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ArribaAbajo- III -

Por los años de 1593 y 1594, hallamos de nuevo a Lope de Vega en Alba de Tormes. Consérvanse cuatro manuscritos dramáticos suyos fechados en ese pueblo, tres de ellos autógrafos, y el otro que parece copia del autógrafo, a saber: El favor agradecido, autógrafo con fecha del 29 de octubre de 1593 (librería de don Agustín Durán); El maestro de danzar, enero de 1594 (copia antigua en mi colección); El leal criado, 24 de junio de 1594 (autógrafo en el archivo del Conde de Altamira en 1781); Laura perseguida, 12 de octubre de 1594 (en el mismo archivo; de estos dos últimos se conservan literales copias sacadas por el archivero en dicho año de 1781). La expresada que poseo, antigua, sacada del autógrafo de El maestro de danzar, tiene la fecha en una quintilla que empieza: «Hice esta comedia en Alba para Melchor de Villalba...» Este autor, de quien asegura Lope «que en su profesión no tuvo quien le precediese, ni... quien le igualase», represento asimismo la titulada El dómine Lucas, que hubo de escribir nuestro poeta por los años a que nos vamos refiriendo, como lo dan a entender estas frases de la dedicatoria con que la dirigió a su amigo Juan de Piña:

«Sirviendo al Excmo señor D. Antonio de Toledo y Beamonte, Duque de Alba, de la edad en que pude escribir,


   «La verde primavera
de mis floridos años»,

oí contar alguna parte desta fábula...: aficionéme al suceso... y escribila en el estilo que corría entonces..., representándola Melchor de Villalba...; era por aquellos tiempos de las bien escuchadas...»



Acaso no procedamos acertadamente al referir a la época de que vamos hablando (1592 a 1596) la composición de la Arcadia, novela pastoril en prosa y verso, en que Lope, al gusto de aquellos tiempos, captó ciertos amores de su señor el Duque de Alba, y algunos de sus propios sucesos, disfrazando con rudos pellicos a los verdaderos personajes que en la acción intervienen. Tal vez me equivocaré, repito, y la Arcadia se escribiría de 1588 al 91, pero las siguientes frases que a su conclusión estampó el autor, sirven de fundamento a mi parecer.

«Belardo a la zampoña.-Suspended el desentonado canto, rústica zampoña mía, que con el amor de Anfriso habéis excedido de vuestra natural rudeza. El perdone y vos quedad colgada... en estos duros robles... entre estas desiertas vegas, cuyas márgenes fueron los primeros brazos de un nacimiento humilde, y donde si el aire os toca, pueda alzar la coronada frente de verdes ovas mi patrio Manzanares, a ver si su pastor vuelve a las riberas amigas, de donde ya se aleja por seguir nuevo dueño y nueva vida. Que ni más vale, cuando se perdió algún bien, huir del lugar en que se tenía... La fortuna llevo dudosa; pero ¿qué puede suceder mal a quien en su vida tuvo bien? El que yo tenía perdí, más porque no le merecía gozar, que porque no le supe conocer; pero consuélome con que voy seguro de mayor desdicha...»



Estas alusiones a un bien perdido me parecen relativas a la muerte de D.ª Isabel de Urbina; y lo de alejarse de las riberas amigas para seguir nuevo dueño, puede ser referente a la colocación de Lope con el Marqués de Malpica, suceso posterior al año de 1596.

El disfrazado protagonista de la Arcadia, el pastor Anfriso, es el Duque de Alba D. Antonio, y el asunto de la fábula unos amores desgraciados de este joven magnate. El argumento de la obra es el siguiente: Anfriso, pastor de Arcadia, nieto de Júpiter, ama a la pastora Belisarda, de quien se ve correspondido. Los padres del amante, por libertarle de las asechanzas de sus rivales y evitar el escándalo que esta pasión daba en el valle, le hacen ausentarse, pero sin lograr que olvide a la bella pastora. Los celos consuman la desgracia, de tan firmes amores. Anfriso, a su regreso, creyendo que Belisarda favorece a otro pastor llamado Olimpio, entabla, por vengarse, relaciones amorosas con Anarda, una de las más lindas zagalas del valle, y Belisarda, en desquite, se casa aceleradamente con el rústico Salicio, su antiguo y aborrecido pretendiente. Averiguado por Anfriso el falso fundamento de sus celos, se ve a punto de perder el juicio y deseando curarse de tan desdichada pasión, aconsejado por amigos acude a consultar a la sabia Polinesta. Declárale en su cueva la maga, que para los males de amor es la mejor medicina, y más segura, la ocupación continua en hazañosos hechos; y con efecto, inflamando su pecho en deseos de gloria, le deja curado. Los interlocutores de la histórica pastoral (inspirada por la Arcadia de Sannazaro, las Dianas de Montemayor y Gil Polo, y la Galatea de Cervantes) son en número considerable. Cuéntase por pastores Galafrón, Leriano, Alcino, Menalca, Olimpo, el loco Celio, el anciano Tirsi, Gaseno, Danteo, que esculpía en madera; Benalcio, sabio matemático; Celfo, poeta; el rústico y donairoso Cardenio, Sicilio, Silvio, Lealdo, Melibeo, Enareto, Floro, Clorinaldo, Brasilio excelente músico (de Bras-Blas: Juan Bias de Castro, el famoso cantor, según conjetura muy probable del Sr. D. Francisco Asenjo Barbieri); Belardo (Lope), Leurimo, Frondoso, Dorindo, Lauso, Dulcindo, Peloro, Dirceo, Ergasto y otros, con el galán Belisardo; y las hermosas Isabella, Leonisa, Julia, Anarda, pastoras Lucinda, Celia, Clavelia, Marfisa, Amarilis, Diana, Clorida, Cardenia, Jacinta y algunas otras,43 con la despiadada Belisarda. No debieron, los más, ser sujetos ideales; bajo sus fingidos nombres se ocultan elevados personajes. relacionados con el Duque; amigos, protegidos y criados suyos. En el libro IV se habla de la pastora Bresinda, madre de Anfriso, que murió durante los amores, y por la analogía del nombre se ve (dice el Sr. D. Eustaquio Fernández de Navarrete en su Bosquejo histórico sobre la novela española (t. II de Novelistas posteriores a Cervantes, XXXIII de la Biblioteca de Autores españoles de Rivadieneyra) que bajo este disfraz encubre el autor a D.ª Brianda de Beaumont, Condesa de Lerín, madre del Duque de Alba D. Antonio. En el mismo libro IV se indica (prosigue observando el Sr. Navarrete) que Anfriso es el heredero de la casa, y que a la sazón tenía veintitrés años; pues el dolorido pastor dice de esta manera a la sabia Polinesta:

«¡Oh madre! ¡por los dioses, que te duelas de mi edad! Vuelve los ojos a mi flaca vida y considera que nací altamente y que a mi sucesión importa que no se cuente en Arcadia tan desastrada tragedia»



(la de su muerte).

«Hoy estoy cerca de morir, y hoy cumplí veinte y tres años...»



Lope cuidó de intercalar en la obra una extensa composición en que refiere la crónica y canta las glorias de la casa de Alba, desde el famoso duque D. Fernando, hasta su nieto D. Antonio, y no omitió ocasión de declarar que la novela era, en el fondo, real y verdadera historia. Así, en el prólogo dice:

«Estos rústicos pensamientos, aunque nacidos de ocasiones altas, pudieran darla para iguales discursos si como yo fui el testigo dellos, alguno de los floridos ingenios de nuestro Tajo lo hubiera sido... Si alguno nos advirtiese que a vueltas de los (amores) ajenos he llorado los míos, tal, en efecto, como fui, quise honrarme de escribirlos...»



En la dedicatoria a don Juan de Arguijo. de las rimas que van con el poema La hermosura de Angélica, dice:

«La Arcadia es historia verdadera que yo no puedo adornar con más fábulas que las poéticas.»



Y en la segunda parte de la Filomena:


    «Canté versos bucólicos
con pastoril zampoña melancólicos,
que siempre tiene amor los fines trágicos;
todo celos, amor y encantos mágicos:
allí cubrí con áspera corteza
príncipes generosos,
almas nacidas en los ricos paños
de la mayor nobleza,
iguales a los Reyes poderosos,
que no villanos bárbaros y extraños.»



Y por último, en la Égloga a Claudio:


    «Sirviendo al generoso Duque Albano
escribí del Arcadia los pastores:
       Bucólicos amores
       ocultos siempre en vano;
       cuya zampoña de mis patrios lares
       los sauces animó de Manzanares.»



D.ª Marcela de Armenta (D.ª Marcela Trillo de Armenta), probablemente la querida, de Lope que motivó su casamiento en 1596, o alguna cercana parienta de ella, escribió al frente de la Arcadia el ya, citado soneto que comienza:


    «Testigo he sido desta dulce historia;
y aunque Anfriso penó como quien era,
hoy Belardo la escribe de manera,
que enriquece su pena con su gloria.»



Del panegírico de que arriba hemos hecho mención, intercalado en la obra, consta que al escribirla nuestro poeta aún no estaba casado el duque D. Antonio. Pero contrajo poco después enlace con D.ª Mencía de Mendoza, hija de los Duques del Infantado, logrando por primer fruto de esta unión a D. Fernando Jacinto Álvarez de Toledo, Duque de Huéscar, que le sucedió. Este, según refiere Álvarez Baena, casó muy niño, y así podemos suponer que contaría sobre diez y siete años, y tanto que habría nacido en 1595, fecha que se ajusta perfectamente con la época de 1592 al 94, en que juzgamos compuesta la Arcadia. En su nacimiento escribió Lope versos, como lo expresa el dedicarle la comedia Los Prados de León (decimasexta parte, 1621), y celebró sus bodas con un Epitalamio. A pesar de todo esto no parece que hubo de quedar muy contento, con la casa de Alba, si hemos de juzgar por el siguiente párrafo de una carta que dirigió al Duque de Sessa a mediados de octubre de 1611:

«Hartas veces he pensado cuán mal empleé mis escritos, mis servicios, y mis años en el dueño de aquellos pensamientos de la Arcadia, ni se me puede quitar la lástima de que no hayan sido para V. E. y la Flora.»



Honró el pintor Anfriso el libro de la Arcadia y a su autor, con un soneto que va al principio de la obra. Lope no pudo, imprimirla hasta el año 1598, como extensamente se referirá en su oportuno lugar. Con singular e ingeniosa invención elogia, en ella encarecidamente a varios distinguidos ingenios españoles, no olvidando a Miguel de Cervantes. Sin duda alguna personificó también a varios de ellos en los fingidos pastores que en la acción figuran como a Francisco de Figueroa, en el venerable Tirsi, en Lauso, a Luis Barahona de Soto.

Era por aquellos años médico del Duque, de Alba el docto profesor portugués Ldo. Enrico Jorge Anríquez, el cual, electo en primer lugar para la clase de Medicina práctica de la Universidad de Salamanca, publicó en aquella ciudad, a mediados de 1595, su Retrato del perfecto médico, dedicando este libro al mismo ilustre magnate. Lope de Vega escribió al frente de tan estimable obra44 dos sonetos panegíricos.

Sospecho que dejó Lope la casa del Duque de Alba en el año de 1596; y si fue así, pudo muy bien dar motivo a esta determinación el suceso cuya noticia queda ya estampada con referencia al Sr. Zuaznávar. Encausado, en efecto, aquel insigne ingenio, durante el expresado año, ante la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, por ilícitas relaciones con D.ª Antonia Trillo, aun cuando no sufriese encarcelamiento, quizá se vio en la precisión de atender exclusivamente a su defensa, y en la imposibilidad de acompañar al Duque en sus soledades de Alba de Tormes.45 Por otra parte, según ya hemos indicado, interpretando aquella frase final de la Arcadia, donde habla Lope, refiriéndose a sí propio, de «seguir nuevo dueño y nueva vida, con dudosa fortuna», pudiera creerse que voluntariamente cambió entonces de señor y pasó a servir al Marqués de Malpica, también en clase de secretario; colocación de que nos da noticia Montalbán, si bien (por consecuencia del fundamental error de su relato) fijándola en el año de 1588. Como quiera que fuese, el hecho de haber servido Lope de Vega Carpio de secretario al Marqués de Malpica46 antes de 1598, se halla comprobado por documentos existentes en el archivo de aquella ilustre casa, gran número de ellos escritos de mano del eminente poeta. Debo esta noticia al Sr. D. Antonio de Latour, benemérito de las letras españolas y mi singular favorecedor, quien me asegura haberla oído repetidas veces de boca de la Sra. Marquesa que últimamente acaba de fallecer.47

La causa formada en 1595 a Lope de Vega por su trato ilícito con D.ª Antonia Trillo, resolvería probablemente todas las dudas que acabamos de exponer. ¿Es cierto, según se me afirma, que este proceso existe aún en los archivos judiciales de Madrid? ¿Fue esa dama acaso la encubierta Lucinda, con quien Lope trató pocos años después?...

En el año de 1598 entró Lope a servir con título de secretario, pero desempeñando, a la vez que las obligaciones de tal, otras más humildes, al joven Marqués de Sarria, D. Pedro Fernández Ruiz de Castro y Osorio, primogénito y sucesor de D. Fernando, VI Conde de Lemos, de Castro, Andrade y Villalba y de su esposa D.ª Catalina de Sandoval y Zúñiga, hermana del Duque de Lerma. Contaba el Marqués de Sarria solo veintidós años, y dotado de superiores talentos y de una sólida instrucción, cultivaba las letras y se honraba con la amistad de los más distinguidos ingenios. Lope, correspondía a su favor y estimación, profesándole constantemente el más cariñoso afecto, y no se desdeñó, muchos años después, de publicar (en la Filomena, 1621) una Epístola que le había dirigido por los años de 1607, en que se leen estos versos:


    «El dulce trato del discurso nuestro
(perdonad el lenguaje) os tuvo y quiso
por Señor, por Apolo, y por Maestro.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Mostrara yo con vos cuidado eterno,
mas haberos vestido y descalzado
me enseñan otro estilo humilde y tierno.»



En otra carta que le escribió (hállase en el tomo XVII de la colección de Lope que publicó Sancha, pág. 403) dice:

«Ya sabéis cuánto os amo y reverencio, y que he dormido a vuestros pies como un perro.»48



Con el auxilio, sin duda, y la ilustrada protección del Marqués de Sarria, dio a la estampa nuestro Lope en 1598 dos obras suyas, la Dragontea y la Arcadia. Había compuesto la Dragontea en el año anterior: es un poema en octavas, repartido en diez cantos, y su asunto, la relación histórica (sacada, como se declara en el prólogo, escrito por el célebre Borja, príncipe de Esquilache, de la oficial que hizo, la Audiencia de Panamá y autorizó con fidedignos testigos) de las correrías que Francisco Drake y su hijo Ricardo, corsarios ingleses, y el almirante de la misma nación Tomás Vasvile, hicieron durante los años de 1595 y 96 por nuestras posesiones ultramarinas: en Canarias, Puerto Rico, Panamá, Nombre de Dios y Portobelo, apoderándose de estas dos últimas ciudades. Refiere las derrotas que al enemigo causaron nuestros generales Pardo Osorio, Tello, D. Diego Suárez, D. Alonso, de Sotomayor y otros jefes, y por último. la muerte de Drake (Dragón), envenenado por los suyos en Portobelo, y la retirada de la Armada inglesa, que fue totalmente destrozada por D. Bernardino de Avellaneda, quedando reducida a cinco velas de las 54 que llevaba.49 Imprimiose la Dragontea en Madrid, 1598, en 8.º; pero esta primera edición es tan rara, que muchos bibliógrafos han ignorado su existencia, y ninguno, que yo sepa, la describe detalladamente.50 El autor dedicó tan estimable libro al Príncipe de Asturias D. Felipe, después III de este nombre; dedicatoria que prueba evidentemente haber sido la impresión anterior al 13 de Septiembre de dicho año, fecha en que murió el rey Felipe II. Cuatro años después sacó Lope de nuevo a luz la Dragontea, junta con La hermosura de Angélica y las Rimas; y en su dedicatoria a D. Juan de Arguijo escribe lo siguiente:

«Estas rimas al serenísimo Príncipe de Asturias, ahora Rey felicísimo de España, con título de Dragontea, salen segunda vez con su nombre...»



Entre las composiciones laudatorias que salieron al frente de la primera edición de la Dragontea, son muy de notar un buen soneto del Duque, de Osuna (don Pedro Téllez Jirón) al Príncipe de Asturias, y el tan conocido y estimable de Miguel Cervantes51. No es fácil atinar cuándo pudo Cervantes dar a Lope esta composición laudatoria, pues si bien consta que aquel insigne escritor estuvo algunos días en Madrid, de junio a julio de 1595, entonces no podía Lope hallarse escribiendo un poema cuyos sucesos pasaban al mismo tiempo, en América. Obsérvase que en el soneto es general, no circunscrito, el elogio de Cervantes, a Lope, de quien alaba a la vez diferentes obras de ingenio, diciendo en el último terceto:


«Y así con gusto y general provecho,
nuevos frutos ofrece cada día
de ángeles, de armas, santos y pastores.»



Aquí parece aludir a cuatro obras de Lope: La hermosura de Angélica, escrita en 1588; la Dragontea, en 1597; el Isidro, publicado, en 1599, y la Arcadia, compuesta de 1592 al 94, impresa en el 98. Respecto de la primera y la última, no hallamos tanta dificultad en que Cervantes conociese sus originales antes de ser impresas; mas no así en orden a la Dragontea, ni al Isidro, poema que Lope no había emprendido aún por el verano de 1596. Dejando en pie esa duda, que nos hace sospechar un viaje de Cervantes a Madrid en 1597, diremos que de la Dragontea se hicieron (según asegura D. M. F. de Navarrete) dos ediciones en el mismo año de 1598; que la escribió nuestro Lope en muy breve tiempo, y que antes de ejercitar en ella su pluma, tenía ya concluido el Isidro. Acredítanlo así estos versos de la segunda parte de su Filomena, que siguen inmediatamente al extenso pasaje en que habla de la composición del indicado poema de San Isidro y de cierta censura que sufrió:


    «Deste feliz suceso
pasé a la Dragontea,
y las cerdas del arco
(a pesar de Aristarco)
en la resina Indiana:
allí dulces e infusas
las Antárticas musas
ciñeron de corales, como grana
del rojo pez de Tiro,
mis sienes españolas,
y codició su mar con altas olas
agradecer al Tajo
tan lucido trabajo
en término tan breve...»



Salió a luz la Arcadia, prosas y versos de Lope de Vega Carpio, secretario, del Marqués de Sarria, en el mismo año de 1598, pasado ya el mes de Agosto, en el cual, con fecha del 6, firmó el célebre Fr. Pedro de Padilla su lisonjera aprobación. La dedicó Lope a D. Pedro Téllez Jirón, tercer duque de Osuna, Marqués de Peñafiel, séptimo Conde de Ureña. Dedicatoria que dice así:

«Al Duque, que Dios tiene, había yo dirigido mi Arcadia, y no pudiendo imprimirla entonces, miraba agora quién en España le pareciese mucho, y corrime luego de no haber caído en que V. S. era el mismo, y así le ofrezco lo que es suyo, porque V. S. ha de heredar, con los estados de su ilustrísimo; padre, las voluntades de los que como yo le amaban, y en ellos ganar en V. S. lo que perdieron en él. Cuya vida guarde Dios», etc.



Este Mecenas, joven a la sazón y no extraño a las musas, como vemos por el soneto que escribió en la Dragontea, después famoso virrey de Nápoles, grande amigo y protector de Quevedo, fue hijo de D. Juan Téllez Jirón, segundo Duque de Osuna y sexto Conde de Ureña52. Extremadamente rara esta edición príncipe de la Arcadia, no he alcanzado a ver de ella, sino un ejemplar falto de portada. Lleva un retrato de Lope, grabado en madera (diverso del que luego salió en el Isidro) e ilustrado con el célebre escudo de las diez y nueve torres y esta leyenda: «De Bernardo es el blasón; las desdichas mías son.» Entre los panegiristas que al frente del libro escriben versos, figuran D. Francisco del Carpio y Luis Rosicler del Carpio, este último pariente del autor, y su íntimo amigo Gaspar de Barrionuevo. Repitiéronse ediciones en 1599 y años siguientes, llegando a diez y siete la suma de las antiguas de que yo he logrado noticia.

Había comenzado Lope a escribir el Isidro, poema en quintillas, a mediados de 1596, y «estaba ya en el golfo» de esta labor, cuando Fr. Domingo de Mendoza le remitió, en 27 de noviembre del mismo año, copia de los documentos que ilustraban y acreditaban la historia del Santo, y formaban parte del proceso y probanzas que se hacían para su beatificación; en cuyas diligencias entendía principalmente dicho P. Mendoza, dominico de Santo Tomás de Madrid. Conocidos estos datos, publicados luego al frente del poema, con gran probabilidad puede inferirse que nuestro Lope concluiría esta obra en todo el siguiente año de 1597. Algún obstáculo hubo, sin embargo, de retardar su salida a la pública luz, que no tuvo efecto hasta el año de 1599. Léanse atentamente los siguientes versos de la segunda parte de la Filomena:


    «Esto canté, y en mis primeros años
Amor fue mi maestro,
Anacreonte diestro;
pero luego pasé de sus engaños,
con más ilustre genio,
a dirigir la pluma y el ingenio
al patrón Mantuano,
que canté con estilo castellano,
despreciado en España injustamente,
si bien menos hinchado y elocuente,
después que con los versos extranjeros
en quien Laso y Boscán fueron primeros,
perdimos la agudeza, gracia y gala
tan propia de españoles,
en los conceptos soles,
y en las sales Fenices;
y así ninguno lo que imita iguala
y son en sus escritos infelices,
pues ninguno en el método extranjero
uso su ingenio en el lugar primero.
Mas ¡ay ave infeliz para la envidia.
a quien tanto fastidia
la fama y gloria ajena,
de triunfos, arcos y laureles llena!
Cayó mi dulce Isidro
en un villano Pozo,
mas no perdiendo el gozo;
que mal pueden romper lanzas de vidro (sic)
en armas de diamante,
ni pincel inorante
borrar la simetría
de la figura que pintado había
con divinos colores;
antes guardan mejor campos de llores
las márgenes de espinos,
que fríos desatinos
de ingenios envidiosos
descubren más las almas,
como las dulces palmas,
que resistiendo al peso,
levantan más los ramos victoriosos.»
[...]



Sin duda puede entenderse que Lope alude aquí meramente a una crítica de su poema castellano Isidro, hecha por un tal Pozo53 con anterioridad a la publicación del libro. Pero téngase en cuenta que a renglón seguido del pasaje que acabamos de copiar, dice Lope:


    «Deste feliz suceso
pasé a la Dragontea»,



y que la publicación de ésta precedió a la del Isidro. Escrita ya gran parte del mismo en Noviembre de 1596, quedaría terminada a principios del año siguiente, en el cual, según antes dejamos probado, compuso Lope la Dragontea. En el intervalo que medió entre ambas tareas pudo sufrir el Isidro esa impugnación o misteriosa contrariedad.

A 22 de enero de 1599 firmó su aprobación, en el Convento del Carmen de esta corte, Fr. Pedro de, Padilla, el insigne poeta a quien tan rico tesoro deben las musas castellanas. Otorgose Real privilegio para su impresión a favor de Lope, por diez años, con fecha de La Oliva 16 de febrero del mismo de 1599; y despachada la Tasa en 26 de abril siguiente, saldría poco después a la pública luz. Cúmplenos describir aquí esta rarísima edición príncipe:

« || Isidro. | Poema Castellano | de Lope de Vega Carpio, Secretario del | Marqués de Sarria. | En que se escrive la Vida | del bienaventurado Isidro, Labrador de Madrid, | y su Patrón diuino. | Dirigida a la muy insigne villa de Madrid. | »

(Efigie del Santo, bien dibujada y grabada en madera. Le representa vestido de ermitaño, con capucha y larga barba, los pies descalzos; con la aguijada en la mano derecha y un rosario en la izquierda. Ocupa esta figura la mitad de la portada: hállase de pie, en un pequeño fondo de paisaje: a sus lados, en dos líneas verticales, impreso este lema: «Quien aguija, hasta Dios llega=Si bien siembra, mejor siega.»

«En Madrid, por Luis Sánchez. Año 1599. | Véndese en casa de Juan de Montoya. (8.º)=Tassa.=Erratas (sin fecha).=Suma de privilegio. =Aprovación. =Al Rey nuestro Señor: Lope de Vega Carpio.» (Soneto.) A la vuelta un retrato de Lope, grabado en madera: la representa más corpulento que el de su poema la Angélica, de que hablamos en su lugar: ostenta un elegante peto bordado y gran lechuguilla. Forman el marco una serpiente y una caña con sus hojas que aquélla tiene por el extremo inferior en la boca, y sube a enlazarse con la cola del animal. Descansa el óvalo sobre un tarjetoncillo en que va grabado este lema: «¿Quid humilitati Invidia?» =Dos redondillas, del Marqués de Sarria.=Dos quintillas de Frey Miguel Cejudo, del hábito de Calatrava.=Cinco redondillas del capitán Figueroa, secretario de D. Pedro de Toledo. =Dos del Ldo. Juan de Vergara, cirujano de la Cámara del Rey.=Dos del contador Hernando de Soto Décima de Juan de Piña.=Dos quintillas de Alonso de Contreras, gentilhombre del Conde de Miranda. Décima de doña Isabel de Figueroa.=Dos quintillas de D.ª Marcela Trillo de Armenta.54

A la vuelta el escudo de armas de Madrid, grabado en madera.= Dedicatoria de Lope a la muy insigne villa de Madrid. =Carta de Fr. Domingo de Mendoza al autor, remitiéndole los papeles relativos a la vida del bienaventurado Isidro, pertenecientes al proceso de su beatificación. Va fechada en Santo Tomás de Madrid, Noviembre de 1596.=Contestación de Lope, sin fecha. Otra carta de Lope al mismo, sin fecha.= Prólogo.= Escudo emblemático en madera, formado de un pavés en que aparecen varios atributos agrícolas: gavillas de mies, aguijada, hoz; corónale una cruz, y alrededor lleva esta leyenda: «Quien aguija, si a Dios llega, goza y siega.»=Texto del poema en coplas castellanas octosílabas, comúnmente llamadas quintillas: consta de diez cantos, con argumentos en prosa y anotaciones marginales. =Al fin del libro, y antes de la tabla de autores, etc., va una canción en loor de San Isidro de Madrid, dirigida a Nuestra Señora de los Dolores, escrita por nuestro autor y precedida de dos cartas: una del mismo al citado Fr. Domingo de Mendoza, con fecha «desta casa, 16 de noviembre de 98», y otra de Fr. Dominigo a Lope, con igual fecha, pidiéndole que escribiese para el certamen que celebraba la Congregación madridense de los Siete Dolores y Compasión de Nuestra Señora, algunos versos en que, junto con las alabanzas de la dolorosa Madre María, cantase también algo del bienaventurado y santo labrador Isidro. En esta carta dice el P. Mendoza:

«Y como es razón reconocer a V. M. con todos estos títulos y razones por tan eminente, afamado y señalado en todas sus insignes obras, y que contínuamente en semejantes empresas ha salido y sale laureado y victorioso con el lauro y palma, triunfo y renombre de singular vencedor...»



Lope escribió en el mismo día la canción expresada, que ilustra y apoya con textos de erudición sagrada.

«Al celebrar la santidad del labrador Isidro (dice un moderno crítico) se vale de las formas populares de la versificación, y exorna su asunto con bellísimas tradiciones de la historia patria.»



Son fáciles y armoniosas, como del ingenio-fénix, las quintillas del Isidro, que obtuvo por lo menos siete ediciones hasta mediados del siglo pasado. y ha sido reimpreso modernamente.

Al expedirse su Real privilegio en la villa de La Oliva, del marquesado de Denia, en Valencia, el 16 de febrero de 1599, probablemente no se hallaba Lope en Madrid; pero de seguro no estaba cuando por abril siguiente fue tasado el libro. Habíase trasladado, acompañando al Marqués, su señor, a Valencia, a cuya ciudad pasaron entonces el nuevo. rey Felipe III y su hermana la infanta Isabel Clara Eugenia, heredera de los Estados de Flandes, con toda la Corte, a recibir a sus futuros y respectivos consortes, que de Italia llegaban, la archiduquesa de Austria D.ª Margarita y el archiduque Alberto, y celebrar allí las velaciones del doble enlace matrimonial.55 El 25 de marzo arribaron los Archiduques al puerto de Tortosa, llamado Los Alfaques, y poco después en Valencia a 18 de abril, Domingo de Cuasimodo, se hicieron las velaciones con grandes regocijos y fiestas, dado que ya los desposorios se habían verificado por poderes en Ferrara. Nuestro Lope obtuvo en aquellos festejos, que se celebraron con singular ostentación, nuevos y merecidos triunfos. Representóse en una de las plazas,de Valencia su auto alegórico titulado: Las bodas del alma con el amor divino, con dos loas o prólogos; en el cual ingeniosamente se describe «al pie de la letra (son sus palabras) cómo su Majestad de Filipo entró en Valencia.» Se ha dicho, no sé con qué fundamento (por Miñana, en su Continuación a la Historia de España del P. Mariana), que el mismo Lope hizo papel de gracioso en alguna de aquellas funciones teatrales. Felicitó a los Reyes con un elegante soneto, escribió el lindísimo Romance a las venturosas bodas, etc., que principia:


    «A las bodas venturosas
de Felipe de Madrid,
lo mejor de Manzanares
vino a Valencia del Cid»,



en que las disfraza, y a los Príncipes y Grandes, con alegorías y nombres pastoriles, y pintó al vivo en un poema de 163 octavas, que salió a luz en Valencia, las lucidas fiestas con que obsequió al Rey y a la Infanta el Duque de Lerma, en la villa de Denia, cabeza de su marquesado. Esta relación de las Fiestas de Denia al Rey Cathólico Filipo III de este nombre56, fue dedicada por Lope a la madre del Marqués de Sarria, su señora doña Catalina de Sandoval y Zúñiga, hermana del Duque de Lerma, y a la fecha residente en Nápoles con su esposo el Conde de Lemos, virrey de aquellas partes57. La aprobó en Valencia, a 8 de mayo, es decir, a los veinte días de las regias bodas, el Dr. Pedro Juan Asensio, por comisión del célebre Arzobispo de la diócesis D. Juan de Ribera, Patriarca de Antioquía; y fue segundamente impresa «en casa de Diego de la Torre, en la plaza de Villarrasa». Es libro en extremo raro, casi no conocido sino por la impresión semicontrahecha que de él publicó hacia el año de 1744 el Conde de Saceda. Escribió al fin de la obra un soneto panegírico de Lope, cuyo nombre incluye en acróstico, el aventajado poeta lírico y dramático D. Carlos Boyl Vives de Canesmas, ilustre Valenciano (señor de Masamagrell y de los Francos de Farnalls), que por su parte fue asimismo autor de un rarísimo epitalamio en octavas a las augustas bodas donde se refieren la descendencia de los altos contrayentes, el desembarco de la Reina en Valencia, la entrada del Rey, las fiestas y otros pormenores. (Impreso en Valencia, junto al molino de la Rovella, año de 1599, en 8.º)58

Pasó el Rey a Barcelona a despedir a los nuevos Duques de Brabante, que se embarcaron el día 7 de junio para sus Estados. Los Reyes dieron la vuelta a Valencia, y de allí se trasladaron a la corte. Es de creer que Lope, siguiendo al Marqués, regresase a Madrid con la Real comitiva.59 Hallámosle poco después en Chinchón, donde firmó, a 20 de agosto del mismo año de 1599, el autógrafo de su comedia El blasón de los Chaves de Villalba, que se conservaba todavía en 1781 en el archivo del Duque de Sesa60. Acaso el Marqués de Sarria fue convidado por D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, primogénito y sucesor del tercer Conde de Chinchón D. Diego, Consejero de Estado y Guerra, a pasar el resto del verano en sus posesiones de aquella villa, y le acompañó nuestro ilustre poeta.

No podrá ciertamente juzgarse por aventurada la suposición que acreditan, al parecer, todos los antecedentes hasta aquí expuestos, de que en la cabal década comprendida entre los años de 1588 a 1600, comenzó el período más brillante de la carrera dramática de Lope Félix de Vega Carpio y tocaron al apogeo su fama y popularidad. Refiriéronse, en mi sentir a esta época Cervantes al hablar en el Prólogo de sus comedias (1615) del reinado casi exclusivo de Lope sbre la escena española, compartido principalmente con el Dr. Ramón, «cuyos trabajos (dice) fueron los más después de los del gran Lope»; y Quevedo al poner en boca del héroe picaresco de su Historia de la vida del Buscón (Zaragoza, 1626) estas notables palabras:

«Representamos una comedia de un representante nuestro, que yo me admiré de que fuesen poetas, porque pensaba que el serlo era de hombres muy doctos y sabios, y no de gente tan sumamente lega; y está ya de manera esto, que no hay autor que no escriba comedias, ni representante que no haga su farsa de moros y cristianos; que me acuerdo yo antes que si no eran comedias del buen Lope de Vega y Ramón, no había otra cosa61



Al mismo período hubo sin duda alguna de hacer referencia Lope cuando, en su ya mencionada epístola al discreto de Palacio, el distinguido poeta D,. Antonio Hurtado de Mendoza, escribió esos bellos tercetos:


    «Rompió mi inclinación la comenzada
palestra de las armas, y las musas
me dieron otra vida más templada.
    No pude resistir, que eran infusas,
enseñándome versos y deseos
Amor, padre del ocio y las excusas.
    Amor en tierna edad, cuyos trofeos
o paran en destierros o en tragedias,
con mil memorias para dos Leteos.
    Necesidad y yo partiendo a medias
el estado de versos mercantiles,
pusimos en estilo las comedias.
    Yo las saqué de sus principios viles,
engendrando en España más poetas
que hay en los aires átomos sutiles.»



No fue, sin embargo, completa para nuestra escena la década que terminó en el año de 1600. Los abusos que se habían introducido en los espectáculos cómicos, y entre ellos muy señaladamente la ejecución de bailes o danzas, y de intermedios de representación y canto ofensivos a la moral pública, dieron motivo y lugar a que suspendidas en noviembre de 1597 (solamente en los teatros de Madrid) por mandato del Rey Felipe II, con ocasión del fallecimiento de su hija D.ª Catalina, Duquesa de Saboya, las representaciones dramáticas, expusieran a S. M. algunas autoridades eclesiásticas y personas de consumada ciencia teológica, su opinión contraria a las comedias y funciones teatrales. Fue el principio D. Pedro de Castro, arzobispo de Granada, cuya exposición remitió el Rey al Consejo; y después, la consulta de este Cuerpo a tres acreditados teólogos; García de Loaisa, Fr. Diego López y Fr. Gaspar de Córdoba, los cuales, acumulando en su extenso dictamen cuantas razones se pueden alegar contra las comedias, y apoyándole con gran número de opiniones en igual sentido, concluyeron que debía S. M. prohibirlas definitivamente en los reinos de España. Así lo ordenó Felipe II por Real provisión del Consejo, que firmaron en Madrid 2 de mayo de 1593 los Licenciados Rodrigo Vázquez de Arce, Núñez de Bohorques, Tejada, Juan de Acuña y Alonso de Anaya. Según el autor del Tratado histórico sobre el origen y progresos de la comedia, y del Historiorismo en España, D. Casiano Pellicer, duró la referida prohibición hasta mediados del año de 1600; habiendo sido a lo que parece, alzada en Portugal con anterioridad de algún mes. Pero no admite duda, y de ello dejamos ya consignadas aquí pruebas irrecusables, que por lo menos en la fausta ocasión de las bodas de Felipe III y de la Infanta su hermana, por abril de 1599, se alzó el entredicho que pesaba sobre el teatro. Por fin, en 19 de abril de 1600 rubricó el Duque de Lerma los oficios que se pasaron a cuatro teólogos y cuatro consejeros, nombrados por el Rey para la Junta que, reunida en el aposento del confesor de S. M. (Fr. Gaspar de Córdoba) debía conferir y ajustar la forma en que pudieran permitirse las comedias. Hubieron de agrearse luego algunos vocales a esta Junta, pues que la consulta resultante que se conoce, y carece de fecha, va firmada,por once, a saber: Fr. Agustín Dávila, arzobispo electo de Santo Domingo; el Maestro Esteban Ojeda, visitador; Fr. Gaspar de Córdoba; Fr. Diego Alderete; Fr. Jerónimo de Almonacid; Fr. Felipe de Campos; Fr. Mateos de Burgos, comisario general; Fr. Francisco de Castroverde; el Doctor Terrones; Fr. Diego de Avila; Juan de Sigüenza. El dictamen de, esta Junta fue: que sólo por un año, y como para prueba y experiencia, se consintiesen las representaciones cómicas, previa la censura de comedias, y entremeses por un teólogo y alguna otra persona docta, los cuales, además de examinar el manuscrito, debían ver a solas representar la pieza; y bajo otras severas condiciones que vedaban los bailes deshonestos, la representación por mujeres, y la asistencia de clérigos y frailes; reducían las compañías cómicas a cuatro, nombraban un juez de teatros, etc. Remitido al Consejo, le aprobó con algunas modificaciones: permitiendo las comedias en las universidades durante las temporadas de vacaciones, consintiendo que representasen mujeres, y reservándose lo tocante al número de compañías y a los días y épocas de las funciones dramáticas. Los teólogos que en Lisboa emitieron el dictamen, igualmente favorable al teatro, fueron: el confesor del Archiduque Alberto, el provincial y el prior de los Dominicos de aquella capital, y los maestros Fr. Gaspar Gaiton, Fr. Diego Pacheco, Fr. Ignacio de Santo Domingo, Fr. Pedro de Castro y Fr. Manuel Coello, con algún otro no citado nominalmente por D. Casiano Pellicer.

Atendida, pues, la interrupción que sufrieron las representaciones teatrales desde fines de 1597 hasta ya mediado el año de 1600, con algún ligero intervalo, no es de extrañar que Lope diese durante ese tiempo la postrera mano a la Arcadia, la Dragontea y el Isidro, y llevase a efecto la publicación de estas tres obras.

Con respecto a las comedias de nuestro Lope que se vieron en los teatros desde 1589 hasta Noviembre de 1597, y en las regias fiestas de 1599, puede aventurarse,con más probabilidad alguna pequeña indicación, señalando las denominadas: El javar agradecido, escrita en 1593; El leal criado, El maestro de danzar, Laura perseguida, escrita en 1594; El dómine Lucas, que nuestro autor compuso durante su servicio al Duque de Alba, y El soldado amante, La fuerza lastimosa, La bella mal maridada y El galán agradecido, que al fin de su novela El Peregrino en su patria (1604), mencionó, juntamente con la de Carlos el perseguido y la cuarta de estas que vamos refiriendo como ejecutadas ya con alguna anterioridad. Las citadas en El Peregrino representaron Alcaraz, Pinedo, Ríos, Villegas, Cisneros y Porras, y las tituladas El maestro de danzar y El dómine Lucas, hizo el no menos famoso actor cómico Melchor de Villalba. Debe ser agregado a esta lista el auto Las bodas del alma con el amor divino, cuyo escenario fue en abril de 1599, una de las plazas de Valencia.

¿Qué motivos pudieron obligar a Lope, que debía y profesaba por aquel tiempo tan afectuoso aprecio al joven Marqués de Sarria (poco después Conde de Lemos) por fallecimiento de su padre en el año de 1601, a dejar, entrado ya el de 1600, los cargos que desempeñaba en aquella casa? ¿Qué le movió a retirarse de nuevo de la corte, su patria, el principal teatro,de sus glorias, el primer emporio de las letras españolas?...

Verdad es que la rica y populosa capital de Andalucía le brindaba con el tesoro de sus privilegiados ingenios, y con toda la poesía de aquellas costumbres, de aquellos monumentos, de aquel cielo encantador.

Trasladóse Lope a Sevilla; y en la casa de su tío el inquisidor D. Miguel del Cerpio, halló paternal acogida y cariñoso hospedaje. El mismo lo declaró al dedicar años después su tragicomedia La hermosa Esther (inserta en la Décimaquinta parte de sus comedias; Madrid, 1621) a D.ª Andrea María de Castrillo, señora de Benazuza, residente en aquella capital:

«Días ha (dice) que falto de esa gran ciudad, donde pasé algunos de los primeros de mi vida en casa del inquisidor D. Miguel del Carpio, de clara y santa memoria, mi tío...»



Cierto es que puede referirse a otra de las anteriores épocas en que visitó a Sevilla; sin embargo, sus términos parecen aludir a una estancia dilatada, como lo fue, en efecto, la que vamos historiando.62

El amor era en Lope Félix de Vega Carpio, la más imperiosa necesidad, el sol vivificador de aquella imaginación tan prodigiosamente fecunda. Al escribir en 1599 las Fiestas de Denia, habló en la postrera octava de este poema del dulce cuidado que a la sazón le desvelaba:


    «Señoras, perdonad si no he pintado
con más sutil pincel tan ricas fiestas,
que este mi dulce y inmortal cuidado
me tiene alma y vida descompuestas:
para un celoso, ausente y olvidado,
las mejores del mundo son molestas;
que adonde todo el mundo alegre vino,
yo solo fui llorando peregrino.»



¿Quién era, pues por aquel tiempo. y continuó siendo en los subsiguientes años la señora de los pensamientos de Lope? No trató él de ocultarlo mucho de sus amigos y contemporáneos, al publicar una y otra vaz noticias de estos amores. Contentose con disfrazarla o fingirla el nombre, al paso que descubiertamente la presentaba con muy expresas indicaciones: el velo debió de ser entonces muy transparente; sólo ha quedado tupido por la posteridad. Lucinda fue el nombre que Lope la dio en sus versos, y con el que ella firmó también algunos, ya dirigidos a su amante, ya escritos para un certamen poético: nació en un pueblo de Sierra Morena, probablemente de los situados a la falda septentrional y correspondientes al país manchego; residió en Toledo, y allí la conoció y fue de ella cautivado el Fénix de los Ingenios, con quien vivía en Sevilla por los años de 1601 y 1603, teniendo consigo en aquella fecha dos bellos frutos de este amor nada platónico: las niñas Mariana y Angela.

Veamos ahora los documentos que contienen y concurren a probar estas noticias.

Publicó Lope en Madrid, año de 1602, según va hemos indicado y más adelante referiremos con extensión, su poema La hermosura de Angélica, junto con la segunda parte de sus Rimas, comprensiva de 200 sonetos, y la segunda edición de su poema la Dragontea. Al frente de la Angélica, entre otras composiciones panegíricas, se leen las dos siguientes en redondillas:




Lucinda a Lope de Vega


    «Subis de suerte a los cielos
a Angélica enamorada,
que con saber que es pintada
he venido a tener celos:
y pues es fuerza envidialla,
de vos formaré querella,
pues que pensastes en ella
lo que duró el retratalla.»




Lope de Vega a Lucinda


    «No volvais mi canto en lloro,
una pintura envidiando,
que me volveréis Orlando
habiendo sido Medoro;
volver a estar bien conmigo,
pues nunca me ayude Dios
si no he sacado de vos
cuanto de Angélica digo.»



Al fin del volumen se estampan, asimismo entre diferentes versos laudatorios las cuatro quintillas que siguen:




De D.ª Catalina Zamudio a Lope de Vega


    «Para dar luces más puras
a una tabla de honor llena
entre las griegas pinturas,
sacó de cinco hermosuras
un pintor la bella Elena.
    Mas ya Angélica se rinda,
pues con ingenio español,
sólo imitando a Lucinda
la hacéis más hermosa y linda
que Elena y que el mismo sol.
    Angel piensan que imitó
Lope, ese pincel famoso,
pero luego dije yo:
un retrato tan hermoso
de Lucinda se sacó.
    Y así después que le dore
su moldura de la rama
de un lauro, es bien se atesore
en el altar de la Fama
adonde el tiempo le adore.»



Nótase que emplea Lope las cuatro primeras octavas del poema de Angélica en una invocación a los ojos de su dama ausente, que principia así:


    «Bellas armas de amor, estrellas puras,
divino resplandor de mi sentido,
que por mis versos viviréis seguras
que vuestra clara luz sepulte olvido;
puesto que estéis por larga ausencia escuras,
que blandamente me miréis os pido,
para que el sol, como en cristal pequeño,
me abrase el alma de quien fuisteis dueño.
    Que en el ardiente aquel humilde ingenio
que os consagré desde mis tiernos años,
y siendo voz mi luz, Euterpe y Genio,
causa fatal de mis dichosos daños;
sin otro aliento ni favor Cilenio,
otra Daphnes laurel, propios y extraños
oirán cantar en disfrazado velo
la hermosura mayor que ha visto el suelo.»



Lope llegaba en 1602 a la edad de cuarenta años, y sus relaciones amorosas con la encubierta Lucinda no debían de contar más de unos cinco o seis de fecha. La Angélica, según ya oportunamente dijimos, por él escrita en 1588; y así, ni la invocación puede referirse a Lucinda, ni de esta bella produce el retrato de la heroína del poema. Hecha esta advertencia volvamos a los documentos que a la desconocida dama se refieren:

Desde el soneto XII al CLUXV son en considerable número los que a Lucinda se dirigen o hacen relación, llenos todos de dulcísimas hipérboles amorosas. Habremos de copiar aquí los más interesantes bajo el concepto biográfico:




Soneto XII


    «Así en las olas de la mar feroces,
Betis, mil siglos tu cristal escondas,
y otra tanta ciudad sobre tus ondas
de mil navales edificios goces:
    así tus cuevas no interrumpan voces,
ni quillas toquen, ni permitan sondas,
y en tus campos tan fértil correspondas
que rompa el trigo las agudas hoces;
    así en tu arena el indio margen rinda
y el avariento corazón descubras
más barras que en ti mira elcielo, estrellas;
    que si pusiere en ti sus pies Lucinda,
no por besallas sus estampas cubras,
que estoy celoso, y voy leyendo en ellas.»




Soneto LXXIII


    «Cubran tus aguas Betis caudaloso,
las galeras de Italia y españolas;
de Sevilla a Triana formen solas
por una y otra margen puente hermoso:
    las naves indias con metal precioso
más hinchadas, que de aire sus ventolas,
tu pecho opriman libres de las olas
del mar en la Bermuda riguroso:
    apenas des lugar para los barcos,
y en el mejor Lucinda sin memoria
honre tus fiestas con igual presencia:
    diviértase en tus salvas, triunfos y arcos,
mientras que tengo yo por mayor gloria
peñas del Tajo y soledad de ausencia.»




Soneto LXXXIII


    «Yo no espero la flota, ni importuno
al cielo, al mar, al viento por su ayuda,
ni que segura pase la Bermuda
sobre el azul tridente de Neptuno.
    Ni tengo yerba en campo, o rompo alguno
con el arado en que el villano suda,
ni del vasallo que con renta acuda,
provecho espero en mi favor ninguno.
    Mira estas yedras quecon tiernos lazos,
para formar sin alma su himeneo,
dan a estos verdes álamos abrazos;
    y si tienes, Lucinda, mi deseo,
hálleme la vejez entre tus brazos,
y pasaremos juntos el Letheo.»




Soneto CLV


    «Belleza singular, ingenio raro,
fuera del natural curso del cielo,
Ethna de amor, que de tu mismo yelo
despides llamas entre mármol Paro;
    sol de hermosura, entendimiento claro,
alma dichosa en cristalino velo,
norte del mar, admiración del suelo,
émula al sol, como a la luna el faro;
    milagro, del autor de cielo y tierra,
bien de naturaleza el más perfecto,
Lucinda hermosa en quien mi luz se encierra:
   nieve en blancura, y fuego en el efecto,
paz de los ojos y del alma guerra,
dame a escrebir, como a penar, sujeto.»



Reimprimió Lope, «a persuasión de algunos amigos que las deseaban solas y manuales», en el mismo año de 1602, estas dos centurias de sonetos, que más adelante añadió con la segunda parte de las Rimas. Al frente de la primera van dos dedicatorias a D. Juan de Arguijo; una en prosa, y la otra en verso, que principia así:


    «¿A quién daré mis Rimas
y amorosos cuidados
de aquella luz traslados,
de aquella Esphinge enigmas?
¿A quién mis escarmientos?
¿A quién mis castigados pensamientos?»



Y en la cuarta estrofa dice:


    «Aquí donde sereno
corre el Betis undoso,
y en mi llanto amoroso
dio, al indio, mar veneno,
con mal acorde lira
canté lo que a mí genio Febo inspira.»



Entre los versos laudatorios que adornan la edición se halla del excelente poeta sevillano Antonio Ortiz Melgarejo una canción en la cual aparece también nombrada Lucinda:


    «Ora, Belardo, en trompa sonorosa
cantes a Marte airado,
ora el suave amor en dulce lira,
o guíes el ganado
por la tierra sombrosa
que Ladon baña, y el de Anfriso mira,
o la beldad que admira
celebres de Lucinda, engrandecido
con su amor sin segundo;
siempre será tenido
tu claro plectro por milagro al mundo.»



Estos panegíricos terminan con el soneto que sigue.




Camila Lucinda


    «Cuando como otra Euridice, teñido
de sangre el blanco pie, mas no el deseo
de las injustas quejas de Aristeo,
pasado hubiera el agua del olvido;
    al arco de tu lira detenido,
y en blanda paz sus almas, el Leteo,
vieran mis ojos, español Orfeo,
segunda vez el resplandor perdido.
    ¡Oh clara luz de amor que el yelo inflama!
Su curso el tiempo en estos versos mida;
sirvan de paralelos a su llama.
    Por ellos corra mi memoria asida,
que si vive mi nombre con tu fama,
del alma igualará la inmortal vida.»



El texto de la segunda parte contiene una égloga titulada Eliso, en la cual, bajo este nombre, llora Lope los desdenes de su Lucinda. Comienza con estos versos:


    «Luz que alumbras el sol, Lucinda hermosa,
que aun no te precias de volver los ojos
al alma que llamabas dueño suyo;
si vives, porque vivo, desdeñosa,
acaba con mi vida tus enojos,
pues no has de hallar defensa en lo que es tuyo:
el cuello es este, no dirás que huyo;
desnudo de mi propia resistencia
le ofrezco a tu inclemencia.»



Y también contiene la interesante y bellísima epístola de Lope al contador Gaspar de Barrionuevo, con preciosos datos para la historia que vamos refiriendo: pieza de que más adelante nos serviremos con más cumplida utilidad.

A fines del año de 1603 imprimía Lope en Sevilla su novela en prosa y verso El Peregrino en su patria, que salió a luz a principios del año siguiente. En ella insertó, enlazándola en cierto modo con la fábula del libro, una epístola dirigida a Lucinda, que debemos extractar y comentar ampliamente, como el documento que, completado luego con la mencionada composición a Gaspar de Barrionuevo, da más brillante luz acerca de estos hechos de la vida de Lope. Pero hagamos lugar antes para el siguiente soneto, que va, entre los panegíricos, al frente del mismo libro:




De Camila Lucinda al Peregrino


    «Mientras a un dulce epitalamio templo
la lira humilde, de tu canto indina,
goza tu Nise, celestial, divina,
peregrino, de amor único ejemplo.
    Si el centro es Nise, y de tu ardor contemplo
la esfera en su hermosura peregrina,
cuelga el bordón, sombrero y esclavina
en las sagradas aras de su templo.
    Pon una tabla y dí; cuando mi llama
llegó a su esfera, Lope con divinos versos
llegó también hasta la fama.
    Aquí dio fin amor a mis caminos,
Lope a su historia, y a los dos nos llama
el mundo en un sujeto Peregrinos



He aquí ya los pasajes más notables para nuestro objeto, de la epístola de Lope a Lucinda:


    «Serrana hermosa, que de nieve helada
fueras, como parece en el efecto,
si amor no hallara en tu rigor posada.
    Del sol y de mi vista claro objeto,
centro del alma, que a tu gloria aspira,
y de mi verso altísimo sujeto...»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Hoy que a estos montes, y a la muerte llego,
donde vine sin ti, sin alma y vida,
te escribo, de llorar cansado y ciego.
    Pero dirás que es pena merecida
de quien pudo sufrir, miras tus ojos
con lágrimas de amor en la partida.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Que no viniera quien de ti partía,
ni ausente agora, a no esforzarle tanto
las esperanzas de un alegre día.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «A la ciudad famosa que dejaba
la cabeza volví, que desde lejos
sus muros con sus fuegos me enseñaba.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
   «Mas como los amigos, destos ajenos,
reparasen en ver que me paraba,
en el mayor dolor fue el llanto menos.
    Ya pues que el alma y la ciudad dejaba,
y no se oía del famoso, río
el claro son con que sus muros lava,
    adiós, dije mil veces, dueño mío,
hasta que a verme en tu ribera vuelva,
de quien tan tiernamente me desvío.
    No suele el ruiseñor en verde selva
llorar el nido de uno en otro ramo
de florido arrayán y madreselva
    con más doliente voz que yo te llamo,
ausente de mis dulces pajarillos,
por quien en llanto el corazón derramo.
    Ni brama, si le quitan sus novillos,
con más dolor la vaca atravesando
los campos, de agostados, amarillos,
    ni con arrullo más lloroso y blando
la tórtola se queja, prenda mía,
que yo me estoy de mi dolor quejando.
    Lucinda, sin tu dulce compañía,
y sin las prendas de tu hermoso pecho,
todo es llorar desde la noche al día.
    Que con sólo pensar que está deshecho
mi nido ausente, me atraviesa el alma,
dando mil ñudos a mi cuello estrecho.
    Que con dolor de que le dejo en calma,
y el fruto de mi amor goza otro dueño,
parece que he sembrado ingrata palma.
    Llegué, Lucinda, al fin, sin verme el sueño
en tres veces que el sol me vio tan triste,
a la aspereza de un lugar pequeño
    a quien de murtas y peñascos viste
Sierra Morena, que se pone en medio
del dichoso lugar en que naciste.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Bajé a los llanos desta humilde tierra,
adonde me prendiste y cautivaste,
y yo fui esclavo de tu dulce guerra.
    No, estaba el Tajo con el verde engaste
de su florida margen, cual solía
cuando con esos pies su orilla honraste.
    Ni el agua clara a su pesar subía
por las sonoras ruedas, ni bajaba
y en pedazos de plata se rompía.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Era su valle imagen y retrato
del lugar que la corte desampara
del alma de su espléndido aparato.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Así ha llegado aquel pastor dichoso,
Lucinda, que llamabas dueño tuyo,
del Betis rico el Tajo caudaloso;
    este que miras, es retrato suyo,
que así el esclavo que llorando pierdes
a tus divinos ojos restituyo.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «En tanto que mi espíritu rigiere
el cuerpo, que tus brazos estimaron,
nadie los míos ocupar espere.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Tú conoces, Lucinda, mi firmeza,
y que es de acero el pensamiento mío
con las pastoras de mayor belleza.
    Ya sabes el rigor de mi desvío
con Flora, que te tuvo tan celosa,
a cuyo fuego respondí tan frío.
    Pues bien conoces tú que es Flora hermosa,
y que con serlo, sin remedio vive
envidiosa de ti, de mí quejosa.
    Bien sabes que habla bien, que bien escribe
y que me solicita y me regala,
por más desprecios que de mí recibe.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «No habrá cosa jamás en la ribera
en que no te contemplen estos ojos,
mientras ausente de los tuyos muera.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Tu voz me acordarán los ruiseñores,
y de estas piedras y olmos los abrazos
nuestros hermafrodíticos amores.
    Aquestos nidos de diversos lazos,
donde agora se besan dos palomas,
por ver mis prendas burlarán mis brazos.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Donde si espero de mis versos fama,
a ti la debo, que tú sola puedes
dar a mi frente de laurel la rama
donde, muriendo, vencedora quedes.»



Ahora véanse los que siguen de la epístola al contador Gaspar de Barrionuevo:


    «Gaspar, no imaginéis que con dos cartas
habéis cumplido con dos mil deseos
destas vuestras solícitas y Martas.
    A todos nos habéis dejado feos,
burlando los regalos y las camas,
feos los dueños y ellas camafeos.
    Cansaos de tanto mar, que aquestas damas
dicen, viéndoos quedar allá el invierno,
que para pez os faltan las escamas.
    Pan de Sevilla regalado y tierno,
masado con la blanca y limpia mano
de alguna que os quisiera para yerno;
    jamón presunto de español marrano,
de la sierra famosa de Aracena,
adonde huyó del mundo Arias Montano;
    vino aromatizado, que sin pena
beberse puede, siendo de Cazalla,
y que ningún cristiano le condena;
    agua del Alameda en blanca talla
¿dejáis por el bizcocho de galera
y la zupia que embarca, la canalla?
    ¿Es mejor la crujía en que tan fiera
la veis pasar a tantos miserables,
que esta famosa espléndida ribera?
    ¿Son esos oficiales más tratables
que estos vuestros amigos? ¿Son mejores
que este Arenal, esa cureña y cables?
    ¿No se ve más desde estos corredores
que del estanterol y filaretes
llenos de tantos Muzas y Almanzores?»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
«Yo pensé que el Marqués merced me hiciera,
ya que os dejé en España, que a Sevilla
viniérades, Gaspar, un mes siquiera.
    Viniendo yo de la desierta villa
donde nací, como otras cosas viles
que arroja Manzanares en su orilla,
    en Malagón hallé el famoso Aquiles,
Fénix de aquél que de su cruz armado
hizo mil pueblos de África serviles.
    Habléle en vos, y como honrar profesa
las sombras de las letras con notable
favor; de tal valor, tan dina empresa,»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «me respondió de suerte, que segura
tuve con su favor vuestra venida;
mas, ni tenéis amor, ni yo ventura.»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Gaspar, pues que tenéis desocupadas
tantas horas allá, ¿con qué conciencia
dos cartas escribís, y esas cifradas?»
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    «Mariana y Angelilla mil mañanas
se acuerdan de Hametillo, que a la tienda
las llevaba por chochos y avellanas;
    y Lucinda os suplica no se venda
sin que primero la aviséis del precio:
quedaos con Dios, Gaspar, y no os ofenda
este discurso tan prolijo y necio.»



Fácilmente puede escribirse ahora este capítulo biográfico, coordinando especies y deduciendo hechos.

Conoció Lope de Vega a Lucinda, hermosa y discreta dama, natural de un pueblo de Sierra Morena, por los años de 1596 al 97 en la ciudad de Toledo, y con ella trabó desde luego estrechas relaciones de amor. ¿Quién era realmente la señora encubierta con ese poético seudónimo? ¿Por ventura la D.ª Antonia Trillo, con quien consta por un documento irrecusable que trató en 1596 el celebrado Ingenio? ¿O más bien D.ª María de Luján, la que por fruto de sus amores le dio en 1605 a Marcela y en 1606 al malogrado Lope Félix? Yo me inclino a creer esto último. En el seudónimo Lucinda se conservan cuatro letras y la primera sílaba del apellido Luján. Y por otra parte, infiérese muy evidentemente que la misma Lucinda continuaba relacionada con el Fénix de los Ingenios hallándose éste avecindado y casado en Toledo, por Abril de 1605, del hecho de haber insertado Lope en la Relación que compiló y escribió de las fiestas de aquella ciudad al nacimiento de Felipe IV (impresa en Madrid, 1605) un soneto, presentado a la justa poética allí celebrada, cuyo epígrafe dice: «Soneto de Lucinda serrana: no escribe al precio, porque no sabe el lenguaje de la corte.» En 1599, al escribir y publicar Lope en Valencia las Fiestas de Denia, hizo sentida referencia, como ya vimos, a su querida ausente. Era, sin duda alguna, la disfrazada Lucinda, con quien al siguiente año se trasladó a Sevilla.63 Dejándola en esta ciudad, volvió en el de 1601 «a negocios de su hacienda» a Toledo y Madrid; y entonces fue cuando compuso y dirigió a su amiga la epístola inserta en El Peregrino. Revela esta fecha de 1601 aquel terceto de la misma composición (en que, hablando de la soledad de Toledo por aquellos días, dice:


    «Era su valle imagen y retrato
del lugar que la corte desampara
del alma de su espléndido aparato.»



«Desampara», en tiempo presente, dice Lope, que en sus cartas familiares llamaba constantemente a Madrid «el lugar». Trasladose la Corte de Madrid a Valladolid en el año de 1601, partiendo los Reyes el día 11 de enero.64

Al regresar Lope «a esta humilde tierra» de Castilla la Nueva, quedaba en Sevilla su íntimo amigo el contador de la Armada Gaspar de Barrionuevo, toledano, poeta de feliz y agudo ingenio65, que dos años antes le había también acompañado en Valencia. Hallábase este amigo en todo secreto (si alguno había) de las relaciones de Lope con Lucinda; y aun puede inferirse que se hospedaba en Sevilla en la casa misma o posada de los amantes. Un esclavillo que le servía, llamado Hamete, adquirido en las campañas navales de la costa de África hechas con el Marqués de Santa Cruz, acompañaba frecuentemente a las niñas Mariana y Angelilla, dulces pajarillos de Lope, inocentes prendas del hermoso pecho de Lucinda, a la tienda inmediata, donde hacían su regalada provisión de dulces y avellanas. No es de extrañar que las niñas cobrasen al morito cariñoso afecto, ni que Lucinda y Lope se propusiesen comprarle si su amo le vendía.

Hubo de padecer la darna alguna indisposición durante la ausencia de que vamos dando noticia; y con este motivo escribió Lope el siguiente soneto (CLI de sus Rimas):




Al contador Gaspar de Barrionuevo


    «Gaspar, si enfermo está mi bien, decidle
que yo tengo de amor el alma enferma,
y en esta soledad desierta y yerma
lo que sabéis que paso persuadilde.
    Y para que el rigor temple, advertilde
que el médico también tal vez enferma;
y que segura de mi ausencia duerma,
que soy leal, cuanto presente humilde.
    Y advertilde también, si el mal porfía,
que trueque mi salud a su accidente,
que la que tengo el alma se la envía;
    decilde que del trueco se cotente;
mas ¿para qué le ofrezco salud mía?
Que no tiene salud quien está ausente.»



Permaneció Lope en Madrid y Toledo hasta fines del año de 1602. Imprimió durante aquel período su poema La hermosura de Angélica, junto con las Rimas y la segunda edición de la Dragontea; y además hizo impresión suelta de las Rimas, que añadió con una Segunda parte, si son exactas las noticias que, acerca de este último punto, hallamos a esta fecha. De esta publicación hablaremos luego extensamente.

Dio la vuelta a Sevilla en los primeros meses del año de 1603, según puede conjeturarse con mucha probabilidad. Su amigo Barrionuevo no estaba ya en aquella ciudad; tiempo antes había partido con la escuadra, pero desembarcando luego de regreso, a la sazón residía en otro punto de España. A su jefe el general-almirante Marqués de Santa Cruz, hijo del famoso don Álvaro, encontró Lope en Malagón, cuando caminaba a Sevilla; le habló de Barrionuevo y del deseo que tenía de verle en dicha ciudad, pero si bien el Marqués accedió con benevolencia y gusto a la súplica del famoso Ingenio, al fin el Contador, o no obtuvo licencia, o no se aprovechó de ella, según aparece de la carta de Lope, que en gran parte dejamos copiada.

«La hermosura de Angélica, con otras diversas Rimas. De Lope de Vega Carpio. A don Juan de Arguijo, Veintiquatro de Seuilla; se imprimió: En Madrid, En la emprenta de Pedro Madrigal. Año 1602; en 8.º» Es un poema en octavas y veinte cantos; continuación del Orlando de Luis Ariosto, escrita por Lope, como ya dijimos, durante la jornada naval de 1588, y probablemente retocada al tiempo de su publicación. Aunque el autor la tenía en su manuscrito dedicada al príncipe D. Felipe III, juzgó al publicarla que no era ya para ocupar los ojos que miraban tanto mundo, y la dirigió al eminente poeta sevillano D. Juan de Arguijo66. Sigue al poema de Angélica la Segunda parte de las Rimas de Lope de Vega Carpio, que contiene 200 sonetos, con un prólogo-dedicatoria al propio Mecenas; y concluye el volumen con la denominada Tercera parte de las Rimas, en que sólo se contiene el poema la Dragontea, dedicado en esta su edición segunda al mismo D. Juan de Arguijo. El Real privilegio para la impresión de este libro fue expedido a favor de Lope de Vega, por diez años, con fecha de Valladolid, a 20 de octubre de 1692. La Tasa va firmada allí mismo en 30 de noviembre siguiente. No incluye sus aprobaciones, ni aun noticia de quiénes fueron los aprobantes. Escriben versos en loor de las diferentes partes del volumen hasta veinticinco panegiristas, y además tres en alabanzas del Mecenas Arguijo.67

Adorna la obra un retrato de Lope, duplicado (al frente de la Angélica y de la Dragontea), grabado en madera, que al pie del óvalo ostenta el escudo de las diez y nueve torres, y en lo alto del marco una calavera laureada y el lema: Hic tutior fama.

Afirma D. Nicolás Antonio que las Rimas de Lope incluidas con el epígrafe de segunda parte en el libro de la Angélica, se imprimieron sueltas en Madrid, año de 1602. Así parecen confirmarlo el privilegio que «para imprimir las Rimas que están en la segunda parte de su Angélica», obtuvo por diez años, dado en Valladolid y 20 de octubre de 1602 (la misma fecha del de la Angélica), y sobre todo la Tasa, fechada en la propia ciudad, a la sazón corte, el 30 de noviembre siguiente (en que se firmó también la del libro de la Angélica); documentos que leemos al frente de posteriores ediciones de las Rimas. Hemos dado crédito a esta aserción de don Nicolás Antonio. Hemos supuesto además que a esa edición suelta de los 200 sonetos, hecha en Madrid, 1602, acompañó ya la Segunda parte de las Rimas de Lope de Vega Carpio: a D.ª Ángela Vernegali, que comprende églogas, epístolas, sonetos, epitafios fúnebres, romances y otras composiciones. Parecen confirmar este segundo extremo, así la Aprobación en resumen que al principio de dichas posteriores ediciones se halla y dice:

«Aprobó estas Rimas por mandado de su Alteza, y las demás que van en la primera impresión, el Dr. Viana, con cuya censura se dio licencia y privilegio»,



como la dedicatoria y el prólogo que en las mismas posteriores ediciones llevan. Nos referimos a la dedicatoria en prosa, que trasladamos íntegra, juntamente con un extracto del prólogo, y son como sigue, transcritos de la edición de Madrid, 1613:

«A D. Juan de Arguijo, Veyntiquatro de Sevilla.»

«A persuasión de algunas personas que deseaban estas Rimas solas y manuales, salen otra vez a luz, honradas del nombre de V. m., indicio que su censura y autoridad no las desprecia. Todos buscan quien ampare, yo quien emiende, que más quiero ser entendido que defendido, porque con los ignorantes no vale la ciencia, ni la grandeza con la malicia. Y pues es más acertase el libro en lo que trata como en ir a V. M., a quien guarde Dios muchos años.-Lope de Vega Carpio.»



El prólogo empieza y concluye así:

«Aquí tienes, lector, dos centurias de sonetos, aunque impresos otra vez en mi Angélica; pero van acompañados de las Rimas que entonces no salieron a luz, porque excedía el numero a lo que permite un libro en otavo folio. Dellos no digo nada, pues los has visto: de las Rimas tampoco, pues las has de ver. Hallarás tres églogas, un diálogo, dos epístolas, algunas estancias, sonetos y epitafios fúnebres y dos romances... Recibe mi deseo. Lee si entiendes, y enmienda si sabes; mas ¿quién piensa que no sabe? Que presto (si Dios quiere) tendrás los diez y seis libros de mi Jerusalem, con que pondré fin al escribir versos.»



Más indicios. La dedicatoria de la segunda parte a D.ª Ángela Vernegali, y el soneto que después va en alabanza de su hermosura68, van seguidos de la breve advertencia que a continuación trasladamos:

«Estas Rimas tienen licencia y privilegio, aunque no se imprimieron con las pasadas la primera vez por no hacer tan gran volumen: su data ut supra



Contrariando estos indicios en lo respectivo a la publicación de ambas partes unidas, en Madrid, a fines de 1602, se nos presentan algunos datos, en el mismo libro contenidos. La epístola al contador Gaspar de Barrionuevo, que va en la segunda parte, escrita desde Sevilla, según de ella consta repetidamente, ofrece los tercetos que sigue:


    «Allá os dirá las ignorancias mías
un nuevo Peregrino sin sospecha,
puesto que suelen parecer espías.
    Imprimo al fin, por ver si me aprovecha
para librarme desta gente, hermano,
que goza de mis versos la cosecha.»



El Peregrino de Lope, cuya aprobación lleva fecha del 25 de Noviembre de 1603, no salió a luz hasta primeros del año de 1604. Suponiendo que nuestro autor, en ese pasaje, no quisiera expresar sino que estaba imprimiéndole, y que le remitiría, concluido que fuese, todavía esta suposición es insuficiente para explicarnos cómo pudo la carta en que tal se dice estamparse ya al finalizar el año de 1602. Por otra parte, Lope, al escribir la dedicatoria en verso a D. Juan de Anguijo, que empieza:


    «¿A quién daré mis Rimas
y amorosos cuidados,
de aquella luz traslados,
de aquella sphinge enigmas?...»



Habla y escribe indudablemente desde Sevilla:


    «Aquí, donde sereno
corre el Betis, undoso,
y en mi llanto amoroso
dio al indio mar veneno,
con mal acorde lira
canté lo que a mi genio Febo inspira.»



La composición laudatoria escrita por Luis Vélez de Santander, parece confirmar también que el original de la segunda parte se preparaba en Sevilla.

Ahora bien: si desechando la noticia dada por D. Nicolás Antonio, y considerando el Privilegio y la Tasa de 1602 como expedidos sólo a prevención, conjeturásemos que las Rimas, primera y segunda parte reunidas, se habían impreso en Sevilla a fines de 1603 o principios de 1604, esta conjetura obviaría todas las dificultades y resolvería todas las dudas. Pero no encontramos noticia alguna que pueda acreditarla.

Un descubrimiento reciente ha venido a darnos cierta luz sobre esta cuestión, sin aclararla en el grado y hasta el punto que necesita. Por una de las cartas originales de Lope dirigida al Duque de Sessa y fechada en Toledo a 6 de Septiembre de 1605, sabemos que las Rimas acababan de ser impresas en aquella ciudad.

«Partime luego (dice) a Toledo (desde Madrid), donde ha pocos días que me dieron la carta de V. E., y no muchos que yo había impreso algunos escritos míos en un libro que llaman Rimas...»



Y más adelante:

«A V. E. embío... quatro de los libritos de las Rimas, por si allá (en Valladolid) no los hubiere.»



Es la primera noticia que tenemos de esta edición de las Rimas hecha en Toledo, año 1605, en 16.º Pero si es la edición príncipe de las dos partes reunidas, ¿cómo la dedicatoria en verso a D. Juan de Arguijo (siendo la dedicatoria lo último que se escribe) aparece escrita en Sevilla, de donde el autor había vuelto diez y seis meses antes? Notemos, por último, otra circunstancia. La primera de las composiciones laudatorias que van en la edición de Lisboa, 1605, es un soneto de Cristóbal de Virués. En la de Madrid, 1613, falta ese soneto, ocupando su lugar otro de Baltasar Elisio de Medinilla; pero la de Huesca, 1623, reproduce el de Virués en lugar del de Medinilla. ¿Indicará esto que antes de la edición de Toledo (allí vivía Baltasar Elisio) hubo, en efecto, otra, ya fuese matritense o sevillana?...

Dejemos al tiempo la resolución definitiva de este problema.

Las composiciones, panegíricas impresas al frente de las Rimas son ocho, a saber: soneto de Cristóbal de Virués, en unas ediciones, en otras, soneto de Baltasar Elisio de Medinilla (que en el epígrafe llama a Lope «su maestro»); canción de Antonio Ortiz Melgarejo; soneto de D.ª Isabel de Rivadeneira; seis dísticos latinos del maestro Juan de Aguilar; sonetos de Luis Vélez de Santander, de Juan de Piña, de D. Baltasar de Luzón y Bovadilla, y de Camila Lucinda.69 Además, al fin de la edición de Lisboa, 1605, va un soneto del mencionado Antonio Ortiz Melgarejo a Lope, con la respuesta de éste en otro que le sigue inmediatamente.

Vuelto Lope a Sevilla en el año de 1603, intermedió, por algún breve espacio sus tareas dramáticas, ya en aquella época principal empleo de su ingenio, con la composición de una singular novela en prosa y en verso titulada, El Peregrino en su patria, que encierra sin duda alguna, aunque muy estudiosamente desfiguradas y encubiertas, pero no obstante reveladas por el título de la obra y algún otro indicio, alusiones a sus amores, aventuras, peregrinaciones y varia fortuna. Imprimiola en aquella ciudad a fines de 1603 y principios del año siguiente, previa la aprobación dada en Valladolid por Tomás Gracián Dantisco en 25 de noviembre de 1603. Obtuvo el autor Real privilegio por diez años. La Tasa va firmada en Valladolid a 27 de febrero de 1604.

No es para mí dudoso, que poco antes de dar comienzo Lope a la impresión de El Peregrino, tal vez en el verano u otoño de 1603, hizo, en compañía de su Lucinda, el viaje a Granada de que tan festiva relación escribe en su carta al Duque de Sessa, con fecha de Madrid, a 2 de julio de 1611, que dejamos en su parte correspondiente copiada. Hospedáronse los amantes en casa de D. Álvaro de Guzmán, que los agasajó extremadamente, y compuso entonces un soneto, muy conceptuoso, en alabanza de Lope y de su Peregrino, para que se insertase, como salió en efecto, al frente de esta obra. Lope había ya celebrado con otro, que es el CXI de sus Rimas impresas con la Angélica (Madrid, 1602), las estimables prendas de D. Álvaro70.

Al referir esta expedición de Lope y Lucinda al año de 1604, me fundo en aquellas palabras de la carta:

«Habrá siete años que fui a Granada en tiempo de los reyes católicos Lucinda y Belardo...»



Sin embargo, debe advertirse que en el año de 1602 ya había Lope visitado aquella antigua corte morisca, pues que entre las mencionadas Rimas se leen tres sonetos allí escritos por él y dirigidos a insignes ingenios de aquel país: Juan de Arjona, D. Antonio Mira de Amescua y Agustín de Tejada Páez71.Volvamos al libro con que Lope honró las prensas de Sevilla. El Peregrino en su patria. De Lope de Vega Carpio. Dedicado a D. Pedro Fernández de Córdoba, Marqués de Priego, Señor de la casa de Aguilar. Impreso en Sevilla por Clemente Hidalgo. Año 1604; en 4.º; es novela harto cansada y pedantesca, dividida en cinco libros. Comprende cuatro autos sacramentales: El viaje del alma, Las bodas del alma y el amor divino, La maya y El hijo pródigo, y muchas poesías líricas; intermedios en que el grande escritor luce su ingenio y abundante numen. Va dedicada por el mismo, con fecha de Sevilla, último día del año de 1603, al expresado magnate D. Pedro Fernández de Córdoba, Marqués de Priego y de Montalbán, Señor de la casa de Aguilar y de las antiguas Torres de Cañete72. La portada de esta rarísima edición príncipe es un frontis grabado en cobre con figuras alegóricas y emblemáticas. Adórnala también un retrato de Lope, en madera, con el escudo de armas, la calavera laureada y el lema que lleva el que acompaña al poema de La hermosura de Angélica, y con otras dos leyendas. Escriben al frente del libro sonetos laudatorios: Arguijo, Quevedo, D. Juan de Vera, Hernando de Soria Galvarro, D. Álvaro de Guzmán, Camila Lucinda, Agustín Castellanos, el Dr. Agustín de Tejada Páez, Antonio Ortiz Melgarejo y el Dr. Pedro Fernández Marañón, médico del Marqués de Priego. Juan de Piña le alaba en unas redondillas, a que Lope responde con otras. En el prólogo, que es uno de sus más interesantes artículos, hace Lope catálogo de los títulos de sus comedias; expresa tener escritas hasta aquella fecha 230, pero en la lista sólo estampa 219 títulos. Al fin de la obra promete una segunda parte, que debía contener ocho de sus comedias, cuyos títulos expresa, dando al mismo tiempo noticia, de los célebres actores que las habían representado.73

Como vemos por los referidos datos, Lope tuvo en Sevilla panegiristas de alto renombre74, bien merecidos de su feliz ingenio; faltáronle, sin embargo, muchos y muy ilustres de los que honraban aquel suelo favorecido de las musas. D. Juan de Arguijo, por el soneto con que alabó El Peregrino, fue blanco de la crítica de Alonso Álvarez, «mozo de muy lucido ingenio, inquieto, burlón y maleante», que a este propósito, y tal vez siendo eco de ingenios de más alta nombradía75 mal avenidos con el Fénix de los Ingenios, hizo y divulgó la siguiente décima:


«Envió Lope de Ve-
al señor don Juan Argui-
el libro del Peregri-
a que diga si está bue-;
y es tan noble y tan discre-,
que estando, como está, ma-,
dice es otro Garcila-
en su traza y compostu-;
mas luego entre sí ¿quién du-
no diga que está bella?»76



Respecto del soneto de Quevedo, parece probable que este grande ingenio le compusiese en Valladolid cuando fue allí censurada y aprobada la obra; puesto que residió en aquella ciudad mientras en ella permaneció la Corte, con excepción de alguna corta visita que hubo de hacer a Madrid en el año de 1604.