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Otros dicen que era de la Pinta el que vió la tierra, aunque no den el nombre. Por ejemplo. García Fernández, el despensero, Pl. II, página 160: «la primera persona que vido la dicha ysla fué (de) la gente que yba en la dicha nao Pinta, donde este testigo yva e quel dicho Martín Alonso mandó tyrar lonbardas en señal de alegría las quales mandava tyrar fazia donde venía el dicho almirante que venía detrás de la dicha nao Pinta y como vieron la dicha tierra, el dicho Martín Alonso espero al dicho almirante Colón que allegase e que allegado le dyxo el dicho almvrante: Señor Martín Alonso, que aveys allado tierra e que entonces le dyxo el dicho Martín Alonso: Señor mis albricias no se pierdan, e que entonces le dyxo el dicho almirante: Yo vos mando cinco mill maravedis de aguinaldo e que este testigo lo sabe por que lo vilo».

 

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Entre los muchos escritores modernos que así le llaman está Wáshington Irving, autor que unía en grado excepcional la amenidad literaria y el don de popularizar con un estudio cuidadoso de lo que en su época se sabía por documentos. Por lo cuidadoso que era, merece todavía citarse, y nos ha disgustado sobremanera encontrar que recientemente se ha hecho una edición moderna en la cual los editores se han creído con libertad de cambiar lo que les parece equivocado sin advertirlo al lector. Cambian, por ejemplo, el nombre de Rodrigo de Triana por el de Juan Rodríguez Bermejo, sin explicación ninguna, dejando creer que así lo escribió Wáshington Irving.

 

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Vease Las Casas, tomo I, pág. 414, en donde habla de «letra mentirosa» y Navarrete, t. II, núm. 70 (pág. 107). La cubierta o encuadernación de este original parece que está en el Archivo de Alba, comprado y salvado por la Duquesa de Alba. Hace sospechar que hasta años muy recientes el original existía en otro archivo ducal y que desgraciadamente fué destruido. Véase la Introducción a Nuevos Autógrafos.

 

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Las equivocaciones de Oviedo son tan grandes que cualquiera las rectifica. Confunde Escobedo con Gutiérrez; hace ver la luz dos horas después en vez de dos horas antes de media noche, y hasta insinúa que Rodrigo de Triana iba a bordo de la capitana, lo que por tantos otros conductos sabemos que no es verdad. No obstante, distingue claramente entre el marinero que vió la luz y el marinero que vió la tierra.

Evidentemente el criado Salcedo no habrá sido tan cortesano que le llamara a Colón «el almirante» en este primer momento que lo era; la palabra será de Oviedo.

 

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Hoy, las palabras de Navarrete hacen gracia por lo oportunas o inoportunas. Dice que «pudo tal vez suceder que Colón, al escribir su Diario, trastrocase, como extrangero el patronímico Rodríguez en Rodrigo, y que le diese el apellido de Triana por creerlo avecindado o haberlo conocido allí», Véase Navarrete, III, pág. 613, en la Observación VII.

 

76

Ya hemos dicho esto en la Introducción (BOLETÍN de julio 1924, pág. 43).

 

77

Muchos culpan al Almirante por haber pretendido estas albricias, hablando como si fuese mal hecho el quitar a un pobre marinero los dineros ofrecidos. Tan pocas veces estamos de acuerdo con Roselly de Lourgues, que aprovechamos la ocasión para decir que nos parece bien, psicológica e históricamente, pensar que el Almirante veía señal del favor divino en el hecho de ser él mismo el primero que vió la «luz en las tinieblas». Como las reflexiones morales sobre ese están en ambas historias, de Fernando Colón y de Las Casas, es fácil que estuvieran en el Diario. Siendo el premio de dineros, no vemos cómo habría sido posible el gesto caballeresco de dejar los dineros al pobre marinero sin gran probabilidad de que la historia importase a este marinero la primera vista de tierra. Si hubiese sido posible separar los dineros de los otros honores, veríamos más razonable la reconvención.

Lástima es que no tenemos nada más sobre la disputa y la decisión de los Reyes. El albalá del 24 de mayo, acordando las albricias a Colón, y el privilegio formal que se le extendió después (el 18 de noviembre) se han impreso varias veces; el privilegio está original en el archivo de Veraguas, que pronto se trasladará al Archivo de Indias. El juro estaba situado en las rentas de las carnicerías de Córdoba77.1; lo hemos averiguado por las cuentas de Córdoba, y no hemos viso en el pago ninguna referencia a Beatriz Enríquez de Arana, pero no están los justificantes. La merced está registrada en Mercedes y Privilegios, leg. 51, fol. 120 del Archivo de Simancas. Para el texto, véase (por ejemplo) Navarrete, II, núm. 3277.2.

 

77.1

Las Casas dice equivocadamente (t. I, pág. 250) «carnicerías de Sevilla», y Herrera lo copia, como tantos otros detalles de Las Casas.

 
77.2

Por errata, da la fecha del 23 en vez del 24 de mayo.

 

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Es verdad que Oviedo parece pensar que Rodrigo de Triana también era de la Santa María; pero así y todo, hace muy clara distinción entre los dos marineros, es decir, entre el que vió la luz y el que vió la tierra.

 

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El libro de Kayserling (Christopher Columbus and the Participation of the Jews) dice que el marinero de Lepe cambió la fe católica por su antigua fe (de moro o de judío). No creemos que haya razón para decir eso. (Empleamos la traducción inglesa.)

En Remesal, Historia de Chiapa (lib. IV, cap. 2, pág. 165) hay un detalle nuevo, porque dice que el «marinero natural de Lepe, en boluiendo aquel uiage a España, desde Cordoua se pasó a Berbería y renego de la fe». No podemos decir de qué fuente tomaría Remesal eso.

 

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Hay folletos o libros aparte sobre Martín Alonso. Vicente Yáñez. Juan de la Cosa, Rodrigo de Triana y Rodrigo de Escobedo; no conocemos otros.