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ArribaAbajoTempestad de verano

Toledo, 23 de Julio de 1834.


ArribaAbajoFragmentos




I

       Por entre moradas nubes
Derrama su lumbre el sol,
Y el valle, el monte y el llano,
Ascuas a su impulso son.

   Busca el pájaro en las ramas
Abrigo consolador,
Y al pie del robusto tronco
Dormita el toro feroz.

   La lengua, tinta de espuma,
Tiene de turbio color;
Secas las fauces, que tragan
Abrasada aspiración.

   Tardos vagan los reptiles,
De sus grutas en redor,
Entro la tostada hierba,
Huyendo la luz del sol.

   No arrulla tórtola triste
Con lastimero clamor,
Entre el follaje sombrío
Su enamorada aflicción;

   Ni estremeciendo las plumas,
Al dar arranque a la voz,
En dulces trinos gorjea
Armonioso el ruiseñor;

   Ni se oye de los insectos
El ronco y cansado son;
Ni los olmos se columpian
Con susurrante rumor;

   Ni las espigas se doblan
En vistosa confusión;
Ni entona groseras letras
Allá en el valle el pastor;

   Ni trepa la suelta cabra
Por el agudo peñón,
De una vana hierbecilla,
Libre y caprichosa, en pos;

   Ni ladra el mastín atento;
Ni aúlla el lobo traidor;
Ni cruza por la vereda
De hormigas largo cordón;

   Ni en la ciudad, ni en el llano,,
Ocioso ni reñidor,
Aguarda en peña o esquina,
Amigo, dueña o matón;

   Ni asoman dos ojos negros,
Volando en un mirador,
La estrecha y oscura calle
Con diligente atención,

   Todo calla inmoble y mustio
De Toledo en derredor,
Bajo la choza pajiza,
Bajo el calado artesón.

   Que al lejos, como la sombra
Del brazo airado de Dios,
Avanza con dobles alas
Nublado amenazador;

   Y con él nubes y nubes
En apiñado escuadrón,
Que encapotando los cielos
Van a atropellar al sol.

   Allá, en su cóncavo seno;
Brama oculto el aquilón,
El trueno encerrado muge,
Hierve el rayo asolador.

   Y todo, en informe masa,
En espantoso montón,
Sin fuerzas ni ley que basten
A detener su furor,

   Rueda en la atmósfera a ciegas,
Como buque sin timón,
Como peñasco gigante
Que ancho volcán vomitó.

   Doblan roncas las campanas,
Y a su colosal clamor
Se estremece el aura densa
Con rápida vibración.

   El firmamento desploma,
En hálito abrasador,
Cuanto fuego en sus entrañas
El Altísimo encerró.

   Sólo el monje, fatigado,
Cruza tardo el callejón,
Hacia el silencioso templo
A alzar himnos al Señor.

Tal vez del lecho le arranca
El importuno reloj,
Y va acongojado y lento
Murmurando una oración

En imperceptibles voces
Y murmurante rumor,
Que entre el son de las campanas
Al elevarse se ahogó.

   Al cabo desaparece,
Y apostado en el portón,
El mendigo le saluda
Con desfallecida voz.

   ¡He aquí el negro nublado,
Que, como hambriento dragón,
Toda la lumbre del día
De un solo empuje sorbió!

   ¿Quién sabe al flotante monstruo
La fuerza que ha dado Dios?
¿Quién sabe las maldiciones
Con que su vientre preñó?

   ¿Quién sabe, después que pase,
Lo que ha de dejar en pos?
¿Quién de los que ahora le vemos
Podrá decir que le vio?

   Cuando rasgue sus tinieblas,
Cuando derrame su voz,
¿Qué luz brillará en el polvo?
¿Qué garganta hará rumor?


II

   Quedaron en calma un punto,
Ambos a par, aire y tierra,
Del imponente nublado
Bajo las alas espesas,

   Y a la luz de aquel crepúsculo,
Que más que ilumina ciega,
En la horrible incertidumbre
De la luz y las tinieblas.

   El aire que se respira,
La avara garganta seca;
Y en el sudor de la frente
Húmedo el rostro, gotea.

   Relincha el caballo inquieto
En la cuadra que le encierra;
El perro espantado aúlla,
Y receloso, olfatea.

   El pájaro, de su jaula
Contra el alambre se estrecha,
Y al abrigo de sus plumas,
Escucha, mira y recela.

   Sólo la afanosa araña,
Su red y su caza deja,
E inmoble y pegada al muro,
El trueno y la lluvia espera.

   Ancha, redonda, abrasada,
Bajó una gota, que apenas
Mojando el sitio en que posa,
Desvaneciéndose humea.

   Dobla el calor, y la calma
Y la fatiga se aumentan,
Y en trémula expectativa,
Todo calla y todo vela.

   Y el mundo semeja un reo
Que mira desde una reja
Cómo en la plaza, su cómplice,
Al pie del cadalso llega.

   Y duda, y vacila, y terne
Que se salva y que perezca,
Porque una palabra suya
O le salva o le condena.


III

   ¡Un relámpago! Al punto desatadas,
El arenal las ráfagas barrieron,
Y en espeso tumulto aglomeradas,
Las nubes el crepúsculo sorbieron.

   En tinieblas cerróse el aire impuro;
El hombre, amedrentado y temeroso,
El recio temporal llamó a conjuro
De las campanas al doblar medroso.

   Y rotas las barreras del nublado,
La lluvia y el granizo se desploman;
Y allá en su centro, en círculo abrasado,
Los fugaces relámpagos asoman.

   Sin tregua entonces, ni piedad, ni freno.
Agua, granizo y viento se esparraman;
Y al hondo son del prolongado trueno,
Talan, devoran y en tumulto braman.

   Hierve el turbión, cegáronse las fuentes;
Los arroyos, hinchados y bravíos,
Bajaron, convertidos en torrentes,
A desgarrar los diques de los ríos.

   Sus altaneras ondas, vencedoras,
Los campos adelante se llevaron,
Y envueltos en las ondas bramadoras,
Mieses, cabañas y árboles bajaron.

   Peñas, casas, ganados y pastores,
Todos siguieron el fatal destino;
Presa de sus esfuerzos vengadores,
No quedó senda, ruta ni camino.
...........................................
...........................................
   Y oran allí a los pies de los altares,
En humilde tropel, las criaturas,
Al Dios que las tormentas y los mares
Humilla con su voz en las alturas.

   Del ronco viento al vigoroso empuje,
Del templo gime el colosal cimiento;
Estremecida la techumbre cruje,
Y en sus esquinas se desgarra el viento.

   Crece el turbión; las sombras del nublado,
Ancha guarida por el templo toman,
Y en el cristal del rosetón pintado,
Rápidos los relámpagos asoman.

   A veces, como grupos encendidos
De espectros y diabólicas figuras,
Vacilan en los vidrios sacudidos,
Variando de contornos las pinturas.

El áspero granizo les azota,
Y al darles luz la exhalación por fuera,
Cada en los vidrios suspendida gota,
Un sol y una fantasma reverbera.

   Es el aire un murmullo indefinible,
Donde sin leyes, ni prisión, ni valla,
Los espíritus dan en ronda horrible
Zambra impura y quimérica batalla.

   Cada puerta ojival, cóncava y hueca,
Entre su red de góticas labores,
Una osamenta descarnada y seca
Dibuja entre fantásticos colores.

   Cada verja, una hilera de esqueletos;
Cada capilla, un antro de vampiros
Que columpian y doblan los objetos,
Que lanzan ayes, cantos y suspiros.

   Cada ventana, una abrasada boca,
Que abierta en espantosa carcajada,
Apenas el relámpago la toca,
Respira una sulfúrea llamarada.

    Hoguera horrible, a cuya luz errante,
En rauda confusión saltan y flotan
Las figuras que el vidrio vacilante
Con cuerpos de color manchan y embotan.

   Y a la par, en un punto, en todas partes,
En cada vidrio que la lumbre hiere,
Gestos, hachones, cruces, estandartes.....
Y el relámpago pasa y todo muere.

   ¡Tropa infernal de sombras vaporosas!
¡Abortos estrambóticos del miedo,
A quien da faz y formas religiosas
Crédula y fácil la oriental Toledo!


IV

   Y entre nubes purpurinas,
   Peregrinas,
De azulado tornasol,
Tendió el iris a lo lejos
Los reflejos
De los colores del sol.

   Tendió en riquísimas bandas
   Siete randas
Sobre el invisible tul,
Con que tan falaz nos miente
   El manso ambiente
Ese firmamento azul.

   ¡Salve, ilusión de consuelo
   Con que el cielo
Cierra el paso al vendaval,
Levantando en su alegría
   Al claro día
Arco espléndido triunfal!

   ¡Salve, luz tornasolada,
   Delicada,
Prenda mágica de paz,
En que el cielo jura al alma
   Dulce calma
Tras la negra tempestad!

   ¡Salve, ¡oh iris pasajero!
   Mensajero
Del supremo Creador,
En cuyos colores siete
   Nos promete
Solaz, y treguas, y amor!

   Por ti en el rojo Occidente,
   Transparente,
Vuelve el sol a levantar
La faz pura, esplendorosa
   Y luminosa,
Al acostarse en el mar.

   Por ti, con cánticos suaves,
   Van las aves
Surcando el aura otra vez,
Loando en dulces rumores
   Los primores
De tu excelsa brillantez.

   Por ti en delicadas tocas,
   De las rocas
Se desprende virginal
La melancólica niebla
   Cuando puebla
El ámbito celestial.

   Por ti a través de su vuelo
   Luz da al cielo
La luna en turbio crespón,
Como reina macilenta
   Que se ostenta
En magnífica ilusión.

   Por ti dejan las estrellas
   Blancas huellas
De su opaca reina en pos,
Como lámparas dudosas,
   Ostentosas,
En el alcázar de Dios.

   ¡Salve, ilusión de consuelo
   que el cielo
Cierra el paso al vendaval,
Levantando en su alegría,
   Al claro día,
Arco espléndido triunfal!






ArribaAbajoRecuerdo a N. P. D.



       Bajad del monte al escondido valle,
Frescos arroyos, cristalinas fuentes,
Que en esas rocas anchurosa calle
Buscáis a vuestras rápidas corrientes,
Y en un remanso recogido acalle
Vuestra linfa sus ondas maldicientes,
Porque sorbiendo el valle su frescura
Cargue su espalda de eternal verdura.

   Bajad, aguas, del monte susurrando
Sobre las calvas peñas destrenzadas
Los colores del sol reverberando
En gotas con el sol tornasoladas,
Que manantiales os irán prestando
Esas agudas cumbres escarchadas
Donde se está filtrando en hilos leves
La eterna plata de las limpias nieves.

   Claros, sonoros, libres arroyuelos
Que vais de piedra en piedra juguetones
Césped brotando y derritiendo hielos
En curso inquieto y deleitables sones,
Felices sois, pues que mundanos duelos
No adormís, ni raquíticas pasiones
Al compás con que os suelta y desparrama
Desde sus canas cumbres Guadarrama.

   Pues naciendo en recónditos asilos,
Rodáis por esas mudas soledades,
En anchas ondas o en delgados hilos,
Por altas rocas u hondas cavidades,
Ya os arrullen los céfiros tranquilos,
Ya el soplo de revueltas tempestades:
¡Felices vuestras aguas transparentes,
Libres arroyos y perdidas fuentes!

   Bajad del monte, y si en el valle umbroso
Bajo su tosco pabellón de pinos
La soledad os cansa y el reposo
De sus antros y sotos peregrinos,
Torced el suave paso rumoroso,
Trasponed puentes y cruzad caminos,
Ganando tierra y conquistando calle
Hasta los bordes del postrero valle.

   Cual solitaria y lánguida palmera
Que el sol marchita y aquilón azota,
Veréis allí a Segovia la altanera
Ya por el tiempo consumida y rota,
Tal vez caduca, pero hidalga y fiera
Con su pujante antigüedad remota,
Que aun la ofrecen sus claros manantiales
Sobre torres sin tiempo arcos triunfales.

   Bajad, arroyos, la veréis ufana
Raudos al deslizar vuestra corriente
Sobre esa enorme creación romana
Que al par la sirve de obelisco y puente;
Noble corona que sustenta vana
Sobre la apenas poderosa fuente;
Yugo gigante que la abruma el cuello,
De su antigua grandeza último sello.

   Dejad, arroyos, la empinada cumbre,
El verde soto y soledad amena,
Y cruzaréis la inmensa pesadumbre
De la alta puente, de hendiduras llena:
De veinte siglos la continua lumbre
Su tez ha puesto pálida y morena,
Pero aun se tiene colosal y erguida
Vertiendo fuerza y ostentando vida.

   Bajad, arroyos, y veréis cuán vanos
Junto a ese eterno y portentoso escombro
Parecen los escombros cortesanos,
De otra más flaca edad timbre y asombro;
Ellos al fin hundiéronse livianos,
Mas ese aun presta infatigable el hombro,
Mostrando audaz a la flaqueza humana
El vigor de su estirpe soberana.

   ¡Oh! Esos mezquinos restos solitarios
Que yacen por los llanos extendidos,
Negras torres, desiertos campanarios,
Solares sin señor, templos hundidos,
En eriales y cuevas y calvarios
Y en olvidado polvo convertidos,
No pudieron guardar en la memoria
Ni aun de sus dueños la vecina historia.

   Ahí están esas góticas capillas
Orladas de magníficos relieves,
Cargadas de sutiles maravillas
En sus aéreos arabescos leves;
Ven, y en esas rüinas amarillas,
Escrutadora edad, lee si te atreves,
Por más que rompas al pensar los diques
Más que confusos Álvaros y Enriques.

   Avanza un siglo más en tu camino
Y un poco más tu huella profundiza,
Y de Álvaros y Enriques el destino
Se hundirá con la tierra quebradiza,
Y mañana, pasando el peregrino,
Al topar de sus huesos la ceniza,
Dirá por conjeturas: ¡Aquí fueron!
Pero podrá jurar que aquí murieron.

    Ahí queda en ese alcázar mutilado
Bajo los opulentos artesones,
De reyes un espléndido senado
Con sus cetros, coronas y blasones;
Y hoy en su puente roto y derribado
Y en sus pintarrajeados murallones,
Acaso en vano el pensador profundo
Las huellas buscará de Juan segundo.

   Que aun tres siglos su faz surcan apenas,
Y tres veces tal vez le apuntalaron.
El uno vació en lanzas sus cadenas,
Y las lluvias del otro le minaron;
Cegó el otro de adobes sus almenas,
Y los tres al pasar le profanaron,
Cual copa así que en el festín rompieron
Y por juguete a los muchachos dieron.

   Doquier se tiendan los avaros ojos,
Escombros hallan, débiles memorias
Que apenas en estériles despojos
Rastro dudoso dan de sus historias;
Dondequiera en fatídicos manojos
Huesos se hacinan y se esconden glorias,
Sin que sepan decir tantos osarios
Si eran romanos, godos o templarlos.

   Mas id a demandar a ese coloso
El nombre de la patria y la alta cuna
De la raza del pueblo poderoso
Que ató a sus pies el tiempo y la fortuna;
Y en ese audaz esfuerzo prodigioso
Con que a la edad fatiga o importuna,
Con que de veinte siglos la carcoma
Se atreve a rechazar, veréis a Roma.

   En vano airado le sacude el viento,
Y en vano el ronco temporal le moja,
Y en vano sobre el monstruo macilento
Tan larga edad su pesadumbre arroja;
Que siempre altivo y grande y opulento,
Ni el vendaval ni la vejez le enoja;
Y siempre rico, en su ciudad derrama
Los arroyos que bebe en Guadarrama.

   Bajad del monte, frescos riachuelos,
Aguas puras de fuentes cristalinas
Que holláis el césped y chupáis los hielos
En esas cumbres a la luz vecinas;
Bajad del monte si abrigáis desvelos
En vuestras soledades peregrinas,
Cansados ya de la desierta sierra,
De ver más ancha y bulliciosa tierra.

   De esa colina en la escondida falda,
Donde entre brezos de color pajizo
Tiende la hierba trenzas de esmeralda
Con que a sus solas sus alfombras hizo,
Donde con flores de carmín y gualda
Corona vuestro espejo movedizo,
Hay una puerta en el hendido casco
De los doblados lomos de un peñasco.

   No hay a su paso impertinente estorbo
Ni crece a su dintel adelfa amarga,
Ni fiera alguna de talante torvo
La linfa turba en su carrera larga:
Torced por ella vuestro curso corvo
Sobre el peñasco que el camino alarga,
Hasta que vuestros rápidos cristales
Rueden sobre los arcos imperiales,

   Surquen ¡oh fuentes! en tropel sonoro
Por la ancha espalda del excelso puente
Reverberando las madejas de oro
Vuestras gotas, del sol resplandeciente.
Bajad del monte en susurrante coro
Agitando la límpida corriente;
Veréis el sello con que el hombre doma
De veinte siglos la opulenta Roma

   Y si pasando, desde el alto lecho
Do el puente os presta soledad y abrigo,
Veis por las grietas del canal estrecho
Tal vez llorando a mi amoroso amigo;
Si es que las llagas de su herido pecho
Consuelo admiten o a su mal testigo,
Decidle que hay quien su pesar agora
Del Manzanares a la margen llora.

   Frescas, puras, corrientes cristalinas,
Fuentes sonoras, limpios arroyuelos,
Que de esas cumbres a la luz vecinas
Holláis el césped y bebéis los hielos,
Si halláis en tantas flores las espinas
De sus antiguos y cansados duelos,
Dadle de vuestra fugitiva randa
Con el claro compás, música blanda.

   Y así reviente en matizadas flores
Y en madreselvas vuestra verde orilla,
Y os preste sombra, arroyos bullidores,
La caña cimbradora y amarilla,
Y así bajen los lindos ruiseñores,
La suelta garza y triste tortolilla,
A hundir en vuestras frágiles espumas
Los tiernos picos y esponjadas plumas.




ArribaAbajoLa niña C. D. G.



       Niña que creces ufana,
   Flor temprana,
De la vida en el verjel,
Ostentando primorosa,
   Flor pomposa,
Tus mil matices en él;

   Ríe y canta mientras dura
   La frescura
Y la pompa de tu abril,
Mientras luce claro el día,
   ¡Vida mía!,
De tu fortuna infantil.

   Que de vida y de luz lleno,
   Hoy sereno
Brilla espléndido tu sol,
Y con vivo lampo dora
   De tu aurora
El purísimo arrebol,

   Ríe y canta, que este yerto
   Gran desierto
Que llamamos mundo aquí,
Aun guarda blandos olores,
   Ricas flores,
Y regalo para ti.

   Aun en él para tu infancia
   Hay fragancia,
Calma, sombra, fresco y paz,
Sin que viento revoltoso,
   Tempestuoso,
Interrumpa tu solaz.

   Aun podrás colgar tu cuna
   De la luna
Al tranquilo resplandor,
Mientras el aura estremece,
   Y te adormece
Con su canto el ruiseñor.

   Aun podrás con tu sonrisa,
   Blanda brisa
Conjurar para dormir,
Sin que turbe tu contento
Un pensamiento
Del dudoso porvenir.

   Aun podrás en deliciosos,
   Vaporosos,
Blancos sueños delirar
Sin temer que el desengaño
   Vele huraño
A tu lado al despertar.

   Que los niños, mientra os dura
   La ventura
De la cándida niñez,
Siempre halláis un seno amigo,
   Que os da abrigo,
Calma y defensa a la vez.

   Ramas de amorosa hiedra
   Que a la piedra
Que os ampara os acogéis,
Pagándola en fortaleza
   Y en belleza
El favor que la debéis.

   ¡Ah! Y podéis tornar los ojos,
   Sin enojos
Ni zozobra criminal,
A buscar un tierno abrazo
       En el regazo
Que os sustenta maternal.

   Que sois ángeles los niños,
   Como armiños
En pureza y en candor;
Dulces prendas de consuelo
   Que en su duelo
Da a los hombres el Criador.

   Ríe y canta, niña hermosa,
   Flor pomposa
De la vida en el verjel;
Ríe y canta mientras dura
   La ventura
Y la paz que hallas en él.

   Ríe y canta tú, alegre primavera,
Mariposa de cándido color,
Que te meces inquieta y pasajera
De árbol en árbol, y de flor en flor.

   Mientras puedes gozar, goza y delira;
Mientras en este yermo baladí
La ráfaga que abrasa al que la aspira,
Brisa te da consoladora a ti.

   Goza, niña, tranquila y descuidada
Las dulces horas que de amor te dan,
Sin acordarte de la edad pasada,
Ni del dudoso venidero afán.

   Goza, niña, en tan mágico embeleso
El puro halago del materno amor,
El labio atento al regalado beso,
La frente tinta de infantil rubor.

   Esa es tu dicha, tu placer, tu vida,
Vivir amando, y para ti no hay más,
En el regazo maternal dormida,
Sin ver delante, y sin mirar atrás.

   ¡Oh! Ven, hermosa, a mis cansados brazos,
Yo quiero amarte y delirar también;
Quiero gozar tus débiles abrazos,
Besar tus labios y tu blanca sien.

   ¡Si tú alcanzaras a saber de un niño
Los mimos inocentes lo que son,
Y cuánto calma un infantil cariño
La amargura y pesar del corazón!.....

   Ven: sentada en mis rodillas,
   Tus mejillas
Amoroso besaré,
Beberé en tus ojos bellos
Cuanta vida encuentre en ellos,
Y en su luz me miraré.

   Si en mis brazos arrullada,
   Fatigada,
Te plugiera dormitar,
Porque duermas muellemente
Alzaré confusamente
Algún lánguido cantar.

   Y si alegre, entretenida
   Estás, ¡mi vida!,
Escuchándome decir,
Te contaré lindos cuentos
De fadas y encantamientos
Que te halaguen al dormir.

   Te diré historias tan bellas,
   Que con ellas
Sueños, niña, sin cesar;
Te diré cosas tan suaves
Como el canto de las aves,
Y del aura el susurrar.

   Ríe, niña, y canta ufana,
   Flor temprana
De la vida en el verjel;
Ríe y canta mientras dura
El regalo y la ventura
Y la paz que hallas en él.

   Antes que tu edad contenta
   La tormenta
Desgarre de una pasión,
Ríe y canta mientra inerme
En la paz del tiempo duerme
Encerrado el aquilón.

   Mientras lejos de ti braman,
   Y esparraman
Las venturas del vivir
Los mundanos vendavales,
Tú las dichas terrenales
Apresúrate a reír.

   Ríe y canta, niña hermosa,
   Flor pomposa
De la vida en el verjel;
Ríe y canta mientras dura
El regalo y la ventura
Y la paz que hallas en él.




ArribaAbajoA una calavera


ArribaAbajoFantasía


       -«¿Conoces a ese hombre?
-No por cierto.
-Mírale bien, y tómale las señas.
-Imposible. Lleva una máscara tan
impenetrable como las tinieblas.,


F. COOPER.                




       ¡Ahí estás tú, secreto de la vida,
Espantosa memoria de la muerte:
Cifra cuanto fatal desconocida,
¿Quién alcanzó jamás a comprenderte?

   Honda verdad donde el vivir se encierra,
Jeroglífico audaz, testigo mudo,
Que incrustó en los dinteles de la tierra
Quien sostenerse a su dintel no pudo.

   Ahí estás con tu irónica sonrisa,
Tus huecos ojos y tu calva frente,
Aguardando tal vez la última brisa
Que al puerto del morir lleve la gente.

   ¿Qué miran, di, tus cóncavos vacíos?
¿Qué escuchan tus oídos sin orejas?
¿Ríen de los humanos desvaríos
Con gesto inmóvil tus encías viejas?

   ¿Quién eres, di, desnuda calavera,
Crédito del que fue, prenda de alguno,
Que por ser una prenda de cualquiera
No como suya te querrá ninguno?

   ¿Fuistes hermosa y joven y adorada,
Fuiste grande, feliz, rica y temida,
O cruzastes el mundo despreciada
Mendigando tu pan desconocida?

   Si fuiste rey, ¿qué se hizo tu corona?
Si grande, ¿qué se hicieron tus blasones?
¿Quién tu nobleza y tu poder abona
Del callado sepulcro en las regiones?

   ¿Oyes alguna vez esa campana
Que dobla por los vivos que murieron?
Al eco de su voz triste y lejana,
¿Sabes tú si las almas acudieron?

   ¿Alguna vez, sombría calavera,
Acaso algunos monjes te llevaron
A un templo, donde en pompa lastimera
Sobre un negro ataúd te colocaron?

   Si registraste su morada obscura,
¡Sin duda que gozaras cuando viera
Tantas cabezas que la tierra impura
Ha de tornar en tantas calaveras!

   Si dejaste la luz triste y mendigo,
¿No te halagaba en la mortuoria fiesta
En recinto común tener contigo,
Un pueblo, un trono, un ara y una orquesta?

   Cuando a la roja luz de los blandones
En el metal del ara te veías,
Al contemplar tus cóncavas facciones,
Tu espantoso mohín, ¿no te reías?

   Al revolver tus viejos pensamientos,
Si acaso pensamientos te dejaron
Las lluvias, los gusanos y los vientos,
¿No te excitó a reír lo que pensaron?

   Aquella niña hermosa que escondía
Los dedos de marfil torneados, puros,
Entre los rizos que en la sien mecía
En confusión, como la sombra obscuros,

   Sus ojos de azabache, que espiaban
Los ojos del mancebo irreverente,
A cuyo fuego criminal brotaban
Las rosas del pudor sobre su frente,

   Aquella niña bulliciosa, inquieta,
La sien ceñida de crespón y flores,
Que por ajeno parecer sujeta,
A los pies del altar soñaba amores:

   Tú la veías seca y descarnada,
Sin cuanto bello en la hermosura hechiza,
Calva la frente, huera la mirada,
Los labios de coral vueltos ceniza.

   ¡Oh! ¡Gran cosa ha de ser sobre una tumba
Contemplar en el polvo reunida
La loca multitud que se derrumba
Por el gran precipicio de la vida!

   ¡Gran cosa ¡vive Dios! llamar a fiesta
Con la gigante voz de las campanas,
Y encender cirio y aprestar orquesta,
Y alzar altares y entoldar ventanas,

   Y convidar a celebrar sin nada
A cuanta juventud, pompa y belleza
Vegeta en una tierra condenada
A acabar en la nada donde empieza!

   ¡Oh! ¡Gran cosa tener en una farsa
El principal papel, la voz primera,
Y ver alrededor pueblo y comparsa,
Siendo en un funeral la calavera!

   ¡Tener un rey y un pueblo prosternado,
Cabizbajo y sin voz, humilde y quedo,
Todo el poder del mundo arrodillado,
Lleno el cobarde corazón de miedo!

¡Oh! ¡Gran cosa tener reyes y hermosas
Descubierta y doblada la cabeza,
Sin poder en las manos poderosas,
Sin encantos ni gracia en la belleza!

   ¡Y en un sitial de muerte y podredumbre
Sentirle bajo el pie como un juguete,
Y reír de la esclava muchedumbre
A la sombra de sórdido bonete!

   ¡Gran corona imperial! ¡Grave tocado!
¡Entre un harapo inútil e irrisorio
Un esqueleto seco y cercenado
Presidiendo en un túmulo mortuorio!

   ¡Grave fiesta terrena! ¡Regia pompa!
¡Donde vamos los míseros mortales,
Al ronco son de la funesta trompa,
A cantar nuestros propios funerales!

   ¡Donde a la entrada del fatal recinto
Suenan los brindis, la algazara y grita
Que dentro del mundano laberinto
Al insensato populacho irrita!

¡Oh! Tú puedes decirle al mundo entero:
«Ríete y bebe, miserable, y danza,
Mientra en el lecho funeral te espero,
Porque yo soy tu fin y tu esperanza.»

   Y ¿no ríes, sombría calavera?
¿No se te antoja descender al llano,
Y entrar en el festín como cualquiera,
Y a una hermosa ofrecer la seca mano

   ¿Agitar tu esqueleto en danza loca,
Con tus huesos ceñir una cintura,
Y preparar en la desierta boca
Un ósculo a la gracia y la hermosura?

   Porque si fuiste bella en otros días,
Con ojos negros, labios de corales,
Alguna vez sin duda gustarías
La dulce miel de halagos criminales.

   Porque si fuiste grande y poderoso
Sin duda que en ensayos seductores
Sondaras el secreto vergonzoso
De trastornar en duelos los amores

   Porque si esclavo fuistes o mendigo,
Ansiarías de grandes y de dueños
Los que no dividieron ¡ay! contigo
Torpes placeres y nefandos sueños.

   Porque si fuiste austero solitario
Allá en la soledad de tu retiro
Alguna vez lanzaras temerario
En pos de otro placer algún suspiro

   ¿No se te antoja descender al llano
Engalanada y fácil y ligera,
Y en la fiesta mostrar al mundo insano
De repente tu calva calavera?

   ¡Oh! ¿Qué te falta para bien tamaño?
¿Una piel transparente y delicada
Que cubra el espantoso desengaño
Del secreto fatal de nuestra nada?

   Y ¿qué importa la piel? Manto gastado
Que nos presta al nacer la tierra ruda.
Serás una beldad que han convidado,
Y por, mostrarla más viene desnuda.

   ¡Oh! Ven a delirar donde deliren,
Y serás la verdad a quien adoren,
Y el espejo serás en que se miren
Cuando al tocar'su fin clamen y lloren.

   Y ven a murmurar donde murmuren,
A cantar donde canten, las botellas
A apurar donde en órgia las apuren
En ebria confusión ellos con ellas.

   Brinda altanera cuando brinden todos,
Y con todos también jura y blasfema,
Hasta que doblen la cerviz beodos
Para alzarla a la voz de tu anatema.

       Harapo que deja el hombre
Porque su raza al pasar
El suelo en su viaje alfombre;
Firma fatal, cuyo nombre
No se alcanza a deletrear.

    Y ¿es cierto, cráneo pajizo,
Que aunque pese al corazón
Eres tú para quien se hizo
Tanta gala y tanto hechizo,
Tanta y tanta creación?

    ¿Es cierto que en otros días,
Con otra faz y otra tez,
Como yo vivo, vivías,
Como yo río, reías,
Ajeno de tu hediondez?

    ¿Que en esos cóncavos hondos
Dos ojos aposentabas
Vivos, inquietos, redondos,
Y que esos dientes hediondos
En dos labios encerrabas?

    ¿Que en tu roída mejilla
Brillaron matices bellos
En tu tierna edad sencilla,
Y que en tu sien amarilla
Se arraigaron los cabellos?

    ¿Es cierto, di, que esa boca
Sin contornos ni calor,
Que hoy sólo la muerte evoca,
Manó en tu esperanza loca
Dulces palabras de amor?

    ¿Que acaso el labio amoroso
En suavísimo embeleso
A un amante cariñoso
Demandaba voluptuoso
Regaladísimo beso?

   Que tal vez sabio profundo,
Pasabas tus largas horas
Sombrío y meditabundo
Buscando avaro en el mundo
Venturas engañadoras?

   Que tal vez el ojo atento
Sobre un libro amarillento
En tu amarga soledad,
Se agotó tu pensamiento
Pensando tu eternidad?

   Que tal vez señor mundano
De alcázares y jardines,
Viviste torpe y liviano
Entre tropel cortesano
En impúdicos festines?

    Y ese mundo baladí,
Sabio, amante, loco o rey,
Te trajo con mofa aquí
Diciéndote: «Esta es la ley;
Cadáver, descansa ahí.»

    ¡Oh! ¡Nada nos deja ver
De tus historias de ayer
Tras de tu faz deleznable
Tu máscara impenetrable,
Imposible de romper!

    Todo lo envuelve esa muda,
Vaga, insondable verdad
Que tu inmoble gesto escuda,
Esa verdad que desnuda
La invisible eternidad.

    Y el pensamiento altanero
Viene a estrellarse ¡ay de mí!
En ese gesto severo,
Que es un centinela fiero
De lo que hay detrás de ti.

   En vano dentro la mente
Se rebelan revoltosas
Las ideas locamente,
Creándose de repente
Teorías mentirosas;

   Todas vienen a expirar
En tus cóncavos vacíos,
Cual las fuentes van a dar
Sus arroyos a los ríos,
Y los ríos a la mar.

   En vano la vida entera
Contra tu verdad conspira,
Desdeñosa calavera,
Que todo en tu faz, severa
Se desvanece o expira;

   En esa cerviz curada
Al soplo de la tormenta,
Por el tiempo descarnada,
Cuya vida inanimada
Ni el tiempo ni el sol calienta;

   Y en tu mirada indecisa
Y en tu irónica sonrisa,
Y en esa hendida y entera,
Seca y solitaria hilera
De tu dentadura lisa.

Y ahí te estás entre la arena
Como una cosa caída,
Como inútil prenda ajena
A quien nadie juzga buena
Sólo porque está perdida.

   Y ¡por Dios! que si los hombros,
Que un día te sustentaran
Volvieran a estos escombros
A buscarte, ¡con qué asombros
De placer te acariciaran!

   ¡Oh! ¡Si alzándote una vez,
Aun te pluguiera ostentar
La perdida esplendidez,
Y quisieras tu hediondez
Con tu vida engalanar;

   Y prendieras en tu frente
Unos cabellos postizos
Que en madeja reluciente
Cayeran confusamente
En mil perfumados rizos;

   Y el esqueleto sonoro
Velaras altiva tú
Con minucioso decoro
Entre nácar, perlas y oro
Y entre crujiente tisú;

   Cubrieras el seco cuello
Entre las flotantes plumas,
Los collares y el cabello,
Velos echando sobre ello
Tan sutiles como espumas;

   Y el repugnante mohín
Da tu inmoble rostro viejo,
Con esa risa sin fin
Asomaras a un festín,
Tomándole por espejo!
...........................................
   Si, acaso rey destronado,
Se te antojara salir
Para ver dó está enterrado
El ejército arrojado
Que llevaste a combatir,

   Y allá en el campo desierto
Do fue tu postrer batalla,
De aquel mausoleo abierto
Tu pueblo evocaras muerto
De entra el polvo en que se halla,

Y si a tu voz poderosa
Despertando con asombro,
Tu nación volviera ansiosa,
Trayendo el arnés al hombro
En faz de guerra espantosa.....

¡Oh! ¡Diabólico senado,
Medrosa, horrible ilusión,
Ver tanto esqueleto armado
En torno un rey convocado
-Al dintel del panteón!

   Y si vagaran errantes
Ensordeciendo la tierra,
Combatiéndose pujantes,
Con clamores insultantes
Pregonando su impía guerra....

   ¡Ah! ¡Delirios son del alma,
que no te alcanza, Señor,
En los terribles secretos
De tu infinita creación!

   En los tormentosos días
De mi mundanal dolor
Medité desesperado
Sobre los sepulcros yo.

   Pasé de tumbas a tumbas
De mi porvenir en pos,
Y en todas encontró polvo,
En todas polvo, Señor.

   En todas esa sentencia
Que cae sobre quien nació
Desde esos gestos inmobles
Sin miradas y sin voy.

   En todos esos despojos,
En cuya horrible atención,
En cuya eterna sonrisa
De complacencia feroz.

   En cuyo todo espantoso
Deletrea el corazón
La triste palabra NADA
Confundido de pavor.

   Y ¿es ése, Señor, el hombre
Que de tu mano salió,
Hecho a semejanza tuya,
Aborto digno de un Dios?

   Es ésta, Señor, la vida,
Que como una maldición
Nos carcome cuanto bello
Tu bondad nos regaló?

   Entonces ¡ay! ¿qué nos vale
Que alumbre tan puro el sol
Y en la noche se reflejo
La luna en su resplandor?

   Qué sirve que allá en los bosques
En pintada confusión
Canten en bandos alegres
El mirlo y el ruiseñor?

   Que los árboles murmuren
En melancólico son,
Y esponje a su blanda sombra
Su dulce cáliz la flor?

   Qué sirve que en blanda arena
Tienda su curso veloz
El arroyuelo que viste
La pradera de verdor,

   Y con sus líquidas perlas
Los jazmines juguetón
Salpique, con que la pródiga
Primavera le alfombró?

   Que el mar se encorve bramando
De las playas en redor,
Y le azote y le sacuda
Revoltoso el aquilón?

   Qué, sirve ese cielo azul
En cuyo centro adunó
Mil nubes tornasoladas
En caprichoso montón,

   Si todo no es más, al cabo,
Este universo, Señor,
Que de una inmensa familia
El inmenso panteón?

   Qué sirve a esa calavera
Una existencia de honor,
Una vida de virtudes,
De crimen o de aflicción?

    ¿Qué le vale todo un siglo
De penitencia o de amor,
La corona o la cadena
Que en este mundo arrastró,

   Si el hombre que la llevaba,
Al salir de esta mansión,
Como una máscara inútil
Despechado la arrojó?

   En vano la he demandado
Por la infamia o el blasón
Del dueño que en ese osario
Entre el polvo la olvidó.

    Su vago mirar me espanta,
Su sonrisa me hace horror,
Y su boca tiene ahogada
En su garganta la voz.

   Qué espera? Tal vez lo ignora.
Ahí está al aire y al sol,
Eternamente riendo
De cuanto pasa y pasó,

   Al borde de la vereda
Que conduce al panteón,
Diciendo a cada viajero
Con eterna risa:-¡Adiós!






ArribaAbajoLas hojas secas


ArribaAbajoA mi madre



       Dicen que todo al fin se desvanece,
Todo pasa, se olvida, pierde y borra..
Yo no soy infeliz, mas vivo triste,
Y un torcedor arrastro en mi memoria.

   Un templo, un bosque, un ave que pasando
Cruza en el viento descarriada y sola,
Prensan mi corazón, y a mis pupilas
Solitaria una lágrima se asoma.

   Pláceme ver un claro riachuelo
Lamer su orilla con azules ondas,
Y al resplandor del trémulo sepulcro
Sentir la fuente murmurar sonora.

   Pláceme ver, tras el opuesto monte,
Hundir al sol su faz esplendorosa,
Y despedirle desde el hondo valle
Al compás de las aguas y las hojas.

   Y pláceme en paseos solitarios,
En dulces sueños delirando sombras,
Perderme en la floresta sin camino
Ideando quiméricas historias.

   La mía es triste, cansa y no interesa;
Sin aventuras intrincadas, corta;
Es una historia solamente mía,
Como otras muchas que a la vez se ignoran.

   Es la historia de un sueño fatigoso,
En que nada sucede, nada importa;
No se comprende, pero no se olvida,
sus vagos recuerdos nos acosan.

   Yo la recuerdo con vergüenza siempre,
Temo profundizarla, y sus memorias,
Como gotas de mágico veneno,
Caen en mi corazón una tras otra.

   ¿Qué os hicísteis, dulcísimos instantes
De mi infancia gentil? ¿Dó están ahora
Los labios de coral que me colmaron
De blandos besos que mis ojos lloran?

   ¿Dó está la mano amiga que trenzaba
Las hebras mil de mi melena blonda,
Tejiéndome coronas en la frente
De azucenas silvestres y amapolas?

   Era ¡ay de mí! mi madre; alegre entonces,
Tranquila, amante, como el alba hermosa;
Jamás me ha parecido otra hermosura
Tan digna de vivir en mí memoria.

   Apartaos, impúdicas quimeras;
Más os detesto cuanto más vosotras
Tenaces me seguís; ya no sois nada,
Cesó el festín, rompiéronse las copas.

   Ella es mi madre; sus ardientes besos
Con vuestra vil presencia se inficionan;
Idos en paz, que el llanto de sus ojos,
Del alma impura vuestra imagen borra.,

   ¡Madre, te encuentro llorando!
¡Ah! ¡No atiendes a mis voces!
Mírame, ¿no me conoces?
¿Tan mudado, madre, estoy?
¿Tan pronto borrar pudieron
Mi rostro las desventuras?
¡Bebí tantas amarguras!.....
Pero al fin, madre, yo soy.

   ¡Cuán trémula está tu mano!
Tu corazón, ¡cuán opreso!
Madre, ¿no tienes un beso
Ni una queja para mí?
¡Lloras! Beberé tu llanto.....
Mas abrasan tus mejillas.....
Heme, madre, de rodillas
Avergonzado ante ti.

   Apartas de mí los ojos;
Sufres viéndome, lo veo;
Mas estoy como está el reo,
Humillado ante su Dios.
Tornadme el rostro, señora,
Y aunque lo tornéis severo,
Aunque sea el favor postrero
Porque me ausente de vos.

   Lo sé: receláis acaso
Que vendí vuestro cariño
Por el impúdico aliño
De otro amor más terrenal.
Este color de mi frente
Tal vez os parece impuro.....
¡Oh, Madre mía, os lo juro:
Me habéis comprendido mal!

   Soñé, y me desvanecieron
Mis fatales ilusiones;
Sentí mis locas pasiones
Dentro de mi pecho arder.
La tempestad era horrible,
La noche lóbrega, densa,
La mar tormentosa, inmensa,
Mi barca débil ¿Qué hacer?

   Lanzado al mar sin aviso,
Dejéme llevar del viento;
Sacóme el mar turbulento
A otra playa de ilusión;

   Yo a lo lejos la miraba:
Y era una tierra tan bella,
Que el pasar, madre, por ella,
Fue terrible tentación.

   Bebí el agua de sus fuentes,
Gocé el aura de sus flores;
Embriagado en sus amores,
En sus bosques me adormí;
Allí, el placer me esperaba;
Vos, en la opuesta ribera......
Horrible tentación era,
Mas luché, madre, y vencí.

   Tal vez en mi sien soñaba
Glorioso laurel naciente;
Yo lo arranqué de mi frente;
Pensaba en vos, y le hollé.
Allí quedó entre la arena,
Y, al lanzarle, dije: -Crece,
Que si mi sien te merece,
Más ansioso volverá.

   En vano mis ilusiones
Me acosaron tumultuosas;
A las ondas procelosas
Me arrojó audaz, y volví.
Sin fuerza, sin esperanza,
Madre, en mi congoja fiera,
Ta imagen fue la postrera
Que guardó mientras viví.

   ¿Mas tú, inconsolable lloras
Sin atender a mis voces!
¡Mi vida! ¿No me conoces?
¿Tan mudado, madre, estoy?
¿Tan pronto borrar pudieron
Mi rostro las desventuras?
¡Bebí tantas amarguras!.....
Pero, al fin, madre, yo soy.

   ¡Mas no me escuchas! ¡Llorando,
La faz amorosa escondes!
Te llamo y no me respondes:
¡Tanto, madre, te ultrajé!
Te entiendo, por fin: yo solo
No basto ya a consolarte;
Me será fuerza dejarte,
Y a la mar me volveré.

   Mas oye: Es el otoño; rebramando,
El ábrego los árboles sacude;
De roncos cuervos el siniestro bando,
A los peñascos cóncavos acude.

   Brilla sin fuerza el sol en Occidente,
Y allá en la falda de espinoso risco,
Guía el pastor, con paso indiferente,
Las humildes ovejas al aprisco.

   Seco el follaje de la selva umbría,
De sus verdes doseles se despoja;
Y al empuje de ráfaga bravía,
El bosque se desnuda hoja por hoja.

   El ábrego las huella y arrebata,
Las arrastra en revuelto torbellino,
Ciega en la fuente la serena plata,
Borra los lindes del igual camino.

   Triste fantasma del verjel ameno
Y esqueleto fantástico, semeja
Cada desnudo tronco, un día llano
De la sombra magnífica que deja.

   Flores, ¿en dónde estáis? Y ¿dó se escoden
Los céspedes que amenos os cercaban?
¿Cómo los ruiseñores no responden
Al son de las alondras que pasaban?

   ¿Qué es del arrullo de la mansa fuente
Donde a beber bajaban las palomas?
¿Qué es del aura que erraba suavemente
Cargada de suspiros y de aromas?

   Las galas del Abril se marchitaron,
Los céfiros errantes se extinguieron,
En ayes los murmullos se tornaron,
Y anchos arroyos las corrientes fueron.

   Todo pasó. En el valle pantanoso
Hay en vez de una fuente una laguna,
Y en las ramas del álamo pomposo,
Las hojas se desprenden una a una.

       Así, madre, van mis días,
Con las hojas de consuno,
Desprendiéndose uno a uno
Al vaivén de la pasión.

   Y así van las ilusiones
De mi esperanza importuna,
Desprendiéndose una a una
De mi seco corazón.

   Como esas hojas marchitas
No volverán a su rama;
El cierzo las desparrama,
La lluvia las pudrirá.
Como el bosque queda triste,
Y silencioso y desnudo,
Seco y solitario y mudo
Mi corazón siento ya.

   Esas hojas amarillas
Que ayer nos prestaron sombra,
Ni aun las querrá por alfombra
El tornasolado Abril;
Míralas, madre, cuál ruedan
Entre la arena perdidas,
Holladas y sacudidas
Por el aura más sutil.

   Eso son nuestras creencias,
Nuestras míseras ficciones;
Eso son nuestras pasiones,
Nuestra vida terrenal:
Nacen, dan sombra un instante,
Suenan, se mecen, se cruzan,
Caen, ruedan, se desmenuzan,
Y las lleva el vendaval.

   Si ellas al rápido soplo
Del cierzo desaparecen,
Otras en el árbol crecen
Y se apiñan otra vez;
Mas yo iré, cual hoja seca
Por el viento desprendida,
Arrastrando de mi vida
La juventud, la vejez.

   Y el negro remordimiento
Irá por doquier conmigo,
Como verdugo y testigo
De mi perdurable afán.
Y cuando a su vieja llama
Encanezcan mis cabellos,
Madre, debajo de aquéllos
Jamás otros nacerán.

   Porque estas hojas errantes
que por mi memoria vagan,
Estos recuerdos que amagan
No dejarme hasta morir,
Hojas secas de mí mismo,
Que arrancadas de mi centro,
A mí asidas las encuentro
Sin poderlas desasir,

   No pasarán como pasan,
Esas hojas del otoño;
O tienen otro retoño,
Mas tampoco tendrán fin;
Sopla el viento y no las lleva,
Cae la lluvia y las perdona;
Igualmente las abona
El desierto y el jardín.

       Dicen que todo al fin se desvanece,
Todo pasa, se olvida, pierde o borra.....
¿Soy infeliz? No sé. Mas vivo triste
Y un torcedor arrastro en mi memoria.

   Madre, ¿creerás también que todo pasa
Como en alas del ábrego las hojas,
Como del vago céfiro los ayes,
Como del mar las fugitivas ondas?

   ¿Crees tú que pasarán para tu hijo,
Como del bosque la agostada pompa,
Tus recuerdos, tu amor, tu sacra imagen,
Que todo el corazón le ocupa sola?

   ¿Crees, madre, que al huir desesperado
A playas extranjeras y remotas,
Corre tras la molicie y los placeres,
Busca una libertad cínica y loca?

   ¿Crees tú que anhela, en climas apartados,
Libre gozar su juventud fogosa?
¿Crees que, olvidado de su madre, viva?...
Quien lo dijo, mintió, madre y señora,

   Doquier que arrastre su existencia inútil,
Suerte feliz o mísera le acorra,
Ya duerma en los harapos del mendigo
Ya en blanda pluma de opulenta alcoba,

   Ya espero un porvenir sin esperanza,
Ya circunde su sien verde corona,
En la mazmorra, en el alcázar madre,
Dondequiera que aliente, allí te adora.

   Que es mi pecho tu altar, y aquí tu imagen
Nunca pasa, se olvida, pierde o borra,
Como pasan al aire del otoño,
Del bosque umbrío las marchitas hojas.






ArribaAbajoA Blanca



       Despierta, Blanca mía,
Que ya brillante y clara,
A largo andar se viene
Riendo la mañana.

   Despierta, que ya alegres
Los ruiseñores cantan
Sus amorosas letras
Saltando entre las ramas.

   Despierta, Blanca hermosa,
Y al bosque ameno baja,
A dar al campo enojos
Y avergonzar al alba.

   Y baja sin recelo,
Que quien aquí te aguarda
No ha de cansarte, hermosa,
Contándote batallas.

   No de su noble estirpe
Los títulos y hazañas
Te contará altanero,
Ni necias antiguallas.

   Ni te dirá en prolijas
Razones estudiadas,
Costumbres y opulencias
De tierras más lejanas.

   Ni en versos lastimeros,
Al ronco son del arpa,
Lamentará, fanático,
Desastres de su patria.

   No; lejos de nosotros
Creencias tan livianas,
Estúpidos ensueños
Que son al cabo nada.

    Despierta y ven al bosque,,
Donde te espero, Blanca,
Por verte más hermosa
Que el sol que se levanta.

   Aquí hay sombríos lechos.
Con que la hierba blanda
Convida, al son acorde
De fuentecilla mansa.

   Aquí las mariposas
Sobre la frente vagan,
Y las pintadas flores
Revientan en fragancia.

   Y bullen los arroyos,
Y murmuran las ramas,
Al compasado impulso
De las sonantes auras.

   El sol tiñe las cimas
De las rocas lejanas,
Cubiertas de rocío
Sus asperezas calvas.

   Aquí todo es contento,.
Seguridad y calma.
¡Oh! Ven, paloma mía,
A la floresta baja.

   ¡Oh! ¡Cuán hermosa viene!
¡Qué bella estás, mi Blanca!
Cantad, parleras aves,
Cantad y saludadla.

   Te tengo entre mis brazos.
¿Qué espero? ¿Qué me falta?
La dicha de mirarte
Me enajena y embriaga.

   Y... lejos de nosotros
Los mundanos fantasmas,
La gloria y el renombre,
La grandeza y la patria.

   Locuras, Blanca mía,
Ridículas palabras;
La gloria y la grandeza
Son ilusiones vanas.

   ¿Te ríes, vida mía?
¿Recuerdas aún las lágrimas
Que un día por la gloria
Vertí sin esperanza?

   ¡Oh Blanca! Era otro tiempo:
Ya más segura el alma,
No soy más que un poeta
Que ocio y placeres canta.

   ¿Aun ríes? Cómo brillan
Tus pupilas Me abrasa
No sé qué fuego en ellas.....
¡Oh, dame un beso, Blanca!

   La gloria es un ensueño,
Todo en la tierra pasa;
Dame un beso y, si quieres,
Rompe mi lira, Blanca.




ArribaAbajoCanción



       Triste canta el prisionero
   Encerrado en su prisión,
   Y a sus lamentos responde
   Su cadena en triste son.
Abrele ¡oh viento! camino a la voz.

   Van mis horas, van mis días
   Mi esperanza carcomiendo;
   El valor va sucumbiendo,
   Vase helando el corazón.
   Cuanto espero, desespero,
   Que en destierro tan tirano
   Sólo escucha el viento vano
   Mi cantar y mi aflicción.
Abreme ¡oh viento! camino a la voz.

   Si a tu oído, vida mía,
   Mi canción llegar pudiera,
   Yo sé bien que no muriera
   Al rigor de mi prisión.
   Mas tú gozas descuidada,
   De mis cuitas bien ajena,
   Mientras ronca mi cadena
   Me acompaña en triste son.
Abreme ¡oh viento! camino a la voz.

¡Cuántas veces, despertando
   Por el cristal del deseo
   Me imagino que te veo
   En amorosa ilusión!
   Yo te llamo y te acaricio,
   Los brazos audaz te tiendo,
   Mas tú me huyes, y yo entiendo
   ¡Ay de mí! que sueños son.
Abreme ¡oh viento! camino a la voz,

   Ríe y canta, y goza y vive,
   Mientras sueño, y canto, y lloro
   Los hechizos que en ti adoro,
   Vida y sol del corazón.
   Aquí, en tanto, hermosa mía,
   ¡Norte y faro de mis ojos!
   Al rigor de tus enojos,
   Y al dolor de su pasión,

   Triste canta el prisionero
   Encerrado en su prisión,
   Y a sus lamentos responde
   Su cadena en ronco son.
Abrele, viento, camino a la voz.