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Obras completas de Don Nicomedes-Pastor Díaz, de la Real Academia Española. Tomo I.

Nicomedes-Pastor Díaz





                                        
     A la juventud española,

     En muestra de simpatía y de cariño dedica sus pensamientos y afectos escritos en estos libros, deseoso de su amistad y aprobación, él que, probado por la enfermedad y el dolor, murió sin envejecer,





Nicomedes-Pastor Díaz.



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Prólogo General

     Es entre los aficionados a las letras pública voz y fama, y acreditada opinión, la de que nuestros vecinos los Franceses, y más aún todavía los Ingleses de ambos Mundos, y los Alemanes, publican demasiados libros. Por mucho sin duda que la actual profusión de escritos se justifique con el ansia, de un público que devora todo lo que diariamente la prensa le arroja, como alimento de su insaciable curiosidad; ciertamente no nos atreveremos a negar que la producción literaria de esos países sea algo superabundante; que la ciencia y la literatura modernas se resientan acaso de la manía de escribir, y que la deplorable facilidad de llenar libros con lo superficial, con lo poco importante, con lo frívolo, dañe más bien que aproveche a la educación intelectual, y a los verdaderos adelantos de la época y del siglo en que vivimos.

     No es España, por cierto, cómplice ni de esta exageración, ni de aquella manía. En España pecamos evidentemente del defecto contrario. Nuestra producción literaria y científica no está en proporción con nuestro progreso intelectual.

     �Quién lee en España, ni quién escribe en España, sobre todo en estos desgraciadísimos tiempos, de los más nebulosos sin duda, de nuestra historia contemporánea? Aun en los mejores días de la próspera suerte de nuestra Patria, solía decirse: �Los Españoles estudian mucho más que escriben: leen más que publican.� Fuese modestia, fuese inercia, fuese consecuencia de dificultad en los medios materiales de imprimir, y de expender lo que se imprimía, la verdad es que entre nosotros han solido pasar años enteros,



sin que se diese a la estampa un libro verdaderamente original, y sin que ninguno de nuestros hombres más notables en ciencias y en literatura, aumentase en un solo volumen el viejo tesoro de la librería Española. Por, desgracia hemos visto y vemos cada día bajar al sepulcro a nuestras primeras celebridades literarias, dejando a la posteridad o un juicio muy problemático acerca de la reputación que en vida alcanzaron, o a sus amigos el ímprobo trabajo de recoger los a veces esparcidos y extraviados fragmentos de sus incorrectas e incompletas producciones.

     Todavía asistimos a otro espectáculo más extraordinario. La juventud que ahora entra en el mundo, no tiene historia en qué aprender los sucesos más recientes, y la razón de las últimas transformaciones y vicisitudes literarias, políticas y sociales de la España de nuestros días. Los hombres que inauguraron la era política y literaria que empieza en 1834, se han olvidado de que la generación que les sigue, es adulta ya: se creen tal vez jóvenes todavía, y se olvidan de que la muerte del último Rey, la promulgación del Estatuto, la guerra de los siete años, la revolución de la Granja, y las Constituyentes de 1837; el célebre pronunciamiento de 1840, el de 1843, el casamiento y la mayoría de la Reina, todo en fin cuanto precede a 1854 y 56, son sucesos ya tan históricos, como la guerra de la Independencia, la época constitucional de 1820 y la reacción de 1823; y que sobre este período, apenas hay nada escrito más que la Gaceta y los periódicos. Para los que entran en la vida pública, los sucesos de los primeros años de nuestra Reina, y aun los de su gobernación, están ya envueltos en tinieblas. Sólo en los salones de la sociedad pueden enterarse oralmente de esa historia: en libros y documentos, en manera alguna. De los hombres célebres de esta interesante época, los que han muerto, escribieron poco; los que viven todavía, no publican nada.

     Debemos el tributo de alguna honrosa excepción a aquellos pocos, que han comprendido sus obligaciones para con el público, bajo un punto de vista diferente de los miramientos de una falsa modestia; o para los piadosos colectores, que en la publicación laboriosa de algunas obras recientes, han merecido bien de los vivos, siendo fieles a la amistad y a la memoria de ilustres difuntos.

     Contamos entre los primeros, al Sr. Duque de Rivas, al Sr. Bretón de los Herreros y al Sr. Marqués de Molins, que han tenido el buen gusto y la recta conciencia de hacer en vida ediciones completas de sus obras poéticas. Respecto del Sr. Zorrilla, del Sr. Hartzenbusch, y del Sr. Espronceda, los tenemos ya colecciónados, si bien algo, a lo menos en la iniciativa de su publicación, tenemos que agradecer al ya difunto Baudry. La Academia Española ha compilado con ímprobo trabajo las producciones de dos poetas tan notables, como el señor D. Juan Nicasio Gallego, y el Duque de Frías. Balmes debe su monumento inmortal a la amistad del Sr. Córdova; y si hoy tenemos entero al sublime pensador extremeño, el Sr. Donoso Cortés, que ha hecho europea la fama de la filosofía española, es porque el Sr. Tejado ha cumplido las obligaciones póstumas de la piedad literaria, con la exactitud de quien cumple un voto de religión. El amor filial ha pagado justo tributo a los talentos del elocuente orador D. Joaquín María López; el Sr. Rivadeneyra tuvo el feliz pensamiento de adelantar la posteridad para la vida preciosa del Sr. Quintana, y a la cooperación del ya citado Sr. Marqués de Molins, no menos que a la munificencia del señor D. Joaquín José de Osma, debemos la publicación de las poesías del Sr. D. Ventura de la Vega.

     Pero �bastan estas obras para llenar uno de los períodos más fecundos de nuestra historia literaria? �Cuándo verán la luz pública las ediciones de las de Argüelles, Reinoso, Musso, Lista y D. Javier de Burgos? �Quién no desea, quién no se apresuraría a adquirir las obras completas de los Sres. Galiano y Martínez de la Rosa? �Quién no espera con ansia las del Sr. Pidal, y el complemento de las del Sr. Pacheco? Entre los vivos, �quién no desea tener las poesías escogidas, los dramas del Sr. García Gutiérrez, los escritos varios, poesías y discursos de los Sres. Ríos Rosas, Luzuriaga, Marqués de la Pezuela, Aparisi, Oliván, Escosura, los tesoros de erudición y crítica de Durán, de Fernández-Guerra, Pedroso, Caveda, sin contar tantos otros, de cuyos trabajos pudieran hacerse colecciones, ya bajo la vista de los autores, ya póstumas, gloriosas para sus respectivas profesiones, y para el renombre literario, un tanto oscurecido y olvidado en el día, de nuestra Patria?

     Entre tantos nombres, acaso la justicia de nuestros lectores haya echado de menos uno, que no es posible ocultar ya por más tiempo a la pública expectación. Hablamos del Excmo. Sr. D. Nicomedes-Pastor Díaz, tan prematuramente arrebatado a la historia política y a la literatura contemporánea.

     El que estas líneas escribe, el que aspira a la honra de compilar los escritos de aquel ilustre publicista, y a la gloria de darlos a luz; si al hacerlo, satisface a un tiempo los deberes de su conciencia y los afectos de su corazón, no lo verifica ni por temeraria y estéril vanidad que le haga presumir demasiado de sus cortas fuerzas, a riesgo, por tanto, de malograr el éxito; ni tan a ciegas que se exponga a los inconvenientes de una elección equivocada, ni tan destituido de auxilios, que sólo pueda contar con los propios, para llevarla a cabo.

     De todo debe, de todo dará cuenta a los lectores; para que, excusando en parte su atrevimiento, en parte también le ayuden a sobrellevar la deuda de gratitud que ha contraído con los generosos auxiliadores de su empresa.

     La iniciativa para ella débela a la espontánea, aunque tal vez equivocada, elección y preferencia del autor.- Hallábase éste en Turín en 1855, desempeñando allí la Legación y Plenipotencia de nuestra Patria, cuando adoleció gravemente.-

     �Creí, me dijo, dormir mi postrer sueño, cerca del sepulcro de Silvio Pellico, asistido en mis últimos momentos por su hermano, venerable Provincial de la Compañía de Jesús; y en aquel postrer trance se me acordaba, entre otras cosas, la conciencia de hombre público y de escritor. Pensé, y creo de nuestro deber, presentarnos a la luz tales como hemos sido, tales como somos. A la de la verdad de aquellos momentos supremos, comprendí que se nos ha juzgado con injusticia; que no somos autores, acaso ni cómplices, de muchos males que se nos han atribuido; y desde entonces decidí, o publicar en vida la colección de mis obras, si para ello encontraba salud y vagar; o encargar a V., mi querido Fermín, que lo hiciese; y así lo planteé con toda solemnidad. Vuelto a Madrid, he pedido a mi hermano que no se resienta de esta preferencia: es un encargo especial, que en nada ofende, que en nada relaja mis vínculos de familia ni con él, ni con los demás míos. De él, que tanto quiere a V., no he recibido tampoco sino aprobación y asentimiento. Pido, pues, y espero que V. aceptará este piadoso encargo, y que si esta publicación se hace, -que sí se hará si V. la toma a su cuidado, -la dedique V. en mi nombre, si ya no lo he hecho yo, como pienso, a la Juventud de mi Patria. Así, y solo así, llenará los fines de escarmiento, de enseñanza y ejemplo, que con ella me propongo, y aun los de esta solemne apelación que ante ella provoco.�

     Yo acepté con lágrimas este testamento, este fideicomiso literario, y atento desde su fallecimiento a cumplirlo, no he perdonado medios, no he dejado de llamar a todas las puertas para poder realizarlo. Voy a decir con júbilo y con profundo reconocimiento, las que he encontrado abiertas, las que se me han franqueado. Los lectores hoy, la historia literaria mañana y siempre, notarán por su ausencia los de corporaciones y personas que no designe. Soy encomiador y propagador de ajenas honras y alabanzas; jamás he sembrado quejas, ni cosechado agravios, ni promovido tempestades.

     Ante todo ha sido la cooperación franca, abierta, fraternal de la familia del Sr. Pastor Díaz. Hubiérala tenido en primer lugar, y muy poderosa, literaria, de su digno sobrino, o más bien hijo de su talento, el ilustre joven D. Isaac Pastor Díaz, a quien hubiera tocado atesorar y aumentar la herencia de su alta gloria literaria, si Dios no le hubiera arrebatado en espléndida juventud, para saciarle en mejor vida, en los veneros de su sabiduría. Deber muy grato es para mí consignar aquí su nombre, no separándole de su Padre el señor D. Pedro Pastor y Maseda, hermano político y albacea del difunto, a quien he debido la más cariñosa cooperación en cuanto ha concernido a la formalización económica de la empresa.

     Compañero del elevado escritor en el seno de la Real Academia Española, en unión de los señores D. Cándido Nocedal y D. Antonio Ferrer del Río, solicité para aquélla su protección. La Academia, benévolamente acogida nuestra propuesta, nombró una comisión que sobre ella le aconsejara; y de conformidad con su dictamen, sin incurrir por ello en responsabilidad, por lo mismo que la mayor y mejor parte de las obras del insigne Académico no son puramente literarias, acordó auxiliar generosamente su publicación.

     Animados con tan alto precedente, acudimos el Sr. Pastor y Maseda y yo al Congreso de los Diputados, de que era digno Presidente el Excmo. señor D. Antonio de los Ríos y Rosas; y sin vacilar, y antes, de una manera tan espontánea que dobla el valor del don y centuplica el merecimiento, se adhirió con largueza a nuestro proyecto. A otras corporaciones que contaban en su seno al Sr. Pastor Díaz también nos hemos dirigido; en todas ellas encontramos respeto al difunto, suma benevolencia hacia nosotros; en algunas, promesas con cuya efectividad contamos, aunque no se hayan realizado todavía.

     En cuanto a la colaboración de los escritores hermanos del Sr. Pastor Díaz, no hay uno sólo que nos la haya negado; apenas es contado el que no nos la haya ofrecido amplísima. También les debemos especial tributo de conmemoración y agradecimiento.

     Ante todo, séanos permitido citar al Sr. Pacheco. A él, antes que a otro alguno, la pedimos, sobre todo para la conclusión y corrección del importante libro sobre Italia y Roma. Faltaba coordinar y armonizar lo escrito en borrador, y llenar algunos huecos designados por el autor, que dejaba apuntados los asuntos, y aun en algunos, las ideas capitales con que se habían de explanar. Creíamos que a nadie antes que al Sr. Pacheco, estaba reservada esta honra. Y por tal la tuvo y aceptó; y cumplídola hubiera ciertamente, si su quebrantada salud, y sobre todo, las tareas anejas a su cargo de Ministro de Estado y a su Embajada en Roma, le hubieran permitido verificarlo. Proponíase ejecutarlo a su regreso de ésta... mas �ay!... que ya no había de volver a manejar la pluma el Comentador de las Leyes de Toro, el Presidente de la Academia de San Fernando, el ameno historiador del viaje de Italia �La muerte vino también a arrebatarle a la Patria, y a tantas, para siempre, malogradas esperanzas!

     A favor del escrito del Sr. Pastor Díaz, y por resultas del examen que de él había hecho el señor Pacheco, sólo quedaron su opinión, sus observaciones, sus consejos, a buena dicha, comunicados al que suscribe.

     Con ellos y los manuscritos originales consultó éste a otra persona, más que ninguna, autorizada en la materia, al Sr. D. Antonio de los Ríos y Rosas; como que si en autoridad y cariño nadie rayaba más alto que él ni para el Sr. Pastor Díaz, ni para su modesto compilador, la circunstancia de conocer perfectamente el Sr. Ríos el teatro de los sucesos, y el asunto de la obra, a Pío IX, a Roma, a Italia, y a sus principales hombres políticos, hacía indispensable su consejo y mediación para el examen y complemento de aquél.

     El Sr. Ríos Rosas, aquí como en todas partes, concurrió eficaz y poderosamente, con el auxilio, de su elevada inteligencia y de su gran corazón: y si el compilador ha conseguido algo del acierto que en obra tan importante, más que en ninguna otra ha procurado, conservando en ella fielmente el espíritu, y las doctrinas y las opiniones del autor, éste y el público lo deberán, en su mayor parte, a tan feliz cooperación.

     Hala prometido también el Sr. Ríos para los demás escritos políticos del Sr. Pastor Díaz, así como el Sr. General Pezuela, Conde de Cheste, y los señores Nocedal, Hartzenbusch, Ferrer del Río, Cánovas del Castillo, Fernández-Guerra, Catalina, Fernández, y Aparisi y Guijarro, todos Académicos de la Española, y que compartirán entre sí la gloria de escribir los prólogos que el autor dejó trazados en su plan de publicación, pero que no tuvo tiempo de escribir.

     Este mismo plan es uno de los más poderosos auxiliares que ha encontrado el compilador. El autor ha determinado individualmente, artículo por artículo, cada uno de sus trabajos literarios y políticos que era su voluntad dar a la estampa. El público y el compilador deben felicitarse por ello. Aquél está seguro de que podrá contemplar al escritor bajo el punto de luz que él miraba como suyo: éste se encuentra resguardado y a salvo de los inconvenientes y peligros de la elección, que a veces pervierte el gusto, o descarrila la falta de juicio o del sentido íntimo que además de aquéllos, se ha de tener para acertar, cuando se elige a nombre y por cuenta de tercero, a quien ya no cabe dirigir consulta ni pedir opinión.

     Réstanos decir algunas palabras sobre el espíritu, que en general preside a esta publicación.

     El Sr. Pastor Díaz, que figuró en la escena política desde 1834, debía a su Patria este tributo de la estimación que obtuvo, este homenaje de reconocimiento a la posición que ocupó. Por eso ha dedicado a la juventud estudiosa y entusiasta, las tareas de una vida y de una juventud, consagradas con entusiasmo y fervor al sostenimiento de los buenos principios políticos, y de las doctrinas literarias y filosóficas más puras y más simpáticas.

     El Sr. Pastor Díaz dispuso además sus obras de manera que su conjunto ofrezca, al mismo tiempo que un cuerpo de doctrina, un monumento de historia contemporánea. La política y la literatura tendrán en esta colección el puesto alternativo y a veces simultáneo, que han tenido en la existencia del autor, inspirándose la una de la otra; influyendo la una sobre la otra; la una y la otra completándose y esclareciéndose; la una y la otra reproduciendo las fases de una vida, -y lo que es más interesante e instructivo, -pintando una época.

     Esta época, literariamente hablando, no ha carecido de brillantez; políticamente considerada, ha ejercido una grande influencia en la situación social y la tendrá en las evoluciones futuras de nuestra Patria. El Sr. Pastor Díaz ha tenido participación influyente en los sucesos, en las tendencias de esta época, y ha querido dejar consignada la que le ha cabido en los trabajos, en las vicisitudes y en la responsabilidad que deja a las siguientes una generación, que va a ceder su puesto a otra, nacida y educada en muy diferentes condiciones.

     Observando al escritor, verásele entrar en liza, como a otros de sus hermanos, provisto de la armadura de una educación seria, de una erudición escogida, cuyo primer aprendizaje, como la de tantos hombres políticos de aquella época (1824 a 34), se hizo en el claustro, o a la sombra del claustro.

     Y sin embargo, si bien estos jóvenes carecen por fortuna de las preocupaciones anti-religiosa y revolucionaria del siglo pasado, no forma en manera alguna la base de aquellos entendimientos el espíritu, ni menos el celo religioso. Traían ciertamente más fe en las ideas y más entusiasmo en el corazón, hacia la libertad política, que afanosamente buscan y conquistan para su Patria. A medida que avanzan en su carrera, muchos desengaños sobrevienen, muchas ilusiones se pierden: la fe política dura siempre, pero se debilita y decae, al paso que la idea religiosa penetra y ahíja cada vez más, hasta llegar a prevalecer y preponderar a ojos vistas.

     Por donde quiera notaréis este giro en las opiniones, en las doctrinas, en los afectos de nuestro escritor. Lo hallaréis, por ejemplo, en las poesías: desde la Epístola a Genaro, de cuyos versos se han suprimido algunos, protestando, sin embargo, el autor contra ellos, y desde los que escribe en una reclusión; desde éstos, repetimos, a los que dirige a La Sirena del Norte, Al Quince de Octubre y Al Acueducto de Segovia, �oh, cuánto, con firme planta, ha andado por la senda del bien! En los estudios filosóficos, �cuánto, desde la cándida apreciación de Fourrier hasta la elocuentísima impugnación de las ideas que propagan el socialismo, hecha en la cátedra del Ateneo!

     Y aunque en sus obras políticas, y sobre todo en su conducta, no haya habido tanto que reformar; aun cuando en todas las grandes cuestiones que han agitado el país, especialmente desde 1840, en la prensa, y desde 1843, en la tribuna, apenas haya negado su voz y su pluma a la noble y santa causa del orden y de los principios de autoridad y gobierno, �cómo sobresale su admirable escrito sobre Italia, y su último discurso como Ministro de Gracia y Justicia en el Senado! -Éstos han sido verdaderamente el canto del cisne: como si el escritor y el hombre de Estado aspirasen a completarse e interpretarse dignamente, mostrando al mundo, en la madurez de su juicio, su gradual perfeccionamiento, y la consecuente y adquirida seguridad de sus ideas.

     Este ejemplo, este estudio proponemos a la Juventud. Ella entra no en mejores días, no con tanta fe ni con igual ardimiento; pero sí más provista de doctrina y enseñanzas, en el estadio de la vida pública. �Qué hará de la herencia de sus Padres, regada a veces con sangre, y sobre todo tan trabajosamente acumulada? Ella sin duda sabe de dónde viene, y dónde empieza; pero �sabe a dónde va? �dónde podrá, a dónde deberá concluir?...

     Sin embargo, no hay que arredrarse por la dificultad, ni descorazonarse por el peligro. La causa es santa, la empresa alta e ineludible. Dios ayuda siempre al bien, más de lo que generalmente se piensa. Así lo ha dicho por estos versos un joven y malogrado poeta filósofo, de esta nueva generación, y que acaso mejor que ningún otro recibió en ella esta suerte de inspiraciones, el Sr. D. Federico Bello y Chacón:

                Sigamos, pues, nuestra fatal carrera,
El faro amigo sin perder de vista:
La nave es fuerte, y su Hacedor divino,
Puesta la mano en el timón, la guía!

     Y volviendo a la Juventud, �dichosa ella y aun, la Patria, si puede un día provocar el examen de sus ideas y de sus actos, presentando, como lo hace hoy el Sr. Pastor Díaz, igualmente su vida al juicio de los que han de venir!

     Con lo dicho basta para exponer el pensamiento, que preside a esta publicación. El poner de relieve las bellezas de cada una de sus partes, queda a cargo de los insignes Académicos que han de escribir los Prólogos; y fuera en mí tanto atrevimiento como imprudencia, intentar siquiera a anticiparme a hacerlo, con grave daño del lector, y mayor propio merecido escarmiento.

Para dar a conocer la vida del escritor, sin la cual apenas pueden apreciarse bien sus obras, se pone a continuación una breve noticia biográfica, extractada de la que más bien lloré que leí en la Real Academia Española.

     El orden que se ha de seguir en la publicación será el siguiente, salvo alguna modificación que se crea necesaria o conveniente.

     ITALIA Y ROMA.- ROMA SIN EL PAPA.

     POESÍAS; comprendiendo, además de las publicadas en 1840, algunas otras excluidas de aquella edición, o escritas con posterioridad.

     ÁLBUM LITERARIO, que contendrá artículos críticos, filosóficos o históricos sobre varios asuntos y obras contemporáneas; el discurso de recepción del autor en la Real Academia Española: una novelita titulada La Cita, y dos biografías literarias, las de los Sres. Duque de Rivas y D. Javier de Burgos.

     LOS PROBLEMAS DEL SOCIALISMO.- Esta obra, de las más notables del autor, contendrá las Lecciones que sobre cuestiones sociales y políticas pronunció con tanto aplauso en el Ateneo de Madrid en los años de 1848 y 1849; lecciones que hoy, cuando los errores del socialismo han penetrado tan profundamente en la sociedad, han adquirido mayor interés e importancia.

     MEMORIAS DE UNA CAMPAÑA PERIODÍSTICA.- Colección de artículos y discursos políticos.

     DIEZ AÑOS DE CONTROVERSIA PARLAMENTARIA.- Colección de escritos políticos sobre las principales cuestiones y sucesos de nuestra historia política de 1840 a 1850. Tendrá por apéndice dos biografías de personajes bien distintos, y que representaron causas y partidos bien diferentes: el General don Diego León y D. Ramón Cabrera.

     Formará la colección unos seis tomos. Aunque el compilador no cuenta hoy con todos los medios necesarios para darla cima, no se desalienta por ello. Emprendida para gloria de su autor y bien de la Patria, y en provecho exclusivo de la familia de éste, espera lograr para tan nobles fines la cooperación de personas y corporaciones.

     Antes de darla a la estampa no se ha solicitado ni la de S. M. ni la del Gobierno, por causas fáciles de comprender. Esta obra, para que tenga mayor autoridad, debe publicarse así. Tiempo hay de que los que gobiernan, la patrocinen, a medida de su bondad, y en proporción del interés público que le encuentren.

     Se cuidará de publicar en el último tomo la lista de los señores suscritores que honren, siéndolo, la memoria del Sr. Pastor Díaz.

     Finalmente, para mejor completar el retrato moral del escritor, hemos creído conveniente insertar a continuación el plan de las obras literarias que meditaba y se proponía escribir, de algunas de las cuales deja cuadros o ideas sueltas. Él servirá a lo menos para acabar de dar a conocer las tendencias de su espíritu cuando le sobrecogió la muerte; y acaso en algún ánimo levantado y generoso ponga deseo de aceptar la inspiración como religioso y sublime mandato.

     Así lo hiciera, si tanto valiese, el que suscribe; pero se contentará con decir:

     Est aliquid prodiisse tenus, si non datur ultra.

Fermín de la Puente y Apezechea.



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Cuadro

De las obras en prosa y verso que tenía en proyecto el Excmo. Sr. D. Nicomedes-Pastor Díaz

Poesía.

     Viaje en verso por caminos en prosa.

     Meridionales.- Poema sobre mi viaje a Andalucía en 1848.

     Un mal de nervios, comedia.

     No me ha dejado (Sevilla).- Drama de Alonso el Sabio.

     El Kremlim.- Drama ruso.

Literatura y filosofía.

     El libro de mis pensamientos.

     Viaje alrededor de mi vida.- Memorias de mi vida política.

     Palabras evangélicas sobre las cuestiones sociales.

     Cartas del domingo.- Una en cada él, sobre una cuestión moral o filosófica, en sentido religioso.

     El último día del Mundo.

     Los suplicios.- Novela sobre un asunto de las Comunidades de Castilla.

     Un crimen olvidado.- Novela histórico-fantástica.

Historia

     El rey santo y el rey sabio.- Ensayo histórico sobre el período que comprende la vida de San Fernando, III de este nombre, y Alfonso X.

     Última hora de Napoleón.- Fantasía histórica.

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