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ArribaAbajoGloria y orgullo



       ¡Lejos de mí, placeres de la tierra,
Fábulas sin color, sombra, ni nombre,
A quien un nicho miserable encierra
Cuando el aura vital falta en el hombre!

   ¿Qué es el placer, la vida y la fortuna,
Sin un sueño de gloria y de esperanza?
Una carrera larga e importuna,
Más fatigosa cuanto más se avanza.

   Regalo de indolentes sibaritas,
Que velas el harén de las mujeres,
Opio letal que el sueño facilitas
Al ebrio de raquíticos placeres.

   Lejos de mí. No basta a mi reposo
El rumor de una fuente que Murmura,
La sombra de un moral verde y pomposo,
Ni de un castillo la quietud segura.

   No basta a mi placer la inmensa copa
Del báquico festín, libre y sonoro,
De esclavos viles la menguada tropa,
Sin las llaves de espléndido tesoro.

   De un Dios hechura, como Dios concibo;
Tengo aliento de estirpe soberana:
Por llegar a gigante, enano vivo:
No sé ser hoy y perecer mañana.

   Yo no acierto a decir «la vida es bella»,
Y descender estúpido al olvido;
Amo la vida porque sé por ella
Al alcázar trepar donde he nacido.

   De esa inmensa pasión que llaman gloria
Brota en mi corazón ardiente llama,
Luz de mi ser me abrasa la memoria,
Voz de mi ser inextinguible clama.

   Gloria, ilusión magnífica y suprema,
Ambición de los grandes en quien quiso
Velar Dios esa mística diadema
Que nos dará derecho al Paraíso,

   Nada es sin ti la despreciable vida,
Nada hay sin ti ni dulce ni halagüeño;
Sólo en aquesta soledad perdida
La sombra del laurel concilia el sueño.

   Sólo al murmullo de la excelsa palma
Que el noble orgullo con su aliento agita,
En blando insomnio se adormece el alma,
Y en su mismo dormir crea y medita.

   Zeusis, Apeles, Píndaro y Homero,
Bajo ese verde pabellón soñaron;
César, Napoleón y Atila fiero,
Bajo ese pabellón se despertaron.

   Por ti el delirio del honor se adora,
Por ti el hinchado mar hiende el marino,
Por ti en su gruta el penitente llora,
Y empuña su bordón el peregrino.

   Por ti el soldado se vendió a sus reyes,
Y lidia agora con porfía insana,
No por esas que ignora pobres leyes,
Por comprar una lágrima mañana.

   Por ti le canta el orgulloso amante
Dulces trovas de amor a una querida
Porque tal vez un venturoso instante
Tenga en su canto prolongada vida,

   Por ti del negro túmulo en la piedra
Ambicioso el mortal graba su nombre,
Porque tal vez entre la tosca hiedra
Otro día al pasar le lea un hombre.

   Por ti acaso el cansado centinela
Que incendió una ciudad en la batalla,
Su cifra indiferente o mientras vela,
Pinta con un tizón en la muralla.

   El polvo en que hubo sus cabañas Roma,
Por ti con templos y palacios pisa;
Por ti su gesto satisfecho asoma
Tras su inmenso sarcófago Artemisa.

   Por ti vencida se incendió a Corinto,
Por ti la sangre en Maratón se orea,
Por ti una noche con aliento extinto,
Tumba Leonidas demandó a Platea.

   Por ti trofeos el cincel aborta,
Y álzanse torres con tenaz porfía;
Porque es la vida deleznable y corta,
Y todos quieren prolongarla un día.

   Por eso velo con la noche obscura
Sobre un volumen carcomido y roto,
Y un mañana me sueño de ventura,
Y otra existencia en porvenir remoto.

   Por eso en mis estériles canciones
El blando son del agua me adormece,
Y entre pardos y errantes nubarrones,
De la noche el fanal se desvanece.

   Oigo en mi canto el lánguido murmullo
Del aura que los árboles menea,
De la tórtola triste el ronco arrullo,
Y la sonora lluvia que gotea.

   Veo las sacrosantas catedrales,
Los antiguos y góticos castillos,
Y el granizo se estrella en sus cristales,
O azota sus escombros amarillos.

   ¡Oh! Si sentís esa ilusión tranquila,
Si creéis que en mis cánticos murmura
Ya el aura que en los árboles vacila,
Ya el mar que ruge en la tormenta obscura;

   Si al son gozáis de mi canción, que miente
Ya el bronco empuje del errante trueno,
Ya el blando ruido de la mansa fuente
Lamiendo el césped que la cerca ameno;

   Si cuando llamo a las cerradas rejas
De una hermosura, a cuyos pies suspiro,
Sentís tal vez mis amorosas quejas,
Y os sonreís cuando de amor deliro;

   Si cuando en negra aparición nocturna
La raza evoco que en las tumbas mora,
Os estremece en la entreabierta urna
Respondiendo el espíritu a deshora;
   Si lloráis cuando en cántico doliente,
Hijo extraviado, ante mi madre lloro,
O al cruzar por el templo reverente,
La voz escucho del solemne coro;

   Si alcanzáis en mi pálida mejilla,
Cuando os entono lastimosa endecha,
Una perdida lágrima que brilla
Al brotar en mis parpados deshecha;

   Todo es una ilusión, todo mentira,
Todo en mi mente delirante pasa,
No es esa la verdad que honda me inspira;
Que esa lágrima ardiente que me abrasa,

   No me la arranca ni el temor ni el duelo,
No los recuerdos de olvidada historia:
¡Es un raudal que inunda de consuelo
Este sediento corazón de gloria!

   ¡Gloria! Madre feliz de la esperanza,
Mágica alcázar de dorados sueños,
Lago que ondula en eternal bonanza
Cercado de paisajes halagüeños,

   ¡Dame ilusiones! Dame una armonía
Que arrulle el corazón con el oído,
Para que viva la memoria mía
Cuando yo duerma en eternal olvido.

   ¡Lejos de mí, deleites de la tierra,
Fábulas sin color, forma, ni nombre,
A quién un nicho miserable encierra
Cuando el aura vital falta en el hombre!

   ¡Gloria, esperanza, sin cesar conmigo
Templo en mi corazón alzaros quiero,
Que no importa vivir como el mendigo
Por morir como Píndaro y Homero!




ArribaAbajoPereza



       ¡Cuán descansadamente,
Lejos del vano mundo, se reposa
A la orilla de límpida corriente
O de un moral bajo la sombra hojosa!

   En el césped mullido,
Sin luz los ojos, sin vigor los brazos,
De la tranquila soledad el ruido
Se pierde por la atmósfera a pedazos.

   El ánima descansa
De la ciega pasión y su braveza,
Y el cuerpo, presa de indolencia mansa,
Se goza en su pacífica pereza.

   Entonces, no el tesoro
Ni la sed del placer el alma aviva;
El más rico licor, en copa de oro,
Entonces se desprecia y no se liba.

   La mente no se inquieta
Por pensamientos de dolor cercada:
Que a su honda languidez yace sujeta,
Y a su propia impotencia encadenada.

   Sin luz el ojo vago,
Sin un sonido sobre el labio abierto,
Pasa la vida cual por hondo lago
De incierta luz el resplandor incierto.

   Así vuelan las horas,
Y así pasan pacíficas y bellas,
Cual las aves del viento voladoras,
Cual la cobarde luz de las estrellas?.

   Así el pesar se aduerme,
Y al grato son de una aura que murmura,
Tal vez se goza del reposo inerme
Que confunde el pesar con la ventura.

   Así mis horas quiero
Que pasen sin valor y sin fortuna,
Ya al manso son del céfiro ligero,
Ya al resplandor de la amarilla luna.

   Ven, amorosa Elvira,
Ven a mis brazos, que de amor sediento,
El perezoso corazón suspira
Por ver tus ojos, por beber tu aliento.

   Ven, adorado dueño,
Sepa que estás, en mi descanso inerte,
Cercado mí para velar mi sueño;
Cerca, hermosa, de mí cuando despierte.

   Yo, en la hierba tendido,
En la sombra de un álamo frondoso,
Entreveré, con ojo adormecido,
Cuál velas mi descanso silencioso.

   El sol, a lento paso,
Hundió en el mar su faz esplendorosa,
Marcando su camino en el ocaso
Vivo arrebol de púrpura y de rosa,

   El agua, mansamente,
Con monótono arrullo le despide;
Y arrastrando sus ondas lentamente,
El ancho espacio de sus ondas mide.

   Sólo queda en la tierra
El vapor del crepúsculo dudoso,
Y el vago aroma que la flor encierra,
Se esparce por el aire vagaroso.

   Y las fuentes corriendo,
Y las brisas volando, se estremecen,
Y su soplo en los árboles creciendo,
A su soplo los árboles se mecen.

   Trémulas van las olas
Bajo sus alas mansas y ligeras,
Reflejando las sueltas banderolas
De las naves que el mar surcan veleras.

   Y la luna argentina,
La bóveda al cruzar del firmamento,
La inmensidad del Bósforo ilumina,
Color prestando al invisible viento.

   Y al son del mar vecino,
Y al murmullo del viento caluroso,
Y al reflejo del éter cristalino,
Se aduerme el cuerpo en lánguido reposo

   En la quietud amiga
De la callada noche macilenta,
Hasta la misma languidez fatiga,
Y el ánima se rinde soñolienta.

   ¡Oh! Bien haya el estío
Con su tranquila y bochornosa calma,
Que roba al corazón su ardiente brío
Y en blanda inercia nos aduerme el alma

   Ya de ese insomnio presa,
Me faltan voluntad y pensamiento,
Y hasta mi cuerpo sin valor me pesa,
Y el son me cansa de mi propio aliento.

   Dadme deleites, dadme;
Henchidme de placeres los sentidos;
Venid, eunucos, y al harén llevadme
En vuestros brazos, al placer vendidos.

   Abridme esas ventanas,
Dadme a beber el aura de la noche
Y a saborear las ráfagas livianas
Que a la flor rasgan su aromado broche.

   Quiero al son de las olas
Secar un corazón en solo un beso;
Traedme mis esclavas españolas,
Que el mío tienen en sus ojos preso.

   Venid, venid, hermosas,
Divertidme con danzas y canciones;
Venid en lechos de fragantes rosas,
Venid, blancas y espléndidas visiones,

   Quemad en mis pebetes
Cuanto aroma encontréis en mi palacio,
Y respiren sus anchos gabinetes
Ámbar opreso en reducido espacio.

   Ven, voluptuosa Elvira,
Trénzame con tu mano mis cabellos;
Y tú, Inés, por quien Málaga suspira,
Nardo derrama y azahar en ellos.

   Traedme a esos esclavos
Que aportan mis bajeles viento en popa;
Presa que hicieron mis piratas bravos
En un rincón de la dormida Europa.

   Vengan a mi presencia,
Y al son de sus extraños instrumentos
Sirvan a mi poder y a mi opulencia,
Si no con su canción, con sus lamentos.

   Dadme deleites, dadme;
Cúbreme, Elvira, con tu chal de espumas,
Y las tostadas sienes refrescadme
Con abanicos de rizadas plumas.

   Suene en mi torpe oído
Su suave son como murmullo blando
De arroyo que a la mar baja perdido,
De peña en peña juguetón rodando;
Cual tórtola que llama,
Con lento arrullo que en el viento pierde,
La descarriada tórtola a quien ama,
De árbol sombrío en el columpio verde.

   Danzad mientras reposo,
Cantad en derredor mientras descanso,
Y no sienta en mi sueño voluptuoso
Más que murmullo lisonjero y manso.




ArribaAbajoCadena




I

       Nace la rosa, y su botón despliega
Orlada en torno de punzante espina,
Y sobre el agua que los pies la riega,
   Fresca se inclina.

   Más altanera cuanto más hermosa,
Su imagen mira en el tranquilo espejo,
Y el sol, del agua sobre el haz dudosa,
   Pinta el reflejo.

   El aura errante que al pasar murmura,
El dulce aroma de su cáliz bebe;
La sorda abeja que su esencia apura,
   Néctar la debe.

   Reina del huerto y de la selva gala,
Del césped brilla sobre el verde manto;
Libre a su sombra, el colorín exhala
   Rústico canto.

   No hay flor más bella.... Mas ¿a qué su orgullo,
Si el cierzo helado su botón despoja,
Y el agua arrastra su infeliz capullo
   Hoja tras hoja?


II

   Huye la fuente al manantial ingrata,
El verde musgo en derredor lamiendo,
Y el agua limpia en su cristal retrata
   Cuanto va viendo.

   El césped mece y las arenas moja,
Do mil caprichos al pasar dibuja,
Y ola tras ola murmurando arroja,
   Riza y empuja.

   Lecho mullido la presenta el valle,
Fresco abanico el abedul pomposo,
Cañas y juncos retirada calle,
   Sombra y reposo.

   Brota en la altura la fecunda fuente:
Y ¿a qué su empeño, si al bajar la cuesta
Halla del río en el raudal rugiente
   Tumba funesta?


III

   Lánzase el río en el desierto mudo,
La orilla orlando de revuelta espuma,
Y al eco evoca, cuyo acento rudo
   Hierve en su bruma.

   Su imagen ciñe pabellón espeso
De áspera zarza y poderoso pino,
Y entre las rocas divididas preso,
   Busca camino.

   Lecho sombrío, el rústico ramaje
Que riega en torno, misterioso ofrece;
Y el pardo lobo y el chacal salvaje,
   Dél se guarece..

   La tribu errante, el viajador perdido,
La sed apaga en su raudal corriente,
Y el arco cierra que sobre él partido
   Cuelga del puente.

   Mas ¿qué la sombra, el ruido y el perfume
Valen del cauce que recorre extenso,
Si el mar le cava, cuando en él se sume,
   Túmulo inmenso?


IV

   ¡El mar, el mar! Remedo tenebroso
De la insondable eternidad, espera
De la trompa final el son medroso
Para romper hambriento su barrera.

   Abismo cuyos senos insaciables
Jamás encuentra su avaricia llenos;
De misterios conserva inmensurables
Siempre preñados sus gigantes senos.

   ¡Eso es el mar! Gemelo de la nada,
Cinto que el globo por doquier rodea,
Centinela fatal, que encadenada,
La tierra guarda que sorber desea..

¡El mar! Como él, hondísimo y obscuro
El misterioso porvenir se extiende,
Y tras su negro impenetrable muro,
Nada, mezquina, la razón comprende.

   El cerco de un sepulcro es su portada;
Tras él, se baja un escalón de tierra;
Pasado el escalón, la puerta hollada
Se abre, sorbe la víctima y se cierra.

   Y allá van sin cesar, conforme nacen,
A morir uno y otro pensamiento;
Brotan unos donde otros se deshacen,
Bullen, caen y se hunden al momento.


V

   Rosas la fa ente en la montaña brota,
Sécanse, caen y bajan con la fuente
Al río, que se va gota tras gota
Al hondo mar, que sorbe su corriente.




ArribaAbajoEn un álbum



       No sé si por el valle de la vida
Cruzaré, fatigado peregrino,
Acabando cual flor que consumida,
Se seca entre los brezos de un camino.

   No sé si en pos de inspiración ardiente,
Rico y sediento el corazón de gloria,
Lo cruzaré cual rápido torrente,
Rastro dejando de inmortal memoria.

   Mas ya ruede cual hoja que arrebata
Sonante y revoltoso torbellino,
Ya baje como excelsa catarata,
Ufano con mi espléndido destino,

   Cuando al borde de tumba solitaria
Desparrame mis pobres pensamientos,
De mustias flores muchedumbre varia,
Secas entre mis últimos alientos,

   Fiad, señora, que en tan triste lecho,
Siempre leal y generoso amigo,
Al ocupar mi cabezal estrecho,
Vuestra memoria dormirá conmigo.




ArribaAbajoMisterio

A mi amigo D. Antonio García Gutiérrez.




       ¡Ay! Aparta, falaz pensamiento,
Que eterno en el alma bulléndome estás,
Falsa luz que al impulso del viento,
En vez de guiarme perdiéndome vas.

   Tras de ti por las sombras camino,
Ni noche ni día descanso tras ti;
Es seguirte tal vez mi destino,
Y acaso es el tuyo guardarte de mí.

   Misteriosa visión de mi vida,
Más vaga que el caos en forma y color,
Te comprendo en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

   Ya tu blanda amorosa sonrisa
Me presta esperanza, me aviva la fe;
Cual flor eres que aroma la brisa
Y en seco desierto olvidada se ve

   Ya tu imagen sombría y medrosa
Me ciega y me arrastra en su curso veloz,
Como nube que rueda espantosa
En brazos del viento al compás de su voz.

   Ya cual ángel de paz te contemplo,
Y ya cual fantasma sangrienta y tenaz;
En el valle, en la roca, en el templo,
Te alcanzo a lo lejos hermosa y fugaz.

   Por doquiera te encuentran mis ojos;
No miro ni tengo más rumbo doquier,
Ya te muestres preñada de enojos,
Fantasma enemiga o risueña mujer.

   Yo no sé de tu esencia el misterio,
Tu nombre y tu vago destino no sé,
Ni cuál es tu ignorado hemisferio,
Ni adónde perdido siguiéndote irá.

   Mas no encuentro otro fin a mi vida,
Más paz, ni reposo, ni gloria que tú,
Que en el cóncavo espacio perdida,
Tu alcázar es su ancho dosel de tisú.

   Por su rica región las estrellas
A veces brillante camino te dan,
Y otras veces tus místicas huellas
Por mares de sombras perdiéndose van.

   Una brisa en las ramas sonando,
Que dice tu nombre imagino tal vez,
Y un relámpago raudo pasando,
Tu forma me muestra en fatal rapidez.

   Yo, postrado al mirarte de hinojos,
Doquier que apareces levanto un altar,
Y arrasados en llanto los ojos,
Tal vez insensato te voy a adorar.

   Mas al ir a empezar mi conjuro,
Mi torpe blasfemia o mi casta oración,
El Oriente en su cóncavo impuro.
Me sorbe irritado mi blanca visión.

   Y tu imagen me queda en la mente
Informe, insensible, cual bulto sin luz
Que se crea el temor de un demente,
De lóbrega noche entre el negro capuz.

   Sueño, estrella o espectro, ¿quién eres?
¿Qué buscas, fantasma, qué quieres de mí?
¿No hay sin ti ni dolor ni placeres?
¿No hay lecho, ni tumba, ni mundo sin ti?

   ¿No hay un hueco do esconda mi frente?
¿No hay venda que pueda mis ojos cegar?
¿No hay beleño que aduerma mi mente,
Que hierve encerrada de sombra en un mar?....

   ¡Oh! Si gozas de voz y de vida,
Si tienes un cuerpo palpable y real,
Deja al menos, fantasma querida,
Que goce un instante tu vista inmortal.

   Dame al menos un sí de esperanza,
Alguna sonrisa, fugaz serafín,
Con que espere algún día bonanza
El golfo del alma que bulle sin fin.

   Mas si es sólo ilusión peregrina
Que el ánima ardiente soñando creó,
¡Ay! deshaz esa sombra divina
Que viene conmigo doquier que voy yo.

   Sí, deshazla, que en vano la miro
En torno a mis ojos errante vagar,
Si cual débil y triste suspiro
Se pierde en los vientos al irla a abrazar.

   Sí, deshazla, que torpe mi mano,
Su mano en la sombra jamás encontró,
Ni el más flébil lamento liviano,
Avaro en mi oído su labio posó.

   Muere al fin, ¡oh visión de mi vida!
Más vaga que el caos en forma o color,
A quien siento en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

   Mas ¿qué fuera del triste peregrino
Que cruzando sediento el arenal
No encontrara jamás en su camino
Mansa sombra ni fresco manantial?

   De esta vida en la noche tormentosa,
¿Qué rumbo ni qué término seguir?
Sin tu vaga presencia misteriosa,
Sin tu blanca ilusión, ¿cómo vivir?

   Abriéranse mis ojos a mirarte,
Mis oídos tus pasos a escuchar,
Y al fin, desesperados de encontrarte,
Tornáranse en tinieblas a cerrar.

   Despertara en la noche solitaria
De tus palabras al fingido son,
Y sólo respondiera a mi plegaria
El latido del triste corazón.

   ¡Sombra querida, sin cesar conmigo
Mis lentas horas hechizando ven,
Y el desierto arenal será contigo,
Huerto frondoso y perfumado Edén!

   No expires, misterioso pensamiento
Que dentro oculto de mi mente vas,
Aunque no alcance el corazón sediento
Tu tanta esencia a comprender jamás.

   No sepa nunca tu verdad dudosa;
Vélame, si lo quieres, tu razón;
Disípate a lo lejos vagarosa,
Mas sé siempre mi cándida ilusión.

   Al fin sabré que junto a ti respiro,
Que estás velando junto a mí sabré,
Y que aun brilla oscilando en lento giro
La consumida antorcha de mi fe.

   ¿Qué me importa tu esencia ni tu nombre,
Genio hermoso, o quimérica ilusión,
Si en esta soledad, cárcel del hombre,
Dentro de ti te guarda el corazón?

   ¿Qué me importa jamás saber quién eres,
Astro de cuya luz gozando voy,
Término de mi afán y mis placeres,
Dios que sin fin idolatrando estoy?

   Quienquier que seas, vano pensamiento,
Mujer hermosa que soñando vi,
O recuerdo o tenaz remordimiento,
Ni un solo instante viviré sin ti.

   Si eres recuerdo endulzarás mi vida,
Si eres remordimiento te ahogaré,
Si eres visión te seguiré perdida,
Si eres una mujer yo te amaré.




ArribaAbajoComposición

Leída por los actores en el teatro del Príncipe en los días 6 de Septiembre y 11 de Octubre de 1839.


Hermanos como españoles.




   Hartas ¡oh patria! lágrimas corrieron,
De sangre fraternal hartos arroyos,
De hartos valientes el sepulcro fueron
Charcas extensas y profundos hoyos.

   Hoy, que calmada la sangrienta lucha
Tremolan a la par ambas banderas,
Blando, suspiro en derredor se escucha,
Corren de paz las lágrimas primeras.

   Con ellas, sí, los párpados preñados,
Ha largo tiempo reventar querían,
Mas en la lid los ojos ocupados,
A vista de la sangre no podían.

   Himnos de triunfo y de placer alcemos,
Y ya amigos y libres ciudadanos,
La sangre de esas lizas olvidemos
Que quema el corazón, mancha las manos.

Libres como españoles.
   Libres también como nosotros eran;
No más su mengua tolerar pudieron,
Y helos aquí que con orgullo esperan
Bajo la enseña a que contrarios fueron.

   Tended los brazos, de matar dolidos,
Libres tended las callecidas manos,
Que no hallaréis traidores escondidos
Tras el disfraz de libres y de hermanos.

   Aquí está el trono que amparar debemos,
Aquí la Patria y Religión y Leyes;
Que aquí igualmente repartir sabemos
Libertad a los pueblos y a los reyes.
Generosos como españoles.

   No hay más que un pabellón y una bandera;
Un sol alumbra, un ídolo se adora;
La frente ante él humillan altanera
Ambas huestes, vencida y vencedora.

De ambas la sangre en la montaña humea,
Tumba a entrambas común dio la montaña,
De ambas la sangre con honor se orea,
Que a ambas dio sangre la orgullosa España.

   Ambas al fin de libertad reciben
Sin mengua ni mancilla el blando yugo,
Ambas con leyes fraternales viven,
Y donde no hay traición sobra el verdugo.

   Venid, hermanos; a la par nacimos,
Al par dejamos la contienda fiera:
¿Queréis más? Olvidamos que vencimos;
No hay más que un pabellón y una bandera.

   Aquella antigua raza de valientes
Cuyo brío español sembró el espanto
Por medio de las huestes insolentes
Que atropelló en Clavijo y en Lepanto;

   Los que a Roma absoluta dieron leyes,
Los que sus velas por la mar tendieron
Dando a otro mundo religión y reyes
Hijos de España y nuestros padres fueron.

   Si sujetos a error, como nacidos,
En contienda civil se desgarraron,
Ellos solos en bandos divididos,
Después que se batieron, se abrazaron.

   Hijos de España y con valor nacimos;
Por arreglar nuestras contiendas fieras,
Harto como valientes combatimos;
Pleguemos de una vez nuestras banderas.

   A ello nos brindan con tranquila sombra
De nuestras flores las silvestres calles,
De nuestras mieses la pajiza alfombra,
Y el verde pabellón de nuestros valles.

   Que vale más gozar en la pobreza
Paz que a fuerza de sangre nos compremos,
Que a otro pedir con criminal pereza
La libertad que conquistar podemos.

   ¡Si, ciudadanos, raza de valientes
Cuyo brío español sembró el espanto
Por medio de las huestes insolentes
Que huyeron en Clavijo y en Lepanto,

   No olvidéis que por premio merecido
Esos extraños, de la paz carcoma,
Querrán lo que salvar hemos podido
De las garras hipócritas de Roma!

   No más de sangre bajarán teñidas
Los manantiales que la cumbre brota,
A contar a los pueblos afligidos
En cada infausto triunfo una derrota.

   No más luchando con el rudo viento,
De cuervos roncos agorero bando,
Vendrá a mecerse donde el son violento
Del cóncavo cañón le esté llamando

   No más al rayo de amarilla luna
Vagarán por la noche en la montaña
Las sombras de los héroes sin fortuna
Que gloria piden y sepulcro a España.

   La gloria y el sepulcro que no hallaron
Cuando la vida por su patria dieron;
La gloria y el sepulcro que compraron
Cuando a los pies de su pendón cayeron.

   ¡Víctimas santas! ¡Sombras doloridas
Que insepultas dormís en la llanura,
Ya a través dejan ver vuestras heridas
Un sol de libertad y de ventura!

   Ya podéis sin temor a la vergüenza
Alzar los ojos del sangriento caos;
No queda ya quien huya ni quien venza;
¡Fantasmas de los héroes, levantaos!

   No receléis que al levantar la frente,
Tras rota peña o desplomado muro
Quede algún campesino irreverente
Que os aseste traidor plomo seguro.

   Alzaos, sí; la paz de que gozamos,
Nosotros solamente nos la dimos,
No de extranjera grey la mendigamos,
Que a nadie juez de nuestra gloria hicimos.

   Nuestra es la sangre que en la lid se orea,
Nuestra es la santa ley que obedecemos;
Grande o mezquina nuestra gloria sea,
Obra fue nuestra, y nuestra la queremos.

   ¡Atrás las lises de la intrusa Francia!
¡Atrás los mercaderes de Inglaterra!
Mientras valor nos quede y arrogancia,
No ha de faltarnos libertad ni tierra.




ArribaAbajoA la luna



       Bendita mil veces la luz desmayada
Que avaro te presta magnífico el sol;
Bendita mil veces ¡oh luna callada!
Tu luz, que no enturbia dudoso arrebol.

   En buen hora vengas, viajera nocturna,
Que el mundo en silencio visitando vas,
Esposa que viene constante a la urna
Que guarda los restos del bien que amó más.

   En buen hora vengas, amante Lucina,
En pos de tu bello dormido Endimión,
Celosa asomando la faz argentina
Por ese estrellado y azul pabellón.

   ¡Oh! Miente quien dice que velas traidora
Cubriendo del crimen el réprobo afán,
Que aguardan inquietos tu luz bienhechora
Los que al sol fraguando delitos están.

   No, no eres ¡oh, luna! la lámpara opaca
Que trémula vierte siniestra su luz
En bóveda impura do nunca se aplaca
El alma a quien prensa su losa y su cruz.

   No, no eres la tea que alumbra maldita
Las manchas de sangre de regio panteón,
A cuyos reflejos soñando se agita,
Aun de ella sedienta, rabiosa visión.

   No, no eres la hoguera del gran cementerio
Que guarda el del mando secreto final,
Que en esa morada de sangre y misterio
Sus ráfagas tiende la luz infernal.

   No vienen contigo las voces medrosas
Que hierven y turban la sombra doquier,
No vienen contigo las nieblas odiosas
Que doblan el ruido y nos roban el ver.

   No vienen contigo los vagos ensueños
Que acosan y hieren el ruin corazón,
Las torvas fantasmas de tétricos ceños
Que cruzan los aires en pos del turbión.

   Tú vienes tranquila, fugaz, solitaria,
Cual blanca creencia de casta niñez,
Cual ángel que espía la triste plegaria
Que eleva al empíreo llorosa viudez.

   Tú cruzas el limpio y azul firmamento,
Fanal de consuelo, de paz y de amor,
En alas de suave balsámico viento
Que arruga las aguas y maca la flor.

   Y vienen contigo los sueños de plata,
Las lindas quimeras de antiguo placer,
Las sombras queridas que alegre retrata
La mente, olvidada del duelo de ayer.

   Y vienen contigo las mágicas citas,
Los besos que expiran del labio al salir,
Las bellas historias de efímeras cuitas
Dichas a una reja que temen abrir.

   Y vienen contigo los himnos errantes,
La seña embozada con una canción
Que, atrae a los ojos osados y amantes
Un rostro que aguarda la seña a un balcón.

   Y vienen contigo las dulces memorias,
La audaz esperanza, la gloria inmortal,
Fantásticas luces que van ilusorias
Al soplo expirando de ráfaga real.

   ¡Ah, todo es consuelo, regalo y ventura,
Fanal misterioso delante de ti!
Suspiran las fuentes, el río murmura,
Aquí te gorjean, te arrullan allí.

   Los juncos se mecen, los árboles suenan,
El bosque se puebla de sombras de paz,
Y el aire sonidos dulcísimos llenan
Que lleva invisible la brisa fugaz.

   ¡Luna! Cuántas veces tu luz ha alumbrado
Mi larga vigilia, mi breve ilusión;
¡Luna! Cuántas veces con ella ha sonado,
Perdida en el viento a mi triste canción.

   Y aún cuantas veces allá todavía
En playas remotas tal vez sonará.
Entonces ¡oh luna! la cítara mía
¿Qué oído en sus ayes o risas tendrá?

   Tal vez entre el recio menudo ramaje
Que ciñe del ancho desierto el lindal,
Responda a mis voces un ave salvaje
Huyendo a lo largo del seco arenal.

   Tal vez a la orilla del mar tempestuoso
Tu pálida imagen por él seguiré;
Tal vez con las ondas del mar proceloso
Mis lágrimas turbias mezclarse veré.

   Y acaso mis ojos, del agua que broten
Por entre el ardiente confuso cristal,
Verán, sin que nunca sus fuentes se agoten,
Huir por los cielos tu errante fanal.

   ¡Luna! Si esa noche de angustia llegara,
Si huyera esquivando mi pueblo español,
¡Luna, más valiera que el sol te prestara
Un rayo que apague mi gloria y mi sol!

   Mas no, clara y celeste peregrina,
Luz de los bosques, de los tristes luz,
cuyos rayos el amor camina
E invoca al justo que murió en la cruz.

   No, blanca reina de la turbia noche,
Amiga del cantar del trovador,
Tú que refrescas el modesto broche
Que a tu luz pliega la silvestre flor;

   Tú me darás magníficos cantares,
Grandes como tu Dios y como tú,
Como esos que, del cielo luminares,
Orlan los pabellones de tisú.

   Tú inspirarás a mi sonante lira
El fuego del profeta que lloró
El peligro de Pérgamo y Thyatira,
La rebelde impiedad de Jericó.

   Tibia, modesta, fugitiva luna,
Cuya rápida y trémula ilusión
Pinta el mar y el arroyo y la laguna
En vistosa y flotante aparición;

   De cuya imagen en redor tranquila,
Allá en bosques de conchas y coral,
De errantes peces multitud se apila
Que te besan tu imagen de cristal;

   Tú, a quien un ángel invisible guía
Y millares de estrellas van en pos,
Tú me darás palabras de armonía
Con que cantar la gloria de tu Dios.

   Lejos de mí los velos de esa Diana
Que del bosque en la obscura soledad,
En brazos de un mortal busca profana
Misterios de placer y liviandad.

   Lejos de mí los cánticos impuros
De ese bello y perdido cazador
Que los valles audaz cerró seguros
Con barreras de fábulas de amor..

   Yo te adoro, magnífica lumbrera,
Tan sólo por tu tibia brillantez,
Y no veo en tu espléndida carrera
Más que la mano del eterno Juez.

   Surca ¡oh Luna! esos techos de topacio
Que él te señala por camino a ti,
Mientras que preso en reducido espacio,
Su voz espero cuando venga a mí.

   A mí, que ingrato y prófugo poeta,
Creo en el Dios a cuyo soplo fue
Cuanto en la tierra y en la mar vegeta,
Cuanto no he visto ni jamás veré.

    ¡Ah! Cuando el mundo en su erial desierto
Me dé un lecho de tierra en que dormir,
Y vayan, presa del destino incierto,
Conmigo mis cantares a morir,

   ¡Oh Luna! si en mi túmulo no brilla
De humana gloria la extinguida luz,
Cuelga al menos tu lámpara amarilla
Sobra su rota y olvidada cruz.




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I

       Lanzó al mundo en mitad de las tinieblas
El soplo del Señor, y empezó el mundo
A rodar en un piélago de nieblas,
Cercado del silencio más profundo.
Miró la creación el que la hizo,
Mas no le satisfizo;
Y rasgando sus negras colgaduras,
Sacudió con su planta el firmamento;
Brotó una chispa, se inflamó en el viento,
Y el sol se derramó por las alturas.


II

«Tú girarás, le dijo, eternamente;
Cuatro estaciones marcarás iguales,
Y será tu fanal resplandeciente
Tu sombra de mis ojos inmortales.»
Giró el sol, y a su vista, alborozado
El mundo iluminado,
En himno universal rompió sonoro,
Y cuanto tuvo un soplo de existencia
Exhaló sonoroso en su presencia
Música dulce en acordado coro.


III

   Mecióse el mar con colosal murmullo,
El viento resonó por las montañas,
Murmuró el bosque soñoliento arrullo,
E hirió el arroyo sus sonantes cañas.
Ensayaron sus cánticos las aves;
Armoniosos y graves,
Los acentos del hombre resonaron;
Y con notas más roncas y severas,
Su voz alzaron sin compas las fieras,
Y los ecos salvajes la imitaron.


IV

   Fuente de luz y manantial de vida,
El sol fecunda nuestra madre tierra,
Y en arroyos al llano convertida,
Vierte la nieve que apiló en la sierra.
Brotan a su calor hierbas y flores;
Sus manchas y colores
Da a cuanto dora con su lumbre pura,
Y mil insectos que las auras hienden,
A separar solícitos atienden
Del semen virgen la semilla impura.


V

   Mas o vacilan mis cansados ojos,
o yo he visto en Oriente y en Ocaso
Lagos de sangre, cuyos pliegues rojos
Al sol alfombran el gigante paso.
Y jamás comprendió mi entendimiento
El misterio sangriento
Que ese color del horizonte vela;
Y por más que lo pienso y lo medito,
Nada el arcano que conserva escrito
Ese renglón de sangre me revela.


VI

   He visto al sol posarse en el Oriente
Al derramar su esplendorosa lumbre,
Y le he visto posar en Occidente
Al transponer la postrimera cumbre.
Magnífico a su vuelta y su partida,
Su marcha y su venida
Mudo y absorto cada vez contemplo;
Él recoge sus rayos o los suelta,
Y siempre a su venida y a su vuelta,
De Dios concibo al universo templo.


VII

   Sí, siempre posa un punto en el Oriente
Y otro punto al doblar la última cumbre;
Mas siempre ciñe en su alba y su occidente
Banda sangrienta su radiante lumbre.
Entrambos los crepúsculos clarear,
Mientras al sol rodean
Ráfagas anchas de color sangriento;
Y al irse y al venir, su última tinta
Ese triste color siniestro pinta
En el confín del azulado viento.


VIII

   ¿Qué guarda ese rojizo cortinaje
En los remates de la luz prendido?
¿Un torbellino no hay que le desgaje
Si a alcance de los vientos va perdido?
Si es un vapor que se desprendo lento,
Espeso y turbulento
De la esencia del sol, en su camino,
¿No hay solícito un ángel cuyo brazo
Arranque de la luz ese pedazo
Que mancha al sol su resplandor divino?


IX

   Si es de los aires ilusión dudosa,
Que la distancia en el azul suspende,
¿Por qué no pinta su ilusión de rosa,
Y no ese rojo pabellón que ofende?
¡Necio de mí, gusano de la tierra,
Que quiero lo que encierra
Saber el mundo en su invisible centro,
Y demando a su autor omnipotente,
Cuando nací a adorarle solamente,
Y para amarle por doquir le encuentro!


X

   Al hundirse la luz detrás del monte,
Sorbida entre las nubes y las breñas,
Lumbre vomita el trémulo horizonte,
Que en sangre tiñe las enormes penas.
Faja de sangre, inmensa banderola
Que en su alcázar tremola
El que hizo el mundo de ceniza vana,
Cual rojo lienzo que pirata osado
Despliega ante el bajel atribulado
Que a todo trapo por huir se afana.


XI

   Que era el sol un espejo transparente
Donde el Señor su creación veía,
Y desde él derramaba, omnipotente
Dulce vida de amor y de armonía.
Y hubo un instante en que, amoroso, quiso
Al hombre abrir su santo Paraíso
Tras aquella existencia de ventura:
Mas a Dios usurpando su derecho
De deshacer lo hecho,
Sangre vertió la necia criatura.


XII

   La tierra se manchó; Dios, indignado,
Quitóse del cristal, y su reflejo,
Con los ojos de Dios iluminado,
Pintó la mancha y sombreó el espejo.
Volvió asimismo Dios al sol mandando:
«Tú seguirás rodando;
Su raza alumbra y que lidiando crezca;
La tierra empape con su sangre impura:
Mas cuando quede con la sangre obscura,
No la reflejes más, y que perezca.»


XIII

   Dijo Dios, y cerróse en su santuario,
Y al rudo golpe que sus puertas dieron,
La madre tierra, con impulso vario,
Monstruos sedientos de matar cubrieron.


XIV

   Nin, Nembrot, Sesostris y Cambisos,
De sangre a Egipto con furor regaron;
Alejandro, Conón, Jerjes y Ulises,
En sangre a Grecia sin piedad bañaron.
Grecia tragó al Egipto, a Grecia Roma,
Y en Roma, que desploma
Sus legiones doquier, y ansiosa apila
Montones de coronas sin cabezas,
Metió a pisar su gloria y sus grandezas
Su negro palafrén el torvo Atila.


XV

   ¡Y eso es la gloria, y las hazañas eso!
Los héroes nacen, y la tierra tinta,
Por do queda su pie con sangre impreso,
La negra mancha en el espejo pinta.
Venid, guerreros, degollad sin tino,
Que el sol va su camino
La luz menguando, sin cesar siguiendo,
Y cada estatua a vuestra gloria alzada,
Es una sombra que la luz menguada
Del moribundo sol va carcomiendo.