Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoCarta XXX

Al mismo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la santa


Jesús

1. Sea el Espíritu Santo siempre con vuestra merced. Amén. Por cuatro partes he escrito a vuestra merced y por las tres iba carta para el señor Gerónimo de Cepeda; y porque no es posible, sino llegar alguna, no responderé a todo lo de vuestra merced. Ahora no diré más sobre la buena determinación, que nuestro Señor ha puesto en su alma, de que he alabado a su Majestad, y me parece muy bien acertado; que al fin, por las ocasiones que vuestra merced me dice, entiendo poco más, o menos, otras que puede haber: y espero en nuestro Señor será muy para su servicio. En todos nuestros monasterios se hace oración muy particular, y contina: que pues el intento de vuestra merced es para servir a nuestro Señor, su Majestad nos le traiga con bien, y encamine lo que más sea para su alma provechoso, desos niños.

2. Ya escribí a vuestra merced que son seis los conventos, que están ya fundados, y dos de frailes también Descalzos de nuestra Orden; porque van muy en perfección, y los de las monjas, todos como el de san José de Ávila, que no parecen sino una cosa: y esto me anima, ver cuán de verdad es alabado nuestro Señor en ellos, y con cuanta limpieza de almas.

3. Al presente estoy en Toledo. Habrá un año por la víspera de nuestra Señora de marzo que llegué aquí; aunque desde aquí fui a una villa de Ruigómez, que es príncipe de Éboli, a donde se fundó un monasterio de frailes, y otro de monjas, y están harto bien. Torné aquí por acabar de dejar esta casa puesta en concierto, que lleva manera de ser   —156→   casa muy principal. Y he estado harto mejor de salud este invierno; porque el temple de esta tierra es admirable, que a no haber otros inconvenientes (porque no lo sufre tener vuestra merced aquí asiento por sus hijos) me da gana algunas veces de que se estuviera aquí, por lo que toca al temple de la tierra. Más lugares hay en tierra de Ávila donde vuestra merced podrá tener asiento para los inviernos, que ansí lo hacen algunos. Por mi hermano Jerónimo de Cepeda lo digo, que antes pienso, cuando Dios le traiga, estará acá con más salud. Todo es lo que su Majestad quiere: creo que ha cuarenta años que no tuve tanta salud, con guardar lo que todas, y no comer carne nunca sino a gran necesidad.

4. Habrá un año tuve unas cuartanas, que me han dejado mejor. Estaba en la fundación de Valladolid, que me mataban los regalos de la señora doña María de Mendoza, mujer que fue del secretario Cobos, que es mucho lo que me quiere. Ansí que cuando el Señor ve que es menester para nuestro bien da salud; cuando no enfermedad. Sea por todo bendito. Pena me dio ser la de vuestra merced en los ojos, que es cosa penosa. Gloria a Dios, que hay tanta mejoría.

5. Ya escribió Juan de Ovalle a vuestra merced cómo fue a Sevilla de aquí. Un amigo mío lo encaminó tan bien, que el mesmo día que llegó, sacó la plata. Trájose aquí, a donde se darán los dineros a fin deste mes de enero. Delante de mí se hizo la cuenta de los derechos que han llevado: aquí la enviaré, que no hice poco yo entender estos negocios, y estoy tan baratona, y negociadora, que ya sé de todo, con estas casas de Dios, y de la Orden: y ansí tengo yo por suyos los de vuestra merced y me huelgo de entender en ellos. Antes que se me olvide: sepa que después que escribí a vuestra merced ahora, murió el hijo de Cueto harto mozo. No hay que fiar en esta vida. Ansí me consuela cada vez que me acuerdo, cuán entendido lo tiene vuestra merced.

6. En desocupándome de aquí, querría tornarme a Ávila, porque todavía soy de allí priora, por no enojar al obispo, que le debo mucho, y toda la Orden. De mí no sé qué hará el Señor, si iré a Salamanca, que me dan una casa; que aunque me canso, es tanto el provecho que hacen estas casas en el pueblo que están, que me encarga la conciencia haga las que pudiere. Favorécelo el Señor de suerte, que me anima a mí.

7. Olvidóseme de escribir en estotras cartas el buen aparejo que hay en Ávila, para criar bien esos niños. Tienen los de la Compañía un colegio, a donde los enseñan gramática, y los confiesan de ocho a ocho días, y hacen tan virtuosos, que es para alabar a nuestro Señor. También leen filosofía, y después teología en santo Tomás, que no hay que   —157→   salir de allí para virtud, y estudios; y en todo el pueblo hay tanta cristiandad, que es para edificarse los que vienen de otras partes; mucha oración, y confesiones, y personas seglares, que hacen vida muy de perfección.

8. El bueno de Francisco Salcedo lo está. Mucha merced me ha hecho vuestra merced en enviar tan buen recaudo a Cepeda. No acaba de agradecerlo aquel santo, que no creo le levanto nada. Pedro de el Peso, el viejo, murió habrá un año; bien logrado fue. Ana de Cepeda ha tenido en mucho la limosna, que vuestra merced la hizo; con eso será bien rica, que otras personas la hacen bien, como es tan buena. No le faltaba adonde estar, sino que es extraña su condición, y no es para compañía. Llévala Dios por aquel camino, que nunca me he atrevido a meterla en una casa destas, y no por falta de virtud, sino que veo es lo que la conviene aquello; y ansí, ni con la señora doña María, ni con nadie, no estará, y está harto bien para su propósito. Parece cosa de ermitaña, y aquella bondad que siempre tuvo, y penitencia grande.

9. El hijo de la señora doña María, mi hermana, y de Martín de Guzmán, profesó, y va adelante en su santidad. Doña Beatriz, y su hija, ya he escrito a vuestra merced murió. Doña Madalena, que era la menor, está en un monasterio, seglar. Harto quisiera yo la llamara Dios para monja. Es harto bonita. Muchos años ha que no la vi. Ahora la traían un casamiento con un mayorazgo viudo; no sé en qué parará.

10. Ya he escrito a vuestra merced cuán a buen tiempo hizo la merced a mi hermana, que yo me he espantado de los trabajos de necesidad que la ha dado el Señor, y halo llevado tan bien, que ansí la quiera dar ya alivio. Yo no la tengo de nada, sino que me sobra todo; y ansí lo que vuestra merced me envía en limosna, dello se gastará con mi hermana, y lo demás en buenas obras; y será por vuestra merced. Por algunos escrúpulos que traía, me vino harto a buen tiempo algo dello: porque con estas fundaciones, ofrécenseme cosas algunas, que aunque más cuidado traigo, y es todo para ellas, se pudiera dar menos en algunos comedimientos de letrados (que siempre para las cosas de mi alma trato con ellos) en fin en naderías: y ansí me fue de harto alivio, por no los tomar de nadie, que no faltaría. Mas gusto tener libertad con estos señores, para decirles mi parecer. Y está el mundo tal de intereses, que en forma tengo aborrecido este tener. Y ansí no terné yo nada, sino con dar a la mesma Orden algo, quedaré con libertad, que yo daré con ese intento: que tengo cuanto se puede tener del general, y provincial, ansí para tomar monjas, como para mudar, y para ayudar a una casa con lo de otras.

11. Es tanta la ceguedad que tienen en tener crédito de mí, que yo   —158→   no sé cómo; y tanto el que yo tengo, para fiarme mil, y dos mil ducados. Ansí, que a tiempo que tenía aborrecidos dineros, y negocios, quiere el Señor, que no trate en otra cosa, que no es pequeña cruz. Plegue a su Majestad le sirva yo en ello, que todo se pasará.

12. En forma me parece he de tener alivio con tener a vuestra merced acá, que es tan poco el que me dan las cosas de toda la tierra, que por ventura quiere nuestro Señor tenga ese, y que nos juntemos entrambos, para procurar más su honra, y gloria, y algún provecho de las almas: que esto es lo que mucho me lastima, ver tantas pérdidas: y esos indios no me cuestan poco. El Señor los dé luz, que acá, y allá hay harta desventura: que como ando en tantas partes, y me hablan muchas personas, no sé muchas veces qué decir, sino que somos peores que bestias, pues no entendemos la gran dignidad de nuestra alma, y como la apocamos con cosas tan apocadas, como son las de la tierra. Denos el Señor luz.

13. Con el padre fray García de Toledo, que es sobrino del virrey, persona que yo echo harto menos para mis negocios, podrá vuestra merced tratar. Y si hubiere menester alguna cosa del virrey, sepa, que es gran cristiano el virrey, y fue harta ventura querer ir allá. En los envoltorios le escribía. También enviaba en cada uno reliquias a vuestra merced en el camino: harto querría llegasen allá.

14. No pensé alargarme tanto. Deseo que entienda la merced que le hizo Dios en dar tal muerte a la señora doña Juana. Acá se ha encomendado a nuestro Señor, y hecho las honras en todos nuestros monasterios; y espero en su Majestad, que ya no lo ha menester. Mucho procura vuestra merced desechar esa pena. Mire, que es muy de los que no se acuerdan de que hay vida para siempre sentir tanto a los que van a vivir, salidos destas miserias. A mi hermano el señor Gerónimo de Cepeda, me encomiendo mucho, que tenga esta por suya. Mucho me alegra decirme, no tenía dada orden, para si pudiese, venir de aquí a algunos años, y querría, si pudiese, no dejase allá sus hijos; y si no que nos juntemos acá, y nos ayudemos, para juntarnos para siempre.

15. De las misas están dichas muchas, y se dirán las demás. Una monja he tomado sin nada, que aun la cama querría yo dar, y he ofrecido a Dios, por que me traiga a vuestra merced bueno, y a sus hijos. Encomiéndemelos. Otra ofrezco por el señor Jerónimo de Cepeda. Hartas tomo ansí, de que son espirituales: y ansí trae el Señor otras, con que se hace todo.

16. En Medina entró una con ocho mil ducados: y otra anda por entrar aquí, que tiene nueve mil, sin pedirles yo nada: y son tantas, que son para alabar a Dios. En teniendo una oración, no quiere otra cosa, sino estas casas, a manera de decir, y no es el número más de trece en todas: porque como no se pide para nosotras, que es constitución, sino lo que nos traen al torno (comemos, que es demasiado) no se sufre ser muchas. Creo se ha de holgar mucho de ver estas casas. Son hoy 17 de enero. Año de 1570.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús, Carmelita.


Notas

1. Con ser estas cartas de correspondencia para su hermano, y que habla santa Teresa de cosas domésticas, tienen tanto espíritu en lo que escribe, y junta de manera lo humano con lo divino, que pueden ser unas mudas, y elocuentes instrucciones, de cómo nos hemos de corresponder en lo temporal, a vista de lo espiritual; porque en el campo del negocio es la guarnición el espíritu; y a treinta palabras del mundo, dice cuatro de Dios, que hace de Dios todo lo que era del mundo.

2. En el número primero trata de su venida a España, y dice, que aquí habrá menos ocasiones de perderse, que en las Indias; porque aunque es cierto, que Cælum non animum mutat, qui trans mare currit, el mudar tierra, no muda naturaleza, siempre como corcobados de nuestra naturaleza, nos llevamos a nosotros mismos a cualquiera parte, que vamos, si malos, malos, y si buenos, buenos; pero no puede negarse, como decía santa Teresa (Fundac. 1, 4, c. 5), que en una parte deben de traer más licencia los demonios, que en otras, para tentarnos; y esto suele ser en tierra deliciosa, abundante, y colmada de riquezas. Y si allí ha de ser el mayor cuidado al servir a Dios, donde puede estar el mayor peligro de ofender a Dios; y de ese cuidado mucho he visto en la Indias, del peligro también.

3. En el número segundo le da razón de los progresos de los conventos de religiosos, y religiosas: Y los de las monjas (dice) son como san José de Ávila. ¡Qué dichoso es este convento, pues lo pone por copia, para que sean los demás sus traslados! Y siendo los demás traslados tan perfectos, muestran que será este convento perfectísimo; porque raras veces llega la copia al original. Aunque la Santa dice, que llega, y se iguala, pues dice: Que en todo no parecen sino una cosa; y puede ser diga el original una casa, y no una cosa.

4. Esto vio la Santa en su vida, que eran unos conventos, como otros. Pero yo mas he visto, después de su muerte, y gloriosa vida, que son unas monjas, como otras. Unidad de profesión en los conventos Carmelitas, no hay que admirarla, aunque es mucho de admirar, que haya en la Observancia unidad, e igualdad en esta vida; pero unidad en los religiosos, y que todos, siendo innumerables, parezcan uno sólo, o una sola, eso sí que es de admirar. Pero todo lo dijo la Santa; porque si es una la observancia en los conventos, unas serán, y aun una las religiosas   —160→   en la paz, y espíritu del convento. No hay esposas de Jesús, si no perseveran, y son siempre como lo dijo la Santa, y como lo vemos los pecadores, aunque siervos de la Santa.

5. En el número tercero avisa en dónde está; y luego habla de los conventos de Pastrana, y de la jornada de Salamanca, y como un capitán general, que tiene trozos de ejércitos, y ha menester acudir, y dar órdenes a todas partes, para esta espiritual. y santa conquista, que tanta guerra ha dado al demonio, está discurriendo en todo.

6. Y porque las notas permiten muchas llanezas, y menudencias, me ha parecido decir, con ocasión de hablar de este convento de Salamanca, sumamente santo, y fervoroso, que cuando llegó a fundarlo, vivió algunas noches en una casa harto desacomodada; y una religiosa, como no estaban ajustadas las puertas, ni las ventanas, suspiraba toda la noche; y preguntada de la Santa, dijo, que lo hacía de miedo de los ladrones. Y la Santa con gran gracia le dijo: Hermana, duerma hasta que vengan; y entonces tenga el miedo, y deje el sueño. Y la Santa dice en la fundación, que también le preguntó: ¿Qué haría si viniesen a matarla? A que respondió: Cuando vengan lo pensaré; ahora, hija, déjeme dormir un poco. Discretísima razón, no andar perdiendo el tiempo con los temores, antes que lleguen a nuestra casa los daños, y tal vez, ni aun los peligros.

7. En el cuarto hace mención de una gran señora, y devota de la Santa, la ilustre doña María de Mendoza, de las virtuosas, y ejemplares, que conocían aquellos tiempos, mujer del secretario Cobos, gran valido en su ocupación del señor emperador Carlos V, y aun del señor rey Felipe II, y su secretario de Estado, quien hizo la casa de Camarasa, por sus grandes, y señalados servicios. Después se ha unido a la Ricla, y a otras.

8. En el número quinto le dice lo que siente su enfermedad; y habla de negocios, y dice, con grande gracia de sí: Que está muy baratona, esto es, muy metida en negocios: Y que de todo entiende con estas fundaciones; y que cuanto más aborrece dineros, más se los da Dios, para estas cosas, y casas.

Mejor es que nos dé Dios los dineros, cuando los aborrecemos, que no cuando los amamos; porque de la una manera los arrojamos de nosotros; y de la otra nos cautivan a nosotros, y somos varones de riquezas, y no son ellas riquezas de los varones: Viri divitiarum, et non divitiæ virorum (Sal. 75, v. 6); porque nos mandan, y no nos sirven a nosotros las riquezas. ¡Oh no lo permitáis, Señor!

9. En el número sétimo le dice dónde podrá vivir con quietud; porque vivir sin ella, no es vivir, sino morir. Y entre las partes sustanciales para su vivienda, advierte por la primera la educación de los hijos; y como hermana del padre, por serlo, quería ver bien criados a sus hijos, para que se salven ellos, y el padre: ellos con la educación, y el padre con el cuidado.

10. Dice que en Ávila hay padres de la Compañía, que enseñan la gramática, y virtud, y añade: Y también leen filosofía, y teología en santo Tomás (que es convento de la Orden de santo Domingo). Como si dijera: Sin salir de su patria tienen cuanto han menester, buenas letras,   —161→   y educación en la santa Compañía; la filosofía, y teología en santo Tomás, con que no tienen más que desear, ni pedir.

11. Luego habla, alabando de devota a la ciudad de Ávila. ¡Oh buena hija, que mira por la honra de su patria, y de su madre! No la alaba de noble; porque eso ¿quién lo ignora, siendo su nobleza de las mayores de España? Alábala de virtuosa, por ser esta la mayor nobleza, y la mayor alabanza; y ciudad que fue madre de tal hija, ¿qué duda hay que es noble, y santa ciudad?

12. Hasta el número undécimo habla la Santa de negocios, y de lo que ha sucedido en Ávila en casas, y personas, y muertes, y sucesos, y desdichas. Esto es el mundo, una variedad infinita de sucesos, y mudanzas.

13. En el número decimocuarto le consuela de la muerte de su mujer, que fue doña Juana de Fuentes y Guzmán, de igual nobleza, y virtud; y con devotísima razón le dice: Que no lo sienta sobrado: porque es muy de los que no se acuerdan que hay otra vida. Como si estuviera oyendo a san Pablo, donde dice: Nolumus vos ignorare Fratres de dormientibus, ut non contristemini sicut et cæteri, qui spem non habent (1, Thes. 4, v. 12). Hermanos, no os contristéis de los que mueren, como los que piensan que no hay otra vida; porque estos todo lo pierden con la vida; pero los que la aguardan eterna, ¿qué pierden al perder la temporal? Nada, o poco, o penoso, o desabrido, cuando van a gozar lo glorioso de lo eterno.

14. Últimamente habla de sus religiosas, y dice: Que cuantas más recibe sin dote, más la están buscando con él. La Santa se gobernaba con poco mundo, y mucho Dios, mucho espíritu, y poca naturaleza; y al paso que ella lo daba a la caridad, la socorría la providencia de Dios con su liberalidad. No hay igual providencia, como fiarse, y dejarse llevar de aquella infinita providencia. Buscadme a mí, y a mi gracia, dice la Verdad eterna, que luego tendréis todo lo demás: Quærite primum Regnum Dei, et justitiam ejus: et hæc omnia adjicientur vobis (Matth. 6, v. 33, Lucæ 12, v. 13).






ArribaAbajoCarta XXXI

Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa


1. Jesús sea con vuestra merced. Da tan poco lugar Serna, que no querría alargarme, y no sé acabar, cuando comienzo a escribir a vuestra merced; y como nunca viene Serna, es menester tiempo.

2. Cuando yo escribiere a Francisco, nunca se la lea vuestra merced, que he miedo trae alguna melancolía, y es harto declararse conmigo. Quizá le da Dios esos escrúpulos, para quitarle de otras cosas, mas para su remedio, el bien que tiene es creerme.

3. El papel claro estaba lo había enviado, aunque yo hice mal en no decirlo. Dilo a una hermana que lo trasladase, y no lo ha podido   —162→   más hallar. Hasta que de Sevilla envíen otro traslado, no hay remedio de llevarle.

4. Ya creo habrán dado a vuestra merced una carta, que por la vía de Madrid le envié; mas por si se ha perdido, habré de poner aquí lo que decía, que me pesa harto de embarazarme en esto. Lo primero, que me mire en la casa de Hernán Álvarez de Peralta, que ha tomado, me parece oí decir, que tenía un cuarto para caer: mírelo mucho.

5. Lo segundo, que me envíe la arquilla, y si hay algunos papeles más míos, fueron en los líos que me parece fue una talega con papeles, venga muy cosida. Si enviare doña Quiteria con Serna un envoltorio, que ha de enviar, dentro verná bien. Venga mi sello, que no puedo sufrir sellar con esta muerte, sino con quien querría que lo estuviese en mi corazón, como en el de san Ignacio. No abra nadie la arquilla (que pienso está aquel papel de oración en ella), si no fuere vuestra merced y sea de manera, que cuando algo viere, no lo diga a nadie. Mire que no le doy licencia para ello, ni conviene; que aunque a vuestra merced le parece sería servicio de Dios, hay otros inconvenientes por donde no se sufre, y basta; que si yo entiendo que lo dice vuestra merced guardaré de leerle nada.

6. Hame enviado a decir el Nuncio, que le envíe traslado de las patentes, con que se han fundado estas casas, y cuántas son, y a dónde; y cuántas monjas, y de dónde, y la edad que tienen, y cuántas me parece serán para prioras: y están estas escrituras en esa arquilla, o no sé si talega: en fin he menester todo lo que ahí está. Dicen que lo pide para que quiere hacer la provincia. Yo he miedo, no quiera que reformen nuestras monjas otras partes, que se ha tratado otra vez, y no nos está bien; que ya en los monasterios de la Orden súfrese. Diga eso vuestra merced a la supriora, y que me envíe los nombres de las que son desa casa, y los años de las que ahora están, y lo que ha que son monjas, de buena letra en un cuadernillo de a cuartilla, y firmada de su nombre.

7. Ahora me acuerdo que soy priora de allí, y que lo puedo yo hacer; y ansí no es menester firmar ella, sino enviarme lo demás, aunque sea de su letra, que yo lo trasladaré. No hay para qué lo entiendan las hermanas. Mire vuestra merced cómo los envía, no se mojen los papeles, y envíe la llave.

8. Lo que digo está en el libro, es en el de Pater noster. Allí hallará vuestra merced harto de la oración que tiene, aunque no tan a la larga, como está en el otro. Paréceme en Adveniat regnum tuum. Tórnele vuestra merced a leer, al menos el Pater noster, quizá hallará algo que le satisfaga.

  —163→  

9. Antes que se me olvide: ¿cómo hace promesa, sin decírmelo? Donosa obediencia es esa. Hame dado pena, aunque contento la determinación. Mas me parece cosa peligrosa. Pregúntelo; porque de pecado venial, podría ser mortal, por la promesa. También lo preguntaré yo a mi confesor, que es gran letrado. Y bobería me parece; porque lo que yo tengo prometido, es con otros aditamentos: eso no lo osara yo prometer, porque sé que los Apóstoles tuvieron pecados veniales. Sólo nuestra Señora no los tuvo. Bien creo yo que habrá tomado Dios su intención; mas paréceme cosa acertada, que se lo comutasen luego en otra cosa; que con tomar Bula, si no la tiene, se puede hacer. Hágalo luego: este jubileo fuera bueno. Cosa tan fácil, que aun sin advertir mucho se puede hacer, Dios nos libre: pues Dios no puso más culpa en ello. Bien conoce nuestro natural. A mi parecer conviene remediarse luego, y no le acaezca más cosa de promesa, que es peligrosa cosa. No me parece es inconveniente tratar alguna vez de su oración, con los que se confiesa; que en fin están cerca, y le advertirán mejor de todo, y no se pierde nada.

10. El pesarle de haber comprado la Serna, hace el demonio; porque no agradezca a Dios la merced que le hizo en ello, que fue grande. Acabe de entender, que es por muchas partes mejor, y ha dado más que hacienda a sus hijos, que es honra. Nadie lo oye, que no le parezca grande ventura. ¿Y piensa que en cobrar los censos, no hay trabajo? Un andar siempre con ejecuciones. Mire, que es tentación. No le acaezca más, sino alabar a Dios por ello. Y no piense, que cuando tuviera mucho tiempo, tuviera más oración. Desengáñese deso, que tiempo bien empleado, como es mirar por la hacienda de sus hijos, no quita la oración. En un momento da Dios más hartas veces, que con mucho tiempo; que no se miden sus obras por los tiempos.

11. Luego procure tener alguno en pasando estas fiestas, y entienda en sus escrituras, y póngalas como han de estar. Y lo que gastare en la Serna, es bien gastado, y cuando venga el verano, gustará de ir allá algún día. No dejaba de ser santo Jacob, por entender en sus ganados, ni Abrahán, ni san Joaquín, que como queremos huir del trabajo, todo nos cansa: que ansí hace a mí, y por eso quiere Dios, que haya bien en que me estorbe. Todas esas cosas trate con Francisco de Salcedo, que en eso temporal, yo le doy mis veces.

12. Harta merced de Dios es, que le canse lo que a otros sería descanso. Mas no se ha de dejar por eso, que hemos de servir a Dios como él quiere, y no como nosotros queremos. Lo que me parece que se puede excusar, es esto de granjerías: y por eso me he holgado en parte, que se lo deje a Dios en esto destas ganancias; que aun para eso del mundo,   —164→   se debe perder algún poco. Creo vale más irse vuestra merced a la mano en dar, pues Dios le ha dado para que pueda comer, y dar, aunque no sea tanto. No llamo granjerías, lo que quiere hacer en la Serna, que está muy bien, sino en estotro de ganancias. Ya le digo, que en todas estas cosas siga el parecer de Francisco de Salcedo, y no andará en esos pensamientos; y siempre me le encomiende mucho, y a quien más quisiere. Y a Pedro de Ahumada, que bien quisiera tener tiempo para escribirle, por que me respondiera, que me huelgo con sus cartas.

13. A Teresa diga vuestra merced que no haya miedo quiera a ninguna, como a ella: que reparta las imágenes, y no las que yo aparté para mí, y que dé alguna a sus hermanos. Deseo tengo de verla. Devoción me hizo lo que escribió vuestra merced della a Sevilla, que enviaron acá las cartas, que no se holgaron poco las hermanas, que las leyeron en recreación, y yo también. Que quien saca a mi hermano de ser galán, será quitarle la vida; y como es con santas, todo le parece bien. Yo creo lo son estas monjas. En cada cabo me hacen confusión.

14. Gran fiesta tuvimos ayer con el nombre de Jesús: Dios se lo pague a vuestra merced. No sé que le envíe por tantas como me hace, sino esos villancicos que hice yo, que me mandó el confesor las regocijase, y he estado estas noches con ellas, y no supe cómo, sino ansí. Tienen graciosa tonada, si la atinare Francisquito para cantar. Mire si ando bien aprovechada. Con todo me ha hecho el Señor hartas mercedes estos días.

15. De las que hace a vuestra merced estoy espantada. Sea bendito para siempre. Ya entiendo por lo que se desea la devoción, que es bueno. Una cosa es desearlo, y otra pedirlo; mas crea que es lo mejor lo que hace, el dejarlo todo a la voluntad de Dios, y poner su causa en sus manos. Él sabe lo que nos conviene. Mas siempre procure ir por el camino que le escribí: mire, que es más importante de lo que entiende.

16. No será malo, cuando alguna vez despertare con esos ímpetus de Dios sentarse sobre la cama un rato, con que mire siempre tener el sueño, que ha menester su cabeza, que aunque no se siente, puede venir a no tener oración. Y mire, que procure no sufrir mucho frío, que para ese mal de hijada, no conviene. No sé para qué desea aquellos terrores, y miedos, pues le lleva Dios por amor. Entonces era menester aquello. No piense, que siempre estorba el demonio la oración, que es misericordia de Dios quitarla algunas veces. Y estoy por decir, que casi es tan gran merced, como cuando da mucha, por muchas razones, que no tengo lugar de decir. La oración, que Dios le da, es mayor sin comparación, que el pensar en el infierno, y ansí no podrá, aunque quiera, ni lo quiera, que no hay para qué.

  —165→  

17. Hecho me han reír algunas de las respuestas de las hermanas. Otras están extremadas, que me han dado luz de lo que es; que no piense, que yo lo sé. No hice más que decírselo acaso a vuestra merced sobre lo que le diré, de que le vea, si Dios fuere servido.

18. La respuesta del buen Francisco de Salcedo me cayó en gracia. Es su humildad por un término extraño, que le lleva Dios de suerte con temor, que aun podría ser no le parecer bien hablar en estas cosas desta suerte. Hémonos de acomodar con lo que vemos en las almas. Yo le digo, que es santo; mas no le lleva Dios por el camino que a vuestra merced. En fin, llévale como a fuerte, y a nosotros como a flacos. Harto para su humor respondió.

19. Torné a leer su carta. No entendí el quererse levantar la noche que dice, sino sentado sobre la cama. Ya me parecía mucho, porque importa el no faltar el sueño. En ninguna manera se levante, aunque sienta fervor; y si duerme más, no se espante del sueño. Si oyera lo que decía Fr. Pedro de Alcántara sobre eso, no se espantara, aun estando despierto.

20. No me cansan sus cartas, que me consuelan mucho, y ansí me consolara poderle escribir más a menudo; mas es tanto el trabajo que tengo, que no podrá ser más a menudo; y aun esta noche me ha estorbado la oración. Ningún escrúpulo me hace, sino es pena de no tener tiempo. Dios nos le dé, para gastarle siempre en su servicio. Amén.

21. Terrible lugar es este para no comer carne. Con todo pensaba yo, que ha años, que no me hallo tan buena como ahora: y guardo lo que todas, que es harto consuelo para mí. Hoy es segundo día del año.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús.

22. Pensé que nos enviara vuestra merced el villancico suyo; porque estos ni tienen pies, ni cabeza, y todo lo cantan. Ahora se me acuerda uno que hice una vez, estando con harta oración, y parecía que descansaba más. Eran (ya no sé si eran ansí) y por que vea que desde acá le quiero dar recreación.



¡Oh hermosura, que excedéis,
A todas las hermosuras!
Sin herir, dolor hacéis;
Y sin dolor, deshacéis
El amor de las criaturas.

¡Oh ñudo, que ansí juntáis
Dos cosas tan desiguales!
No sé por qué os desatáis:
Pues atado, fuerza dais,
A tener por bien los males.

Quien no tiene ser, juntáis
Con el ser que no se acaba:
Sin acabar, acabáis:
Sin tener que amar, amáis:
Engrandecéis nuestra nada.



  —166→  

No se me acuerda más. ¡Qué seso de fundadora! Pues yo le digo, que me parecía estaba con harto, cuando dije esto. Dios se lo perdone, que me hace gastar tiempo: y pienso le ha de enternecer esta copla, y hacerle devoción; y esto no lo diga a nadie. Doña Guiomar y yo andábamos juntas en este tiempo. Dela mis encomiendas.


Notas

1. Cuando escribió la Santa esta carta, estaba su hermano en Ávila, según parece de su contestura.

En el primero número habla de algunos escrúpulos, que tenía su sobrino. Él saldría dellos, pues dice su tía: Que lo creía, que es el remedio único desta grande enfermedad.

2. En los números quinto, y sexto, le pide a su hermano algunos papeles, que tenía en Ávila, y entre ellos eran los tratados espirituales sobre el Pater noster, que andan con las Obras de la Santa.

3. Dice también: Que le envíe su sello, porque no puede sufrir sellar con esta muerte, sino con quien querría que lo estuviese en su corazón, como en el de san Ignacio. Es el caso, que la Santa sellaba al principio con una muerte, para tenerla presente en cuanto obraba. Después debió de encenderle Dios el corazón a más altos grados de amor, y hizo otro sello con el nombre de Jesús. Éste se dejó en Ávila, conque se hallaba necesitada de sellar con este otro.

Dice, pues, que no puede tolerar el sellar con el uno, cuando deseaba sellar con el otro. Como si dijera: No puedo sufrir el sellar con la muerte, cuando querría sellar con la vida. Es mi vida Jesús, y así quiero sellar con Jesús. Quiero poner el sello en la carta, que yo querría que sellase, y se estampase en mi corazón, como en el de san Ignacio. Habla de san Ignacio mártir, obispo de Antioquía, ternísimo amante de Jesús bien nuestro; de quien se refiere en su Vida, que después de martirizado, le hallaron en su corazón impreso con letras de oro el nombre dulcísimo de Jesús.

4. Luego dice: Que el Nuncio (éralo el ilustrísimo Nicolás Hormaneto, gran defensor de los Descalzos) le había enviado a pedir el número de religiosas que había, y las que podían ser para prioras, y que temía era para reformar otros conventos. Y añade: Y no nos está bien. Y esto con gran prudencia. Porque apenas nacida su reforma, o religión, no era bien exponerla, o arriesgarla a estos cuidados, y verdaderamente, si se mira bien el espíritu, y ejercicio de la Santa, más se ocupó en reformar su Orden, formando su santa, y esclarecida reforma, que en reformar las otras. Y así no quería que sus hijas entrasen en una empresa, que necesitaba de muy particular vocación.

5. También hace harta gracia el decir: Ahora me acuerdo el ser priora de ahí. Y es, que escribía esta carta desde Toledo, habiendo venido de la fundación de Sevilla, a la cual fue siendo priora de Ávila. Pero es buena luz de lo que la Santa despreciaba los puestos; pues teniéndolos muy presentes para el trabajo, se olvidaba luego dellos para la preeminencia.

  —167→  

6. Encárgale mucho en el número quinto, que guarde con gran secreto sus papeles, y no los comunique a nadie. Porque no hay duda, que contendrían muchos, y grandes favores de Dios, y como parece por sus Obras, y vida que anda impresa en ellas.

En esto enseña la Santa el sumo secreto, y reverencia con que se han de tratar los favores de Dios; y cuán seguro, y excelente es el axioma de los espirituales, tomado del Espíritu Santo: Secretum meum mihi: Secretum meum mihi (Isaiæ 24, v. 16), y que el verter los favores divinos sin gran discreción, es poco menos que desperdiciarlos; y no sé si diga despreciarlos.

7. Esta atención es utilísima para el espíritu, descansada para la vida, y segura para la opinión: Utilísima para el espíritu; porque asegura con la humildad, y el silencio, que no le destruya al alma el espíritu de soberbia, y de presunción. Descansada para la vida; porque la traerán sumamente quieta, y sosegada, y más recogida, y aun aprovechada, cuando menos caso hicieren en el mundo de su alma. Más segura para la reputación; porque en esta materia de favores interiores de Dios, visiones, y revelaciones, si veinte las creen, dos mil las murmuran, y se pierde más crédito del que se gana, aun cuando se buscase crédito por motivo del servicio de Dios. Y así nunca, sin grande necesidad, y a sus confesores se han de comunicar estas cosas.

8. Era grande el fervor del señor Lorenzo de Cepeda; y con la ansia que él tenía del aprovechamiento de su alma, dio la obediencia a su hermana, como ella dice en la carta siguiente, número segundo.

Santa Escolástica la dio a san Benito, hermana a hermano, y esto iba muy natural. Aquí el señor Lorenzo de Cepeda a su hermana. Y es que allí estaba el mayor espíritu del hombre; aquí estaba en la mujer. Et spiritus ubi vult spirat (Joan. 1, v. 8); y donde está el espíritu, es bien que esté la enseñanza; porque nunca lo grande enseña bien a lo bueno, mejor enseña lo bueno a lo grande.

Esto se entiende en magisterio privado, y particular; porque en el público, y de potestad, y de la Iglesia, siempre ha de correr por los hombres la doctrina, pues en ellos fundó Dios las llaves, y el magisterio.

9. Con los fervores de novicio en la virtud debió de hacer el señor Lorenzo de Cepeda alguna temeridad, y su hermana, y su maestra de espíritu lo contiene, y le dice: ¿Cómo hace promesa sin decírmelo? Donosa obediencia es esa. Donosa obediencia de penitente, hacer cosas graves, y tan graves, sin decirlo a su maestro.

Aquí enseña la Santa la obediencia, que se debe a los maestros de espíritu, y también, que no se dejen llevar los principiantes de los movimientos fervorosos del espíritu, sin que lo examine el consejo ajeno. Porque aunque, si es de Dios, todo es bueno cuanto hace; pero el calificar si es de Dios, es menester que siempre lo haga el maestro: Probate spiritus si ex Deo sint (Joan. 4, v. 1), dice san Juan. Probad si es espíritu de Dios. Eso se ha de probar con la ley de Dios, con sus preceptos, con las obras, con los consejos evangélicos, con medir el tiempo, la condición, la persona, el caso, y sus circunstancias: esto todo lo ha de pensar, y ponderar el juicio ajeno, y no el propio; porque el juicio propio sobre sí es falacísimo; el ajeno es más seguro en lo ajeno.

  —168→  

10. En el número décimo le salva los escrúpulos de haber comprado una casa de campo, o heredad, distante una legua de la ciudad de Ávila, que llaman la Serna, y con muy buenas razones. Y entrambos la tenían para ello; el hermano de recelar arraigar en esta vida, cuando iba poniendo su corazón en la eterna; y la hermana, en que no dejase en su profesión lo que había menester para su mismo sustento. Como si dijera: ¿Tienes hijos? ¿Vives con ellos, y los has de prevenir el sustento, o decente lucimiento? Pues primero es la obligación, que la devoción.

11. En el número undécimo le pone ejemplar de santos, que lo fueron con haciendas, Jacob, Abrahán, y san Joaquín, como quien le propone la hacienda con las virtudes. Porque en un seglar las virtudes sin hacienda, y con hijos, e hijas, son virtudes; pero con grande peligro en los hijos, en las hijas, y familia; ¿pues a qué riesgo no se exponen las hijas, y los padres sin hacienda? Y por el contrario, la hacienda sin las virtudes, son lazos, y precipicio. Sólo es apetecible al seglar las virtudes con la hacienda; la hacienda con las virtudes.

12. Con todo eso en el número duodécimo le desvía de que tenga tratos, y contratos, y negociaciones; porque suelen ser lazos de la conciencia. San Agustín no quería a nadie aconsejar que fuese soldado, ni mercader: Séalo él (decía el santo) si quisiere: no yo lo quiero aconsejar.

Santos pueden ser los mercaderes; pero es peligroso oficio vivir en empleo codicioso sin codicia: en oficio de juntar plata sin extrañarse en la plata, y pasarla al corazón, y con dureza el corazón, y con la plata, ¿cómo oirá, ni tendrá a Dios en el corazón? Mas quiero tener en mi corazón madera, y pajas, que plata, porque veo que consagró el Señor la madera en la cruz, las pajas en el pesebre; pero no veo en parte alguna que bendijese la plata. Y así procuren los mercaderes salvarse en la tabla de la limosna, y la caridad: y ante todas cosas, en justificar los tratos, y los contratos, y recatarse de lo probable, embarcarse en lo seguro; porque es mejor no pecar, que tener que restituir.

13. En el número décimo tercio, con gracia familiarísima, habla de alguna honesta galantería de su hermano, y da recados a su sobrina, y todo con grandísimo donaire; porque todo les sabe bien a los buenos, y todo es santo en los santos. Al justo Omnia cooperantur in bonum. Dicite justo, quoniam bene (Rom. 8, vers. 28, Isaiæ 3, v. 10).

14. En el número decimocuarto dice una máxima muy buena. Porque parece que le envió su hermano a decir, que deseaba tener devoción, y estaba afligido con sequedades, y dice la Santa: Ya entiendo por qué desea la devoción. Una cosa es desearla: otra pedirla; mas crea que es lo mejor dejarlo todo a la voluntad de Dios.

Aquí la Santa enseña, que es bueno desear la devoción, esto es, desear fervoroso, y pronto el corazón a lo bueno. Y añade otra cosa también buena, que es pedirla. Añade otra mejor, que es, entregarse en la voluntad de Dios, sin pedir más de aquello que fuere su voluntad.

15. Esto explicaremos brevemente. El desear la devoción siempre es bueno, y nunca se ha de dejar. El pedirla también es bueno, y siempre se puede hacer. El promoverla, y procurarla también es bueno, por medios santos, y buenos, y también puede, y tal vez se puede, y se   —169→   debe hacer. Pero si después de haberlo deseado, pedido, y procurado Dios en lugar de devoción me envía tribulación, he de recibir tribulación con el mismo gusto, que si me enviara la devoción: y esto es, a mi parecer, lo que dice aquí la Santa. Y aun más dice: Que al desear, al pedir, al procurar la devoción, se haga todo con resignación a aquello que enviare Dios.

De suerte, que el principio, el medio, y el fin de nuestra oración, ha de ser: Fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra (Matth. 6, v. 10). Señor, hágase tu voluntad, así en la tierra, como en el cielo. Pero con esta resignación muy bien se puede pedir caridad, y devoción, y todas las demás virtudes; y antes bien es muy bueno, y santo el pedirlas. Y es justo que las pidamos.

16. De aquí resulta, que no tengo por camino mejor que este el de los que dicen, que es lo mejor no pedir cosa a Dios, sino dejarlo todo a su voluntad, después de haberlo pedido todo con resignación a Dios: porque el orar es rogar, pedir, y suplicar; y sin pedir, rogar, y suplicar, apenas hay oración.

17. La Iglesia pide en todas sus oraciones; y es gran cosa seguir el espíritu de la Iglesia. Los santos piden por los pecadores. La Virgen está pidiendo por todos. Los apóstoles otra cosa no hacen que pedirle a Dios. ¿A quién hemos de pedir sino a Dios, cuanto habemos menester? El Pater noster, que nos enseñó el Señor por sus labios, cuando les dijo a sus discípulos cómo habían de orar, ¿no está lleno de peticiones? Sí. ¿Por ventura el Padre nuestro no es la oración domínica, norma, y regla de la perfecta oración? Claro está. Luego es santo, bueno, y necesario el pedir.

Y así aquella máxima: No es necesario pedir a Dios, sino que haga en todo su voluntad, no puede excluir el pedir, sino que se ha de entender que haya resignación: porque ni el hacer su voluntad se consigue sin pedir: pues es pedir que se haga su voluntad.

El Hijo de Dios pedía a su Padre eterno: y a cada paso, pedía la Virgen, cómo se vio en las bodas de Caná. Los Apóstoles santos siempre pedían, como habemos dicho; y así es bien que pidamos aquello que conviene a su servicio. Pero eso mismo se ha de pedir con resignación; y antes de pedir, al pedir, y después de haber pedido, acabar nuestra oración, diciendo: Fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra; porque el no pedir a Dios puede causar sequedad, vanidad, soberbia, y temeridad; y todos en todo hemos menester a Dios.

18. En el número decimosexto le enseña dos máximas muy santas. La primera, que de tal manera se lleve de la oración, que no pierda la salud que ha menester para servir a Dios, que es quien le da la oración: conociendo, que la oración es medio de ejercitar las virtudes. Y si fatigando la cabeza, o no moderando los afectos, se pone el espíritu en estado que no está para ejercitar las virtudes con el cuerpo, pierde con el medio el fin, a que aspira el alma.

19. No hay quien no haya menester la salud para su estado, el prelado para gobernar, el súbdito para obedecer; y sin salud, ni el súbdito puede obedecer, ni el prelado gobernar. Pues si por tener oración días,   —170→   y noches, se perdiese la salud con el sueño, y sin él corre peligro también de perderse el juicio (como se ve que ha sucedido a muchos escrupulosos, y a otros enfermos deste espiritual achaque) es menester dar lo necesario al cuerpo, para que sirva al espíritu.

Por eso dice la Santa, que algunas veces no es el demonio, sino Dios el que quita la oración. Esto es, que viendo su divina Majestad la flaqueza del sujeto, le da sólo aquello que puede el sujeto tolerar.

20. La segunda máxima: que pues Dios había puesto a su hermano en más alto grado de oración de lo que es consideración del infierno, dejase esto, y se llevase de aquello que Dios le daba.

Yo no dudo, sino que en calentando Dios el corazón, y el alma en su amor, ya no le hace fuerza el temor, arrastrada, y llevada del amor, porque es su ley el amor, y no el temor.

21. Quien a Dios ama con perfecta caridad, no le ama porque hay infierno, y porque si no le ama se irá al infierno, ni porque hay cielo, y si le ama se irá al cielo; sino porque hay Dios, y aquel Dios es su bien, su criador, y su cielo; y le ama, y amará, aunque le tuviera, siendo posible, en las penas del infierno, y aunque le negara el cielo; porque le ama por quien es; y lo amara, porque ama al digno de todo amor, y le ama sin interés, ni amor servil, sólo con la caridad ardiente, desasida, pura, y santa; y es un temor reverencial, no servil, y el amor echa fuera el temor: Perfecta charitas foras mittit timorem (1, Joan. 4, v. 48).

Todavía en todo tiempo es bien tener delante las Postrimerías algunas veces; porque pueden cesar los sentimientos del amor, y declinar a una vana presunción, de donde haya menester, para salir de allí, humillarse, y pensar en las últimas Postrimerías.

22. Tiene la vida espiritual grandes desigualdades de estados; y ya se toca con las estrellas; y ya en un instante se llega a los abismos: y suele criar el amor tal confianza, y esta una interior, y secreta presunción, y soberbia tal de que ama, que ha menester que se la quite el temor. Y así el buen espiritual ha de andar entre el amor, humillado; y entre el temor, confiado, considerando algunas veces, que por santo que sea, desde la gracia al infierno, ni hay en él más distancia que una delgada pared, que es su propia voluntad. Y otras: si está temeroso ha de pensar que entre él, y el infierno hay un larguísimo espacio; porque está Dios con su gracia, misericordia, y socorros.

23. En el número décimo sétimo habla de aquel celestial mote, Búscate en mí, que dio ocasión a la carta quinta, o vejamen. Y en el décimo octavo alaba el espíritu de Francisco de Salcedo, que fue uno de los conferentes; y alábalo de humilde, que es soberana virtud, y por eso muy singular la alabanza.

24. En el siguiente encomienda a su hermano, que conserve el sueño, para conservar la cabeza, y tener oración. No hay duda que es menester proporcionar la penitencia con los ejercicios de virtud; porque si en esta se excede, se faltará en aquellos; y todo debe templarlo, y moderarlo el espíritu de discreción.

25. Luego para recrear a su hermano la Santa le envía unos espirituales villancicos, y muy sentidos, y místicos, y que sobre ellos tienen   —171→   bien que discurrir sus hijos, e hijas en sus santas, y honestas recreaciones.

Explica la Santa el primero de ellos en la carta que se sigue, y yo explicara los segundos, aunque no lo han menester, para quien anda en espíritu, y en verdad; pero por no dilatarme, y molestar al lector con una no precisa explicación, me mortifico yo primero con el silencio.

26. Luego, después de escribir divinidades en estos villancicos llenos de sentimientos interiores de un espíritu enamorado de Dios, hace sobre sí misma refleja, y donaire de sí misma, acusándose, y diciendo a su hermano: ¿Mire qué seso de fundadora? Como si dijera: ¿Mire qué seso de fundadora, que hace coplas? ¿Qué seso de fundadora, que gasta en hacer versos el tiempo que había de gastar en hacer constituciones? ¿Qué seso de fundadora, que el tiempo que había de gastar en orar, y en gobernar, gasta en hacer versos, coplas, y villancicos?

27. Pero con licencia de la Santa, y de su humildad, debemos decir nosotros: ¿Miren qué seso de fundadora, que no cabiendo en el pecho los sentimientos de Dios, los pasa a la pluma, y al papel, para que otros tengan estos mismos sentimientos? ¿Qué seso de fundadora, que alaba a Dios perpetuamente, en prosa, y en verso, con su pluma con su voz, y con sus obras? ¿Qué seso de fundadora, que como otro David, le hace versos a su Esposo, y a su Dios? ¿Qué seso de fundadora, que hace el milagro grandioso de no abrasar el papel con el fuego de su amor en estas coplas?

28. ¿Y qué seso no tenía, y manifestaba en sus cánticos Moysén? ¿Qué seso Ana la madre de Samuel en el cántico, que hizo en el templo delante del sacerdote? ¿Qué seso David en sus inefables salmos? ¿Qué seso la Virgen santísima nuestra Señora en su Magnificat admirable? ¿Qué seso no tenía Zacarías en el cántico del Benedictus? ¿Qué seso no tuvieron los santos al componer sus himnos a Dios, de que se compone el rezo? ¿Qué seso no tuvieron san Gregorio Nacianceno, san Ambrosio, y san Bernardo, y otros infinitos santos, que ocupaban el tiempo en hacer himnos, coplas, villancicos a Dios? Este seso, y espíritu, este amor, estos vivos sentimientos tenía esta soberana fundadora.






ArribaAbajoCarta XXXII

Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa


1. Jesús sea con vuestra merced. Cuanto a lo del secreto, de lo que me toca, no digo que sea de manera que obligue a pecado; que soy muy enemiga desto, y podríase descuidar: basta que sepa que me dará pena. Lo de la promesa ya me había dicho mi confesor, que no era válida, que me holgué harto; que me tenía con cuidado también.

2. De la obediencia que me tiene dada le dije, que me ha parecido sin camino. Dice que bien está; mas que no sea promesa a mí, ni a nadie; y ansí no la quiero con promesas, y aun lo demás se me hace de   —172→   mal; mas por su consuelo paso por ello, a condición que no la prometa a nadie. Holgádome he, que vea que le entiende el padre fray Juan de la Cruz, como tiene experiencia: y aun Francisco tiene algún poco; mas no lo que Dios hace con vuestra merced. Bendito sea por siempre sin fin. Bien está con entrambos ahora.

3. Bueno anda nuestro Señor. Paréceme que quiere mostrar su grandeza en levantar gente ruin, y con tantos favores, que no sé qué más ruin que entrambos. Sepa que ha más de ocho días, que ando de suerte, que a durarme, pudiera mal acudir a tantos negocios. Desde antes que escribiese a vuestra merced me han tornado los arrobamientos, y hame dado pena; porque es, cuando han sido, algunas veces en público, y ansí me ha acaecido en Maitines. Ni basta resistir, ni se puede disimular. Quedo tan corridísima, que me querría meter no sé dónde. Harto ruego a Dios se me quite esto en público; pídaselo vuestra merced que trae hartos inconvenientes, y no me parece es más oración. Ando estos días como un borracho en parte: al menos se entiende bien, que está el alma en buen puesto: y ansí como las potencias no están libres, es penosa cosa entender en más de lo que el alma quiere.

4. Había estado antes casi ocho días, que muchas veces ni un buen pensamiento no había remedio de tener, sino con una sequedad grandísima. Y en forma me daba en parte gran gusto; porque había andado otros días antes como ahora; y es gran placer ver tan claro lo poco que podemos de nosotros. Bendito sea el que todo lo puede. Amén. Harto he dicho. Lo demás no es para carta, ni aun para decir. Bien es alabemos a nuestro Señor el uno por el otro; al menos vuestra merced por mí, que no soy para darle gracias las que le debo, y ansí he menester mucha ayuda.

5. De lo que vuestra merced dice que ha tenido, no sé que me diga, que cierto es más de lo que entenderá, y principio de mucho bien, si no lo pierde por su culpa. Ya he pasado por esa manera de oración, y suele después descansar el alma, y anda a las veces entonces con algunas penitencias. En especial, si es ímpetu bien recio, no parece se puede sufrir, sin emplearse el alma en hacer algo por Dios; porque es un toque, que da al alma de amor, en que entenderá vuestra merced si va creciendo: lo que dice no entiende de la copla; porque es una pena grande y dolor, sin saber de qué, y sabrosísima. Y aunque en hecho de verdad es herida que da el amor de Dios en el alma, no se sabe adónde, ni cómo, ni si es herida, ni qué es, sino siéntese dolor sabroso, que hace quejar. Y ansí dice:


Sin herir, dolor hacéis:
Y sin dolor deshacéis
El amor de las criaturas.



  —173→  

Porque cuando de veras está tocada el alma deste amor de Dios, sin pena ninguna se quita el que se tiene a las criaturas (digo de arte que esté el alma atada a ningún amor) lo que no se hace estando sin este amor de Dios: que cualquiera cosa de las criaturas, si mucho se aman, da pena; y apartarse dellas, muy mayor. Como se apodera Dios en el alma, vala dando señorío sobre todo lo criado. Y aunque se quita aquella presencia, y gusto (que es de lo que vuestra merced se queja) como si no hubiese pasado nada, cuanto a estos sentidos sensuales, que quiso Dios darles parte del gozo del alma, no se quita della, ni deja de quedar muy rica de mercedes, como se ve después, andando el tiempo en los afectos.

6. Desas tribulaciones después ningún caso haga. Que aunque eso yo no lo he tenido, porque siempre me libró Dios por su bondad desas pasiones, entiendo debe de ser, que como el deleite del alma es tan grande, hace movimiento en el natural. Irase gastando con el favor de Dios, como no haga caso dello. Algunas personas lo han tratado conmigo. También se quitarán esos estremecimientos; porque el alma, como es novedad, espántase, y tiene bien de que se espantar: como sea más veces, se hará hábil para recibir mercedes. Todo lo que vuestra merced pudiere, resista esos estremecimientos, y cualquier cosa exterior, por que no se haga costumbre, que antes estorba, que ayuda.

7. Eso del calor, que dice que siente, ni hace, ni deshace; antes podrá dañar algo a la salud, si fuere mucho; mas también quizá se irá quitando, como los estremecimientos. Son esas cosas (a lo que yo creo) como son las complexiones: y como vuestra merced es sanguíneo, el movimiento grande de espíritu, con el calor natural, que se recoge a lo superior, y llega al corazón, puede causar eso; mas como digo, no es por eso más la oración.

8. Ya creo he respondido al quedar después, como si no hubiese pasado nada. No sé si lo dice ansí san Agustín: Que pasa el espíritu de Dios sin dejar señal, como la saeta, que no la deja en el aire. Ya me acuerdo que he respondido a esto: que han sido multitud de cartas las que he tenido después que recibí las de vuestra merced y aun tengo ahora por escribir cartas, por no haber tenido tiempo para hacer esto.

9. Otras veces queda el alma, que no puede tornar en sí en muchos días; sino que parece como el sol, que los rayos dan calor, y no se ve el sol: ansí parece que el alma tiene el asiento en otro cabo, y anima al cuerpo, no estando en él, porque está alguna potencia suspendida.

10. Muy bien va en el estilo que lleva de meditación, gloria a Dios, cuando no tiene quietud digo. No sé si he respondido a todo; que siempre   —174→   torno otra vez a leer su carta, que no es poco tener tiempo, y ahora no, sino a remiendos la he tornado a leer. Ni vuestra merced tome ese trabajo en tornar a leer las que me escribe. Yo jamás lo hago. Si faltaren letras, póngalas allá, que ansí haré yo acá a las de vuestra merced que luego se entiende lo que quiere decir: que es perdido tiempo sin propósito.

11. Para cuando no se pudiere bien recoger al tiempo que tiene oración, o cuando tuviere gana de hacer algo por el Señor, le envío ese silicio, que despierta mucho el amor; a condición, que no se le ponga después de vestido, ni para dormir. Puédese asentar sobre cualquiera parte, y ponerle, que dé desabrimiento. Yo lo hago con miedo. Como es tan sanguíneo, cualquiera cosa podría alterar la sangre, sino que es tanto el contento que da (aunque sea una nadería como esa) hacer algo por Dios, cuando se está con ese amor, que no quiero lo dejemos de probar. Como pase el invierno, hará otra alguna cosilla, que no me descuido. Escríbame cómo le va con esa niñería. Yo le digo, que cuando más justicias queramos hacer en nosotros, acordándonos de lo que pasó nuestro Señor, lo es. Riéndome estoy, cómo él me envía confites, regalos, y dineros, y yo silicios.

12. Nuestro padre visitador anda bueno, y visitando las casas. Es cosa que espanta cuán sosegada tiene la provincia, y lo que le quieren. Bien le lucen las oraciones, y la virtud, y talentos, que Dios le dio. Él sea con vuestra merced y me le guarde, que no sé acabar cuando hablo con él. Todos se le encomiendan mucho. Yo a él. A Francisco de Salcedo siempre le diga mucho de mí. Tiene razón de quererle, que es santo. Muy bien me va de salud. Hoy son 17 de enero.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús.

Al obispo envié a pedir el libro, porque quizá se me antojará de acabarle, con lo que después me ha dado el Señor, que se podría hacer otro, y grande, y si el Señor quiere acertase a decir, y si no poco se pierde.


Notas

1. En esta carta prosigue la Santa la misma correspondencia de espíritu con su hermano; y no deja de admirar la luz, y conocimiento raro de lo interior, que Dios dio a aquella alma santísima. Porque como si se paseara dentro del alma de su hermano, y de Francisco de Salcedo, de quien habla en el número segundo, y midiera su espíritu vara a vara,   —175→   palmo a palmo, y dedo a dedo, les calificaba su aprovechamiento, y así dice: Y aun Francisco tiene algún poco de experiencia; mas no lo que Dios hace con vuestra merced. Alto conocimiento, dice grandísima santidad: porque en materia de espíritu es lo ordinario, que sobre la santidad se funda el conocimiento.

2. Después de haber tomado a su cargo en el número primero el alma de su hermano en lo que le dijo su confesor, le advierte en el número segundo, que no ande dando obediencias. Y yo creo que habla de obediencia, que obligue a culpa mortal. Y es santísimo consejo, porque no hay que multiplicar preceptos en esta vida, si no es cuando por la vocación entran a la religión las almas, que son llamadas de Dios.

3. En el número tercero, después de haber dicho con harta gracia: Que anda Dios tras gente ruin (y bien ruin que somos las criaturas débiles, y miserables) habla de sus arrobos, como de grande trabajo; porque no hay duda, que para almas desengañadas este género de favores son grandísimos trabajos; pues no pueden escapar uno de uno de dos trabajos grandísimos, o alabarlas, o murmurarlas. Si las alaban, sienten de muerte las alabanzas; y si las murmuran, sienten el escándalo que se toman los prójimos, que es ocasión, aunque sin culpa de ofensas de Dios.

4. Donde dice: No están libres las potencias, no quiere decir, que con la oración que tenía cuando gobernaba el monasterio, no obraban libremente las potencias, sino que obraban libres, y atadas. Porque como el alma pedía lo interior, y obraba en lo exterior: o por decirlo con el estilo de la Santa, el espíritu del alma pedía lo interior, y el alma obraba en lo exterior, tiraba a lo interior el espíritu del alma; y el alma se ocupaba, llevada de la obligación en lo exterior. Conque aunque obraban las potencias libres, no libres del todo; porque tiraba dellas, y de ella el espíritu hacia Dios. Como si una persona tuviese una cadena a los pies, y anduviese, y el que tiraba de la cadena le detuviese algunas veces; que en ese caso, aunque obraba el encadenado libre, pero obraba encadenado, y no libremente obraba.

5. En el número cuarto dice: Que suceden a las sequedades los favores. Así es la vida del alma, como fue la del Señor. Nace, y le cantan la gloria los ángeles, y le adoran los pastores; pero luego lo busca el cuchillo doloroso de la Circuncisión. Vienen a adorarlo los reyes, pero luego otro rey lo busca para la muerte, y huye a Egipto. Todo es consuelo, y desconsuelos en la vida del espíritu. Pero santa Teresa aquí elige los desconsuelos, y los temores; y le cansan los consuelos, y favores. No me admiro, que la vida del Señor tuvo más de desconsuelo, que de gustos, y consuelos.

6. Todo el número quinto es muy notable; y lo es también el decir: Que suele descansar el alma de los ímpetus de amor, con la penitencia. ¡Qué tal es alma, que es la penitencia consuelo de sus fatigas! Y tiene razón el alma; porque ¿cómo puede amar al que padeció por ella, sin desear padecer ella por él? Y si desea padecer ella por él, será su fatiga, y su tormento el descanso; será su alivio el tormento, y la fatiga. ¡Oh lenguaje celestial! ¡Oh vida santa! ¡Oh vida contraria de esta miserable vida! En la cual se tiene por tormento el padecer; y después, por no padecer aquí poco, y breve, se viene a padecer un dolor sobre infinito,   —176→   y eterno. Pero en ti, vida dichosa de espíritu, y de verdad, es gloria aquí el padecer, y después es gloria eterna el gozar.

7. Aquí explica la copia que advertimos arriba, y no la quisimos explicar; ¿pues quién ha de explicar lo que explicó la Santa, sin echarlo a perder? Dice: Que con gran dulzura quita Dios del alma el amor de las criaturas. ¿Mas qué mucho, si quita del alma el amor extraño, y deja el propio del alma? ¿Qué otro amor es propio del alma sino el amor de Dios, que la crió para sí? ¿Y cómo no ha de ser dulce el entrar Dios en el alma, y salir las criaturas, siendo Dios la misma dulzura, suavidad, gloria, y consuelo; y por el contrario, las criaturas la misma pena, dolor, y amargura, y desconsuelo? ¿Salen las tinieblas, y entra la luz, y puede hacerse sin gusto? Sale lo malo, y entra a gozar el alma lo santo, y bueno, ¿y puede hacerse sin gusto? Sale lo corto, lo limitado, y congojoso; y entra lo grande, lo dilatado, lo hermoso, y lo glorioso, ¿y puede hacerse sin gusto? Pero dejemos esto, porque no pueden explicar bastantemente las plumas lo que se siente en las almas.

8. En el número sexto le habla de algunas tribulaciones, que debía de padecer; y dícele que no se aflija, ni haga de ellas caso: esto es, que procurando poner en Dios su corazón, y deseo, todo lo demás lo aborrezca, y lo tenga por extraño, y no se aflija. Comúnmente es mejor, y aun casi siempre, despreciar la tentación, que no procurar vencerla; por ser cosa peligrosa meterse a razones con el diablo. Diga lo que quisiere, y haga yo lo que conviene: esté yo con Dios, y obre él lo que le dieren licencia; porque si yo tengo a Dios, no temo a todo el infierno junto: Pone me juxta te, et cujusvis pugnet contra me (Job. 17, v. 3).

Cuando el demonio tentaba a san Antonio abad, y lo maltrataba, le respondía: Haz lo que Dios te da licencia, que hagas en mí. Como si dijera: De Dios soy, y a Dios me doy, para Dios me quiero; haz en mí todo lo que quiere Dios, como yo haga, y padezca todo lo que quiere Dios.

9. De los temblores, o estremecimientos, que tenía le advierte, que de ellos no haga caso. Y como grande espiritual le iba enseñando a que se negase a todo lo exterior, para que fuese en todo más interior. Yo conocí un hombre seglar muy espiritual, y que había treinta años que hacía grandísima penitencia, que en poniéndose a oír misa, se le encendía el espíritu de suerte, que le daba un temblor de cuerpo tan vehemente, sin echarlo jamás en tierra (cosa que parecía milagro) que lo batía como el viento recio a un seco cañaveral. Y a san Felipe Neri, cuando se le encendía en amor el corazón, le temblaban las manos, y todo el cuerpo. Pero de todo esto exterior se niegue el alma a la propiedad, y no haga caso sino de amar, y servir a Dios.

10. En el número octavo dice la Santa: Que no importa que después de algunos favores de Dios, quede el alma, como si hubiera pasado por ella cosa alguna; porque Dios no deja las señales visibles, sino invisibles. Esto es, que en pasando Dios por el alma, y sus favores, enriqueciéndola, y mejorándola, no luego ella conoce, ni reconoce, ni ve sus riquezas; pero allí las tiene, allí las deja, allí están; y si no las pierde, las halla. Porque aunque algunas veces conoce el alma también coneturalmente   —177→   su aprovechamiento, y tal vez por revelación ciertamente; pero para que no lo conozca hay luchas razones fuertes. La primera, que con ausencia de la luz queda toda el alma a escuras. Fuese la luz el fervor, y sucede a él la tribulación, y con ella al sentido menos luz. La segunda, porque el Señor, por si acaso la levantó sobrado el fervor, le humille también con su ausencia, si la tuvo alegre con el favor, y presencia. La tercera, porque hay dos conocimientos en el alma: uno de Dios, y otro de sí; y más fácilmente puede el alma conocer de Dios, que de sí. Porque para conocer de Dios, le ayuda su luz, pero para conocerse lo impide su propio amor; y este, si no lo deshace aquella luz, no nos deja conocer, y así en ausentándose, queda el alma como a quien falta luz.

11. En el número nono propone la Santa el estado de un alma, cuando Dios le deja luz, y la pone en rara altura; porque todo ese bien, y esta altura del alma depende de aquella luz increada. Ella la alumbra, para que vea; ella la fortifica, para que sea; ella la calienta, para que arda; ella la guía, para que obre; ella la alienta, para que padezca; ella la abrasa, para que arda; y aun ella la hiere, para que muera. Y a esto miraría aquella ternísima canción del venerable padre Juan de la Cruz, cuando dijo (Cant. 1, del lib. Llama de amor):


¡Oh llama de amor viva,
Que tiernamente hieres
De mi alma en el mas profundo centro!
Si ya no eres esquiva,
Acaba ya si quieres,
Rompe la tela de este dulce encuentro.



Pero esto no es para pecadores como yo, sino para quien lo entiende, y lo experimenta.

12. Del orar lo lleva luego la Santa al obrar. Y en el número undécimo le envía un silicio. ¡Qué buena correspondencia de hermanos! ¡Qué pláticas! ¡Qué consejos! Y porque todo lo suavice, y facilite con su gracia natural la Santa, añade: Riéndome estoy de que me envíe regalos, y yo silicios. Cada uno, como buen espiritual, enviaba al otro lo que había menester. Al de la profesión regalada, silicios; al penitente regalos: pues siendo buenos entrambos, cada uno de aquello que se enviaban entre sí, tornaría solamente lo que hubiese menester.






ArribaAbajoCarta XXXIII

Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa


1. Jesús sea con vuestra merced. Ya estuve buena de la flaqueza del otro día: y después pareciéndome que tenía mucha cólera, con miedo de estar con ocasión la Cuaresma para no ayunar, tomé una purga, y aquel día fueron tantas las cartas, y negocios, que estuve escribiendo hasta las dos, y hízome harto daño a la cabeza, que creo ha de ser para   —178→   provecho; porque me ha mandado el doctor, que no escriba jamás, sino hasta las doce, y algunas veces no de mi letra. Y cierto ha sido el trabajo excesivo en este caso este invierno, y tengo harta culpa: que por no me estorbar la mañana, lo pagaba el dormir; y como era el escribir después del vómito, todo se juntaba. Aunque este día desta purga ha sido notable el mal; mas parece que voy mejorando: por eso no tenga vuestra merced pena, que mucho me regalo. Helo dicho, porque si alguna vez viere allá vuestra merced alguna carta no de mi letra, y las suyas más breves, sepa ser ésta la ocasión.

2. Harto me regalo cuanto puedo, y heme enojado de lo que me envió, que más quiero que lo coma vuestra merced que cosas dulces no son para mí, aunque he comido desto. No lo haga otra vez, que me enojaré. ¿No basta que no le regalo en nada?

3. Yo no sé qué Pater noster son estos que dice toma de disciplina, que yo nunca tal dije. Torne a leer mi carta, y veralo; y no tome más de lo que allí dice en ninguna manera, salvo que sean dos veces en la semana. Y en Cuaresma se pondrá un día en la semana el silicio; a condición, que si viere le hace mal, se lo quite: que como es tan sanguíneo, témole mucho. Y no le consiento más; porque le será más penitencia darse tan tasadamente después de comenzado, que es quebrar la voluntad. Hame de decir si se siente mal con el silicio, de que se le ponga.

4. Esa oración de sosiego, que dice, es oración de quietud, de lo que está en ese librillo. En lo desos movimientos sensuales, para probarlo todo se lo dije; que bien veo no hace al caso, y que es lo mejor no hacer caso dellos. Una vez me dijo un gran letrado, que había venido a él un hombre afligidísimo, que cada vez que comulgaba venía en una torpeza grande, más que eso mucho; y que le habían mandado que no comulgase, sino de año a año, por ser de obligación. Y este letrado, aunque no era espiritual, entendió la flaqueza; y díjole, que no hiciese caso dello, que comulgase de ocho a ocho días, y como perdió el miedo, quitósele. Ansí que no haga caso deso.

5. Cualquiera cosa puede hablar con Julián de Ávila, que es muy bueno. Díceme que se va con vuestra merced, y yo me huelgo. Véale vuestra merced alguna vez: y cuando le quisiere hacer alguna gracia, puede por limosna, que es muy pobre, y harto desasido de riquezas: a mi parecer es de los buenos clérigos, que hay ahí, y bien es tener conversaciones semejantes, que no ha de ser todo oración.

6. En el dormir vuestra merced digo, y aun mando, que no sean menos de seis horas. Mire que es menester los que hemos ya edad llevar estos cuerpos, para que no derruequen el espíritu, que es terrible trabajo.   —179→   No puede creer el disgusto que me da estos días, que ni yo oso rezar, ni leer, aunque como digo, estoy ya mejor; mas quedaré escarmentada. Yo se lo digo, y ansí haga lo que le mandan, que con eso cumple con Dios. ¡Qué bobo es! Que piensa que es esa oración, como la que a mí no me dejaba dormir. No tiene que ver, que harto más hacía yo para dormir, que por estar despierta.

7. Por cierto que me hace alabar harto a nuestro Señor las mercedes que le hace, y con los efectos que queda. Aquí verá cuán grande es, pues le deja con virtudes, que no acabara de alcanzarlas con mucho ejercicio. Sepa que no está la flaqueza de la cabeza en comer, ni en beber: haga lo que le digo. Harta merced me hace nuestro Señor en darle tanta salud. Plegue a su Majestad que sea muchos años, para que lo gaste en su servicio.

8. Este temor, que dice, entiendo cierto debe de ser, que el espíritu entiende el mal espíritu: y aunque con los ojos corporales no lo vea, débele de ver el alma, o sentir. Tenga agua bendita junto a sí, que no hay cosa con que más huya. Esto me ha aprovechado muchas veces a mí. Algunas no paraba en sólo miedo, que me atormentaba mucho, esto para sí solo. Mas si no le acierta a dar el agua, bendita, no, huye; y ansí es menester echarla alrededor.

9. No piense que le hace Dios poca merced en dormir tan bien, que sepa es muy grande. Y torno a decir, que no procuro que se le quite el sueño, que ya no es tiempo deso.

10. Mucha caridad me parece querer tomar los trabajos, y dar los regalos; y harta merced de Dios, que pueda aún pensar en hacerlo. Mas por otra parte es mucha bobería, y poca humildad, que piense él, que podrá pasar con tener las virtudes que tiene Francisco de Salcedo, o las que Dios da a vuestra merced sin oración. Créame, y dejen hacer al Señor de la viña, que sabe lo que cada uno ha menester. Jamás le pedí trabajos interiores, aunque él me ha dado hartos, y bien recios en esta vida. Mucho hace la condición natural, y los humores, para estas aflicciones. Gusto que vaya entendiendo el dese santo, que querría le llevase mucho la condición.

11. Sepa que pensé lo que había de ser de la sentencia, y que se había sentir; mas no se sufría responder en seso; y si lo miró vuestra merced no deje de loar algo de lo que dijo: y a la respuesta de vuestra merced para no mentir, no pudo decir otra cosa, y lo digo. Cierto que estaba la cabeza tal, que aun eso no sé cómo se dijo, según aquel día habían cargado los negocios, y cartas, que parece los junta el demonio algunas veces, y ansí fue la noche de la purga, que me hizo mal. Y fue   —180→   milagro no enviar al obispo de Cartagena una carta que escribía a la madre del padre Gracián, que erré el sobrescrito, y estaba ya en el pliego, que no me harto de dar gracias a Dios: que le escribía sobre que ha andado con las monjas de Caravaca su provisor, y nunca le he visto; parecía una locura. Quitaron les dijesen misa. Ya esto está remediado, y lo demás creo se hará bien, que es, que admita el monasterio. No puede hacer otra cosa; y van algunas cartas de favor con las mías. ¿Mire qué bien fuera? ¿Y el haberme yo ido de aquí?

12. Todavía traemos miedo a este Tostado, que torna ahora a la corte: encomiéndelo a Dios. Esa carta de la priora de Sevilla lea. Yo me holgué con la que me envió de vuestra merced y con la que escribió a las hermanas, que cierto tiene gracia. Todas besan a vuestra merced las manos muchas veces, y se holgaron harto con ella, y mi compañera mucho, que es la de los cincuenta años, digo la que vino de Malagón con nosotros, que sale en extremo buena, y es bien entendida. Al menos para mi regalo es el extremo que digo; porque tiene gran cuidado de mí.

13. La priora de Valladolid me escribió cómo se hacía en el negocio todo lo que se podía hacer, que estaba allá Pedro de Ahumada. Sepa que el mercader que en ello entiende creo lo hará bien: no tenga pena. Encomiéndemelo, y a los niños, en especial a Francisco: deseo tengo de verlos. Bien hizo en que se fuese esa persona, aunque no hubiera ocasión, que no hacen sino embarazarse, cuando son tantas. A doña Juana, a Pedro Álvarez, y a todos me dará siempre muchos recados. Sepa, que tengo harto mejor la cabeza, que cuando comencé la carta: no sé si lo hace lo que me huelgo de hablar con vuestra merced.

14. Hoy ha estado acá el doctor Velázquez, que es el mi confesor. Tratele lo que dice de la plata, y tapicería; porque no querría, que por no le ayudar yo, dejase de ir muy adelante en el servicio de Dios; y ansí en cosas no me fío de mi parecer, aunque en esto era él del mesmo. Dice, que eso no hace, ni deshace, como vuestra merced procure ver lo poco que importa, y no estar asido a ello: que es razón, pues ha de casar sus hijos, tener casa como conviene. Y ansí, que ahora tenga paciencia, que siempre suele Dios traer tiempo para cumplir los buenos deseos, y ansí hará a vuestra merced. Dios me le guarde, y haga muy santo. Amén. Son hoy 10 de febrero. Y yo

Sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús.

  —181→  
Notas

1. Esta carta prosigue la misma materia. Y en el número cuarto le dice otra vez: Que es lo mejor no hacer caso de las tribulaciones que padecía. ¿Y quién ha de hacer caso de las tribulaciones? Cum ipso sum in tribulatione. Y luego añade el Señor: Eripiam eum, et glorificabo eum (Sal. 90, v. 15). No sólo estoy con el atribulado, sino que estoy con él para librarlo en esta vida, y después glorificarlo en la eterna. ¡Oh Señor! Enviadnos tribulaciones, si con ellas venís vos, y nos libráis aquí, y después allá nos glorificáis.

2. En el mismo número refiere un caso particular, que es bien notable; y se conoce cuán mal remedio es al enfermo el apartarlo del médico; que es ruina de las almas tardar a recibir al Señor.

3. En el número sexto le da documentos de dormir, la que sabía tan bien velar. Y dice: Que no sea menos de seis horas; porque si no se riega con el sueño la herida del cuerpo, será tierra seca, estéril, e infecunda. Por eso dicen los físicos: Sopor fessos irrigat artus. El sueño riega los cansados miembros. De aquí puede colegirse el adagio de que: El espiritual ha de dormir solas seis horas, el estudiante siete, el acomodado ocho; y de ahí arriba el poltrón.

4. En el número octavo le dice, qué remedio ha de tener, cuando el demonio le quiere hacer mal; y es eficaz el de el agua bendita, y certísimo lo que dice la Santa: Que no obra su virtud con tanta fuerza en la persona, como al rededor de la persona. Debe ser, que se aplica la virtud, antes de llegar el demonio, a la persona, y después que la conozca, no tendrá tanta fuerza esta virtud; porque ya está ocupada en lo exterior la persona.

5. Y que conozca e1 alma cuando se acerca a ella el demonio, también es cierto. Y en una ocasión se acercó invisible el demonio a un religioso muy grave, y docto, aunque le oía, y sentía; y palpitándole el corazón, comenzó a exorcizarle, y el demonio le respondió, que no temía sus exorcismos, porque tenía licencia de Dios para estar allí. Y luego le preguntó al religioso, ¿que de qué estaba temiendo? Y no queriendo responderle, le dijo él: No respondes, porque no lo sabes. La razón es: Quia omnis spiritus inferior contremiscit in adventu spiritus superioris; porque todo espíritu inferior tiembla cuando viene el superior. Y aunque yo soy malo, pero soy de superior grado que vosotros, y si Dios no me atase con su omnipotencia, a todos os destruyera, y deshiciera. Y así aconseja la Santa, que echen agua bendita alrededor los espirituales que padecen esto; y a más de eso, que ellos mismos se santigüen, y reciban la misma agua bendita al santiguarse.

6. En el número décimo con grandísima gracia, y discreción le vuelve otra vez a reformar los deseos; porque quería pedir para sí los trabajos, y para otros los regalos. Y vale templando el fervor, y advirtiendo, que tome lo que le dan de lo penoso, y no pida más trabajos; y más en mundo tan trabajoso, y tan lleno de trabajos.

7. Yo entiendo, que los trabajos no los ha de pedir el espiritual, si no es cuando Dios le pide a él que se los pida; esto es, le levante, esfuerce, y afervorice el alma con el amor, de suerte que apenas pueda defenderse   —182→   de habérselos de pedir. Porque pedir trabajos, sin que primero Dios le caliente el corazón para pedirlos, no deja de ser un poco de presunción por parecerle a el que puede tenerse, y luchar con los trabajos. Y así los santos, que los pedían, era porque primero tenían movimientos de amor, y sentimiento para pedir, y padecer por amor de quien les daba el amor.

De los trabajos interiores dice la Santa: Jamás se los pedí a Dios. Y tuvo razón; porque trabajos interiores, y que flechan tan derechamente al alma, basta padecerlos, sin arrojarse a pedirlos.

8. En el número undécimo habla de la censura, que dio con su vejamen a los interlocutores, que se refiere en la carta quinta, pág. 17, y dice el trabajo con que obraba, por faltarle la salud, y sobrarle las correspondencias, y la necesidad de escribir tantas cartas. Bien cierto es, que no se pudiera hacer con menos trabajo tanto número de fundaciones de hijos, e hijas del Carmelo, que todas dependían de su grande juicio, espíritu, y prudencia.

El escribir cartas es de lo penoso que hay en la vida; pero así como es penoso, es preciso para suplir los necesarios defectos de la ausencia, que si no es por este camino, vierten a ser irremediables en todo gobierno. Y así no de balde aquel ambicioso primero emperador de Roma, que dio su nombre a los Césares, tenía por adagio: Si vis regnare, scribe: Escribe, si quieres reinar. Porque no se puede reinar, ni gobernar, sin escribir.

9. En el número duodécimo dice con mucha gracia: Todavía traemos miedo a este Tostado, que torna ahora a la corte, encomiéndelo a Dios. Sería este Tostado el superior de la Observancia, que necesitado de su oficio, o de su dictamen, y puede ser que mereciendo en ello, andaba tostando, y labrando a la Descalcez. Y nadie se admire, que es muy ordinario en Dios el labrar un diamante con otro.

Pero dice la Santa que lo teme, porque va la corte. Y tenía mucha razón; porque un enemigo en la corte, vale por dos mil enemigos, por hallarse adonde se toman las resoluciones: si de allí sale una vez el golpe justo, o injusto, derrama tanta sangre la herida, que tarde, o nunca se vuelve a cobrar. La razón de esto es, porque la mano de la jurisdicción, cuando castiga, es siempre pesada; y lo que al resolver parecía dudoso, resuelto, y ejecutado se tiene por claro, y se vuelve empeño propio el ajeno castigo; y lo que se comenzó por negocio de parte, en ejecutándose se hace de oficio, porque todo se ha de creer en el mundo, sino que podemos errar los ministros, y todos los que servimos, y regimos puestos. Este es el trabajo que anda siempre envuelto con nuestra humanidad, si Dios no lo remedia.

10. En el número décimo cuarto le responde al escrúpulo que tenía este santo varón de tener tapicerías, y plata. Y si un seglar lo tenía, ¿qué haremos los sacerdotes? ¡Ay plata, y tapicerías! La Santa se inclinaba a que tenía razón de echar de casa la plata, y tapicerías, pues Dios era ya todo su bien, su felicidad, y alhajas. Todavía el señor obispo de Osma, canónigo entonces de Toledo, que es aquel señalado varón, de que se habló en la carta octava, y en sus notas, número segundo, le dijo, que por ser seglar no importaba el conservarlas.





  —183→  

ArribaAbajoCarta XXXIV

Al mesmo señor Lorenzo de Cepeda, hermano de la Santa


1. La gracia de Cristo sea con vuestra merced. En forma me ha cansado a mí acá ese pariente. Ansí se ha de pasar la vida: y pues los que de razón habíamos de estar tan apartados del mundo, tenemos tanto que cumplir con él, no se espante vuestra merced que con haber estado lo que aquí he estado, no he hablado a las hermanas (digo a solas) aunque algunas lo desean harto, que no ha habido lugar: y voyme (Dios queriendo) el jueves que viene sin falta. Dejaré escrito a vuestra merced, aunque sea corto, para que lleve la carta el que suele llevar los dineros. También los llevará.

2. Tres mil reales dicen están ya a punto, que me he holgado harto, y un cáliz harto bueno, que no ha menester ser mejor, y pesa doce ducados, y creo un real, y cuarenta de hechura: que viene a ser diez y seis ducados, menos tres reales. Es todo de plata: creo contentará a vuestra merced. Como esos que dice dese metal me mostraron uno, que tienen acá; y con no haber muchos años, y estar dorado, ya ha dado señal de lo que es, y una negrura por de dentro del pie, que es asco. Luego me determiné a no le comprar ansí: y pareciome, que comer vuestra merced en mucha plata, y para Dios buscar otro metal, que no se sufría. No pensé hallarle tan barato, y de tan buen tamaño: sino que este urguillas de la priora con un amigo que tiene, por ser para esta casa, lo ha andado concertando. Encomiéndase a vuestra merced mucho: y porque escribo yo, no lo hace ella. Es para alabar a Dios cual tiene esta casa, y el talento que tiene.

3. Yo tengo la salud que allá, y algo más. De los presentes es lo mejor hacer que no le vean. Más vale que dé la melancolía en eso (que no debe de ser otra cosa) que en otra peor. Holgádome he que no se haya muerto Ávila. En fin, como es de buena intención, le hizo Dios merced de que le tomase el mal, a donde haya sido tan regalado.

4. De su enfado de vuestra merced no me espanto; mas espántome que tenga tanto deseo de servir a Dios, y se le haga tan pesada, cruz tan liviana. Luego dirá, que por servirle más no lo querría. ¡Oh hermano, cómo no nos entendemos! Que todo lleva un poco de amor propio. De las mudanzas de cruz no se espante, que eso pide su edad: y vuestra merced no ha de pensar (aunque no sea eso) que han de ser todos tan puntuales como él en todo. Alabemos a Dios, que no tiene otros vicios.

5. Estaré en Medina tres días, o cuatro, a mucho estar, y en Alba   —184→   aún no ocho. Dos desde Alba a Medina, y luego a Salamanca. Por esa de Sevilla verá como han tornado a la priora a su oficio: que me he holgado harto. Si la quisiera escribir, envíeme la carta a Salamanca. Ya le he dicho tenga cuenta con ir pagando a vuestra merced que lo ha menester: yo terné cuidado.

6. Ya está en Roma fray Juan de Jesús. Los negocios de acá van bien. Presto se acabará. Vínose Montoya el canónigo, que hacía nuestros negocios a traer el capelo del arzobispo de Toledo. No hará falta. Véame vuestra merced al señor Francisco de Salcedo por caridad, y dígale cómo estoy. Harto me he holgado que esté mejor, de manera que pueda decir misa: que plegue a Dios esté del todo bueno; que acá estas hermanas le encomiendan a su Majestad. Él sea con vuestra merced. Con María de san Gerónimo, si está para ello, puede hablar en cualquier cosa. Algunas veces deseo acá a Teresa, en especial cuando andamos por la huerta. Dios la haga santa, y a vuestra merced también. Dé a Pedro de Ahumada mis encomiendas. Fue ayer día de santa Ana. Ya me acordé acá de vuestra merced como es su devoto, y le ha de hacer, o ha hecho iglesia, y me holgué dello.

De vuestra merced sierva.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Cuando escribió la Santa esta carta, estaba en Valladolid, como se colige del contexto.

En el número primero dice lo que se cansó con aquel pariente. Debía de ser alguno sobradamente cumplido con ceremonias: cansole también a su hermano, y para desenojarlo, como parece en el número cuarto, hace la Santa de la cansada. Así san Pablo se hacía todo con todos, para ganarlos a todos con espiritual engaño: Omnibus omnia factus sum; ut omnes facerem salvos (1, Cor 9, v. 22). Eso mismo quiso decir el mismo apóstol, cuando dijo: Dolo vos cæpi (2, Cor. 12, v. 16). Como si dijera: Híceme como vosotros, para traeros a Dios a vosotros. Híceme yo como vosotros, para haceros a vosotros como yo.

2. En el número segundo dice una máxima muy digna de la Santa, sobre el cáliz que le debió de dar de limosna su hermano: Que comer vuestra merced (dice) en mucha plata, y para Dios buscar otro metal, no se sufría. Como si dijera: El hombre en plata, y la sangre de Cristo en bronce, no se sufre. La plata en la mesa del prelado, y desnudo el pobre en la calle, no se sufre. Mucha plata en la casa del pastor, y mucha miseria en las de las ovejas, no se sufre. Plata al comer en la mesa, y pobreza, y madera en los altares, no se sufre.

A todos parece que nos predica la Santa en la cabeza de su hermano; y así barro somos, en barro comamos, y de barro nos sirvamos. No ha   —185→   de ser mayor, ni mejor la materia que nos sirve, que a quien barro sirve. No es bien que sirva la plata al barro, antes el barro animado tenga por barro a la plata, y sólo estime la plata, no tenida, sino dada, y esto es hacer eterna plata del barro.

3. Bien a propósito desto viene aquí el presente que hizo al pontífice Alejandro II, uno de los innumerables santos, e hijos ilustres de la augusta religión de san Benito, el venerable Pedro Damiano cardenal, y obispo de Hostia, y lo refiere Baronio (Baronius, Tom. 11, anno 1061, n. 56). El cual desde el desierto, a donde se había retirado, le envió unas cucharas de madera, para que su Santidad se sirviese de ellas, por si quería dejar las de plata, y las remitió con los versos siguientes:


Dent alii fulvum, trutina librante, metallum:
Sed mundus vivit, quia ligno Vita pependit:
Sic modicum magno lignum pretiosius auro.


(S. Petrus Damián. apud Baron. ubi sub)                


Que es decir: Preséntente otros oro, Pontífice; yo te sirvo con madera, que es más preciosa que el oro, pues que no padeció en oro el Señor, sino en madera. Y así desde que consagró la madera con su sangre en una cruz, quedó mejor la madera que no el oro.

4. Pero lo que hemos de temer los prelados de la Iglesia, y toda la Iglesia junta, y recelarnos es, de que así como padeció por nosotros en una cruz de madera, no le sea ahora otra cruz más penosa nuestra plata, y nuestro oro.

En qué buen tiempo aprendemos todo esto de la Santa, cuando nuestro padre universal, Alejandro pontífice el VII echó de palacio la plata, y trajo a su mesa el barro. ¿Mas qué mucho, que el que llevó a su cámara la tumba, luego que fue coronado a esta soberana dignidad, eche la plata de casa? ¿Qué mucho, que con tan clara luz de desengaño nos enseñe con su ejemplo, con su vida, quien tiene en su aposento la muerte?

5. En el número cuarto dice con gran discreción, templando el sentimiento a su hermano: ¿Que por qué, amando, y deseando la cruz, la echa de sí, cuando se la ponen en los hombros? Bien podía responder el hermano; porque es diversa cosa el amarla, que el gustarla ¡Oh qué tales somos, Señor! ¡Qué diversos al obrar de aquello que somos al desear!

6. En el numero quinto en menos de dos renglones anda más de treinta leguas, visitando los conventos. ¡Oh andariega celestial! ¿Por qué no han de llamarte andariega, como te añadan lo celestial? Así andaba por Judea, y Palestina el Señor. Así los Apóstoles sagrados por el mundo (Matth, 23, v. 37, Deut. 31, v. 11). Como un ángel en carne humana, imitando aquella velocidad, iba criando, formando, informando, y reformando, e instruyendo su sagrada religión, y sus santas fundaciones, y conventos, ya advirtiendo, ya alabando, ya enseñando, ya guiando como el águila, que enseña a volar a sus hijuelos, como congrega la gallina sus polluelos, y libra del gavilán.

7. En el numero sexto habla de la llegada a Roma del padre fray Juan de Jesús Roca a los negocios de la división de la provincia, y de la venida a España del licenciado Diego López Montoya, canónigo de la santa   —186→   iglesia de Ávila, agente general de la Inquisición, y de la Santa, que vino a traer el Breve del capelo del Emmo. señor D. Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo.






ArribaAbajoCarta XXXV

A D. Diego de Guzmán y Cepeda, sobrino de la Santa


Jesús

1 La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra merced y le dé el consuelo que es menester, para tanta pérdida, como al presente nos parece. Mas el Señor que lo hace, y nos quiere más que nosotros mesmos, traerá tiempos, que entendamos era esto lo que más bien puede hacer a mi prima, y a todos los que la queremos bien: pues siempre lleva en el mejor estado.

2. Vuestra merced no se considere vida muy larga, pues todo es corto lo que se acaba tan presto: sino advierta, que es un momento lo que le puede quedar de soledad, y póngalo todo en las manos de Dios, que su Majestad hará lo que más convenga. Harto gran consuelo es ver muerte, que tan cierta seguridad nos pone, que vivirá para siempre. Y crea vuestra merced que si el Señor ahora la lleva, que terná mayor ayuda vuestra merced y sus hijos, estando delante de Dios. Su Majestad nos oiga, que harto se le encomiendo, y a vuestra merced dé conformidad con todo lo que hiciere, y luz para entender cuan poco duran los descansos, y los trabajos desta vida.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús.


Notas

1. El caballero para quien es esta carta fue don Diego de Guzmán y Cepeda, sobrino de la Santa, hijo de su hermana doña María de Cepeda, y de Martín de Guzmán y Barrientos; cuya sucesión conserva hoy don Nuño Ordóñez del Águila, caballero del hábito de Santiago, por su madre doña Constancia del Águila y Guzmán, biznieta de don Diego de Guzmán. Casó este caballero con su tía doña Gerónima de Tapia, prima hermana de santa Teresa, hija de Francisco Álvarez de Cepeda, hermano del señor Alonso Sánchez de Cepeda, padre dichosísimo de santa Teresa.

2. Consuela pues en esta carta la Santa a su sobrino en la muerte de su mujer, muy espiritualmente. Lo primero, conque aunque parece a los ojos de la carne que se pierde; pero llegará tiempo en que se vea   —187→   que fue ganancia la pérdida, cuando se conozca que caminar a morir, fue caminar a gozar; pues quien santamente muere, siempre vive.

3. Dale luego un consuelo excelente, para pasar bien su dolor, que es mirar, como en un espejo clarísimo en la muerte de su esposa, la propia suya; y advertir, que si fue un soplo el tiempo que la tuvo en su compañía, también lo sería su vida: y que no hay que no padezca con consuelo un soplo breve de vida, pues apenas se comienza a padecer, cuando se acaba con la muerte el padecer.

4. Añade, cuánto más podría la difunta favorecer a sus hijos desde la gloria, que no desde el destierro, cuánto va de ser aquí cautiva, desterrada, y atribulada, y en el cielo libre, poderosa, y rica. ¿Pues qué riquezas, qué bienes, qué poder como el de las almas que están gozando de Dios?

5. Últimamente pido a su divina Majestad le dé luz, para que vea cuán corta es siempre la vida, y que estando asidas a ella las fatigas, y las miserias, no es posible que sean largas, ni grandes los accidentes, que dependen de una ligera, y momentánea vida. Y esto no sólo consuela al cristiano, sino que solía consolar al estoico gentil; porque decía padeciendo: Lo pasado ya se fue, lo venidero no ha llegado, sólo un punto estoy padeciendo. Por esto dijo san Pablo (2, Cor. 4, v. 17), que esto momentáneo, y leve de nuestras tribulaciones, engendra un peso eterno de gloria; y por aquella ¿quién no padece tribulaciones?






ArribaAbajoCarta XXXVI

Al licenciado Gaspar de Villanueva. En Malagón


1. Jesús sea con vuestra merced mi padre. Yo le digo, que si como tengo la voluntad de alargarme, tuviera la cabeza, que no fuera tan corta. Con la de vuestra merced la recibí muy grande. En lo que toca al negocio de su hermana, y hija mía, yo me huelgo no quede por su parte, y por la de vuestra merced. No sé qué algarabía es esta, ni en qué se funda la madre presidente. La madre priora Brianda, me escribió sobre ello: yo la respondo: paréceme que se haga lo que ella escribiere, si a vuestra merced le parece; y si no hágase lo que mandare, que yo no quiero hablar más en este negocio.

2. En lo que toca a la hermana Mariana, yo deseo haga profesión en su lugar; y como sepa decir los salinos, y esté atenta a lo demás, yo sé que cumple: por otras profesiones que han hecho ansí, por parecer de letrados, que ansí lo envió a decir a la madre presidente, si a vuestra merced no le parece otra cosa, y si le parece, yo me rindo a lo que vuestra merced mandare.

3. A la hermana Juana Bautista, y a Beatriz suplico a vuestra merced dé mis encomiendas: y que teniendo a vuestra merced no hay para   —188→   qué ir a la madre con cosas interiores, pues les parece no quedan consoladas: que acaben ya de quejas, que no las mata esa mujer, ni tiene distraída la casa, ni las deja de dar lo que han menester; porque tiene mucha caridad. Ya las tengo entendidas: mas hasta que el padre visitador vaya por allá, no se puede hacer nada.

4. ¡Oh mi padre, qué trabajo es ver tantas mudanzas en las desa casa! ¡Y qué de cosas les parecían insufribles de la que ahora adoran! Tienen la perfección de la obediencia con mucho amor propio, y ansí las castiga Dios en lo que ellas tienen la falta. Plegue a su Majestad nos perficione en todo. Amén. Que muy en el principio andan esas hermanas; y si no tuviesen a vuestra merced no me espantaría tanto. Nuestro Señor le guarde. No me deje de escribir, que me es consuelo, y tengo poco en que le tener. 17 de abril.

5. Pensé responder a la hermana Mariana: y cierto que no está la cabeza para ello. Suplico a vuestra merced la diga, que si ansí obra como escribe, que aunque falte el muy bien leer, lo perdonaremos. Mucho me consoló su carta; que en respuesta envío la licencia para que haga la profesión: que aunque no sea en manos de nuestro padre si tarda mucho, no la deje de hacer, si a vuestra merced no le parece otra cosa; que buenas son las de vuestra merced para el velo: y no ha de hacer cuenta la hace sino en las manos de Dios, como ello es.

Indigna sierva, y hija de vuestra merced.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Este sacerdote estaba en Malagón, y asistía a las religiosas de aquel convento. En el primero número no hay que notar.

2. Acerca del segundo se ha de advertir, que la madre priora de este convento de Malagón, que lo era la madre Brianda de san José, merecedora por su mucha virtud, y talento de la estimación, que santa Teresa hizo de ella, como lo muestra en algunas de sus cartas, tuvo una grave, y prolija enfermedad, originada, como dicen las corónicas (tom. 2, lib. 7, cap. 4), de lo mucho que trabajó recién entrada en la Orden. La cual obligó a la Santa a mudarla a Toledo, y poner presidente. De ella habla en este número. Facilita en él la profesión de una religiosa, aunque no sepa muy perfectamente el rezo; porque aunque esto es bueno, puede haber otras causas mayores, por las cuales se supla lo que menos importa por lo que importa más.

3. En el número tercero dice: Que pues no se consuelan con la madre presidente, cuando van con cosas interiores las religiosas, busquen a su confesor, que era este sacerdote. Y es discreción muy grande encaminar a las almas donde han de hallar el consuelo, porque es terrible cosa ir   —189→   por él, y volver sin él, y raras veces se vuelve en estas ocasiones con el mismo desconsuelo, sino con mucho mayor, cuando no hallan el consuelo; conque, cuando buscan la medicina, agravan la enfermedad.

4. En el mismo número defiende a la madre presidente; porque si ésta no tiene las espaldas seguras en la fundadora, no será presidente, sino el desprecio del convento. No tienen más poder, ni mano, ni autoridad los prelados ordinarios, de lo que los defendieron los superiores. Si unos a otros no se mantienen en la autoridad, todo será confusión, y discordia, y perdición de la Orden: Omne sub alio imperium est. No hay mano, que no tenga otra mano sobre sí; y si las manos de los que mandan no andan unidas, las de los que obedecen andarán libres, y atrevidas.

5. Añade en el número cuarto: Que no nace el descontento en las religiosas de la prelada, sino del amor propio, que ellas se tienen. Porque quieren obedecer; pero a quien quieren obedecer, y no a quien no quieren obedecer. Y ese querer obedecer con tanto querer, es imperfecto modo de obedecer, y muy bellaco modo de querer; porque el que obedece, no ha de querer lo que él quiere, sino lo que Dios, y su prelado quieren.

6. Luego dice discretísimamente, que eso que ellas quieren como descanso, será su tormento. Y es certísimo que cuanto tenemos de propia voluntad, tanto tenemos de inquietud; y así el que tiene su voluntad resignada a la de Dios, dice san Doroteo, que aunque padezca mucho, y tenga infinitas cruces, anda en un carro con todas ellas. Pero al revés, el que tiene propia voluntad anda a pie arrastrando su cruz y esta sola pesa más que todas aquellas: Qui in omnibus divinam voluntatem conatur exequi, in curru cum omnibus crucibus suis vehitur a Domino: qui vero hanc itineris ageodi rationem, et compenditon ignorant; pedites onerosas cruces laboriose portant (S. Dorot. serm. de obed.). La razón de esto es; porque el que se conforma con la cruz que Dios le envía, Dios le lleva todo el peso; mas el otro, él sólo se lleva la cruz a su peso, y sus pesadumbres; y con el dedo de Dios llevaría yo a todo el mundo de peso sin trabajo; y sin su dedo, dos solas pajitas en forma de cruz, pesan más que todo el mundo.






ArribaAbajoCarta XXXVII

A Diego Ortiz, ciudadano de Toledo


1. El Espíritu Santo sea siempre en el alma de vuestra merced y le dé su santo amor, y temor. Amén. El padre doctor Pablo Hernández me ha escrito la merced, y limosna, que vuestra merced me hace en querer hacer casa desta sagrada Orden. Por cierto yo creo, que nuestro Señor, y su gloriosa Madre, Patrona, y Señora mía, han movido el corazón a vuestra merced para tan santa obra, en que espero se ha de servir mucho su Majestad, y vuestra merced salir con gran ganancia de bienes espirituales. Plegue a él lo haga como yo, y todas estas hermanas se lo   —190→   suplicamos, y de aquí adelante será toda la Orden. Ha sido para mí muy gran consolación, y ansí tengo deseo de conocer a vuestra merced para ofrecerme en presencia por su sierva, y por tal me tenga vuestra merced desde ahora.

2. Es nuestro Señor servido, que me han faltado las calenturas. Yo me doy toda la priesa que puedo a dejar esto a mi contento. Y pienso, con el favor de nuestro Señor, se acabará con brevedad. Y yo prometo a vuestra merced no perder tiempo, ni hacer caso de mi mal, aunque tornasen las calenturas, para dejar de ir luego, que razón es, pues vuestra merced lo hace todo, haga yo de mi parte lo que es nada, que es tomar algún trabajo; pues no habíamos de procurar otra cosa los que pretendemos seguir a quien tan sin merecerlo, siempre vivió con ellos.

3. No pienso tener sola una ganancia en este negocio: porque (según mi padre Paulo Hernández me escribe de vuestra merced) seralo muy grande conocerle, qué oraciones son las que me han sustentado hasta aquí; y ansí pido por amor de Dios a vuestra merced no me olvide en las suyas.

4. Paréceme, que si su Majestad no ordena otra cosa, a más tardar estaré en ese lugar a dos semanas andadas de Cuaresma; porque como voy por los monasterios, que el Señor ha sido servido de fundar estos años (aunque de aquí despacharemos presto), me habré de detener algún día en ellos. Será lo menos que yo pudiere, pues vuestra merced lo quiere, aunque en cosa tan bien ordenada, y ya hecha, no tendré yo más de mirar, y alabar a nuestro Señor. Su Majestad tenga a vuestra merced siempre de su mano, y le dé la vida, y salud, y aumento de gracia que yo lo pido. Amén. Son hoy nueve de enero.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús, Carmelita.


Notas

1. Esta carta es para un dichoso ciudadano de Toledo, que le puso Dios en el corazón que fundase la casa de Carmelitas descalzas, que hay en aquella ciudad; y quien como yo las ha visto, y admirado su virtud, tendrá por dichoso a este caballero.

2. Tres cosas pueden notarse en esta carta. La primera, la cortesanía, gracia, y agrado, con que reconoce la Santa este beneficio en el número primero. La segunda, cuán poco estimaba su salud, para multiplicarle al Señor los repetidos conventos, que le hacía; pues con calenturas se disponía a servirlo, y caminar, por lograr, y dar gusto a su Esposo, a costa, y con riesgo de su vida. La tercera, el cuidado en visitar los conventos; y que andaba como una madre solícita, reconociendo, aconsejando,   —191→   advirtiendo persuadiendo, enseñando a sus hijas sin cesar un punto en el ministerio: Sicut Aquila provocans ad volandum pullos suos (Deut. 32. v. 11).

3. Esta fundación de Toledo la refiere la Santa en sus fundaciones discretísimamente (L. Fund. cap. 14); y aunque parece que se la halló hecha, tuvo bien que hacer, porque se desconcertó con el fundador, y se quedó empeñada con sus monjas, y en la calle. Y así hubo de alquilar una casa, y en un momento la hizo convento; y con tres mantas, y dos jergones, se levantó aquel admirable edificio, al cual después asistieron los fundadores, y la Santa se concertó con ellos. Pero no quiso Dios que se fundase al principio sobre riqueza, y comodidades, ni sobre las grandezas del Tabor, sino sobre las pajas del santísimo pesebre.






ArribaAbajoCarta XXXVIII

A Alonso Ramírez, ciudadano de Toledo


1. Sea con vuestra merced el Espíritu Santo; y pague a vuestra merced la consolación, que me dio con su carta. Vino a tiempo en que yo andaba con harto cuidado con quien escribir para dar cuenta a vuestra erced de mí, como a quien es razón no haga ninguna falta. Poco más tardaré de lo que dije en mi carta, porque yo digo a vuestra merced que no parece que pierdo hora; y ansí aún no he estado quince días en nuestro monasterio, después que nos pasamos a la casa; que fue con una procesión de harta solemnidad, y devoción: sea el Señor por todo bendito.

2. Estoy desde el miércoles con la señora doña María de Mendoza, que por haber estado mala no había podido verme, y tenía necesidad de comunicarle algunas cosas. Pensé estar sólo un día; y ha hecho tal tiempo de frío, nieve, y hielo, que parece no se sufría caminar, y ansí he estado hasta hoy sábado. Partiré el lunes, con el favor de nuestro Señor, sin falta, para Medina; y allí, y en san José de Ávila, aunque más priesa me quiera dar, me detendré más de quince días, por haber necesidad de entender en algunos negocios, y ansí creo los tardaré más de lo que había dicho. Vuestra merced me perdonará, que por esta cuenta que le he dado, verá que no puedo más; no es mucha la dilación. Suplico a vuestra merced que en comprar casa no se entienda hasta que yo vaya, porque querría fuese a nuestro propósito; pues vuestra merced y el que esté en gloria nos hacen la limosna.

3. En lo de las licencias, la del rey tengo por fácil con el favor del cielo, aunque se pase algún trabajo, que yo tengo experiencia, que el   —192→   demonio puede sufrir mal estas casas, y ansí siempre nos persigue; mas el Señor lo puede todo, y él se va con las manos en la cabeza.

4. Aquí habemos tenido una contradicción muy grande, y de personas de las principales que aquí hay; ya se ha todo allanado. No piense vuestra merced que ha de dar a nuestro Señor sólo lo que piensa ahora, sino mucho más; y ansí gratifica su Majestad las buenas obras, con ordenar como se hagan mayores, y no es nada dar los reales, que nos duele poco. Cuando nos apedreen a vuestra merced y al señor su yerno, y a todos los que tratamos en ello (como hicieron en Ávila casi, cuando se hizo san José) entonces irá bueno el negocio, y creeré yo, que no perderá nada el monasterio, ni los que pasaremos el trabajo, sino que se ganará mucho. El Señor lo guíe todo como ve que conviene. Vuestra merced no tenga ninguna pena. A mí me la ha dado, falte de ahí mi padre: si fuere menester, procuraremos que venga. En fin comienza ya el demonio. Sea Dios bendito, que si no le faltamos, no nos faltará.

5. Por cierto yo deseo harto ver va a vuestra merced que me pienso consolar mucho, y entonces responderé a las mercedes que me hace en su carta. Plegue a nuestro Señor halle yo a vuestra merced muy bueno, y a ese caballero yerno de vuestra merced en cuyas oraciones me encomiendo mucho, y en las de vuestra merced. Mire que lo he menester para ir por esos caminos con harto ruin salud, aunque las calenturas no me han tornado. Yo terné cuidado, y le tengo de lo que vuestra merced me manda, y estas hermanas lo mesmo. Todas se encomiendan en las oraciones de vuestra merced. Téngale nuestro Señor siempre de su mano. Amén. Hoy sábado 19 de febrero. Fecha en Valladolid.

Indigna sierva de vuestra merced.

Teresa de Jesús, Carmelita.

6. Esa carta mande vuestra merced dar a mi señora doña Luisa de la Cerda, y muchas encomiendas mías. Al señor Diego de Ávila no tengo lugar de escribir, que aun la carta de mi señora doña Luisa no va de mi letra. Dígale vuestra merced de mi salud, suplícoselo; y que espero en el Señor verlo presto. No tenga vuestra merced pena de las licencias, que yo espero en el Señor se hará todo muy bien.


Notas

1. Esta carta es bien cariñosa, como la Santa las sabía escribir, cuando quería hacer fundaciones, y facilitarle el negocio a Dios, con la suavidad, discreción, y dulzura de su pluma.

  —193→  

2. En el primer número dice la priesa, que se da para llegar a Toledo, y el frío, y la aspereza del tiempo; y acabada de tener calentura, y aun con ella, se arrojaba la esposa a buscar al Esposo celestial. ¡Lo que se holgaría de verla con escarcha en la cabeza! Trocadas andan aquí las finezas de los Cantares (Cant. 5, v. 2). Allí el Esposo estaba a la puerta de la Esposa, con escarcha en la cabeza; aquí la esposa está con ella a las puertas del Esposo. ¡Oh amor! ¡Oh caridad! cuanto más abrasas, helando el tiempo, que enfría el tiempo con todo su hielo a la caridad.

3. Dice en el segundo número, que estaba con aquella señora doña María de Mendoza (de quien hemos hablado en otra carta) muy santa, y muy limosnera; y cuando no lo fuera, quedaría abrasada, muy enamorada, y santa, con el fuego espiritual de la Santa.

4. En el número tercero, y cuarto, con grande desembarazo, como quien estalla ya acostumbrada a vencer al demonio, le anima a este honrado ciudadano, y le dice: Que aunque pase algún trabajo, tengo por experiencia, que el demonio no puede sufrir estas casas, y ansí siempre las persigue; pero el Señor las ayuda, y sale el enemigo con las manos en la cabeza. Era santa Teresa, como el caballero de el Apocalipsi: Vincens, ut vinceret (Apocal. 6, v. 2). Vencedor, para vencer; porque de las primeras victorias cobraba aliento, para vencer, y triunfar, en las segundas.

5. En el número quinto dice lo que le desea ver, envía muchos recados al yerno, que era Diego Ortiz, a quien se escribió la carta pasada; y como quien anunciaba su trabajo, ya iba tomando la puerta por donde le vino el daño; porque él impidió la fundación algún tiempo, aunque después se allanó todo muy bien.

6. Con todo eso no quiso el Esposo, como hemos dicho, que comenzase su fundación con comodidad su esposa; y así se fundó el convento con grandísima pobreza, y se levantó este altísimo edificio sobre dos jergones, y una manta, como cuenta la Santa en sus fundaciones, para que se viese, que sobre los imposibles de nuestra naturaleza, sabe fabricar la gracia palacios espirituales, que tocan con las estrellas.