Segundo período: Juventud | |
Una voz | |
Yo conozco esa voz, a su sonido | |
Todo mi ser se estremeció temblando; | |
Hela subir cual bélico alarido, | |
A los cielos mi muerte demandando. | |
Conozco ya esa voz, un tiempo ufana | |
La señal dio de paz y de alegría. | |
Hoy retumba, cual lúgubre campana, | |
Que en alta noche anuncia la agonía. | |
La oyó mi corazón la vez primera, | |
Y entre aromas y púrpura sonaba. | |
Fue el céfiro vital de primavera, | |
Y «amor, amor»... su acento pronunciaba. | |
Ahora se eleva de una tumba oscura; | |
Nube la sigue de terror secreto; | |
Aún pronuncia aquel nombre de ternura | |
Pero es quien le pronuncia... un esqueleto! | |
Agigantado, aéreo, luminoso, | |
Véole alzar la vengadora frente; | |
Lánzame ese gemido doloroso, | |
Y se hunde entre las sombras de repente. | |
Dó quier que vuelvo mi aterrada planta, | |
Allí me sigue, inseparable sombra; | |
A cada paso airada se levanta | |
Mi nombre dice, y otro ser me nombra. | |
Oigola entre la espuma del torrente | |
Oigola en el bramar del torbellino; | |
En el sordo murmullo de la fuente, | |
En el tronar del piélago marino. | |
Ya, como aterrador remordimiento, | |
Mi sueño torna en convulsión inquieta | |
Ya despierto a en estrépito violento, | |
Cual si escuchara la final trompeta; | |
Ya del placer el desmayado instante | |
Con bárbara ficción remedar quiere; | |
Ya en resuello profundo, agonizante, | |
Imita las congojas de quien muere!... | |
De quien murió...¡Gran Dios!... de quien me llama, | |
De quien me emplaza a su desierto asilo; | |
De ese tremendo ser que me reclama; | |
Que ni en la tumba me miró tranquilo! | |
Obedézcote ya, voz misteriosa; | |
Héme sumiso a ti, como en la vida; | |
Heme postrado ante la yerta losa; | |
Ve tu incesante petición cumplida! | |
A pasar van, cual tu vivir amargo, | |
Los lentos días de mi amargo duelo. | |
Y será más profundo mi letargo; | |
Que mi tumba también será de hielo. | |
De ti quedó un recuerdo de hermosura, | |
De ti la sombra que implacable miro; | |
De ti esa voz de muerte y de ternura, | |
Ese que vaga, universal suspiro. | |
De mi existencia oscura, solitaria, | |
No quedará ni voz, ni sombra leve; | |
No habrá en mi losa funeral plegaria, | |
Nadie que un ¡ay! por mi memoria eleve. | |
A nadie llamaré; ni quien se asombre | |
Habrá en el mundo a mi nocturno acento; | |
Ni, como el tuyo, mi olvidado nombre | |
Eco será jamás de un pensamiento. | |
La mariposa negra | |
Borraba ya del pensamiento mío | |
De la tristeza el importuno ceño; | |
Dulce era mi vivir, dulce mi sueño, | |
Dulce mi despertar. | |
Ya en mi pecho era lóbrego vacío | |
El que un tiempo rugió volcán ardiente; | |
Ya no pasaban negras por mi frente | |
Nubes que hacen llorar. | |
Era una noche azul, serena, clara, | |
Que embebecido en plácido desvelo, | |
Alcé los ojos en tributo al Cielo, | |
De tierna gratitud. | |
Mas ¡ay! que apenas lánguido se alzara | |
Este mirar de eterna desventura, | |
Turbarse vi la lívida blancura | |
De la nocturna luz. | |
Incierta sombra que mi sien circunda, | |
Cruzar siento en zumbido revolante, | |
Y con nubloso vértigo incesante | |
A mi vista girar. | |
Cubrió la luz incierta, moribunda, | |
Con alas de vapor, informe objeto, | |
Cubrió mi corazón terror secreto | |
Que no puedo calmar. | |
No, como un tiempo, colosal quimera | |
Mi atónita atención amedrentaba; | |
Mis oídos profundo no aterraba | |
Acento de pavor: | |
Que fue la aparición vaga y ligera; | |
Leve la sombra aérea y nebulosa; | |
Que fue sólo una negra mariposa | |
Volando en derredor. | |
No cual suele, fijó su giro errante | |
La antorcha que alumbraba mi desvelo; | |
De su siniestro misterioso vuelo | |
La luz no era el imán. | |
¡Ay! que sólo el fulgor agonizante | |
En mis lánguidos ojos abatidos, | |
Ser creí de sus giros repetidos | |
Secreto talismán. | |
Lo creo, sí... que a mi agitada suerte | |
Su extraña aparición no será en vano. | |
Desde la noche de ese infausto arcano, | |
¡Ay Dios!... aún no dormí. | |
¿Anunciaráme próxima la muerte? | |
¿O es más negro su vuelo repentino?... | |
¡Ella trae un mensaje del Destino!... | |
Yo... ¡no le comprendí! | |
Ya no aparece sólo entre las sombras; | |
Dó quier me envuelve su funesto giro; | |
A cada instante sobre mí la miro | |
Mil círculos trazar. | |
Del campo entre las plácidas alfombras, | |
Del bosque entre el ramaje la contemplo | |
Y hasta bajo las bóvedas del templo... | |
Y ante el sagrado altar. | |
«Para calmar mi frenesí secreto | |
Cesa un instante, negra mariposa: | |
Tus leves alas en mi frente posa; | |
Tal vez me aquietarás...» | |
Mas redoblando su girar inquieto | |
Huye, y parece que a mi voz se aleja, | |
Y revuelve, y me sigue, y no me deja... | |
¡Ni se para jamás! | |
A veces creo que un sepulcro amado | |
Lanzó, bajo esta larva aterradora, | |
El espíritu errante, que aún adora | |
Mi yerto corazón. | |
Y una vez ¡ay! extático y helado, | |
La vi, la vi... creciendo de repente, | |
Mágica desplegar sobre mi frente | |
Nueva transformación. | |
Vi tenderse sus alas como un velo, | |
Sobre un cuerpo fantástico colgadas, | |
En rozagante túnica trocadas, | |
Só un manto funeral. | |
Y el lúgubre zumbido de su vuelo, | |
Trocóse en voz profunda melodiosa, | |
Y trocóse la negra mariposa | |
En Genio celestial. | |
Cual sobre estatua de ébano luciente | |
Un rostro se alza en ademán sublime, | |
Dó en pálido marfil su sello imprime | |
Sobrehumano dolor; | |
Y de sus ojos el brillar ardiente, | |
Fósforo de visión, fuego del cielo, | |
Hiere en el alma... como hiere el vuelo | |
Del rayo vengador! | |
«Un momento ¡gran Dios!» mis brazos yertos | |
Desesperado la tendí gritando: | |
«¡Ven de una vez!, la dije sollozando, | |
¡Ven y me matarás!» | |
Mas ¡ay! que, cual las sombras de los muertos, | |
Sus formas vanas a mi voz retira, | |
Y de nuevo circula y zumba y gira... | |
Y no para jamás... | |
¿Qué potencia infernal mi mente altera? | |
¿De dónde viene esta visión pasmosa? | |
Ese genio... esa negra mariposa, | |
¿Qué es?... ¿Qué quiere de mí?... | |
En vano llamo a mi ilusión, quimera; | |
No hay más verdad que la ilusión del alma: | |
Verdad fue mi quietud, mi paz, mi calma... | |
Verdad... que ya perdí! | |
Por ocultos resortes agitado | |
Vuelvo al llanto otra vez hondo y doliente, | |
Y mi canto otra vez vuela y mi mente | |
A esa extraña región, | |
Dó sobre el cráter de un abismo helado. | |
Las nieves del volcán se derritieron... | |
Al fuego que ligeras encendieron | |
Dos alas de crespón. | |
1834. | |
Su mirar | |
Pasó... no era mujer!... era mi sueño | |
Que el aura del crepúsculo mecía: | |
El ángel era que forjó en su empeño | |
De amor mi fantasía. | |
Aérea, alada, leve, transparente | |
Volar la vi sobre la verde alfombra, | |
Como pasa un celaje de occidente, | |
Como vaga una sombra. | |
Azul ropaje celestial vestía, | |
Y alas de gasa el serafín radiante: | |
Era la luz, el aire, la armonía... | |
Y un pálido semblante. | |
Yo no vi en él lo que otro tiempo viera | |
En la espléndida faz de la hermosura, | |
Cuando a mi pecho fulminar sintiera | |
Su llama ardiente, dura. | |
No era un mirar sobre la faz del mundo; | |
No era un mirar de la terrestre vida: | |
Hundiérase del cielo en lo profundo | |
Su mirada perdida. | |
Allá, en un punto, en la insondable esfera | |
Misteriosa lanzábase y lejana, | |
Que ni alcanzar ni comprender pudiera | |
Otra mirada humana. | |
I desde sus incógnitas regiones | |
En mágico reflejo a mí volvía, | |
Y de ella en torno un mundo de ilusiones | |
Fantástico nacía... | |
¡Ilusiones! ¡ay!... pasaron | |
Como ráfaga encendida. | |
Que del árbol de la vida | |
hoja y flores abrasaron. | |
Mi alma las alas plegó | |
De su vagaroso vuelo; | |
Y en el abismo de hielo | |
De la realidad cayó. | |
Faltó la tierra a mis pies | |
En aquel seno profundo; | |
Faltó a mis ojos el mundo... | |
Que una ilusión sólo es. | |
Faltó el misterioso afán | |
Que me encumbraba a la esfera; | |
Faltó el norte a mi carrera, | |
Y a mi brújula el imán. | |
Llamarle pude quietud | |
A mi solitaria calma, | |
Y era... la vejez de un alma | |
Que perdió amor y virtud!... | |
Rayo, aquel mirar divino | |
A mi abismo descendió | |
En busca de mi destino; | |
Y a su fulgor repentino | |
Mi espíritu despertó. | |
Volvió la vida a latir, | |
Volvió el alma a delirar; | |
Volvió el ardor de sentir; | |
Y el infierno de vivir... | |
Y el paraíso de amar | |
Y esa mirada angelical, sublime. | |
Marcado lleva el sello del dolor: | |
Es el mirar de un serafín que gime, | |
Y pide a Dios un rayo de su amor. | |
Simbólico mirar, que transparenta | |
So un espíritu puro, virginal, | |
El ansia vaga, de llorar sedienta, | |
De la pasión primera de un mortal. | |
Mirar, que eleva eterna una plegaria | |
Al que a la dura tierra le arrojó, | |
Y en su aflicción profunda, solitaria, | |
A los cielos demanda -«¿Y quién soy yo... | |
»Que de orfandad, misterios y amargura | |
Aparición fatídica me hallé? | |
Arrojada en el mundo a la ventura, | |
Ajena compasión mi madre fue. | |
»De mi expósita cuna los vagidos | |
No arrulló nunca el gremio maternal; | |
Ni en su ósculo inefable recogidos | |
Los sollozos sentí de mi natal. | |
«Pasó una noche, y despertó una aurora: | |
Flor arrojada a un arenal me vi. | |
Dónde está mi jardín el cielo ignora, | |
Y el árbol bello a que arrancada fui!» | |
¡Ay! de esa soledad la historia triste | |
En tu pálida frente adiviné. | |
La lágrima primera que vertiste, | |
Como esmalte en tus párpados se ve. | |
Y allá buscan la imagen de consuelo | |
Que el mundo les negara sin piedad. | |
Bájalos ¡ay!... que no la tiene el cielo | |
Sobre otro ser de amor y soledad. | |
¡Bájalos!... heme aquí, triste hermosura. | |
Que mi destino en su mirar leí. | |
Yo también he bajado de esa altura: | |
¡Ángel!... para adoraros ¡hedme aquí! | |
¡Aquí... del mando a la puerta!... | |
Y no llaméis; que en su encono | |
No ofrece a vuestro abandono | |
Ni un lecho en que reposar. | |
Tomad la ruta desierta | |
De un corazón que os adora. | |
Y que os promete, señora, | |
Un culto, un templo, un altar. | |
¡Oh mi deidad!... que yo hiciera | |
Un sagrario a tu hermosura | |
Dó alumbrara sola y pura | |
Tu celeste brillantez. | |
Ni a esa túnica ligera | |
Tocara el borde mi mano, | |
Ni empañara aliento humano | |
El esmalte de esa tez. | |
Allí sí que al térreo manto | |
Rasgara tu vista el velo, | |
Pura remontando al cielo | |
Tu mirada virginal. | |
Mientras en transporte santo | |
Yo a tus plantas noche y día, | |
Extático besaría | |
Tu dorado pedestal. | |
Y si una vez, de tu altura | |
Descendiendo vagamente, | |
Tu mirar sobre mi frente | |
Dejarás blando caer, | |
Ese rayo de ventura | |
Rayo a mi existencia fuera; | |
Y al éxtasis sucumbiera | |
¡De amor, de gloria y placer!... | |
Era sueño... ¡pasó!... ronca zumbando | |
La voz del mundo resonó en mi oído, | |
Y a tu nombre, en sus ecos repetido. | |
Con pavor desperté. | |
-«He allí tu aparición, dijo gritando | |
Por mi mano y mi voz desencantada: | |
Hela allí; no es tu huérfana, tu Fada. | |
Ni el ángel de tu fe. | |
»Qué antiguas glorias su blasón retrata: | |
»Lleva en la tierra un nombre de grandeza, | |
Y esa frente de luz y de belleza | |
Áurea diadema orló. | |
»Espléndida carroza la arrebata, | |
Magnífico palacio le da sombra, | |
Y la Fortuna su dorada alfombra | |
A sus plantas tendió.» | |
¡Maldición sobre ti, mundo celoso, | |
Que el ángel de mis sueños me robaste; | |
Que su esplendor diáfano eclipsaste | |
Con tu brillo infernal. | |
Maldición! que a en vuelo vagaroso | |
Las seráficas alas detuviste, | |
Y el talismán fantástico rompiste | |
De mi amor inmortal. | |
Y tú, visión de luz, ¿a qué del suelo | |
Por la pompa trocaste y los placeres | |
El cielo azul de los etéreos seres, | |
Y el trono de zafir? | |
Yo siguiera a tu espíritu en su vuelo, | |
Yo siguiera tu mente hasta las nubes... | |
Y esa carroza, dó brillante subes, | |
¡No la puedo seguir! | |
Mas aun cruza relámpago el espacio | |
Ese mirar, y a lo infinito vuela; | |
Y aun a mi triste despertar revela | |
La deidad que soñé. | |
Ni en las bóvedas anchas de un palacio | |
Cabrá lo que abarcar no puede el mundo, | |
Ni el sentimiento comprimir profundo | |
Que yo te consagre. | |
Que en vano esos salones recorriendo | |
Buscará esa mirada indagadora | |
Dó el espíritu vive que os adora. | |
Que sentís, que no veis... | |
¡Sentid, y no veáis!... y bien ardiendo | |
Pase ante vos el soplo que respira. | |
No queráis ver los ojos con que os mira;... | |
Sentid... y no miréis! | |
Que negro ante estos ojos hay un velo, | |
Y verás sobre mí desde tu altura | |
Nube de polvo circundarme oscura, | |
Y alzarse entre los dos. | |
¡Ay!... Mira siempre vagarosa al cielo, | |
Y pura allí, sin nube y sin grandeza, | |
Tú verás mi pasión; yo... tu belleza | |
¡En el seno de Dios! | |
A S. M. La Reina gobernadora, | |
Doña María Cristina de Borbón | |
en el acto de jurar la Constitución de 1837.(4) | |
¡Bendición sobre ti, Reina adorada; | |
Sobre ti bendición, y paz y gloria, | |
Hoy que al amor de un pueblo consagrada | |
Juras su ley, proclamas su victoria! | |
Bendición sobre el solio dó se asienta | |
El poder, la inocencia y la hermosura. | |
El pueblo que hoy su pacto te presenta, | |
También del Trono la victoria jura. | |
Sólo ante ti, magnánima heroína | |
Puede elevar tan sacro juramento, | |
Sólo por ti merecerá, Cristina. | |
Que le acepte propicio el firmamento. | |
Que en el cerco de nubes que ennegrece | |
El horizonte de la patria oscuro, | |
Sólo eres tú la luz que resplandece, | |
Sólo es tu trono inmaculado y puro... | |
En la confusa oscuridad luchando, | |
Su pendón tus guerreros ya no vían, | |
Y por lanzarse al enemigo bando. | |
Ciegos las armas contra sí volvían. | |
El contrario aplaudió; su risa impura | |
Sonó en su campo cual rugir de fiera; | |
A raya tuvo el libre su bravura | |
Y gritó en alta voz: «¡Una bandera!» | |
Y esa bandera que buscaba en vano | |
Espléndida, radiante, inmaculada. | |
Esa bandera tremoló en tu mano... | |
¡Bendición sobre ti, Reina adorada! | |
Ese estandarte nuevo, refulgente, | |
En santa unión nos lleve a la pelea, | |
Y cuando al torvo despotismo ahuyente | |
¡Iris de paz y de bonanza sea! | |
Que en su fondo, a tu nombre entrelazadas, | |
Simétricos ostenten sus colores | |
Divisas, en mal hora separadas. | |
Unidas ya, como en guirnalda, flores. | |
Si es de un sólo matiz lúgubre, oscuro | |
Del fanatismo el pabellón de muerte, | |
¿Pensáis que el paño de la tumba impuro | |
Sea emblema de unión durable y fuerte? | |
¡Ah! no hace mucho que humillar al Sena | |
Quiso el blanco pendón de sus señores; | |
Miradle roto en extranjera arena, | |
¡Al mágico brillar de tres colores! | |
Dos colores también, y el de tu manto. | |
Orlan las libertades españolas; | |
Mas uno es ya su lazo sacrosanto. | |
Una la enseña que a en faz tremolas. | |
Alzala, oh Reina, en tu gloriosa mano. | |
Vedla, pueblos de Europa: ¡es ella, es ella! | |
Esa es la libertad del pueblo hispano: | |
¿Quién de vosotros la miro tan bella? | |
¡La libertad!... Horrorizado el mundo, | |
Creyóla un tiempo del puñal armada, | |
Coronada la sien de gorro inmundo, | |
Sobre regios cadáveres sentada. | |
O el martillo del Cíclope en su mano, | |
A polvo reduciendo las ciudades, | |
Alzando el grito de su triunfo insano | |
Sobre desamparadas soledades. | |
En alas de visión más venturosa | |
La ve España bajar sobre su suelo, | |
Pura, fecunda, celestial, gloriosa, | |
Como al hombre en amor la ha dado el cielo. | |
La ve con la diadema en su cabeza. | |
Subir contigo al soberano asiento, | |
Y las, formas tomar de tu belleza, | |
Y pronunciar tu sacro juramento. | |
La ve dorar las alas refulgentes | |
Del Ángel Regio que a tu lado brilla. | |
Y al cielo alzar sus manos inocentes, | |
Que también piden paz para Castilla. | |
La ve... y ahoga el llanto de ternura | |
La voz con une tu nombre victorea, | |
Y al nombre augusto que tu labio jura, | |
Con lágrimas responde: «¡Eterno sea!» | |
Y cuando alzas sublime al firmamento. | |
Confirmando tu voto, una mirada, | |
¡Bendición, bendición... murmura el viento, | |
Bendición sobre ti, Reina adorada! | |
La mano fría | |
Breve fue y robado instante | |
A la amarga inquieta vida, | |
En que el ánima rendida | |
Rindió los miembros también. | |
Eran horas de alta noche, | |
Y en mi solitario lecho | |
Posaba tranquilo el pecho, | |
Lenta pulsando la sien. | |
Cuando súbito en el sueño | |
Vibró el cuerpo estremecido, | |
Y taladrando mi oído, | |
Grito de muerte sentí: | |
Desperté, tendí con ansia | |
Los yertos brazos al viento, | |
Contuve tardo el aliento, | |
Miré en torno... ¡y nada vi! | |
Todo era silencio y sombras, | |
Todo oscuridad y calma; | |
Sólo el reposo del alma | |
Despareciera fugaz. | |
Que ella, que sin lumbre mira | |
Percibió negro y secreto | |
Más que la noche, el objeto, | |
Que a ahuyentar vino su paz. | |
Y en breve sentí arrastrarse. | |
Como en la yerba un gusano, | |
Áspera y fría una mano, | |
Que por mis miembros trepó. | |
Una mano férrea. dura. | |
Una mano sola, helada... | |
Cual de un muerto despegada... | |
¡Que en mi frente se posó! | |
Posó: cual monte de hielo | |
Su enorme peso oprimía, | |
Sin dejarle a mi agonía | |
Ni un ¡ay! de espanto lanzar. | |
Porque en mis labios su dedo | |
Sentí cual férrea mordaza, | |
Que su sello de amenaza. | |
Imprimió muda al pasar. | |
¡Y pasó! pasó la noche, | |
Y el sueño, y la helada mano... | |
Y a la aurora esperé en vano | |
Que disipara mi horror. | |
Que horrible, más que las sombras, | |
Su negra faz mostró el día... | |
Todo mudado se había | |
¡De mi vista en derredor! | |
Radiante no brilló el mundo. | |
Ni iluminado el espacio, | |
Ni su disco de topacio | |
Trémulo ostentaba el sol. | |
Ni del pabellón pendían | |
De un cielo desmantelado, | |
Nubes de gasa y brocado | |
Recamadas de arrebol. | |
Trocara en árido polvo | |
Su esmeralda la pradera; | |
En negros paños la esfera | |
Su abrillantado turquí. | |
Y ante un sol descolorido, | |
Sobre una tierra desierta... | |
La naturaleza muerta... | |
¡Muerta la vida creí! | |
Tantas voces que armonía | |
Daban, y concierto al mundo, | |
Callaban en lo profundo | |
De medrosa soledad. | |
O sueltas a un tiempo, el caos | |
Lanzaba al mundo aturdido, | |
En ráfagas, el ruido | |
De su eterna tempestad. | |
Y vía cruzar los hombres, | |
Al azar, graves o inquietos, | |
Ora errantes esqueletos | |
Sin espíritu ni voz, | |
Ora fantasmas siniestros, | |
Derramando en su mirada, | |
Fuego el alma depravada, | |
Sangre el corazón feroz. | |
Busqué entonces con recelo | |
En la universal negrura, | |
Una forma de hermosura, | |
Un destello de beldad. | |
En vano ¡ay Dios!... que el conjuro | |
De aquella noche de espanto, | |
De la belleza el encanto | |
Robó también sin piedad. | |
Y vi inmóviles y mudos | |
Los semblantes de las bellas; | |
Apagadas sus centellas, | |
Sus pupilas sin lucir. | |
Las vi, desecadas momias, | |
Yertas pasando a mi lado, | |
Su labio frío y cerrado, | |
Y mi seno sin latir. | |
Sí, que como centro horrible | |
De aquel mundo en esqueleto, | |
Sin calor quedara y quieto. | |
Cadáver, mi corazón. | |
Y la mano que en mi frente | |
Sus dedos selló pasando, | |
Se fijara en él, pesando | |
Con perenne compresión. | |
¡Ay!... ¿Qué mano, santo cielo, | |
Qué mano fue vengadora, | |
La que con magia traidora | |
Transformó el mundo, o mi ser? | |
¿Era la mano del Tiempo, | |
Por dedos sus desengaños? | |
No... no brillara veinte años | |
El sol desde mi nacer. | |
¿Era la mano de mármol | |
De emboscada muerte oscura, | |
Abriendo la sepultura | |
De una existencia veloz; | |
Asiéndome con la rabia | |
De implacable odio tirano; | |
Que al fin fiaba a una mano | |
Lo que no pudo una voz?... | |
No, que un día, en mis dolores, | |
Vino la Parca a mi lecho, | |
Y cruzadas en mi pecho | |
Sus leves manos sentí. | |
Y eran manos perfumadas, | |
Suavísimas, deliciosas, | |
Que festonaban de romas | |
Una tumba que perdí. | |
¿Fue acaso del Infortunio | |
Esa mano... o del Destino? | |
¿Del cielo enojada vino, | |
O de la infernal región? | |
No... que al orgullo del hombre | |
Sorprendí el horrible arcano... | |
De que era la helada mano... | |
¡La mano de la Razón! | |
A un ángel caído | |
Fragmentos | |
Helos allí postrados por el suelo. | |
Desde el trono esplendente en que brillaron: | |
Genios de eterna luz los creó el cielo, | |
Y genios de tinieblas se tornaron. | |
He allí esa frente, más que el sol, radiante, | |
Que llevar pudo estrellas por guirnalda, | |
Cuando entre nubes de oro y de diamante | |
Desplegaban sus alas de esmeralda. | |
Su voz sonaba, y al hosanna eterno | |
Se inundaban los cielos de armonía; | |
Su vuelo alzando, hasta el remoto infierno | |
Luminosa su huella se extendía... | |
Pero intentó su vanidad demente | |
El poder igualar que los creara, | |
Quiso, alzando sus ondas, el torrente | |
La montaña inundar de dó bajara; | |
Y la montaña le tragó en su seno, | |
Só el gran poder cine al universo abruma. | |
Y a los abismos, convertida en cieno. | |
Fue su brillante vanidosa espuma. | |
A los abismos ¡ay! dó abrió su planta | |
Vasto sepulcro a su impotente crimen. | |
Dó en vano su soberbia se levanta, | |
Con los hierros luchando que la oprimen. | |
Ya es su voz el bramar de la tormenta; | |
Su resuello feroz, los huracanes; | |
Que alguna vez abrasador revienta | |
Con espantoso estrépito en volcanes... | |
¡Eso, y no más!... les queda de la gloria | |
Que deslumbraba en la terrestre esfera, | |
El despecho infernal de su memoria... | |
¡Y el resplandor de la infernal hoguera! | |
Y ellos... que para amar fueron nacidos | |
Con el amor de un Dios alimentados. | |
Helos sin fin... de Dios aborrecidos, | |
¡A odiar y a maldecirse condenados! | |
Pero tal vez no todos la sentencia | |
De no amar, y el tormento merecieron;. | |
Pudo mirar la celestial clemencia | |
Que, espíritus de amor, no le perdieron. | |
Pudo ser que en las huestes celestiales | |
Débiles almas ¡ay! también se hallaran, | |
Que, sin ceder al crimen, criminales, | |
Siguiesen a otros ángeles que amaran. | |
Pudo ser que el rebelde sentimiento, | |
De el yugo sacudir de criatura | |
Fuese en alguno el generoso intento | |
De dar vida a otros seres y ventura. | |
Y pudo ser que la justicia eterna, | |
Al sumergir la turba maldecida, | |
De una mirada perdonase tierra, | |
A esos tristes espíritus, la vida. | |
«Vivid, les dijo, en la mansión del hombre, | |
De su dolor al yugo uncid la frente, | |
Llevad su carne mísera y su nombre, | |
Prisión de un alma de ángel penitente. | |
»Pasad sobre su valle de dolores. | |
Largo destierro y siglos de quebranto; | |
Pues pecasteis de amor, de sus amores | |
Probad tan sólo el afanoso llanto. | |
»Y si del rayo que encendió el infierno | |
Sólo os hirió al pasar leve centella, | |
En amenaza de un suplicio eterno | |
Guarde vuestro interior su eterna huella, | |
»Y guarde a un tiempo el éxtasis del cielo, | |
Y el arranque inmortal de su grandeza. | |
Pero... ¡sin alas para alzar el vuelo. | |
Sobre el nivel de la mortal flaqueza. | |
»El mundo no comprenda vuestra lucha, | |
A vuestro llanto... estúpido se ría; | |
Y a vuestra voz responda, si la escucha, | |
Con gritos de sarcasmo y de alegría. | |
»Mas apurando el cáliz de los males, | |
Séaos consuelo, en el dolor sumidos, | |
que otros serán los genios infernales; | |
Vosotros sed... los ángeles caídos!...» | |
Y desde entonces se ven | |
Sobre el suelo peregrinos, | |
Esos seres, que la sien | |
Doblan con triste desdén | |
A los humanos Destinos. | |
Extrañas apariciones | |
Que, perdidas e ignoradas, | |
Cruzan las generaciones, | |
Cual cruzan nobles pasiones | |
Por las almas degradadas. | |
Que el mundo no las comprende, | |
Porque a su altura no llega, | |
Y su grandeza le ofende; | |
Que humilla lo que sorprende; | |
¡Y lo que deslumbra... ciega!... | |
Así los vemos pasar | |
Solitarios e infelices, | |
De otros seres a la par. | |
Sin huellas y sin raíces. | |
Como barcos por el mar. | |
Ni para su rumbo hay puerto, | |
Ni para su noche hay polo; | |
Y en el Océano incierto, | |
Como fiera del desierto, | |
Por marchar... ¡marchan tan sólo!... | |
Para cumplir su destino, | |
Para ceder a su afán... | |
Sin curar que en su camino | |
Los envuelva el torbellino, | |
¡O los lleve el huracán! | |
Y si compasivo el cielo | |
Con la raza que los ve, | |
Libre les deja en vuelo | |
Porque avasallado el suelo | |
Se postre humilde a su pie, | |
Y en sus marmóreos anales | |
Graba entonces la memoria | |
Esos nombres colocales, | |
Que se alzan como fanales | |
En la noche de la historia. | |
Ellos oscuros están, | |
Mientras en torno iluminan, | |
Como el cráter de un volcán, | |
Cuyo seno ardientes minan | |
Hondos abismos de afán. | |
Y en la cumbre en que se admiran. | |
Y en el templo en que se adoran. | |
Ni aire de placer respiran, | |
Ni hallan eco si suspiran... | |
¡Ni lágrimas cuando lloran! | |
Por eso raudo el solitario vuelo | |
De su vivir apuran; | |
Por eso surcan como el rayo el cielo... | |
Y como el rayo duran. | |
Por eso eterno torbellino agitan | |
Con sus formas inquietas, | |
O el fantástico mundo sólo habitan | |
De amantes y poetas. | |
Como un canto sublime, | |
El misterioso lúgubre lamento | |
De una deidad que gime. | |
Y por eso tal vez pasa fecundo | |
De amargura y dolores | |
Algún ser, que portento admira el mundo | |
De hermosura y de amores... | |
Hélos allí que aparecen | |
En la forma aérea y vaga | |
De una fantástica Maga, | |
De una Fada, o de una Hurí. | |
Cree el hombre que amor le traen | |
En su pupila de estrellas, | |
Y desciende el rayo en ellas, | |
Y en vez de amor... frenesí. | |
Que entonces nacen ardientes, | |
Horribles... esas pasiones | |
Que a mortales corazones | |
Piadoso el cielo negó. | |
Y a vueltas de esa belleza, | |
Reflejo del sol eterno, | |
Se oculta el ardor de infierno, | |
Que sus alas abrasó. | |
Aún queda a su triste noche | |
Luz de aurora en el semblante, | |
Y en sus ojos de diamante | |
Fascina la brillantez; | |
Queda en sus labios perfume | |
De celestial ambrosía, | |
Y ese acento de armonía, | |
Que aún llega al cielo tal vez... | |
Mas si al acento atraídos, | |
Si de esa luz fascinados, | |
Mortales desventurados, | |
Osáis su aliento aspirar, | |
Veréis cual se torna en llama | |
Que inextinguible os devora; | |
Y al sentiros en mal hora | |
Arder... ¡creeréis que es amar! | |
¡Ay!... no es amar el suplicio | |
De ese convulsar inquieto, | |
De ese anhelar sin objeto, | |
¡Sin horizonte... ni fin! | |
De esos deseos sin nombre, | |
Que aborta el alma abrasada | |
En la órbita arrebatada | |
Del alma de un serafín. | |
¡Ay!... no es el amor del mundo, | |
Flor de la vida del alma, | |
Con su transporte, su calma, | |
Su esperanza y galardón, | |
Con sus lánguidos suspiros, | |
Y su llanto de alegría, | |
Con sus besos de ambrosía; | |
Su placer y su ilusión. | |
No es ese lazo de rosas | |
De dos almas que se hallaron | |
Juntas, cuando despertaron, | |
Su juventud al nacer; | |
Y antes de seguir el curso | |
De esta vida de tormento | |
Sacrifican un momento | |
Sobre el altar del placer. | |
No: de esos seres extraños | |
No hay lazos, placer, ni flores; | |
Ni caricias, ni favores, | |
Ni un suspiro... ¡ni un mirar! | |
Altar sí, dó en sacrificio | |
Se da al ángel que se adora | |
El llanto, que eterno llora | |
Quien le vio una vez pasar... | |
¡Ay! tú cruzaste, hermosa, ante mis ojos; | |
Yo vi en tu frente escrita mi pasión, | |
Y como un reo me postré de hinojos... | |
Para oír mi sentencia y maldición. | |
Hirióme el rayo que esquivé en el suelo, | |
Cuando, presa de ciega vanidad, | |
Pedí un objeto para amar al cielo, | |
Pedí, para un mortal... ¡una deidad! | |
Yo desdeñé también rebelde, ingrato, | |
La triste condición en que nací; | |
Mil corazones rechacé insensato, | |
Mil plegarias amantes desoí. | |
Era una sed que no aplacó la fuente, | |
Buscó el raudal que por el monte va; | |
He allí que pasa indómito el torrete. | |
¡Y sin templar mi sed, me ahogará! | |
He allí que cruza su mirar de fuego | |
Bajo un rostro de tibia palidez; | |
Y al yo mirarla... convertirse luego, | |
Mudo mármol, sus ojos y su tez... | |
Ni una voz, ni un acento, ni un suspiro... | |
¡Ni un leve pensamiento para mí! | |
Ni el anhelo mirar con que le miro, | |
¡Ni la vida aceptar que le rendí! | |
¡Ay! si era mi existencia sola, oscura, | |
¿De qué me sirve tu funesta luz? | |
Antorcha de una negra sepultura, | |
Déjala con su noche y con su cruz, | |
¿A qué viniste a perturbar mi sueño. | |
Blanco fantasma, y mi profunda paz | |
¿A qué arrancaste el tétrico beleño | |
Que circundaba lívido mi faz? | |
Era triste, era horrible, era la muerte... | |
¡En yerta postración, mi juventud! | |
Tú pasaste a mi lado, y para verte | |
Débil me levanté del ataúd. | |
Tú venías del cielo... yo te amaba; | |
Creí que me mirabas... ¡te adoré! | |
Sentí correr mi sangre, ¡y era lava! | |
Y «¡esto sí que es morir!» triste clamé. | |
Porque al punto ligeras más que el viento | |
Tus alas te llevaron más allá... | |
Y en vano, en convulsivo movimiento, | |
¡Mi espíritu infeliz te sigue ya! | |
Porque en vano delicias de otra esfera | |
Soñé al mirar tu aérea aparición; | |
Y realizada la fatal quimera | |
Que en mal hora abortó mi corazón... | |
«¡No soy más que un mortal!» vano mi acento | |
Con plegaria de amor te dirigí, | |
«¡No soy más que un mortal!...» y el firmamento, | |
Otros ángeles tiene para ti. | |
Y para mí... ¿qué guarda? El mundo, el cielo, | |
¿Qué son ya para un ser que odian los dos? | |
Cuando me niega su quietud el suelo, | |
Y ángeles de dolor me envía Dios? | |
¿Queda tal vez oculto algún abismo, | |
De su destino incógnito a cumplir? | |
¿Seré tal vez espíritu yo mismo, | |
Condenado, como ellos, a vivir? | |
¡Ay!... ¡Si en mi noche esta esperanza fuera | |
Crepúsculo de bien y de verdad! | |
¡Si ese ángel su mirada detuviera | |
Un momento en mis ojos, por piedad!... | |
¡Si cruzando sus manos en mi pecho, | |
Temblaran, al pulsar del corazón! | |
¡Si reposando en mi abrasado lecho, | |
Viera de tanto ardor la abnegación! | |
Tal vez entonces, ángel destronado, | |
¡Descendiera un recuerdo sobre ti! | |
Y ¡ay!... -¿eres tú?, clamaras-, ¡desgraciado! | |
El ser de amor que con mi amor perdí. | |
¿Eres tú el que yo busco? Y ceñiría | |
Mi cuello con su abrazo celestial; | |
Y entonces ¡ángel mío!... moriría... | |
¡Mísero ser!... ¡no soy más que un mortal! | |
Un mezquino mortal que sufre y llora | |
Luchando con el mundo en que nació; | |
Un mortal que a los ángeles adora, | |
Porque en el mundo qué adorar no halló. | |
Un corazón perdido en el desierto, | |
Dó viento al horizonte una beldad, | |
Al llegar a sus pies rendido y muerto, | |
Ya no le pidió amor... ¡sino piedad! | |
¡Y ni piedad, ni amor!... ¡Ángel caído! | |
Tu destino en el mundo es bien cruel. | |
Mas te envía el Señor... ¡dále cumplido! | |
¡Vierte entera la copa de su hiel! | |
¡Y ni amor, ni piedad!... Ahoga en el vuelo | |
De tus alas, el ay de mi sufrir; | |
Para ti queda en esperanza un cielo; | |
Para mí... ¡la esperanza de morir! | |
Y ni amor, ni piedad... mas tus oídos | |
Escucharán mi voto criminal. | |
Tú eres ¡ay! de los ángeles caídos; | |
Yo buscaré tal vez uno infernal. | |
Y en mi despecho me diré violento | |
Por consuelo a mi ciego frenesí: | |
-¡No soy más que un mortal!... ni el firmamento | |
Otros ángeles tiene para mí.» | |
Mariposa y flor | |
Traducción de Víctor Hugo(5) | |
I | |
«No -decía a la errante Mariposa | |
Triste la Flor, del tallo suspendida-, | |
No vueles más. | |
¿A qué en la vega giras vagarosa, | |
Mientras me agito al duro tronco asida? | |
¿Por qué te vas?... | |
Amémonos, unamos la existencia | |
Aquí, donde tan lejos de los hombres, | |
Nos puso Dios; | |
Dó huyendo su maléfica presencia | |
Nos crean, confundiendo nuestros nombres, | |
Flores las dos. | |
Mas ¡ay! que el aura leve te arrebata; | |
En tanto, dura me aprisiona al suelo | |
Honda raíz. | |
Y no me es dado en círculos de plata | |
Girar contigo, y perfumar tu vuelo. | |
¡Suerte infeliz!... | |
Y allá lejos te pierdo en la pradera. | |
O inquieta cruzas la esmaltada alfombra | |
De flor en flor, | |
Mientras yo quedo, en soledad severa, | |
A ver lenta girar mi propia sombra | |
En derredor. | |
Mas tú vuelves, y tornas, y te agitas, | |
A cada flor mostrando brilladora | |
Un nuevo encanto. | |
Así mi ansiosa juventud marchitas; | |
Así me veis, volviendo a cada aurora, | |
¡Bañada en llanto! | |
¡Oh! coronen mi afán horas felices, | |
Y fiel amante ya, tu vago vuelo | |
Reposa en mí. | |
Toma en la tierra como yo, raíces; | |
O alas me da para cruzar el cielo, | |
Unida a ti.» | |
II | |
A**** | |
Mariposas y flores, dueño mío, | |
La tumba en breve reunirá, y su suerte | |
Será común. | |
¿A qué esperar a un túmulo tardío, | |
Si antes unirnos puede que la muerte, | |
La vida aún? | |
Aún hay, sí, dó vivamos, dó volemos... | |
Si al azul de la esfera vagarosa | |
Tiendes las alas. | |
Y campos hay también donde brotemos | |
Si en el campo pretendes, pura rosa, | |
Lucir tus galas. | |
Adonde quieras, sí, donde respires, | |
O matiz seas, o aromado aliento, | |
Brisa o vapor, | |
O mariposa rutilante gires, | |
O ligero botón... halague el viento | |
Tu ala, o tu flor. | |
¡Pero unidas, mi bien!.. en tanto dura | |
La vida... nuestra unión, mi único anhelo, | |
Mi bien real; | |
Que después ¡oh mi amor! a la ventura. | |
Podremos escoger... la tierra, el cielo... | |
Nos será igual. | |
Desvarío | |
Alto mi juventud remontó el vuelo, | |
Y más alto mi amor. | |
Ídolo a su pasión buscó en el cielo, | |
Pábulo digno a su inmortal ardor | |
Era un culto, una fe... Yo prosternado | |
Le subí en el altar. | |
¡Ay! era una Deidad... no le fue dado | |
Mis sacrílegos votos aceptar. | |
Las oyó por mi mal... oyó el acento | |
Que impuro blasfemó... | |
Y descendió a mis brazos y mi aliento... | |
No, mi aliento de amor no le abrasó. | |
Pero a mis pies el suelo estremecido | |
Fuego brotó infernal. | |
Vi al ídolo en cenizas convertido, | |
Y el ara santa en urna sepulcral. | |
Aún está allí... desnudo y solitario | |
Como mi corazón, | |
Un túmulo, dó estaba un santuario, | |
Alza imponente su fatal padrón. | |
¡Ah! pensé que de altar su negra losa | |
Me pudiera servir, | |
Y en ofrenda de culto religiosa | |
Mis lágrimas eternas recibir. | |
Yo las lloré... sobre la piedra dura | |
Se helaron al caer. | |
Nada tuvo la yerta sepultura | |
A mi ardiente oración que responder. | |
Fuera del mundo, allá lindando al cielo | |
Se levanta su cruz; | |
Mas en torno a mis pasos por el suelo | |
Ni despide fosfórica una luz. | |
Luz y fuego perdí... sin movimiento, | |
Sin camino después, | |
De la vida el calor faltó a mi aliento. | |
La claridad del día ante mis pies. | |
Fáltame ¡ay Dios! la antorcha y el camino, | |
Y vano es preguntar: | |
-«¿Cuál puede ser, respóndeme el Destino, | |
Si atrás queda un sepulcro y un altar? | |
»¿Cuál puede ser a quien mayor encierra | |
Que el mundo, un corazón? | |
¿Darle podrá entre el polvo de la tierra | |
Lo que no le dio un culto, una pasión? | |
»¡No hay más allá!... ni senda ni camino | |
Que a tus plantas tender. | |
Si un instante no más fue tu destino... | |
Un instante del cielo pudo ser. | |
»¿Y a qué lento su término a la vida, | |
Y el camino buscar, | |
Si al vuelo fue de un rayo recorrida, | |
Cruzando entre una tumba y un altar?» | |
Mas yo dije tronando en mi despecho | |
A la insultante voz: | |
«Las puertas abre de mi eterno lecho, | |
Que este eterno morir... ¡menos atroz! | |
»Si terminó su efímera carrera | |
Mi existencia infeliz, | |
¿Qué de sus restos el Destino espera, | |
Que no arranca infecunda su raíz? | |
»Por qué aún fría, como ondas de veneno | |
Corre sangre veloz? | |
¿Por qué aún hueco el abismo de mi seno | |
Al eco se estremece de una voz. | |
»¡Un altar... una tumba!... únicos seres | |
Fuera del mundo ya. | |
¡Un altar!... no comprendo sus placeres, | |
¡La tumba!... su quietud segura está. | |
»¡Ay!... yo pedí sus goces a la vida... | |
¡Su transporte al amor! | |
Yo pedí el corazón a una querida, | |
A la virtud su esfuerzo y al honor. | |
»¿Y muerte en esperanza me ofreciste | |
Y en vida, soledad? | |
-¡Lecho y corona en túmulo volviste, | |
Y mi culto en sacrílega impiedad!... | |
-»¡Ay! ¿Por qué fue entre todos señalado | |
Un débil corazón, | |
Inocente, del cielo condenado | |
Al aire respirar de otra región? | |
»¿Y a qué sin aire en el abismo hundido. | |
Sofocarme y morir?... | |
Yo quiero ser del mundo en que he nacido, | |
Gozar con los mortales, y sufrir. | |
»Quiero los campos y su blanda alfombra | |
Su perfume y verdor; | |
Los bosques, y su bóveda de sombra. | |
Y la fuente escuchar y el ruiseñor. | |
»Quiero ver los matices de la aurora, | |
Y los visos del mar; | |
La brisa del vergel consoladora | |
Sobre el césped mullido respirar, | |
»Quiero estrechar el seno de una bella, | |
O llorar a sus pies, | |
Y en himno al cielo repetir con ella; | |
«¡El mundo que nos diste, hermoso es!» | |
»No, no ambiciono en brazos de una nube | |
Subir como Ixión; | |
Ni volar en las alas de un querube, | |
Ni descender helado al panteón. | |
»Dejemos en sus sábanas de hielo | |
A los muertos yacer. | |
Dejemos a les ángeles su cielo, | |
Y en la tierra busquemos el placer.» | |
Mas ¡ay!... como a sacrílego conjuro | |
A mi acento se ven | |
Dejar los muertos su ataúd oscuro, | |
Abandonar los ángeles su Edén. | |
Y en tronador acento sobrehumano | |
A mi voz contestar: | |
«¡No hay para ti ese mundo! llore en vano | |
Quien en sepulcro convirtió el altar!» | |
Su memoria | |
Héme aquí, como en medio del desierto, | |
Sin árboles, sin sombra, sin arrimo; | |
Héme sobre un Océano sin puerto, | |
¡Noche sin astros, faro, ni arrebol! | |
Pero esta noche eterna tuvo un día, | |
Y su rastro de luz quedó fulgente, | |
Para cegar la deslumbrada mente | |
Con la imagen fantástica de un sol. | |
Hubo un instante de ilusión, de gloria; | |
¡Voló un instante el corazón al cielo! | |
Y guardó el corazón una memoria | |
Con que a su abismo descendió después. | |
¡Ah! Cuán mejor el negro abismo fuera, | |
Que de esa viva ráfaga surcado, | |
Ver cada instante el cielo iluminado; | |
¡Y más hondo el abismo ante los pies! | |
Fuera mejor del báratro profundo | |
Sin término mirar la oscura sima, | |
Que la visión sublime de otro mundo | |
Aparecerse al mundanal horror; | |
Y mejor, bajo un túmulo de mármol | |
Encerrarse al nacer, muerto viviendo, | |
Que ver la luz -¡la soledad sufriendo!- | |
Con un recuerdo celestial de amor, | |
Que emponzoña las horas de la vida, | |
Como a un precito la eternal ventura; | |
Como un recuerdo de virtud perdida, | |
Que despierta en un alma criminal. | |
Un cielo... una virtud que yo perdiera. | |
Donde dejara una ilusión de gloria; | |
Un mirar... un amor... una memoria... | |
¡La memoria quedó para mi mal! | |
Héla en torno de mí, fascinadora, | |
Reflejo fiel de una fatal mirada; | |
Héla sobre mis ojos vengadora | |
La frente en que leyera mi ventura, | |
De mi antiguo misántropo desdén. | |
Hela dó quier, de aureola refulgente. | |
De nubes de éter y de azul ceñida. | |
Ángel en los espacios suspendida... | |
Ángel que guarda mi perdido Edén. | |
Y asida de mi eterno pensamiento. | |
Fija siempre sobre él, como él errante. | |
Si fuerza adquiere, y vida, y movimiento. | |
Y atmósfera, y perfume de deidad, | |
Como deidad la miro allá en su altura | |
¡Cada vez más, de mi pasión... lejana! | |
Que no es dado tener al alma humana | |
Con seres de otra esfera, sociedad. | |
Y solo yo en el mundo, ella en el cielo, | |
Fatiga mi vivir, no le acompaña: | |
Véla con mis delirios cuando velo; | |
Ocupa, si medito, mi razón. | |
Y mi sueño febril acecha, y viene | |
Solitaria a la orilla de mi lecho, | |
Férrea mano a posar sobre mi pecho, | |
Que no deja latir mi corazón. | |
Sobre él entonces un recuerdo pesa, | |
Como si un mundo entero le abrumara; | |
Cual si inmensa una lápida, una huesa | |
Desplomara sobre él la eternidad. | |
Memoria de un placer nunca sentido, | |
Memoria de deseos sin objeto, | |
Memoria atroz que el corazón inquieto | |
No osa creer memoria de verdad. | |
Que no es entonces la visión radiante, | |
Que cruzó por la esfera de mi vida, | |
Un día, que su angélico semblante | |
De inmortal resplandor la iluminó. | |
Que no es aquel mirar en que brillaba | |
El astro al fin de mi tormenta oscura, | |
Y un nombre ¡ay Dios! que el cielo no escribió. | |
Que no es la aérea, arrebolada nube, | |
Del aura entre los árboles mecida, | |
Sílfida, que del Prado lenta sube | |
Entre sombras y gas, y aroma y tul. | |
Que se desliza y pierde ante mis pasos, | |
-Sólo un mirar dejándole a mi noche, | |
Robado a los cristales de su coche, | |
O de los pliegues de su manto azul. | |
No es genio de esperanza y de consuelo | |
No es la visión de un porvenir de gloria, | |
El éxtasis purísimo del cielo, | |
El amor, la virtud y la beldad. | |
¡Todo esto fue su vista! y su memoria | |
Es la imagen de espanto que me oprime; | |
-El triste acento que incesante gime... | |
¡Desengaño, despecho, soledad! | |
Tal flotar la miré sobre mi frente, | |
Crespón de luto funeral colgando, | |
Lanzarme su mirada indiferente, | |
Y a su región retroceder veloz. | |
Y un punto en mi frenética congoja | |
Fuerza y valor cobrando del despecho, | |
La mano alzando del helado lecho, | |
Así su manto, y la llamó mi voz. | |
-«Tente, clamé, no busques esa altura | |
Dó contigo no vuela el alma mía; | |
¡Sé en imagen, al menos, mi ventura! | |
(¡Era tu imagen más que otra verdad!) | |
»Y aunque de luto y de terror vestida | |
Tu fantástica forma viene ahora, | |
Aún ese luto y era muerte implora | |
Como el supremo bien, mi soledad». | |
«¿Por qué, dime, enojada, a mi deseo | |
Martirio tornas mi única esperanza? | |
¿Por qué el solo recuerdo que poseo | |
En vértigo me agita y convulsión? | |
¿Por qué a tu paso, antorcha de mi vida, | |
La sangre de mis venas siento helada? | |
¿Por qué al clavarme esa fatal mirada, | |
Sangre destila herido el corazón?»- | |
Víla a este acento estremecer el suelo, | |
Y severa plantarse y silenciosa; | |
Vi al viento de la noche alzar su velo, | |
Y su aureola fosfórica apagar. | |
Dura sentí su túnica ondulante, | |
Fría mi mano que su borde asiera; | |
Cual si mi voz maléfica pudiera | |
Su vaporoso ser petrificar. | |
¡Sí, la misma visión, pero de roca!... | |
¡Él mismo su semblante, más de hielo! | |
Los ojos sin cristal, muda la boca; | |
Yerto, clavado, inmóvil su albo pie. | |
Mar bajo el mármol retumbó un gemido, | |
Cual si rompiera de la tumba el seno; | |
Y esta sentencia, al pavoroso trueno, | |
De sus inmobles labios escuché. | |
-«Si un recuerdo es esperanza, | |
El recuerdo es el placer; | |
Que a más la ilusión alcanza | |
De la ventura, que el ser. | |
»Si empero el dedo divino | |
Cuando el bien te hizo mirar, | |
Sobre el libro del Destino | |
Quiso tu dicha borrar, | |
»Memoria te cupo en suerte | |
Como eterna maldición, | |
Más horrible que la muerte... | |
¡Que es la desesperación! | |
»Y si sueño de tu gloria, | |
Fue mi realidad allí, | |
Será siempre mi memoria | |
Aire, o piedra para ti. | |
»Que sólo puede ofrecerte | |
Un destino tu pasión, | |
Más horrible que la muerte... | |
¡Que es la desesperación!»- | |
A la C... de S... | |
Epístola | |
Envuelta ¡ay Dios! en enlutado manto | |
Bajo tocas de duelo oscurecida, | |
¿Qué fuiste, díme, aparición de llanto, | |
Al asomar tu faz sobre mi vida? | |
¿Qué fuiste en esa playa tormentosa, | |
Áncora, por el mar de algas cubierta? | |
¿Qué fuiste entre las zarzas, blanca rosa, | |
Sobre la cima del peñón desierta? | |
¿Fuiste algo para mí cuando tu velo | |
Transparentó la aureola de tu frente, | |
Y entre las nubes de esa noche, un cielo | |
Dejó a mi vista adivinar fulgente? | |
¿Fuiste un humano ser, fuiste una hermosa | |
Por el mundo ante mí rauda pasando, | |
O fosfórica estrella, vagarosa, | |
De mi ilusión la atmósfera cruzando?... | |
Yo no lo sé; de esta memoria incierta, | |
Como en sueño fugaz, la imagen pierdo, | |
Y vacilando el corazón, no acierta | |
Al origen subir de este recuerdo. | |
Sólo sé que la orilla de esos mares | |
Recorriendo mi planta solitaria, | |
Sin que ni Dios, ni el mundo, a mis pesares | |
Oyen su blasfemia o su plegaria, | |
Vacío el corazón, la sangre yerta, | |
Ciega la vista de mirar al cielo, | |
Cansada el alma, de esperar incierta, | |
Pidiendo el cuerpo su sepulcro al suelo, | |
Alzarse vi entre el alga de esas rocas, | |
Como sirena que del mar brotara, | |
Cándida imagen entre negras tocas, | |
De ébano el cuerpo, y de marfil la cara... | |
Yo estaba triste; en derredor el cielo | |
Vasto desierto ante mis pies tendiera; | |
Vos visteis mi dolor bajo ese velo; | |
Mas ni un suspiro demandé siquiera. | |
Si vuestro seno le exhaló, lo ignoro; | |
Y en mi dolor... acaso desdeñada, | |
Os vi llorar, os respondió mi lloro, | |
Y cayó sobre mí vuestra mirada. | |
Ni el mirar, ni la lágrima era mía, | |
Ni fue de vos mi vago pensamiento; | |
Ni yo el dolor de vuestra faz leía, | |
Ni vos sobre mi faz, mi desaliento. | |
Y víais mi semblante en vos clavado, | |
Como en lisa pared, fija pintura; | |
Acaso extraño en su mirar; pasmado | |
De ver, sin adorar, tanta hermosura. | |
Érais hermosa, sí; recuerdo ahora | |
De ese rostro de nácar la belleza; | |
La blanca frente, de arrebol de aurora, | |
La lánguida sonrisa de tristeza. | |
Recuerdo en esos ojos decaídos | |
Brotando el fuego en ráfagas radiosas, | |
Y a los labios volver descoloridos | |
Blando el reír, sus naturales rosas. | |
¡Ah! sí, ¡érais bella!... En la mitad del cielo, | |
La luna sobre el mar da menos brillo | |
Que vos, alzando el enlutado velo. | |
Dando a la luz un rostro de Murillo. | |
¡Oh! sí, ¡yo le admiré! pero en mi arrobo | |
Fantasma de mis sueños le creía, | |
Que entre los rayos de la luna al globo, | |
Sobre un grupo de nubes descendía... | |
Seguí, cual si fantástica cruzarais, | |
Las huellas de esos ojos en el viento; | |
Mas ni aún acaso en mi ilusión lograrais, | |
Que alzara a vos apasionado acento. | |
Jamás tal vez de esta mirada incierta | |
Visteis brillando la anublada lumbre; | |
Y al ver hundida su pupila, y muerta, | |
Juzgasteis su mirar fría costumbre. | |
Ni a unos ojos creísteis abismados | |
En la honda sima ante mis pies pendiente, | |
Que pudieran posar embelesados | |
Su vago vuelo en vuestra ebúrnea frente. | |
Ni yo de vos creyera que a mi anhelo | |
Prestarais más que la apacible calma | |
De aquel reflejo de la paz del cielo, | |
Que la ideal belleza infunde al alma. | |
Vos; visteis mi quietud; blanda sonrisa, | |
De compasión acaso y de extrañeza, | |
Leve agitó, como nocturna brisa, | |
De vuestra faz doliente la belleza. | |
Y belleza y pasión dando al olvido, | |
Lejos mirando el surco de su rayo, | |
Por vuestra voz armónica mecido, | |
Reposé en mí letárgico desmayo... | |
Buscó las vuestras trémula mi mano. | |
Busqué esa voz... y oí rugir el viento. | |
Y a lo lejos... bramar el Océano. | |
El huracán mi sueño sorprendiera, | |
Y en su ráfaga audaz me arrebatara; | |
¡Y ya no os vi jamás!... de esa ribera | |
¡La tempestad por siempre me arrojara! | |
No; ya no os vi jamás!... y en el momento | |
Que no veros jamás... fue mi destino, | |
Sentí trocarse en paso de tormento | |
Cada paso mortal de tu camino. | |
Entonces tarde conocí ¡en mal hora! | |
Que aquel mirar indiferente y vago, | |
El rayo fue de una pasión traidora | |
Que a espaldas sólo fulminó su estrago. | |
Y entonces ¡ay de mí! desapiadada, | |
Mas alta y fría que esa inmensa sierra, | |
Desplomó sobre mi alma abandonada | |
Su yerta soledad toda la tierra. | |
¡Me encontré solo!... en mi dolor profundo | |
Busqué en vano una sombra de consuelo, | |
Sólo una sombra vi, mayor que el mundo, | |
Seguir y huir mis pasos sobre el suelo. | |
Sólo esa imagen enlutada y triste | |
Miro dó quier, como un mortuorio manto, | |
Que el campo inmenso de la vida viste | |
Con su color de soledad y llanto. | |
Y llanto, y soledad, hermosa mía, | |
¡Y llanto y soledad eternamente!- | |
Soledad, cuando amaros no creía, | |
Y soledad... cuando os adoro ausente. | |
Soledad, cuando a par de esa hermosura, | |
En letargo de amor absorto y quieto, | |
No osaba revelar a su ternura, | |
De mí mismo ignorado, mi secreto. | |
Y llanto entonces, que surcaba en vano, | |
La amoratada tez de mis mejillas, | |
Como inunda sin causa el Océano, | |
Con periódico flujo, sus orillas. | |
Y llanto y soledad más triste ahora, | |
Y llanto y soledad eternamente; | |
Llanto porque os dejé, dulce señora, | |
Y llanto ¡ay Dios! porque os adoro ausente, | |
Llanto, porque estas lágrimas perdidas | |
Corren acaso oscuras al Leteo, | |
Sin esperanza de encontrarse unidas | |
Con las lágrimas ¡ay! de otro deseo. | |
Y soledad sin fin... porque la suerte | |
Sólo en mi extraño corazón trocada, | |
De amor la ausencia en desamor convierte, | |
Y la memoria de mi amor... ¡en nada!... | |
Que nada os quedará; nube ligera, | |
Que a la vista no más, cruzando el cielo, | |
Ni dio sombra a una frente en la ribera | |
Ni dio una gota de su lluvia al suelo. | |
Allá se fue lejana al horizonte | |
A derramar sus líquidos torrentes, | |
Y a fulminar sobre el escueto monte | |
¡Lejos de vos, sin; rayos más ardientes!... | |
¡No... nada os quedará! Nunca esos mares | |
Repetirán, al son de su bramido, | |
La voz que endulzó un día mis pesares | |
Con un nombre también dado al olvido. | |
Y para mí ¿qué quedará?... Señora, | |
Quedaréis vos en mi memoria y canto; | |
¡Y quedárame un alma que oí; adora!... | |
¡Y quedarán mi soledad y llanto! | |
A la luna | |
Desde el primer latido de mi pecho, | |
Condenado al amor y a la tristeza, | |
Ni un eco en mi gemir, ni a la belleza | |
Un suspiro alcancé: | |
Halló por fin mi fúnebre despecho | |
Inmenso objeto a mi ilusión amante; | |
Y de la luna el célico semblante, | |
¡Y el triste mar amé! | |
El mar quedóse allá por su ribera; | |
Sus olas no treparon las montañas, | |
Nunca llega a estas márgenes extrañas | |
Su solemne mugir. | |
Tú empero que mi amor sigues dó quiera, | |
¡Cándida luna, en tu amoroso vuelo!... | |
Tú eres la misma que miré en el cielo | |
De mi patria lucir. | |
Tú sola mi beldad, sola mi amante, | |
Única antorcha que mis pasos guía, | |
Tú sola enciendes en el alma fría | |
Una sombra de amor. | |
Sólo el blando lucir de tu semblante | |
Mis ya cansados párpados resisten; | |
Sólo tus formas inconstantes visten | |
Bello, grato color. | |
Ora cubra cargada, rubicunda | |
Nube de fuego tu ardorosa frente; | |
Ora cándida, pura, refulgente | |
Deslumbre tu brillar. | |
Ora sumida en palidez profunda | |
Te mire el cielo desmayada y yerta, | |
Como el semblante de una virgen muerta | |
¡Ah!... que yo vi expirar. | |
La he visto i ay Dios!... Al sueño en que reposa | |
Yo le cerré los anublados ojos; | |
Yo tendí sus angélicos despojos | |
Sobre el negro ataúd. | |
Yo sólo oré sobre la yerta losa | |
Donde no corre ya lágrima alguna... | |
Bañala al menos tú, pálida luna... | |
¡Báñala con tu luz! | |
Tu lo harás... que a los tristes acompañas, | |
Y al pensador y al infeliz visitas; | |
Con la inocencia o con la muerte habitas, | |
El mundo huye de ti. | |
Antorcha de alegría en las cabañas, | |
Lámpara solitaria en las ruinas, | |
El salón del magnate no iluminas, | |
¡Pero su tumba... sí!... | |
Cargado a veces de aplomadas nubes | |
Amaga el cielo con tormenta oscura; | |
Mas ríe al horizonte tu hermosura, | |
Y huyó la tempestad. | |
Y allá del trono dó esplendente subes, | |
Riges el curso al férvido Océano, | |
Cual pecho amante, que al mirar lejano | |
Hierve, de su beldad. | |
Mas ¡ay! que en vano en tu esplendor encantar; | |
Ese hechizo falaz no es de alegría; | |
Y huyen tu luz y triste compañía | |
Los astros con temor. | |
Sola por el vacío te adelantas, | |
Y en vano en derredor tus rayos tiendes; | |
Que sólo al mundo en tu dolor desciendes, | |
Cual sube a ti mi amor. | |
Y en esta tierra, de aflicción guarida, | |
¿Quién goza en tu fulgor blandos placeres? | |
Del nocturno reposo de los seres | |
No turbas la quietud. | |
No cantarán las aves tu venida; | |
Ni abren su cáliz las dormidas flores; | |
Sólo un ser... de desvelos y dolores, | |
¡Ama tu yerta luz!... | |
¡Sí, tú mi amor, mi admiración, mi encanto! | |
La noche anhelo por vivir contigo | |
Y hacia el ocaso lentamente sigo | |
Tu curso al fin veloz. | |
Páraste a veces a escuchar mi llanto; | |
Y desciende en tus rayos amoroso | |
Un espíritu vago, misterioso, | |
Que responde a mi voz... | |
¡Ay! calló ya... Mi celestial querida | |
Sufrió también mi inexorable suerte... | |
Era un sueño de amor... Desvanecerte | |
Pudo una realidad. | |
Es cieno ya la esqueletada vida; | |
No hay ilusión, ni encantos, ni hermosura; | |
La muerte reina ya sobre natura; | |
Y la llaman... ¡Verdad! | |
¡Qué feliz, que encantado, si ignorante | |
El hombre de otros tiempos viviría, | |
Cuando en el mundo, de los Dioses vía | |
Dó quiera la mansión! | |
Cada eco fuera un suspirar amante, | |
Una inmortal belleza cada fuente; | |
Cada pastor ¡oh luna! en sueño ardiente | |
Ser pudo un Endimión. | |
Ora trocada en un planeta oscuro, | |
Girando en los abismos del vacío, | |
Dó fuerza oculta y ciega, en su extravío | |
Cual piedra te arrojó. | |
Es luz de ajena luz tu brillo puro; | |
Es ilusión tu mágica influencia, | |
Y mi celeste amor... ciega demencia, | |
¡Ay!... que se disipó. | |
Astro de paz, belleza de consuelo, | |
Antorcha celestial de los amores, | |
Lámpara sepulcral de los dolores. | |
¡Tierna y casta deidad! | |
-¿Qué eres, de hoy más, sobre ese helado cielo? | |
Un peñasco que rueda en el olvido, | |
O el cadáver de un sol, que endurecido, | |
¡Yace en la eternidad! | |
1832(6) | |
Vie et mort(7) | |
Yo no hallo placer en la vida, y tengo | |
miedo a lo muerte. | |
(Palabras de la persona a quien fueron | |
dedicados estos versos.) | |
Oh! le mot est horrible, c'est un cri d'agonie; | |
C'est l'arrêt du destin, c'est l'oracle du sort. | |
C'est l'abyme sans fond; le néant de la vie, | |
Et l'horreur de la mort. | |
Oui, j'ai cru quelquefois ce funeste anathème | |
L'entendre murmurer dans les échos du soir; | |
Mon coeur le rejeta comme le cri, blasphème | |
Du sombre désespoir. | |
Mon coeur le répéta; mais honteux de son crime, | |
Avec son doute amer il enferma ce mot: | |
Mon coeur ne croyait pas tout être une victime, | |
Tout accent un sanglot. | |
Il osait espérer!... La beauté, l'innocence... | |
Elles furent pour lui et l'espoir,et la foi: | |
Oh! ma belle, il comprit le vrai de l'existence | |
En passant près de toi. | |
Et ton regard devint sa céleste lumière, | |
Le doux teint de ton front fut l'aube de son jour; | |
Sa vie fut ta pensée, ton bonheur sa prière, | |
Ton âme son amour. | |
Et je voulus aussi de céleste harmonie | |
M'enivrer dans la voix de ton tremblant soupir. | |
Tu parlas -je frémis- Depuis lors (je t'en prie) | |
Faut-il vivre ou mourir? | |
Ni vivre ni mourir. -Voilà donc le mystère... | |
Toi-même tu n'as plus si désolante foi; | |
Tu parlas en Pythie au fond du sanctuaire. | |
Mais l'oracle est pour moi. | |
Non, ce n'est pas pour toi qu'est cette nuit profonde, | |
Elle n'est pas pour toi cette coupe de fiel; | |
Pour toi, brillant esprit, qui planes sur le monde | |
T'envolant dans le ciel. | |
Non, non ce n'est pas toi, brillante de jeunesse, | |
Innocence en sa fleur, rayonnante d'amour | |
Ce n'est pais toi qui peux plonger dans la tristesse | |
Du terrestre séjour. | |
La vie coule pour toi en longs flots de lumière, | |
Et sur ce front oú luit le sourire des cieux, | |
Rien que l'ombre d'azur de ta longue paupière | |
N'ombragera tes yeux. | |
D'un éternel printemps brillera sur ton âme | |
Le ciel toujours serein, et l'émail de ses fleurs, | |
Sans qu'y roule l'été son tonnerre de flamme, | |
Ses nuages de pleurs. | |
Non, il n'est que pour moi le jour sombre d'orage; | |
Elle fut pour moi seul l'aveugle nuit d'horreur, | |
Qui poussa dans les flots d'une mer sans rivage | |
Le bateau de mon coeur | |
Dès lors je ne vis plus ni le ciel, ni la terre, | |
Ni le jour m'éclaira, ni le phare du port, | |
Et je demande en vain dans ma nuit solitaire | |
Ou la vie, ou la mort. | |
Ni la mort, ni la vie... ah! Qu'es ce que de vivre, | |
Oh! mon ange adoré, si je ne vis en toi? | |
La mort!... eh! bien... la mort qui de toi me délivre, | |
Me glace aussi d'effroi | |
Je ne vis ni ne meure... sur ce désert de sable, | |
Vide ou de cendre plein, mon être est un tombeau; | |
L'épitaphe y manquait, et le mot qui m'accable, | |
Tu l'y gravas. -C'est beau. | |
Mais on ditque souvent l'on voit au cimetière | |
Un ange dans la nuit assis sur un cercueil, | |
Y pleurant quelquefois ses larmes de lumière | |
Sur un marbre de deuil. | |
Hélas! si dans l'essor de ta pure jeunesse, | |
Fatiguée en ton vol, de calme et de bonheur, | |
Tu veux aussi goûter une heure de tristesse | |
Pour soulager ton coeur; | |
Belle apparition, viens, descende dans mon âme; | |
Viens, voici le tombeau où tu pourras t'asseoir; | |
Répands dans l'ombre au moins, les clartés de ta flamme | |
Sur un marbre aussi noir. | |
Un moment sur l'horreur de ma nuit éternelle | |
Fais briller de ton front l'auréole étoilée, | |
Et cache sous l'éclat de l'émail de ton aile | |
Ma carcasse brûlée. | |
Oh! viens, rayon du soir, ou rayon de l'aurore, | |
De ce tombeau vivant visiter le séjour; | |
De grâce, rafraîchis le feu qui brûle encore | |
D'une larme d'amour. | |
Puis... Je ne veux plus rien... pur et charmant génie, | |
Je n'ose rien de plus demander à mon sort, | |
Mais, du moins, donne-moi le désir de la vie, | |
Ou l'amour de la mort, | |
El sol de mayo | |
Ese sol que candente reverbera | |
Sobre el campo a sus fuegos abrasados, | |
Y el joven lirio del vergel tostado | |
Deja, y seco el arroyo en la pradera; | |
Allá en el risco de montaña fiera | |
Bajo marmórea nieve sepultado, | |
Torna en arroyo el témpano apretado | |
Que fecunda espumoso su ladera. | |
Tú, sol de amor, que en la mitad de mayo, | |
Alzas sobre mi fúnebre horizonte | |
El fuego que me abrasa y me ilumina... | |
Que tu faz no me esquive un solo rayo, | |
Era mi corazón nevado monte, | |
Hazle, ardiendo sin fin... verde colina. | |
15 de mayo de 1849. | |
En los días de un magnate | |
Iba a cantar, Señor, y ya mi mente | |
Recogía en la Historia | |
Los lauros con que adorna vuestra frente | |
El Genio de la gloria. | |
Cuando, cual nube, que de negro manto | |
En julio el sol rodea, | |
Cubrió mi alma de nubloso espanto | |
Una lúgubre idea. | |
Y los ojos clavados en el suelo, | |
Medité tristemente | |
Del hombre audaz el orgulloso anhelo, | |
Y su razón demente. | |
¿Por qué, clamé con alborozo y fiesta | |
Solemniza aquel día, | |
Que a la existencia le lanzó funesta, | |
Dó nadie le pedía? | |
¿Por qué idolatra luego de la vida, | |
Se alegra, al par que huye? | |
¿Por qué del año ensalza la venida | |
Que tal vez no concluye? | |
Teme del Tiempo la guadaña inmensa, | |
Y vano al Tiempo adora; | |
Como el egipcio al cocodrilo inciensa | |
Que después le devora!... | |
No, yo no cantaré; sólo postrado, | |
Pediré al cielo canto, | |
Que alargue el hilo a su vivir sagrado, | |
Orar será mi canto. | |
Pero en el tierno y fervoroso ruego, | |
¡Oh extraño movimiento! | |
Alcé mi frente, y de celeste fuego | |
Vi circundado el viento. | |
Sentí angélico aroma difundido, | |
Y mi arrobada calma | |
Turbó una voz, que sin herir mi oído, | |
Así sonó en mi alma. | |
-«¡Necio! tú que recónditos arcanos, | |
De tu espíritu mismo, desconoces, | |
Sólo creyendo en las mentidas voces, | |
¡Qué osas llamar razón! | |
»¿Por qué dejas los ámbitos del cielo | |
Dó sólo asciende el éxtasis del canto? | |
¿Nada es verdad en el inmundo suelo | |
Sino la inspiración! | |
»En buen hora esos míseros humanos | |
Que de terrenos límites ceñidos, | |
Para vivir no más fueran nacidos, | |
Lloren su único bien. | |
»En buen hora con tétrico semblante | |
Miren volar la efímera existencia, | |
Y el giro de los años incesante | |
Siempre acusando estén. | |
»No así el pecho magnánimo, que abriga | |
De la virtud el hálito divino; | |
Ni a sus ojos la vida es un destino, | |
Ni sueño... y vanidad. | |
Él su enigma recóndito comprende, | |
En la tierra su tránsito no es vano; | |
Que... algo es la vida a quien por ella asciende | |
A la inmortalidad! | |
»Sus días son magníficos presentes | |
Que los cielos al mísero regalan, | |
Y en el Empíreo, timbres que señalan | |
El humano blasón. | |
»Y el año que tan plácido renueva | |
Para el Prócer benéfico que cantas, | |
Un nuevo paso, con que eterno eleva | |
Su inmortal escalón. | |
»En él alzado mírale, y radiante | |
Deslumbrando en su espléndida carrera, | |
Reverberar en la terrestre esfera | |
Como un sol de virtud. | |
»Así, tras de las hórridas tormentas, | |
Lanza el astro purísimo del día, | |
Triunfador de las nubes cenicientas, | |
Gozo, lumbre y salud.» | |
«Y tú el arpa profética pulsando, | |
En ardoroso cántico proclama | |
Que de su vida la preciosa llama | |
Jamás se apagará. | |
»Que el Tiempo en torno de él sus alas posa, | |
Y la corriente indómita de olvido, | |
En su nombre estrellándose rabiosa, | |
Sin nombre acatará.» | |
Calló la oculta voz, y vi la aurora | |
De este precioso día; | |
Y sobre el arpa de marfil sonora | |
Preludié mi alegría. | |
Mas al querer con cánticos de gloria | |
Dar mi voz a los vientos, | |
Resonaban tan sólo en mi memoria | |
Los divinos acentos. | |
Y los canté... y del éxtasis, sagrado, | |
Perdido que hube el fuego... | |
Otra vez en la tierra prosternado, | |
¡Torné a mi humilde ruego! | |