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ArribaAbajoLa Virgen al pie de la Cruz



    Stabat Alater dolorosa
Juxta crucena lacrymosa
Dum pundebat Filius.





       Velaba entonces el cielo
Su lumbre en opacas nieblas,
Y, crespón de tanto duelo,
Tendió la sombra en el suelo
Anchos pliegues de tinieblas.
   Ni un pájaro por el viento,
Ni una fiera por la roca,
Ni entre el musgo amarillento
Asoma reptil hambriento
La desenterrada boca.
   Ni el ronco mar a lo lejos
En sordo tumulto brama,
Vibrando en turbios espejos
Tornasolados reflejos
Que por la playa derrama.
   Ni una brisa, ni un gemido
El aire pesado encierra,
Que, doliente y abatido,
Yace sin fuerzas tendido,
Las alas contra la tierra.
   Grupos de nubes impuras,
En la alta región inmobles,
Ciñen en bandas obscuras
La lumbre de las alturas
Con sus cortinajes dobles.
   Ráfaga de luz sangrienta,
El negro ambiente cruzando,
Amaga pronta tormenta,
Una natura alumbrando
Dormida o calenturienta.
   La rosa que el aura riza
Se dobla en el tallo seca,
Y de la hierba pajiza
Sostiene la raíz hueca
Campo estéril de ceniza.
   Y del desierto a la entrada,
En torpe paso el Jordán
Arrastra el agua pesada;
Una con otra amarrada,
Sin ruido las ondas van.
   Y en los anchos arenales,
Por donde las ondas crecen,
Los penachos desiguales
Saludándolas no mecen
Palmas y cañaverales.
   Todo entre sombras callaba;
El mundo, en reposo inerme,
Curioso se contemplaba,
Cual de despertar acaba
Un hombre, y duda si duerme.
   Víanse al lejos enhiestas,
Cerrando los horizontes,
En dobles hileras puestas,
Las enmarañadas crestas
De los escarpados montes.
   Entre los troncos desnudos
Alzando las blancas losas,
Los esqueletos agudos
Sacaron, de asombro mudos,
Las calaveras medrosas.
   Ninguno osó preguntar
Lo que era triste saber;
Ninguno acertó a dudar
Lo que salió a contemplar
Y alcanzó temblando a ver.
   Allí Adán el pecador
Asomó el gesto confuso
Mirando en su derredor;
De rodillas, de pavor,
Sobre la piedra se puso.
   -¿Es esa mi raza?..., dijo
Hiriendo la calva frente,
Y llorando se maldijo,
A su Dios mirando fijo
En un palo entre su gente.
   Secos, vacilantes, flojos,
Malditos en él también,
Los otros yertos despojos
Volvieron hacia Salén
Los sin luz cóncavos ojos.
   Allá en la vasta llanura
Está la impía ciudad,
Como meretriz impura
Que falsa ostenta hermosura
Merced a la obscuridad.
   Y el Gólgota misterioso
Levantado detrás de ella
Entre ufano y vergonzoso,
Con un suplicio horroroso
Rota la frente, descuella.
   Estaba en honda agonía
Al pie de la cruz llorosa
La Madre Virgen María,
Y de la cruz afrentosa
El Hijo muerto pendía.
   Desgarrado el santo pecho,
Herido y alanceado,
Y en el madero derecho
Desconocido y deshecho
El cuerpo descoyuntado.
   Tan rasgadas las heridas
De ambos pies y de ambas manos,
Que cayeran divididas
A no estar tan sostenidas
En brazos tan soberanos.
   Y porque culpa tan fea
Ofrenda tan santa borre,
La hirviente sangre gotea,
Y en el peñasco en que corre,
Avaro el viento la orea.
   Allí, por tierra postrada,
Moribunda y desolada
La castísima María,
Con el suplicio abrazada
La ardiente sangre bebía.
   Y parado el mundo entero
Asombrado la miraba,
Que sola en dolor tan fiero
A su Dios muerto lloraba
Al pie del santo madero.
   -¡Ella llora, y yo pequé!.....
¡Madre amorosa, perdón,
Que yo le crucifiqué,
Yo su sangre derramé
Y manché la creación!
   Yo le robé de tus brazos
Sin respeto a su deidad;
Le até con estrechos lazos
Para arrancarle, es verdad,
Las entrañas a pedazos.
   Y tú, Madre, en tu dolor
Mesándote los cabellos,
Al verdugo matador
Tendiste los brazos bellos,
Demandándole favor.
   Por templar su sed rabiosa,
Tú, Madre de Dios bendita,
Pálida la faz de rosa,
Te prosternaste llorosa
Ante la raza maldita.
   -No humana, de tigres fue;
Que si te vieron acaso
Los hombres en quien pequé,
Cual brezo que estorba el paso,
Te apartaron con el pie.
   ¡Tú hollada, Virgen, así!.....
¡Tú, que pisas de rubí
Vistosa, viviente alfombra,
Y besa el ángel tu sombra
Si pasa cerca de ti!
   ¡Tú, de estrellas coronada,
Del ardiente sol vestida,
Y de la luna calzada,
Tan triste y tan dolorida
Por raza tan condenada!
   ¡Tú llorando, Madre mía,
Cuando una lágrima tuya
El mundo rescataría,
Cuando el tiempo le concluya
En el postrimero día!
   ¡Tus ojos llorosos tanto
Cuando al sol prestan su luz!
¡Oh Madre, por tal quebranto!
Que me salve a mí tu llanto
Al pie de la santa cruz!
   Yo tengo un recuerdo
De edad más dichosa;
Tú, Madre amorosa,
Lo sabes tal vez.
Entonces alegre,
De afanes segura,
Soñaba ventura
Mi loca niñez.
   Brindábame entonces
La vida placeres,
No vi en las mujeres
El mal del amor.
Reía y cantaba
Un día, otro día,
Y siempre el que huía
Tornaba mejor.
   Que aun no me acosaban
Mis débiles años
Con duelos y engaños
De vana amistad;
Aun no de mis horas
De paz y esperanza
Rompió la balanza
La estéril verdad.
   El aire era un velo
De ricos colores,
Brotaban las flores
A impulso del sol;
La noche tranquila
Que en paz me velaba,
Del cenit colgaba
Su turbio farol.
   La vida era un sueño
Ligero y flotante;
Fingí delirante
Del mundo un jardín,
Creí que los días
Que pasan huyendo
Felices volviendo
Serían sin fin.
   Entonces ¡oh Madre!
Recuerdo que un día
Tu santa agonía
Contar escuché:
Contábala un hombre
Con voz lastimera;
Tan niño como era,
Postréme y lloró.
   El templo era obscuro
Vestidos pilares
Se vían, y altares,
De negro crespón;
Y en la alta ventana
Meciéndose el viento,
Mentía un lamento
De lúgubre son.
   La voz piadosa
Tu historia contaba;
El pueblo escuchaba
Con santo pavor.
Oía yo atento,
Y el hombre decía:
«Y ¡quién pesaría
»Tamaño dolor!
   »El Hijo pendiente
»De cruz afrentosa,
»La Madre amorosa
»Llorándole al pie...»
El llanto anudóme
Oído y garganta;
Con lástima tanta,
Postréme y lloré.
   La voz conmovida
Seguía clamando,
El viento zumbando
Seguía a la par;
El pueblo lloraba
Postrado en el suelo,
Contaba tu duelo
La voz sin cesar.
   Mi madre, a sus pechos
Mi pecho oprimiendo,
Posaba gimiendo
Sus labios en mí;
Y yo, Santa Virgen,
En son de querella,
No sé si por ella
Lloraba, o por ti.
   Tu imagen estaba
Doliente a mis ojos,
Mi madre de hinojos
Oraba a tus pies:
Por quién lloró entonces
Mi pecho afligido,
Ya nunca he podido
Saberlo después.
   ¡Mi madre tan joven,
Tan bella y penada!
¡Mi madre adorada
Llorando también!
Perdón ¡oh María!
Soy hijo y la adoro,
Su aliento y su lloro
Quemaban mi sien.
   Convulso, agitado,
En ámbito estrecho
Latir en su pecho
Sentí el corazón;
El niño creía
Y oró al Crucifijo.....
El niño era hijo
Y ahogó su oración.
   Ha poco, en mis horas
De cuita y de duelo,
Amparo en el cielo
Con ansia busqué;
Tu nombre me trajo
Mi fe solitaria,
Y en honda plegaria
Tu nombre invoqué.
   Que yo también lloro
Mundanos pesares,
También tengo altares,
Y fe y religión:
Que el gozo y la risa
Que ostento en la frente,
Del alma doliente
La máscara son.
   ¡Ay, triste! Olvidado,
No hallé en mi abandono
Más luz que tu trono,
Más paz que tu amor;
Y ciego y perdido,
Sin lumbre y sin guía,
A ti te pedía
Llorando, favor.
   A ti que llorabas
El día tremendo
Que viste muriendo
Al Dios de la luz:
¡Oh Madre, que el día
De cuentas y espanto
Me salve tu llanto
Al pie de la cruz!
   ¡Madre mía! Si en tu cielo
Se oye el murmullo mundano,
Y mi cántico liviano
En su cóncavo sonó;
Si la estéril armonía
Llegó a ti del arpa loca,
Y los himnos que mi boca
Sacrílega murmuró;
   Tiende los divinos ojos
¡Oh Madre! desde la altura,
Que es polvo la criatura;
Cieno y nada encontrarás;
Que en la senda de la vida
Cada paso que adelanta,
Más débil la torpe planta,
Se acerca a su nada más.
   Acuérdate, Madre Virgen,
Que allá en la niñez tranquila
Por ti la clara pupila
Con mis lágrimas nublé;
Que hubo un día en que, escuchando
La historia de tus pesares,
Delante de tus altares
Acongojado lloré.
   Olvídate, que insensato,
Sin curar de tus dolores,
Canté profanos amores
Del arpa lúbrica al son;
Acuérdate que, nacido
De flaca y terrena gente,
Tengo de tierra la mente,
Y de tierra el corazón.
   Acuérdate, Madre mía,
Que nací niño y desnudo,
Y que hoy a tus pies acudo,
Mi nada al reconocer;
Que mi lengua irreverente
Cambia en himnos inmortales
Los cánticos criminales
Que alzó delirando ayer.
   Pues mi postrera esperanza
En tu noble amparo fijo,
Ruega ¡oh Madre! por un hijo
Al Dios que engendró la luz.
Y en aquel tremendo día
De justicias y de espanto,
Que me salve a mí tu llanto
Al pie de la santa cruz.




ArribaAbajoNapoleón


   «No hay más que yo; dobléguense las leyes
Ante la ronca voz de mis legiones;
Romperé el áureo cetro de los reyes
En su espantada frente a las naciones»


D. JUAN DONOSO CORTÉS.                





I

       Dos gigantes los siglos nos trajeron,
Los dos en el desierto se encontraron;
Cuando grandes los dos se concibieron,
De hito en hito los dos se contemplaron.

       Sentóse el hombre al pie del monumento,
Y el monumento dijo: Éste es el hombre;
Y el hombre, al ver desde tan alto asiento,
Esta es, dijo, la cifra de mi nombre.

      De sus cañones el discorde arrullo,
Su altivo ser le trajo a la memoria.
«Aquí debí nacer», dijo su orgullo;
«Aquí debo morir», dijo su gloria.

       Con sus ojos midió la vasta mole,
Y murmuró pasándolos al cielo:
«Quien allí su bandera no enarbole,
»Una oruga no más será en el cielo.

       »¡No valen cien coronas una estrella,
»Ni valemos un sol todos los reyes!
»Que el tiempo airado la cerviz nos huella,
»El sol alumbra, y queman nuestras leyes.»

       Unos grandes, allí su tumba abrieron,
E intentarlo era grande solamente;
Mas pensar, en su orgullo, no pudieron,
Que era sólo a sus pies tender la frente.

       Allí depositaron sus despojos,
Por guardarlos así de ojos humanos,
Porque al mirar su tumba humanos ojos,
Se creyeran imbéciles o enanos.

       «¡Aquí está Napoleón!», dijo pasando
De la inmensa pirámide las puertas;
Y las momias de Egipto, despertando,
Miraron por las urnas entreabiertas.

       Las huecas calaveras, asombradas,
El gesto innoble a Napoleón tornaron:
«¡Aquí está Napoleón!», y atrailladas,
En derredor del vivo se juntaron.

       Inclinaron las pardas osamentas
La seca frente y los desiertos ojos,
Para oírle, y cayeron macilentas,
A su tremenda voz, todas de hinojos.

       Contó los esqueletos transparentes,
El vivo con los suyos triunfadores,
Y unió a los nombres de las calvas frentes,
Sus vasallos, monarcas o señores.

       Y no encontrando a su grandeza leyes,
Gritó, hiriendo los huesos con la planta
«Yo soy emperador. ¡Fuera los reyes!»
Y su brillante voz la turba espanta.

       Revolvió entonces la imperial mirada.....
Nada en el ancho cóncavo vivía.
Sólo su desdeñosa carcajada
Entre las tumbas resbalar se oía.

       Grabó su nombre colosal en ellas,
Sello gigante de gigante gloria;
Porque, agobiado con sus hondas huellas,
Libro fuera el desierto de su historia.

       Salió del corpulento cementerio,
Diciendo a los cadáveres hollados:.
«Napoleón vino a visitar su imperio.»
Y en el desierto entró con sus soldados.

       Las sombrías pirámides le vieron
Cruzar el arenal con pie tranquilo;
Y allá a lo lejos saludarle oyeron,
Con asombrado adiós, al ronco Nilo.


II

       El hombre no existe ahora,
Que el tiempo, al plegar las alas,
La lámpara de la vida,
El aire azotando apaga.
Las moles allí quedaron;
Y las osamentas calvas,.
En las urnas todavía,
La voz del ángel aguardan.
Ellas descansan tranquilas
En su portentosa estancia,
Que las cobija orgullosa
Como ataúd y montaña;
Y él duerme al pie de una roca,
Entre las ondas amargas,
Donde su nombre salpican
Las espumas y las algas;
Porque la isla compasiva
Le recogió en sus entrañas;
Donde con su peso abruma
La lápida hospitalaria
Al que quiso alzar el cielo
Sustentándolo en la espalda.
¿Quién es el gigante ahora?
¿Quién de los dos es la página,
Las moles de aquel desierto
o el nombre de las batallas?
Sobre ambos, los huracanes
Mugiendo y quemando pasan;
En ambos, el mismo cielo
Su noche y su luz derrama;
Ambos yacen solitarios,
Sin antorchas y sin guardas,
En palacios de reptiles,
Que en torno lentos se arrastran,
Sin respeto a su grandeza
Ni noticias de su fama.

       «¡Aquí está Napoleón!», dice su nombre,
Sobre las moles del desierto escrito;
Y donde alguna vez firmó aquel hombre,
Todo nombre mortal quedó proscrito.

       Delante de su nombre, anonadados,
Se olvidan hoy cuantos la tumba encierra,
Y su gloria y poder, desesperados,
Envidian los monarcas de la tierra.
Miró al nacer la miserable gente
A que el destino su destino amarra;
Y viéndose león, alzó la frente
Mostrando al mundo la robusta garra.

       El mundo se humilló despavorido,
Y al rastro de su pie le ató altanero;
El mundo entero sorprendió atrevido,
Y un pueblo echó sobre él el mundo entero.

       Numeró sus millones de soldados
Y trepó vencedor a la montaña;
Contó allí nuestros pueblos descuidados,
Y entre los suyos dividió la España.

       Bajó osado y alegre a la llanura,
Como a la fiesta va galán mancebo,
Avaro de la sombra y la frescura
De su soñado territorio nuevo.

       De este jardín que coronó de flores
Pródiga y perfumada primavera,
Do marcan el compás los ruiseñores
Del paso del arroyo en la pradera.

       Donde brota entre juncos y espadañas,
Para dar sed, la fuente cristalina,
Y crece, al pie de las pajizas cañas,
Rica de olor, la rosa purpurina.

       Donde el ardiente sol que nos da el día
Tiñe la tez, los ojos y el cabello
De la altiva morena que daría,
Antes que al yugo, a la cuchilla el cuello.

       Pero en vez de las zambras bulliciosas
Y de lindas bellezas orientales,
Entre guirnaldas encontró de rosas
Hierros de lanzas y hojas de puñales.

       Pirámide más dura que el desierto
Le mostró nuestro suelo en sus jardines,
Que supimos aquí doblar a muerto
Con copas de cristal en los festines.

       No tiene, no, el león de ambas Castillas,
La doble garra por adorno vano;
Pirámides de lanzas y cuchillas
No admiten nombre, ni buril, ni mano.


III

       ¡¡Paz al coloso!! Formidable sombra,
Tal vez mi lengua te insultó importuna
No te ladra mordaz cuando te nombra:
Sólo quien te rindió fue la Fortuna.

       Tú bien sabías que la inmensa mole
Que no llenan los hombres, es el cielo;
Quien allí su bandera no enarbole,
Una oruga y no más será en el suelo.

       Él te enseñó que los colosos huella
El tiempo, al fin, con iracundas leyes;
Que cien tronos no valen una estrella,
Y no valéis un sol todos los reyes.

       Dijiste: «Soy el grande de la tierra;
«No tengo en ella ya digno enemigo.),
Grande mi patria, te llamó a la guerra;
Porque eras grande tú, lidió contigo.




ArribaAbajoA los individuos artistas del Liceo




Noviembre de 1837




I

       Allí está lo que el mundo llama mundo,
Arrastrándose imbécil por la tierra;
Ese reptil raquítico e inmundo
   Que en el sepulcro su ambición encierra.
Allí está con sus circos y jardines,
Vano de amor y espléndido de amores,
Mal envuelto entre farsas y festines,
Como esqueleto entre marchitas flores.
   Vestido está de alcázares y escudos;
Mas, torpe esclavo de egoístas leyes,
Lleva sus pueblos a danzar desnudos
En derredor del lujo de sus reyes.
   ¡Vano placer! ¡Quimérica algazara!
¡Flor de una aurora sola y pasajera!....
De cerca, un cementerio nos mostrara
Al resplandor de moribunda hoguera.
   Los hombres de ese mundo no son hombres,
Las mujeres de allí no son mujeres;
Ellos cubren su nada con sus nombres,
Y ellas no tienen más que sus placeres.
   Cuando Dios, que les dio el ánima noble,
Las ánimas demande enfurecido,
Su ángel, de hinojos, con vergüenza doble,
Señor, contestará, ¡las han perdido!
Autómatas que viven porque viven,
Hoy al rumor de estrepitosa orquesta,
El ajeno renombre que reciben
Llevan como sus padres a una fiesta.
   Contentos con sus vanos oropeles,
Atraillando al cuerpo el pensamiento,
De un heredero nombre hacen laureles,
Gloria y valor del alto nacimiento.
   Cielo es para ellos el azul que miran,
Es la tierra un inmenso anfiteatro,
Y ellos, que en esa atmósfera respiran,
Los actores, tal vez, de ese teatro.
   Y en tanto que en sus necias pantomimas
Se gozan, y en estúpidos placeres,
Canta el poeta en gigantescas rimas
El ser tremendo que abortó los seres.
   Pinta el pintor el cielo y los colores,
Arrebata la luz al mediodía,
Y el músico, a los vientos bramadores,
A las aves y fuentes, la armonía.
   Hijo de rey, conquista su corona;
Hijo de Dios, como su Dios concibe;
Que con sus obras su nobleza abona,
Y no infama su estirpe mientras vivo.
   Noble es el grande, y grande es el valiente,
Quien, por ser como Dios, como Dios crea.
Ése es el noble que alzará la frente,
Trepando al sol hasta que sol se crea.
   Ése a la tumba bajará ignorado,
Ése en la tierra vivirá mendigo,
A ése nada los hombres le hemos dado;
Su padre, que fue Dios, será su amigo.
   Y cuando Él, que le dió el ánima noble.,
Las ánimas demande enfurecido,
Dirále el ángel con orgullo doble:
Hombre le hiciste; ángel le he traído.

       Es grande quien nace esclavo
Y baja al sepulcro rey,
Cambiando, altivo, en diadema
Los hierros que atan sus pies.
Es grande el hombre de polvo,
Que meditando en su ser,
Del sol envidia los rayos
Por brillar tanto como él.
Quien en un cuerpo mezquino
Un alma gigante ve,
Y hacer lo que Dios pretende
Porque hijo de Dios se cree.
Quien sintiéndose con alas,
Se arroja el viento a romper,
Y va osado a las estrellas
A preguntarlas quién es.
Ése es el grande y el noble,
Ése es el hombre por quien
Hizo un Dios en siete días,
Del cielo un ancho dosel,
De toda la tierra un trono,
De una existencia un placer,
Del sol una eterna hoguera;
Y apenas el hombre fue,
Tendió el mar en la llanura
Por alfombra de sus pies.
No es noble ¡viven los cielos!
Quien muestra un viejo broquel
Por sus abuelos ganado,
Que derribando a cercén
La cabeza de algún moro,
Le hicieron suyo después,
Dividiéndole en cuarteles
Los heraldos para él.
No es noble quien pasa el día
Encerrado en un harén,
Entre eunucos y mujeres,
Como impúdica mujer;
Guardando del sol la frente
Y de la arena los pies,
Con un altar y un serrallo,
Y el alma estéril, sin fe.
No es noble quien cuenta ufano
En su alcázar, cinco, diez,
Veinte nombres en hilera
Colgados en la pared,
Al pie de veinte retratos
De veinte nobles con él.
No son la virtud y el genio
Cetro y corona de rey,
Ni se heredan como escudos,
Que el oro compra también.
Los escudos enmohecen,
Los tronos pueden caer,
Pero la virtud y el genio
Se levantan de una vez,
Eternos como su estirpe,
Que sólo Dios les da el ser.



II

       Nobles, al cielo subiréis vosotros,
Con esa gloria que buscáis inquietos,
Y aquí en la tierra dejarán los otros
Sus armas, y detrás sus esqueletos.
   Que empieza en el sepulcro vuestra gloria,
Que hoy el mezquino mundo menoscaba,
Porque el placer del mundo y su memoria
Llega a la tumba, y en la tumba acaba
   Ellos la suya comprarán con oro,
Porque su mármol su nobleza abona;
La vuestra, en vez de mundanal decoro,
Sólo un nombre tendrá y una corona.
   En ella colgarán vuestros laureles,
Porque duerma tranquila la cabeza,
Y al pie pondrán el arpa y los pinceles,
Que al mundo contarán vuestra nobleza.
   Vuestra nobleza, mágicos pintores,
Que de la creación rasgando el velo,
Formáis como Jehová luz y colores
Para vestir la lobreguez del suelo.
   Él ocultó la voz de la armonía
En el torrente y en la selva en vano;
Allí, músicos, fue vuestra osadía
A sorprenderla con robusta mano.
Alzáronse al Señor templos y altares,
Y allí fueron poetas y pintores;
Vosotros la ensalzasteis con cantares
Porque os dieron su voz los ruiseñores
   Los ángeles le cantan en el cielo,
Y le cantáis vosotros en la tierra,
Mientras de hinojos en el sacro suelo,
Escucha humilde el hombre, ora y se ate
   Un solo libro nuestra Iglesia tiene,
Que poetas cantaron y escribieron.....
O al alma Dios de los poetas viene,
O ellos un Dios en su cantar mintieron.
   No importa que hoy ignorados
Crucéis el desierto mundo,
Sin corona y sin blasones
Que doren el nombre obscuro;
Que ley es morir mañana
Que, a todos Dios nos impuso,
Y después de vuestra muerte
Cercarán vuestro sepulcro
Los que aborrecen en vida
Y al grande envidian difunto.
Perros que ladran cobardes
En torno un toro robusto,
Que yace rendido en tierra
Acogotado entre muchos.
Los que aman oro en la tierra
Y de sus honras el humo,
Ladran a los pies del genio,
Sin que sus gritos agudos,
Al tocar en sus oídos,
Turben la paz de su orgullo.
Y si a envidiar van sus rayos
En derredor de su túmulo,
No temáis, no, para entonces,
Porque sus ojos confusos,
Si osan mirar vuestra lumbre,
Han de cegar a su impulso.
Pues aunque a despecho brille
Del alma imbécil de muchos,
Ocultarla podrán todos,
Pero apagarla ninguno.




ArribaAbajoEl Amor y el Agua




El Amor

       -Pues en ti, fuente, se mira
Porque su beldad retrates,
Y los rayos de sus ojos
Reverberan tus cristales,
Deja, fuente, que los míos
Agua en tus aguas derramen,
Que las aguas con las aguas
Se borran o se deshacen:
Porque si sueltos dejara
Entrambos a dos raudales,
Pusieran fuego a la tierra
Según al verterlas arden.
Y al menos, como en tus ondas
No han de quedar sus señales,
El consuelo de no verlas
Hará que menos amarguen.
Como a ella, pues, la duplicas
Sus contornos celestiales,
Haz, reflejando mi duelo,
Que yo mismo me acompañe.
Engáñame con mi sombra
Porque yo mismo me engañe
Pensando que lloran dos,
Uno en mí, y otro en mi imagen.
Porque tú no sabes, fuente,
Cuánto endulzan los pesares
Las lágrimas de otro triste
Que llora duelos iguales.
   Pero ya que no me guardas,
Por traición o por desaire,
Sobre tus aguas sus formas
Porque yo aquí no las halle,
Deja que, llorando en ellas,
Que salga al jardín aguarde,
Por verla pasar de lejos
Aunque indiferente pase,
Pues he de ser tan humilde
Y tan respetuoso amante,
Que porque no la dé enojos
El disgusto de encontrarme,
He de volverme de espaldas
Mirando hacia tus cristales.
Pero prométeme, fuente,
Que si por fortuna sale,
Cuando yo mire tus ondas,
Tus ondas me la retraten.
   Así a tu blando murmullo
Enajenadas las aves;
A compás del agua trinen
Enamorados compases;
Así juguetonas vengan
En tu corriente a bañarse,
Robando al alba matices
Que por tus espejos cambien.
Y tantas a verte acudan,
Que cuando el sol se levante
Piense que, en vez de rocío,
Las nubes lloraron aves.
Así te arrullen las hojas
Que tapizan esos árboles,
Porque no sientan las flores
Que si te adormeces, calles.
Así en ti las flores viertan
El bálsamo de sus cálices
Brotando de hoy a porfía
En tus bordes a millares.
Y así cayendo tus aguas
Desde la taza de jaspes,
A gotas las tornasole
El rojo sol de la tarde,
Y partiéndolas en hebras
Cuando como espejos salen
Las rico, columpie y trence
Suelto y revoltoso el aire.




El Agua


       -Bien pensé, Amor, que eras loco,
Mas no que tan loco fueses
Que buscaras en mis ondas
Tus hermosuras rebeldes.
Si las hermosas se miran
En el cristal de las fuentes,
Es porque el perfil se borra
Cuando el lindo rostro vuelven.
Que si en el cristal quedaran
Sus imágenes perennes,
Por celos de aquella copia
No se asomaran a verse.
Vano consuelo es que quieras
Ver la tuya en mi corriente,
Para que viendo tu sombra,
Con tu sombra te consueles.
Porque si tal es el fuego
Que tus turbios ojos vierten,
Tal hará que hierva el agua,
Que tu sombra no refleje.
   Mas si al jardín, como dices,
Por tu ventura saliere,
Que la has de volver la espalda
Si te lo persuades, mientes.
Que, o por postrarte a sus plantas
O porque mejor te viere
Iráste loco tras ella
Aunque de verte la pese:
Y si te pinto su imagen
En mis aguas transparentes,
Acaso en tu desvarío
Tanto por ella te ciegues,
Que para abrazarla osado,
Por mis ondas atropelles,
Confundiendo ambos retratos
Con barros, algas y peces.
   No extrañes que tal te diga,
Amor, si oírme te ofende,
Que, según lo que deliras,
No es extraño que tal piense.
Y has de saber, pues en premio
De mi compasión me ofreces
Que sol, aves, hojas, flores,
Amorosas me requiebren,
Que aunque tú no lo mandaras,
En esto ellas te obedecen:
Pues si las aves me trinan,
Es porque mis aguas beben;
Si los árboles me arrullan,
Es porque yo les remede;
Si las llores me embalsaman,
Porque mis aguas las rieguen;
Y si el sol me tornasola,
Es porque yo le refleje;
Y el aire es tan galán mío
Que imposible me parece
Que ondular puedan mis hebras
Sin que blando me las bese,
Y revoltoso jugando,
Las rice, columpie y trence.




ArribaAbajoA la muerte de.....



       ¿Qué te harás sola en el sepulcro lóbrego,
Sin oír las palabras de un amigo?
¡Si al menos ¡ay! los días que me restan,
   Bajo la húmeda losa
   Pasara yo contigo!
   Yo cubriría con mi cuerpo el tuyo
Cuando la lluvia fría penetrara'
La piedra que te oculta de mis ojos,
Y el cierzo de la noche
   Tus sienes no tocara.
   Y mis manos la hierba arrancarían
Que creciera en la tumba abandonada,
Y alejaría el fétido gusano
   Que se arrastrara hambriento
   Con su sorda pisada.
   Mas tú, ¡alma mía!, por tus rubias trenzas
Bullir le sentirás y por tu frente
Sin poder rechazarle, mientra el hombre
   Contemplará tu tumba
   Con ojo indiferente.

   ¡Si al fin quedaran las almas
Velando el difunto cuerpo,
En pláticas amorosas
Con las almas de otros muertos;
Si al fin así descansaras
Bajo el pabellón del cielo,
Sin que el tumulto del mundo
Turbara nunca tu sueño;
Si el amor que se hubo en vida
Muriera en el cementerio,
Y no hubiera en otro mundo
Memoria del mundo nuestro!.....
Mas ¡ay! que vendrán los hombres,
Falsas plegarias mintiendo,
Todos los años un día
A visitar vuestro lecho.
Vendrán con sus oropeles,
Sus farsas y devaneos,
La vanidad en el alma,
La vida en el pensamiento.
No a mullir vuestras almohadas,
No a daros santos consuelos,
Derramando en vuestras tumbas
Las flores de los recuerdos;
No a reconocer su nada
En los despojos del tiempo,
No a ver lo que sois vosotros,
Para ver lo que son ellos;
Que aunque un espejo es la tumba,
Cubrir su cristal supieron
Con velos de mármol y oro,
Cuyo cortinaje espeso,
Robando al cristal las luces,
Impide que, a sus reflejos,
El vidrio fatal les pinte
El polvo donde nacieron.
No; que vendrán a deciros
Que han mentido en otro tiempo,
Cuando al daros un sepulcro,
«Dormid en paz», os dijeron.

       Mas habrá un cielo, por dicha,
Detrás de ese cielo azul,
Donde irán, paloma mía,
Los que mueren como tú.
Allí viviréis tranquilos,
En alcázares de luz,
Con los ángeles que velen
Por vuestra santa quietud;
En pabellones de estrellas
Alfombrados de tisú,
Libres de ingratos recuerdos
De la desdicha común;
Porque al abrirse las puertas
Del misterioso ataúd,
Hallan paz, vida y contento
Los que mueren como tú.

       Que fresca brisa serena
Halague tu casta sien,
Del bello jardín de Edén,
¡Oh purísima azucena!
Duerme pacífica, sí,
En un lecho de alelí
Que te formen para ti
Los ángeles del Señor;
Y en un porvenir risueño,
Duerme, duerme, dulce dueño,
Y que te vele tu sueño
Un espíritu de amor.

       Y dé placer a tu oído,
Susurrando mansamente,
De alguna encubierta fuente
El misterioso rüido.
Y en tus ensueños de paz
Te preste grato solaz,
Con su armonía fugaz,
Algún lejano laúd;
Y por tu mente resbale
Aérea ilusión que iguale
De blanca luna que sale
A la transparente luz.

       Mientra en brazos del destino
En las tinieblas que estoy,
A ciegas buscando voy
De tu morada camino.
Y pasan las horas mías
Como turbias ondas frías
Que sus revoltosos días
Sañudo invierno formó;
Como barquilla que mece
Ruda tormenta que crece,
Cual se agosta y desparece
Flor que en la nieve brotó.




ArribaAbajoLa orgía



       La sombra nos cobija
Con su tapiz de duelo;
Cansado ya del cielo,
El sol se hundió en la mar.
El mundo duerme imbécil,
Vacilan las estrellas;
En torno a las botellas
Venid a delirar.
   Venid, niñas sedientas
De libertad y amores,
Que fiestas y licores
Dan libertad y amor;
Húmedos de esperanza
Traed los ojos bellos,
Sin trenzas los cabellos,
La frente sin rubor.
   La vida es una farsa
Hipócrita y demente,
Y el mundo, indiferente,
Se cansa del placer;
El mundo se ha dormido;
Romped vuestros papeles,
Dejad los oropeles
Que vano os prestó ayer.
   Dejad de esa comedia
El torpe fingimiento;
Ahogad el preso aliento
Con larga libación;
La sombra, si ese cielo
Su luz tiende importuna,
Envolverá la luna
En tocas de crespón.
   ¡Oh! Lejos de los ojos
De la curiosa plebe,
La copa en que se bebe
Nos abre un ancho Edén;
El fondo cristalino
Las luces multiplica,
Y de vapores rica,
Perfuma nuestra sien.
   Los labios desfrenados,
La lengua desatada,
En larga carcajada
Prorrumpen sin cesar;
La lumbre de los ojos,
Inquieta y silenciosa,
Los ojos de una hermosa
Se afana en reflejar
   Venid a los festines
Avaras de placeres,
Que el cielo en las mujeres
Atesoró el placer;
Venid, niñas, sin cuitas,
Desnudo el albo seno,
Porque quiero el veneno
De vuestro amor beber.
   Cuando la inquieta mente
Con el vapor vacile,
Y revoltosa apile
Fantasma de vapor,
Veréis cómo, insensata,
El ánima delira,
Y voluptuosa aspira
El ámbar del amor.
   Entonces, en la sombra,
Las pardas muselinas
Visiones peregrinas
Flotando mostrarán,
Y en cada marco de oro,
Cerradas las pinturas,
Diabólicas figuras
Al vidrio asomarán.
   Entonces, cada lámpara
Parodiará una hoguera,
Que miente y reverbera
Las lámparas del sol;
Y en el balcón la luna,
Parecerá una estrella,
Donde arde una centella
Del fúlgido farol.
   Cada sonoro brindis
De la animada fiesta,
Nos fingirá una orquesta
De mágica ilusión;
Un eco misterioso,
Sin canto ni instrumento,
Que irá con el aliento
A dar al corazón.
   De cada ardiente beso
El lúbrico estallido,
Rasgará el sostenido
Murmullo bacanal,
Como reloj deshecho,
Que sin marcar las horas,
Sacude las sonoras
Campanas de metal.
   El mundo duerme, niñas;
Bebamos y cantemos,
Que más no sacaremos
Del mundo engañador;
Húmedos de esperanza
Traed los ojos bellos,
Sin trenzas los cabellos,
La frente sin rubor.
   Venid, y mal prendidos
Los velos y los chales,
Prodiguen, liberales,
La luz de vuestra tez;
Los ondulantes rizos
Flotando por la espalda,
La mal ceñida falda
Mintiendo desnudez.
   Y las de negros ojos,
Que ostenten su mirada
Altiva, enamorada,
Con infernal pasión;
Y las rubias ostenten,
Sin máscaras de tules,
Las pupilas azules
Y rojo el corazón.
   La noche se desliza,
Su llama el sol enciende,
El día nos sorprende,
Va el mundo a despertar.
¡Cantemos y bebamos,
Que cuando venga el día,
El sueño de la orgía
Le volverá a apagar!




ArribaAbajoEl canto de los piratas

Traducción de Víctor Hugo.



«Alerte! alerte! Voici les pirates
D'Ochali qui traversent le détroit.»


LE CAPTIF D'OCHALI                




       Con cien cautivos llevamos
Fletada nuestra galera,
Que en una y otra ribera
Para el harán reclutamos.
¡Al mar, al mar, marineros!
En Fez entramos mañana.
Somos ochenta romeros
Sobre nuestra capitana.

   Cabe un convento botamos
Al agua el ancla tenaz;
Linda muchacha apresamos,
Dormida en traidora paz:
Mil fantasmas hechiceros
Soñaba, a la mar cercana.
Somos ochenta romeros
Sobre nuestra capitana.

       -Forzoso es, niña, callar:
Ea, ganemos el viento;
Esto no es más que cambiar
Por un harén un convento.
Os haremos mahometana
Y el Sultán ha de quereros.
Somos ochenta romeros
Sobre nuestra capitana-

       Huir desperada quiso.
-¡Y osáis, hijos de Satán!...-
Lloró, suplicó. -Es preciso-
La contestó el capitán.
Sus clamores lastimeros,
Su resistencia, fue vana.
Somos ochenta romeros
Sobre nuestra capitana.

       En su dolor, parecían
Sus ojos un talismán;
Mil cequíes bien valían:
La hemos vendido al Sultán.
Lo debe a mis compañeros:
Ayer monja y hoy Sultana.
Somos ochenta romeros
Sobre nuestra capitana.




ArribaAbajoOriental



       De la luna a los reflejos,
   A lo lejos,
Árabe torre se ve;
Y el agua del Darro, pura,
   Bate obscura
Del muro el lóbrego pie.,
   Susurra el olmo sombrío
   Sobre el río,
Dando al oído solaz,
Y en los juncos y espadañas,
   Y en las cañas,
Susurra el aura fugaz.
   Se abre en la arena amarilla
   De la orilla,
Vertiendo aroma, la flor;
Y las plumas de colores,
   En las flores,
Estremece el ruiseñor.
   Vierte en gotas cristalinas,
   Peregrinas,
El rocío su cristal,
Y en cada perla de plata
   Se retrata
El alcázar oriental.
   Descorridas las sombrías
   Celosías
Del calado torreón,
Está en la árabe ventana
   La Sultana
Murmurando una canción.
   Y en la atmósfera serena,
   Libre suena
La melancólica voz;
Y abajo, en la hierba verde,
   Al fin la pierde
Con la ráfaga veloz.
   Y al compás de su garganta,
   Raudo canta
Contestando el colorín,
Saltando entre los galanes
   Tulipanes
Del espléndido jardín.
   Y al rumor del dulce trino,
   Peregrino,
De arpa, bella y ruiseñor,
Oído prestan atento
   Agua, viento,
Olmo, alcázar, campo y flor.
   Así la mora decía
   Y respondía
En la rama el colorín,
Y esto el moro la escuchaba,
   Que velaba
Receloso en el jardín:
   «Danme el ánima de un moro,
   »Perlas y oro,
»Y coronas en la sien;
»¡Dime, flor, a mi ventura
   »Y hermosura
»Lo que falta en el harén!
   »Danme chales los califas,
   »Y alcatifas,
»Y guirnaldas en la sien:
»¡Dime, huerto, a mi ventura
   »Y hermosura
Lo que falta en el harén!
   »Danme baños y festines,
   »Y jardines
»Que me mienten el Edén:
»¡Dime, río, a mi ventura
   »Y hermosura
»Lo que falta en el harén!
»Transparentes como espumas
   »Danme plumas,
»Y atan velos a mi sien:
»¡Ruiseñor, di a mi ventura
   »Y hermosura
»Lo que falta en el harén!
   »Nada, al fin, que les dé enojos
   »Ven mis ojos,
»Nada que arrugue mi sien;
»Dime, luna, a mi ventura
   »Y hermosura
Lo que falta en el harén»
   Llegaba aquí, y una sombra,
   En la alfombra,
La lámpara dibujó;
A su lado, en la ventana,
   La Sultana
Con el Sultán se topó.
   «Tienes torres, dijo el moro,
   »Perlas y oro,
»Y guirnaldas en la sien:
»Dime, hermosa, a tu ventura
   »Y hermosura
»Lo que falta en el harén.
   »¿Qué hay en el huerto sombrío,
   »Y en el río,
»Y en el ave y en la flor,
»Que al rayar el claro día,
   »¡Vida mía!,
»No te traiga tu señor?
   »Di: ¿qué falta a tu belleza,
   »A tu riqueza
»O a tu loca voluntad?»
«Señor, esos ruiseñores,
   »En las flores,
»Tienen aire y libertad




ArribaAbajoLa plegaria



       Helos al pie de la cruz
En oración reverente;
La virtud brilla en su frente
Como la primera luz
Del sol que alumbra en Oriente.

       Niños tal vez desvalidos
Que pasan desconocidos,
Con la inocencia en el alma,
Como en desiertos perdidos
Con sus racimos la palma.

       Angeles acaso son
Que, el mundo sin conocer,
Llevan en el corazón
Una sublime oración
Y las virtudes de ayer.

       Sus ojos ven solamente
A través del blanco velo
Que cerca el alma inocente,
Vida en la tierra inclemente,
Luz y armonía en el cielo.

   Ven en el alba colores
Y en el llano hierba y flores,
Sombra, del valle en la hondura,
Y en el aire ruiseñores,
Y peñascos en la altura.

   Para ellos, música el viento
Es, si las alas despliega,
Si en las secas hojas juega,
O entre las flores se pliega
Con lascivo movimiento.

   Y son las flotantes ramas,
Del sol a las rojas llamas,
Del prado, verdes espumas,
De aérea serpiente, escamas,
De águila terrestre, plumas.

   Y son los hombres hermanos,
Y oran por ellos contentos,
Hasta que los hombres vanos
Pongan, leones hambrientos,
En su inocencia las manos.

   Sabe ella que es virgen bella,
Y él un ángel hechicero,
Porque no dudan él ni ella
Que ella es de virtud estrella,
Y él de inocencia lucero.

   Mas ¡ay! que del pedestal
A la sombra cobijado,
Acaso un ojo carnal
Está en la virgen posado
Con una idea brutal.

   Y sobre la tez de rosa
La lágrima de dolor
Que ella derrama piadosa,
El hombre la cree de amor,
Y llama al ángel ¡hermosa!

   Que tal vez pintarse intenta
Aquella avara pupila,
De torpes formas sedienta,
Mil perfecciones que aumenta
En esa virgen tranquila.

   Así incompletas y vanas
Las cosas del mundo son,
¡Que a turbar vienen livianas
Esa angélica oración
Con imágenes mundanas!

   ¿Por qué, pintor, ideaste
Una plegaria tan bella,
Si la cruz que levantaste,
Luego, pintor, la ultrajaste
Pintando al hombre tras ella?

   ¡No digas quién la creó!
culpa no arguya!
¡Que en ambos
Tú fuiste quien la pintó,
Mas la malicia no es tuya,
Que quien la escribe soy yo.




ArribaAbajoLa Juventud


       Tengo ojos y no ven,
Tengo oídos y no escuchan,
Tengo manos y no tocan,
Tengo labios y no gustan;
y en fin, sin entendimiento,
Ni albedrío que me acuda,
Tengo aliento que no alienta,
Y corazón que no pulsa.


CALDERÓN, La vida es sueño.                




       Cuando a las puertas del nacer llamamos,
Senda de flores a los pies tenemos;
Doquier que el rostro en derredor volvamos,
Padres y amigos cariñosos vemos;
Doquier los brazos débiles tendamos,
Un ósculo inocente merecemos,
Y así contentos a vivir salimos
Sólo porque ignoramos que vivimos.
   Cuando el mundo se ve desde la cuna,
Flores se hallan en él, pero no espinas;
Se ven en él sus mares y su luna,
Sus prados y cascadas cristalinas;
Sin noche el sol, sin rueda la fortuna,
Poblado de fantasmas peregrinas,
Tocado, en fin, con el flotante velo
Del estrellado pabellón del cielo.
   La paz de la niñez nos va llevando
Por senda usada, fácil y tranquila,
Donde rebelde nuestra edad brotando,
En lechos de oro víctimas apila;
Donde asombrada se dilata entrando,
De luz avara, la infantil pupila,
Do a manos llenas el placer derrama
Lo que vida de amor el hombre llama.
   Cercada de fantasmas halagüeños,
   Allí la ardiente juventud habita,
Que dando lindas formas a sus sueños,
El imperio del mundo solicita:
Como para acabar tantos empeños
Todo lo hermoso y fuerte necesita,
Presenta a nuestra mente deslumbrada
Todo el vano esplendor de su morada.
   En tazas de cristales quebradizos
Nos muestra seductora en sus planteles
Las flores sin olor de sus hechizos,
El temprano verdor de sus laureles,
Y en campos de placer resbaladizos,
Sus palacios nos muestra de oropeles,
Donde yacen en blandos almohadones,
Impúdicas rameras, las pasiones.
   Allí están los fantásticos espejos
Que mienten la ilusión de los amores,
Pintando voluptuosos a lo lejos
Sombras de amor entre pintadas flores;
Y de engañoso sol a los reflejos,
Dando al turbio cristal ricos colores,
Nos muestra el mundo fuente de placeres
Y manantial del mundo las mujeres.
   El ánima, inocente todavía,
Virtud creyendo el cenagal del vicio,
Se lanza en pos de tan brillante día
De la vida en el hondo precipicio,
Y a par que corre por la errada vía,
Comprende de la edad el artificio,
Que aquel jardín de flores peregrinas
Era el reloj no más de las espinas.
   ¡Juventud! ¡Fácil balanza!
¡Qué presto arrastras vencida
El peso de la esperanza
Con el pesar de la vida!
¡Qué presto se desvanecen
Los fantasmas halagüeños
Que nuestra infancia adormecen
Con raquíticos ensueños!
¡Qué rápida te deslizas
Entre las horas que hechizas,
Dejándonos tus cenizas
Donde vamos oro a ver!
¡Juventud! ¡Edad de flores!
¡Sombras son ¡ay! tus colores,
Artificio tus primores,
Amarguras tu placer!
Ojos nos das, y no vemos;
Pensamiento, y no pensamos,
Que es falso cuanto creemos,
Y falso cuanto ideamos.
Es mentida tu hermosura,
Es tu fortuna liviana,
Tus esperanzas locura,
Tu paz y tu gloria, vana.
Espejo de cien cristales,
Que mientes lo que no vales,
Cuyas luces desiguales
Multiplican la ilusión,
¡Tú doras tus arreboles
Con lumbre de mil faroles,
Y llamas osada soles
A lo que pavesas son!
   Soñando a vivir venimos,
Pero en tu región vacía,
Cuantos más días vivimos,
Soñamos más cada día.
Te sueña la pasión loca
Y ambiciona tus laureles;
Cuando la razón te toca,
Maldice tus oropeles.
La pasión juzga en su anhelo
Que ese cristal es un cielo;
La razón te rasga el velo
Hasta ver tu vanidad,
Y en vez de tus clavellinas
Y tus rosas purpurinas,
Nos muestra al fin tus espinas
El farol de la verdad.

   Espinas son fama y gloria,
Cuanto bien el hombre alcanza,
Espinas de la memoria,
Carcomas de la esperanza.
   Espinas son amistades,
Espinas ¡ay! son favores.....
Que espinas son las verdades,
Y son espinas sin flores.
   Si espinas son solamente
Amistad, gloria y favor,
¿Dónde está, suerte inclemente,
De tanta espina la flor?
   Si espinas tan sólo dan
Lisonjas de juventud,
Acaso espinas serán
La nobleza y la virtud.
   Y espinas estudio y ciencia,
Pues dejan sus vanidades,
Demencia nuestra demencia,
Y verdades las verdades.
   La fe del ánima espinas,
Y espina el amor del hombre,
Mentiras son más divinas
Con más hechicero nombre.
   Y si espinas solamente
Son virtud, ciencia y amor,
¿Dónde está, suerte inclemente,
De tanta espina la flor?
   Edad de sombras pueriles
Que la verdad desvanece,
¡Ni olvidada en tus pensiles
Una flor tan sólo crece!
   Pues espinas son tus flores
Y espinas son tus placeres,
Entre tan falsos colores
Una mientes y otra eres.
   Si espinas de desconsuelos
Son horas tan peregrinas,
¿Dónde guardaron los cielos
Flores de tantas espinas?