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«Nuestro Oriente es Europa»

Beatriz Sarlo





Varias tensiones no resueltas sesgan la perspectiva de los Viajes de Sarmiento. Nadie es menos neutral cuando se trata de relatar lo vivido; imposible separar las experiencias europeas de la trama de sus ideas políticas. Sólo excepcionalmente incluye en sus comentarios de viaje un episodio cuya función sea puramente subjetiva. Toda subjetividad está, por así decirlo, volcada hacia afuera, exteriorizada en la mirada que arroja sobre Europa y América. El placer que siente ante lo desconocido es controlado y traducido a dos lenguajes: el lenguaje político de un programa para la Argentina; el lenguaje «sociológico» de una concepción donde el arte, las costumbres, la economía tejen relaciones, disputan espacios y establecen jerarquías.

El viaje de Sarmiento es un viaje útil. Se diferencia del viaje típicamente romántico, en que el escritor completa su «experiencia de la vida» en un sentido psicológico, filosófico o estético. Es, sin duda, un viaje de aprendizaje. Pero, más que la formación de un espíritu en la diversidad del mundo, constituye la definición de un intelectual en la diversidad de los sistemas: qué modelo de nación, qué curso de transformación posible, qué tipo de población, cuál educación, qué libertades privadas y públicas, qué sociedad puede adoptar, sin convertirlas en imitaciones monstruosas, las instituciones liberales.

Sin embargo, es también un viaje donde las cosas y los hombres pasan a través de una sensibilidad marcada por la época. Sarmiento aplica una sensibilidad romántica mirar los aduares argelinos, las corridas de toros o los paisajes. Pero corrige los efectos de esta sensibilidad. No encuentra pintoresquismo en la miseria o el atraso, rechaza el culto estético de las ruinas, se escandaliza frente a los restos del pasado que percibe en Europa del sur.

Sensibilidad romántica y perspectiva antirromántica es una de las tensiones de Viajes. Casi podría decirse que, en Sarmiento, el ensueño romántico produce un sueño de civilización liberal. Y que la fascinación que siente frente a la sociedad burguesa (los hoteles son hoy nuestros templos, se le ocurre en Estados Unidos) es la contracara de la fascinación romántica ante el pasado. Si Víctor Hugo había escrito sobre Oriente, y Lamartine había también peregrinado a la Meca, Sarmiento en cambio afirma: «Nuestro Oriente es Europa». El atraso, repite, no produce arte; una sociedad «simple en sus virtudes, como en sus crímenes y vicios» no le ofrece al escritor el «espectáculo real» que estaría en el origen de los grandes dramas y novelas. Por eso le parece tan pobre la literatura española. Es difícil ser un gran escritor en América, afirma Sarmiento. También es difícil ser un gran político.

Contra estas dificultades, Sarmiento se constituye en escritor y político. Episodios de este drama -que es parte de la historia narrada en Recuerdos de provincia- pueden leerse en los Viajes. Sarmiento llega a París como al teatro donde la fama adquiere un eco realmente universal, porque, para él, la verdadera consagración, es europea: «Aquí principia la historia de los autores que comienzan en París y que lanzan su vuelo desde una guardilla del quinto piso. De ahí salieron Thiers, Mignet, Michelet y tantos otros, me digo para alentarme; todos han aguardado a la puerta de alguna redacción, el corazón humedecido de humillación, ídose, vuelto»1. Tiene mucho de patética esta historia del joven pobre, del intelectual oscuro que llega desde Santiago de Chile a París y que imagina el triunfo según un modelo aprendido en Dumas o en Balzac. No se siente extranjero en Europa, pero, al mismo tiempo, teme cometer las torpezas del provinciano: «ando lelo», «como el enamorado novel que va a presentarse ante las damas»2.

Entonces, Viajes también cuenta la biografía del escritor. Se dramatiza allí un tipo de episodio que Sarmiento repite en casi todos sus escritos de la década de 1840: la lucha por el reconocimiento intelectual. Lleva a París un ejemplar de Facundo. Aspira a que se lo traduzca al francés y se lo comente en la Revista de Ambos Mundos. Quiere romper la barrera del español porque, para Sarmiento, escribir en español es como no escribir. Está convencido, por otra parte, de que el Facundo tiene la clave de un enigma que la espada de Lavalle no pudo resolver: el de las guerras civiles argentinas y el del régimen de los caudillos. Escribe en Viajes que, para comprender América, hay que leer en Fenimore Cooper la saga de blancos e indios representada en El último mohicano o en El rastreador. Cree que su libro también revela el secreto argentino de «civilización y barbarie». Por eso, cuando llega a París vive la certidumbre del escritor desconocido y también la seguridad de su obra. ¿Cómo no padecer humillación o resentimiento cuando sabe que es casi un simple viajero, menos ilustre, incluso, que los unitarios de Montevideo?

Nueva tensión del relato de Viajes, ¿cuál es la función de la literatura y del periodismo en América del Sur? Sarmiento oscila. A veces, la poesía y la literatura misma se oponen a la actividad práctica del científico, del militar o del político. Es mejor contar patacones que sílabas, le dice ofensivamente a Echeverría, en Montevideo. Mientras ustedes cantan al Río de la Plata, los sajones navegan y comercian en el Hudson y el Támesis. Pero está convenido de que una nueva cultura americana supone también la producción literaria, que los cielitos de Hidalgo y Ascasubi tienen un vínculo orgánico con las luchas nacionales. Y que él, Sarmiento, con Facundo, es el punto más alto al que se ha llegado hasta entonces.

Reconocerse escritor y ser reconocido. Éste es uno de los dramas relatados en Viajes. A una pregunta que parece perseguirlo, ¿quién es ese Sarmiento?, se responde con el Facundo. A los intelectuales y políticos exiliados se los convierte en interlocutores forzosos de sus cartas. Por eso, estas cartas son, en realidad, un esbozo de política futura, donde se incrustan los episodios de una batalla personal: tanto el destino del intelectual Sarmiento como el de su país parecen en juego. Si éste no fue un libro de «impresiones de viaje» es porque Sarmiento quiso construirlo alrededor de una obsesión: qué lugar ocuparían él y los otros después de la caída de Rosas, y qué nación debía construirse sobre la Argentina de los caudillos.





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