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ArribaAbajo La guerra




ArribaAbajoNietzsche


Nietzsche, tu jerigonza parabólica
briosa flagelaba al mundo estulto;
de tu boca de morsa melancólica
fluían las centellas del insulto.

La vida es triste. Es un festín de heces.
Torpes cerebros sucios y rastreros
y en una apoteosis de sandeces
las hembras necias y los hombres hueros.

Eso dijiste, y esperaste el día
en que saliese un ser de la canalla
que cruzase el gran río en su almadía,
libre ya de los grillos o la tralla.

Pero tú que sabías que era el hombre
fiera indomable y detestable puente,
¿cómo soñaste que tu Superhombre
hallase limpia el agua de la fuente?
—46→


En los delirios de tu gran dolencia
arrojaste en metáforas galanas
centenos de egoísmos y violencia,
¡malas semillas en tierra alemana!

Sobre las mieses de tu verbo roto
pasó un cierzo de odio y de ludibrio;
se abrió tu alma como flor de loto
en las lagunas del desequilibrio.

Los sabios te miraron de reojo,
apóstol fiero de inconsciente brío;
les asustó tu manto por muy rojo
y tu mirada porque daba frío.

Daba frío a los tristes ateridos
que treman a un viril y recio soplo,
idólatras de dioses ya podridos
caídos bajo el filo del escoplo.

Pero tú te engañaste. La semilla
dio como frutos una guerra amarga;
en tu aurora la estrella ya no brilla
y en tu vergel la tempestad descarga.


Conciencias cojas y cerebros sucios
divorciaron la espada de la vaina.
¡Siguen los doctos de cabellos rucios
hartándose en festines de chanfaina!
—47→

La estolidez apaga toda lumbre,
la canalla servil todo lo frustra;
no llega el Hombre a la dorada cumbre,
ni a su Gran Mediodía Zaratustra.

Tu alma de belleza estaba llena
a la par que de absurdos reconcomios;
tu canto es ese canto que resuena
en los jardines de los manicomios.

1915

  —48→  


ArribaAbajo La última broma de Schopenhauer


A Schopenhauer, el huraño,
le hizo un epitafio barroco
en un cuento mordaz y extraño
Maupassant, aprendiz de loco.


Había muerto el profesor
avinagrado y pesimista;
guardaba su tez el livor
de unos reflejos amatista;

y en aquella cámara ardiente
lloraban por el corifeo
los discípulos del ingente
filósofo bilioso y feo.

Desvanecíase en sahumerio
de los espliegos la fragancia;
flotaba inquietante misterio
en el ambiente de la estancia.

Un joven a otro probaba
que de la vida el lapso es nimio.
¡Ya para siempre descansaba
Schopenhauer, cara de simio!

Mas el concurso estremeciose
con gran pavor, y no era en balde:
—49→
una sonrisa percibiose
en el difunto rostro jalde.

¿Resucitaba? ¿Sonreía?
Corrió un plural escalofrío.
El maestro la boca abría
con un gesto que daba frío.

Todos rompieron a tremar;
su pensamiento fue asaltado
por el caso de Valdemar
que Poe genial ha narrado.

Luego sintieron el crujir
de unas mandíbulas chirriantes;
¿tenían algo que decir
los muertos labios alarmantes?

De los mustios labios de Arturo
Schopenhauer brotó algo incierto:
un objeto rígido y duro
que rodó a los pies del gran muerto.

Los discípulos avanzaron
con gran temor y gran premura.
Yaciendo en el piso encontraron...
una postiza dentadura.

¡Oh, filósofo cejijunto,
maestro caduco de la zumba
—50→
que aprovechaste estar difunto
para una broma de ultratumba!


Maupassant que ganó la borla
de doctor en abracadabra,
pues vio una noche con el Horla
de Satán la pata de cabra,

sobre aquel docto cenotafio
dejó esa adelfa de amargor.
¡Fue un donoso y bello epitafio
al viejo erizo de Francfort!

Maupassant narró esta aventura;
Maupassant, dolorido y fuerte,
que fue al burdel de la Locura
a desposarse con la Muerte.

1915

  —51→  


ArribaAbajo Los estados mayores


Por la siena turbia de los mondos llanos,
sin gritos metálicos, sin voz de tambores,
van las cabalgatas de los soberanos
      Estados Mayores.

Los grises capotes, los cascos bruñidos,
las caras de vieja de los mariscales
gotosos o hepáticos que lanzan gruñidos
      breves y fatales...

Las gafas de oro de los comandantes
cercan los ojuelos verdosos y agudos;
brillan los monóculos de los ayudantes
       que meditan mudos.

Fingen las espuelas luceros de oro
en la noche oscura de las medias botas;
los sables pronuncian un himno sonoro
      de punzantes notas.

Se habla en un idioma de argucias complejas.
Lleva el polinomio el triunfo del fuerte.
Son las ecuaciones como las madejas
      que urdirán la Muerte.

Del rito estratégico las palabras técnicas
-ataques en cuña, marchas envolventes-,
dichas con recuerdos de las Politécnicas
       por los subtenientes...
—52→

Europa está herida. Hay sangre y destellos.
Por su inmensa llaga de rojos colores,
como unos gusanos ondulan los bellos
      Estados Mayores.

Son tristes y trágicos. Dicen que son buenos
para dar victorias, tierras y cautivos.
No serán amables, pero por lo menos
      son decorativos.

¿Qué importa el Decálogo ni la razón práctica
si pueden servir de tema a un artista?
Son rosas de luz los sabios en táctica
      para un colorista.

En napoleónicas visiones antiguas
vuelve la epopeya que hace un siglo fue...
¿Por qué reaparecen esas estantiguas
que con una lupa pintó Meissonier?

1916



  —[53]→  

ArribaAbajo El esfuerzo




ArribaAbajo La tortuga del catolicismo

La cúpula del Escorial, bajo el bautismo
del agresivo sol que irrita, ciega y daña,
es el caparazón de hipocondría y saña
de la inmensa tortuga del catolicismo.

Tartamudea el esquilón en la espadaña...
Guarda el macizo templo que se agobia a sí mismo
el detestable gusto del jesuitismo
sobre el triste panteón de los reyes de España.

... Un inquisitorial esfuerzo de pigricia
de Felipe y de Herrera. La fe que ajusticia
le ha dado al Monasterio color de ictericia.

¡Siniestro galápago, grave, ocre y moroso,
simbolizas la fuerza estéril del coloso
que al encontrarse feo se torna bilioso!

1916

  —54→  


ArribaAbajo Las máximas de Epicteto


Besa la niebla de las madrugadas
       de mis balcones el cristal;
solfea el reló cinco campanadas
      como un arpegio digital.

¡Silencio matinal! Nada me turbe
      salvo el ronco rodar de un coche
o un alegre cantar de gallos de urbe
      dando extremaunción a la noche.


Leo en sartas de letras pequeñitas,
       con ambiente callado y quieto,
por mi buen bisabuelo manuscritas
      máximas del viejo Epicteto.

¡Marcha el sirio filósofo estoico
      sobre sabia huella socrática!
Quiere su crátera en mi incendio heroico
      verter la prudencia pragmática.

Ama mi carne el premio de los goces.
      Ansía besos y riquezas.
¡Epicteto no ha de mellar las hoces
       que emplear quiero en mis proezas!

Me detendré por la concha y la flor
       y dejaré partir la nave.
—55→
No ha llegado a asustarme el dolor
      ni a tentarme la vida suave,

y harto de dar saltos y piruetas
       de saltimbanqui silogístico
iré a buscar las verdades secretas
       en un mar violento y artístico,

y así me adueñaré del Universo,
       sin podres teorías físicas;
así abrirán los dedos de mi verso
      las rosas metafísicas.

Quiero raptar a la Helena troica
      chorreando sangre melpoménica,
y enseñar a la escuela estoica
       mi dolor de tragedia helénica.

El huir del Sufrir es ser cobarde.
      ¡Apréndelo, Prudencia mágica!
El Manual de Epicteto llega tarde.
      ¡Amo la vida recia y trágica!

En daguerreotipos y en miniaturas
      se ríen mis antepasados
de que lea sus viejas escrituras:
      ¡Aventureros y desventurados!

A mi abuelo le brilla la capona
      sobre casaca sanjuanista,
—56→
y su negra perilla desentona
       sobre el corbatín de batista.

Vosotros, por la noche en vuestra alcoba
      este amarillo libro que abro
escribisteis en mesas de caoba
       a la luz de algún candelabro.

Pero nunca os domasteis a la horma
      de la renunciación dogmática.
La aurora que nacía os dio la norma
      de la gran existencia dramática.


Suenan los conventuales esquilones
      y me dicen palideciendo
«Hasta mañana» las constelaciones.
      El día nace sonriendo...

Borra el alba la noche alarmante,
      como quien corrige una errata,
y en el cielo cabecea el menguante
      como una góndola de plata.

1916

  —57→  


ArribaAbajo La Adonia de Rubén Darío


¡Los huérfanos gimen! Es que ha muerto el coloso
      cantor de amor y de marcial trofeo.
Como murió el Adonis de perfil hermoso,
      ha muerto Adonis el del rostro feo.

¡Maldita hermosura de la carne que es fatua
      -del fruto podre vanidad de cáscara-
bella solo por ser modelo de la estatua!
       ¡Qué importa la hermosura de la máscara!

¡Malditas las cosas silenciosas y estáticas!
      ¡Maldito el charco-espejo de Narciso!
¡Bendición a las liras y a las flautas áticas
       que estremecen las figuras del friso!


¡Maldición al verso que es de peltre y de talco!
      ¡Oro de gloria a Rubén en su Adonia!
Llantos y anémonas sobre el gran catafalco,
      entre los nítidos fustes de Jonia.

Rizos de piedra, espiras, capitel jónico.
      Volutas retorcidas cual zarcillos
que fueron molinetes de un puntero armónico
      para los melódicos caramillos.

Helicoidal tirabuzón de caracolas
       hecho en el blanco cabello del Paros
—58→
curva remedada de la egeas olas
       de los flancos del mar zarcos y claros.


¡Rubén Darío, has muerto! ¡Rubén Darío,
      de marfil y ébano tu lecho sea!
¡Besen airones de humo de mirra tu frío
      cuerpo, dispuesto al connubio con Rhea!

¡Oh, Cibeles, que tienes collados por senos,
       en ti la savia del mundo se encierra!
¡Para los muertos tus pechos están siempre llenos!
      ¡La última querida del hombre es la tierra!

En Nicaragua la hija de Telus te espera,
       gran poeta de erótico prestigio;
serás grano de oro en su gran sementera.
      Ella te amaba como al Atis frigio.

Atis, envidioso de verla tan fecunda,
      con una piedra aguda se castró;
con su virilidad murió, y la coyunda
       de su carroña a Rhea fecundó.

Y es que la Cópula y la Muerte son lo mismo:
      eslabones casuales, altos nexos,
lucios lampadarios del sideral abismo.
      ¡Gloria a las Agonías y a los Sexos!

¡Gloria a las lúbricas metafísicas hambres
      que redimen del lodo y del marasmo!
—59→
¡Gloria a las rosas negras de rojos estambres!
      ¡Gloria a la ciencia, hija del espasmo!

¡Muerte, madre de metamorfosis hermosas!
      Cual vino a ser mariposa la oruga,
vendrá a ser sangre el rosal y la carne rosas.
       La Materia Eterna siempre está en fuga.

¡Böcklin, Maeterlinck! Quien fornica se destruye,
      y la Intrusa es potente y es lasciva;
el protoplasma muerto hacia otras formas huye,
      y queda del Dolor la llaga viva.

¡Rubén, Rubén! Queda en carne viva mi lacra
      ante el despojo de tu carne muerta.
¡Mas no lloro! Se dio a ti la Armonía sacra,
       y hoy devuelves al Cosmos su alta oferta.

Rubén Darío, sol mítico y panteísta,
       en el Gran Todo tu substancia fluye;
tu verso cadencioso, síntesis de artista,
      entre las multitudes se diluye.

¡Morir no es morir! Es proteica mudanza.
      De aspecto en aspecto transmigramos,
y con nuestros sollozos, la única esperanza,
      el Devenir, la Muerte denigramos.

Como ante el Sol, hay que cantar ante los muertos
      porque han ascendido unos tramos más
en la Infinita Escalinata. Están ciertos
       de lo que hay del velo mayo detrás.
—60→

Rubén, no te lloro porque no te he perdido;
      te canto, porque aún canta tu recuerdo
en mi alma de alumno. Tus versos he aprendido,
      y porque te recuerdo no te pierdo.

Tu carne nutre el asfódelo del montículo;
      la Vida todo lo ama y lo desmocha,
y silba la flauta de cañas de Janículo
       los rotundos escolios de Spinoza.

1916

  —61→  


ArribaAbajo Junio

¡Bajo el cangrejo de estrellas se extasiarán las llanuras!
Hacen fecundas promesas a las campiñas los soles;
en los sidéreos trigales lucen espigas maduras
y en el agro hay una roja constelación de ababoles.

El guadañil que hace siega en matemáticas puras,
como Copérnico o Newton igual que dos girasoles
dirigirá sus pupilas hacia algebraicas lecturas
en los cielos recamados que giran cual facistoles.

Todo el misterio de Eleusis ondula en los amarillos
campos humildes al son de albogues y caramillos;
modulaciones gozosas de un hierofante jocundo.

Una oración balbucean los tartamudos cuclillos
y anaxagóricamente la glosan múltiples grillos...
¡Pasa un deleite de ciencia por la vagina del mundo!

1916

  —62→  


ArribaAbajo Nisus

Este noble deleite de sudar y esforzarme
para luego morir, sin querer recompensa...
Ebrio de dinamismo, no me disperso nunca.
      Mi vida es simple y lineal.

He donado mis tierras; he quemado mis ropas.
Con mi mandil de cuero, en mi gruta, en mi fragua
martillando en el yunque, junto a una fresca fuente
      puedo a mi gusto jadear.

Soy más casto que el gneis. Agonizó la Amada.
Un enjambre de avispas acribilló sus senos
como manzanas núbiles. Me libré del castigo
       del Sexo estúpido y cruel.

Desprecio las contiendas de Ahrimán y de Ormuz
y los considerandos del Gran Juicio Final,
las leyes del Areópago y de la soldadesca
      y los Dioses borrosos...

Le he arrancado ya todos los denominadores
a la ecuación del mundo. Idéntico y sencillo
en mi labor penosa de terco Demiurgo
      encuentro mi finalidad.

Contra el tremendo espanto de presumir los noúmenos
golpeo los fenómenos, machaco la apariencia;
cada diástole mía es una gran plegaria
      de rebeldía y voluntad.

1917



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ArribaAbajo Mujeres muertas42



¡Mujeres muertas en Málaga
por el filo del sable servidor de las borlas
y los dorados galones
de la amable fuerza armada!

¡Oh víctimas del encono
del inepto pretor! ¡Mujeres de Alicante
que por unción final tenéis
la ira negra del tricornio!

Mujeres pidiendo pan...
¡Estrellas matutinas de sus blancos hogares;
tallos humildes y honestos
tronchados por pie brutal!

Los toscos cascos equinos
destrozaron las chambras, malhirieron las carnes...
El orden necio y gregario
así fue restablecido.
—64→

Mujeres, ya no sois nada,
sino andrajos de carne en el bruñido asfalto...
sois bajo la lútea lluvia
como antorchas apagadas...

¿Qué pidió vuestro coraje,
hembras ajusticiadas, que tan rudo castigo
cercenó con vuestras vidas
la manifestación de hambre?

¿Fue tan solo la protesta
contra el vil latrocinio que arrebata el pan bazo
de la boca del bracero
motivo de tal fiereza?

El hambre de la venganza
se unirá al vilipendio y a la cruel inanición...
Al fin, mellará los filos
el pueblo con justa saña.


Santas de España, famélicas,
pobres. Desde el pretil de mi piedad las miro
como si entre ellas, difunta,
mi propia madre estuviera.

Lloro ante su último aliento
como si hubieran sido mis nodrizas del alma
y en mi niñez, generosas,
me hubieran dado sus pechos.





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ArribaAbajo El paraíso desdeñado

(1928)


A una sombra amada

  —[66]→     —[67]→  


ArribaAbajo- I -


Hay un muchacho que mama
detrás de cualquier pezón.
Dicen que el alma es su ama;
él es bejín y tragón.

Papillas de creación
pronto le destetarán:
la Vía Láctea -biberón-,
el sol -corteza de pan.

Un silencio. Un calderón.
En la cuna de mi pecho
llora el niño Corazón.
¿Qué le has hecho?
¿Qué le has hecho?

  —68→  


ArribaAbajo- V -


Otoño


La desmayada limosna de oro
que en los espejos de agua desliza
suena en cada hoja con la voz de un coro...
En los estanques del alma estiliza

unas elipses y un ritmo canoro
ese temblor que los líquidos riza...
Lo irremediable canta su desdoro
al desdichado jardín que agoniza.

Despierta el plectro de algún episodio
una congoja de entre las serenas
cuerdas de lira que imitan las ramas

medio desnudas por cierzos de odio,
porque no siendo cenizas y penas
apenas dejan herencia las llamas.

  —69→  


ArribaAbajo- IX -


Lectura


Corazón mío, no te exaltes.
Fija los ojos en el libro;
mira las gráciles letras, en la celulosa,
como las momias en los siglos.

Olvida el canto y la medalla.
(El rizo olía a miel de otoño.)
Aún le han de crecer al libro muchas yemas cuando
estés perdido en el reposo.

Todo será para la cifra.
Han de cifrarse tus latidos,
y han de ser piedras, como las que descansan
en las meditaciones de los ríos.

  —70→  


ArribaAbajo - X -


«Yo ya he dejado a mi madre,
a mi sierra pura y blanca,
con neveros en las sienes
y con la sonrisa pálida,
por ir a la mar gozosa,
a la mar, novia salada.»
El río me lo decía;
el río galán, que marcha
sin escuchar los lamentos
de la serranía anciana,
su madre, a quien los sollozos
dejan la faz arrugada.
Y yo veía mis dudas
que en la limpidez temblaban,
y yo sentía mis penas
ahogarse en su risa clara.
Iba yo en contra del río,
con rumbo opuesto al del agua,
a remontarme a mi sierra
ceñuda, mas buena y santa.
Torrenteras y canchales,
arrugas de años y lágrimas
en las mejillas de piedra,
de sol y de aire doradas.
Huía yo, a mi pesar,
de lo que el río buscaba:
de sonrisas de coral
y trenzas de rubias algas;
de los nudillos de perlas,
de los tobillos de nácar.
—71→
Marchando contra corriente
dejé a la mar a mi espalda,
porque así me lo exigía
el amor a mis montañas;
pero pensaba en la sal
de mis bodas en la playa
y en los amantes suspiros
del caracol de las almas.
Yo era ingrato e infeliz,
pues mi dicha abandonaba,
pero el río descastado,
mal hijo, al correr, cantaba:
«Yo ya he dejado a mi madre
con la cabeza nevada,
con sus glaciares de llanto
y con sus caricias ásperas
por ir a la mar hermosa,
a la mar, novia salada».

  —72→  


ArribaAbajo- XIV -


Yo tuve un alba y una alondra
que me sacó pepitas de oro
del claro río de la luz sonora,
del río de mi gozo;

y yo las fui juntando todas
sin afán de lucro ni adorno.
Mas cada noche sin dormir me roba
parte de mi tesoro,

y las tinieblas, aun con rosas,
más que fragancia son agobio.
Se me secó mi manantial de aurora,
aunque lloran mis ojos.

  —73→  


ArribaAbajo - XVI -


Vuela un aroma de membrillos rubios,
ropa recién planchada y cera virgen.
El comedor de luz está inundado
como una perla. Espejeantes, gimen
las suaves tablas bajo el sol de otoño.
(Entarimado, copiador de imágenes,
que hueles a mastranzo, ¿por qué sufres
de mis pies y estas sillas los vejámenes?)
He trabajado tanto que no gozo
de esta anodina paz como debiera...
¡Y vine ayer! Lamento haber dejado
el rudo trajinar de mis tareas.
Son mis sentidos destetados niños
del rumor del barullo de la fábrica
donde jadean los bruñidos émbolos
en la gimnasia sueca de las máquinas.

¡Sabe tan bien yantar, viendo las copas
insenescentes de los frescos pinos,
cuando agoniza todo en este octubre,
y testan los caducos y amarillos
abuelos de los bosques!...
Las cornejas
cruzan, graznantes, en bandada oscura
el cielo azul, de una azulez de piedra
preciosa y abundante.
-¿A qué has venido?
-dice una voz acompasada y triste.
-A verla sólo, a verla con mis ojos.
-¿Sabes, acaso, si en la casa aún vive?
—74→
-Yo no sé nada, resucito ahora.
No sé dónde he pasado tanto tiempo.

Y reconozco al sonriente hermano,
aunque la luz se cierne por su cuerpo.
-Tras esa calle que enamora y ciñe
la pobre iglesia de campanas de oro
-me anuncia, sin dolor y sin reproche-
la encontrarás feliz en su reposo.
Gusta buscar las flores del olvido,
porque ella es brisa, sol, efluvio, orvallo;
en los campos benditos, amor puro:
lo que de ella en el mundo tú has dejado.
-¿No la podré ver ya? ¿Me está prohibido
en su perfil gentil cercar mi espíritu?
¿Dónde estará el capullo de su risa?
-Entre los llantos de los eucaliptus.
La abandonaste, y, sin embargo, estuvo
siempre a tu lado. Recorrió las tierras,
los anchos mares y los limpios cielos,
y así jamás te atormentó su ausencia.
Sus alas de ángel extendió al sendero
de las veletas mohosas y los nidos;
no trajo nunca su sandalia polvo
sino del polen de los mozos pinos.
-¿Y ahora, dónde se halla, muerta o viva?
-en mi fervor contrito he preguntado-.
¿Qué pétalo, en la rosa de los vientos,
al desleírse, prefirió su paso?
-Fue a tus manteles y a tu cabecera,
en su increíble diligencia tácita,
a decantar tu vino de sus heces,
a desfruncir los pliegues de tu almohada.

  —75→  


ArribaAbajoDe Profundis


Recordarán los cirios el panal y el enjambre;
las cuatro tablas toscas, más que la fruta, el nido;
y los paños con orla de oro -adusto estambre-
      el esquileo que endulzó el balido.

Permaneceré inmóvil, desconcertante, extraño,
con la frente de lodo, con los labios de cera,
con el pelo, reliquia de fuga, de rebaño...
      Fui carnero, pardal, melera obrera.

Y en mi ya papandujo párpado, una moscarda
desleirá las sales de mi emoción final,
y en la órbita de vidrio irá su trompa parda
      a extraer sangre de mi lagrimal.

Y yo tendré una suave sonrisa de fracaso
o una mueca ridícula, difícil de entender.
Capucha de buriel más que almohadón de raso
      para mi seca nuca he de obtener.

Entre un dolor de madre o de hija, la pamema
de brujas sollozantes y de hipócritas gordos,
querrá ir por los meandros de la rubia postema
a mis oídos, que quedarán sordos

por unos cuantos siglos: (El mal tiene remedio).
Alguien devolverá el entusiasmo vívido,
la risa y el vigor -¿sin pena ya y sin tedio?-
      a ese muñeco absurdo, verde y lívido.
—76→

Por entonces, y en tanto, esta existencia parva
se irá esfumando en ecos débiles y confusos
al fermentar el cuerpo, al prosperar la larva
       que medrará en ejércitos profusos

excavando en la tierra carnal, con ansias crueles,
la arquitectura de esta basílica sutil:
hornacinas de huesos, calcáreos botareles,
      aéreos arbotantes de marfil.

Pero solo será una embustera ruina,
la del «Requiescat in pace per omnia secula
seculorum. Amén». Ni duerme ni declina
      un oculto fervor de la molécula

y las últimas fibras, los átomos minúsculos
te recordarán siempre, emperatriz del orbe,
en su turbia conciencia, ahíta de crepúsculos,
       sin que a mi pleno amor la muerte estorbe.

La osamenta buida y los densos redaños,
lo humilde y desdeñado por nuestras ambiciones
también gozó los gozos, también sufrió los daños,
      feudos del tropo de los corazones.

¡Ay, mañanita humana, rubia, alegre y doncella,
medrosa de su voz, púdica de la luz,
más blanca que la leche que se cuaja en la encella,
      invisible y sin sombra en el trasluz!
—77→

¡Reina de las auroras que ensartaban los píos
de las aves -burbujas- en sus hebras de sol;
aldeana a quien besaron los pies vientos y ríos
       y el mar cantó en purpúreo caracol!

¡Sonrisa, aliento, carne de las antiguas diosas
que llenaron el cielo de dulce humanidad,
y al destrenzarse la húmeda mata de nebulosas
      inundaron la tierra en claridad!

¡Sartas de perlas, rayos del oro de los nimbos
de campesinas santas que se fueron en pos
de la ejemplaridad, lucero de sus limbos,
      de la Virgen encinta de mi Dios!

Y todo en un mohín, todo en un ademán,
en un correr de nube, en un rumor de espuma,
en un cerrar y abrir de ojos que tendrán
      presos en la conciencia de su bruma,

mis pequeñas partículas, mis simples elementos,
los individuos últimos componentes del ser
que aun siendo en numerosos cataclismos violentos
      hilos y lanzaderas, al tejer

Dios otros mundos jóvenes, no han de olvidar jamás
el arco de tu boca, la gracia de tus manos,
tus iris verdijaldes y morados quizás,
      bajo las cejas, cercos albazanos.
—78→

Podrá mi podredumbre ir en la polvareda
del tiempo y de la historia, ser hebra de pelusa
en un olvido humano, pero tu imagen queda
      en la evocación pálida y confusa

de los pobres corpúsculos, tenues e indivisibles,
que un día corearon con voces de orfeón
mis instantes de angustia, mis penas indecibles,
      mis himnos de arrebato y emoción.

Podrán los restos míos ser en los tejaroces
brizna de jaramago o esquirla en argamasa,
arena en las sandalias de bárbaros feroces,
      telarañas del techo de mi casa.

Pero no habrá destino, tarea ni misión,
en el trajín diverso del afán y el conato
mejor que la obediencia a mi fiel corazón
       que latía por dar con el mandato

de las bruscas zozobras y las palpitaciones
la gloria del amor por ti, encanto concreto,
pasión que tras mi suerte recogerá en porciones
      la tierra que me deje en esqueleto.

Sin que viva ni vea, sin que aliente ni toque
las hojas de mi árbol tu fuente colmarán.
Querrán ser lo que eres, con temblor de alboroque,
      como aspiran a Dios luz, vino y pan.
—79→

Mi cuerpo será tuyo durante mil centurias,
destrizado en las muelas de la transformación
y no habrá afinidades, impulsos ni lujurias
       que distraigan la eterna devoción

de mis átomos fieles a tus líneas, perfiles,
sonrisas o miradas, estarcidos y normas
que volverán el dócil rebaño a los rediles
       del abrigo o majada de tus formas.

Y yo, hecho gusanera, escoria, barro y pus,
aspiraré en la muerte a Ti, sola ambición,
hasta que en un santo día las manos de Jesús
      abran mi pascua de resurrección.

Cuando tras las cosechas de oscuros milenarios,
se cumpla la implacable profecía de Juan,
y entre ángeles sañudos y, otros, turiferarios,
      llegue la hora del premio o del desmán;

cuando el fatal golpe de los cuatro corceles
terribles: negro, blanco, amarillo y bermejo
enrede entre las plagas de sus crines crueles
       al desmedrado mundo, triste y viejo;

cuando las epidemias, cuando los descalabros
destruyan las ciudades rameras y malditas,
vendrá Él, con siete estrellas y siete candelabros,
      a liberar las almas de sus cuitas;
—80→

cuando al Juicio Final en sus nítidas hopas
nos requieran siete ángeles con sus siete trompetas,
y la celeste cólera, vertida en siete copas,
       salve virtud, bondad, ternura, escuetas,

se ahogarán los protervos en los ardientes lagos
donde han de consumirse la muerte y el infierno
y entre aire de catástrofes y humareda de estragos
      alma y carne han de unirse en lazo eterno.

¿Qué será de mi ánima? ¿Qué será de la tuya
en el turbio relente del Universo anciano,
cuando el Primero y Último devuelva, restituya
      la vida al pensamiento y a la mano?

Los trillones de granos de la espiga sexual
habrán pasado ya por millones de harneros,
cedazos y tamices, por la aceña lustral,
       por la pala solar de los horneros.

La materia que pace en los prados del mundo,
rebaño de moléculas disperso en su destino,
cuando suene el acorde triunfante y tremebundo,
       irá por la cañada y el hocino

buscando en la querencia de la áurea melodía,
que en el postrer ocaso su ardimiento desfogue
ese refugio adonde la égloga, en humo, guía
      con la llama sonora del albogue;
—81→

y cuando esa zampoña que taña el Buen Pastor
haga que tanta oveja salve torrente y risco,
la piara de mi carne -leche y lana de amor-
      ha de tomar Tu Forma por aprisco.

¡Hierba del sentimiento en los pastos del alma,
purpúreas cabezuelas, doradas margaritas,
emociones del campo, delicias de la calma,
      impaciencias de alarma y de citas!

Alcanzaré tu espíritu siguiendo tus contornos,
imitando tus líneas, tu grácil gentileza,
y mi sangre y mis huesos gozarán los sobornos
      de la renovación de tu belleza.

La colmena que guarda la cera del panal,
el prisma del panal que recibe la miel
tienen su geometría hospitalaria, tal
       que de ella es la dulzura sierva fiel;

y la baja inmundicia que renace en las rosas
va por veredas fijas al máximo esplendor
y se sujeta siempre a rayas imperiosas,
      caminos del aroma y del color.

Como del claro río el vuelo de libélulas,
está muy cerca el alma del rasgo y del perfil,
yo me haré Tú por franca vocación de mis células
      que encontrarán en Ti el mejor redil.
—82→

Yo daré mis entrañas a tu reencarnación,
cual la fauna al esquema del celeste sobaco;
ser abajo carnero, toro, pez, escorpión,
       arriba, luz de estrella, en el Zodiaco.

En ese revivir te sentirás amada,
lograrás lo que ahora no has podido tener,
impregnado el deseo, la pasión inundada,
      sin ayuda de pena ni placer.

Gozarás para siempre la posesión bendita
en la maceración de la felicidad;
mi amor estará en ti, en la ruta infinita,
      en la sonrisa de la eternidad.

¿Y qué será de mi alma si mi cuerpo se ofrece
a sustentar la gracia de tu resurrección?
Si me infundo en tu ser, que mi ruina merece,
      ¿querrás tú, en cambio, darme salvación?

Si niegas entregarme, no para mi lascivia,
no para mi deleite, sino para mi esencia,
tu regazo florido y tu cadera tibia,
       tu desamor será mi penitencia.

Si el coral de tus labios, si el nácar de tu frente,
si tus manos de lirio, si tu talle de palma
no quieren ser fealdad de mi forma indigente,
      si no quieren ser carne de mi alma,
—83→

Mi Yo se habrá perdido, se habrá descabalado
en el azar de un trueque, en una contingencia,
abolido del mundo, de la gloria borrado
       por este ardor que extingue la existencia.

Y si no han de trabarse, enteros e inconsútiles,
tu carne olvidadiza y mi alma desdichada
frente a la eterna vida se perderán inútiles,
      en la sombra melliza de la nada.

LAUS DEO



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ArribaAbajo Mitos

(1930)


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ArribaAbajo Dedicatoria

A don Ramón del Valle-Inclán

EL ADOLESCENTE apoyó el botón del timbre, decidido, aunque emocionado. Usted vivía entonces en la calle de Francisco Rojas, núm. 5. Era el 19 de marzo de 1914. El audaz mozalbete postulaba de los escritores de más dilecta lectura, sin conocerlos personalmente, un original o refrito literario para una párvula revista de música, harto oscura y menesterosa para remunerar a tales colaboradores. «No vayas a casa de Valle-Inclán. Es un hombre altanero, intratable, irascible. Te arrojará por las escaleras», le advirtieron sus camaradas.

Pero dieciocho años no saben arredrarse. La puerta se abrió. «Don Ramón está en la cama», le dijeron. Hasta entonces no había tenido conciencia de lo intempestivo de la hora. Las once de la mañana. «Volveré», respondió el mozo, con ansia de huir para siempre. Apareció una dama rubia, y dijo: «No. Espere». Él entregó una tarjeta. Sentía miedo, como si fuera a examinarse. La mañana, de fin de invierno, fina y pálida, jugaba sus mejores bazas con los naipes grises o cremosos de los planos de las paredes. Usted, don Ramón, quizá no recuerde la visita; pero recordará, sin duda, que por aquella época ebanistas y tapiceros trabajaban en su domicilio. Los floripondios de las telas, el martilleo en los menudos clavos, distrajeron al tímido-osado, que pensaba: «¿Cómo y cuándo me recibirá el autor de La marquesa Rosalinda? ¿Mañana? ¿La semana que viene? ¿Cuántas veces habré de volver?». Oyó una voz que decía: «Haga el favor de pasar». Entró en la alcoba.

Sobre los linos del lecho aparecía una cabeza rapada, un perfil profético de amplias y oscuras barbas. El escritor, con su mano única, le indicó un asiento junto a su cama. «Charlaremos», dijo sin ningún empacho o contrariedad. Entonces el joven, con menor vacilación de lo que presumiera, expuso su petulante pretensión: conseguir gratuitamente un original. Observó que el hombre yacente y apostólico sonreía a las palabras, a los conceptos, a la pompa significativa del verbo. Tenía el profeta una sonrisa peculiar y maravillada,   —88→   pueril, de niño que ve romperse unas pompas de jabón. Mandó sacar unas carteras. Leyó varios trozos de lo que fue después La lámpara maravillosa. El sentido de los vocablos adquiría una nueva eficacia en su pronunciación, y la música oral alcanzaba ese límite semántico que los términos adquieren cuando van aleados al calor de la pasión y de la vida de una voz, aunque sean ininteligibles o desconocidos, como aconteció en la predicación de la primera cruzada por san Bernardo. Al terminar, dijo, sencillamente: «Escoja usted de estos fragmentos el que más le guste, para su revista».

Después, el incendio ideal cundió, ávido, por el espíritu del escritor, y con amplio gesto mímico y mnémico abarcó el alma atormentada y espléndida de la Alejandría del tercer y cuarto siglo de nuestra era. Los prodigios de Simón y de Apolonio. El sedimento de Zoroastro en la gnosis. El germen de la Cábala. El prurito de conciliar la física del Timeo y la metafísica del Parménides con la física y la metafísica estagiritas. El nacimiento de la hipóstasis, de las trinidades desde Plotino hasta Damascio. El joven escuchó, maravillado, más de una hora.

Después, usted le preguntó si hacía versos, si sentía vocación literaria. «Sí», respondió. Y usted le advirtió: «No tenga demasiada prisa. En las letras no hay niños prodigio. Ese fenómeno no se produce más que en las matemáticas y en la música. En este ejercicio nuestro la experiencia es larga, mortificante y morosa. Lea mucho y, sobre todo, viva». Le tendió su única mano y él al estrechársela, dijo: «No olvidaré nunca el día de hoy».

Aquel joven, casi niño, que tanto se asemejaba al monacillo del Entierro del conde de Orgaz, desde aquella mañana de invierno, casi de primavera, ha aprovechado poco de aquella inicial y generosa enseñanza. Se ha engolosinado, con exceso, en la larga y sabrosa experiencia que usted preconizaba. Ha vivido, ha amado, ha sufrido, ha delinquido y ha estudiado inclusive algunos libros deleitosos y maravillosamente inútiles. Apenas tiene en su haber espiritual otros méritos que los que encierren los poemas contenidos en el presente libro. Si la lección de usted fue bella, no es, ciertamente, por los resultados.

Desde aquel día, si nuestro trato no ha sido muy asiduo, nuestra amistad ha sido inquebrantable. Al fin y al cabo usted me la otorgó cuando yo era rey de un imperio maravilloso: el de las nociones recientes e inaugurales de la novia y el verso, el beso y la rosa. Creo que ha llegado el momento de publicar el significado y valor de nuestra primera entrevista y, si he aguardado tantos años, ha sido por no tener caudal suficiente con que poder cancelar la deuda de su liberal acogida.

  —89→  

Preveo que no faltará el infame lameplatos que califique de adulación esta dedicatoria. En efecto, usted está en el ápice de la gloria literaria; yo no he conseguido salir de la oscuridad y del anónimo; pero igualmente pobres y análogamente orgullosos, podemos dialogar e intercambiar nuestros productos, hoy como hace quince años. Ni usted expide títulos ni expende patentes de pimpollo poético, ni yo aspiro con este libro a ganar una de las credenciales literarias que tanto se apetecen en estos tiempos y por las que tantas cabriolas se dibujan.

Ahora, unas palabras sobre los propósitos estéticos de esta colección. Creo que la imagen, átomo poético para la literatura joven, no puede ni debe considerarse como algo sustantivamente inerte. La imagen es solo el signo de un acontecimiento, de un proceso, de un desarrollo con objeto y finalidad propios. Creo que a la imagen es menester sustituir el mito de la cual es señal, símbolo y, a veces, solo emblema. El mundo antiguo así lo concibió, y a su sentir y pensar me adhiero. No es desdén por la imagen como anillo de boda de dos ideas o de dos diseños; pero ella es al mito lo que el anillo de boda es al amor de los esposos. Y yo prefiero divagar sobre ese amor a contar los quilates de la sortija. No es mi propósito extenderme en la justificación psicológica de la formación interna de la metáfora, sino demostrar que las metáforas no se quedan en esqueleto verbal o en momia imaginativa. Cobran existencia y viven su vida. Estos mitos son un intento, no de reproducir su génesis psicológica en mí, ni de volver a la poesía episódica que condenaron sin saber por qué los arrieros, sacristanes y horteras de nuestras vanguardias, desde 1918 hasta hoy, sino el prurito de bosquejar un resumen de la vida, pasión y muerte de ciertas imágenes.

Ahí va, pues, señor y amigo, este manojo de versos hacia su única mano, ofrecida a mi timidez y a mi deslumbramiento por vez primera, cuando yo era casi un niño, el 19 de marzo de 1914, precisamente.

24 de noviembre, 1929



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ArribaAbajo I. Celajes, pavesas, espumas




ArribaAbajoMi amante, la nube

No, señor. A esos dos hombres que usted no calla
nunca debe alcanzar la sospecha procaz;
no es mi amante la moza del perfil de medalla
ni la niña que tiene los ojitos de agraz.

Más alto está mi amada. Mi amante es una nube
de esas que bogan plácidas, gigantescas y orondas
por el cielo de añil, donde ágil, baja y sube
sin pesarle las carnes, enormes y redondas.

De noche alguna estrella se prende a su cachaza;
tiene auroras de nácar, tristezas de ceniza;
es gruesa y se creería, por su opulenta traza,
que es infanta golosa, abadesa o nodriza.

Ya me han dicho las gentes: «¡Es mucha amante!». Cierto.
También es grande el mundo para vivir en él.
Mas como no he nacido para cuña de injerto
no me avengo al mantillo de este triste plantel.
—92→

Detesto las raíces, la constancia, el apego.
Me llevan al velero o a la yegua cuatralba
las sonrisas del mar, las pavesas del fuego,
los vilanos de otoño, los mosquitos del alba.

Por eso amo a mi nube. No os extrañéis que afronte
vuestro escarnio si afirmo: No hay placer como verla
cuando alegran el duro perfil del horizonte
su regazo de rosas y su espalda de perla.

¡Qué bien contemplo el mundo con mi pasión de altura!
Me halaga ver tan solo de mis contemporáneos
cómo ocultan la calva, la crencha o la tonsura
el común y perfecto vacío de los cráneos.

Diré a vuestros reparos que son impertinentes,
que no hay misantropía en mi alta veleidad;
por lo bajas que están las cosas y las gentes
cuando llueve, lloramos ella y yo, en la ciudad.

Mediamos de agua el sol del vergel y el trigal,
y al olivar de argento y a la joyante huerta
ungimos con los crismas del sol sacramental.
Por su alegría ausente y su hermosura muerta

enviamos nuestro pésame a las urbes cobardes
con el papel de luto de un vuelo de picazas
y la rubia limosna del oro de las tardes
a los enarenados panderos de las plazas.

Sabed, que cerca de ella, os protejo y escudo
de las raras tormentas de sus malos deseos;
—93→
de que no abrase el rayo el alcázar moñudo
ni chamusque las cúpulas, calados solideos.

Se sustraerá mi cuerpo a terrón, flor o brizna
el día en que la muerte nos separe a los dos,
pues mi viuda celeste, llorando su llovizna,
me subirá en sus brazos hasta el amor de Dios.

Mientras tanto, mi nube arrastra mi deseo
y mi alma por los cielos y yo hago gran desaire
a la sórdida tierra y al fácil devaneo
con la embriaguez sonora que da el azul del aire.

Hálitos de poleo, de lavándula y sándalo
nos envían los campos, al quitarles la luz,
mas sin sol, y humillada por nuestro amor de escándalo,
la ciudad se persigna con sus calles en cruz.



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ArribaAbajo II. Dafnis y Cloe




ArribaAbajo- I -

La casa mala


Iban a una de esas...
Iban a una casa mala.

Rey de la vida era el mozo;
la niña, casi una santa.

Nunca les viera entrar nadie,
no les sorprendió mirada,

¿qué osado sospecharía
que por el balcón entraran?

Cuando de la casa huyen,
unas mariposas blancas

de oro tornan los balaustres
y florecen las persianas.

En los besos de sus citas
todo llevan en volandas.
—96→

Se alzan con vida los seres
que en toda cosa descansan:

libélulas de la colcha,
moscas de las porcelanas,

enjambres del arambel,
cigüeñas de las pantallas.

Zapatitos que eran élitros,
estuches de seda de alas,

¿qué veleta saltó un punto
a aquella media dorada?

Nieve y noche de los vuelos
¿qué primavera anunciabais,

golondrinas de charol
junto al friso de la cama?

  —97→  


ArribaAbajo - IV -

Luna de miel


Colmena del alma mía,
colmena de atardecer;
tu luna, que era de cera,
por la mañana es de miel.

      Ópalos. Añil.
      Nácar en rebaños.
      Alba. Abril.

Azulea ya la alcoba
de incienso de madrugada.
En la pantalla de china
hay doce abejas, grabadas.

       La luna, lunera,
      volviose amarilla.
      ¡Ay, qué pena!...

Bruñe la luz de la lámpara
la caoba del lecho, rubia;
sueñan con el despertar
las dos cabecitas juntas.

       Seis de la mañana,
      peinado de nube,
      viaje de alga.

Suena un rumor de colmena
o de aliento de ventura.
—98→
La abeja del corazón
saca su miel de la luna.

      Despeina las nubes
      otra vez, lunita,
      rompe-azules.

Solo el vuelo de un suspiro
en el silencio en flor, liba.
No hay amor como el primero
ni sueño como la vida.

       ¿Va a dar el reloj
       o es ruido de besos?
      No. ¡Por Dios!

La luna da más dulzura
que el oro de las aliagas,
luna del amanecer
de miel y cera sin llamas.




ArribaAbajo - V -

Bólido


De amor se morían,
de pena y de ansia.
¡No se habían visto
en una semana!

La fuerza del mundo
sus labios guardaban,
deseo infinito
de noche estrellada.

¡Pálido mancebo,
celeste zagala,
dierais por besaros
la vida y el alma!

No fue un beso. Fue una
explosión tan rara
que despertó a toda
la urbe adormilada.

Su estruendo de música
tuvo eco de llamas.
¡No quedó un cristal
en una ventana!

¡Ay, cristalerías
gemelas del agua;
acequias de luces
que el paso vedabais!
—100→

Entraban los ángeles
en todas las casas,
con alas de aurora,
con veste de auras.



  —[101]→  

ArribaAbajoIII. Galatea




ArribaAbajo- IV -

La castidad


En mi jardín desnudo hay un mármol de invierno,
un bloque de abstracciones, de limpieza y de paz;
la escarcha de los astros ha hecho un glaciar eterno
que siente cómo fluye la centuria fugaz.

Esta alma ha presenciado brotar del curvo y tierno
vientre de las edades la cosecha feraz
que en las cunas geológicas ha derramado el cuerno
de toda la abundancia de que el mundo es capaz.

Esta carne de piedra, esta estatua viviente
ama los camafeos y los acantilados,
hermanos de conciencia primitiva y durmiente

que carecen de sexo y viven adecuados
a la ruina del globo que va, desfalleciente,
a dejarnos a todos como cuarzos tallados.