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ArribaAbajoLa margen del arroyo



       ¡Qué dulce es ver muellemente,
De un olmo a la fresca sombra
   Descansando,
Un arroyo transparente
Que va por la verde alfombra
   Murmurando!

   Ver cómo la hierba blanda
En la margen se le inclina,
   Y cómo crece
De violas morada banda
Que la linfa cristalina
   Salpica y mece.

Los juncos de las riberas
En haz espeso apiñados
   Se le encorvan,
Y las raíces someras
Evita por ambos lados
   Si le estorban.

   Insectos de mil colores
Con mil susurros campestres
   Le dan ruido,
Y en vez de cuidadas flores
Rueda entre lirios silvestres
   Escondido.

   Y no han de envidiar sus olas
De cortesanos jardines
   La hermosura,
Porque a cientos amapolas,
Jacintos brota y jazmines
   Su frescura.

   Ni han de envidiar a los ríos
Los alcázares y puentes
   Que sustentan,
Porque esos monstruos sombríos,
Más que coronar sus frentes
   Las afrentan.

   Ni a las fuentes y cascadas
Sus tazas de jaspe y oro,
   Ni sus rocas,
Aunque se vierten hinchadas
En estrépito sonoro
   Por cien bocas.

   Que ambas la cercan orillas,
Entre agudas espadañas
   Cortadoras,
Esponjadas y amarillas,
Altas y sonantes cañas
Cimbradoras.

   Ni ha de envidiar a los mares
De buques la excelsa pompa
   Y gritería,
Ni sus altos alminares,
Ni de su bélica trompa
   La voz impía.

   Porque tiene en su remanso
Sauces y olmos corpulentos
   Encopados,
Que le hacen murmullo manso
Al suspirar de los vientos
   Perfumados.

   Y en vez de roncos clarines
Columpia trinando amores
   La ancha copa,
De mirlos y colorines
Y vistosos ruiseñores
   Pintada tropa.

   ¡Oh, dulce es ver muellemente,
De un olmo a la fresca sombra
   Descansando,
Un arroyo transparente
Que va por la verde alfombra
   Murmurando!

   ¡Oh, que es dulce contemplar
El agua los pies venir
   A lamer,
Y susurrando pasar,
Y al intentarla seguir,
   La perder!

   Y aquel bullir sin sosiego,
Y aquel seguir siempre igual
   Su camino,
Y aquel transparente juego
Que hace el voluble cristal
   Tan contino.

   Y aquellas mil piedrezuelas
Que se arrastran y se empujan,
   Y se acosan,
Y aquellas redes y telas
Que en las arenas dibujan
   Do se posan.

   Y aquellas cintas de plata
Que en el perfil de las ondas
   Finge el sol,
Donde entro gotas redondas
Duplica, aviva y retrata
   Su tornasol.

   Y aquella colgada oruga
Que en hilos imperceptibles
   Baja a vellas,
Y al tocarlas las arruga,
Y al sentirlas tan movibles
   Huye de ellas.

   Y aquel insecto que nada,
Medio mosca y medio pez,
   Sobre alguna,
Siempre en la misma jornada,
Y el paso más cada vez
   Se importuna.

   Siempre en el mismo lugar,
En su afán sin, concluir,
   Noche y día,
La oruga siempre en hilar,
Siempre el insecto en seguir
   Su porfía.

   Y aquel entorpecimiento,
En que gozan los sentidos
   Viendo tal,
Que duda el entendimiento
Si duermen al son mecidos
   Del cristal.

   ¡Oh, dulce es ver muellemente,
De un olmo a la fresca sombra
   Descansando,
Un arrollo transparente
Que va por la verde alfombra
   Murmurando!

   ¡Arroyo, es muy triste
Pensar junto a ti
Que así van las vidas
Rodando a su fin!
Hoy tiende en tu margen
Sus flores Abril,
Tus ondas perfuman
El lirio y jazmín,
Su sombra te prestan
Tus árboles mil,
Te canta armonioso
Su amor desde allí,
Bebiendo tus aguas,
Libre el colorín,
Te arrulla sonora
La caña gentil,
Tu orilla es un fresco
Y ameno jardín
Que el sol tornasola
Del alto cenit....
Pero ¡ay, que es muy triste
Pensar junto a ti
Que así van las vidas
Rodando a su fin!
¡Arroyo, así viven
Los que han de morir,
Gozando embriagados
El tiempo feliz!
Vendrá Julio ardiente
Tu pompa a extinguir,
Y a impulso de oculto
Veneno sutil
Secarán tus lirios
Su tallo y raíz,
Perderá tu hierba
Su verde turquí,
Las rojas violetas
Su aroma y matiz;
Iráse estrechando
Tu manso perfil;
Tus cañas y juncos
Vendrán a rendir
Encima tas aguas
La seca cerviz,
Y al fin tu corriente,
En hilo sutil,
Su curso en la arena
Vendrá a concluir.....
¡Ve, arroyo, que es triste
Pensar junto a ti
Que así van las vidas
Rodando a su fin!

   Arroyo, sigue corriendo
Por esa silvestre calle
   De verdura,
Que abajo te están abriendo
Los cenagales del valle
   Sepultura.

   Arroyo, sigue bañando
Mientras te preste sus flores
   Primavera,
Que al valle irá resbalando
Con sus galas y primores
   La primera.

   Ella nunca será más
Que un mensaje del verano
   Fugitivo;
Pero tú, arroyo en el llano,
Lago en el valle serás
   Siempre vivo.

   Allí no tendrás jazmines,
Ni juncos, ni esbeltas cañas,
   Ni amapolas,
Ni vendrán los colorines
A tus márgenes extrañas,
   Siempre solas;

   Mas yendo y viniendo días,
Tú a merced de una fortuna
   Siempre igual,
Tendrás suelo y ondas frías,
Bien sea arroyo o laguna
   Tu cristal.

   Pues agua siempre has de ser,
Sigue por la verde alfombra
   Murmurando,
Que es dulce verla correr
De un olmo a la fresca sombra
   Descansando.




ArribaAbajoAl último rey moro de Granada, Boadil el Chico




I

       Una ciudad riquísima, opulenta,
El orgullo y la prez del Mediodía,
Con regia pompa y majestad se asienta
En medio la feraz Andalucía.

   Y allí vierte su lumbre el sol de España
En hebras de purísimos colores,
Y brotan al calor con que la baña,
En vasta profusión frutos y flores.

   Allí el aura sutil espira aromas,
Y la estremecen sobre cien jardines
Bandadas de dulcísimas palomas
Y pintado tropel de colorines.

   El Darro y el Genil, con turbias olas,
En su verde llanura se derraman,
Y a su confín, en playas españolas,
Del revoltoso mar las ondas braman.

   Mofa son sus alcázares del viento,
Fatiga de los fastos sus memorias,
Su grandeza y tesoros son sin cuento
Y no se encuentra fin a sus historias.

   Allí es el cielo azul y transparente,
Fresca la brisa, amiga la fortuna,
Fértil la tierra, y brilla eternamente
Sereno el rojo sol, blanca la luna.

   Y afrenta de las tierras más remotas,
Vense allí, como en otro Paraíso,
Los pomposos laureles del Eurotas
Y los húmedos tilos del Pamiso.

   Crecen allí las palmas del desierto,
De Cartago los frescos arrayanes,
Las cañas del Jordán, en son incierto,
Arrullan de Stambul los tulipanes.

   Y entre pajizas y preñadas mieses
Las vides de Falerno allí se orean,
Y los de Jericó mustios cipreses,
Con los cedros del Líbano cimbrean.

   Y hay allí robustísimos nogales,
Lúgubres sauces, altos mirabeles,
Y olivos, y granados, y morales,
Ceñidos de jacintos y claves.

   El zumo de sus vides deliciosas
Tal vez la alegre Italia envidiaría;
Y por sus anchas y fragantes rosas,
Sus rosas las trocara Alejandría.

   El jaspe, el oro, el mármol, los cristales,
Se ostentan en su espléndido recinto,
Y ansiaran sus recuerdos orientales
Los escombros de Atenas y Corinto.

   Y no la iguala en lujo y en riqueza
La voluptuosa pompa del Oriente,
Que entre flores y lánguida pereza
Vive tranquila su atezada gente.

   Unos hombres de Oriente la robaron
Para asentar en ella su morada;
Los hombres a quien de ella despojaron,
Lloraron siete siglos su Granada.

   Y era un tiempo de guerras y de amores,
En que el compás de berberisca zambra
Y el son de los clarines y atambores,
Estremecían a la par la Alhambra.

   Y era un rey exquisito en sus placeres,
Y un pueblo en su molicie adormecido,
Que gozaba en su paz nuestras mujeres,
Esclavizando al padre y al marido.

   Y era también el término llegado
Del brío y del poder de aquella gente,
Y al postrimero Rey había tocado
El sitial de las razas del Oriente.

   La hora fatal a la morisca luna
Los sabios en su horóscopo leyeron,
Y tal vez mereció mejor fortuna
De la que sus horóscopos le dieron.

   ¡Ay, Boabdil! Levántate y despierta,
Apresta tu bridón y tu cuchilla,
Porque mañana llamará a tu puerta
Con la voz de un ejército, Castilla.

   Mañana, de su mengua avergonzados,
Te cercarán los tigres españoles,
Y echarán sobre ti, desesperados,
De siete siglos los sangrientos soles.


II

   «¿Qué quieren esos cristianos
A las puertas de la villa?
¿Qué buscan esos villanos,
Que traen a su Rey ufanos
Tras el pendón de Castilla?

   »¿No son reyes en su tierra?
¿Por qué pasan esa sierra
Talando el solar ajeno?
¿No les basta su terreno
Para sus fiestas de guerra?

   »¿Por qué en confusión extraña
Levantan en esos cerros
Tantas tiendas de campaña?
¿Por qué ladran esos perros
A los pies de esa montaña?

   »Si sus padres expiraron,
Y a su muerte les dejaron
En desastres tan prolijos,
¿Por qué no se contentaron,
Como los padres, los hijos?

   »Frente a sus tiendas Reales,
Que brillen altas y ufanas,
En las torres principales,
Las enseñas orientales
Y las lunas otomanas.

   »¡Al arma! ¡Al campo! A cambiar
Las marlotas y alquiceles
Por arneses de lidiar;
Los jinetes a aprestar
Los caballos y broqueles.

   »La sed de sangre me irrita;
Que, doblen los atambores,
Que cierren en la mezquita
Esa multitud que grita
En rejas y miradores,

   »Los fuegos prontos estén,
Las calles libres también;
Los hombres, a la muralla;
Las mujeres, al harén.....
¡Paso y silencio, canalla!»

   Tal Muza prorrumpe airado
Ante la puerta de Elvira,
Entre el tumulto apiñado
Del pueblo, que, consternado,
Al campo cristiano mira.

   ¡Ay! Él es solo el valiente
Con corazón en Granada;
El solo lleva, insolente,
A la recia lid su gente,
Que se torna destrozada.

   Solo la esperanza alienta
De su humillada nación;
Solo lidia y se ensangrienta,
Abriéndose sin afrenta
Una tumba de varón.

   Mas, con ojos avarientos,
En redor de su caballo,
Sus soldados macilentos
Le están demandando, hambrientos,
Hasta el pan de su serrallo.

   Y con el llanto a los ojos,
En desmayado tropel,
Su pueblo, puesto de hinojos,
Llora los yertos despojos
De los que lidian por él.

   Guerrero, ¡ay de los valientes!
¿Qué vale que en tu despecho
A tus soldados alientes
Y quieras dar a tus gentes
Todo el valor de tu pecho,

   Si en tanto, a pasos gigantes
Van arrastrando a su fin
Sus muy poderosos antes
Alcázares elegantes,
La Alhambra y el Albaicín?

   ¿Si allí está el triste Boabdil,
Sin amparo que le acorra,
Llorando sobre el Genil,
Como una cobarde zorra
Entrampada en un redil?

   ¿Si allá en la empinada sierra,
Amancillando tu gloria,
Cantan en compás de guerra
Los castellanos victoria,
Ensordeciendo la tierra?

   ¡Ah! ¡Su corona usurpada
Tener en la sien no supo!...
Mal hiciste tu jornada,
¡Pobre Rey! y hora menguada
En tu horóscopo te cupo.

   Los cristianos te ayudaron
Para vencerte mejor;
Y los tuyos que quedaron,
Al hundirse te llamaron
Hasta apóstata y traidor.

   Las mujeres que te dieron
Sus hijos y sus preseas,
Al saber que se perdieron,
Expirando te dijeron:
-¡Cobarde, maldito seas!

   Y de tu reino señores,
Los cristianos vencedores
Te pagaron tus ofrendas
Con agrio pan de dolores
Que amasaron en sus tiendas.

   Porque al fin, ¿qué ha de esperar
Del vencedor el vencido,
Sino vergüenza y pesar?
¿Qué, sino burla, ha de dar
El que subió al que ha caído?

   ¡Oh! Esas torres orientales,
Que levantando insolentes
Sus agujas desiguales,
Mecen las auras corrientes
En trémulas espirales;

   Y esas cifras misteriosas
Que, cual labor sin objeto
De esas cuadras ostentosas,
De crónicas amorosas
Guardan el dulce secreto;

   Y esos anchos sicomoros,
Y esos arroyos sonoros
Que tienen marcas y nombres
Que no entendemos los hombres
Y que comprendéis los moros;

   Las tortuosas galerías,
Que se derraman sombrías
Por ese fresco recinto,
En faz de intrincadas vías
De confuso laberinto;

   Y esos mágicos retretes,
Y esos hondos gabinetes
Donde el ánima adormida
Pasó gozando la vida
Al vapor de los pebetes;

   Con ojos desvanecidos
Los cristianos gozarán,
En conjeturas perdidos,
Sin pensar en los vencidos,
Que lo que ignoran sabrán.

   Y los secretos de amor
De esos alcázares bellos,
No tendrán ¡ay! más valor
Ni más nombre para ellos,
Que el botín del vencedor.

    Llora, Rey, llora sin duelo;
Desespérate, Boabdil,
Y ven, en tu desconsuelo,
A expirar bajo este cielo
Que flota sobre el Genil.

   Que a elegir entre acabar
Y sufrir la ajena ley,
¡Vive Dios, que era acertar,
Como hombre a la lid bajar,
Para morir como Rey!


III

       Así estaba escrito,
Monarca infeliz,
Que fuese tu raza
Contigo a su fin.
Así estaba escrito,
Que libre el Genil,
Corriera entre flores
Muy lejos de ti.
Por eso fue un día
Forzoso salir,
En lúgubre pompa
Y en gesto servil,
Tu cetro y tu fama
Vencido a rendir.
Y allá se quedaron
Para otro adalid,
Tu espléndido alcázar,
Tu fresco jardín.
Y allá se quedaron
¡Ay triste Boabdil!
Tu muerto por siempre
Falaz porvenir,
De blanca esperanza
Tu sueño febril,
Que fue, como el humo,
Al viento a morir.
Y allá se quedaron
Tu Alhambra gentil,
Tus altas techumbres
De azul y turquí,
Tus ricas alfombras
De gualda y carmín,
Tus pájaros presos
En jaula sutil,
Tus fuentes sonoras,
Que en fresco bullir,
Con música blanda
Murmuran allí.
Y allá se quedaron,
Cual juego infantil,
Cual copas rompidas
Después del festín,
Tus lechos clavados
De cedro y marfil,
Tus baños que exhalan
Clavel y alelí,
Rosa y azucena,
Y azahar y jazmín.
Y allá se quedaron
¡Ay triste de ti!
Las cifras y motes
Que en tiempo feliz
Mandaste en los muros
Con oro escribir,
Pensando que el tiempo,
Que corre sin fin,
Querría en tu Alhambra
Dejarte vivir.
Y allá se quedaron,
Sin fruto ni fin;
Que rotas y mudas,
Son hoy sólo allí,
Cual fleco postizo
Que afea un tapiz,
Y nada nos pueden
Valer ni decir.
¡Oh! Si un solo instante
Volvieras tú aquí,
Si un punto tornaras,
Vencido Boabdil.....
¡Tú sí que leyeras
Con ansia, tú sí!
¡Tú sí que gozaras
Con calma pueril,
Aunque todo un pueblo
Volviera tras ti!
¡Mas ya sólo resta
Llorarlo y sufrir,
Que así estaba escrito,
Y cúmplese así!

       Mas ya que nos tornas
La espalda, señor,
Camina despacio
Mientras dura el sol.
Recoge las riendas
Al suelto bridón;
Tras de esa colina
No hay luz ni color,
No hay cielo ni vida
Tras ese peñón.
¡Camina despacio,
Despacio, por Dios!
    A verse aun alcanza
Granada, señor,
Tras esa colina,
Más lejos ¡Ya no!
¡Al fin la abandonas
A fuerza mayor!
¡Al fin te la arrancan
Con mengua y baldón
Tu perla más rica,
Tu joya mejor!
¡Oh! Vuelve por ella,
Que aun tarde no es hoy:
Azuza tu ardiente
Caballo veloz,
Fulmina el alfanje,
Apresta el lanzón,
Acosa a tu gente
Con brazo y con voz:
¡Ah! ¡Y muera tu escaso
Postrer escuadrón
Con rabia a lo menos,
Si no con valor!
¡Oh! Vuelve a Granada,
Tu cara mansión,
No llores huyendo
Cobarde o traidor.
Y si al fin no quieres
Lavar tu baldón,
¡Camina despacio,
Despacio, por Dios!
Que si aun la contemplas,
Más lejos... ¡ya no!
Granada se pierde,
Y al caer ese sol,
La vez postrimera
Verásla, señor.
¡Camina despacio,
Despacio, por Dios!


IN

       Espera, señor, espera
Sólo un momento a llorarla,
Sólo un instante a mirarla
Desde el cerro del Padul.....
¡Oh, cuán hermosa se ostenta
A los últimos reflejos
Del sol que brilla a lo lejos
Entre la atmósfera azul!

   Espera, señor, espera,
Y ante ella puestos de hinojos,
Volvamos los turbios ojos
Para decirla un ¡adiós!
Contempla que es nuestra patria,
Nuestro dulce paraíso.....
Aunque el Profeta no quiso
Conservárnosla con vos.

   Allí está ¡Patria querida!
¡Cuán dolientes te dejamos!
Y antes, patria, que volvamos,
¡Cuántos años pasarán!
¡A ti, en la opuesta ribera
De ese mar que nos divida,
Al dejar la amarga vida
Los ojos se tornarán!

   Cuando errantes y perdidos
Por el desierto vaguemos,
Nuestro afán adormiremos
Hablando, patria, de ti;
Y los hijos que nos nazcan
Guardarán en su memoria
La infausta y sangrienta historia
De los que fuimos aquí.

   -Hijos míos, -les diremos,-
Allá, lejos de nosotros,
¡Harto lejos!, viven otros
En Granada, en un Edén.
¡Y allí tuvimos un tiempo
Reyes, pueblos y vasallos,
Arcabuces y caballos,
Mezquitas, cañas y harén!

   Allí el placer es la vida,
Siempre luce en calma el cielo,
Siempre hay flores en el suelo
Y en el ambiente azahar.
¡Ah! Si por dicha algún día
Tenéis lanzas y corceles,
Aprestad vuestros bajeles
Y botadlos a la mar.

    Si sois muchos y valientes
Y ganáis la opuesta orilla,
¡Oh, cerrad contra Castilla
Hasta arrastrar su pendón!
No dejéis en nuestra Alhambra
Uno de esos castellanos:
¡Arrancadles con las manos
Los ojos y el corazón!-

   Tal diremos, cara patria,
Nosotros a nuestros hijos
Cuando duelos tan prolijos
Escuchándonos estén
En el desierto, a la sombra
Del fardo de los camellos,
Y tal se lo dirán ellos
A nuestros nietos también.

   Nosotros ya, pobres viejos,
En el umbral de la vida,
Tan sólo una despedida
Podremos darte, no más.
¡Las manos te tenderemos
A bendecirte llorando,
Como quien va caminando
Volviendo el rostro hacia atrás!

   ¡Y si huyendo de Noviembre
Las arrecidas neblinas
Vemos a las golondrinas
De nuestra patria volver,
Al dintel de nuestras tiendas
A saludarlas saldremos,
Y de gozo lloraremos
Mientras se alcancen a ver!.....

   Señor, besad esa tierra,
Orad un punto y partamos,
¡O tornemos y muramos
De una vez junto al Genil!.....
¡Tenéis razón! Partid presto,
Antes que ondee en Granada
La cristiana cruz clavada
Sobre el trono de Boabdil.

   Mas ¡ay! ya es tarde, que truena
La cóncava artillería,
Y el humo obscurece el día
Y roba a la tierra el sol.
¡Huid, sin tornar los ojos,
No os detenga la fatiga,
Que os es la tierra enemiga
En vuestro suelo español!

   Que no oigan vuestros oídos
Ese triunfal campaneo,
Ese estruendo y clamoreo
Que a vuestra espalda dejáis.
¡Huid, sin contar los pasos
Que vais prófugos haciendo,
¡Ay! y aunque lloréis huyendo,
Desdichados, no volváis!

   ¡Huid presto, huid proscritos
De vuestra patria perdida!
Y al darla la despedida
Desde el alto del Padul,
Que se pierdan a lo lejos
Los contornos vacilantes
De vuestros blancos turbantes
Entre la atmósfera azul.

   Huye, Boabdil, aunque llores
El rigor de tu fortuna;
Basta la luz de la luna
Para quejarse y huir;
Traspón la tierra y los mares,
No tu desdicha te asombre,
Que nunca le falta al hombre
Madre tierra en que morir.

   Huye; y si al pasar huyendo,
Tu camino te embaraza
En torvo tropel tu raza
Cercándote con afán,
Cuando ansiosos te pregunten
Por los bravos que lidiaron,
¡Ay! diles: -¡Allá quedaron!
¡No esperéis, que no vendrán!-


V

       Huye, Rey infeliz, y huyendo borra
De tu camino la cansada huella;
Huye do el agua del Genil no corra,
Ni tu blanca ciudad refleje en ella;
Donde fortuna más leal te acorra,
Donde no alumbre tan fatal tu estrella,
Donde fieras las huestes castellanas
No derriben las lanas otomanas.

   Huye el brillante sol de Andalucía,
El voluptuoso aroma de sus flores,
La sonora y dulcísima armonía
De sus libres y amantes ruiseñores;
Los amenos jardines do algún día
Gozaste en soledad blandos amores,
De sus frescos arroyos al murmullo,
De sus palomas al sentido arrullo.

   Tal vez haya otra tierra más serena
Do al fin te presten cariñoso asilo,
Donde aunque errante y a merced ajena,
Treguas te dó tu corazón tranquilo;
Donde en ignota soledad amena
Crezca de tu existencia el frágil hilo,
Y el blando son de la campestre zambra
No te recuerde tu perdida Alhambra

   Mas ¡ay! que a cada punto más tenaces
Los duelos sobre ti se atropellaron,
Y fue en vano esperar, que en vano audaces,
En Granada tus árabes lidiaron;
Que tus cansadas y sangrientas haces
En la vega sin honra se quedaron,
Y allá yacen sin tumba ni laureles
Zegríes, Bencerrajes y Gomeles.

   Y ancho sepulcro a tu cadáver dieron
Del Guatis ved las turbulentas olas,
Y esas aguas, Boabdil, que te sorbieron,
No azotan nunca playas españolas;
Y ni aun sin rumbo por su faz hendieron
Nuestras rojas y sueltas banderolas,
No esperes a su margen olvidada
Nuevas oír de tu gentil Granada.

   Duerme, Rey sin vasallos ni corona,
Fantástica irrisión de la fortuna,
A quien ni amigo ni enemigo abona,
Ni cruz triunfante ni vencida luna;
Ya que así el cielo contra ti se encona,
Esa estrella fatal sufre importuna,
Pues quisiste, mal Rey, vasallo bueno,
Perder lo tuyo y defender lo ajeno.

   Duerme si aun gozas apenas
Un sepulcro en que dormir,
Si esas húmedas arenas
Te prestan almohadas buenas
Para el sueño del morir.

   Duerme en paz, y si velando
Estás por tu estrella aún,
Consuelate, Rey, pensando
Que nos es vivir llorando
Una maldición común.

   Duerme, y dente descuidados
Grato murmullo, si velas,
Los pasos atropellados
De los pies acelerados
De las errantes gacelas.

   Y en vez de las funerarias
Roncas preces de los muertos,
Arrúllente solitarias
Con sus salvajes plegarias
Las aves de los desiertos.

   Y si a ti tienden cercanas
Sus sombras árboles bellos,
Bajo sus hojas livianas
Respiren las caravanas
Y descansen sus camellos.

   Mas que en tu huesa tu nombre
No lean los de tu ley,
No les humille y asombre
Que si supiste ser hombre
No alcanzastes a ser Rey.




ArribaAbajoEl velo

Traducción de Víctor Hugo.



¿Has hecho esta tarde oración, Desdémona?


SHAKESPEARE                




LA HERMANA

Qué tenéis, hermanos míos?
¡Los ojos traéis sombríos
Como cirios funerales!.....
¡De la faja a los dobleces
Han asomado tres veces
Las hojas de los puñales!

EL HERMANO MAYOR

¿Has alzado tus velos virginales?

LA HERMANA

Acaso... era al mediodía...
Tal vez... del baño volvía
En mi palanquín cubierto;
El calor me sofocaba,
Y la brisa que pasaba
Tal vez me habrá descubierto.

EL SEGUNDO

Pasaba un hombre con caften, ¿es cierto?

LA HERMANA

¡Oh! Tal vez un solo instante.
Yo cubrí al punto el semblante.....
¿Que decís?... ¿Qué pude hacer?
¡Habláis en secreto hermanos!
¡Oh! ¡Pondríais vuestras manos
En una débil mujer!

EL TERCERO

¡Sangriento estaba el sol hoy al caer!

LA HERMANA

¡Perdón! ¡Perdón! ¡Oh! ¿Qué he hecho?
¡Ah! Me desgarráis el pecho.
¿En qué, hermanos, hice mal?.....
¡Sostenedme hermanos míos!
Siento ya en los ojos fríos.....
¡Siento... un velo funeral!

EL CUARTO

¡Al menos no alzarás ese cendal!




ArribaAbajoVanidad de la vida


ArribaAbajoFantasía



       Era un día de orgía y de locura,
De esos días de vértigo infernal
En que embriagados de falaz ventura,
Tras el placer volamos mundanal..

   Uno de aquellos vergonzosos días
En que, henchidos de vida y juventud,
Buscamos entre locas teorías
La vanidad y el polvo en la virtud.

       Uno, de aquellos días en que ansiosos
Despertamos de crápula y de amor,
Y manchamos los días más hermosos
De nuestra vida y nuestra edad mejor.

   El sol estaba espléndido y sereno,
El aura mansa, diáfana y azul,
La luz doraba nuestro huerto ameno
Con tornasoles de flotante tul,

   Posábanse las sueltas mariposas
De flor en flor con revoltoso afán,
Ya en la más ancha de las frescas rosas,
Ya en el más esponjado tulipán.

   La brisa murmuraba en las acacias,
Tornábase al Oriente el girasol,
Y las violetas se doblaban lacias
Cual vergonzosas ante el rojo sol.

   Alguna nube blanca y transparente
Por la serena atmósfera al cruzar,
Tiñendo los objetos suavemente,
Veníase en la hierba a dibujar.

   Y en pos las aves de frescura y sombra,
Salpicaban en varia confusión
Del blando césped la mullida alfombra,
Del olmo verde el ancho pabellón.

   Víanse allí las amarillas pomas
Las enramadas débiles vencer,
Y a su sombra bajaban las palomas
En el arroyo límpido a beber.

   Y allí extendiendo las pomposas plumas,
Le cubrían en cándido tropel,
Como si fueran trémulas espumas
Que hubiesen lecho y nacimiento en él.

   Nosotros, apurando los placeres
Guarecidos de oculto cenador,
Buscábamos la vida en las mujeres,
La gloria y la fortuna en el amor.

   Oíanse en tumulto desde fuera
Los brindis de la libre bacanal,
Y el rumor de una báquica quimera,
Y el crujido del beso criminal.

   Yo bebía el amor, hasta apurarlo,
De unos impuros labios de carmín
Que me enseñaron ¡ay! a desearle,
Y me la hicieron detestar al fin.

   Dentro mi mente sin cesar bullían
Fantasmas que, al pasar con rapidez,
Ya lloraban, danzaban o reían,
Como ilusión febril de la embriaguez.

   Mis amigos reían y cantaban
En lúbrico desorden junto a mí,
Y sin tregua los brindis resonaban...
Todo sin tiempo y sin razón allí.

    Y entre el murmullo de la fiesta impura,
Los licores, los gritos y el vapor,
Alzábamos a impúdica hermosura
Himnos ardientes de encendido amor.

   Entre insolentes, ebrias carcajadas,
Blasfemamos tal vez de Jehová:
«¡Virtud!, dijimos. ¡Fábulas soñadas!.....
Ahora el Dios que aterra ¿adónde está?

   «¿Adónde está la sombra de su dedo
Que escribe una sentencia en la pared?
¡Creaciones fantásticas del miedo!.....
¡Bebed, amigos, sin pesar bebed!»

   Vino la noche, y al salir cansados,
Hartos ya de beber y de gozar,
Una campana en golpes compasados
Cerca sentimos con pavor doblar.

   Era un templo alumbrado en su reposo
De diez blandones a la roja luz,
Que velaban en círculo medroso
El secreto fatal de un ataúd.

   Quedaba en nuestra mente todavía
El rastro de la infame bacanal,
Y mal entre sus nieblas comprendía
La silenciosa paz de un funeral.

   Las lúgubres salmodias empezaron,
El pueblo reverente se postró;
Cuando con paz al muerto conjuraron,
El nombre del que fue nos aterró.

   En vano los sentidos se empeñaban
En mentirnos un sueño baladí;
Los blandones el círculo cerraban,
Y una hermosura descansaba allí.

   ¡Y era hechicera, y lánguida, y liviana;
La envidia de un salón érase ayer,
Y a pesar de su pompa cortesana,
Hoy hediondo cadáver pudo ser!

   Faltónos ¡ay! la voz con el aliento;
Temblónos el cobarde corazón;
Ciertos los ojos y el oído atento,
Nos dijimos al fin: «¡No es ilusión!»

¡Allí estaba la sombra de ese dedo
Que escribe una sentencia en la pared....
¡Y era fiesta también!... Llegad sin miedo,
Cantad, amigos, sin pesar bebed.






ArribaAbajoTenacidad



       «Serrana, ve si ha de ser,
Porque yo te he de esperar
En la fuente sin ceder;
Y o no tienes de beber,
O te tengo de encontrar.

   »Y que me canse no aguardes,
Que nada esperar me importa
Noches, mañanas y tardes;
Toda una vida que tardes
Será esperándote corta.

   »Y a más, serrana, hay aquí
Sitio tan fresco y tan blando,
Que tengo yo para mí,
Que anhelo tardanza en ti
Por sólo estarte aguardando.

   »Aquí las aguas sonoras
Rodando en la hierba van,
Y aquí las aves canoras,
Del bosque alegres cantoras,
Música dulce me dan.

   »Aquí las flores campestres
Me dan los blandos perfumes
De sus cálices silvestres,
Y gozo en que no te muestres
Mucho más que tú presumes.

   »Pues si al fin has de salir
Altiva asaz y enojada,
Tarda, serrana, en venir,
Que el alma te ha de fingir
Más fácil y enamorada.

   »Ve, pues, lo que has de ganar
Si más piensas en mi daño
Así esquivarme y tardar,
Porque más quiero esperar,
Que saber un desengaño.

   »Y bástame a mí saber
Que a cada punto te veo
Cuando yo te quiero ver;
Que mucho vale tener
De centinela al deseo.

   »Tras cada tronco arrugado
En que la vista repara,
Tras cada espino enredado,
Tras cada sitio enramado,
Estoy buscando tu cara.

   »De cada hoja que se mece
A la vibración ligera,
El alma se me estremece,
Y todo el valle parece
Que tu rostro reverbera.

   »Siempre estoy adivinando
Esos dos ojos crueles
Que a traición me están mirando,
Tras un haz de juncos blandos,
Tras un pie de mirabeles.

   »Siempre a cada incierto ruido
Que hace el aura entre las ramas,
Vuelvo el gesto sorprendido,
Pensando que tú me llamas
De algún lugar escondido.

   »A cada vago lamento
Que los olmos azotando
Alza repentino el viento,
Me finge mi pensamiento
Que tú pasabas cantando.

   »Y si una tórtola bella
Suelta triste en la espesura
Su enamorada querella,
Digo: -Así llegara o ella
Mi amorosa desventura.

   »Y todo es pensar en ti,
Todo buscarte y quererte
En tanto que aguardo aquí,
Aunque me pesa ¡ay de mí!
Desearte y no tenerte.

   »Que si al fin de mi esperar,
De mi amoroso gemir,
Te dejaras ablandar,
Y saliendo del lugar
Acabaras por venir;

   »Si cual las aguas hicieras
Que aquí murmurando están,
Y entra arenillas ligeras,
Bullendo en tropel parleras,
Al valle rodando van;

   »Si hicieras como esas flores
Que cierran de noche al frío
Sus tocas de cien colores,
Y despliegan sus primores
Del alba al fresco rocío;

   »Delicioso por demás
Fuera esperarte, serrana;
Mas si hoy al fin no vendrás
Será persuadirme más
De que tampoco mañana.

   »Pero ¡no has de holgarte, a fe!
Pues tan tenaz como soy,
Al fin de buscarte, sé,
Que si no te encuentro hoy,
Mañana te encontraré.

   »Que he dejado mi ciudad,
Serrana, y venido así
Tan sólo por tu beldad,
Y ya, por tu terquedad,
No he de volverme sin ti.

   »Y cuenta con lo que digo,
Que he de estarme eternamente
De estos olmos al abrigo;
Y no te finjas que intente
Partirme sino contigo.

   »Haréme por el verano
Un toldo con espadaña,
Y haré en el invierno cano,
Por burlar al viento insano,
Mi hoguera en una cabaña.

   »Conque así, ve si ha de ser,
Porque yo te he de esperar
En la fuente sin ceder;
Y o no tienes de beber,
o te tengo de encontrar.»




ArribaAbajoSoneto



       Cólmame, Juana, el cincelado vaso
Hasta que por los bordes se derrame,
Y un vaso inmenso y corpulento dame
Que el supremo licor no encierre escaso.

   Deja que afuera, por siniestro caso,
En son medroso la tormenta brame,
Y el peregrino a nuestra puerta llame,
Treguas cediendo al fatigado paso.

   Deja que espere, o desespere, o pase;
Deja que el recio vendaval, sin tino,
Con rauda inundación tale o arrase;

   Que si viaja con agua el peregrino,
A mí, con tu perdón, cambiando frase,
No me acomoda caminar sin vino.