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La muerte de César

Tragedia en cinco actos, en verso.

PERSONAS
                               CÉSAR.
BRUTO.
CASIO.
MARCO ANTONIO.
CICERÓN.
LÉPIDO.
DECIO BRUTO, senador.
CASCA, senador.
TREBONIO, senador.
CIMBRO, senador.
CINA, senador.
MARCELO, tribuno del pueblo.
FLAVIO, tribuno del pueblo.
QUINTO LIGARIO.
PUBLIO SIRO, poeta actor.
LABERIO, poeta actor.
ENNIO, esclavo de Casio.
LUCIO, esclavo de Quinto Ligario.
ARTEMIDORO, liberto.
FABERIO, secretario de César.
VALERIO, jefe de lictores.
LUCIO COTA, quindecemviro.
OCTAVIO, sobrino de César.
SERVILIA, madre de Bruto.
LICIA, esclava de Servilia.
Senadores, sacerdotes, lupercos, esclavos, pueblo, lictores, soldados.
La acción pasa en Roma.


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Acto primero



En el palacio de César.
Escena I
CÉSAR, MARCO ANTONIO.
(Cuatro amanuenses siguen la palabra de César, que les dicta alternativamente.)
ANTONIO César, perdona si importuno Antonio
a interrumpir se atreve tus tareas.
Deja un instante de pensar en Roma
y en ti y en mí y en tus amigos piensa.
�No basta que en la rota de Farsalia, 5
desoyendo mi voto, tu clemencia
concediera la vida a los vencidos?
Pues �por Júpiter sacro! �a qué te empeñas
en colmarlos de honores y mercedes?
Bruto es pretor de Roma: esa caterva 10
de senadores, que siguió a Pompeyo,
a Roma traes y en el senado sientas.
Cimbro, Casio y Marcelo y Flavio y Cina,
tus contrarios ayer, con insolencia,
aquí, a tu vista, en tu palacio mismo, 15
tan soberbios y altivos se presentan,
que a veces dudo si en Tesalia acaso
yo a Pompeyo seguí, y ellos a César.
Esa bondad, en vez de cautivarlos,
su orgullo irrita y su osadía alienta. 20
Ya hacen correr que el hijo de Pompeyo
se alza segunda vez; ya que de Persia
Cecilio Baso con crecida hueste
rápido avanza y al Eúfrates llega.
El locuaz Cicerón con desenfado 25
tus edictos en público comenta,
luciendo epigramáticos donaires
que en daño tuyo repetidos vuelan.
César, vuelve en tu acuerdo; por ti mira:
la confianza hasta el exceso llevas. 30
Déjame del poder, que entero abarcas,
lo que baste a velar en tu defensa,
a descubrir y castigar traidores.
No más reclamo, mi ambición es esa.
Al dictador el cónsul se lo pide: 35
al amigo el amigo se lo ruega.
CÉSAR Antonio, me distraes.
(Dictando.)
                                      �Volver a Roma
pueden, en libertad, cuantos la enseña
de Pompeyo siguieron.�
(A Antonio.)
                                         �Perdurables
los odios han de ser? Hasta las huellas 40
quiero borrar de las pasadas luchas.
El que en la cumbre del poder se venga,
o de su propia fuerza desconfía,
o no ha nacido para tal grandeza.
No me hables de venganzas.
(Dictando.)
                                                �Una vía 45
abrir, que rompa la agria cordillera
del Apenino, y desde el Tíber cruce
al Adriático mar. -Roma decreta
unir los mares Jónico y Egeo,
cortando el istmo de Corinto. -Guerra 50
declara Roma al Parto.�
ANTONIO                                          �Eso me agrada!
CÉSAR, dictando. �El dictador coronará la empresa
al frente de las águilas romanas.�
(Dirigiéndose a Marco Antonio y dándole la mano.)
Tú me acompañarás. El ocio enerva,
querido Antonio, tus antiguos bríos. 55
Hasta tímido estás: curarte es fuerza.
ANTONIO �Tímido yo! Convoca las legiones:
llévame pronto a la marcial pelea:
dame que en franca lid, en campo abierto,
llenando el aire bélicas trompetas, 60
sobre mí solo rehilando caigan
nubes de dardos que mis ojos vean.
�Dulce y noble morir! Mas �oh! �qué es duro
en voluptuosa estancia, donde humean
pebeteros de Arabia, coronada 65
de albas rosas la ungida cabellera,
sobre tirios tapices reclinado,
en alegre banquete, do se ostentan
en fuentes de oro que el triclinio abruman
y el fulgor de cien lámparas reflejan, 70
ora humeante el jabalí de Umbría,
cuya mole simétricos rodean
rombos del Tíber, ostras del Lucrino,
y de purpúrea túnica cubierta
blanca langosta, y el pavón de Juno, 75
que cual rey del banquete se presenta
bajo el dosel que su rizada pluma
de tornasoles fúlgidos despliega;
ya las olivas que Tarento envía,
las matizadas pomas de Pompeya, 80
y destilando miel, rubios topacios,
los dátiles de Siria; y cuando eleva
el parásito Sergio, ya beodo,
himnos a Baco, al son de las cadencias
de música festiva, y yo en el seno 85
reclinado de Cíteris mi bella,
libo cien copas do espumantes hierven
el falerno y el másico, y anhela
más vida el corazón y más sentidos,
para gozar cuanto la mente sueña!... 90
�Es duro, es duro que en tan dulce instante
el epulón que a mis espaldas vela,
guarde oculto puñal que en mis entrañas
clave traidor con sobornada diestra!
Morir quiero en la lid, no asesinado 95
como en el ara víctima indefensa.
CÉSAR �Qué le importa morir en un banquete
al que tanto un banquete le recrea?
Entre todas las muertes, caro Antonio,
prefiero yo la inesperada.
 
Escena II
CÉSAR, MARCO ANTONIO, LÉPIDO.
(Lépido llega apresurado, con varios pergaminos en la mano.)
LÉPIDO                                            �Oh César! 100
Conspiran contra ti. Torpes libelos,
en que tu honor y dignidad excelsa
por el lodo se arrastra, en Roma corren.
Hacer odioso tu poder se intenta.
Mira: de Aulo Cecina es este, y éste 105
de Pitolao, el cínico poeta.
(Entrega a César los libelos. -César se sienta a leerlos.)
Pues ese fruto tu bondad recoge,
que la venganza a la bondad suceda.
Aquí del falso amigo que te vende
verás el nombre; la denuncia es esta. 110
Para tramar conjuración traidora
nocturnos conciliábulos celebran;
tu salvación, la nuestra, la de Roma
su sangre piden.
ANTONIO (Mirando la denuncia.)
                            �Ves que mis sospechas
confirmadas están? -Lépido, vamos, 115
y que divida al punto su cabeza
la segur del lictor. He aquí su nombre:
�Perezca Bruto!
CÉSAR                            �Bruto!... �Ten la lengua!
(Se levanta y toma la denuncia.)
�Quién este escrito te entregó?
LÉPIDO                                                    Un esclavo
de Casio: Ennio se llama.
CÉSAR                                            Y �tiene pruebas 120
de su vil delación?
LÉPIDO                                 Aquí al instante
le haré traer.
CÉSAR                       Detente.
LÉPIDO                                       En tu presencia
revelará tal vez...
CÉSAR                               Lépido, basta:
nada quiero saber.
(Rompe la denuncia.)
ANTONIO                                �Bondad funesta!
CÉSAR, dictando. �En Roma se conspira: hombres ingratos 125
pagan así de César la clemencia.
El dictador lo sabe; sabe el sitio,
y los nombres también.�
ANTONIO                                          Y los condena...
CÉSAR Nada más. -Este edicto se publique.
(Da el pergamino a Lépido.)
LÉPIDO Y de Cecina y Pitolao �qué ordenas? 130
En el pórtico están entre lictores.
CÉSAR Al punto ve, y en libertad los deja.
LÉPIDO �Sin castigar su audacia?
CÉSAR                                           Que no escriba
di a Pitolao; que no nació poeta.
Con todo, de estos versos miserables 135
cuantos logres hallar recoge y quema.
Pueden hacer fortuna: son muy malos.
(Los rompe.)
Obedece. -Vosotros salid fuera.
(Los amanuenses se retiran.)
 
Escena III
CÉSAR, MARCO ANTONIO.
CÉSAR Dime: en el torbellino de esta vida,
que entre lides de Marte, entre tormentas 140
del foro, entre placeres del banquete,
rápida a hundirse en el sepulcro vuela,
�no has dicho alguna vez: �Oh!, si a la muerte
una parte de mí robar pudiera,
parte que anime el alma que me anima, 145
parte en que corra sangre de mis venas,
en que viva yo propio, en que, a despecho
de la implacable muerte, mi existencia,
con mi nombre y mi gloria y mis virtudes,
dilate en las edades venideras: 150
un hijo, en fin?
ANTONIO                           �Un hijo? Nunca el cielo
quiso que tales goces conociera.
CÉSAR �Por eso eres cruel! �Por eso vives
tan sólo para ti! Tu amor no encuentra
un corazón donde espaciar su fuego, 155
y doquier rechazado, en ti se encierra.
Odio o desdén te inspiran los mortales:
en amor de ti mismo te deleitas,
y de soñado riesgo a un leve indicio
cien gargantas segar nada te cuesta. 160
�Alma infeliz, en soledad sumida!
ANTONIO Pues tú, que ni a Calpurnia ni a Pompeya
debiste nunca que a tu estéril lecho
invocada Lucina descendiera,
afianza tu poder; goza la vida 165
que te otorguen los númenes, y deja
que después de tu muerte cuiden ellos
de lo que a la República convenga.
CÉSAR �Qué es la vida que el cielo nos concede?
�Relámpago fugaz! �Acaso piensas 170
que en los mezquinos lindes de mi vida
mis pensamientos, mi ambición se encierran?
�Grande ambición, a fe! No, Antonio; mío
es ya de Roma el porvenir: la herencia
del vasto imperio que fundó mi espada, 175
del mar de Luso a la remota Persia,
reclama un sucesor.
ANTONIO                                   �Y quién es ese?
CÉSAR �Quién, me preguntas? Quien mi sangre tenga.
ANTONIO �Tu sangre? De tu sangre hay sólo Octavio.
�Es ese el sucesor? Otros pudieras 180
hallar de más valor, de más servicios,
que de Roma y de ti más dignos fueran;
no un rapaz enfermizo, que criado
de su madre a la sombra, en las escuelas
se escondió de Apolonia, huyendo el ruido 185
de las batallas.
CÉSAR                          Sin razón desprecias
a mi sobrino Octavio. Si carece
de marciales arrojos, de otras prendas
descubro en él los gérmenes ocultos;
prendas que acaso a la virtud guerrera 190
venzan, Antonio, en la futura Roma,
que ya en el mundo subyugado reina:
perseverancia, astucia, disimulo,
y así al mal como al bien alma dispuesta.
No conoces a Octavio. Y yo en sus manos 195
no dudara legar mi vasta empresa,
si otro de más virtud, más caro a Roma
y más caro a mi amor, no antepusiera.
ANTONIO �Otro! �Quién es, en fin?
CÉSAR                                           �Quién es?... Escucha.
Cuatro lustros de edad contaba apenas, 200
y contra Sila conspiraba entonces.
Él lo sabe y proscribe mi cabeza,
diciendo, al sentenciarme, que veía
muchos Marios en mí. La infausta nueva
me dan a tiempo que en la Vía Sacra 205
vagando discurría: con presteza
huyo al punto de allí, cien calles cruzo,
cuando al pasar delante de la puerta
de humilde casa, una mujer distingo,
que de la toga asiéndome con fuerza: 210
�Entra, me dice, ocúltate.� De un salto
salvo el umbral: con ímpetu se cierra
la puerta a mis espaldas; y guiado
por aquella mujer, a una secreta
estancia llego donde entrar me manda, 215
y �libre estás, me dice; pero piensa
que al salvarte la vida yo aventuro
la vida y el honor: calla y espera.�
Dijo y despareció. -Te juro, Antonio,
que aún hoy, tras tantos años, tantas guerras, 220
siento un vivo placer al recordarlo.
Solo quedé y extático: la idea
de mi riesgo olvidé: sólo la imagen
noble, expresiva, candorosa, bella,
de mi libertadora me ocupaba, 225
y en mi pecho sentí que con violencia,
de gratitud sobre la pura llama,
lanzaba amor su abrasadora tea.
�Que olvidé mi peligro, te decía?
Miento; que lo bendije. -En fin, secretas 230
entrevistas, instancias, juramentos
de constancia recíproca, y la fuerza
del Destino, rindieron en mis brazos,
tras larga lucha, su virtud severa.
De un duro hermano al vigilante celo 235
temblaba la infeliz ver descubierta
mi retirada estancia, que tan sólo
a una esclava leal fió su lengua;
y más temblaba que el morir, la mancha
que arrojaba en un nombre que venera 240
Roma y ensalza a par de las deidades,
cual de rara virtud perfecto emblema.
Partir era forzoso, y una noche
partí, dejé la Italia, marché a Grecia;
y mientras lejos de mi patria andaba, 245
la mujer cuya imagen llevé impresa,
fruto de nuestro amor, dio a luz un hijo.
ANTONIO �Un hijo!... �Y vive?
CÉSAR                                    Vive. -La suprema
autoridad entonces Sila abdica,
y a Roma presuroso doy la vuelta. 250
Nunca logré estrechar contra mi seno
al hijo de mi amor, cuya existencia
a costa de continuos sobresaltos
pudo al mundo ocultar su madre tierna.
Débil, sumisa, a un hombre que no amaba 255
su duro hermano la ligó en mi ausencia.
En las guerras de Lépido y Pompeyo
su esposo pereció; y entonces ella
mostró a la faz de Roma el tierno niño,
como si fruto de su enlace fuera. 260
�Vive!... y del muerto esposo de su madre
hijo se juzga, y hasta el nombre lleva.
ANTONIO �Y nunca tú le revelaste?...
CÉSAR                                               Nunca.
Vive su madre, en la feroz escuela
de su hermano educada, que blasona 265
de su estoica virtud, y las flaquezas
de nuestra frágil condición humana
severa juzga y sin piedad condena.
Árbitra del secreto, morir quiere
con él; y en tanto, el que saber debiera 270
de qué sangre ha nacido, fiel a un nombre
que no es el suyo, seducir se deja
por mis contrarios, y quizá �infelice!
contra su mismo padre se rebela.
ANTONIO No digas más: �es Bruto! �Le conozco! 275
�Por Hércules, mi abuelo! �Conque es esa
la gran Servilia, a cuyo solo nombre
nuestras matronas frágiles se aterran?...
CÉSAR �Y qué!... �Con ellas confundir pretendes
la que amó una vez sola... y amó a César? 280
Este secreto, Marco Antonio, fío
a tu amistad: la fama se interesa
de una mujer en él: nunca lo olvides.
�Faberio?...
 
Escena IV
CÉSAR, MARCO ANTONIO, FABERIO.
CÉSAR                      �Hay alguien que demande audiencia?
FABERIO Cual de costumbre, aguardan tu permiso 285
Publio Siro y Laberio.
CÉSAR                                      Entren.
FABERIO                                                    La reina
de Egipto espera que también...
ANTONIO                                                      �Cleopatra!
CÉSAR �Qué importuna!
ANTONIO                              �Importuna... y es tan bella!
No así en Alejandría la juzgaste.
CÉSAR, a Faberio. Dile que al cónsul Marco Antonio vea. 290
(A Antonio.)
Tú la consolarás. Que deje a Roma.
El Egipto reclama su presencia.
Dile que del caudillo aventurero
el dictador del mundo no se acuerda.
ANTONIO �Duro mensaje!
CÉSAR                            El mensajero es hábil. 295
FABERIO El Senado también verte desea.
CÉSAR �El Senado! �Qué trae?
ANTONIO                                         Muy de mañana
deliberando estaba.
CÉSAR                                 Alguna arenga
que preparada Cicerón traería
de su quinta de Túsculo. -La escuela 300
del Senado es muy útil a la gloria
y al esplendor de las romanas letras.
Entren todos.
(Faberio los introduce.)
 
Escena V
CÉSAR, MARCO ANTONIO, FABERIO, PUBLIO SIRO, LABERIO, CICERÓN, BRUTO, CASIO, CIMBRO, CASCA, DECIO, TREBONIO, CINA, SENADORES.
CÉSAR                        �Salud, padres conscriptos!
(A Laberio y Publio Siro.)
Llegad vosotros, gloria de la escena.
Espejo de las públicas costumbres 305
son tus farsas, Laberio: no sospecha
Roma que, cuando ríe al escucharte,
de sí propia se burla.
LABERIO                                     Nadie piensa
que está allí su retrato, y al vecino
con maligno placer las culpas echa. 310
Del pueblo es todo el mérito: yo escribo
y nada más: él hace la comedia.
CÉSAR Fácil lo juzgas, porque hacerlo sabes.
�Oh Publio Siro! -Si la vida nuestra
es dolor y placer, entre vosotros 315
dividís el imperio de la tierra.
(A Laberio.)
Tú mandas en la risa.
(A Publio Siro.)
                                     Tú en el llanto.
�Cuánto ayer te admiré! Vi al rey de Tebas,
vi a Edipo, humano, generoso, altivo,
salvador de su pueblo.
PUBLIO SIRO                                      Y �quién no acierta 320
a pintar hoy en el teatro un héroe
justo, clemente, grande? En Roma, �oh César!,
hay un modelo que imitar.
CÉSAR                                              Vi al héroe;
mas no vi tanto al padre. Cuando estrecha
contra su corazón el triste Edipo 325
sus tiernos hijos por la vez postrera,
no expresaba tu acento la amargura,
el inmenso dolor en que se anega
una alma paternal, a quien la suerte
priva de un hijo y a vivir condena 330
en dura soledad... �Oh Publio Siro!
�Tú no eres padre!
PUBLIO SIRO                                 �El cielo no lo quiera!
�Esclavos son los hijos del esclavo!
CÉSAR �Esclavo tú!
(A Bruto.)
                       Pretor de Roma, llega:
ejerce el más precioso de tus cargos: 335
manumite al esclavo.
(Bruto se acerca y toca con la vara en la cabeza a Publio Siro.)
BRUTO                                      Libre quedas.
CÉSAR Nobles desde hoy las artes liberales
el Senado declara.
PUBLIO SIRO Y LABERIO
                                �Gloria a César!
CÉSAR (Dando a los senadores los pergaminos.)
Esas leyes tomad: que en nombre vuestro
se publiquen al punto.
CICERÓN                                      �Y ya aquí puestas 340
nuestras firmas están?
CÉSAR                                      Tú, retirado
en tu quinta de Túsculo, te alejas
de los negocios...
CICERÓN                               �Cierto! �Y tú te encargas
de hacer las leyes?...
CÉSAR                                    Y la gloria es vuestra.
CICERÓN �Cierto! Por eso al campo me retiro 345
a disfrutarla en calma. Y �no recelas
que altere tu salud hacer tú solo
lo que nuestra República modesta
encomendaba a tantos: al Senado,
al pueblo, al cónsul, al tribuno?...
CÉSAR                                                        Velan 350
por mi salud los dioses, y yo velo
por la salud de Roma: nada temas,
ilustre Cicerón.
CICERÓN                            Y si te ayuda
algún sabio varón, docto en las letras...
Marco Antonio quizá...
(Todos miran sonriendo a Antonio.)
ANTONIO                                         �Viejo insolente! 355
Alguna vez me pagará tu lengua
ese sarcasmo.
CÉSAR                         �Basta! Antonio sirve
a Roma con la espada.
ANTONIO                                        Y lo que pesa
la mía, ya en Farsalia lo probasteis;
aunque no tanto como yo quisiera. 360
BRUTO �Quién lo estorbó? No fueron nuestros ruegos.
ANTONIO Ni fue mi voluntad.
CICERÓN, a César.                                  Fue tu clemencia.
CÉSAR Fue mi deber. La ingratitud de algunos
provocó mi venganza; y en defensa
de mi ultrajado honor, sangre romana 365
en las batallas derramó mi diestra;
mas después de obtenida la victoria,
�atroz barbarie derramarla fuera!
No hay aquí vencedores ni vencidos:
todos romanos somos. �Qué nos resta 370
para mandar al mundo, senadores?
Conquistar a los Partos, y la afrenta
vengar de una derrota. Allí cautivos
los soldados de Craso, a la cadena
avezados de larga servidumbre, 375
en torpe lazo conyugal, �oh mengua!,
a extranjeras esposas se han unido.
Yo lavaré esa mancha: las enseñas
de Roma, en breve tiempo victoriosas,
alzaré en las murallas de Selcucia. 380
Mis tareas por hoy, en bien de Roma,
terminadas están: decid las vuestras.
(Se sienta.)
CICERÓN También en gloria de la patria han sido,
pues en tu gloria son. Escucha, �oh César!
(Leyendo.)
�El senado sagrada tu persona 385
desde hoy declara: colocar ordena
a par de la de Júpiter tu estatua,
alzada sobre el globo de la tierra.
Templo y aras tendrás, y andas y palio,
y silla de oro y lupercales fiestas. 390
El quinto mes, en gloria de tu nombre,
Julio se llamará; y en fin, decreta
que siempre lleves a tu sien ceñido
el dorado laurel que te presenta.�
(Se lo ofrecen.)
CÉSAR, levantándose. �Y para esto se juntó el Senado? 395
�Y así malgasta en fútiles tareas
días preciosos que a aliviar los males
del triste pueblo consagrar debiera?
Sabias leyes traed; no vanas honras,
que excesivas son ya. De todas ellas 400
este laurel es lo que más me agrada.
Lo acepto, porque oculte en mi cabeza
este ultraje que debo, no a los años,
sino a la ruda militar faena
y al continuo ludir del férreo casco, 405
ocho lustros ceñido.
(Se pone el laurel.)
CASCA                                    �A ti encomiendan
los altos dioses la salud de Roma;
y a nosotros honrarte!
DECIO                                      �Y no hay ofrenda
que a honrar alcance al semidiós del Tíber!
CIMBRO Admítelas: la patria te lo ruega. 410
CASIO Y en nombre suyo los romanos todos.
LOS SENADORES �Todos, sí!
BRUTO                    �Todos, no! -�Sombra severa
del gran Catón, consuélate! Respiran
dos romanos aún: yo, que a esas muestras
de adulación me opuse en el Senado. 415
CÉSAR �Quién es el otro?
BRUTO                                Tú, que las desprecias.
CÉSAR �Alma romana, ven! -Dejadme todos.
(Todos se retiran.)
 
Escena VI
CÉSAR, BRUTO.
CÉSAR Tú me comprendes, Bruto: no desea
adulación servil el alma mía.
�Por qué el único labio en que resuena 420
la voz de la verdad, con tal desvío,
con tal ingratitud de mí se aleja?
Por la gloria de Roma he combatido:
a su dicha desde hoy mi vida entera
pretendo consagrar. Habla: tú eres 425
el ídolo del pueblo: sus querellas
cuéntame tú; satisfacerlas quiero
por tu mano. �Qué pide? �Qué desea?
BRUTO De ti, sólo una cosa.
CÉSAR                                   �Cuál?
BRUTO                                                Que abdiques
el supremo poder. -Pues tanto anhelas 430
que llegue la verdad a tus oídos,
a decírtela vengo; y no pudiera
Bruto corresponder más noblemente
de tu cariño a las continuas muestras.
César: cuando en los siglos venideros 435
la historia de tu vida el mundo lea,
tus triunfos increíbles, tus conquistas,
tus hazañas sin cuento, tus proezas
en el Nilo, en el Rhin y el Océano,
tu gloria, tu fortuna, tu clemencia, 440
llenarase de asombro. Si ese asombro
quieres que en alabanza se convierta,
corona ya tus hechos inmortales
con un hecho que a todos obscurezca:
volviendo a Roma sus antiguas leyes 445
y su antigua República. -Contempla
que las victorias atribuirse pueden
tal vez a la fortuna; mas la empresa
de dar a un pueblo libertad es sólo
obra de la virtud. Acción tan bella, 450
mejor que triunfos bélicos, tu fama
sobre cimientos sólidos eleva.
CÉSAR �Qué libertad me pides, triste Bruto?
�Qué libertad para tu patria sueñas?
�La que gozaba Roma cuando, iguales 455
todos y todos pobres, las faenas
del campo eran su oficio? �Cuando el cónsul,
cumplido el año, la segur depuesta,
bajaba en paz del alto Capitolio,
tornando ufano a manejar la esteva? 460
No es esta aquella Roma: las conquistas
vertieron en su seno las riquezas
del subyugado mundo, y con el oro
la ponzoña que corre por sus venas.
El rico fue tirano; esclavo el pobre: 465
�la libertad murió! Turbas hambrientas,
tendidas en los pórticos, aguardan
los desperdicios de opulenta mesa;
y el libre voto, que a los altos puestos
de la suprema dignidad eleva, 470
a precio vil en los comicios venden.
Roma degenerada se prosterna
a las plantas de Mario, o bajo el hacha
de Sila tiende la servil cabeza.
�Y en tales manos su salud, su gloria 475
pudiera yo fiar? Bruto, desecha
tu mentida ilusión; los ojos abre:
mira a Roma cual es, y no cual era;
y ambos, desde hoy unidos, procuremos,
pues libre no ha de ser, que feliz sea. 480
BRUTO No puede ser feliz un pueblo esclavo.
CÉSAR No es esclavo por mí; para él cadenas
mis bondades no son.
BRUTO                                     �Ah, tus bondades!
�Esas son a la patria más funestas
que los suplicios del sangriento Sila! 485
Si desoyes mis ruegos; si te empeñas
en ser tirano, imítale: derrama
nuestra sangre a torrentes; quizá al verla,
de su letargo despertando Roma,
se alce al fin contra ti. Mas �oh! con esa 490
bondad inicua acariciando al pueblo,
�pérfido!, a amar su esclavitud le enseñas.
CÉSAR No le hice esclavo yo.
BRUTO                                      �Pues quién?
CÉSAR                                                             Sus vicios.
BRUTO Esos vicios, que hipócrita lamentas,
con el ejemplo combatirlos debes. 495
Dalo el primero tú; la noble empresa
digna de César es. Abdica, abdica
el supremo poder; y ante la fuerza
de esa heroica virtud, verás que Roma
asombrada se postra y te venera, 500
no como a dictador, mas como a numen.
CÉSAR �Es tarde ya!
BRUTO                      �No es tarde! Te lo ruega
Bruto, y cae a tus plantas. �Por la patria,
por tu gloria inmortal, abdica, oh César!
CÉSAR �Qué pides, infeliz? Si yo abdicase, 505
�ay de la patria!
BRUTO                            �Basta! -No hay en ella
más que un romano ya, que avergonzado,
de ti y de Roma con horror se aleja.
(Se va.)
 
Escena VII
CÉSAR �Sublime indignación! �No sufre dueño!
Veo mi sangre en él: �hijo es de César! 510

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