mesón donde posaba el arriero de su tierra, el cual291 quiso su292 buena suerte de la Esperanza que293 otro día por la mañana se partía294, con el cual se fueron, y según se dijo, llegó a casa de su padre, donde le dió a entender que aquella señora que allí traía era hija de un caballero principal, y que la había sacado de la295 casa de su padre, dándole palabra de casamiento. Era el padre viejo y creía296 fácilmente cuanto le decía el hijo, y viendo la buena cara de la nuera, se tubo por más que satisfecho, y alabó como mejor supo la buena determinación de su hijo.

No le sucedió así a Claudia297, porque se le averiguó   —315→   por su misma confesión que la Esperanza no era su sobrina ni parienta, sino una niña a quien había tomado de la puerta de la298 iglesia, y que a ella y otras299 tres300 que en su poder había tenido, las había vendido por doncellas muchas veces a differentes personas, y que de esto se mantenía y301 tenía por oficio y egercicio, y que las otras dos302 mozas se la303 habían ido, enfadadas de su codicia y miseria. Averiguósele también tener sus puntas y collar304 de hechizera, por cuyos delitos el corregidor la sentenció a cuatrocientos azotes y a estar en una escalera con una jaula y coroza en medio de la plaza, que fué un día el mejor305 que en todo aquel año306 tubieron los muchachos de Salamanca307.

Súpose luego el casamiento del estudiante, y aunque algunos escribieron a su padre la verdad del caso y la bajeza308 de la nuera, ella se había dado con su astucia y discreción tan buena maña en contentar y servir al viejo suegro, que, aunque mayores males le dijeran de ella, no quisiera haber dejado de alcanzalla por hija. Tal fuerza tiene309 la discreción y310 hermosura, y tal fin y paradero tubo la señora doña311 Claudia de Astudillo   —317→   y Quiñones, y tal le tienen y tendrán312 todas cuantas su vivir313 y proceder tubieren314; y pocas Esperanzas habrá en la vida que, de tan mala como ella la vivía, salgan al descanso y buen paradero que ella tubo, porque las más de su trato pueblan las camas de los hospitales, y mueren en ellos miserables y desventuradas, permitiendo Dios que las que, cuando mozas, se llebaban tras sí los ojos de todos, no haya alguno que ponga los ojos en ellas, etc.


 
 
FIN DE LA NOVELA315
 
 




 
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