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Sobre los tratamientos personales, que motivan ambos lances aquí estudiados, se dice más adelante en el propio Persiles: «Vuesa señoría, que éste es el merced de Italia» (libro III, cap. XX). Véase también la extensa nota que dedican a este pasaje Schevill-Bonilla, Persiles, Madrid, 1914, I, pp. 329-331; también W. L. Fichter, Lope de Vega's «El castigo del discreto», Nueva York, 1925, p. 222; F. Rodríguez Marín, «Los tratamientos en el Quijote», apéndice XIX a su última edición del Quijote, Madrid, 1949, IX, pp. 262-267. Agrego aquí dos interesantes ejemplos: Francisco Pacheco, Sátira apologética en defensa del divino Dueñas, ed. F. Rodríguez Marín, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, XVII (1907), p. 17: «Mercedes, señorías, se fruncían: / andaba en él, un vos avillanado; / a un majadero ilustre le decían». Álvaro Cubillo de Aragón, El invisible príncipe del Baúl, Biblioteca de Autores Españoles, XLVII, p. 181a: «La señoría en Italia / cualquier plebeyo la acecha».

 

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Véase Huarte, Examen de ingenios, ed. Rodrigo Sanz, Madrid, 1930, II, p. 334; P. Mauricio de Iriarte, El Doctor Huarte de San Juan y su «Examen de ingenios», Madrid, 1948, p. 332.

 

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Conviene advertir que no fue Cervantes el único en sentirse atraído por esta vivaz anécdota. La he hallado también en una anónima recopilación, inédita hasta hace poco, Floreto de anécdotas y noticias diversas, ed. F. J. Sánchez Cantón, en Memorial Histórico Español, XLVIII, Madrid, 1948, pp. 359-360. En este último caso se trata de una copia a la letra. El anónimo copia, además, y de la misma manera, mucho de lo que Huarte dice sobre la nobleza.

 

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La opinión de Mack Singleton de que la historia de Antonio contiene elementos autobiográficos se ve desprovista de todo fundamento con la comparación del texto, cf. «The Persiles Mystery», Cervantes Across the Centuries, ed. A. Flores y M. J. Benardete, Nueva York, 1947, p. 236.

 

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Apud Floresta general, ed. P. Oyanguren, Sociedad de Bibliófilos Madrileños, I, Madrid, 1910, pp. 77-78.

 

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Los vivires abúlicos y alejados de la liza humana de don Diego de Miranda o el confesor de los duques se nos presentan con un mohín más o menos marcado de disgusto, ya sea de parte del autor o de los circunstantes.

 

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Con satisfacción releo las siguientes opiniones de Azorín en Al margen de los clásicos, en Obras completas, Madrid, 1947, III, pp. 234-235: «El Persiles es el libro que nos da más honda sensación de continuidad, de sucesión, de vida que se va desenvolviendo con sus incoherencias aparentes. Otros libros nos dan la impresión de un plano en que se muestran los acontecimientos y las figuras en una visión simultánea. En el Persiles todo es sucesivo, evolutivo; y pocos libros tan vivos y tan modernos como éste. La vida pasa, se sucede, cambia en estas páginas».

 

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«El pecado de Rutilio, el bárbaro italiano, es la lascivia», dice Joaquín Casalduero, Sentido y forma de «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», Buenos Aires, 1947, p. 53.

 

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Casalduero, op. cit., pp. 56-61, estudia este episodio bajo el título de «amor místico», rúbrica un tanto engañosa ya que recubre sólo un aspecto de la disyuntiva vital. Por otra parte, hay que relacionar la historia del portugués enamorado con la de Ricaredo e Isabela en La española inglesa. Las circunstancias son las mismas: el amante (Ricaredo-Manuel) se ve forzado a separarse de su amada (Isabela-Leonora), pero se establece un plazo de espera de dos años antes de que la amada pueda tomar otra decisión. El día que se cumple el plazo, la mujer, por diversos motivos, está a punto de tomar el velo, cuando reaparece el amante. Isabela se decide por el amor humano, Leonora, por el divino. Identidad de circunstancias, diversidad de tratamiento artístico e ideológico, fórmula que recubre una gran zona del arte cervantino, como hago notar en el primero y en el quinto de estos ensayos.

 

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Estos retratos morales o etopeyas no son nada nuevo, al contrario, representan una constante del pensamiento europeo. Partiendo de las consideraciones sobre las nacionalidades mediterráneas de Herodoto podemos llegar a las procaces páginas de J. Péladan en La décadence latine, éthopée, París, 1884, o a las ingeniosas de Salvador de Madariaga, Ingleses, franceses, españoles, Buenos Aires, 19466. La gran novedad que hallamos en la Edad Moderna es que la etopeya se convierte en instrumento del racismo político, como ocurre en los tratados del conde de Gobineau, Houston Chamberlain y discípulos. Para una visión algo distinta de las nacionalidades europeas en el siglo XVII, véanse las empresas LXXXI y LXXXV de Saavedra Fajardo en su Idea de un príncipe político-cristiano representada en cien empresas; en el siglo XVIII el P. Feijóo reduce todo esto a claro esquema en el discurso de su Teatro crítico, «Mapa intelectual y cotejo de naciones». Por otra parte, y volviendo al Persiles, recuérdese lo dicho supra, acerca de las «dimensiones» y acartonamiento de sus personajes. En años recientes, y en España, la validez de las etopeyas ha provocado una verdadera tormenta literaria en los escritos en pugna de J. A. Maravall, S. de Madariaga y S. de Castro Aguirre, publicados en las páginas de la Revista de Occidente, n.os 3 (junio 1963), 16 (julio 1964) y 23 (febrero 1965), respectivamente.