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Novela de Rinconete y Cortadillo

famosos ladrones que hubo en Sevilla, la qual pasó así en el año 1569.

(Manuscrito de Porras de la Cámara, según la edición Bosarte.)

Miguel de Cervantes Saavedra

Rodolfo Schevill (ed. lit.)

Adolfo Bonilla y San Martín (ed. lit.)


[Nota preliminar: El original presenta enfrentadas dos versiones del texto: en las páginas impares la transcripción del manuscrito de Porras de la Cámara, según la edición Bosarte (en Gabinete de lectura español, números IV y V, Madrid, 1788), anotada por Schevill y Bonilla, y en las pares aparece la edición de Schevill y Bonilla que reproduce la primera edición de la obra (Madrid, Juan de la Cuesta, 1613). Para facilitar la lectura de la obra presentamos los textos en registros distintos. Reproducimos la transcripción de Porras de la Cámara (paginación en color verde) enlazada con el facsímil de la primera edición (foliación en color azul).]



  -fol. 66r-     —209→  

En la venta del Molinillo, que está en los campos de Alcudia, viniendo de Castilla para la Andalucía, ya en la entrada de Sierra Morena, un día de los calurosos del verano del año 1569, se hallaron dos muchachos zagalejos: el uno de edad de quince años y el otro de diez y siete, ambos de buena habilidad y talle, pero muy rotos, descosidos y maltratados; capa no cubría sus hombros; los calzones eran de lienzo y las medias calzas de carne; bien es verdad que lo enmendaban los zapatos, pues los del uno eran unos rotos alpargates, y los del otro eran picados y sin suelas; traía uno una montera verde de cazador o quadrillero de la Hermandad, y el otro un sombrero sin toquilla, baxo de copa y largo de falda. A las espaldas,   -fol. 66v-   y ceñida por el pecho, traía el uno una camisa de color de gamuza, metida toda en la una manga; y el otro venía escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le parecía un gran   —211→   bulto, que después pareció ser un cuello almidonado de estos que llaman valones; pero tan deshilado de roto, que todo era hilachas, y envueltos en él unos naypes de figura ovada, porque de traídos se les habían gastado las puntas. Estaban los muchachos quemados del sol, los ojos sumidos, los cabellos crecidos, las uñas caireladas y las manos no muy limpias; el uno tenía media espada puesta en un puño de palo, y el otro un cuchillo jifero de cachas amarillas.

Saliéronse los dos a sestear en un portal con su ramada, que delante la venta se hace. Sentóse uno contra el otro, y el que parecía mayor comenzó la siguiente plática:

-¿De qué tierra es vuesé, señor gentilhombre, y para do bueno camina?

-Mi tierra, señor caballero, no la sé, ni para do camino.

-Pues en verdad, dixo el mayor, que no parece vuesé del cielo, y que este no es lugar para hacer asiento en él; que de fuerza ha de pasar adelante.

-Así es verdad, respondió el menor; pero yo he dicho verdad en lo que he dicho, porque mi tierra no es mía, pues no tengo en ella más de un padre que no me tiene por hijo, y una madrasta que me trata como a entenado; y el camino que llevo es a la gruesa ventura   —213→   , y allí le daría fin, donde hallase quien me mantuviese.

-Y ¿sabe vuesé algún oficio?, le dixo el grande.

Respondió el menor:

-[No sé otro] sino que corro como una liebre y salto como un gamo, y corto de tissera muy delicadamente.

-Todo es muy útil y provechoso, porque habrá sacristán que le dé toda la ofrenda de Todos Santos porque le corte florones para el monumento.

-No es mi corte de esa suerte, replicó el menor, sino que   -fol. 67r-   mi padre es sastre y calzetero, y me enseñó a cortar antiparas, que son medias calzas, y córtolas de suerte, que me podrían examinar de maestro; sino que la mala mía me tiene arrinconado.

-Todo eso acontece por los buenos, dixo el grande, y siempre oí decir que las buenas habilidades son las más perdidas; pero aún edad tiene vuesa merced para enmendar su ventura. Mas si no me engaño y mi ojo no me miente, otras gracias debe tener vmd. mas secretas, que no las quiere manifestar.

  —215→  

-Sí tengo; pero no son para en público, como vmd. dice.

-Pues yo le certifico, respondió el mayor, que soy uno de los más secretos mozos que tiene la edad presente; y para obligarle que descubra su pecho conmigo, le quiero primero descubrir el mío, porque voy adivinando que, no sin misterio, nos juntó hoy aquí nuestra fortuna, y que habemos de ser desde este día verdaderos amigos fasta el último de la vida.

Yo, señor hidalgo, soy natural de la Fuenfrida, lugar bien conocido y famoso por los muchos pasageros que por él pasan; mi nombre, Pedro Rincón; mi padre es persona de qualidad, porque es ministro de la Santa Cruzada, quiero decir que es bulero, como los llama el vulgo (aunque otros los llaman echacuervos). Algunos días le acompañé en el oficio, y aprendílo de suerte, que no daba ventaja en echar las bulas al mejor predicador del mundo; pero habiéndome un día aficionado más al dinero de las bulas que a las mismas bulas, me abracé con un talego y di conmigo en Madrid, donde, con la comodidad que allí se ofrece de ordinario, en pocos días le saqué las entrañas y lo dexé con más dobleces que pañuelo de desposado. Vino el tesorero tras mí, prendiéronme, tuve poco favor, y no se me   —217→   guardó justicia.   -fol. 67v-   Vieron aquellos señores mi poca edad, arbitrando que más fué muchachería que delito; azotáronme al aldavilla dentro de la cárcel, y desterráronme por quatro años. Salgo a cumplir mi destierro, tan desacomodado como vmd. me ve, porque, con la priesa que me daban, no pude buscar cabalgadura; tomé de mis alhajas las que pude, y entre ellas estos naypes (y sacó los que tenía en el seno, envueltos en el cuello), con los quales he ganado mi vida por los mesones y ventas que hay de Madrid aquí, jugando a la veinte y una; porque, aunque vmd. los ve tan astrosos y maltratados, tienen una maravillosa virtud con quien los entiende, y es que no alzará vez que no quede un az debaxo, porque vea vmd., si es jugador de este juego, con quánta ventaja va el que es mano, si le han de dar un az a la primera carta que pida, el qual puede hacer un punto y once, y si es1 embidada, el dinero se queda en casa. Fuera de esto, aprendí de un mozo de cocina, en casa del Embaxador de Saboya, ciertas tretas de quínolas y parar, en viéndolas, que así como vmd. se puede examinar en el corte de sus antiparas, así puedo yo ser, y seré, maestro en la sciencia de la fullería, con lo qual voy seguro de no morir de hambre y de hallar padre y madre donde quiera que llegue; porque donde quiera que sea, aunque sea en un cortijo   —219→   , se halla quien desee pasar tiempo jugando; y podemos hacer de esto la experiencia luego, armando vmd. y yo la red, y veamos si cae en ella algún pajarote de estos harrieros. Digo que juguemos a la veinte y una los dos como si fuese de veras, que si alguno llegare a ser tercio, él será el primero que dexe la pecunia.

-Sea en buena hora, dixo el otro, y en merced tengo muy grande la que me ha hecho en darme cuenta de su vida, y así, será razón no encubrirle yo la mía, aunque seré más breve en decirla.   -fol. 68r-   El negocio es que yo no pude sufrir a mi madrasta, ni la vida estrecha de mi aldea, que es la de Mollorido, lugar entre Medina del Campo y Salamanca, recámara de su obispo; del corte de las tisseras en las medias, salté con mi buen ingenio en cortar bolsas y cordones, que no hay faldriquera tan retraida y guardada a que no visiten mis dedos, que son más agudos que navajas, ni pende relicario de cabo de tocas, ni de hilo de perlas, aunque lo estén mirando con ojos de linces, que a unas tissericas que conmigo traigo puedan resistir. Hasta ahora tengo hechas hartas, hartas experiencias, y, bendito sea Dios, jamás he sido cogido entre puertas, ni ha tenido el verdugo que ver conmigo en ninguna cosa; bien es verdad que me corrió la justicia habrá ocho días en Toledo, y me hicieron salir de la ciudad más que de   —221→   paso, y por este respecto no tuve lugar de acomodarme de cabalgadura o carro, o de algún coche de retorno.

-Eso se borre, dixo Rincón, y pues ya nos conocemos, no hay para qué sean grandezas ni altivezes; confesemos llanamente que no teníamos blanca, ni aun zapatos para caminar a pie.

-Sea así, respondió Cortado (que así dixo el menor se llamaba); y pues nuestra amistad, como vmd. ha dicho, ha de ser perpetua, comenzémosla con santas y loables ceremonias.

Y levantándose Cortado, abrazó estrechamente a Rincón, y Rincón a Cortado. Hecho esto, comenzaron a jugar la veinte y una con los dichos naypes, limpios de polvo y paja, mas no de grasa y malicia, y a pocas manos alzaba Cortado por el az tan bien o mejor que Rincón su maestro.

Salió en esto un harriero a dar agua a sus mulos, y vió jugar a los muchachos, y en volviendo del arroyo, salió a ver despacio el juego, y pidióles que quería terciar; acogiéronlo de buena gana, y en menos de media   -fol. 68v-   hora le ganaron doce reales, de lo qual corrido el harriero, se los quiso quitar, creyendo que, por ser tan muchachos, no se lo defenderían; mas ellos, poniendo   —223→   mano el uno a su media espada y el otro a su cuchillo, daban bien que hacer al harriero, si no salieran los compañeros.

Y a este punto pasaron ciertos caminantes, que iban a comer y sestear a la venta del Alcalde, y viendo la pendencia de los dos muchachos con el harriero, los apaciguaron, y dixeron a los muchachos se viniesen con ellos, si caminaban acia Sevilla.

-Allá vamos, respondieron, y serviremos a vmds. en quanto nos mandaren.

Y sin más detenerse, se fueron adelante y caminaron con ellos, dejando a los harrieros agraviados y enojados, y a la ventera admirada y atónita de la buena crianza de los pícaros, que los había estado oyendo su plática sin que ellos advirtiesen en ello; mas quando dixo que les había oído decir que los naypes que traían eran falsos, se pelaba el harriero las barbas y quería ir a la otra venta a cobrar su hacienda, porque se tenía por afrentado que dos muchachos se la hubiesen ganado con flores; mas los compañeros lo detuvieron, y aconsejaron que no fuese, siquiera por no mostrar su inhabilidad.

  —225→  

Rincón y Cortado se dieron tales mañas y mostraron tal agrado en servir a los caminantes que los llevaban, que era gente rica y principal, que lo más de las jornadas los llevaban a las ancas de sus mulas; y aunque se les ofrecían buenas ocasiones y puestos de poder tentar las bolsas de sus medios amos, no quisieron, por no perder la ocasión y comodidad tan buena de su viage, que para Sevilla llevaban;   -fol. 69r-   mas, con todo eso, al entrar de la ciudad, que fué a la oración y por la puerta de la Aduana, a causa del registro de cosas que traían de que pagar almojarifazgo, no se pudo contener Cortado de cortar una maleta que a las ancas traía un francés de la camarada, y con el de cachas amarillas le dió una tan larga y profunda herida, que se le parecían las entrañas, y subtilmente sacó de ella todo lo que había, que fueron dos camisas buenas y un relox de sol, un estadal de cera y un librito de memoria, joyas que, quando las vieron, no les dieron mucho gusto; mas, con todo, las vendieron otro día en el Baratillo por diez y seis reales; y despidiéndose de los caballeros, se dieron a pasear la ciudad.

Cuya grandeza los admiró, juntamente con la suntuosidad   —227→   de la Iglesia Mayor, y el gran concurso de gente que acude al río (porque era en tiempo de cargazón de flota y había en él ocho galeras), también los embobó, y aun los hizo suspirar con el temor que les habían cobrado, quando el recelo de su honesta vida les hacía barruntar que algún tiempo las habían de tener por casas de por vida, a mejor librar; echaron de ver, acia la Sardina y puente2, en los muchos muchachos de su edad e suficiencia que andaban a la esportilla, e, informándose de uno de ellos qué oficio era aquél, y si era de dificultad y trabajo y de algún provecho y ganancia, un muchacho gallego, que era de quien se informaban, les dixo que el oficio era descansado y libre, del qual no se pagaba alcabala alguna, y que había día que salían con cinco o seis reales de ganancia, y, por lo menos menos, eran quatro, con que comía, bebía y triunfaba como cuerpo de rey, sin que tuviese amo a quien obedescer   -fol. 69v-   y esperar a comer quando tenía gana.

No les paresció mal la relación del galleguillo, antes les paresció oficio tan a propósito para el suyo, por la comodidad que se les ofrecía de entrar en todas las casas de la ciudad, que luego determinaron comprar los instrumentos necesarios para poner tienda, pues no habían menester otro examen; y preguntando al gallego qué habían de comprar, les dixo que sendos costales y cada uno tres espuertas de palma, dos grandes   —229→   y una pequeña, en las quales se repartía la carne, pescado y fructa, y el costal para llevar el pan. Dixeron que los guiase donde se vendía lo que decía, y así lo hizo; y del dinero del relox y del libro de memoria y estadal, con las camisas del francés, compraron todo el aderezo y herramienta para el nuevo oficio, y dentro de una hora pudieron estar graduados en él, según les asentaban bien los costales y espuertas. Avisóles también el gallego de los puestos donde habían de acudir, que fueron: por la mañana a la Carnecería y plaza de Sant Salvador, con la calle de la Caza3, en los días de carne; y en los de pezcado, a la Pezcadería, río y Costanilla; y por las tardes, al río, Aduana y Altozano4, o por toda la ciudad, a sus aventuras, y los jueves, a la Feria.

Tomada esta lición, otro día de mañana se plantaron en la plaza de Sant Salvador, donde apenas hubieron llegado, quando los rodearon otros mancebos del oficio que, por ser flamantes los costales y espuertas, vieron ser nuevos en la plaza, haciéndoles mil preguntas, a todas las quales respondían con grande mesura y disimulo. En esto, llegaron un clérigo y un soldado, y, por ver limpias las espuertas de los dos compañeros, aunque había allí otros muchos, el clérigo llamó a Cortado y el soldado a Rincón.

-En nombre de Dios, dixeron ambos.

El soldado cargó muy bien a Rincón, porque la noche   —231→   antes había ganado,   -fol. 70r-   y hacía banquete a unas amigas de la suya.

Contentóse de la gracia del mozo, y díxole que si quería servir, que él lo sacaría de aquel mal oficio; a lo qual respondió Rincón que aquel día era el primero que lo profesaba, y quería saber, primero que lo dexase, si era tan malo como decía; mas que si no le contentase, de buena gana asentaría por su criado. Dióle el soldado dos quartos; volvióse a la plaza con mucha diligencia, porque ésta les había encomendado el gallego que tuviesen, si querían ganar algo. También les advirtió que quando llevasen pezcado menudo, como albures, mojarras o sardinas, o otro qualquiera menudo o cosa que no fuese contada, que podían tomar para el gasto de aquel día, como asimesmo de las añadiduras de la carne.

  —233→  

Mas, por presto que llegó, ya estaba Cortado en el puesto, el qual se llegó a Rincón y le preguntó que cómo le había ido en su faena. Rincón abrió la mano y mostróle los dos quartos; Cortado metió la suya en el seno y sacó una bolsilla de cuero de ámbar, algo hinchada, y dixo:

-Con esta me pagó su reverencia, y con dos quartos más; tomadla vos, por lo que puede suceder.

Y no tardó mucho quando acudió el clérigo todo turbado, y, viendo al mozo, le dixo   -fol. 70v-   si acaso había visto una bolza de tales y tales señas, con quince escudos en oro y dos reales de a dos y tantos quartos, que le faltaba, o mirase si la habían tomado mientras con él andaba comprando; a lo cual mansi[si]mamente y sin alterarse respondió Cortado:

-Lo que yo sabré decir de esa bolza, es que no debe estar perdida, si acaso no la puso vmd. en mal recaudo.

-Esa es ella, pezia mí, replicó el clérigo: que la debí de poner en mal recaudo, pues me la hurtaron.

-Lo mismo digo yo, dixo Cortado; que para todo   —235→   hay remedio sino es para la muerte; el que vmd. podrá tomar es, lo primero y principal, tener paciencia; que de menos nos hizo Dios, y un día viene tras de otro, y donde las dan las toman, y podrá ser que el que la llevó se arrepienta y se la vuelva a vmd. sahumada(s); quanto más que cartas de excomunión hay y paulinas y buena diligencia, que es madre de la buena ventura; aunque, a la verdad, no quisiera yo ser el llevador de la bolza, porque, siendo vmd. sacerdote, pareceríame haber cometido sacrilegio e insexto.

-Y ¡cómo si ha cometido sacrilegio el que la llevó!, dixo el clérigo; que, supuesto que yo no soy sacerdote, sino sacristán, el dinero era del tercio de una capellanía, que me dió a cobrar un capellán de mi iglesia, y es dinero sagrado.

-Con su pan se lo coman, dixo Rincón; no le arriendo la ganancia; día de juicio hay, donde todo ha de salir a luz, sin quedar nada encubierto, y entonces sabremos quién fué el atrevido y desalmado que se atrevió   —237→   a tomar el tercio de esta capellanía. Y ¿quánto renta en cada un año?, me diga,   -fol. 71r-   señor padre, por su vida.

-Renta la mala puta que me parió, respondió el sacristán. ¡Bonito estoy yo para dar cuenta de lo que renta la capellanía! Decidme si sabéis algo; si no, quedáos con Dios; que la voy a hacer pregonar.

-No me parece mal remedio ése, dixo Cortado; pero advierta vuesa merced que no se olviden las señas y quantidad del dinero que llevaba dentro, porque si se yerra en un solo maravedí, no parescerá en días de Dios.

-No hay que temer de eso, dixo el sacristán; que las tengo más en la memoria que el tocar las campanas.

Sacó en esto de la faldriquera un pañizuelo randado, con el que se limpió el rostro, que corría dél más sudor que destila una alquitara, con la pena de la negra bolza; y apenas le hubo visto Cortado, quando le marcó por suyo; y habiéndose ido el clérigo, le siguió y alcanzó en las Gradas, y, llamándolo, lo retiró a una parte, donde le dixo tantos disparates y bernardinas, que llaman, cerca del hurto de la bolza, dándole esperanzas de hallarla, sin concluir razón alguna, que el pobre sacristán estaba embelezado escuchándolo y   —239→   haciéndole replicar la razón dos veces y tres, no entendiéndola ninguna, porque el bellaco de Cortado ninguna concluía; antes le estaba mirando a la cara atentamente, no quitando los ojos de sus ojos, y el sacristán lo miraba de la misma suerte, colgado de sus palabras; y, en tanto, con la mano izquierda subtilísimamente le sacó el pañizuelo y, concluída su obra, se despidió dél, diciéndole que a la tarde lo viniese a buscar en el mismo puesto, porque él traía entre ojos un muchacho de su mismo oficio, que le parescía ser un poco ladrón, y que podría ser que se la hubiese tomado.

Consolado con esto el   -fol. 71v-   sacristán, se despidio dél, y Cortado se vino donde estaba Rincón, que todo lo había visto algo apartado dél; y un poco más abaxo estaba un mozo de la esportilla, algo sa(r)je5 y matrero, y que había visto quanto había pasado, y vió como Cortado dió el pañizuelo a Rincón, y, llegándose a ellos, les dixo así:

-Díganme, señores galanes, ¿vmds. son de mala entrada, o no?

-No entendemos esa razón, señor galán, respondió Rincón.

-¿Que no entrevan, señores murcios?, replicó el otro.

-Ni somos de Tebas ni de Murcia, dijo Cortado; si otra cosa quiere, dígalo; si no, váyase con Dios.

  —241→  

-No está malo el disimulo, dixo el mozo; pero yo se lo daré a beber con una cuchara; quiero decir, señores, que si son vmds. ladrones; mas no sé para qué les pregunto esto, que ya sé que lo son. Mas díganme, ¿cómo no han ido vmds. a registrarse a la aduana del señor Monipodio?

-¿Págase en esta tierra almojarifazgo de ladrones, señor galán?, dixo Rincón.

-Si no se paga, replicó el mozo, a lo menos, regístranse ante el señor Monipodio, que es su padre, su amparo, su abrigo, su defensor, su abogado, su tutor y su curador ad litem; y así, les aconsejo que se vengan conmigo a darle la obediencia; donde no, no se atrevan a hurtar de aquí adelante sin su licencia, que les costará caro.

-Yo pensé, dixo Cortado, que el hurtar era oficio libre de derechos y alcabala, y aun creo que por su franqueza lo aprendí, y si se paga es por junto, dando por fiadores a la garganta o espaldas; pero pues así es y en cada tierra hay su uso, guardemos nosotros el de ésta, y así podrá vmd. guiarnos donde está ese caballero que dice, que creo he oído decir que es hombre principal y suficiente para el cargo.

-Y ¡cómo si es suficiente y principal!, dixo el mozo, y tanto que va para quatro años que tomó el oficio, y en todos ellos no han padecido sino quatro en el finibus   —243→   terrae, y obra de veinte y ocho   -fol. 72r-   embezados, y setenta y dos de gurapas.

-En verdad, señor, dixo Rincón, que no entendemos esos nombres.

-Comenzemos a andar, que yo se los iré declarando con otros algunos que les conviene saber como el pan de la boca.

-Sea enhorabuena, respondieron los dos amigos, y así encaminaron donde el tercero los llevaba.

El qual les dixo que el morir en finibus terrae era morir en la horca, y embezados quería decir azotados, y condenados a gurapas era echados en galeras. Y así les fué declarando otros nombres que entre ellos llaman jermanescos o de la jermanía, y en el discurso de su plática, que no fué poco, porque el camino era largo, dixo Rincón a su guía:

-Dígame vmd., señor mío, ¿es por ventura vmd. ladrón?

-Para servir a Dios y a vmd., respondió el mozo, aunque no de los muy cursados, porque todavía estoy en el año del noviciado.

A lo qual respondió Cortado:

-Cosa nueva es para mí que haya ladrones para servir a Dios.

A lo qual respondió el mozo:

-Señores, yo no me meto en teologías; lo que sé decir es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la buena y santa orden que tiene dada el señor Monipodio a todos sus ahijados.

-Sin dubda debe ser tan buena y sancta como decís, pues hace que los ladrones sirvan a Dios, dixo Rincón.

  —245→  

-Es tan sancta y tan buena, replicó el mozo, que no sé yo si se puede mejorar en nuestra arte.

I.ª Devoción. El tiene ordenado primeramente que de lo que hurtáremos demos alguna cosa para azeyte de la lámpara de una imagen que está en cierta iglesia de esta ciudad, muy devota, y en verdad que hemos visto grandes milagros por esta buena obra; porque los días pasados dieron dos ansias a un quatrero6, que había murciado dos roznos, y, con ser flaco y quartanero, así las sufrió como si fuera nada; y el no cantar se atribuyó a su buena devoción, porque sus fuerzas no eran bastantes para sufrir la primera estrena. Y por que vmds. no me lo pregunten, sabrán que quatrero7 es ladrón de bestias, y ansias es el   -fol. 72v-   tormento, y roznos, asnos o mulos, hablando con perdón.

II.ª Tenemos más: que rezamos nuestro rosario repartido en toda la semana por sus tercias partes.

III.ª Y muchos de nosotros no hurtamos en sábado, por honra de Nuestra Señora.

IV.ª Ni tenemos conversación con muger que tenga nombre de María en días de viernes.

-No me parece mal todo eso, dixo Cortado; pero dígame: ¿hácese otra penitencia o restitución de lo que se hurta más de la dicha?

-Eso no, dixo el mozo, porque restituir lo que se hurta es imposible, por las muchas partes en que se divide, llevando cada uno de los ministros   —247→   contrayentes la suya, por lo qual el primer hurtador no puede restituir nada; quanto más que no hay quien nos mande que lo restituyamos, lo uno, porque nunca nos confesamos, y lo otro, porque, aunque saquen cartas de excomunión y paulinas, nunca llegan a nuestra noticia, porque nunca jamás vamos a misa a las iglesias, si no es a jubileos, por la ganancia y provecho que el concurso de la gente nos ofrece.

-Y ¿con todo eso dicen esos señores cofrades que su vida es sancta y buena?, le dixo Cortado.

-Pues ¿qué tiene?, replicó el mozo. ¿No es peor ser hereje o renegado, o matador de su padre, o ser solomico?

-Sodomito querrá decir vuesa merced, dixo Rincón.

-Eso quiero decir.

-Todo eso es malo, dixo Cortado; pero lo otro tampoco es muy bueno; pero pues ya nuestra suerte ha querido que entremos en esta lista, alargue el paso vmd., que ya muero por verme con el señor Monipodio.

-Presto se cumplirá ese deseo, porque desde esta esquina se descubre su casa; vmds. se queden a la puerta, que yo entraré a ver si está desocupado, porque estas son las horas quando él suele dar audiencia a los que ayer negociaron.

-Sea en buen hora, dixo Rincón.

Y adelantándose un poco el mozo, entró en una casa   —249→   no de muy buena, sino de muy mala apariencia,   -fol. 73r-   y quedándose los dos esperando, salió al punto, y llamólos donde y quando en nombre de Dios entraron.

CASA DE MONIPODIO

PADRE DE LADRONES EN SEVILLA.

Halláronse todos tres, luego que entraron por la puerta de enmedio, en un muy pequeño patio ladrillado, limpísimo, porque estaba aljofifado, como dicen en Sevilla, a un lado del qual estaba un banco de tres pies, y al otro un cántaro desbocado con un jarrillo encima, y al otro rincón una estera de [e]nea, y en el medio un tiesto o maceta de albahaca de olor.

Miraban los dos compañeros las alhajas de la casa, y en el entretanto que baxaba su dueño, entróse Rincón en una saleta baxa, de dos que tenía el patio, y vió en ella dos espadas de esgrima, y, colgados, dos broqueles de corcho; un arca grande sin cubierta ni cerradura y otras tres o cuatro esteras de [e]nea tendidas por el suelo. Miró por todas las paredes y vió que, frontero de la puerta, estaba pegada en la pared con pan mascado una imagen de Nuestra Señora, de estas de mala estampa de papel, con una lámpara de vidrio delante ardiendo y una esportilla de palma colgada de un clavo un poco más abaxo de la imagen. Parescióle a Rincón (como es la verdad) que debía servir de cepo donde se echaba la limosna del azeyte.

Estando en esto, entraron en la dicha casa dos mozos de hasta veinte años cada uno, vestidos de estudiantes   —251→   y muy bien aderezados; de allí entraron otros dos de la esportilla y un viejo, y, sin hablar palabra, se comenzaron todos a pasear por el patio. No tardó muncho, quando entraron dos viejos vestidos de bayeta con muncha gravedad, cada uno con sendos rosarios en la mano, y sus anteojos, que los hacían más graves. Luego entró una vieja gorda, chata, tetuda y barbuda, y sin decir nada a nadie se fué a la sala, y puesta de rodillas con grandísima devoción, se puso a rezar ante la imagen,   -fol. 73v-   y luego echó en la esportilla su limosna. En resolución, antes que baxase Monipodio, estaban en el patio más de catorce personas de diferentes sugetos y trages esperándolo. Llegaron luego, quasi de los postreros, dos bravos y bizarros mancebos, vigotes largos y engomados, sombreros de falda grande, cuellos a la valona, medias de color, ligas de gran balumba con rapacejos de plata, espadas de más de marca, y sus broqueles en la cinta vueltos a las espaldas, con sendos pistoletes cada uno, puestos en lugar de dagas, los quales, así como entraron, pusieron los ojos en Rincón y Cortado, estrañándolos, y luego se llegaron a ellos preguntándoles si eran de la liga. Rincón dixo:

-Sí, y muy servidores de vmds.

Baxó en este punto Monipodio.

  —253→  

El qual era un hombre de hasta quarenta años, alto de cuerpo, barbispeso, hundidos los ojos y cejijunto. Venía en camisa, con unos zaragüelles anchos, muy blancos, y deshilados con pita, que llegaban hasta los tubillos, sin cuello en la camisa y cubierto con una gran capa de bayeta y un sombrero de viudo8, y ceñida una espada muy ancha. Era muy moreno de rostro, y por la abertura de la camisa se le descubría en el pecho un bosque, tanta era la espesura del bello que tenía en él; las manos eran cortas, carnudas y pelosas; los dedos, anchos; chatas [las uñas] y algo torcidas acia dentro; las piernas no se le parescían, pero los pies eran disformes de grandes, anchos y juanetudos; en efecto, representaba un rústico y disforme bárbaro. Baxó con él la guía de los dos modernos cofrades, y, llegándose a ellos, los tomó   -fol. 74r-   por las manos y los presentó ante Monipodio, diciéndole:

-Estos son los mancebos que a vmd. he dicho.

Olvidábaseme de decir que, así como baxó Monipodio, todos le hicieron brava cortesía y muy baxas reverencias,   —255→   excepto los dos bravos que estaban hablando en puridad a un rincón del patio, los quales de través y al desgaire le quitaron los sombreros. Paseábase Monipodio con muncha gravedad, y, a cada vuelta que daba, hacía su pregunta a los dos novicios; primero les dixo:

-¿De qué tierra son, galanes?

Respondió Rincón:

-Castellanos.

-El lugar pregunto, y si son ambos de una misma patria.

-De diferente somos, respondió Cortado, y nuestros lugares son de tan poca cuenta, que si no es de importancia, no hay para qué decirlo.

-Y es cosa muy acertada, replicó Monipodio, porque si la suerte corriere no como debe, no quede asentado debaxo de signo de escribano: «Fulano, vecino de tal parte e hijo de fulano y de fulano, lo ahorcaron, lo azotaron, le cortaron las orejas tal año y tal mes y tal día», como sentencia de Inquisición. Y así, hijos míos, ni nombre de padre ni de patria no hay para qué lo digáis, y el propio aun se debe mudar. ¿Cómo se llaman?

-Yo, Rincón. Yo, Cortado, respondieron los dos.

-Pues de aquí adelante, vos os llamad Rinconete,   —257→   y vos os llamaréis Cortadillo, que son nombres que tienen de todo y hacen buena consonancia con los que se usan en nuestra arte.

-Bien, por mi vida, dixo uno de los bravos.

-Pero díganme, dixo Monipodio: ¿hay padres?

-En mi lugar, por ser tan pequeño, respondió Rincón, no hay monasterio alguno, y así no hay en él padres, si no es el cura.

-No digo esos padres, respondió Monipodio, sino los que os engendraron;   -fol. 74v-   y esto no lo pregunto sin misterio, porque tenemos de costumbre en mis ordenanzas de hacer bien por las ánimas de nuestros difuntos y bienhechores; por vía de naufragio se dicen algunas misas, sacando el estupendio de lo que se garbea; y los bienhechores son: el procurador que nos defiende y saca con victoria, el corchete o engarrafador que nos avisa quando la justicia nos procura, el ayudante, que es quando uno de nosotros va huyendo de ella y le van dando caza diciendo a voces «al ladrón», se pone por medio y detiene a los que nos siguen, diciendo: «Dexadle al miserable, que harta mala ventura se lleva.» Son también bienhechores las socorridas que no nos desamparan en las cárceles ni en las galeras; y con todos estos lo son nuestros padres y madres que nos echaron al mundo; por todos los quales hacemos decir cada   —259→   año su adversario en cierto hospital de esta ciudad, con la mayor devoción y pompa que podemos.

-Por cierto, dixo Rinconete, que es obra digna de la invención del altísimo y profundísimo entendimiento que hemos oído decir que vmd. tiene. Padres tenemos por ahora, y por nosotros no es necesario hacer gasto alguno; andando el tiempo, podrá ser llegue a nuestra noticia que son muertos, y entonces le daremos a vmd. para que se les haga ese naufragio o tormenta que dice.

-Haráse sin falta, respondió Monipodio, o no quedará de mí pedazo.   -fol. 75r-   Ven acá, Ganchoso (que así se llamaba su guía), ¿están puestas las postas por esas encrucijadas?

-Sí, dixo; tres centinelas están avizorando, y no hay que tener miedo que nos cojan de sobresalto.

-Volviendo a nuestro propósito, díganme por su vida: ¿a qué suerte de habilidad se acomodan más, o qué manera de exercicio quieren tomar y qué ocupación saben de más provecho?, que después yo les diré lo que más les conviene.

-Yo, dixo Rinconete, sé un poquito de floreo del Bilhán.

  —261→  

-¿Qué flores, dixo Monipodio, sabéis en el naype?

-Sé un poco del retén y tengo buena vista para el humillo y del lápiz, y no se me desparecen las quatro ni las ocho, respondió Rinconete.

-Principios son, dixo Monipodio; mas todas esas son flores viejas, que ya no hay sacristán que no las sepa; pero andará el tiempo y veremos las manos que tenéis, que no faltará en qué ocuparlas. Y vos, Cortadillo, ¿qué sabéis?

-Yo, señor, respondió Cortado, sé la que dicen mete dos y saca cinco, y sé dar tiento a una faldriquera al mismo diablo.

  —263→  

-Bueno, vive Christo, dixo Monipodio. Y en esto del ánimo, ¿cómo les va a entrambos?

-¿Qué es lo del ánimo?, respondió Rinconete.

  -fol. 75v-  

-Lo del ánimo, replicó Monipodio, si se hallan con disposición y fuerzas para, si fuese necesario, sufrir media docena de ansias y de acometer de noche a una fantasma.

-Ya sabemos qué son ansias, dixo Cortadillo, y, poco más o menos, qué es acometer fantasmas de noche: es querer decir si tendremos ánimo para quitar alguna capa o embestir alguna casa.

-Rebueno, vive el cielo, dixo Monipodio.

Y haciendo del ojo a uno de los bravos, se llegó uno de ellos a Rinconete y, cogiéndolo descuidado, le dió un gran bofetón enmedio del rostro; y no lo hubo bien dado quando, echando mano al de cachas y Cortadillo a su espada media o terciado, arremetieron al bravo con tal denuedo, que si el otro no se metiera de pormedio, lo mataran; lo qual hicieron con tal presteza y ánimo, mostrando tanta cólera y orgullo, que todos quedaron admirados. Ni todos bastaban a detenellos y apaciguallos, ni bastaran otros tantos, si Monipodio no les dixera:

-Teneos, hijo Rinconete, que con ese bofetón quedáis armado caballero, y os habéis ahorrado seis meses de noviciado; porque con el ánimo que habéis mostrado, os diputo, señalo y consagro a entrambos para que podáis comunicar desde luego con los matasietes y asesinos de nuestra cofradía, que es el primero privilegio, y entrar en lo guisado con todo género de armas; y tener vaca en la dehesa, y a los tres meses   —265→   usar de la ganancia; y a los seis meses no pagar media nata, sino sólo la tercera parte de los fructos; y sentaros a la mesa redonda; y, desde luego, para el trueco in puribus; previlegios y gracias no concedidas sino a hombres de pelo en pecho, valerosos y desansiados, corrientes y molientes por todos los sobresaltos y vayvenes de nuestro oficio; porque veáis, hijos, quánto os ha valido el ánimo que habéis mostrado en esta ocasión, acometiendo al señor Chiquiznaque, que es de los más valerosos y esforzados de nuestra orden.

-Como eso sea, yo me allano, respondió Rinconete; pero si fuera por otra guisa, aunque mozo y sin barbas, yo se las quitara al mismo Satanás pelo a pelo, en mi venganza y satisfacción.

-Vive el Dador, que eres milagroso, dixo el bravo Chiquiznaque; daca, mocito, la mano y tenme de aquí adelante por tu favorecedor; que lo haré, vive Roque, con muchas veras.

  -fol. 76r-  

Y dándole la mano, lo abrazó, haciendo lo mismo todos los de la junta a los nuevos cofrades.

Estando en esto, entró un muchacho corriendo y desalentado, diciendo:

-Señor, el alguacil de los va[ga]bundos viene encaminado a esta casa; pero no trae consigo grullada de corchetes, como suele.

-Nadie se alborote, dixo Monipodio; que él es mi amigo y nunca viene por nuestro daño. Sosiéguense, que yo le saldré a hablar.

Todos se sosegaron, que estaban algo alborotados, y   —267→   Monipodio salió a la puerta, donde ya estaba el alguacil, con quien estuvo hablando un rato; y luego entró Monipodio y dixo:

-¿A quién le cupo hoy la plaza de Sant Salvador?

-A mí, dixo el de la guía.

-Pues ¿cómo no se me ha manifestado una bolsilla de ámbar que esta mañana se le tomó en aquel parage a un sacristán, con quince escudos de oro y dos reales de a dos y... quartos en menudos?

-Verdad es que hoy faltó esa bolza en ese lugar; pero yo no la tomé, ni puedo imaginar quién la tomó.

-No hay levas para conmigo, replicó Monipodio; la bolza ha de parecer, porque lo pide el alguacil de los vagabundos, que es amigo y nos hace mil placeres al año.

Tornó a jurar el mozo que no sabía de la dicha bolza, y comenzóse a encolorizar Monipodio de suerte, que le salía fuego por los ojos, diciendo:

-Nadie se burle con quebrantar ningún statuto de nuestra orden, que le costará la vida; manifiéstese el hurto; y si se hace la cubierta por no pagar los derechos, yo le daré enteramente lo que le toca, y pondré lo demás de mi casa, porque en todas maneras ha de ser contento el alguacil.

Comenzóse a maldecir el mozo y a encolerizarse de   —269→   nuevo Monipodio, y a escandalizarse todos los de la junta, pareciéndoles mal que cosa alguna se encubriesen, siendo tan contra sus statutos y leyes.

  -fol. 76v-  

Viendo Rinconete tanta disensión y alboroto, parescióle que sería bien sosegalle y dar contento a su mayor, y, aconsejándose con Cortadillo, sacó la bolza del sacristán y dixo:

-Cese toda quistión; que ésta es la bolza, sin faltarle nada de todo aquello que el alguacil dice; mi compañero Cortadillo le dió alcance, con un pañizuelo por añadidura.

Y luego Cortadillo sacó el pañizuelo y lo puso de manifiesto. La alegría fué general, como había sido el pesar. Viendo la bolza y el pañizuelo Monipodio, dixo:

-Con el pañizuelo se puede quedar el buen Cortadillo; la bolza llevará el alguacil, y quédese a mi cuenta la satisfacción de esta liberalidad, pues por no estar aún asentado en mi lista Cortadillo, no estaba obligado a esta manifestación, y por recompensa confirmo de nuevo los previlegios dados y añado que en los dos meses los haré trabajar de mayor contía.

Todos se lo agradescieron, diciendo que tenía mucha   —271→   razón y que el novicio era merecedor de aquella gracia, concedida a pocos.

Salió Monipodio a dar la bolza al alguacil, y, al volverse, entraron con él dos mozas de buen parecer, trabajadoras, aunque muy afeytadas y llenos de color los labios, y en su desenfado y talle luego conoscieron Rinconete y Cortadillo que eran de la casa llana, como era la verdad; y así como vieron a los bravos Chiquiznaque y su compañero, se fueron a ellos con los brazos abiertos; el qual compañero se llamaba   -fol. 77r-   Maniferro, el qual, por haberle cortado por justicia la mano, se servía de una de hierro, de donde se derivaba su nombre. Ellos las abrazaron con gran regocijo y las preguntaron si traían algo con que remojar la canal maestra.

-Pues ¿había de faltar?, respondió la una, que se llamaba la Gananciosa. No tardará que no venga Silvatillo con la coladera atestada.

Y así fué verdad, porque luego entró un muchacho con una canasta pequeña de colar, cubierta con media sábana.

Alegráronse todos con la entrada de Silvato, y luego   —273→   mandó Monipodio sacar una estera de [e]nea y tendella en medio del patio, y ordenó que todos se sentasen a la redonda, porque, en cortando la cólera, se tratase de lo que más conviniese.

Quando dixo la vieja que rezó a la imagen:

-Hijo Monipodio, yo no estoy para fiestas, porque tengo un vaguido de cabeza, tres días ha, que me trae loca de ella; y más, que tengo de ir antes que sea mediodía a cumplir con mis devociones y poner mis candelillas a Nuestra Señora de las Aguas y al Sancto Crucifixo de Sant Agustín, que no lo dexaré de hacer aunque tronase y ventease. A lo que venía, es a deciros que anoche llevaron a mi casa los dos hermanos nuestros el Renegado y el Cientopiés, una canasta de colar atestada de ropa blanca, y en Dios y en mi consciencia que venía con su cernada y todo, que los pobretes no tuvieron lugar de vacialla; por señas, que venían sudando la gota tan gorda con el peso, que era la mayor compasión del mundo. Dixéronme que iban en seguimiento de un «labrador que había pesado unos carneros, y querían ver si le podían dar un tiento en un zurrón de reales que llevaba. No contaron la ropa, fiados en la entereza y rectitud de mi consciencia; y así Dios cumpla   —275→   mis   -fol. 77v-   buenos deseos y nos libre a todos de poder de justicia, que no he tocado a la canasta, y que se está entera como su madre la parió.

-Está bien, señora madre, dixo Monipodio; estése así la canasta; que yo iré a boca de sorna y haré cala y cata de lo que tiene, y daré a cada uno lo que le tocare, bien y fielmente, como tengo de costumbre.

-Sea como vos mandardes, hijo, respondió la vieja; y, porque se me hace tarde, dadme un traguillo para consolar este estómago, que tan desmayado anda de contino.

-Y ¡qué tal lo beberéis, madre!, dixo la Escalanta, que así se llamaba su compañera de la Gananciosa.

Y descubriendo la canasta, paresció un medio cuero de hasta dos arrobas, quasi lleno, y un corcho que podía caber un azumbre, y llenándoselo, se lo pusieron en sus manos pecadoras a la devota vieja, la qual, soplando una poquilla de espuma, dixo:

-Muncho echaste, hija mía; pero Dios dará fuerzas para todo.

Y poniéndoselo a la boca, de un tirón, sin tomar resuello, lo trasegó al estómago. Cuando acabó dixo:

-De Cazalla es, y aun tiene sus polvillos de jiesso9   —277→   el señorito. Dios te consuele, hija, que así me has consolado, sino que temo que me ha de hacer mal, por no haberme desayunado.

-No hará, madre, replicó Monipodio, porque es bueno y trasañejo, a lo que paresce.

-Así espero yo en la Virgen, hijos míos, dixo la vieja. Mirad, niñas, si tenéis algún quarto para comprar las candelicas de mi devoción; que en verdad que se me olvidó la escarcela en casa, con la priesa que tuve de venir a dar las buenas nuevas de la canasta.

-Sí tengo, señora Pipota, que así se llamaba la vieja, dixo una de las mozas; tome, ve ahí dos quartos, uno para sus candelas, y otro para que compre otras dos y se las ponga a Sant   -fol. 78r-   Miguel y al señor Sant Blas, que son mis abogados; quisiera que pusiera otra a la señora Sancta Lucía, abogada de los ojos; no tengo trocado sino es un real sencillo; mas otro día le daré aun para dos candelas.

-Trueca, hija, dixo la vieja; no seas miserable, que bueno es llevar las personas las candelas delante de sí antes que se mueran, y no aguardar que se las pongan sus herederos y albaceas.

-Bien dice la señora Pipota, dixo la otra.

Y echando mano a la bolza, le dió otro quarto y le   —279→   encargó que le pusiese otras dos candelas a los santos que le paresciese a ella que eran más agradescidos.

Con lo qual se fué Pipota, diciéndoles:

-Quedaos a Dios, hijos, y encomendadme en vuestras oraciones, que yo voy a hacer lo mismo por todos, para que nos conserve sin sobresalto en este peligroso oficio.

Ida la vieja, se sentaron todos alrededor de la estera con grande regocijo, y la Gananciosa tendió la sábana por manteles sobre ella, y lo primero que sacó de la canasta fué un grande haz de rábanos, y luego una cazuela llena de coles y tajadas de bacallao frito; luego sacó medio queso de Flandes, con una olla de azeytunas gordales, y un plato de camarones con seis pimientos, y doce limas verdes, y hasta dos docenas de cangrejos, y quatro hogazas de Gandul blancas y tiernas, todo lo qual se puso de manifiesto. Serían los circunstantes hasta catorce, y ninguno de ellos dexó de sacar su cuchillo de cachas amarillas, si no fué Cortadillo, que no tenía sino su media espada; y también lo sacaron los dos viejos de bayeta. Al mozo de la guía tocó el scanciar con el corcho de colmena. Mas apenas habían comenzado,   -fol. 78v-   quando dieron crueles golpes a la puerta, que estaba bien atrancada. Alborotáronse todos; mandóles Monipodio que se sosegasen, y levantándose, entró en la sala y descolgó un broquel, y puesta   —281→   la mano en su espada, salió a la puerta a ver quién llamaba, y con voz hueca y espantosa dixo:

-¿Quién llama ahí?

A lo qual respondieron de fuera:

-Yo soy, que no soy nadie, señor Monipodio.

-Digo, ¿quién sois?

-El Tagarete soy, el centinela, respondió el de fuera, que vengo a decir que viene aquí Juliana la Cariharta, toda desgreñada y llorosa, que parece haberle sucedido algún gran desastre, o viene a darnos algunas malas nuevas.

En esto llegó la dicha sollozando, y sintiéndola Monipodio, abrió la puerta y mandó a Tagarete que se volviese a su posta, y que, de allí adelante, quando algo hubiese, avisase con menos sobresalto, porque había zozobrado la hermandad.

Abrió, pues, la puerta y entró Juliana Cariharta, que era una moza como las demás, del común oficio; venía desgreñada, mesada, llorosa y la cara llena de cardenales, y así como entró en el patio, se tendió en él desmayada y hiriendo de pies y manos, que debía de ser enferma de corazón. Acudiéronle luego las dos amigas, y desabrochándola el pecho, la hallaron denegrida; echáronle agua en el rostro, y apretándole el dedo del corazón, volvió en si, diciendo a voces:

-Justicia de Dios y del Rey venga sobre aquel sentenciado, sobre aquel ladrón desuellacaras, sobre aquel virgen por la espada, valiente por el pico, ladrón bajamanero, pícaro landroso, lacayo vil, que lo he librado más veces de la horca que pelos tiene en las barbas. ¡Desdichada de mí, que he perdido mi mocedad y la flor de mi vida por sustentar un tan gran bellaco como éste!

  —283→  

-Sosiégate, Juliana, dixo Monipodio, que aquí estoy yo, que te haré justicia. Cuéntanos tu agravio, que más tardarás en decille que en ser vengada. Dime si lo has habido con tu respeto, que si quieres venganza dél, no has menester más que boqueallo.

-¡Qué respeto, respondió Cariharta, qué respeto!... Que respetada me vea yo en los infiernos si más lo fuere.   -fol. 79r-   ¿Con aquel desalmado había de comer más pan en manteles, ni yacer en beco10 con hombre que tal me ha puesto? Comida me vea yo de malas adivas o harpas si tal comiere ni tal yaciere. Mirad, señores, quál me ha parado aquel ladrón del Repulido, aquel que me debe más a mí que a la madre que lo parió.

Y diciendo esto, se descubrió hasta los muslos, que tenía llenos de cardenales y azotes, que era compasión miralla.

-Y ¿por qué pensáis, señores, que me paró tal? Porque, estando jugando, me envió a pedir treinta reales con Culebrilla, su trainel, y no le envié más de veinte y dos, que la noche antes había ganado con el mayor y más insufrible trabajo del mundo, porque vino a mí la Correosa, que todos conocéis, y me puso galana a las mill maravillas, y me llevó a dormir con un bretón11 que hedía a vino y brea a tiro de arcabuz, que lo que yo padecí con él aquella noche, en discuento de mis pecados vaya; y no ha dos días que con los mismos vestidos me llevó a una casa de posadas a dormir con un perulero que vino de Indias, haciéndole creer   —285→   que era una moza recogida y encerrada, y me dió seis reales de a ocho, acabados de sacar de la pieza, que aun no tenían bien enjuto el cuño, que parece que ahora los veo, y luego se los puse en las manos descomulgadas de aquel maligno, que ha ocho años que no se confiesa; y esta mañana, en pago de tan buenas obras, me sacó al campo detrás de la Huerta del Rey, donde, entre unos olivares, me desnudó y me ha puesto tal qual me veis.

Tornó a alzar la voz, y a pedir justicia de Dios de nuevo. Volviéronla a rociar, porque se desmayó segunda vez, y, vuelta en sí con grandes ansias y suspiros, la Gananciosa tomó la mano en consolalla, diciendo que ella diera una de sus mejores sayas que tenía, porque le hubiera sucedido lo mismo.

-Porque quiero que sepas, hermana Cariharta, si no lo sabes, que no se quiere bien sino lo que se castiga; y que, quando estos bellacones nos dan, entonces nos adoran. Si no, dime la verdad, por tu vida: después que te hubo dado y castigado, ¿no te hizo mill caricias?

  -fol. 79v-  

-¿Cómo mill?, cien mill, respondió Cariharta; y diera él un dedo de la mano porque me fuera con él a su posada; y a fee que quasi le vi saltar las lágrimas de sus ojos, y agora caygo en la cuenta que debía ser de pena de haberme dado.

-Puédeslo tener por cierto como el morir, dixo la Gananciosa, y tú verás si antes que de aquí nos partamos   —287→   no viene en tu busca, y te pide perdón de todo lo pasado, y se rinde a tus pies como un cordero manso.

-No ha de entrar por esas puertas, ¡vive el Dador!, el bellaco embezado, si primero no hace una manifiesta penitencia del pecado cometido. ¿Las manos había él de ser osado a poner en las carnes de Cariharta, que puede competir en limpieza y provecho con la Gananciosa, que está delante, que no lo puedo más encarecer? ¡Vive otra vez, y revive, el Dador, que me lo ha de pagar el apenas salido de la cáscara de trainel, replicó Monipodio.

-¡Ay, señor Monipodio!, dixo a esto la Cariharta; no diga vmd. mal de aquel maldito; que, con todo eso, lo quiero más que a las telas de mi corazón, y diera por verle entrar por aquella puerta dos anillos que tengo, y daré dos reales a Silvato porque vaya a buscarlo; que me han vuelto el alma al cuerpo las razones que me ha dicho mi amiga la Gananciosa.

-Digo que no le embieis a buscar, dixo la Gananciosa, porque no se estienda y ensanche; déxale, que tú verás como él viene a buscarte a ti, y arrepentido, como he dicho, antes de muncho; si no, yo haré que le escribas un papel que le amargue.

-Eso sí, dixo Cariharta; que tengo mill cosas que decirle.

-Yo seré el secretario quando fuere menester, dixo   —289→   Monipodio; y por agora acabemos lo que teníamos comenzado; que después se dará corte a todo.

  -fol. 80r-  

Y luego comenzaron su almuerzo, y a pocas idas y venidas dieron fondo con todo quanto traxo en la cesta la Gananciosa, y dexaron el cuero en cueros, diciéndose a cada paso mill requiebros a su usanza, con ciertos vocablos que movieran a risa a las piedras. Los viejos de la bayeta bebieron sine fine, y, en acabando, se levantaron, pidiendo licencia a Monipodio para ir a dar una buelta por la ciudad; la qual se les concedió luego, encargándoles viniesen a dar noticia de todo en lo que sintiesen podría venir provecho a la comunidad. Así como se hubieron ido, preguntó Rinconete, pidiendo primero perdón y licencia para ello, que le dixesen de qué servían dos personas tan autorizadas a la comunidad, que decían. A lo qual respondió Monipodio que aquéllos, en su germania, se llamaban abispones, y que servían de andar toda la ciudad mirando en qué casa se podía dar tiento de noche, y en seguir los que sacaban dinero de la Contratación o de la de la Moneda, y ver dónde los llevaban y a qué recaudo los ponían; en tantear las paredes de las dichas casas, y ver   —291→   dónde tenían más flaqueza y delgadez, para hacer allí los guzpátaros y agujeros para facilitar la entrada y asalto de lo mal puesto. En efecto, dixo que era la gente de más provecho e importancia que había en su hermandad y que de todo quanto por su aviso e industria se hurtaba llevaban el quarto, como su Magestad de los tesoros y minas que se descubrían el quinto; y que, con todo eso, eran hombres muy honrados y de muy buena vida y fama, temerosos de Dios y de sus consciencias, porque cada día oían su misa con muncha devoción, y que había hombre de ellos que oía dos y tres misas sin salir de la iglesia, aunque era verdad que primero que entrase en ella había dado dos vueltas a la ciudad, y quatro vistas a la Casa de la Contratación, y tres a la de la Moneda, y otras tantas a la Aduana, por cumplir con su oficio; «y en verdad que son tan comedidos, que munchas veces se contentan con menos de lo que les viene de derechos. De estos tenemos seis en nuestra compañía; sino que los dos son palanquines,   -fol. 80v-   los quales nos dan grandísimo provecho, porque, como cada día mudan de una casa a otra las alhajas, y saben dónde y cómo las ponen, soplan con grande facilidad y certeza.»

-Todo me parece bien y todo es menester, dixo Rinconete, y ruego a Nuestro Señor que me trayga a tiempo que pueda yo servir en algo a tan sancta comunidad.

-Siempre favorece su Divina Magestad los buenos deseos, replicó Monipodio.

Y estando en esta plática, llamaron a la puerta, y salió   —293→   Monipodio a ver quién era, y preguntándolo, respondieron de afuera:

-Abra voacé, señor padre, que Repulido soy.

Oyó esta voz Cariharta, y alzando al ciclo la suya, dixo:

-No le abra, señor Monipodio, a ese marinero de Tarpeya, a ese tigre de Ocaña.

No dexó por eso de abrir la puerta Monipodio a Repulido, y luego como Cariharta sintió que entraba, se levantó con gran furia y se fué a encerrar en la sala, y desde dentro dixo a grandes voces:

-Quítenmelo de delante, quítenmelo de delante, a ese jesto de por demás, a ese ojos de carro de Corpus Christi, a ese matador carnicero de los inocentes, verdugo de palomas duendas, sotalizador12 de ovejuelas mansas.

Maniferro y Chiquiznaque detenían al Repulido, que en todas maneras quería entrar donde Cariharta estaba; pero como no lo dexaron, decía desde afuera:

-No haya más, enojada mía: voasé se sosiegue, así se vea casada y en el tálamo.

-¿Casada yo, malino?, replicó la Cariharta; y aun quisieras tú que lo fuera contigo, y antes lo fuera con una anotomía de muerte o con un harriero, que nunca para en casa.

-Acábese el enojo, boba13 de mi alma, dixo el Repulido, que, vive Dios, si tanto me haces, que se me vuelva a subir la mostaza al calvatrueno y que de nuevo   —295→   lo eche todo a doce. Humíllese su reverencia, y humillémonos todos y no demos de comer al diablo.

-De comer le daría yo, y aun de cenar, si él te llevase, saco de embustes, dixo Cariharta.

-No haya más, señora Trinquete, respondió Repulido; temple su ira y haga lo que digo, si no quiere que ponga por obra lo que prometo.

  -fol. 81r-  

A lo qual dixo Monipodio:

-En mi presencia no han de hacerse demasías; por amor mío saldrá la Cariharta y todo se hará muy bien, que las riñas entre quien bien se quiere, son causa de mayor gusto quando se hacen las amistades. Juliana Cariharta, niña, amiga mía, sal acá fuera, que yo haré que Repulido te pida perdón hincado de rodillas.

-Como eso él haga, dixo la Escalanta, todas seremos en su favor.

-Si va por vía de rendimiento, dixo Repulido, no me rendirá un exército; si es por vía que Juliana gusta, no digo yo solamente hincarme de rudillas, pero hincarme he en su servicio un clavo en la frente.

Riéronse a esto Chiquiznaque y Maniferro, de lo qual se enojó Repulido en tanta manera, creyendo hacían   —297→   burla de él, que, puesta mano a su espada, sin sacarla de la vayna, dixo:

-Qualquiera que se riere, o se pensare reir, de lo que Cariharta contra mí ha dicho, o yo dixere, o he dicho, digo que miente, y que mentirá todas las veces que lo pensare.

Miráronse Chiquiznaque y Maniferro de tan mal talante, que juzgó Monipodio todo pararía en mal si no lo remediaba; y, poniéndose en medio, dixo:

-Caballeros, no pase más adelante; cesen palabras mayores, pues las que se han dicho no llegan a la cintura, y nadie las tome por sí, y baste.

-Seguros estamos, dixo Chiquiznaque, que no se dixeron, dirán, ni han dicho semejantes monitortes por nosotros, que si se imaginaba que se decían, en manos estaba el pandero que lo sabría bien tañer.

-Aquí no hay ningún pandero, replicó Maniferro, y si lo hubiera, se tocara de suerte que se tañeran bien los cascabeles.

A lo qual respondió Repulido:

-Ya he dicho que el que se huelga miente, y basta: y quien otra cosa   -fol. 81v-   dixere, sígame, que con un palmo de espada menos hará el hombre que sea lo dicho dicho.

Y diciendo esto se iba a salir por la puerta. Estábalo   —299→   acechando Cariharta, y viéndolo que se iba enojado, salió:

-Ténganlo, ténganlo no se vaya, que hará de las suyas. ¿No ven que va enojado y que es un Judas Macarelo en valentías? ¡Vuelve acá, valentón del mundo y de mis ojos!

Y arremetiendo con él, lo asió fuertemente de la capa, y acudió Monipodio y túvolo. Chiquiznaque y Maniferro ni sabían si enojarse o no, y estábanse quedos a ver lo que Repulido hacía; el qual, viéndose rogar de Cariharta y el padre, volvió diciendo:

-Nunca los amigos de los amigos han de dar enojo a los amigos, ni hacer burla de los amigos, y más quando ven que se enojan los amigos.

-No hay aquí amigo, respondió Maniferro, que quiera enojar a otro amigo; y pues todos somos amigos, dense las manos los amigos, y todos vuesacedes han hablado como buenos amigos.

Y, dándose las manos los tres, Repulido abrazó a Cariharta, y al punto la Escalanta, quitándose un chapín, lo tomó en las manos y comenzó a tañer en él como en un adufe, y la Gananciosa tomó una escoba de palma, nueva, con la qual comenzó a hacer un son, rascándola con las manos; y viendo esto Monipodio, quebró un plato y hizo dos texoletas y, puestas entre   —301→   los dedos, llevaba el contrapunto al chapín y a la escoba.

Estaban admirados Rinconete y Cortadillo de la nueva música, y, conociendo su admiración Maniferro, les dixo:

-¿Admíranse de la nueva música? Bien hacen; que mayor melodía no la pudo causar Gorfeo, cuando sacó a Arauz del infierno.   -fol. 74r [82r]-   Pues escuchemos las letrillas; que me parece que ha escombrado la Gananciosa.

  —303→  

Aunque primero comenzó la Escalanta, la qual, con subtil y quebradiza voz, dixo:


   Por un sevillano, rufo a lo valón,
tengo socabado todo el corazón.

Siguióla luego la Gananciosa con un falsete en tercera:


   Por un morenico de color verde,
¿quál es la fogosa que no se pierde?

Y luego Monipodio, dándose gran priesa al meneo de sus texoletas, dixo:


    Riñen los amantes, hácese la paz;
si el enojo es grande, es el gusto más.

No quiso la Cariharta pasar en silencio el que le causaban las nuevas amistades con su galán, el Repulido, y, tomando otro chapín, se metió en el corro y acompañó a los de la música, diciendo en alta voz:

  -fol. 74v [82v]-  
   Detente, enojado; no me azotes más,
que, si bien lo miras, a tus carnes das.

-Cántese a lo llano, dixo Repulido, y no se toque historia, que no hay para qué. Lo pasado sea pasado, y tómese otra vereda.

Talle llevaban de no acabar tan presto el comenzado cántico, si no llamaran a la puerta apriesa, muy apriesa. Salió Monipodio y díxole la centinela como al cabo de la calle quedaba el alcalde de la Justicia, y que venían delante dél el Tordillo y el Zernícalo, corchetes. Oyéronlo de dentro y alborotáronse todos.   —305→   Dexó las texoletas Monipodio, calzóse su chapín la Escalanta, arrojó la escoba la Gananciosa, enmudecióse la Cariharta y púsose perpetuo silencio a la música, y todos, quál por una parte, quál por otra, se desaparecieron, subiéndose a las azoteas y pasándose por ellas a otras casas; que no espantó respuesta de arcabuz vanda de simples palomas, como la voz de la Justicia a toda esta sancta congregación. Los novicios, pues, Rinconete y Cortadillo, no sabían que hacerse; estuviéronse quedos, a ver en qué paraba aquella borrasca, que no paró en más que en volver la centinela a decir que el alcalde se había pasado de largo, sin dar otra muestra alguna.

Y estando diciendo esto, llegó un caballero mozo a la puerta, vestido de barrio, y Monipodio lo metió consigo en el patio, y mandó llamar a Chiquiznaque   -fol. 83r-   y a Repulido y a Maniferro, y que los demás no baxasen; y como se estaban allí los novicios, oyeron la plática que pasó con el caballero, el qual dixo a Monipodio que por qué se había hecho tan mal lo que le habían encomendado. Monipodio, respondió que no sabía lo que   —307→   se había hecho; pero que allí estaba el oficial a quien se le había encargado; que él daría cuenta de sí. Baxó en esto Chiquiznaque, y preguntóle Monipodio si había cumplido con la obra que se le encomendó de la cuchillada de a catorce.

-¿Quál?, dixo Chiquiznaque. ¿La de aquel mercader de la encrucijada?

-Esa es, respondió el caballero.

-Pues lo que pasa en eso es, dixo Chiquiznaque, que yo le aguardé anoche a la puerta de su casa, y él vino antes de la hora un poco, y lleguéme a él y tanteéle y marquéle el rostro con la vista, y vi que le tenía tan pequeño, que era imposible cabelle en él cuchillada de a catorce puntos; y hallándome imposibilitado de hacer lo prometido y cumplir lo que llevaba en la destruición que el señor Monipodio me dió...

-Instrucción querrá decir vmd., dixo el caballero.

-Esa debo de querer decir, dixo Chiquiznaque. Digo que, viendo la pequeñez y estrechura del rostro del mercader, y hallándome atajado, por no haber ido en valde, le di una cuchillada a un lacayo del dicho mercader, que yo aseguro que si hubiera pregmática en las cuchilladas, que hubiera de ser penada por mayor de marca.

-Más quisiera, dixo el caballero, que se le diera una al amo de siete, que al criado de catorce. En efecto, conmigo no se ha cumplido como era razón; pero no   —309→   importa; poca mella me harán los treinta escudos que he dado. Beso las manos a vmds.

Y diciendo esto, se quitó el sombrero y volvió las espaldas para irse; pero Monipodio, trabándole del ferreruelo de chamelote nevado que traía,   -fol. 83v-   dixo:

-Voacé se detenga y cumpla su palabra; que nosotros hemos cumplido nuestra obligación con muncha honra y muncha ventaja. Veinte ducados faltan, y no ha de salir de aquí voacé sin darlos, o prendas que los valgan.

- Pues ¿a esto llaman vmds. cumplimiento de palabra y obligación, dixo el caballero, dar la cuchillada al mozo, habiéndose de dar al amo?

-¡Bien está en la cuenta voacé!, replicó Monipodio. ¿No ha oído decir aquel refrán, que quien mal quiere a Beltrán, mal quiere a su can? Beltrán es el mercader a quien voacé quiere mal, y el lacayo es el can, y dándose al can se da a Beltrán, y la deuda queda líquida y trae aparejada execución; por eso no hay más que pagar luego, sin apercibimiento de remate.

-Eso pido, dixo Chiquiznaque; porque en verdad   —311→   que la herida es tal, que la pueden ir a ver por maravilla. Voacé, señor galán, no se meta en puntillos con sus servidores, sino tome mi consejo y pague luego lo trabajado, y si fuere servido que se le dé otra al amo de la quantidad de puntos que puede llevar su cara, que, a mi parecer, serán diez puntos, haga cuenta que ya se la están curando.

-Como eso sea así, de buena gana pagaré yo la una y la otra, dixo el caballero.

-No dubde voacé más en eso que en ser christiano.

A lo qual dixo Monipodio:

-Chiquiznaque se la dará pintiparada, y de tal suerte, que parezca que allí se le nació.

-Pues con esa seguridad y promesa, dixo el caballero, recíbase esta cadenilla en prendas de los veinte ducados que quedan por pagar y de otros quarenta que ofrezco por la segunda.

Y diciendo esto,   -fol. 84r-   se quitó una cadenilla de menudos eslabones de oro y se la entregó a Monipodio, el qual la tomó con mucha cortesía y comedimiento, como hombre que era en extremo bien criado. Fuése el caballero,   —313→   y luego llamó Monipodio a todos los ausentes por miedo de la Justicia; baxaron todos, y puesto en medio de ellos, sacó un libro de memoria que traía en la capilla de la capa y dióselo a Rinconete que leyera, porque él no lo sabía. Abrióle Rinconete, y vido en la primera foja las partidas siguientes:

MEMORIA DE LAS CUCHILLADAS QUE SE HAN DE DAR ESTA SEMANA.

«Primeramente, una cuchillada por el rostro al mercader de la encrucijada, de a catorce. Vale cinquenta ducados. Están recibidos treinta a buena cuenta; débense veinte. Executor, Chiquiznaque [...] DL»14.

-No creo hay otra herida en esta foja; pasad a otra.

Volvió la hoja Rinconete y leyó en la contraria de la pasada:

MEMORIA DE LOS PALOS QUE SE HAN DE DAR ESTA SEMANA.

«Primeramente, se le han de dar al bodegonero de la Alfalfa doce palos de mayor quantía, a ducado cada uno. Están dados a buena cuenta ocho ducados; débense quatro. El término es seis días. Executor, Maniferro [...] CXXXII.»

-Bien se podrá borrar mañana esa partida, dixo Maniferro, porque esta noche traeré finiquito de ella.

-¿Hay más?, dixo Monipodio.

-Otra hay, respondió Rinconete, que dice así:

  -fol. 84v-  

«Item: Al sastre que por mal nombre llaman el Silguero,   —315→   se le han de dar seis palos de mayor quantía, a pedimento de la dama que dexó la gargantilla. Están concertados en cien reales, dentro del término de ocho días. Executor el Desmochado [...] C.»

-Maravillado estoy, dixo Monipodio, como esa partida está todavía en sér. Sin ninguna dubda que el Desmochado debe estar indispuesto, pues son pasados del término diez días y no se ha dado puntada en esta obra.

-Yo le topé ayer, dixo Maniferro, y me dixo que estaba malo el Sastre, por lo qual no había cumplido con su obligación y débito.

-Eso debe ser sin dubda, porque tengo yo, dixo Monipodio, por tan buen oficial al Desmochado, que si no fuera por ese intervalo, ya hubiera dedo al traste con el Sastre y con todo el oficio de ellos. ¿Hay más en esa foja, mozito?

Respondió Rinconete:

-No, señor.

-Pues pasad adelante.

Hízolo así Rinconete, y pasando la foja, halló otra donde decía:

MEMORIA DE AGRAVIOS COMUNES. CONVIENE A SABER: REDOMAZOS, UNCIONES DE MIERA, CLAVAZÓN DE SANTBENITOS, COLGAMENTO DE CUERNOS, MATRACAS, LADRILLEJOS, ESPANTOS, ALBOROTOS FINGIDOS, PUBLICACIÓN DE LIBELOS Y DIVULGACIÓN DE SÁTIRAS.

-¿Qué dice más abaxo?, replicó Monipodio.

-Dice, señor, leyó Rinconete, así:

«Primeramente, se debe dar una unción de miera en casa de...»

  —317→  

-No se lea la casa, que ya yo sé dónde es, dixo Monipodio, y tengo de ser el executor, y están dados a buena cuenta quatro ducados. El término es cinco días, y el principal son ocho [...] LXXXVIII.

-Así es la verdad, dixo Rinconete; que todo eso está aquí escripto al pie de la letra, y más abaxo dice así:

«Item: Se debe poner una colgadura de cuernos...»

-Tampoco se lea a quién ni adónde, que   -fol. 85r-   basta que se le haga el agravio, sin decirlo en público, que es gran cargo de conciencia. A lo menos, yo más querría colgar cient cuernos y clavar otros tantos sa-benitos, como se me pague bien, que decirlo una vez, aunque fuese a la madre que me parió. Proseguid con la señal y el executor.

-«Está concertada esta partida en doscientos reales. Están dados doce ducados. El término es dentro de ocho días. El executor, Narigueta [...] CC.»

-Bien está; ya eso está hecho y pagado, dixo Monipodio. ¿Hay otra cosa? Porque, si no me acuerdo mal, ha de haber ahí un espanto de veinte escudos.

-Así es, dixo Rinconete. «Item: se debe hacer un espanto al barbero valiente de la Cruz de la Parra15. El precio es veinte ducados. El término es todo este presente mes de agosto. El executor, la Comunidad. CCXX.»

-Cumpliráse al pie de la letra, sin que falte un punto, dixo Monipodio; y confieso haber recibido la mitad de esa partida para en cuenta, y será una cosa de [las de] más gracia y provecho que hayan caído en nuestro almojarifadgo. Mostradme el libro de caxa, mozito; que yo sé que no hay mas, y sé también que anda muy flaco el oficio; pero tras estos tiempos vienen otros, y   —319→   no se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad de Dios. Lo que resta agora que hacer, es que todos se vayan a sus puestos fasta el domingo, que nos juntemos en este mismo lugar, donde se repartirá quanto hubiere caído, sin agraviar a nadie. Rinconete se acomodará de aquí al domingo desde la Torre del Oro, por defuera de las murallas, hasta el postigo del Carbón, señalándole por términos circunvecinos lo que dice por línea reta desde Sant Telmo fasta Sant Sebastián y Sant Bernaldo16;   -fol. 85v-   el qual distrito os enseñará aquí Ganchoso, porque es razón y justicia que nadie entre en pertenencia de nadie. Allí podréis usar de vuestras flores con gente que por allí anda jugando a todos juegos; que en verdad que me acuerdo yo haber repartido en esta posta a un muchacho, de Antequera natural, que era un águila en el oficio, porque no había día que no salía (limpios de alcabala) con más de veinte reales en menudos, aliende de alguna plata que se le juntaba y algunas prendas. Cortadillo en este mismo tiempo ande en compañía de Ganchoso, que tiene el distrito de Sant Salvador y Carnezerías; que a solos pañuelos, aunque otra cosa no haya, se puede ganar bien la vida.

Besáronle las manos los dos por la [merced] que les hacía y, ofreciéndole hacer su oficio con toda fidelidad y diligencia, luego sacó Monipodio un papel de la   —321→   capilla de la capa, doblado a lo largo, donde estaba la lista de los hermanos, y mandó a Rinconete que escribiese allí su nombre y el de Cortadillo; mas porque no había tinta ni pluma en toda la casa, no surtió efecto. Mandóse se llevase el papel al primer boticario, y escribieron sus nombres en esta guisa: «Rinconete y Cortadillo, cofrades; entraron a serlo en 12 de agosto de este presente año. Son hermanos menores. Noviciado, tres meses. Rinconete, floreo; Cortadillo, bajón.»

Volvieron el papel a su padre mayor y, dándosele, volvió a venir uno de los dos viejos que se hallaron en el almuerzo, los quales se llaman abispones, y dixo:

-Vuelvo a decir a vmd. como encontré ahora en Gradas a Lobillo el de Málaga y me dixo que viene mejorado en suerte de tal manera, que con naype lindo y limpio y acabado de comprar de la estampa quitaría los dineros de delante al mismo diablo; sino que venía algo maltratadillo, y había menester rehacerse hasta ponerse en punto de poder entrar a jugar en casas principales, porque su nueva flor era tal, que a vista de todo el género humano se executaba; y que otro día, estuviese como estuviese, vendría a dar la obediencia a la comunidad.

-Siempre se me asentó a mí, dixo Monipodio, que este Lobillo había de ser único en su arte, porque tiene las mejores y más acomodadas manos para ello que se pueden desear.

-También topé, dixo el viejo, en una casa de posadas de la calle de Tintores, al Cojuelo, en hábito de clérigo reverendo, que se había ido a posar allí aposta   —323→   diciendo ser forastero, porque sabe que en ella posan siempre huéspedes ricos, y que se juega muncho dinero. Dice también que el domingo no faltará de la junta, y dará cuenta de su   -fol. 86r-   persona.

-También ese es gran sacre, dixo Monipodio, y tiene grandísima labia, y sabe muncho de la uña, con gran conocimiento. Días ha que no lo he visto, y no hace bien; pues a fe que si no se enmienda, que yo le deshaga la corona; que el ladrón no tiene más órdenes que el Turco, ni sabe más latín que el Maluco. ¿Hay más de nuevo?

-Sí hay, dixo el viejo, que ahora entraron por la puerta de Carmona17 quatro casas movedizas en quatro carros bien cargados, y pararon en la plaza del Marqués de Tarifa18, que no les dieron licencia para pasar adelante, desde donde la andan llevando con palanchines y con dos carros largos a la casa que llaman la Pila del Tesorero19; y sería bien que, antes que todo aquel menaje se pusiese en su centro, acudiese allí uno de los nuestros.

-Pues ¿no andan allá los dos palanquines Harpón y Repollo, nuestros paniaguados?, dixo Monipodio.

-Sí andarán, dixo el viejo, porque ya yo les di el cañuto.

-Pues eso basta, dixo Monipodio, que si ellos vieren que es necesario socorro, ellos avisarán; y pues por ahora no hay más que despachar, vean voacedes quál tiene necesidad de alguna ayuda de costa, que yo se la daré a buena cuenta.

Algunos le pidieron dineros, y él repartió hasta veinte reales entre ellos.

Juntáronse la Cariharta con Repulido, y la Escalanta con Maniferro, y la Gananciosa con Chiquiznaque,   —325→   concertando que aquella noche, después que hubiesen alzado de obra en la casa, se viesen en la de Pipota, donde se harían las tornabodas por el contento de las pazes. Monipodio dixo que no se podía hallar en el gaude[a]mus, porque había de ir a concluir con la partida de la unción de la miera. Con lo qual se fueron todos, y Rinconete y Cortadillo abrazaron a Monipodio, y él a ellos, estrechamente, y echándoles su bendición, los previno con los siguientes consejos:

Que no tuviesen jamás posada cierta.

Que no durmiesen en una misma más que dos noches.

Que no dixesen quiénes eran sus amigos y consejeros.

Que guardasen el secreto de la comunidad, porque así convenia a la salud y conservación de todos. Y acompañándolos Ganchoso fasta la plaza de Sant Salvador, los dexó, encargándoles que no faltasen el domingo de acudir a la lección y al repartimiento.

Quedaron los dos compañeros admirados y atónitos de lo que habían visto y oído. Era Rinconete, aunque muchacho, de buen entendimiento y natural. Como había andado con su padre a echar las bulas, sabía algo del buen lenguaje y de propiedad de palabras, y dábale gran risa pensar en los vocablos que les había oído decir, así a Monipodio, como a los demás de la bendita compañía, y más quando dixo, por decir per modum sufragii, por vía de naufragio, y que sacaban el estupendio, por decir estipendio, de lo que se garveaba, con otras mill graciosas impertinencias de este modo, como quando dixo Cariharta   -fol. 86v-   que era Repulido un marinero de Tarpeya, por decir Mira Nero de Tarpeya, y un tigre de Ocaña, por decir de Hircania;   —327→   mas, sobre todo, lo que más le admiraba era la seguridad de consciencia en que vivían y la confianza de irse al Cielo, obrando tales obras, por guardar sus devociones, estando llenos de hurtos, homicidios, infamias, agravios, etc., y la otra vieja malina Pipota, que dexaba la canasta de colar hurtada y encubierta y se iba a poner las candelitas de cera al Crucifixo, con lo qual se pensaba ir vestida y calzada al Cielo. Admirábase también de la obediencia que todos tenían a Monipodio, siendo un hombre tan rústico y desalmado. Sacábalo de su juicio lo que en el libro de caxa había leído, y los exercicios en que todos se ocupaban, y sobreexageraba quán poca o ninguna justicia había en aquella ciudad, pues quasi públicamente vivía en ella y se conservaba gente de tan contrario trato a la naturaleza humana; y propuso en sí de aconsejar a su compañero no durase mucho en aquella vida tan perdida, peligrosa y disoluta. Mas, con todo, llevado de su poca experiencia y años, y del vicio y ocio de la edad y tierra, quiso pasar más adelante, por ver si descubría en aquel trato otra cosa de más gusto de lo que imaginaba. Y así, pasó en él los tres meses del noviciado, en los quales le pasaron cosas que piden más larga historia y así, se contará en otra parte la vida, muerte y milagros de ambos, con la de su maestro Monipodio, con otros sucesos de algunos de la infame junta e academia, que todas son cosas dignas de consideración, y que pueden servir de exemplo y aviso a los que las leyeren, para huir y abominar una vida tan detestable y que tanto se usa en una ciudad que había de ser espejo de verdad y de justicia en todo el mundo, como lo es de grandeza.





 
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