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Realización del derecho por el estado


SUMARIO.

1. Acción del Estado. Es externa.-3. Su misión en la vida moral del hombre.-4. Con relación a la personalidad individual.-5. Con relación a la vida religiosa.-6. Función del Estado en la vida de relación.-7. Surge de ella un destino general.-8. Abrazará, pues, el Estado en sus funciones, todas las manifestaciones de la vida.-9. Su función principal es la realización del derecho.-10. Su función respecto al principio de Personalidad y a los derechos absolutos que de él nacen.-11. Al de Sociabilidad y derecho de asociación.-12. Al de Propiedad y derecho que de él emana.-13. Cómo realiza sus funciones.-Deber moral y deber social.-14. Deberes positivos y negativos.-15. Diferencias entre el deber moral y el social.-16. El deber genera el derecho.-17. Caracteres del deber con relación al derecho.-18. Carácter propio.-19. Carácter correlativo.

1. En la precedente lección formulamos la teoría del Estado, considerándole como noción espiritual; señalamos su origen, su fin y sus caracteres; veamos ahora cómo realiza su misión en el mundo.

Es necesario, ante todo, tener en cuenta que aunque la noción del Estado, su origen y su naturaleza esencial sean eminentemente espirituales, su acción y sus funciones son externas y terrenas, y no podría ser de otra manera, toda vez que el Estado, al reducir el particular al general, el individual al universal, lo hace solo, en tanto el hombre se relaciona con el hombre formando vida colectiva, o con las demás existencias, en varia relación; ahora bien, no pueden existir relaciones sin actos externos que las creen, sin movimientos que se exterioricen y liguen a los seres, pues las que nazcan puramente del espíritu y permanezcan veladas en las profundidades de la conciencia, sólo pueden ser conocidas y reguladas por el que las ha creado y por la razón individual como emanación de aquél, y véase cómo, a pesar de la alta importancia que hemos dado a la noción del Estado, no existe el menor peligro de que éste pueda extender su dominación y poderío más allá de los límites necesarios de su acción, marcados por su naturaleza misma.

3. Verdad que el Estado toca e interviene en la vida moral del hombre, verdad que abraza todas las esferas de desenvolvimiento humano, así la voluntaria como la libre e inteligente, verdad también que realiza el derecho en toda su extensión, que no es ajeno ni aun a las relaciones en que el hombre se coloca con su Creador; pero es tan especial su acción, tan peregrina su manera de ser, que esta intervención no pasa de la vida relativa, no llega jamás a la puramente individual y abstracta del ser, y por lo tanto, en ella no domina, no hace otra cosa más que esclarecer y dirigir.

4. Nos explicaremos: el Estado, como razón colectiva, mejor dicho, como la manifestación terrena del espíritu supremo que penetra en el mundo y se realiza en él con conciencia, no puede vulnerar ni destruir lo que debe su existencia y manera de ser a esa misma razón suprema; por consecuencia deberá obrar siempre según ella. Los hombres en su vida externa, en su vida de relación, única en que la existencia del Estado puede comprenderse, porque en la vida individual y aislada del hombre éste se gobierna a sí mismo por su razón, lo primero que halla es el principio de personalidad, que hace del ser humano una existencia distinta, que vive en sí y por sí, aunque dependiente del ser que le creó, y como la personalidad es un principio esencial e inherente a la naturaleza humana, el Estado comienza natural y necesariamente, respetando, sosteniendo esa personalidad, y proporcionándole todos los medios y elementos externos necesarios, para que dentro de ella el hombre se desarrolle, se perfeccione y cumpla su destino, y véase cómo sin ser negativas ni de pura abstención las funciones que el Estado realiza en el terreno de la personalidad individual, ni la coarta ni la limita, muy al contrario, favorece su acción y hace más rica su vida, y téngase en cuenta que al hablar de las funciones que el Estado ejerce relativamente a la personalidad, entendemos que se extienden a todos sus elementos integrales; así, pues, la libertad, la voluntad, la inteligencia, la materia, en fin, en las variadas esferas de acción en que se desenvuelvan, reciben del Estado amparo y protección. Bajo este punto de vista el Estado, más bien que razón que se impone, es razón que prevé, razón que dirige de una manera indirecta, prestando medios, destruyendo obstáculos, para que el desarrollo personal se verifique racionalmente y realice el bien particular del hombre.

Idéntica función llena el Estado, por lo que a la vida moral del hombre respecta: como razón general, como manifestación terrena del espíritu supremo, se fija en la noción moral, la conoce, conoce que según ella debe el hombre evolverse y desarrollarse en la esfera puramente espiritual de su existencia, y enseña y favorece el conocimiento de la moral, mostrándosela al hombre como elemento necesario de su vida, pero no va más allá, no le obliga a obrar en su vida interna e individual, dentro de ella, no aprecia la acción moral sino desde el momento en que se exterioriza y produce efectos perturbadores, no entra jamás a buscar los motivos ni los aprecia ni los aquilata.

5. Función igual llena también en las relaciones que el hombre mantiene con el Ser supremo, esclarece la inteligencia de aquél para que conozca a éste, para que tenga una idea, si no exacta, muy aproximada, así de la divinidad como de las relaciones que a ella le ligan, protege el libre ejercicio de todos los actos en que el hombre pueda demostrar sus creencias, pero ni las define ni las impone.

6. Cuando el hombre sale, por decirlo así, de la vida individual, cuando relacionándose con su semejante se ligan distintas personalidades formando una colectividad o general personalidad, entonces las funciones del Estado cambian y su esfera de acción se ensancha y se engrandece, porque así como en la vida del individuo la razón particular se enseñorea de todo y todo lo domina sin reconocer otro superior que la razón suprema, así en la vida colectiva la razón individual se coloca frente a la razón individual, pero con igualdad absoluta, y se necesita un algo terreno superior que armonice la acción de la razón múltiplemente manifestada, y sirva de intermedio entre el ser colectivo y la razón infinita; el Estado, pues, en el ente colectivo es lo que la razón particular en el individuo. Pero en esta nueva manifestación del ser humano como ente colectivo, es donde el Estado ha de tocar las mayores dificultades, porque como la vida colectiva o de relación ni destruye ni se opone a la vida individual, sino que, por el contrario, la abraza y amplía sus esferas de acción, como la personalidad humana individual aparece siempre en la personalidad colectiva, como la razón individual ni se sojuzga ni pierde sus fueros y su importancia, pero como al mismo tiempo es necesario armonizar las distintas personalidades particulares en una personalidad general, dirigir las manifestaciones individuales de la razón armonizándolas en el universal, y por último, dar unidad a la vida de relación o colectiva; este trabajo racional, que corresponde al Estado, es tan importante como difícil.

En efecto, desde el momento en que el hombre, exteriorizando su acción, se relaciona con el hombre, se ligan distintas personalidades, se ligan y relacionan todas las facultades, todos los elementos que componen aquella manifestación integral del ser humano, y como todas están en actividad, como todas se mueven y desarrollan con igual fuerza en determinadas esferas por el ser y exclusivamente para el ser individual, y como formada la colectividad, el desarrollo, aunque sea en el ser y por el ser, debe formar un todo con los demás desarrollos semejantes, se hace necesario que las esferas de actividad sean de tal manera concéntricas, de tal manera se unifiquen, que jamás se choquen ni luchen.

7. Por otra parte, creada la vida colectiva o de relación, surge un nuevo destino para el hombre, el destino general; mejor dicho, los destinos individuales y parciales se unen, armonizándose para dar vida al destino general humanitario, pero sin que el particular e individual deje de existir por sí, y produciendo todos sus efectos. Así, pues, desde el momento que entramos en la vida de relación, la acción del Estado, como hemos dicho, es más difícil, pera más rica e importante. No es ya sólo la razón previsora y que dirige indirectamente el movimiento, es, además, la razón que se impone, que restringe a las veces la acción individual de unos para que no impida a la acción individual de otros su legítimo desarrollo, que las relaciona, armonizándolas, dándolas unidad, haciéndolas marchar de consuno para la realización del bien general.

Es claro que, como éste no sólo se compone de todos los fines individuales, de todos los movimientos progresivos individuales, sino del movimiento progresivo de todas las esferas parciales de la vitalidad humana, de aquí el que a todas ellas, colectivamente consideradas, alcance el Estado con su acción; pero donde más especialmente la ejerce, es en cuanto al derecho corresponde.

8. Abarcando, según hemos dicho, la acción externa del Estado en la vida de relación todas las esferas de existencia, organizándolas, armonizándolas todas en un pensamiento general, claro es que la primera que debe aparecer es la que respecta a la vida moral del hombre, y como en la vida colectiva la acción moral de los individuos se liga y relaciona, el Estado no sólo presta condiciones para que en esa esfera la vida colectiva se desarrolle, sino que exige que el hombre arregle sus acciones externas a los más severos principios de la moral; no entraña en los motivos, no exige del hombre que obre siempre moralmente con sus semejantes, pero sí que jamás proceda contra los preceptos de la moral que ha contribuido a hacerle conocer.

Por lo que respecta a la religión, tampoco la impone, ni siquiera tiene la facultad de definirla, pero sí de reglamentar las formas externas, de cuidar que en el ejercicio de éstas ni se contraríe la noción moral, ni se cree un elemento perturbador de la acción colectiva.

9. Donde, según hemos dicho, la acción racional del Estado aparece más enérgica, más constante y con mayor importancia, es en la esfera del derecho: en efecto, tomando por base y punto de partida los principios de conocimiento que hemos dicho son inherentes a la naturaleza humana, el derecho en su faz absoluta y primaria, de que más adelante nos ocuparemos, no sólo presta al hombre todas las condiciones necesarias para su desarrollo, perfeccionamiento y consecución de su destino ulterior, particular y general, no sólo esclarece su inteligencia y su conciencia con el conocimiento de la verdad, sino que impele al hombre por virtud de su acción externa, para que agitándose en la esfera del derecho y realizándolo, cumpla racionalmente su destino general.

10. Apoyándose en el principio de PERSONALIDAD, respetándolo y proporcionando al hombre condiciones para que ese principio pueda producir todos los resultados externos que está llamado a realizar, y encerrándose en él los dos elementos primordiales, la materia y el espíritu, que, como hemos indicado, son igualmente santos y respetables, por más que éste deba dominar a aquélla, el Estado prestará condiciones a la materia para que viva y se desarrolle con subordinación al espíritu, así como a éste, para que se desarrolle y perfeccione en su esfera propia de acción y en todas sus manifestaciones y accidentes; y como ni la materia ni el espíritu puedan hacerlo sino libremente y con igualdad, el Estado presta condiciones a la libertad y a la igualdad, derechos absolutos, como veremos luego, para que realicen su evolución, no tocando ni modificando la esencia de la personalidad ni de sus elementos componentes, pero sí a la forma externa y terrena que revisten.

11. El segundo principio de conocimiento que hemos presentado es de SOCIABILIDAD, y ya hemos visto cómo el Estado, cuya acción surge sólo desde el momento en que el hombre, relacionándose, se une a otros hombres, debe hacer que la vida de relación nos lleve a la realización del fin general; pero del principio de sociabilidad nace otro derecho absoluto, el de asociación, en todas las esferas de acción de la vida; a uno y a otro, al principio y al derecho, presta el Estado condiciones de desarrollo.

12. Finalmente, el tercer principio es el de PROPIEDAD, del que también surge un derecho absoluto, y éstos puede decirse que son los que más se exteriorizan, los que realmente no pueden existir sin una relación constante en ellos; por lo tanto, la intervención formal del Estado es más enérgica, más activa; las condiciones que presta para su desarrollo más complejas, más variables, menos seguras.

13. El Estado, pues, como razón general que dirige la razón colectiva, o sea la suma de razones individuales que aparecen en la vida de relación de los hombres, se presenta con cierto carácter de superioridad, se impone en la vida externa de relación y sólo en ella, y realiza, por lo tanto, el derecho, puesto que, hasta cierto punto, crea las condiciones cuya reunión orgánica hemos dicho que constituyen la noción de derecho, y téngase muy en cuenta que decimos realiza el derecho, o lo que es lo mismo, se impone racionalmente al hombre para que el derecho se cumpla; pues que al hablar de las nociones espirituales como la moral, la religiosa y la puramente individual, no dijimos que las realizaba, sino que prestaba al hombre condiciones que facilitasen su realización, y consiste esta diferencia en que, mientras que cuanto abraza el derecho pertenece a la vida externa y de relación, en la cual se hace necesaria una manifestación terrena del espíritu supremo, que organice y unifique por medio de la armonía; los resultados de la razón parcial que forma parte de la colectiva, en la vida interna del ser humano, la razón individual predomina y se une a la razón suprema directamente, sin necesidad de ningún elemento secundario.

Pero, como entre la vida individual y colectiva del hombre hay tan estrecha relación, tan perfecta identidad, así como en aquélla la razón se impone por la ley del deber, en ésta también la razón general, el Estado, se impone por la ley del deber a la colectividad, sólo que la ley del deber moral se convierte en ley del deber social, que le dirigirá hacia el bien general, pero no sólo porque a él debe dirigirse, no sólo porque en él está la aproximación de su ser, existencia finita y particular, con la divinidad, universal existencia, como sucede con el deber moral, sino porque debe cumplir las condiciones de realización de su vida externa y no ser rémora para que los demás la realicen: le hará huir del mal, por más que éste le proporcione en el momento placer; porque el mal es la antítesis del bien, porque el mal se opone a la realización del destino general, porque tras algún bien aparente y pasajero, produce dolores sin cuento; le enseñará, en fin, que sobre el derecho que le asiste para desenvolverse compeliendo a la libertad a que verifique su evolución, existe con mayor fuerza, con títulos más sagrados, el deber de verificar ese movimiento, pero no aislado, sino en relación armónica con el de todos los demás seres, respetando el de todos y cada uno de ellos, y prestándoles, si necesario fuese, medios para que cumplan su destino y ejerciten su libertad; enaltecerá su dignidad, para que haciéndole comprender que es miembro de un gran todo, ligado íntimamente con el principio de todo principio, con la perfección absoluta, se eleve y engrandezca cuanto elevarse y engrandecerse pueden las terrenas creaciones.

A poco que reflexionemos acerca de la noción del deber social, comprenderemos que, así como en el moral, hay dos clases de deberes, negativo o de abstención, esto es, deber absoluto, verdadero lazo y sagrada relación que nos une íntimamente al eterno como seres inferiores, que nos impide verificar tal o tal evolución, porque verificándola, contrariaríamos ostensiblemente las altas miras de la Divinidad y entorpeceríamos la marcha del espíritu y otros positivos, que consisten en hacer que la libertad se agite según las altas y eternales miras del Creador, y que muchas veces se confunden con el derecho mismo, en cuanto son promovidos para la actividad.

14. Difícil es hasta ahora determinar la esfera de los deberes positivos en la vida colectiva, pues que es difícil determinar hasta dónde la libertad pueda extenderse sin peligro, pero cuando el Estado, como forma de la razón causal, sea entendido, cuando tenga la alta importancia que adquirir debe, cuando acorde con la elevada misión que está llamado a desempeñar determine su realización conforme a la naturaleza del fin supremo, desenvolviéndose realmente como espíritu presente, según la voluntad y razón divinas hacia el bien, cuando ligando estrechamente las existencias parciales, armonizando el particular con el general, el individual con el universal, forme un todo de cuantos elementos existen, al parecer, dispersos, preste a la libertad el mayor grado de desarrollo posible, entonces y sólo entonces los deberes positivos podrán hallar su completa realización, porque entonces la humanidad habrá entrado en las grandiosas vías de bien y de belleza, porque entonces comprenderá la altura de su misión, porque entonces la humanidad, formada por el espíritu supremo que se extiende por la inmensidad y a su semejanza, podrá verificar su evolución en sí y por sí con admirable variedad con sorprendente armonía, y de una manera perfectamente acorde con la idea divina que preside los destinos de la humanidad.

15. Hay entre el deber moral y el deber social las mismas diferencias que, en pasadas lecciones, marcamos entre la moral y el derecho; por eso, como veremos luego, el Estado puede emplear medios coercitivos externos para que el deber social se cumpla, y no puede emplearlos para que se realice el deber moral.

16. Al ocuparnos de la generación del derecho en su faz absoluta, dijimos que le originaba el deber moral; pues bien, considerado en su faz concreta, no sólo halla también en la ley del deber y en los principios de alta moralidad su origen, sino que el deber moral y el deber social se unen para de consuno imponer al hombre el ejercicio y la realización del derecho. Entiéndase que no por esto se priva al hombre de la voluntad ni de la libertad; lo mismo en la esfera de la moral que en la del derecho, el hombre procederá siempre voluntaria y libremente, pero cuando falte a la ley del deber incurrirá en responsabilidad por sus acciones.

17. Véase, pues, cómo en la vida externa y de relación del hombre, aparecerá siempre, con relación al derecho, la ley del deber moral y social, con un doble carácter, a saber: propio o correlativo.

18. Carácter propio del deber: como el hombre está obligado a cumplir su destino general, terreno; como para ello dispone de todas las fuerzas y facultades de acción que le son necesarias, pero es menester, al propio tiempo, que halle condiciones para que esos desarrollos y actividad le conduzcan a ese destino, y como no es ni puede ser indiferente que aproveche o desprecie esas condiciones, que reunidas forman el derecho, de aquí que al lado de cada manifestación de él se manifieste también el deber de cumplirlo, es decir, de agitarse según las condiciones que le forman. El derecho, dicen casi todos los autores, es permisivo, verdad; como permisivo, como favorable al hombre, continúan diciendo, es renunciable, verdad también, en cierto sentido, porque si no, el hombre carecería de libertad, pero, verdad igualmente innegable, que la renuncia de un derecho acusa la violación del deber moral y social que nos manda realizar nuestros destinos parciales y el general que los envuelve; por eso, del mismo modo que en la vida moral la razón se impone por la ley absoluta del deber, en la vida externa o de relación, el Estado, la razón general, se impone también por el deber social.

19. Carácter correlativo del deber: cuando en la vida de relación, el hombre, como sujeto del derecho, se liga con el hombre haciéndolo objeto del mismo derecho, nace un deber correlativo por parte del que es objeto para cumplir las condiciones que se ha impuesto con relación al sujeto. De estos deberes correlativos que crean la obligación, nos ocuparemos más adelante.

Para terminar esta lección, nos falta decir que hemos tratado la teoría del Estado bajo el punto de vista más alto y filosófico, dejando, para cuando nos ocupemos del derecho concreto o positivo, hablar de él como poder, como gobierno, esto es, en su forma externa de acción concreta y limitada147.




ArribaAbajoLección XI

Del principio de propiedad


SUMARIO.

1. No basta con que el hombre se personalice, es necesario que se relacione.-Relación de superioridad.-2. Definición del PRINCIPIO DE PROPIEDAD.-3 y 4. Su extensión.-5. Es inherente al hombre.-6 al 9. Variedad de sistemas para explicar su origen.-10 al 14. Nosotros le buscamos en la naturaleza humana.-15 y 16. Sistemas socialistas.-Producen un efecto contrario al que se proponen.-17. Objetos que realiza en la vida el principio de propiedad.-Conclusión.

1. Decíamos en las lecciones precedentes que no bastaba con que el hombre se manifestase en la vida como ser uno, distinto, dotado de personalidad, que además por su cualidad de ente superior no sólo se relacionaba y unía con sus semejantes por la sociabilidad, sino que dominaba todo cuanto existe, presentándose todo como objeto de su existencia, como medio de hacerla más rica y de facilitarle más y más sus desarrollos y consecución de su destino; todo aparecía como objeto de su actividad, todo podía destruirlo en su provecho; en una palabra, que existía otro principio de conocimiento para el hombre que se conocía con el nombre de propiedad.

2. Podemos definir la PROPIEDAD diciendo que es el poder que sobre las condiciones y medios, externos en su forma y necesarios para el desenvolvimiento del individuo, ejerce éste, disponiendo de ellos en la cantidad y cualidad que reclaman sus necesidades.

3. Como puede deducirse de la definición, el principio de propiedad se aplica a todo, abraza todo cuanto puede ser medio y condición de desenvolvimiento humano; así que, como este desenvolvimiento es múltiple y se verifica por la materia y por el espíritu, lo mismo las cosas materiales que las creadas por la inteligencia, pueden ser objeto de la propiedad, pero se escapan de su dominio las existencias puramente espirituales, porque sobre ellas no cabe acción material externa.

4. Como además el principio de propiedad implica superioridad y dominación por una parte, y por otra inferioridad y sumisión, como existirá siempre un sujeto, esto es, un elemento activo de la propiedad, un ser que se apropia y un elemento pasivo, un objeto, un ser apropiado, de aquí el que jamás pueda ser objeto de la propiedad una existencia superior o igual al sujeto. No una existencia superior, porque ésta domina sin ser dominada; no una igual, porque la igualdad se destruiría; y véase cómo jamás el hombre puede ser objeto de propiedad para el hombre, y la casta y la esclavitud, de que a su tiempo nos ocuparemos, son, bajo el punto de vista de la moral y del derecho, de las más grandes iniquidades que han registrado los siglos.

5. El principio de propiedad es de tal importancia, hasta tal punto inherente a la naturaleza del hombre, que no sólo no puede comprenderse que exista sin él, sino que ha fijado profundamente la atención de los hombres de ciencia.

6. Como siempre que el espíritu humano se fija en una institución cualquiera, al hacerlo en la que nos ocupa ha querido buscar su origen y razón de ser, sus modos de existencia, sus desarrollos al través del tiempo y del espacio, y por último, el fin o fines que en la vida evolutiva de la humanidad realiza aquel principio; pero muy a menudo se ha confundido el principio con el derecho que de él emana.

7. Y como, según hemos dicho, los sistemas son manifestaciones de la razón relativas a un orden de conocimientos determinado, dependientes no sólo del mayor o menor grado de desarrollo y perfección de aquella facultad, sino que también del predominio que determinadas causas pueden ejercer en la vida de los seres, de aquí el que los sabios, al ocuparse de la propiedad, se hayan dividido en multitud de opiniones y sistemas, no sólo respecto a su origen, naturaleza y maneras de ser, sino que también con relación a los fines distintos que realiza.

8. Además de las causas expresadas, que puede decirse son generales, hay otras especialísimas tratándose de la propiedad, y son el lazo íntimo y constante que la une con la vida política y social de los pueblos, la variedad y especialidad de su origen y desenvolvimiento histórico y la diversa consideración que merece, según se la considere como principio, o simplemente como derecho.

9. Nosotros, antes de examinar los diversos sistemas que hemos dicho se ocupan de la propiedad como derecho, la trataremos como principio y haremos de ella un especial estudio que nos proporcionará los materiales necesarios para estudiar y combatir las teorías y exponer la que, en nuestra opinión, sea aceptable y verdadera.

10. En el curso de estas lecciones nos hemos esforzado siempre por hacer que todas nuestras teorías, partiendo del estudio profundo del hombre, hayan estado en perfecto acuerdo con su naturaleza esencial y con el destino que está llamado a realizar en la creación; no abandonaremos nuestro método al tratar de la propiedad.

11. Ya lo hemos dicho: el hombre, naturaleza especialísima en la que se adunan los dos órdenes principales de existencia, el material y el espiritual, ser que, por lo tanto, de todos se diferencia, y se personaliza de una manera tan varia como sintética; existencia superior y dominadora sobre la tierra, por lo mismo que es espiritual, necesita vivir, esto es, continuar su existencia en los diversos órdenes que la forman; pero no puede hacerlo sin apropiarse, esto es, sin imponer su voluntad, sin usar, sin absorber, sin destruir en su provecho las cosas que lo rodean y que por esos medios pueden constituir modos especiales de la vida: en esto hasta cierto punto, y en la vida puramente sensible, el hombre no se diferencia de los demás seres; éstos, como él, aprovechan las cosas que les son inferiores y necesarias para mantener su vida; pero a ese acto general ni puede llamarse propiedad ni de él tomar aquélla su origen; si el hombre se detuviera en él como los demás animales, existiría una apropiación, por decirlo así, pero momentánea, inconsciente.

12. Hemos dicho que en todos los movimientos del hombre, aun en los puramente físicos, se revela con fuerza extraordinaria el espíritu, y por eso hemos hecho del hombre una existencia especial y perfectamente distinta. Pues bien; al revelarse en él la personalidad con esos caracteres, al sentir el hombre en sí el poder dominador que le permite imponerse a todo cuanto existe y hacer de todo ello medio para sostener y fortalecer su personalidad, el espíritu se revela primero en una manifestación puramente racional, más tarde en una aspiración a la perpetuidad; en efecto, así como en el animal tras de la necesidad sentida y satisfecha nada queda y la misma necesidad se olvida, el hombre siente la necesidad, la satisface, pero comprende muy luego que la necesidad se reproducirá, que de nuevo será preciso satisfacerla, y no sólo toma lo que ha de servirle en el momento, sino que acopia y conserva para lejano día: no se contenta, empero, con esto; la idea, la aspiración de perpetuidad se manifiesta, y ya no le basta con la previsión que le ha movido a apropiarse en mayor cantidad de la momentáneamente necesaria, sino que imprime a las cosas su personalidad para lo por venir de una manera tal y tan enérgica, que no las vuelve a abandonar, que las hace parte integrante de su ser.

13. Véase, pues, el origen natural del principio de propiedad, pero es más aún; el hombre se desarrolla y perfecciona en todas las esferas de la vida; para conseguirlo en la vida del cuerpo, necesita el alimento material; para hacerlo en la de la inteligencia el alimento del espíritu, pero para alcanzar éste, así el hombre como la humanidad, necesitan cierto descanso, cierto bienestar, cierta tranquilidad física; si el hombre, como el animal, necesitase en cada momento en que una necesidad física le aqueja buscar los medios de satisfacerla; si el hombre, como el animal, no conociese más que la apropiación del momento, sería como él estacionario, y no podría ni progresar ni desenvolverse espiritualmente. La propiedad, asegurándole que la necesidad será satisfecha, dándole, con la confianza de lo por venir, el reposo del cuerpo, le permite comunicar nueva vida y nueva actividad a la inteligencia; la propiedad es, pues, un poderoso elemento, un elemento necesario de progreso y de bien; sin la propiedad difícilmente podría el hombre llegar al cumplimiento de su destino.

14. Dedúcese de lo expuesto que el principio que nos ocupa es tan necesario e inherente a la humana naturaleza, como lo son todos los principios absolutos de conocimiento; que el hombre no puede renunciar a él, ni menos impedir que sus semejantes lo ejerciten.

Entiéndase bien que hablamos de la propiedad como principio, que la tratamos en su origen filosófico y absoluto, lo cual no quita que al considerársela como derecho y al buscar su origen histórico veamos modificado el principio por accidentes externos más o menos graves e importantes.

15. Por una de esas aberraciones tan comunes en el entendimiento humano, las escuelas que se dicen más avanzadas en la senda del progreso, las escuelas que pretenden ser dueñas del porvenir humanitario, se han declarado enemigas del principio de propiedad, y confundiéndolo con un momento histórico determinado, y pretendiendo llevar al más bello ideal el derecho de igualdad, han creído que uno de los medios de conseguirlo es negar el principio de propiedad y predicar que todo cuanto existe es de todos y no pertenece en propiedad a ninguno; error funesto, que sólo el tiempo, la razón y la inteligencia desterrarán, pero tal vez cuando haya originado muchos males; error funesto, que consiste en creer que se puede nivelar para llegar a la igualdad destruyendo; verdad es que la nada es la igualdad, pero ¿por ventura la misión del hombre, de la creatura más perfecta, es nivelarse destruyendo, nivelarse en la nada? ¡Ah! no, la misión del hombre es más grande, es más noble, es más santa; la misión del hombre es llegar a la realización de la igualdad humana, pero no destruyendo lo que está elevado para confundirlo con el polvo, no; por el contrario, levantando lo que está en el polvo para hacerlo tocar en las nubes; pedir la destrucción de la propiedad porque hay pobres, negar el principio de propiedad porque hay hombres que no son propietarios, es lo mismo que proscribir la ciencia porque existen ignorantes, o anatematizar el bien porque hay seres depravados.

No, repetimos, la misión del hombre no es nivelar destruyendo, ésa es la misión de la muerte, por ese camino sólo se va a la negación, a la nada.

La misión del hombre es nivelar creando, por eso entre Dios y el hombre existe semejanza.

Hay clases desheredadas; verdad; hay pobres entre los ricos; pues no destruyamos a éstos, no anatematicemos la propiedad, busquemos los medios de hacer rico al pobre, propietario al que no lo es148, no nos empeñemos en llegar a la nivelación, a la igualdad absoluta, porque eso es imposible en nuestra existencia limitada, pero tratemos de acercarnos a ella por cuantos medios estén a nuestros alcances.

16. Al ocuparnos de analizar los sistemas socialistas y comunistas, conculcadores del principio de propiedad, seremos más explícitos. Nosotros queremos el progreso, la perfección, porque son leyes constantes y eternas de la humanidad, porque por ellas se llega a la realización del bien, que es su supremo destino, por eso somos defensores decididos de la propiedad, por eso queremos crear; crear es progresar, destruir es retrogradar a tiempos que no deben volver jamás, que no volverán, porque el mundo marcha, aplastando en su rápida evolución a los que intentan, no ya hacerlo retroceder, sino siquiera detenerlo.

17. Lo expuesto bastará a comprender que la propiedad realiza tres objetos en la vida:

El primero, mantener y completar la personalidad humana, ofreciéndole medios materiales para satisfacer las necesidades y hacer más rica la vida física.

El segundo elevar y perfeccionar esa misma personalidad, proporcionando con la necesidad satisfecha los momentos de descanso material, suficientes para que la razón eleve y perfeccione las nociones de moral, de justicia, de derecho, de ciencia y de arte.

El tercero facilitar esa misma perfección de las artes y de las ciencias, ligándola con la propiedad para embellecerla y elevarla a su vez.

Sentados estos preliminares, que bastan para comprender la naturaleza, extensión e importancia del principio de propiedad, y analizados igualmente los de personalidad y sociabilidad, vamos a ocuparnos en las lecciones siguientes de cómo esos tres principios se realizan por el derecho.




ArribaAbajoLección XII

Condiciones esenciales para que se realicen los principios.-Derechos absolutos


SUMARIO.

1 y 2. Resultados del estudio analítico que hemos hecho del hombre. Distintas manifestaciones del hombre.-3 al 8. Principios de conocimiento que del estudio antedicho se desprenden. Necesidad de condiciones para que se realicen. Condiciones que se unen al principio de personalidad y que son derechos absolutos.-9. Cualidades de los derechos de libertad e igualdad. 1.º Son condiciones esenciales a la personalidad. 2.º Como ella absolutas.-10 y 11. Del principio de sociabilidad se deriva el derecho de asociación.-12. Del de propiedad el de apropiación.-13. Caracteres de estos derechos: son absolutos, individuales.-14. Por qué son absolutos.-15 al 19. Por qué individuales. -20. Origen de estos derechos.-21. Clasificación.-22. Axiomas relativos a estos derechos.-23. DERECHO DE LIBERTAD, su examen.-24. DERECHO DE IGUALDAD, su estudio.-25. DERECHO DE ASOCIACIÓN.-26. DERECHO DE APROPIACIÓN.-27. Conclusión.

1. Al ocuparnos en lecciones anteriores149 de los métodos para el estudio de la ciencia, dijimos que nos proponíamos analizar al hombre en sus distintas apariciones, así materiales como espirituales, y que una vez conocido psicológica y antropológicamente en la doble manifestación sensible y racional, sintetizaríamos nuestro trabajo, y refiriéndolo al principio de todo principio, fijaríamos la noción de derecho en toda su extensión.

2. Fieles a nuestro sistema, hemos analizado y estudiado detenidamente al hombre, así en su vida material y sensible, como espiritual y cognoscente, hemos visto de qué modo hace su manifestación primera, movido por las tendencias y por los instintos, cómo poco a poco la voluntad, la libertad, la razón, como elementos del espíritu, toman parte en la vida para dirigir y regular las tendencias y los instintos, y para impulsar al hombre a desenvolvimientos y desarrollos espirituales. Teniendo en cuenta la naturaleza esencial del ser, que el estudio antropológico nos ha demostrado, vimos que debía su existencia a una inteligencia suprema, que había sido creado para algo, o lo que es lo mismo, que tenía un destino supremo que realizar; elevándonos al conocimiento y fijación de ese destino, dijimos y demostramos que consistía en el bien, libremente concebido y libremente realizado, pero que siendo el hombre un ser vario, finito y limitado, al par que activo, no podía cumplir ese fin sino por medio de desenvolvimientos constantes y progresivos que lo elevasen de lo particular a lo general, de lo individual a lo universal, de lo finito a lo infinito. Recordando siempre que en el hombre se adunan y armonizan los dos elementos principales de la creación, la materia y el espíritu; que por razón de éste vive en sí y por sí y realiza su destino individual sin salir del yo, aunque refiriéndolo a una existencia superior e infinita, y que por razón de aquélla exterioriza su vida, se relaciona con los demás seres, y auxiliado por el espíritu pasa del particular al general y del individual al universal, y crea una nueva vida, señalamos al hombre dos esferas principales, y hasta cierto punto absolutas, de desenvolvimiento, la de la moral y la del derecho individual, interna la primera, general externa la segunda.

Vimos surgir el derecho de la naturaleza del hombre, y de la moral, relacionarse, unirse estrechamente ambas nociones, pero sin jamás confundirse y a ambas influir libre, voluntaria y racionalmente, en todas las manifestaciones integrales y de relación de la vida del hombre.

3. Como principios de conocimiento, esto es, como elementos esenciales a la naturaleza integral y de relación del hombre, pudimos señalar los tres principios de personalidad, de sociabilidad y de propiedad150.

4. Estudiándolos vimos que el de personalidad es aquel por cuya virtud el hombre se manifiesta como una existencia integral, distinta, llamada a realizar un fin que consiste en el bien, y es claro que no podrá conseguirlo sin condiciones especiales para ello, pero como la personalidad, por ser un principio de conocimiento, es absoluto, eterno e invariable, fácilmente se concibe que las condiciones, en virtud de las cuales se realiza, han de ser también absolutas e invariables en su esencia. Ahora bien, esas condiciones son la libertad y la igualdad. En efecto, si el hombre, dentro de su personalidad, es activo, si tiende a realizar un fin, que, como hemos dicho con repetición, no puede consistir sino en el bien, si no puede llegar a él sino por medio de desarrollos constantes y progresivos, y si esos desarrollos del ser han de ser siempre en sí y por sí, esto es, por la libertad, claro es que ésta será una condición esencial y necesaria de la personalidad humana; pero como ésta aparece en una doble faz, ya abrazando sólo la vida interna individual, ya también la de relación, la libertad, como su condición necesaria, aparecerá también con un doble carácter, o como libertad moral, o como derecho de libertad.

5. La evolución de la personalidad es siempre una, el fin que el hombre realiza uno también, la evolución, por lo tanto, deberá verificarse, el fin realizarse, con condiciones perfectamente idénticas, siempre iguales. La igualdad, por lo tanto, será siempre condición inherente y necesaria a la existencia de la personalidad.

6. Tenemos, pues, que además de las fuerzas y facultades físico-sensibles y racionales que el hombre posee y que vienen desde luego a formar parte integrante de su personalidad como la forman de su existencia, existen condiciones esenciales también, y por lo mismo absolutas y necesarias, sin las cuales la personalidad no podría concebirse.

7. Coloquemos al hombre sobre la tierra con todas las fuerzas de la materia, con todas las facultades del espíritu, distingámoslo perfectamente, individualicémoslo cuanto esto pueda ser posible a la inteligencia, pero privémosle de la libertad moral, privémosle del derecho de libertad, el hombre no podrá desenvolverse en sí y por sí, no podrá progresar, no podrá elevarse de lo finito a lo infinito, de lo contingente a lo necesario, no podrá, por lo tanto, realizar su destino.

8. Que la vida del hombre en su personalidad se desenvuelva libre, pero desigualmente; jamás estos desenvolvimientos podrán armonizarse, jamás llegar a la unidad, serán siempre varios, siempre heterogéneos, siempre antagónicos, y consistiendo el destino del hombre en la variedad unificada por medio de la armonía, y siendo el hombre un ser igual, no podrá llegar a la consecución de su destino.

9. Podemos, pues, sentar: primero, que la libertad y la igualdad son dos condiciones tan esenciales e inherentes al principio de personalidad, que sin ellas ésta no existiría o su manifestación sería incompleta y no produciría resultados; y segundo, que siendo la personalidad como principio, absoluto, eterno y necesario, sus condiciones esenciales han de ser también eternas, necesarias y absolutas.

10. El hombre en su personalidad envuelve todas las esferas de actividad de su ser, su existencia entera, así en su manifestación material, como en la espiritual, y en la que de la reunión de la materia y del espíritu surge; hace, pues, una aparición sensible, racional, que se exterioriza, que le une a los demás seres en relación no interrumpida, y que en los lazos con su semejante origina la sociabilidad, que, como vimos a su tiempo, es el segundo principio esencial de la existencia humana, principio esencial que tampoco puede realizarse sin condiciones externas, éstas por una parte serán la libertad y la igualdad, puesto que por el principio de sociabilidad como por el de personalidad realiza el hombre su destino, pero además, como la sociabilidad abraza todas las esferas activas de la existencia, aparece una nueva condición, la de relación y unión en cada una de ellas, que es lo que se llama derecho de asociación.

11. Finalmente, la vida, y por consiguiente, el destino del hombre, no podrían realizarse si éste, en virtud de su cualidad absorbente y dominadora, no pesase sobre todas las existencias que le son inferiores, si no las convirtiese en su provecho; en una palabra, si no existiese el principio de propiedad, las condiciones en virtud de las que éste se realiza constituyen el derecho de apropiación, al que generalmente se llama derecho de propiedad, que, como los tres anteriores, es absoluto, necesario, eterno.

12. Sintetizando, pues, cuanto hasta ahora nos ha enseñado el análisis que hemos hecho del hombre, éste aparece como un ser en quien la materia y el espíritu se unen y armonizan de la manera más sorprendente y admirable que está llamado a realizar un fin supremo compuesto de fines parciales e individuales, que se unifican en aquél por medio de una suprema armonía que se relaciona con cuanto existe en varia relación, y que se manifiesta, así en la vida individual y del espíritu, como en la de relación sensible-espiritual, como un ser distinto, personal, que aspira al bien y que lo realiza en todas las esferas de acción en sí y por sí, y relacionándose o imponiéndose a los demás seres, que obedece a ciertos principios de conocimiento íntimamente ligados con el de personalidad, pero que necesita condiciones para que esos principios puedan racionalmente realizarse, y que esas condiciones que reciben el nombre de derechos tienen los mismos caracteres de absoluto y necesario que los principios de que emanan. Es tal la fuerza del principio de personalidad en su más lata manifestación, que parece no sólo que envuelve a los otros dos, sino que de él pueden surgir las condiciones absolutas que a cada uno hemos señalado, y es que los tres principios son tan esenciales, tan necesarios a la humana existencia, tan imposible a ella prescindir de ninguno, se unen entre sí con vínculo tan estrecho, que apenas nos fijamos en uno aparecen los otros como reato necesario, como elementos componentes de una sola noción.

13. De la misma manera las condiciones que hemos señalado como esenciales para que esos tres principios se realicen, aparecen casi siempre unidas en íntimo consorcio y adornadas con las mismas circunstancias, con los mismos caracteres de absoluto, inalienable y necesario, que a los principios acompañan. Hay, sin embargo, una diferencia entre los principios y los derechos enunciados, y es que mientras los primeros son absolutos, necesarios, y por lo tanto, invariables en la esencia y en la forma o externa manifestación, los segundos, como hemos dicho, lo son sólo en su esencia, pues la forma puede modificarse.

A esas condiciones, invariables en su esencia, como son invariables la naturaleza y el destino del hombre, emanación, como los principios en que se asientan, de la razón suprema, es a lo que se llama por los autores derechos absolutos o individuales.

14. Derechos absolutos, porque, según hemos visto, son necesarios, eternos, porque como condiciones esenciales de los tres grandes principios inmanentes151 e integrales de la humana existencia, viven en sí, no surgen de la vida de relación, ni ésta los limita en su esencia, porque ejercen su influencia en todas las esferas de actividad del ser, puesto que a todas alcanzan, todas las abrazan los tres principios de conocimiento enunciados.

15. Llámanse derechos individuales, porque para que existan en actividad no es necesario que el hombre salga de sí mismo, basta con que se manifieste en la esfera puramente individual, puesto que no siendo el hombre hombre, ni aun considerado individualmente, sin estar sometido al principio de personalidad, que es precisamente el que te distingue e individualiza, al de sociabilidad, que en su más rudimentaria y material aparición es el que perpetúa la especie, y al de propiedad, sin el que ni la vida pura y exclusivamente material puede comprenderse, claro es que aun en la vida individual deben existir y ejercer su influencia estos derechos, y existen en realidad y en realidad la ejercen, aunque el hombre rompa cuanto es posible la vida de relación con sus semejantes y se encierre en sí mismo.

16. En efecto, aunque el hombre se aísle por completo, aunque quiera encerrarse en el más absoluto individualismo, jamás podrá desnudarse de su personalidad, de su carácter distintivo, como ser hominal, tanto porque esa cualidad es inherente a su naturaleza íntima y le está impuesta por una voluntad superior de una manera tan preponderante, que prescindir de ella tanto vale como dejar de existir, cuanto porque precisamente mientras el hombre más se individualiza, más enérgico y con más brío el principio de personalidad aparece; dada, pues, la existencia del principio, éste no puede menos de producir sus necesarias consecuencias, y como existir el hombre es estar en actividad y extenderse ésta a todas las esferas de la vida, el hombre es libre, esto es, se agita, se desarrolla en sí y por sí; véase, pues, cómo la libertad existe natural y necesariamente en la vida individual del hombre: podrá decírsenos que ésa será la libertad moral, pero como las esferas de actividad del hombre son muchas, aun considerado individualmente, como mientras viva tiene que agitarse en todas ellas, y el movimiento vario que se produzca ha de relacionarse aun contra su voluntad, exteriorizándose por lo tanto, la libertad moral se convierte en derecho de libertad.

17. No basta, empero, con que el hombre en la vida de relación se desenvuelva en sí y por sí, relacionando su evolución con los demás hombres sus semejantes, sino que teniendo todos un mismo fin, el bien, una misma naturaleza físico-sensible y racional, unas mismas fuerzas materiales de acción, las tendencias, los instintos; unas mismas facultades, la voluntad, la inteligencia, la razón, idénticas condiciones de actividad, y por último, siendo todos los hombres esencialmente libres, los desenvolvimientos parciales que han de formar el general, los particulares que han de constituir el universal, tendrán que ser esencialmente iguales, y véase por qué la igualdad es un derecho absoluto que nace también de la personalidad. Se revela en la vida individual, porque no puede desarrollarse el hombre, ni aun individualmente, en una sola esfera de su actividad, despreciando las demás o a costa de alguna otra, sino que tiene que llevar el movimiento vario, armonizándolo en la unidad, sin lo cual se separaría de su destino, y sólo puede conseguirlo llevando la evolución vario-individual con igualdad en todas sus esferas.

18. El principio de sociabilidad, sin el cual, como hemos dicho, el hombre realizaría sólo su destino individual, pero de una manera incompleta, tiene como condiciones de ser, además de las enunciadas ya, las que constituyen el derecho de asociación, pero nótese que aun en la vida puramente individual, el derecho de asociación aparece enérgico, porque, como por una parte, aunque nos encerremos en el más estrecho individualismo, no podemos evitar que nuestro semejante en su evolución externa nos toque y se relacione con nosotros, y como, aun prescindiendo de esto, en la individualidad misma se ligan y relacionan los varios desenvolvimientos y se asocian para unificarse por la armonía, el derecho de asociación se presenta como absoluto e individual.

19. Finalmente, no ya el principio de personalidad, el hombre no puede existir, ni, por lo tanto, realizar su destino, si no vive en todas las esferas de su ser, para lo cual tiene que asimilarse todo cuanto para sostener la vida en su varia manifestación sea necesario; el derecho de apropiación, condición inseparable del principio de propiedad, será también absoluto, y como a proporción que más se individualice el hombre, más interés tendrá en mantener y hacer más rica su existencia, el derecho de apropiación será, como los ya indicados, un derecho individual.

20. Tenemos, pues, que los derechos individuales, absolutos o primarios, que con los tres nombres los reconocen los autores, nacen directamente de la naturaleza humana y son condiciones necesarias de los tres principios de conocimiento, personalidad, sociabilidad y propiedad, y siendo éstos absolutos, eternos, inalienables, como impuestos por la voluntad y razón supremas, así para que sirvan de base a la vida colectiva como a la individual, sus condiciones esenciales de ser vendrán adornadas con los mismos caracteres de absoluto, eterno, inalienable e individual. Téngase muy en cuenta que hemos considerado estas condiciones en su esencia, no en su forma, de la que nos ocuparemos luego.

21. Los derechos absolutos, primarios o individuales son cuatro:

1.º Derecho de libertad.

2.º Derecho de igualdad.

3.º Derecho de asociación.

4.º Derecho de apropiación.

22. Ocupémonos de cada uno de ellos con la separación conveniente, y completemos la doctrina, fijando tres axiomas:

1.º Que los derechos absolutos o primarios son de origen verdaderamente divino; pues divino es el origen de todo cuanto tiene razón de ser en las manifestaciones espirituales, y nacen adornados con todos los caracteres de absoluto, invariable y eterno que deben engalanar a cuanto emana del Hacedor Supremo.

2.º Que son comunes a la divinidad misma, esto es, que ella sujeta también a sus leyes grandiosas e invariables la determinación armónica de su ser.

3.º y último. Que deben abarcar en su misteriosa santa esfera de desarrollo, las tres grandes sublimes manifestaciones del ser infinito y de la humanidad, su imagen, esto es, que deben regular en sí la evolución armónico-progresiva, inteligente o racional, armónico-progresiva moral o libre-voluntaria, armónico-progresiva sensible o física de los seres.

23. El DERECHO DE LIBERTAD tiene su existencia, su razón de ser en el espíritu infinito de Dios y en el finito de la humanidad, porque no siendo otra cosa que la facultad de desenvolverse y determinarse el ser mismo en sí mismo y por sí y para sí mismo, y siendo la determinación de esta manera concebida la más grande cualidad del ser primario y la que más ennoblece al secundario, por cuanto sólo es dado un desenvolvimiento tal al ser, que simbolice la síntesis de todas las existencias, de todas las perfecciones, claro es que debe hallarse en el espíritu; en el espíritu se halla, además, porque sólo él reconcentra la existencia dentro de sí mismo152, y puede, por lo tanto, desenvolverse dentro de sí mismo y por sí mismo; le impulsa la voluntad, porque sólo ella como facultad eminentemente espiritual, puede hacer nacer el desenvolvimiento; le rige la razón, porque la razón exclusivamente está llamada a marcar su esfera de acción y a regular la extensión del movimiento, cuyo origen es verdaderamente divino, porque sólo Dios puede determinarse él mismo por sí mismo y para sí mismo en infinita escala, esto es, que sólo Dios es fuente purísima e inagotable de libertad; es común a la divinidad, pues que ya hemos sentado que sólo Dios dirige todas las manifestaciones del universo con una libertad sin límite ni traba; y abarca, en fin, las tres grandes manifestaciones del espíritu, porque ella origina el desarrollo inteligente agitando el espíritu; el voluntario, queriendo con eficacia; el sensible, modelando todos sus órganos a su movimiento evolutivo. La libertad es, pues, un derecho esencial, primario, absoluto, inalienable; cumple con cuantas condiciones se requieren en derechos de esta categoría.

En su noción abstracta, es una cualidad inherente a la divinidad: vamos siguiendo el método que desde el principio nos hemos trazado, a ver cómo penetra en el espíritu humano y le vivifica y conmueve hasta sus más tiernas fibras, hasta sus más delicados movimientos. ¿Y cómo podría ser de otra manera? el hombre aspira al bien, esto es, a la unión de su existencia finita en la infinita del ser primordial, probamos antes que esto era imposible sin desarrollo progresivo ascendente; ahora bien, éste no puede verificarse sino en el ser y por el ser, ésta es la fórmula de la libertad, luego sin libertad no puede el hombre realizar su destino; si como contra-prueba queremos observar al ser en su vida tangible y terrena, nos convenceremos de que así es; el hombre, apenas comienza su manifestación, se halla con facultades que son cual embotados resortes con aspiraciones que se presentan como lejanas sombras, dominado por las tendencias y los instintos, reducido a la clase de animal; más tarde, sus facultades se despiertan, sus aspiraciones toman cuerpo, empieza a sacrificar las tendencias, y aun las necesidades, en el ara purísima de la inteligencia, y desaparece el hombre estacionario, animal, para dar lugar a la aparición racional y libre; entonces le vemos obrar cuando unos mismos impulsos le mueven de distinto modo, según la razón le enseña; entonces dirigirse al bien, tan sólo porque es el bien, tan sólo porque en el bien está su destino, su unión con el ser primordial, regulador, eterno.

La libertad, como hemos dicho, es, pues, un derecho absoluto, inalienable, imprescriptible153. La moralidad nace de la libertad, pues donde no hay libertad no puede haber mérito ni demérito. Ella crea la justicia, pues sin ella todas las acciones, siendo forzosas, serían iguales; crea la armonía creando la variedad, pues donde no hay variedad es imposible la armonía. Dice, en fin, un filósofo, y no sin falta de razón, que la historia del desenvolvimiento de la libertad es la historia del mundo154.

24. El segundo derecho, no menos absoluto en su desenvolvimiento, no menos inalienable, primario y esencial, es el de IGUALDAD, tiene también su manifestación en el espíritu, porque sólo éste puede manifestarse con igualdad, puesto que sólo el espíritu se desenvuelve en sí y por sí con identidad de miras; es espiritual, porque sólo lo espiritual no limitado puede tener igualdad de voluntad, y en fin, porque sólo la razón, como facultad del espíritu, puede regular con igualdad los movimientos libres; su origen es divino, porque sólo Dios, ser ilimitado, puede determinarse con absoluta igualdad; es común a la humanidad, porque ésta es la imagen del eterno y tiene unidad de destino; abarca, en fin, las tres grandes manifestaciones del ser, porque todas ellas son objeto de un desarrollo simultáneo; en efecto, 1.º, la igualdad, como derecho esencial, radica en el espíritu, porque éste es uno, idéntico, y por consecuencia, sólo puede manifestarse con una existencia igual; porque siendo uno el fin, unos los medios de conseguirlo, una será también la facultad de desenvolverse; porque para que la voluntad pueda producir armonía en la creación, debe proceder con igualdad en el desenvolvimiento; porque siendo iguales las manifestaciones, igual debe ser la razón que las regule. Su origen es divino, porque Dios es la variedad unificada por la armonía, y la unidad no puede existir sin igualdad en las fuerzas armonizadoras; por otra parte, Dios es infinito, incondicional, y precisamente la igualdad esencial es el carácter distintivo de lo infinito, puesto que los límites o condiciones son los que crean la desigualdad; 2.º, es común a la divinidad y al ser humano, porque siendo éste imagen de aquélla y debiendo aspirar a la nivelación de todos sus elementos para unirse a la fuente de armonía; siendo, además, uno el destino, unas e iguales deben ser cuantas evoluciones a él le lleven; 3.º, en fin, abarca las tres grandes esferas en que la humanidad se mueve, porque como todas tres se armonizan para contribuir al desarrollo supremo humanitario, el movimiento debe ser igual en todas ellas para que todas ellas verifiquen la grande unión en el Ser supremo.

25. El tercer derecho esencial es el DERECHO DE ASOCIACIÓN, que cumple también con todos los caracteres que a los derechos absolutos hemos señalado: 1.º, nace en el espíritu, pues sólo éste está llamado a crear relaciones, sólo él puede relacionarse consigo mismo y con todas las demás formas de existencia; porque sólo el espíritu tiene voluntad para desenvolverse según las relaciones varias; porque sin la razón que juzga no pueden crearse relaciones. Es de origen divino, porque la divinidad es el primer eslabón de esa gran cadena que une todas las existencias con la aparición primordial; porque a la noción de relación sujeta su gran desenvolvimiento; porque ella no abandona jamás ninguna de sus criaturas, y hemos dicho que se desenvuelve en cada una de ellas; 2.º, es común a la humanidad, porque ésta está dotada de la facultad de crear relaciones; porque sus destinos individuales son sólo parte integrante de un destino general que se realiza en la inmensidad del tiempo por medio de relaciones y de unión entre los seres; 3.º, abarca, en fin, las tres formas de desenvolvimiento, porque éstas están íntimamente relacionadas entre sí; porque nace en la inteligencia que crea la idea de relación; se desarrolla a impulso de la voluntad que busca la relación y por medio de la sensibilidad que une las existencias.

26. Finalmente, el DERECHO DE APROPIACIÓN absoluto e inalienable, como los tres anteriores, cumple con los caracteres que le asignamos en los tres axiomas sentados: 1.º, es de origen divino, porque Dios, al otorgar al hombre el principio de propiedad como cualidad esencial de su existencia, le dio también las condiciones necesarias para que realizase ese principio, es decir, para que pudiese pesar sobre las cosas externas, apropiárselas, adherirlas así y hacerlas suyas como medios para realizar su fin supremo; 2.º, es común al hombre y a la divinidad, porque siendo ésta, como hemos dicho con repetición, el centro absoluto, infinito, único y supremo de donde emanan todas las existencias y en el que todas hallan su destinación final, desenvolviéndose en sí y por sí, pero no para sí, sino para el bien, para el ente final, fuente única e inagotable de bien, así como el hombre domina y se apropia cuantas existencias están fuera de él, así la divinidad domina y se apropia al hombre y a todas las demás existencias; 3.º, abraza las tres grandes manifestaciones del ser, esto es, nace en la razón, porque ésta le hace comprender al hombre que, sin apropiarse cuantas existencias le son inferiores, pero no temporal y pasajera, sino perpetuamente, la necesidad sentida y que ha de repetirse con frecuencia en el tiempo y en el espacio quedaría sin satisfacer, y por lo tanto, la vida en sus diversas esferas de acción sin realizar. La libre y voluntaria, porque sin elementos de vida, sin medios para que ésta pueda realizarse en todas sus esferas, el desenvolvimiento libre y voluntario no podría existir, toda vez que al quererlo verificar el hombre, o se hallaría sin los medios necesarios para ello, o las existencias que están fuera de él y que se apropia se te convertirían en elementos hostiles; y finalmente, abraza la manifestación sensible y física, porque el ser no puede vivir físicamente sin aprovechar, sin asimilarse cuantas cosas le son inferiores y pueden ser medios de que esa vida física se realice; y tanto es esto así, cuanto que aun en el animal podemos observar que se apropia todo cuanto es un medio de conservar la vida física, si bien esa apropiación es del momento y para el momento, sin formar derecho, mientras que en el hombre se perpetúa de hoy para mañana, de sí para los demás, salvando hasta los límites del sepulcro.

27. Los derechos individuales o primarios, dicen los autores, son ilegislables, imprescriptibles e inalienables, y basta sin duda alguna lo que acerca de ellos llevamos dicho para comprender que debe ser así; en efecto, si son absolutos, si su origen está en la razón suprema, que los ha hecho hasta tal extremo inherentes a la naturaleza humana, que sin ellos el hombre no puede vivir ni realizar su destino, se imponen con un carácter de fuerza tal, tan enérgico y peregrino, que no pueden ser objeto de la legislación positiva.

Como son condiciones constantes de que el hombre dispone para vivir y realizar su fin; como de ellas tiene que disponer mientras exista y de momento a momento, claro es que no pueden prescribirse, ni el tiempo podrá influir sobre ellos; finalmente, como el hombre no puede de modo alguno renunciar ni privarse de las condiciones esenciales de vida, desenvolvimiento y consecución de su destino sin cometer un grave crimen contra su creador y contra sí mismo, estos derechos ni pueden renunciarse ni enajenarse.

Esta teoría es en todos sus puntos exacta y verdadera, no es una creación puramente imaginativa, sino racional, y que nos revelan en toda su pureza y extensión los estudios hechos hasta ahora con relación al hombre, a su naturaleza y maneras esenciales de ser; sin embargo, no han faltado quienes, fijándose en los efectos y sin quererse elevar a las causas productoras ni a los principios, han negado, no sólo los caracteres que a los derechos individuales hemos asignado, sino que considerándolos como una creación positiva, haciéndolos depender exclusivamente de ésta y de la voluntad del legislador, han sostenido que son variables, legislables y prescriptibles.

Consiste esta divergencia de opiniones en no haber deslindado perfectamente, al estudiar estos derechos, lo que hay en ellos de fundamental, esencial y necesario y lo que hay de externo y formal, porque si bien ellos son, como hemos dicho, condiciones necesarias e inherentes al hombre, de las que éste se vale para cumplir su destino, se manifiestan al exterior y revisten, por lo tanto, formas puramente externas, por virtud de las cuales regulan la vida de relación; su manifestación es, pues, doble; afectan una faz esencial y otra formal. Esencialmente considerados esos derechos, cumpliendo con todos los caracteres y cualidades que les hemos asignado, son ilegislables, absolutos; formalmente considerados, esto es, en su manifestación externa y maneras de realizarse en la vida de relación, no puede caber duda en que son legislables y relativos, y es que, esencialmente considerados, esos derechos se refieren a la vida individual, cuyas esferas de acción son absolutas y son condiciones para realizar principios absolutos, los dirige e ilustra la razón, única árbitra y señora de la vida; pero en el momento en que el hombre crea la vida externa o de relación, en el momento en que se liga a otro hombre, como todos vienen a esta nueva faz de la vida con los mismos derechos absolutos e individuales, como todos querrán usar de ellos en toda su plenitud, y como la actividad de un ser toca y hasta choca con la de otro ser su semejante, y como en este movimiento la razón individual no tiene el carácter de superioridad que en la vida del individuo, los derechos absolutos que en ella se regulaban y limitaban de sí a sí por el poder de la razón, en la vida relativa ni pueden de sí a sí regularse, ni limitarse, ni hallar en la razón particular un superior jerárquico; así, pues, la regulación y limitación vendrán de fuera y el superior jerárquico que los regule y limite será la razón general, el Estado en una palabra, pero sin tocar jamás a la esencia, sino a la forma y modos externos de aplicación; así que los derechos que nos ocupan permanecerán siempre esencialmente inalienables, imprescriptibles e ilegislables, como absolutos que son; en la forma podrán ser legislables, prescriptibles y renunciables como los demás derechos, y al Estado, razón general, corresponderá esa misión, como a la razón individual correspondía la de mantenerlos incólumes.

No concluiremos esta lección sin hacer una advertencia que ya está indicada anteriormente y que desenvolveremos más tarde; hemos dicho en el párrafo anterior que los derechos absolutos serán en su forma externa prescriptibles y alienables como todos los demás derechos, y en esto hemos seguido la opinión generalmente recibida por los autores; pero nosotros creemos que, siendo siempre los derechos, todos los derechos, condiciones de ser del hombre necesarias para la consecución de su destino, ni pueden enajenarse, ni prescribirse, ni renunciarse, y que así sucederá cuando la evolución progresiva del derecho sea lo que debe ser.




ArribaAbajoLección XIII

Condiciones esenciales para la realización de los principios.-Derechos absolutos


SUMARIO.

1 y 2. Del DERECHO DE LIBERTAD.-Su diferente significación en la antigüedad y en la edad moderna.-3. En el mundo antiguo qué era la libertad.-4. En el mundo moderno.-Influencia del cristianismo.-5. El derecho de libertad, consecuencia del principio de personalidad.-6. ¿Cómo se revela el derecho de libertad?-7. Libertad sensible.-8. Libertad reflexiva.-9. Libertad racional.-10 y 11. De ella nace la responsabilidad.-12. Manifestaciones de la libertad en el mundo moderno.-13. Esferas de acción de la libertad.-14. Misión de la libertad como derecho político.-15. Sus efectos.

1. En la lección precedente fijamos y definimos los derechos absolutos y señalamos sus cualidades y caracteres. Veamos ahora cómo estos derechos se han manifestado y desenvuelto en el tiempo y en el espacio, o sea en su proceso histórico.

2. DERECHO DE LIBERTAD. En la reseña histórica con que comienza este tratado hemos visto que, echando una línea divisoria entre el mundo antiguo y el mundo moderno, cada uno de ellos se ha agitado y conmovido por una fuerza especial, a impulso del materialismo aquél, por el del espiritualismo éste, y es claro que tan opuestos principios no podían menos de producir muy distintos y opuestos efectos155.

3. El mundo antiguo no comprendió, no pudo comprender la libertad sino en el sentido material, esto es, como el poder de dirigirse el hombre adonde su voluntad le impelía y con un objeto determinado; pero en este acto puramente reflexivo del hombre no tomaba aún parte la razón, verificábalo el hombre atendiendo sólo a su personalidad, sin tener para nada en cuenta la de los demás; de aquí que el ejercicio de la libertad, ciego y sin guía, fuese constantemente causa de lucha, de desarmonía y de males, y que en el socialismo absorbente de aquellos tiempos la libertad individual se perdiese en la libertad social, ya personificada en un hombre solo, el señor, llámese padre de familia, patriarca o rey, ya en la colectividad, distíngasele con el nombre que se quiera. Dedúcese de aquí que la personalidad individual, que no puede existir sin la libertad, desaparecía para asumirse en la personalidad colectiva, y que el hombre no era hombre en tanto en cuanto no formaba parte de una asociación determinada; por eso, particularizando todas las nociones, que ésa es la misión de todo lo que como la materia es particular, finito y limitado, el hombre del mundo antiguo miraba como perpetuo enemigo al hombre que, perteneciendo a otra asociación distinta, no formaba parte del todo libre y voluntario que se llamaba nación, y véase cómo el anonadamiento de la personalidad humana en la personalidad colectiva trajo, como reato necesario, el envilecimiento del hombre y la lucha no interrumpida, desoladora y sangrienta de pueblo a pueblo, cuyos choques eran eternos156.

Los sabios de aquella edad entrevieron, como hemos dicho, la verdad: a las veces la enseñaron con precisión admirable; pero ni los hombres estaban preparados a recibirla, ni ellos supieron formularla espiritualmente, porque el espiritualismo no se había manifestado predominante157, y perecieron en la demanda.

4. El cristianismo, que vino a cambiar esencialmente la manera de ser del mundo antiguo creando uno nuevo, merced al desenvolvimiento que dio al espíritu y a la dominación que le concedió sobre la materia, creó la verdadera personalidad humana, pero distinta, individual, no social y colectiva; hizo al hombre, hombre persona por sí, no por la asociación de que formaba parte, sino por su origen espiritual y divino; le asignó la libertad como facultad y como derecho que residían en él, no como reflejo de un poder terreno superior, y por lo tanto, cambió radicalmente la noción de libertad; ya no era la facultad de moverse en una dirección dada; desde entonces fue una noción espiritual la de agitarse el ser en sí y por sí; hasta entonces no había libertad sin movimiento externo; por eso pudo ser absorbida por el ente colectivo: desde entonces la libertad existía en el hombre y por el hombre, y no podía haber fuerza que la asumiese158.

5. Hegel, que tanta importancia daba al derecho de libertad, que consideraba que su desenvolvimiento constituía la historia del desarrollo humanitario, le examina en tres épocas históricas; la de la civilización oriental, en la que sólo había una persona libre, el señor, pues todas las demás le estaban sometidas en absoluto, hasta el punto de que ante su poder absorbente y dominador, no sólo desaparecía la libertad, sino la personalidad de los demás hombres; la civilización greco-romana u occidental, en la que la libertad se había extendido, pero aún la mayoría de los hombres no disfrutaban de ella, y la edad moderna, en que todos los hombres son libres.

Aunque en el terreno de los hechos, y considerando sólo a la libertad como facultad de obrar, parezca aceptable la división Hegeliana, en el científico, y tal cual nosotros consideramos y definimos, según Hegel mismo, este derecho, la división carece de exactitud. El mundo antiguo, dominado y dirigido por el materialismo, sólo conoció la libertad sensible y la reflexiva, pero no la racional; por lo tanto, más que libertad era espontaneidad lo que dominaba en aquella edad; el desenvolvimiento racional del hombre en sí y por sí no se conocía como derecho, y donde no absorbía la libertad y la personalidad humana un hombre, como sucedió en Grecia y Roma en algunas épocas, la absorbía la sociedad; como ya hemos indicado, la verdadera división, como veremos, tiene que hacerse entre el mundo antiguo y el mundo moderno, el mundo del cristianismo, porque sólo donde éste existe, sólo donde irradia su luz divina, existe realmente la verdadera libertad espiritual, moral y de derecho, y es que sólo el cristianismo y la edad que en pos de él ha venido pueden reconocer al hombre como ser espiritual, y sólo al espíritu le es dado desarrollarse en sí y por sí con un fin puro y esencialmente espiritual, que sólo el cristianismo, enseñando que el hombre es semejante a Dios, contra la doctrina politeísta, que, cuando más, hacía a sus dioses semejantes al hombre, mostrando a éste que su razón, como emanación purísima de la razón suprema, estaba llamada a regular y dominar todos sus movimientos, armonizándolos, unificándolos en un fin espiritual y superior, general o particular, universal o individual, pero siempre idéntico, pudo crear con la libertad racional el verdadero derecho de libertad, tal cual el mundo moderno le conoce.

6. La razón gobernando al mundo; he aquí una de las grandes conquistas de la moderna edad debida a la revelación cristiana; sin esta verdad, jamás el hombre hubiera adivinado su origen, su grandiosa destinación; sin ella jamás hubiera comprendido la semejanza, el lazo, la relación indestructible que a la divinidad le unía; sin ella jamás abandonado la fuerte ligadura del egoísmo; jamás salvado las barreras insuperables del individualismo puro ni del socialismo antiguo; jamás comprendido que le animaba el espíritu de Dios, y, por consecuencia, que era eminentemente espiritual; jamás apreciado su alta dignidad. Para que estas nociones se manifestasen al mundo en todo su brillo y esplendor, para que se grabasen en el corazón de la humanidad con eternos caracteres, era necesario que conociese la humanidad cuánto valía conociendo cuánto costaba, que Dios hiciera morir a Dios por ella159. Por eso, mientras que al hombre, tal cual nos le reveló el cristianismo, el cuerpo social sólo puede exigirle sacrificios en cuanto éstos sean dictados por la razón, ya redunden en pro de universal desenvolvimiento armónico general o particular de la humanidad, en la antigüedad todo se sacrificaba a la voluntad egoística del cuerpo social y político160. ¿Y cómo de otra manera? En la antigüedad, ni el hombre se apreciaba como espíritu, emanación sublime del espíritu infinito, ni la idea de unidad, de origen y de destino, ni las nociones del espíritu y la LIBERTAD eran conocidas; para bien comprender esto, acudamos a la historia, y echando una mirada retrospectiva a nuestras lecciones anteriores, tratemos de estudiar la historia del desenvolvimiento humanitario, comparándolo con el del desenvolvimiento del hombre, pero no en las tres imperfectas manifestaciones en que Hegel lo hace, sino teniendo presentes las categorías o tres edades del mundo.

7. Como hemos dicho, todo ser finito se desarrolla en el tiempo; primero, apareciendo de una manera fija y unitaria; después, formándose en sentido inverso, esto es, multiplicándose, individualizándose últimamente, armonizando su vario desenvolvimiento para darle unidad.

Señalemos estos tres diversos modos de desenvolvimiento con los nombres de tesis, antítesis y síntesis, como ya lo hemos hecho en la historia; formemos de ellos tres períodos de la vida de los entes y apliquémoslos al hombre; éste, en la primera edad, esto es, en la del embrión, de la unidad, de la esencia indeterminada, vive en el seno de su madre, recibiendo de ella nutrición, abrigo y protección, dependiendo enteramente de ella; sus fuerzas, sus órganos, sus facultades todas, allí sucesivamente se forman, y podemos decir que comienzan su terrestre existencia; el nacimiento, librándole del lazo material que le ligaba a otro ser, dejándola respirar el aire de la vida, esto es, de la LIBERTAD, porque la libertad, el desenvolvimiento es la vida, lo coloca en el segundo período, aparecen las tendencias a perfeccionarse, a cultivarse según sus facultades y órganos; pero aunque rotos los lazos materiales que a otro ser le ligaban, todavía se encuentra bajo su amparo y protección, se va acercando a la adolescencia, va adquiriendo la plenitud de sus facultades, y con ella el sentimiento de indomable fiereza, de incontrastable independencia, que le caracterizan, de libertad no dirigida por la razón: comprende la soledad que le rodea, se fatiga, se cansa, siente en su corazón un dolor, en su alma un vacío que es necesario llenar, y se une más y más a sus semejantes; comienza entonces la tercera edad, que concluirá cuando el desarrollo sea completo, cuando su evolución sea armónica y homogénea con las de los demás seres, sus semejantes; cuando sólo le falte para cumplir su destino unirse al ser, principio de todo principio, causa de toda modal existencia.

8. Pues bien, la teoría que acabamos de exponer es común al hombre y a la humanidad; ésta nació y ha de morir, como nació y ha de morir todo lo creado, como nace y muere el animal, como nace y muere la planta, como nacen y mueren esos luminares que cruzan las inmensidades del vacío161; la humanidad nació de la voluntad del Eterno, y en él tuvo su germen de desarrollo, su variedad, que se armonizará en el bien para unirse a Él, para morir en Él, si podemos valernos de esta frase.

9. Como contra-prueba de esta verdad, apelemos a la historia, acudamos a la Biblia, la más antigua de todas, y ella nos revelará esta verdad, que los vedas, la legislación de Manou y otros escritos índicos antiquísimos no harán más que corroborar; el Sepher de Moisés nos explica la vida humanitaria con gran profundidad. De él brotan raudales purísimos de verdad y de ciencia. ¡Con qué colores tan vivos, con qué pincel tan delicado retrata la vida de la humanidad, de qué admirable manera enlaza el espíritu con la materia, con qué frescura de imaginación describe la terrible lucha de ambos elementos, con qué seguridad señala el triunfo!

10. El edén de delicias sin cuento, de felicidad sin medida, de santa envidiable inocencia, la dependencia estrecha, la relación no interrumpida del hombre con su Creador, ésa es la edad de la tesis. Así como nace el hombre, nació la humanidad y se fijó sobre la tierra, comenzó a formarse, y su esencia total e indivisa se desarrolla en el seno de seres más elevados, esto es, se desenvuelve en Dios, por Dios y para Dios; en Dios como ser primordial, en el espíritu, en la naturaleza y en la humanidad; véase cómo este estado de la humanidad presenta la semejanza más completa con el estado embrional del hombre; todas las noticias, todas las ruinas que de los primeros tiempos de la segunda edad nos quedan, vienen a corroborar estas nociones, que grabadas en la Biblia, han recibido fuerza y valor con los descubrimientos de la geología y demás ciencias.

La unidad que entonces reinaba no era hija de la razón, sino del encadenamiento estrecho en que los hombres se hallaban con Dios; vivían como hermanos y en la dulce intimidad de la infancia, de la inocencia.

11. Mas el espíritu de independencia del hombre, infiltrándose en la humanidad; la libertad del pensamiento y la ciencia del bien y del mal, haciendo que la humanidad rompa los lazos que les ligan con el Supremo, la deja sola y abandonada sobre la tierra, al trabajo y al penoso ejercicio de sus facultades individuales; pero en cambio el hombre se conoce a sí mismo. Desde este momento, la humanidad conoce que tiene el deber de adquirir fuerza y el poder de progresar; la creación de estos instrumentos de progreso es una crisis dolorosísima para ella, porque la difusión de las ciencias, de las artes y de la industria se verifica en períodos incoherentes que no pueden originar ni armonía ni unidad, pues sólo tienen por objeto crear las ciencias, las artes y la industria, que no son otra cosa que los medios, los materiales; por otra parte, la espontaneidad, que entonces también comienza su evolución, y ese mismo sentimiento fortísimo de independencia, haciendo que el hombre crea bastarse a sí mismo, y no estando regulados por la razón, puesto que la humanidad aún no ha podido elevar esta facultad nobilísima a conveniente altura, dividen y aíslan, y contribuyen a que surja el egoísmo, hasta que perfeccionadas todas las facultades, desarrolladas todas las fuerzas, fortaleciendo las artes y las ciencias, los divinos sacrosantos lazos que unen a la humanidad con su Creador, armonizado el movimiento por la razón divina y por la humana, como emanación de aquélla, el egoísmo desaparezca, y con él la segunda edad de la humanidad. Nada añadiremos a lo dicho respecto a la primera edad.

12. Estudiemos filosóficamente la estructura y la marcha de la humanidad en el período que constituye la segunda edad, estúdiense las antiguas sociedades, ¿cuál era su carácter distintivo? ¿Cuál su elemento predominante? La unidad, pero la unidad material, que en ellas equivalía a la integridad de la nación; por conservarla, se huía del universal elemento, puesto que el universal produce la variedad; por conservarla, se segregaba el gran cuerpo humanitario en pequeñas secciones o sociedades, símbolo y expresión del individualismo, independientes y enemigas unas de otras; por conservarla, el hombre sacrificaba su dignidad en aras de la patria, no en provecho de la humanidad, sino en pro del interés individual, mezquino y egoísta de su ciudad, de su municipio o de su nación; por conservarla el griego esclaviza al ilota, el romano al persa o al medo; por conservarla, las nociones de libertad, como facultad de desenvolvimiento, de igualdad, como derecho inalienable, se conculcan y se olvidan; por conservarla, la noción del bien se pierde y el orbe entero pasa a manos de Satán; el hombre se sacrifica en aras de la sociedad como cuerpo material, como fuerza centralizadora y absorbente, como poder único; sólo se conocían el señor y el esclavo, sólo el primero era libre, sólo él tenía alma, sólo él era espiritual, como entonces la libertad, el alma y el espíritu se comprendían; los demás, en vez de ser miembros libres e inteligentes, espirituales y espontáneos, de ese gran todo, síntesis admirable que se llama humanidad, eran ruedas puramente materiales que giraban al compás de la voluntad del centro social. Barreras de bronce, casi tan impenetrables como el pensamiento de Dios, se oponían a que los pueblos se diesen el abrazo fraternal; fuertes cadenas de imponderable peso aprisionaban el desarrollo humanitario, y marmórea losa gravitaba sobre el elemento universal: donde no tenía representación el espíritu, donde la libertad no existía, donde la espontaneidad era desconocida, las nociones santas y civilizadoras de deber y de derecho eran una ilusión, la máscara dorada con que se engalanaba el egoísmo; donde no tenía parte el espíritu, donde no funcionaba la libertad, donde la evolución humanitaria progresiva se desconocía, la variedad armonizada era inconcebible, las ideas de bien y de belleza, como destino supremo de la humanidad, nociones vagas; por eso en los antiguos pueblos, ya veamos dominar la casta, la teocracia, la monarquía o la república, veremos siempre entronizado el despotismo, y presentándose con fuerza sorprendente la idea de independencia, a dividir e individualizar, no al hombre, sino a la humanidad en sus parciales divisiones; pero las predicciones de los profetas van a cumplirse, el Sefher de Moisés va a realizarse, la humanidad se halla próxima a salir del primer período, de la segunda edad, la cabeza de la serpiente va a ser quebrantada, la humanidad va a entrar en el segundo período de la segunda edad, Dios envía a su Hijo predilecto sobre la tierra, para que dirija este tránsito grandioso; Dios, vivo, proclama la emancipación de la humanidad por medio de la fraternidad y de la libertad; elevando al individuo, eleva el elemento universal, y comienza el segundo período de la segunda edad de la humanidad; poco después vemos al mundo antiguo hundirse en el polvo de los siglos cual el cadáver se hunde en el sepulcro. ¡Sublimes figuras de Grecia y Roma! ¡Sombras venerandas de Bruto y de Cincinato! ¡Clásicos tesoros de la antigüedad! Vuestra hora suprema ha sonado, con estridor tremendo, y podremos decir con el inmortal Rioja:


Casas, jardines, Césares, murieron,
Y aun las piedras que de ellos se escribieron162.

Sí, templos, altares, Césares, dictadores, cónsules, palacios, tronos, deidades de la antigüedad, cayeron con horrible pesadumbre, porque habían secado las fuentes del bien, porque habían lacerado el corazón de la humanidad, porque habían destruido hasta los gérmenes de cuantos sentimientos nobles y generosos alientan en el alma, porque esas sociedades eran la genuina expresión de la más horrenda tiranía, porque habían apagado la antorcha de la vida hundiéndola en el lodo, porque sus sacerdotes eran unos impostores, porque no tenían fe ni en Dios ni en ellos mismos, porque habían pasado sobre todas las cabezas el nivel de la esclavitud y carecían de fuerzas para escuchar la sacrosanta voz que clamaba: ESCLAVOS DE ROMA, LA VERDAD OS HA EMANCIPADO PARA QUE SEÁIS PERFECTOS, COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL ES PERFECTO. Desde este momento comienza la edad moderna y se inaugura el segundo período evolutivo de la segunda edad de la humanidad; pero, aunque podremos decir, con Homero: Gracias a los dioses, valemos más que nuestros antepasados, nos falta mucho para llegar a la realización de ella; debe la humanidad sufrir dolores acerbos, llorar lágrimas sin cuento, antes que el dogma de redención se cumpla, porque la palabra santa, que si bien en el fondo sólo se dirigía al espíritu y a una vida espiritual y futura, resonó en la inmensidad de las creaciones, cambió completamente la faz terrena y material de la sociedad, y verificó ese cambio con tan profunda intención, con tan extraordinaria fuerza, que nada bastó a contener la revolución radical que surgió de ella; ni el anatema de los antiguos sacerdotes, ni las hogueras de los emperadores, ni las carnicerías del circo, fueron bastantes a ahogar la revolución espíritu-social que se iniciaba. Disipando la negra noche del egoísmo y mostrándonos claras y luminosas las ideas de destino humano, de libertad, de deber y de derecho, hizo aparecer con fuerza sorprendente la ley de progreso, y surgir, en fin, las modernas sociedades, que apoyándose en la razón divina, manifestación incondicional, y sirviéndose de la humana, como aparición terrena de aquélla, precisasen el desenvolvimiento progresivo de la libertad impeliendo a la humanidad hacia su destino supremo y realizando sobre la tierra las nociones del deber y del derecho.

13. Fácil es demostrar hasta qué punto era inmenso y civilizador el paso que las nuevas creencias iban a hacer dar a la humanidad; apreciar exactamente qué evolución tan gigante, qué variación tan radical, se debía cumplir en el trascurso de los siglos, pero se comprende también que para poder cambiar hasta los cimientos de una civilización secular sin atacarla de frente, que para variar hasta el corazón de las generaciones por medio del pensamiento, que para borrar creencias arraigadas, costumbres envejecidas, intereses creados, poderes constituidos únicamente por la palabra y la cultura del espíritu, no sólo se hacía necesario tiempo, sino que era preciso que se colocasen frente a frente y en lucha terrible el espíritu y la materia; que ilustrado aquél y entrando en las verdaderas vías de bien y de progreso, debía chocar con la materia.

Se comprenden los esfuerzos sobrehumanos que los representantes de la antigua civilización, interesados en ahogar y destruir los gérmenes de espiritual progreso que venían a arrancarles de las manos la dominación y el poder, emplearían; el movimiento expansivo de esos mismos gérmenes, que debían obrar con tanta más fuerza cuanto eran más acordes con la naturaleza especial de la humanidad; por lo tanto, que estas fuerzas comprimidas debían un día estallar y conmover hasta los cimientos del orbe. Este es el origen de las guerras sangrientas, de las luchas encarnizadas, de los raudales de sangre derramados, de las lágrimas vertidas, de las revoluciones que se han sucedido sin descansar en el segundo período que ha corrido la humanidad en su vida evolutiva.

En la edad antitética, esto es, con la independencia, la variedad y el individualismo, para cumplir su misión terrena, el hombre y la humanidad tienen que dar unidad a la variedad armonizándola, que proteger la independencia dirigiéndola, que reducir el individual al universal por medio de la armonía, y como esto sólo puede hacerse protegiendo la libertad racional, podremos decir que la moderna civilización realiza la libertad concreta, esto es, se apodera del elemento individual y le hace marchar en un todo acorde con el universal, valiéndose para ello de la razón, como armonizadora, y véase cómo la gran misión de los modernos Estados consiste en proporcionar al subjetivo o personal individualidad cuantos medios sean necesarios para su más completo y racional desarrollo, porque mientras más le eleve, más le une al universal, por ser más varia la evolución, proporcionándolos al mismo tiempo al universal y resumiendo a ambos en la unidad sustancial, que tanto quiere decir como realizar la libertad, no según el arbitrio subjetivo o individual voluntad, sino en un todo conforme a la voluntad suprema y a la razón divina.

14. El mundo antiguo, pues, en medio de la lucha terrible que le agobiaba y le destruyó, tenía como elementos conservadores el egoísmo y la esclavitud, la individualidad y el quietismo; el mundo moderno, en medio de la lucha que le conmueve y trabaja, se elevará, porque cuenta como elementos de progreso la razón y la libertad, la universalidad y el movimiento: en el antiguo, la variedad se sacrificaba a una unidad simple e inmóvil y fatal; en el moderno, la variedad se armoniza por la razón para darle una unidad libre y cognoscente; sólo así puede la humanidad marchar por las vías de perfección y de progreso, llegar a su destino la belleza, el bien; el estacionarismo y la ley fatal de desenvolvimiento son los signos característicos del animal, el movimiento y el progreso libre son las brillantes facultades con que al Creador le plugo dotar al hombre; mientras más lejos esté de conocerse a sí mismo, mientras más lejos de conocer a Dios, más cercano está al animal, más lejos del espíritu; cultivando, pues, las facultades del espíritu es sólo como podrá separarse de la vida animal, elevarse a la espiritual y entrar en el camino de la perfección; aprovechando en pro del desenvolvimiento cuantos elementos se encierran en su variedad, relacionándolos estrechamente entre sí y con el universal, armonizándolos hacia el bien es como podrá darles esa unidad, elemento constitutivo de la belleza; favoreciendo la libertad conseguirá que la humanidad cumpla con la ley inalienable de progreso, y véase de qué manera tan admirable, con qué lazo tan sorprendente, se liga esta teoría con la antropológica que desenvolvimos en pasadas lecciones; siguiendo, pues, el método que nos hemos trazado, desde el principio podremos decir que siendo la libertad el elemento constitutivo de todo progreso, de todo desenvolvimiento, debe hallar su realización en todas las esferas del humanitario desarrollo; por eso, a proporción que más esferas de desarrollo le ligan, más rica es y floreciente la vida de la humanidad, y más cercana a la tercera edad de síntesis, que ya se toca, pero en la que no hemos entrado todavía.

Sí, de la lucha tremenda que han sostenido los principios dominantes en los dos períodos de la segunda edad, del encarnizado combate que durante ella se ha constantemente realizado entre el sentimiento de ruda independencia, el egoísmo profundo que de él surgiera por una parte, y de la razón armonizadora y la libertad por otra, han nacido las dos escuelas que con los nombres de absolutista y liberal conocemos, y que resumiendo en sí los opuestos principios que sin cesar luchaban en la antitética edad, luchan aún, y lucharán largo tiempo todavía163.

Representante la primera de una edad que comienza a hundir su frente en el helado polvo de las tumbas, hubiera ya dejado de existir y sólo pertenecería a la historia, si las transiciones de uno a otro período de la vida humanitaria se verificasen en un solo momento de la existencia; pero como en la vida de la humanidad no existe un solo hecho, no se verifica una sola evolución que no sea eminentemente compleja, y que para cumplirse no necesite conmover toda la complicada máquina que hemos visto, compone la vida evolutiva del humanitario y social desenvolvimiento el absolutismo, que nosotros denominaremos despotismo, o lo que es lo mismo, voluntad suprema que gobierna materialmente y sin más ley que su capricho, y materializa, por lo tanto, al hombre, aunque ya cadáver para lo porvenir, turba con las convulsiones de su agonía el presente de la humanidad.

15. Fácilmente se comprende cuál será el carácter profundamente marcado y que distingue a esta escuela, no en el terreno político, del que no nos ocupamos nosotros para nada, sino en el del derecho, y especialmente el de libertad, con sólo recordar lo que hemos dicho acerca de la edad antitética y de los elementos que, nacidos de ella, mantienen aún en movimiento el galvanizado cadáver del despotismo164.

16. La fuerza física, esto es, la materia puesta en ejercicio por los poderes que deben representar a la razón, la fuerza aplicada a todos los órdenes de la vida y la actividad humana, la fuerza comprimiendo y hollando a la libertad, la fuerza haciendo pesar su férreo yugo sobre la justicia y el derecho, la fuerza contrariando todos los gérmenes de progreso que existen en la naturaleza física y moral del hombre, o haciéndolos mover y agitarse, no en la esfera de acción que el Hacedor supremo les trazara, sino en la que al poder le place asignar; la fuerza, en fin, que comprimiendo el movimiento expansivo del hombre hace estallar las guerras y las revoluciones, es el carácter peculiar, el enérgico resorte que el absolutismo emplea; bajo su férreo yugo, bajo su atmósfera de presión y de egoísmo, las santas nociones, las facultades civilizadoras que en pasadas lecciones y como principios de conocimiento y como derechos absolutos hemos señalado, y muy especialmente el de libertad, que forman el carácter peculiar y distintivo del hombre y de la humanidad, y constituyen los preciosos e inalienables elementos de su progreso grandioso y divino, al par que justo y armónico, y que ha de acercarlos más y más a la consecución del supremo destino, el bien, lo bello; las divinas nociones de deber, de justicia y de derecho, nacidas de aquellas mismas facultades y principios, se conculcan, se pierden, se olvidan; bajo el despotismo, bien se cubra con la corona del monarca, con el manto del dictador, con las fases del cónsul o con la máscara de la república, la libertad, facultad de desenvolvimiento externo (derecho), se reduce al yo egoístico del déspota, a la suprema voluntad del señor, por lo mismo que él solo es yo activo en medio de seres que, uncidos a su tremendo carro, han perdido, con la libertad y con la voluntad, la dignidad y la personalidad, con la razón, la cualidad de seres humanos. Allí donde domina el absolutismo, donde el déspota es la única y sola personificación de la libertad, de la voluntad y de la razón, la moralidad es imposible, porque sin libertad para desenvolverse no hay moralidad; el deber no existe, porque sin voluntad para decidirse no hay deber posible; el derecho es una noción absurda, porque sin fuerzas impulsivas, sin facultades de desenvolvimiento, el hombre no puede agitarse en la esfera del derecho; la justicia, en fin, es una quimera, porque será sólo un nombre vano, mientras las sacrosantas nociones de bien y belleza, y su antítesis el mal, no sean conocidas y hallen en la razón el criterium supremo que haga al hombre dirigir libremente hacia uno u otro su movimiento evolutivo. Por eso, donde quiera que el despotismo impere con su rudo poder, se hallará una atmósfera de muerte, pesando con grave pesadumbre, no sólo sobre la vida puramente moral, sino que hasta sobre el desarrollo material de los pueblos.

17. Nacida del cristianismo165, representación genuina la segunda, esto es, la que hemos denominado liberal, de una edad que aún no ha presentado más que la aurora luminosa del gran día que alumbrará lo por venir, puede decirse que está ahora recorriendo el primer período de la segunda edad antitética, de su rico y sublime cuanto magnífico y divino desenvolvimiento.

Aún es su marcha incierta y vacilante, aún no conoce profunda y concienzudamente todos y cada uno de los elementos con que cuenta para verificar su evolución, aún vive, hasta cierto punto, dependiente de antiguas tradiciones, de decrépitos intereses, sin conocer los grandes elementos de vida y desarrollo que han de contribuir a su evolución: vislumbra apenas el brillante arcano de su destino, sólo se apoya en las facultades, en las fuerzas que por ser más potentes se han manifestado primero, y que indicándole sólo la necesidad de la evolución por la magnitud del sufrimiento, podemos considerar como meramente instintivas; materializada, digámoslo así, atrévese apenas a elevarse a un superior criterium, a una lex legum, a la razón humana, como terrena finita manifestación de la razón divina.

Y sin embargo, cuán grande no ha sido el paso que hacia la perfección ha dado la humanidad militante desde que surgió la escuela liberal; cuántos bienes no la ha proporcionado ya, qué perspectiva tan rica y tan variada no le ofrece en lo porvenir; ella, garantizando con el derecho de libertad el libre desenvolvimiento de todas las facultades humanas, ha hecho que el hombre conciba un nuevo mundo de ideas, que ni presentir pudo en la época de su dura servidumbre; sancionando la igualdad de destino, ha hecho que el hombre eleve su hollada dignidad hasta comprender a Dios, de quien emana, y cree relaciones que cada vez le eleven más, y más le ennoblecen.

Verdad es que, abandonando a cada uno a su inteligencia, no ha terminado aún la antigua lucha en que todos los intereses se chocan, en que la materia y el espíritu combaten con encarnizamiento, en que el débil sucumbe bajo del más fuerte; pero esto consiste, 1.º, en que aún existen los gérmenes del pasado; 2.º, en que la nueva doctrina aún no ha salido del primer período de la edad antitética; 3.º, en que el sentimiento exagerado de independencia que caracteriza la edad antitética existe vivo aún, si bien se modificará muy pronto, tan pronto como la humanidad, marchando por las vías que la Providencia le tiene marcadas, se apoye con firmeza en la libertad como elemento generador, en la razón como elemento armonizador del movimiento, y venza y aniquile cuanto el pasado conserva sobre nosotros de medios perturbadores.

Detengámonos un momento, estudiemos con reflexivo examen el estado actual del mundo civilizado; analicemos la marcha evolutiva de la escuela que nos ocupa, y podremos fácilmente comprender por lo que es lo que debe ser en lo futuro.

18. Decíamos que la escuela liberal, a pesar de los grandes beneficios que ha proporcionado al mundo, se halla todavía en el primer período de la segunda edad, o lo que es lo mismo, se prepara para entrar muy pronto en el segundo. Aún vive en cierta dependencia con la antigüedad, vislumbrando apenas los grandes elementos de que dispone para verificar su evolución; sólo se apoya en las facultades y fuerzas que, manifestándose con más energía, se asemejan más a los instintos. En efecto, observemos que así como la primera facultad que conoce instintivamente el hombre apenas comienza a vivir en el tiempo y en el espacio, es la espontaneidad, que muy luego da lugar a la libertad, o lo que es lo mismo, al poder de desenvolvimiento, así también la escuela que nos ocupa, apenas ha tenido vida propia, esto es, apenas se ha manifestado en el tiempo y en el espacio de la existencia evolutiva y esencial de la humanidad; la primera facultad que ha visto brillar ante sus ojos ha sido la espontaneidad, el primer derecho el de libertad, esto es, el poder de desenvolvimiento: asombrada ante la imponente magnitud de su conquista, se ha detenido a contemplarla con admiración profunda, se ha unido al mundo exterior que la rodea, y olvidándose del mundo de la inteligencia, del espíritu, ha creído que la libertad era la sola facultad, la única fuente, el elemento exclusivamente productor del progreso vario-armónico de la humanidad a quien dedicaba sus cuidados: engañóla, empero, su entusiasmo, y como al dar fuerte impulso, rápido vuelo a la libertad, se olvidó de la razón; como creyó que ampliando más y más la esfera evolutiva de aquélla, podría con facilidad y seguro y firme paso conducir al hombre y al ente humanidad a su supremo destino, quiso que se verificase la evolución sola y simplemente impulsada por el elemento creador de la movible variedad, y acreciendo con la fuerza de la libertad la del derecho, colocó frente a frente fuerzas iguales y contrarias, y vio atónita surgir el choque y el desequilibrio que había creído alejar para siempre. Véase por qué hasta ahora la escuela liberal encerrada en el estrecho círculo de la política, ocupada sólo en la organización de los poderes, ocupándose exclusivamente en ampliar la libertad a los pueblos, en restringirla apenas concibe que un grande desarrollo puede poner en lucha las individualidades entre sí, o éstas con el universal, no ha podido producir los opimos frutos que se prometiera.

Ha olvidado que su misión es conducir a la humanidad hacia su fin, ha confundido este mismo fin con las teorías puramente políticas, que sólo deben mirarse como instrumentos para arribar a aquél, y ésta es la razón y la causa que hace que todavía el presente se halle envuelto con los jirones que aún existen del desgarrado manto de los tiempos y de las creencias que pasaron. La libertad es, en efecto, uno de los más preciosos y necesarios elementos de la existencia esencial y de la vida evolutiva de la humanidad, pero no nos cansaremos de repetir que ella por sí sola no basta para crear, para fundar nada; ya en pasadas lecciones enunciamos, y nos complacemos en recordarlo ahora, que no puede haber evolución perfecta, varia, armónica, mientras todos los elementos no se desarrollen en unidad de miras, mientras todos ellos no conspiren al mismo fin, ayudándose y prestándose fuerzas y regulándose los unos por los otros, y todos por la razón como manifestación espiritual y suprema. Mientras la libertad, movida por la voluntad y regulada por la razón como elemento espiritual, y por los sentimientos e instintos como elementos puramente materiales, no se hermanen y mutuamente se esclarezcan, ni la humanidad puede adelantar en su vida evolutiva, ni, por consiguiente, realizar su destino supremo, el bien, lo bello; porque la libertad, la espontaneidad, los instintos, bien se presenten aislados, bien se adunen, sólo serán elementos perturbadores mientras la razón no los regule, y por consecuencia, sólo nos conducirán al mal.

Pero tengamos fe; la edad antitética de la escuela liberal será muy corta, y la razón, como forma terrena, como manifestación sublime del espíritu de Dios, que llena la inmensidad y regula las existencias, entrará muy pronto a constituir el precioso elemento regulador de la evolución; esperemos ese día con confianza en el corazón, porque desde que luzca en los horizontes la humanidad, entrará en sus vías de perfección166.

Pero ¿cómo podrá la evolución dirigirse a feliz término? ¿Cómo evitar a la humanidad las lágrimas que tiene que derramar, la sangre que ha de verter, las revoluciones que ha de atravesar? ¿Cómo armonizar su variedad admirable? ¿Cómo dar unidad a su varia evolución? ¿Cómo acordar el desenvolvimiento del particular con el del universal? Ya lo hemos dicho; por medio de la razón, como aparición terrena de la razón divina; y esta conquista de la moderna civilización que el cristianismo enseña, es, no sólo la prueba mayor de que la humanidad va a entrar ya en el segundo período de la edad antitética, sino que es al mismo tiempo la más preciosa garantía de que la evolución se verificará en armonía con la evolución divina, el elemento más grandioso y admirable de progreso y de perfección; ella, según anteriormente hemos enunciado, aprovecha todas las facultades, cultiva todos los órganos, protege todas las fuerzas del ente humanidad. En efecto, nosotros hemos probado que el segundo período de la edad de antítesis presenta, como carácter distintivo, el deseo de independencia y absoluta libertad, la segregación de todos los elementos constitutivos de la humanidad, la variedad, pero con marcada tendencia a unificarla por la razón que la armoniza; pues bien, el Estado, según la escuela liberal, comienza a concebirlo, y nosotros lo hemos explicado, es el encargado como razón, como elemento regulador y rector, de conducir a la humanidad a su destino, el bien, lo bello; los Estados modernos, esto es, los Estados creados por la clara luz del cristianismo, verdaderamente sintéticos, que representan la razón terrena general, emanación de la divina, tienen el deber de conducir a la humanidad triunfante hacia el bien, y al hacerlo, se valdrán de todos los elementos que constituyen la vida humana.

Si faltan a su misión, si la conculcan, así como en el mundo físico, regido por leyes invariables de la acumulación de fuerzas que en un punto convergen, se originan esos cataclismos terribles que llamamos revoluciones físicas y que producen tantos desastres, y tan benéficos efectos cuando la naturaleza entra de nuevo en sus constantes vías, así también en el mundo moral, regido por leyes igualmente divinas, aunque voluntarias y libres, las fuerzas, un tiempo comprimidas, se manifiestan y estallan, y rompiendo los diques que a su paso se oponen, producen esos hechos terribles, que destruyendo por un momento el orden moral y la social armonía, dan origen a creaciones y combinaciones nuevas, pero que por más que al fin produzcan algún bien, son mayores los males que hacen aparecer. El hombre, como sabemos, tiene su destino que cumplir; no puede realizarlo sin la mayor copia posible de bienestar y desarrollo, toda vez que su inteligencia, siempre creciente, le muestra el mundo actual como una preparación para otro mejor. El poder, desconocedor muy a menudo de este profundo sentimiento, se empeña en permanecer estacionario, o verifica el movimiento de una manera inarmónica, dejando olvidadas en la evolución algunas instituciones, ruedas preciosísimas del desenvolvimiento humanitario; en el corazón de la humanidad, se manifiesta en la segunda edad el sentimiento de independencia con fuerza sorprendente, y he aquí que la humanidad se agita y la revolución terrible y aterradora se produce, y los pueblos conquistan un palmo de terreno que al día siguiente les hará desear una conquista nueva; así ha sucedido desde que la sociedad pasó de la primera edad, y estos hechos se han venido repitiendo, ya iniciados por los gobiernos, revolución legítima y pacífica que produce bienes sin cuento, ya por las masas, revolución terrible y sangrienta que produce indisputablemente bienes, pero que viene a la par preñada de llanto y desventura; a esos hechos, ya sean iniciados de alto a bajo, ya de bajo a alto, somos deudores de todas las conquistas de la moderna civilización, que hacen de nuestra sociedad un ser tan distinto de lo que eran las antiguas.

El cristianismo, que no es otra cosa que la síntesis grandiosa de las revoluciones pacíficas, fue el luminoso sol que rasgó densas nubes y originó el movimiento, manifestándose como revelación divina. A él y a las revoluciones sucesivas que su dogma civilizador ha originado, debemos el estado actual, que, sin embargo, es una preparación para otro que surgirá del cristianismo mismo, tal vez por virtud de nuevas revoluciones o de una nueva revelación. Hasta hoy puede decirse, sin temor de errar, que la política ha absorbido casi completamente el movimiento sin dar al mundo la felicidad apetecida. Día llegará, empero, y ese día tal vez no esté muy lejano, en que la política, que es la pasión dominante en la época actual, pierda la importancia que hoy tiene; día en que, conquistados por el hombre todos los derechos civiles y políticos, se haya igualado en ambas esferas, y entonces, cuando saciada la egoística sed de poder y de dominación que hoy le devora, sin haber conseguido añadir un átomo siquiera a la felicidad que soñara, sin haber adelantado un solo paso en la carrera del bien, entonces el mundo actúa, desprovisto de fe política, muerta la fe religiosa, conculcados los santos principios de moral y abnegación a impulso del egoísmo y las pasiones, se lanzará de nuevo en la senda de la revolución más sangrienta y más terrible, un desbordamiento espantoso inundará al mundo aterrado, y por más que del desquilibrio nazca un nuevo estado más perfecto, esto no bastará a borrar las lágrimas y la desolación por la revolución producidas167.

Sí, tal es el cuadro que el mundo actual nos presenta, destruida la fe política, porque mil y mil desengaños la han sepultado en el polvo de las tumbas, olvidada o extinguida la fe religiosa, ya por el inusitado y prematuro vuelo que ciertas ideas han recibido, ya porque algunos, apóstoles morosos del pasado, desconocedores de la humana naturaleza y del presente y porvenir de la humanidad, han dado torcido sesgo a la cuestión religiosa, ya también porque otros han querido ligar la religión, antorcha esplendorosa que alumbra y muestra la verdad, base sólida sobre que se asienta la libertad sin por eso restringirla con la política manifestación terrena, un cataclismo nos amenaza. Si dejamos abandonado el movimiento sin dirección ni gobernalle no extrañemos que la sangre inunde nuestros campos, la disolución y la muerte destruyan nuestras tan bellas y florecientes ciudades. Quizás, dicen algunos, partidarios del quietismo humanitario y del mal como principio eterno, quizá nosotros no veamos cumplirse tan triste vaticinio; quizá en medio al malestar que hoy nos agobia pasemos un día y otro día temblando siempre que el equilibrio social se turbe, esperando que la condición de la sociedad mejore, y sin embargo, legaremos a los hijos de nuestros hijos el mundo tal cual le recibimos de nuestros padres; pero no, el quietismo es la ley del animal; el movimiento y la evolución, la ley sublime del espíritu y de la inteligencia, y aunque así no fuese, en la duda no debemos hallarnos constantemente en expectativa; ¿no es un deber de todos los hombres, aprovechando las elocuentísimas lecciones de pasados tiempos, estudiar el móvil, tendencias y fin del presente, prepararse a la lucha y dirigirla y dominarla, impeliéndola hacia el bien, en vez de dejarse arrastrar por la fuerza de los acontecimientos y precipitar por la grave pesadumbre de los hechos y de las revoluciones? ¡Ah! si una de las causas del malestar social es la pérdida de la fe religiosa y de la fe política, resucitemos esa fe política enseñando el deber como superior al derecho, dando a conocer a éste y extendiendo sus esferas, mejorando la administración en sus variados y preciosos ramos como medio de realización del derecho168, robustezcamos esa fe religiosa instruyendo a las masas que la han perdido, no olvidemos que la instrucción les mostrará que el hombre es existencia secundaria de otra primaria dependiente, les señalará el deber y el derecho, y enseñándole cuán santas son ambas nociones, dará resignación a los que sufren, caridad a los que gozan, y de la resignación y la caridad nacen la fe, las creencias; no olvidemos que la instrucción y las ciencias, como expresión divina de las más divinas manifestaciones, están llamadas a indicarnos el camino que conduce a los destinos humanitarios.

La humanidad sufre dolores acerbos, una llaga terrible la devora; ¿por qué huimos de ella cuando la vemos herida? ¿Por qué nos obstinamos en desconocer sus padecimientos? ¿por qué no les buscamos oportuno remedio? ¿Será que la libertad y el progreso, que estos males al parecer engendran, están llamados a desaparecer? ¿Será que la perfección es una quimera, que un bautismo de sangre ha de dar nombre a la regeneración presentida por todos los espíritus elevados? No, la libertad no desaparecerá jamás, porque viene de Dios, porque en Él tiene su principio; si mal dirigida engendra el mal y éste la oscurece un momento, ella renacerá majestuosa y radiante, y tomando por guía a la divinidad que el cristianismo nos ha revelado, impulsada por ella y regida con acierto por la razón que lozana y vigorosa se infiltrara en los corazones, seguirá la ley constante de la perfección y del progreso, y compeliendo al hombre hacia Dios, fuente preciosa e inagotable de bien y de belleza, hará más perfecta la imagen, más completa la semejanza entre el Creador y su creatura inteligente.

Los que negáis al hombre la facultad de desarrollarse y perfeccionarse, negad también la justicia divina, negad su existencia si habéis de ser lógicos y consecuentes; no, vosotros no negaréis que el hombre aspira a Dios, que Dios es la fuente más pura e inagotable de bien y de belleza infinitos, si el hombre, pues, aspira a Dios, si su unión, a él es no sólo una verdad proclamada por la razón, sino que también un dogma que la religión ha santificado; si la belleza infinita es inconcebible sin la ilimitada perfección, claro es que el hombre sólo puede verificar su unión íntima y santa con Dios, aspirando a la perfección como elemento constitutivo y precioso de su destino. Negáis su justicia, porque, ¿cómo podría ser justo si habiendo señalado el bien y la perfección como supremo destino de su manifestación humanitaria, le hubiese negado los medios de perfeccionarse hacia el bien, si habiendo puesto en su corazón los móviles, facultades y tendencias de perfección y desarrollo, sólo le diese los dolores consiguientes a la aspiración no satisfecha? Y si el quietismo es ley de la humanidad, ¿qué impotencia es la de vuestro Dios que no mantiene a la humanidad estacionaria? El castor labra su casa cual la labró en el principio de los siglos, el elefante no ha abandonado los desiertos, pero la inteligencia que levanta el Vaticano y delinea la Venus Capitolina, que inspiró a Murillo sus vírgenes y a Mozart torrentes de armonía, la inteligencia que vuela por los hilos del telégrafo eléctrico, el hombre que por ella, venciendo los mares y los montes, ocupa un polo y otro polo, ni es el hombre de los tiempos primitivos ni el animal estacionario.

¿Creéis que la regeneración se bautizará con sangre? ¡Ah! es muy posible, pero no culpéis, no, a las grandes ideas que se enseñorean del orbe, no al progreso ni a la perfección, culpaos a vosotros mismos que os oponéis, cual débiles diques, al movimiento providencial, y en vez de dirigirlo y modelarlo le comprimís y embravecéis; sí, sangre costará a la humanidad conquistar su porvenir, pero no será la de los hombres sin fe la que santificarán las edades venideras, sino la de los mártires de la idea humanitaria que ha de fructificar, la de aquellos que sacrifican su vida en aras de la fe que guardan en su corazón, como la tierra guarda sus tesoros.

Hemos dado tal vez mucha latitud a nuestros estudios acerca del derecho de libertad, porque, además de la importancia absoluta que en sí tiene, es hoy, y aún lo será por mucho tiempo, la base en que descansa la civilización moderna, y a la ciencia filosófica del derecho corresponde indicar cómo sobre esa base ha de desarrollarse la humanidad y señalar las condiciones de que para ello dispone.

De lo dicho se deduce que el hombre ejerce su libertad de diferente manera, según las diversas categorías en que se halla colocado, en la primera edad la libertad no existe.

En la segunda, es libertad sensible o instintiva la que conoce en el primer período, y reflexiva la del segundo, si bien con tendencias muy marcadas a la libertad racional que ya conoce y aprecia, que ya toma parte muy activa en la evolución humana, pero que no podrá realizar sino en la tercera edad.

El derecho de libertad, tal como nosotros lo hemos presentado, es un elemento necesario de orden y de armonía que sólo produce lo contrario cuando la razón falta para regularlo y dirigirlo, pero, como también hemos dicho, no el único, y el considerarlo así ha sido hasta ahora uno de los errores de la escuela liberal.




ArribaAbajoLección XIV

Condiciones esenciales para la realización de los principios.-Derechos absolutos


SUMARIO.

1.º DERECHO DE IGUALDAD.-Qué sea.-Es un DERECHO ABSOLUTO.-2. Sus cualidades.-3 y 4. Sus elementos.-5 y 6. De la desigualdad.-Sus causas.-Su origen.-7. Elementos que componen el derecho de igualdad.-8. Fuentes de desigualdad.-9 al 11. 1.ª La casta.-Su origen y razón de ser.-12 al 14. 2.ª La esclavitud.-Su examen.-15. 3.ª Servidumbre de la gleba.-16. 4.ª Pauperismo. Industrialismo.-17. Sus causas.-España.-18. Sus efectos.-19. Su remedio.

1. DERECHO DE IGUALDAD. Al ocuparnos del principio de personalidad y teniendo en cuenta las ideas que respecto al hombre habíamos adquirido, pudimos convencernos de que el hombre no podía personalizarse sin que hallase condiciones en virtud de las que desarrollase su existencia en todas las esferas de la vida y realizase su destino, y que una de estas condiciones era la libertad, como facultad de desenvolvimiento, pero al propio tiempo observamos que el hombre tenía que realizar su destino, que éste era uno en todos, puesto que consistía en el bien libremente concebido y libremente ejecutado, que todos los elementos, todas las fuerzas de la materia, todas las facultades, todas las manifestaciones del espíritu eran unas también, y como donde hay unidad no puede haber desigualdades, que sólo caben en lo múltiple, dedujimos que la igualdad era condición esencial y necesaria para el cumplimiento de la personalidad humana; en una palabra, que debíamos considerarla como un derecho absoluto.

2. Basta fijarse un punto en lo indicado en el párrafo anterior y en cuanto hemos dicho en las lecciones precedentes, para comprender que, tratándose del hombre, la igualdad en general hablando, tendrá, no un triple origen, como dice Mr. Ahrens169, sino una triple manifestación: no un triple origen, porque éste reside en la naturaleza humana, mejor dicho, en la voluntad suprema y creadora, que al formar al hombre adornado de determinadas cualidades, al asignarle un fin supremo, absoluto, debía darle por necesidad condiciones para que realizase ese fin, según aquellas cualidades esenciales que forman su naturaleza; y como en ésta entran como elementos o cualidades componentes el cuerpo, materia que siente, el espíritu que piensa y delibera, y la razón que decide, claro es que las condiciones absolutas de realización deben manifestarse en la vida física, en la psicológica y en la racional que Ahrens denomina metafísica. En todas estas manifestaciones, la igualdad es el resultado de la unidad del género humano; pero tengamos presente, por una parte, que el hombre es un ente activo que se desarrolla y que progresa; que la unidad esencial de su ser nace de la variedad armonizada; que por estas causas el hombre se determina, se personaliza esencial y formalmente.

3. Esencialmente, como ser que bajo las fases parcial y general, individual y universal, tiene que realizar un fin, que es el bien, uno absoluto, igual; que sus fuerzas, sus facultades son unas, esto es, iguales también; por consecuencia que la condición en virtud de la cual se determina como ser físico y espiritual para realizar su destino en cualquiera de sus esferas de acción parcial o general, individual o universal, tiene que ser la igualdad, pero téngase en cuenta que esta igualdad será esencial, esto es, en cuanto se considere al hombre como ser puramente espiritual, esencialmente uno.

4. Formalmente el hombre no es perfecto, sino perfectible; por consecuencia, los elementos de que dispone para la realización de su destino, aunque unos en su esencia verifican su aparición en el tiempo y en el espacio que limitan la existencia y no la hacen con la misma intensidad que en sí tienen, sino de una manera física o embrional para perfeccionarse sucesiva y constantemente; por lo tanto, si la manifestación esencial es siempre una, la formal, por el contrario, será siempre varia, aunque tendiendo a unificarse por la armonía; y como la variedad y el tiempo y el espacio limitan, y como precisamente la limitación crea la desigualdad, al determinarse el hombre formalmente, lo hace de un modo desigual.

5. Esta distinción, que en la determinación o personalidad del ser humano hemos visto surgir entre la igualdad esencial y la igualdad formal, verdadera igualdad la primera, fuente de desigualdades la segunda, afecta de igual manera a la vida física que a la psicológica y a la racional del hombre.

En efecto, físicamente considerado el hombre, es materia que siente, que se mueve, que se agita en virtud de los instintos, de las tendencias, de las necesidades; la materia en el hombre siempre es la misma; se conmoverá, se agitará siempre de la misma manera, a impulso de los mismos móviles indicados, esto es, con la igualdad constitutiva y esencial más absoluta; pero como ni el hombre es sólo materia ni puede ser estacionario, muy pronto la inteligencia, de varia manera manifestada, viene a dirigir el instinto, la tendencia, la necesidad; y a proporción que más pesa sobre ellos, la vida del hombre es menos material, la igualdad formal aparece, traduciéndose en desigualdades de acción y desarrollo.

De la misma manera sucede en la vida psicológica; las facultades del ser son siempre unas; el ser conoce y es voluntario y es libre, y el conocimiento y la voluntad y la libertad, esencialmente consideradas, en todos los hombres son las mismas en todos iguales; pero viene la razón, que también en su faz esencial es una, determina movimientos varios en el conocimiento, en la voluntad, en la libertad, la igualdad formal aparece como resultado de desigualdades que se armonizarán.

Finalmente, en la determinación racional, que Mr. Ahrens llama metafísica, que es aquella en que el hombre, valiéndose de su razón para generalizar el particular y universalizar el individual, se eleva hasta el hombre sintético, humanidad, también, la igualdad esencial y la igualdad formal aparecen como absoluta la primera, como resultado de desigualdades armonizadas la segunda. Tal vez en esta nueva aparición del hombre es donde con más claridad podrá apreciarse la diferencia entre las dos fases o manifestaciones que hemos hecho de la igualdad.

6. La humanidad, el hombre sintético, es el conjunto racional, necesario de los individuos relacionados, unidos para realizar el fin general, universal, realizando todos los fines parciales e individuales que le forman, y valiéndose para ello de todas las fuerzas, facultades y elementos que constituyen su ser. Pues bien; los hombres todos tienen el mismo origen, Dios, las mismas fuerzas materiales, las mismas facultades espirituales; todos resuelven el gran problema de la unión del espíritu con la materia; todos y cada uno aspiran a la consecución del mismo destino: la igualdad es absoluta y esencial entre todos los seres que componen el gran todo humanidad; pero al manifestarse al exterior, al revestir forma externa la humanidad; en uno de los seres que la componen, predominan las fuerzas materiales; en otro la voluntad; en otro el elemento libre; en éste la inteligencia, en aquél la razón, y para completarse, para identificarse, para unificarse por medio de la armonía, se hace necesario extender en uno el elemento racional para que domine al material; en otro el libre para que se desarrolle con energía; en éste el racional para que no se tuerza el desarrollo; en aquél el voluntario para que impulse la libertad: la igualdad formal, por lo tanto, consiste en prestar medios desiguales de acción a cada uno.

7. De lo dicho se desprende que el derecho absoluto de igualdad encierra o se compone de tres elementos, que son:

1.º Igualdad esencial fundamental de órganos, facultades, destino y condiciones para realizarlo.

2.º Igualdad, fundamental también, en el hombre para hallar condiciones de desarrollo en todas las esferas de la vida.

3.º Desigualdad de desarrollos y de aplicación, pero que, unificándose por medio de la armonía, tienden a la igualdad.

En cuanto a la igualdad esencial, fundamental del hombre en sus órganos, facultades y destino, sobre haber demostrado su existencia fundándonos en la unidad de origen y de fin humanitario, podemos considerarla casi como una verdad experimental y por la experiencia de los hechos demostrada.

La segunda, esto es, la igualdad esencial, para hallar condiciones de desarrollo, también es de fácil demostración, toda vez que si el hombre tiene igualdad esencial fundamental de origen, órganos y facultades, si los destinos que está llamado a realizar son iguales, unos, el bien, claro es que las condiciones de desarrollo, en virtud de las que valiéndose de sus órganos y facultades realice su destino, serán iguales y constituirán el derecho fundamental absoluto de igualdad.

8. Empero las manifestaciones del ser, como hemos dicho, se verifican al exterior por medio de la materia, que es finita, limitada, y por tanto desigual; como además el hombre no es perfecto, sino perfectible, y se perfecciona desarrollándose y elevándose por su desarrollo de lo particular a lo general, de lo individual a lo universal, de lo finito, contingente y condicional a lo infinito, necesario e incondicional, de aquí que estos desarrollos sean mayores o menores, más o menos espirituales, desiguales por lo tanto, aunque en condiciones fundamentales de igualdad y tendiendo por medio de una armonía admirable a unificarse y hacerse iguales.

La desigualdad formal, la desigualdad de desarrollos, como es la que se manifiesta al exterior y puede desde luego ser objeto del derecho positivo; como además es la primera y la que con más energía puede apreciarse, ha influido profundamente en la manera de ser de los hombres, de los pueblos, de la humanidad, obscureciendo la igualdad esencial y fundamental, vulnerando el derecho de igualdad y creando las absurdas y terribles desigualdades que, por espacio de muchos siglos, han dominado al mundo.

Y véase cómo en todos nuestros estudios venimos siempre al punto de partida, esto es, al antagonismo, a la lucha entre el espíritu y la materia, ésta como medio terreno y externo de la vida y desarrollo espirituales del ser, limitando, diversificando, y por lo tanto, produciendo la desigualdad, aquél como esencia infinita, ilimitada, tendiendo siempre a la igualdad; por eso, siguiendo paso a paso la marcha del derecho de igualdad en el mundo, veremos que la antigüedad materialista y socialista ni conoció ni pudo alcanzar el derecho de igualdad, y vivió en medio de la más tremenda desigualdad y de la variedad más inarmónica, mientras que la edad moderna, dominada por el espiritualismo, que, si no vencedor, lleva por lo menos la mejor parte en la lucha, apoyada en el conocimiento del hombre, que posee, merced al dogma santo del cristianismo, ha ido poco a poco, pero con fuerte mano y seguro y constante movimiento, destruyendo todas las desigualdades por el mundo antiguo aceptadas y sancionadas.

No quiere esto decir que en la antigüedad el derecho de igualdad fuese desconocido en absoluto, no; los hombres de verdadero genio la comprendieron y alcanzaron; las sociedades quisieron realizarla; pero ni aquéllos pudieron elevarse a su verdadera noción, ni éstas la generalizaron más allá de los individuos que las componían, a los que daban una igualdad material que se traducía en dominio y desigualdad para con los demás.

A estas causas de desigualdad se unía una muy poderosa e importante, la religión politeísta, sancionando con la multiplicidad de dioses, la superioridad de unos sobre otros, y por lo tanto, la desigualdad no podía otorgarle la igualdad al hombre.

9. La forma más dura, más tremenda, y la más primitiva de la desigualdad, fue la CASTA. El Oriente puede considerarse como la cuna de la humanidad; allí tuvo ésta su origen, su edad embrional; allí se verificó también la primera aparición de la segunda edad antitética. Al caracterizar nosotros esa edad dijimos que, nacida del exceso de espontaneidad en el hombre, éste, en el primer período de aquélla, se encerraba en sí mismo creyendo bastarse a sí mismo, se aislaba en su individualidad, pero al par perdiéndola en el seno absorbente del Estado; que perdida u olvidada la noción de Dios como ser uno, infinito, incondicional, deificaba cuanto ante su vista tenía un carácter algo superior, bueno o malo, de aquí el que se formase una inmensa escala de dioses superiores e inferiores, y por lo tanto, que precisamente de la idea, del sentimiento religioso se desprendiese la desigualdad con todos sus caracteres. No pretendemos señalar el verdadero origen de las castas, porque, como dice un célebre escritor170, el genio de un pueblo (y las castas forman parte esencial del de Oriente) resulta de un hecho primitivo y misterioso, análogo a uno cosmogónico, y si es posible señalarlo, es imposible explicarlo; pero indicaremos ligerísimamente, partiendo de las ideas sentadas, cuál puede ser su causa.

10. En los primeros momentos del estado antitético, la lucha se presenta tan enérgica, tan constante, tan material, es tal y tan absoluta la carencia de un poder terreno, rector y director del vario e inarmónico movimiento, que el hombre, cansado de buscarlo sobre la tierra, lo demanda a un poder superior, y el sacerdocio, intermediario entre el hombre y la divinidad, centro del saber, se une estrechamente en un pensamiento dominador, se rodea de misterios que le hacen superior a todos los demás hombres, y se convierte en casta dominante: al hacerlo y queriendo conservar siempre sometidos, siempre a su servicio a los demás hombres, al par que da a cada uno su personalidad particular y de distinta manera los caracteriza, hace surgir esta diversidad de la voluntad divina, y de aquí que las castas superiores jamás desciendan ni se mezclen con las inferiores, que tienen un estigma impuesto por los mismos dioses, y que las inferiores nunca traten de elevarse ni salir de su esfera, haciéndose así todo progreso imposible.

11. Puede hasta cierto punto aducirse, como prueba de lo expuesto, que las cuatro castas reconocidas por la doctrina de Brahma han nacido de él mismo: la sacerdotal de su boca, la guerrera de su brazo, la vaisya o trabajadora de su muslo, y la paria o soudra de sus pies; claro es que este origen divino enclava a cada uno dentro de su casta, sin que pueda ni quiera salir de ella sino mediante una nueva vida171. La casta, pues, mata por completo, no sólo la libertad y la igualdad en el hombre destruyendo su personalidad, sino que le priva hasta de la esperanza y el deseo de redención; es la manifestación pura y exclusivamente material del hombre, la negación absoluta del espíritu.

Tal vez las guerras, tal vez las luchas intestinas primitivas que entre los pueblos de la antigüedad prehistórica debieron existir, no fueron ajenas a la formación de las castas; pero su carácter duro, invariable, indestructible, se lo debieron indudablemente al cuerpo sacerdotal del Oriente.

12. Sin que sea dable fijar las causas, ello es lo cierto que el mundo occidental, que bebió su civilización en las copiosas fuentes de la civilización del Oriente, no conoció la casta, o si por ventura ésta existió en los primeros tiempos, que nos son absolutamente desconocidos, pasó sobre ella con firme planta y la destruyó con voluntad enérgica y potente, pero sin llegar ni con mucho a concebir siquiera la idea de igualdad; si allá en el Oriente la desigualdad se llamaba casta, en Occidente se llama ESCLAVITUD; pero así como allí la personalidad humana no sólo era absorbida por la casta, sino por la personalidad única, exclusiva del señor, aquí la personalidad individual se pierde en la personalidad colectiva de la nación; así, pues, mientras que en Oriente la igualdad nacía de la falta de personalidad y todos eran esclavos, en Occidente los miembros de cada nación iguales entre sí, con personalidad, el cuerpo social, representando la de todos en una personalidad general de origen propio y distinto, autóctono, hacen que se consideren como superiores a los demás, y por lo tanto, como llamados a dominarlos; este sentimiento de poder y de dominación se revela, primero en la lucha y en la guerra, más tarde en la esclavitud.

13. La esclavitud, que el derecho romano define con admirable perfección, diciendo: «Servitus autem est constitutio juris gentium, quaquis dominio alieno contra naturam subjicitur»172, puede decirse que tiene un doble origen histórico y racional.

Consiste el origen histórico de la esclavitud en que, en la lucha que sin tregua ni descanso libraba la humanidad en los antiguos tiempos, lucha de muerte y de exterminio, el vencedor se creía autorizado para destruir al vencido; si hasta ese punto podía obrar contra él, claro está que con mucha más razón se creería autorizado para hacerlo suyo, someterlo a su dominio, privarle de su personalidad, reducirlo a una existencia puramente física.

El origen racional de la esclavitud puede decirse que nos le marca de un modo claro y preciso Aristóteles173, que partiendo de las diferencias que existen entre los hombres, y de que en unos la razón domina mientras en otros está oscurecida, sostiene que aquéllos nacieron para mandar y dominar y éstos para servir y ser dominados; doctrina que los pueblos, en su orgullo y en su pretendida supremacía, se apropiaron para dominar los unos a los otros.

14. La esclavitud, por muy dura, por muy terrible que nos parezca, es un inmenso paso de progreso sobre la casta; verdad es que tanto en la una como en la otra el hombre pierde su personalidad, se materializa; es una existencia física, es una cosa; pero la casta es de origen divino: sólo el que colocó a su creatura en una determinada puede sacarla de ella, mientras la esclavitud es, según la bellísima definición romana174, CONTRA NATURAM, y es obvio que lo que es contra la naturaleza no sólo no puede ser eterno, sino que está llamado a desaparecer; el esclavo, pues, tiene al menos la esperanza de volver a ser hombre, persona, el sudra jamás; el esclavo tiene su personalidad viva, aunque restringida; el sudra ni ha conocido ni podrá conocer nunca su personalidad; y tanto es esto así, que no sólo en aquella edad el esclavo podía reconquistarla, sino que la esclavitud ha desaparecido, mientras la casta se conserva.

No nos detendremos más en estas dos instituciones de tiempos que están muy lejos de nosotros y de los cuales la esclavitud murió para siempre en el mundo occidental y la casta no existió jamás, y ambas desaparecerán también del mundo oriental cuando entre en las vías de ilustración y de progreso.

15. Como en pos de la casta vino como un progreso la esclavitud personal, en pos de ésta, y como otro progreso, aparece la esclavitud real o de la gleba; ya en los últimos tiempos del mundo romano, el hombre, libre en su personalidad individual, aparece como adscrito a un terreno determinado, del que, hasta cierto punto, forma parte integrante con ciertas y determinadas obligaciones, pero del que no puede separarse sino por la voluntad del señor.

La Edad Media extiende mucho más la servidumbre de la gleba; pero impregnada del santo dogma de libertad y de igualdad que el cristianismo predicara, la hace de día en día menos dura, hasta que en un momento histórico, que la humanidad bendecirá siempre, como bendice el en que la voz del Hijo de Dios rompió con su palabra sacrosanta la esclavitud, el colono o esclavo de la gleba se emancipa por su inteligencia y su trabajo para igualarse al señor en la esfera del derecho, como ya se había igualado en la de la moral y ante su padre celestial.

16. La igualdad esencial y la de acción en todas las esferas de la vida fueron, pues, sancionadas como un derecho absoluto, esto es, como una condición necesaria al hombre por el cristianismo, pero aún no se ha llegado a su realización completa, porque si bien es cierto que la casta, la esclavitud personal y la de la gleba han dejado de existir, quedan dos fuentes de desigualdad, que son el pauperismo y el industrialismo, cánceres tremendos del mundo moderno, que parece se van aumentando y exacerbando de día en día en vez de disminuirse, y que merecen, por lo tanto, profunda atención y más profundo estudio.

17. Como hemos indicado, allá en la Edad Media el trabajo y la ilustración de las clases inferiores fueron, entre otras, las causas ocasionales que, elevando al plebeyo casi al nivel de sus señores, destruyeron la esclavitud y el feudalismo; pero como aún el individuo no había llegado a la plenitud de su personalidad; como aún no tenía fuerzas suficientes para imponerse por sí solo a sus señores, busca esas fuerzas en la asociación, y el gremio y el municipio son los verdaderos elementos terrenos de la emancipación. El poder real, que ve en ellos un medio de imponerse al orgulloso señor feudal que desde su castillo le amenazaba constantemente, otorga privilegios a los municipios y a los gremios, y a la sombra de estas asociaciones y de aquellos privilegios, nace la llamada clase media, que tanta y tan profunda influencia había de tener en la moderna civilización, y nótese de paso un hecho importantísimo, que aunque se revela del estudio histórico que del desarrollo humanitario hemos hecho en las primeras lecciones, creemos que debe fijarse en ésta; la lucha entre las clases aristocráticas o privilegiadas y las desheredadas ha existido lo mismo en el mundo antiguo que en el moderno; pero mientras que en aquél sólo produjo la muerte de una de ellas o la de la sociedad en cuyo seno se libraba la lucha, en éste ha traído, con la nivelación más o menos extensa del derecho, nuevos elementos de vida y de poder, y es que allí, como no solamente la desigualdad individual era el alma de aquellas agrupaciones, sino que ellas absorbían por completo la personalidad del individuo; la nivelación era puramente material, mientras que en las sociedades modernas la nivelación se verifica en el terreno de la personal individualidad para armonizarse espiritualmente.

En la Edad Media, como en otras muchas épocas de la vida humanitaria, España merece fijar nuestra atención; en efecto, mientras que el mundo gemía bajo el durísimo yugo del feudalismo, apenas éste era conocido entre nosotros; jamás revistió todos sus terribles caracteres, y el sentimiento de personalidad y de independencia, sostenido por los accidentes de la reconquista, dieron al municipio y a las clases populares un poder y una importancia que en ninguna parte tuvieron; el estudio de nuestros fueros y cartas-pueblas, hoy algo conocido, merced al laborioso estudio de hombres eminentísimos como Marina, Muñoz, y el sabio modesto y crítico profundo y eruditísimo Fernández-Guerra, demuestra cumplidamente la verdad de nuestros asertos.

Cuando, prescindiendo del vértigo político que por desgracia nos domina, fijemos nuestro estudio en el pasado y en el presente de España, veremos con inmenso estupor y admiración profunda, no sólo los grandiosos servicios que ha prestado a la humanidad en lo pasado, sino los inmensos gérmenes de bien que atesora para resolver en lo por venir los terribles y tenebrosos problemas que hoy preocupan al mundo moderno.

La emancipación de los municipios y de la clase media, extendiendo más y más el sentimiento de libertad; la protesta, que si en un sentido, hiriendo la fe religiosa, ha sido fuente de males, en otro, destruyendo el principio de autoridad en las ciencias y anteponiéndoles la razón, comunicó nueva vida al mundo, trajeron en pos esa actividad vertiginosa que distingue el último período de la segunda edad.

Aplícase sobre todo esa actividad a las ciencias físico-matemáticas, y en ellas se hacen descubrimientos que abisman la inteligencia, y que han de producir en lo por venir resultados que no pueden calcularse siquiera, pero que en el presente traen un desequilibrio nuevo y una nueva lucha.

Como siempre que una parte de la humanidad conquista alguno de sus derechos o ensancha alguna de sus esferas de actividad o de vida, la clase media, al emanciparse, se sintió fuerte, y comprendiendo que lo era en virtud de los nuevos desarrollos que había realizado en sí y por sí, creyó que la libertad era su vida, el único elemento de su perfección y encumbramiento, hizo de la libertad su dios terrestre, y todo lo refirió a ella y todo lo sacrificó a ella; por eso, apenas la Edad Media desaparece, la clase emancipada se prepara a poner el pie en el pasado, y llega un día en que trata de destruir hasta su memoria para entronizar un mundo nuevo, el mundo de la libertad y del derecho: tal fue la aspiración del pasado siglo y de la tremenda revolución que lo caracteriza; pero como en otras ocasiones, y una vez más, la humanidad olvidó que no le es dado pasar de lo presente a lo por venir sin posar un pie en lo pasado; que los movimientos esenciales de ella no pueden verificarse sin concienzuda y perfecta preparación; que por más que nuestro espíritu se eleve, se ha de manifestar siempre por medio de la materia; que como tal es un elemento de quietismo, y no solamente el movimiento del siglo XVIII estuvo muy lejos de producir todos los resultados que se esperaban, sino que sus más decididos iniciadores, los que con más energía quisieron destruir por completo el pasado, fueron a buscar en el pasado, y en el pasado más lejano, la razón de ser y el apoyo de sus esperanzas, de sus deseos y de sus teorías.

Desde ese momento, la gran cuestión que se debate, sin haber llegado en casi un siglo a resolverse, es la cuestión de libertad, y decimos sin haber llegado a resolverse, porque no basta que la ciencia y el derecho escrito la hayan resuelto en principio, sino que es necesario que lo esté en todas sus prácticas manifestaciones. Muy lejos de haberse conseguido esto, el derecho de libertad, del que la civilización moderna ha querido hacer un principio de conocimiento, y que científicamente se ha elevado a la mayor altura posible, en la vida práctica, no ha producido sino pequeños y estériles resultados; y es que habiéndose olvidado que la libertad no es más que uno de los elementos esenciales y constitutivos del hombre, pero que no le basta a éste con desenvolverse en sí y por sí, si el desenvolvimiento no tiende a la realización de un fin y si no le dirige la razón, se ha prescindido de estas dos importantísimas cuestiones, y el movimiento evolutivo humanitario, realizado sólo a impulso de la libertad, se verifica inarmónicamente, y destruye, por lo tanto, en vez de fortalecer ese mismo derecho de libertad tan preconizado, y el de igualdad que nos ocupa.

Verdad es, a pesar de todo, que hoy el hombre, bajo el punto de vista del derecho, es más libre que jamás lo fue; verdad que el derecho de igualdad está aceptado y sancionado por las leyes de todos los pueblos cultos, pero nada se ha conseguido, porque una parte de la humanidad sólo goza de la libertad negativa y vive en la desigualdad más absoluta; podrá, en una palabra, existir la libertad del cuerpo, pero no existe realmente la del espíritu; podrá existir la igualdad ante la ley, pero no existe la igualdad esencial, mejor dicho, no puede realizarse por muchos en la vida del derecho.

Y es que, como hemos dicho, los desarrollos del ser humano, para que sean progresivos y puedan conducirle a su destino, han de ser simultáneos y armónicos en todos los órganos, en todas las facultades, en todas las esferas de la vida, y el mundo moderno, sancionando y predicando la necesidad de los derechos absolutos con todas sus consecuencias, ha olvidado que como nociones espirituales no pueden realizarse sin que la razón los dirija, y como condiciones de relación no se manifiestan sino por el intermedio de la materia.

Prescindiendo, pues, del cuerpo, no fijándose en que mientras éste no halle en el mundo exterior las condiciones necesarias para vivir y desarrollarse físicamente, los momentos de descanso necesarios para cultivar y elevar su razón por medio de la instrucción, el derecho no podrá racionalmente realizarse, ha dado origen al pauperismo y al industrialismo, las dos grandes plagas del mundo moderno, que uniéndose necesariamente, si no se les combate, serán la lepra que ha de devorarlo en medio de sangrientas y terribles convulsiones.

Lejos, muy lejos de nosotros pedir esa absurda nivelación de las fortunas, que sería, si se llegara a conseguir, la muerte moral y espiritual del hombre y de la humanidad, puesto que mataría su actividad matando la necesidad, destruyendo el deseo; esa nivelación absoluta es contraria a la naturaleza humana, contraria al pensamiento divino que la preside; lo que puede acabar con el pauperismo es una organización social universal, sabia y premeditada, en que se armonicen todos los elementos, en que se unifiquen todas las fuerzas, en que el hombre halle todos los medios y condiciones para cumplir su destino. No vamos nosotros a dar la solución, porque la solución no es del presente, pertenece a la tercera edad, que la generación actual presiente, pero ni conoce ni tocará.

Así como al hundirse con el mundo y la civilización romanos el mundo antiguo, aparece dominante el feudalismo, hasta que enriqueciéndose e ilustrándose los plebeyos se igualan con sus señores, así en el seno mismo de aquella clase que debe su triunfo y elevación al trabajo y a la inteligencia tiene lugar una nueva división natural y necesaria entre los que, merced a un supremo esfuerzo, habían roto por completo el círculo de acero que los envolvía, y los que menos inteligentes o menos activos y decididos no habían hecho otra cosa que seguir pasivamente la evolución sin acrecer su caudal de medios materiales e intelectuales, y como siempre, las existencias superiores dominarán a las inferiores, los últimos cayeron bajo el poder de los primeros y dieron origen al pauperismo: hay, sin embargo, diferencias esencialísimas entre el pauperismo y la esclavitud antigua o el dominio feudal, pues mientras que en éstos la desigualdad era esencial, en aquél es accidental; mientras en el uno la desigualdad es sólo de hecho, en los otros era de hecho y de derecho; mientras que las barreras que separaban al señor y al esclavo sólo se podían romper mediante una tremenda conmoción social, las que separan hoy las clases medias y el proletariado, se salvarán, si se quiere, más tranquilamente.

El pauperismo, pues, y el industrialismo, que le da, por punto general, origen, es hoy la última manifestación de la antigua servidumbre, que en el terreno del derecho se traduce en una desigualdad de fortunas tal, que hace que el rico pueda dominar al pobre; pero por muy dura que nos parezca esta dominación, por muy triste que realmente sea la existencia del proletario, ni compararse puede siquiera con la del esclavo: en efecto, aquél goza de la igualdad de derecho, de la libertad moral, de la libertad corporal, del derecho de libertad; el esclavo personal o de la gleba, el infeudado, de nada de esto gozaba. No se crea que legitimamos el pauperismo, no; lo que hacemos es sentar premisas para podernos ocupar de él con entera imparcialidad y conocimiento.

Como hemos dicho, la emancipación de la clase media trajo consigo un vertiginoso movimiento científico industrial; el espíritu de asociación y de empresa, la sed de oro y de poder se desarrollaron con fuerza sorprendente, y los grandes descubrimientos geográficos le dieron nuevo impulso, abriendo al comercio nuevos mercados y a la actividad nuevas vías. Reconocióse la necesidad de trabajar y se trabajó sin tregua ni descanso, pero el trabajo, por una parte revistió el carácter individualista y egoísta propio de aquella edad; el gremio no contrabalanceó, sino que protegió más bien ese individualismo, y el privilegio de los antiguos señores, importado al seno de la clase emancipada, trazó una profunda línea divisoria entre el maestro y el obrero, que más tarde se tradujo en el dominio del capitalista o empresario sobre el obrero o trabajador, que aquél empleaba sólo como instrumento de producción y de ganancia; por otra parte, si bien es cierto que se había reconocido la necesidad del trabajo, santificado el trabajo, no se había considerado éste como un derecho humanitario, y por lo tanto, el señor industrial se creía en plena libertad para prescindir del operario cuando no le servía o no le necesitaba, así como para rebajarle el salario siempre que lo tenía por conveniente; esta libertad del capitalista o empresario, las frecuentes crisis por que la industria tiene que pasar necesariamente, los adelantos científicos que han traído las máquinas a sustituir la acción del hombre, han sido las causas prácticas del pauperismo.

18. Consecuencia precisa e inmediata de esas causas ha sido que el elemento productor, el obrero falto del pan del cuerpo, adquiriéndolo, cuando podía, merced a un trabajo material muchas veces superior a sus fuerzas, no haya podido cultivar su inteligencia, y el mundo moderno, donde las exageraciones del industrialismo han sido terribles, cuente en su seno una masa de hombres que pueden confundirse con las máquinas mismas. Estas masas degradadas, puesto que no cultivan su inteligencia, sienten, y por lo tanto se mueven por los instintos y las necesidades, y no sólo son ruedas casi inútiles de la humanidad, sino que movidas en ocasiones por la fuerza irresistible de sus necesidades y de sus instintos, apenas satisfechos, estallan a veces produciendo terribles sacudimientos y profundas perturbaciones sociales y políticas, con tanta más razón cuanto que a su pobre inteligencia ha llegado como rumor confuso la idea de que son libres e iguales a los demás hombres, y por muy escasa que sea su ilustración, tocan la desigualdad profunda en que viven y no la práctica de la libertad e igualdad que se les concede.

Y esto no es de ahora, ni puede culparse, como muchos lo hacen, al movimiento y al progreso indudable del presente siglo; antes, muy antes, cuando aún no había rugido ese cráter inmenso que se llama revolución francesa, cuando aún los derechos del hombre, a cuya práctica se acusa de haber producido gran parte de los males que el pauperismo trae consigo, no habían sido proclamados, ya se sentía el mal, ya los hombres de alta inteligencia, los hombres de Estado lo tocaban, y se asustaban ante sus consecuencias. Necker decía: «¿Qué importan a los proletarios las leyes sobre propiedad, si nada poseen; qué las leyes de procedimientos, si no tienen nada que defender; qué las leyes sobre la libertad, si no pueden moverse, si mañana morirán de hambre?»

En efecto, el proletariado, que oye hablar de todas estas leyes, que sabe que de ellas se ocupan los gobiernos, pero que no recibe de todas ellas el menor beneficio, el más pequeño alivio en la miseria y en el hambre que le asedian; que casi no goza de la libertad corporal activa siquiera, porque de ella le priva el taller, so pena de morirse de hambre; que se halla privado de todas las condiciones corporales y espirituales de existencia, grita, como en las sesiones de la Asamblea: «Pan, pan, y no discursos», o inscribe en su bandera negra, como los obreros de Lyon, la tremenda frase vivir trabajando o morir peleando.

Este estado tristísimo y amenazador de una parte de la humanidad, no se debe, repetimos, al entronizamiento de las ideas de libertad y de igualdad, no; débese, aparte de las causas puramente externas que hemos señalado, al egoísmo que la falta de fe y las ambiciones personales han creado, a las luchas y competencias industriales que se sostienen de nación a nación, al desequilibrio y desarmonía que aún dominarán en el tercer período de la segunda edad humanitaria, y desgraciadamente aún ha de durar largo tiempo, exacerbándose tal vez más cada día.

19. ¿Pero es que el mal no tendrá remedio? ¿Es que el pauperismo nos traerá una nueva irrupción más terrible y desoladora que la de Atila? No es de creer que así suceda si los hombres de inteligencia privilegiada se dedican con incansable afán a precaver y corregir el mal, pero es muy fácil que acontezca si se le abandona o mira con la indiferencia que hasta hoy175.

¿Cuál será el remedio? ¿Estará por ventura en esas teorías socialistas, o comunistas por mejor decir, que aspiran a destruir la propiedad arrancándola de las manos del actual poseedor, sin consideración a su legitimidad, para hacerla colectiva o para repartirla pulverizándola? ¿Estará en esas teorías que quieren nivelar destruyendo y haciendo pobre al rico para que no haya pobres? ¡Ah! no y mil veces no; como hemos dicho en otra parte, el progreso consiste en crear, destruir es retrogradar; la creación es la obra de Dios, la destrucción la obra de la muerte.

Ya en 1776 Turgot, el célebre ministro de Luis XVI, decía176: «Dios, dando al hombre necesidades y haciéndole necesario el trabajo para satisfacerlas, ha hecho del derecho a trabajar la propiedad de todo hombre, y esta propiedad es la primera, la más sagrada, la más imprescriptible de todas. Si el soberano debe asegurar a todos sus súbditos el pleno y completo goce de todos sus derechos, debe esta protección muy especialmente a aquellos que no teniendo más propiedad que su trabajo y su industria, tienen sólo y con más energía el derecho y la necesidad de emplear en toda su extensión los únicos recursos de que pueden disponer para subsistir.»

Hemos copiado este período del sabio ministro para probar dos asertos sentados por nosotros; es a saber, que el pauperismo, con todas sus tristes y aterradoras galas, existía antes de estallar la revolución francesa, y podríamos decir, sin temor de ser desmentidos, que fue una de las causas más poderosas que la trajeron y precipitaron, y además, que un hombre de la valía de Mr. Turgot, no sólo se preocupaba de la cuestión, sino que trataba de buscarle el remedio, y podríamos añadir, por último, que le vio con sobrada claridad. En efecto, el derecho al trabajo es una de las manifestaciones del principio de propiedad en tanto en cuanto por el trabajo puede el hombre hallar los medios para apropiarse lo necesario para sustentar su vida, cultivar su razón y su inteligencia, y al propio tiempo realizar su destino.

El problema, sin embargo, no está más que presentado por Turgot, y en manera alguna resuelto, ni por él ni por los sabios filósofos, profundos economistas, ilustrados jurisconsultos y famosos hombres de estado que en pos del ministro de Luis XVI se han sucedido; todos han comprendido su importancia, su trascendencia suma, todos se han aterrado ante la inminencia y grandeza del mal, pero todos han temido buscar el remedio, y mientras la duda y la vacilación los domina, el mal crece de día en día, y de momento en momento se hace más amenazador.

Al estallar la revolución francesa, los hombres de la Convención, apenas preparados para la misión que debieron realizar en el proceso histórico de los tiempos177, creyeron que el malestar profundo que devoraba a aquella sociedad podría remediarse con conceder derechos al hombre, con elevarlo políticamente, con destruir el presente, no para crear sobre sus ruinas lo porvenir, sino para retrogradar a los tiempos de Atenas o de Esparta, de Cartago o de Roma, sin considerar que sustituían una organización social, ciertamente imperfecta y viciosa, pero hasta cierto punto espiritual, por otra más viciosa, más imperfecta, más condenable, por lo mismo que era absolutamente material: a triunfar su sistema, con las formas más brillantes del liberalismo se hubiera cubierto el hecho horrible de destruirse el pauperismo, pero para ser sustituido por la esclavitud del mundo antiguo.

Estas verdades han sido reconocidas por los defensores más entusiastas de los hombres de aquella época, y todos están conformes en que perdieron un tiempo precioso en sancionar y enseñar al hombre que tenía derechos políticos, derechos civiles, derechos absolutos, entre ellos los de libertad e igualdad, y en concedérselos a todo hombre, mientras no les concedían las condiciones, los medios de existir material y espiritualmente, de defender su independencia y su conciencia de todas las asechanzas que pudieran ponérsele, lo cual no puede realizarse ni concebirse siquiera cuando el hambre aconseja y la miseria manda178.

Pero si la concesión y preponderancia de los llamados derechos del hombre, si todo el movimiento político de destrucción y de creación, de ese momento histórico y de los que le han subseguido, cuyos hombres han vaciado en la misma turquesa sus sistemas, no han producido un solo átomo de bien real a los pueblos, ¿podrán proporcionárselos las indicaciones de Mr. Turgot y de los que después de él han sostenido y defendido con calor el derecho al trabajo? No ciertamente, por más que dadas las condiciones de vida individual y social de la edad moderna, el derecho al trabajo sea una verdad inconcusa, su aplicación es muy difícil, no sólo porque viene a herir profundamente derechos consagrados por la ley positiva, sino porque se carece de medios para que ese mismo derecho, aunque se aceptase y sancionase, pudiera entrar en vías de realización. Fijémonos un punto: sancionado el derecho, ¿quién es el que está obligado por deber correlativo a cumplirlo? No será el individuo, tanto porque no es el que se obligó, cuanto porque tratándose de un acto negativo y que puede ser atentatorio al libre uso del principio de propiedad, carece el Estado de medios coercitivos. ¿Será el Estado el que deba realizar el deber en cuestión? Él es el único que en buena y severa lógica debería cumplirlo, pero ¿es esto posible? ¿cómo hacerlo? El taller nacional, que es el único medio, no sólo es insuficiente, sino imposible e inmoral. Es insuficiente, porque aun dado el caso de que se montasen talleres de todas las artes e industrias y allí el jornalero encontrase medios de vivir, aún quedarían formando en las filas del pauperismo y engrosándolas esa inmensa clase de hombres de letras que viven sola y exclusivamente del trabajo, asaz árido y asaz mal retribuido, de su inteligencia, para los cuales no hay taller, pero sí todas las amarguras del proletario jornalero y algunas otras que éste por fortuna suya desconoce179. Es imposible, tanto porque el Estado tendría que absorber todos sus recursos en sostener esos talleres, destruyendo por completo la industria privada, cuanto porque llegaría un día en que los productos del taller nacional serían tantos que no existirían para ellos compradores y el taller tendría que suspender sus trabajos. Es inmoral, porque nadie ignora que en los trabajos dirigidos por el Estado, que no tiene, ni puede tener el interés directo que el particular, el trabajo se hace mal, perezosa y descuidadamente, y en los talleres nacionales se aglomerarían todos los que quieren vivir aparentando trabajar y tomando en realidad un jornal que no han ganado, y convertir los hábitos de trabajo en hábitos de holganza; sería a no dudarlo el acto de inmoralidad más suprema que el Estado pudiera cometer.

Pero es más aún; suponiendo por un momento que el derecho al trabajo fuera realizable, el problema del pauperismo quedaría en pie, porque es complejo, como todos los problemas humanitarios; si uno de sus términos es el derecho a trabajar, otros no menos importantes son el tipo del jornal y las horas de trabajo, porque el hombre tiene derecho a trabajar, en tanto en cuanto su trabajo se va a resolver para él en medios de satisfacer sus necesidades legítimas y sus condiciones de vida y desarrollo. ¿Quién podría marcar el máximum y el mínimum de salario suficiente para realizar ese objeto, cuáles serían los términos de la comparación, cuál el criterio, cuáles las necesidades que debieran cubrirse? Y si no sólo para satisfacer las necesidades físicas ha de prestar medios el trabajo, si mediante él debe el hombre desarrollarse espiritualmente, cultivar su inteligencia, elevar su razón; si esto no puede conseguirlo sin momentos de tregua y de descanso en su vida de trabajo material, ¿cuál ha de ser la extensión y la duración de éste?

La índole de estas lecciones no nos permite ni extendernos más tratar de los términos indicados del gran problema, ni analizar otros muchos de menor, pero no de escasa importancia, que en él se encierran; lo dicho, sin embargo, creemos que basta para demostrar que la sanción del derecho al trabajo, siendo una verdad esencialmente considerada, es un imposible en su realización práctica: pero es más aún; supongamos realizado por un momento cuanto el derecho al trabajo puede realizar, supongamos un pueblo que ha conseguido ver cubiertas todas sus necesidades, ¿bastaría esto para extirpar los males que ha traído consigo el pauperismo? No, en verdad; y la historia cumplidamente lo demuestra. Roma atravesó un día por una situación parecida a la que hoy agobia al mundo moderno; la aristocracia y la plebe profundamente divididas, dominadora por su riqueza la primera, dominada en su miseria la segunda; pero conocedora de su derecho y fuerte en él, aspira a la igualdad, a la nivelación, no de las fortunas, cosa que jamás se ocurrió al pueblo rey ni a sus más fogosos tribunos, pues los Gracos, tan mal conocidos y tan mal juzgados por los historiadores que han venido copiando a Tito Livio, sin criterio ni conciencia, nunca pensaron en el comunismo ni en despojar al rico en favor del pobre, sino del derecho, que había de proporcionarle medios de mejorar su posición social; y el Estado, un día aterrado con la magnitud de la lucha que en el seno de la sociedad se venía librando, consigue elevar la vida material del ciudadano de Roma a una altura que admira, y que está peregrinamente descrita por un publicista notable180. «El proletario romano, dice, no trabajaba porque el trabajo pertenecía a los esclavos, asistía de balde a aquellos espectáculos cuya grandeza apenas comprendemos, en el circo un inmenso velarium de púrpura le libraba de los rayos del sol, conductos convenientemente preparados extendían el aroma de los más preciados perfumes de la Arabia, para proporcionar un nuevo goce al altivo quirite; podía bañarse, gratis también, en las ochocientas termas que la gran ciudad poseía, se paseaba bajo pórticos de pórfido y de mármol, y era, en fin, alimentado por el erario.» Es decir, que después de haber sufrido algo parecido al pauperismo moderno, llega por la acción del Estado a una situación semejante y superior a la que el derecho al trabajo podría hoy proporcionar a los propietarios modernos, y a pesar de todo, aquel pueblo, como la antigüedad, muere precisamente por sus vicios, por su degradación, sin que emperadores tan humanos como Tito y Vespasiano, tan filósofos como los Antoninos y Marco Aurelio, tan republicanos como Nerva y Trajano, pudieran salvarlo de la ruina.

Pues bien, la situación del mundo moderno es, como hemos dicho, muy semejante a la de los primeros tiempos de Roma; cuando el plebeyo gemía bajo la dura ley de las deudas, el derecho al trabajo, que por muchos se pretende como el prototipo de la felicidad, y el medio de concluir con el pauperismo, será aquí lo que el erarium fue allá, y casi nos atreveríamos a asegurar que se producirían los mismos resultados.

El mundo moderno, que sobre tener elementos de vida más enérgicos, más perfectos, más seguros que el mundo antiguo, conoce la historia de éste gráfica y filosóficamente considerada, debe huir de aquellos escollos, y debe buscar al pauperismo nuevos y diferentes remedios. Por eso, teniendo presente que la vida del hombre es varia y compleja, que lo son también todos sus elementos constitutivos, todas sus condiciones de acción; teniendo en cuenta que conoce cuál es el destino del hombre y de la humanidad, y que sabe que sólo puede llegarse a él mediante la unificación por medio de la armonía de todos los elementos varios, no debe buscar la solución en un solo elemento, en una sola esfera de la vida, sino en la armonía de todos, y como al lado del derecho absoluto de igualdad están los de asociación y apropiación, debe aprovecharlos para destruir el pauperismo, o al menos hacerlo menos cruel.

En las lecciones subsiguientes, pues, daremos, no la solución, que es muy superior hoy a nuestra pobre inteligencia, sino algunas indicaciones que puedan estudiarse con provecho para llegar a ella algún día.