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Al Excmo. Sr. Duque de Frías en la muerte de su esposa

Elegía.

                                    �Quién a mi frente ciñe
el funeral ciprés? �La destemplada
lira de Young entre mis manos yertas
quién viene a colocar? �Quién a mi pecho
     pide lúgubre canto? 5
�Quién agolpa a mis párpados el llanto?
 
     Santa amistad, perdona.
Si alguna vez a tu celeste influjo
pude el canto ensayar, destellos eran
del juvenil ardor: nunca del genio 10
     la antorcha refulgente
con su lumbre inmortal ardió en mi mente.
 
     A tu demanda en vano
llamo la inspiración: lágrimas sólo,
lágrimas te daré. Si el llanto es digno 15
tributo a la beldad que hundió en la tumba
     la Parca devorante,
�ay! yo la lloraré: �que otro la cante!
 
     A la hermosura, al alto
ejemplo de virtud, dotes que unidas 20
ve el mundo rara vez, �qué humano pecho
niega su admiración? Hijos de Iberia,
     que el sacro Pindo inspira,
piedad enmudeció: pulsad la lira.
 
     Sonó el himno: Barcino, 25
Madrid, y el Sena y el Adur lo oyeron.
en el inerte mármol, en el mudo
lienzo, al olvido de la tumba arranca
     su forma peregrina,
su celeste beldad, arte divina. 30
 
     �Cuál es tu triunfo, oh muerte?
�De tu falsa victoria cuál trofeo
es el que arrastras al sepulcro? En vano
allí tu triste víctima sepultas:
     de tu centro profundo 35
rayo consolador refleja al mundo.
 
     Así después que cruza
por el tendido cielo el sol radiante
y en los abismos de la mar se esconde,
melancólica, blanda, halagadora 40
     luz a la tierra envía,
dulce recuerdo del ardiente día.
 
     �Lloras, mi dulce amigo!
Llanto y no más a su memoria, estéril
holocausto será: más alta ofrenda 45
pide a tu amor: quien el consuelo hermoso
     de la virtud ignore,
a su muerta beldad eterno llore.
 
     No tú, que de los cielos
el numen recibiste que tu nombre 50
hará inmortal, y lauros militares
que tu diestra ganó, y en bien del pobre
     dones de la fortuna,
y heredado blasón de ilustre cuna.
 
     �De labios más queridos 55
oírlo quieres? Ven: allí se eleva
el gótico recinto: allí dirige
tu planta: llega: sobre el fuerte quicio
     las cinceladas puertas
por invisible impulso mira abiertas. 60
 
     Traspasa los umbrales.
Lámpara funeral su tembloroso
rayo refleja en el bruñido mármol
de ostentosos sepulcros: en su centro
     los restos venerables 65
yacen de los antiguos condestables.
 
     Mas tus inquietos ojos
buscan la tumba de tu amor. -Escucha:
sordo ruido en su profundo seno
se deja percibir... Álzase en ella 70
     sobre la abierta losa
una matrona. Mírala: es tu esposa.
 
     De sus hombros desciende
cándido lino hasta la planta: el negro
cabello ondea en su marmórea espalda: 75
pálida majestad su noble frente
     y sus mejillas tiñe:
la corona ducal sus sienes ciñe.
 
     Y con solemne acento
así te dice: -�Treguas, caro esposo, 80
treguas a la aflicción; harto bañaste
de amargo llanto el solitario lecho:
     tú que lloras mi suerte,
�si el triunfo vieras que nos da la muerte!
 
     Aquí no turba el alma 85
el tronante cañón, la asoladora
lanza que salpicó de humana sangre
los pacíficos campos donde alzamos,
     bajo el pajizo techo,
de nuestro mutuo amor el primer lecho. 90
 
     La envidia ponzoñosa,
la calumnia procaz, la tiranía,
la bajeza servil, del mundo, sólo
del mundo son: la adulación traidora,
     que honor mentido ofrece, 95
en la losa del túmulo enmudece.
 
     Mas no con llanto estéril:
con la virtud conquistarás, esposo,
este ignorado mundo de delicias.
Virtud costosa, sí; que esta diadema, 100
     tanto del hombre ansiada,
al bajar a la tumba, �cuán pesada!
 
     No el velo misterioso
me es dado alzar. -�Adiós! -Conmigo un día
en lazo eterno...� Enmudeció la sombra 105
y hundiose en el sepulcro; y aún su acento
     ��Virtud, virtud!� clamaba:
��Virtud, virtud!� el templo resonaba.
Julio de 1830.


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A la Reina Nuestra Señora doña María Cristina de Borbón, en sus días



                               Cuando al volver con el ardiente julio
     la bienhadada aurora
en que a tu nombre el español exhala
     himnos de amor, Señora;
el trueno del cañón; en la gigante 5
     torre, del bronce herido
el trémulo clamor; del ronco parche
     el bélico sonido;
abierto el templo a la plegaria santa,
     do entre la densa nube 10
del incienso, que al cielo se levanta,
el voto ardiente de las almas sube;
todo es placer y amor: permite, oh Reina,
     que esta olvidada lira,
que ni inmortalidad ni gloria espera, 15
lance un sonido, y a las plantas muera
de la misma belleza que la inspira.
 
     Oídos que están llenos
del blando halago del cantar de Laura,
     y del dulce ruido 20
     que forma triste el aura
meciendo los laureles que la tumba
cubren de Tasso y de Marón... Oídos
     que en la cuna arrullaron
     de Herminia los gemidos, 25
los tristes ayes del furioso amante,
     y la trompa de Dante...
�Cómo halagar pudiera, humilde y frío,
el desmayado son del canto mío!
 
No menos dulce, al rutilar tus ojos 30
     sobre la cumbre cana
     del alto Pirineo,
unió su voz la musa castellana
al popular ardiente clamoreo.
�Cristina! -�Oh! �cuál se goza 35
     mi pecho al recordarlo!
Sí, yo te vi. -De la triunfal carroza,
con galano ademán, dulces miradas
     en el gozoso pueblo,
que en apiñado grupo te seguía, 40
     amorosa fijabas:
pareciome que tierna preguntabas
a cuántos tristes consolar debías.
 
A España entera consolaste. �Hermoso
iris de paz y amor! Tu ruego puro 45
     al cielo hizo piadoso,
padre a Fernando, al español dichoso.
........................................................
�Ay! De tan alta dicha ser no puedo
digno intérprete yo. -Vuelve al olvido 50
a que el destino te condena, oh lira:
por la postrera vez los vientos hiere:
lanza un sonido, y a las plantas muere
de la misma belleza que te inspira.
24 de julio de 1831.


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En el acto de ir la Reina al palacio de las Cortes a jurar la Constitución el 19 de julio de 1837



                               �Ah! �quién podrá olvidarlo! Una mañana
era diciembre encapotado y frío
al festivo clamor de la campana,
se alzó Madrid en bullidor gentío.
 
La inmensa muchedumbre, que impaciente 5
la vasta calle de Alcalá llenaba,
una hermosura de risueña frente
y una esperanza en ella contemplaba.
 
Su dorada carroza se movía
sobre apiñadas frentes a millares, 10
y el esquife de Venus parecía
meciéndose en la espuma de los mares.
 
Aquel mirar de maternal desvelo,
aquella tez de rosa purpurina,
aquel vestido de color de cielo 15
-�Ah! �quién podrá olvidarlo!- �era Cristina!
 
Mas no sólo la Reina, no la hermosa
en ella absorto el español miraba;
vio en ella una promesa misteriosa
que en el fondo del pecho se ocultaba. 20
 
Y la cumplió: que apenas, asombrados,
vimos con rutilantes resplandores
en la margen del Sena tremolados,
iris de libertad, los tres colores;
 
ella, esperanzas pérfidas burlando, 25
de llanto de placer sus ojos llenos,
a Isabel en sus brazos levantando:
Nuestro es el porvenir�, gritó a los buenos.
 
�Nuestro, sí! Que a esa prenda de ventura
otra prenda feliz hoy acompaña: 30
el código sagrado, que asegura
trono a Isabel y libertad a España.
 
Al santo grito la nación responde,
en tu defensa, oh Reina, armando el brazo:
-�Dó están los ciegos, los ilusos dónde, 35
que no bendicen tan glorioso lazo?
 
�Que inflamados de súbito alborozo,
al mirarte hoy pasar, ángel divino,
no han bañado con lágrimas de gozo
las rosas que alfombraban el camino? 40
 
�Dónde están? -En la hueste rebelada:
allí están; sólo allí. -Los que blasonan
de idolatrarte, libertad sagrada,
hoy se abrazan y olvidan y perdonan.
 
�Unión! �unión! -�Oh!, caigan, ciudadanos, 45
a los pies de Isabel nuestros rencores,
así como arrojaban nuestras manos
a su carroza deshojadas flores.
Julio de 1837.


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A la Reina gobernadora doña María Cristina de Borbón visitando el Liceo Artístico y Literario de Madrid



                               Cuando la griega juventud volaba
     al campo de la gloria,
y al macedón guerrero arrebataba
el sangriento laurel de la victoria:
�quién a blandir la fulminante lanza 5
     robusteció su brazo?
En el estrago de feroz matanza
�quién su pecho alentó, quién, sino el fuego
     del entusiasmo ardiente
que corrió en viva llama por sus venas, 10
     cuando escuchó elocuente
tronar la voz del orador de Atenas?
 
     Tú fuiste, oh santo fuego,
tú quien el duro mármol animaba
bajo el cincel del inspirado griego; 15
tú quien la trompa de Marón sonaba:
en cuanto el mundo a la memoria ofrece
     de eterno, de elevado,
tu creador espíritu aparece;
tú ante el funesto vaso envenenado, 20
en el alma de Sócrates brillabas,
tú la mano de Apeles dirigías,
en la lira de Píndaro sonabas
y la lanza de Arístides blandías.
 
     Mas �oh!, �por qué ofuscada 25
a tan remota edad vuela mi mente?
     La centella sagrada,
de la aureola de Dios destello ardiente,
que de la antigua Grecia derruida
     el canto melodioso 30
eternizó y el brazo belicoso,
�yace entre sus escombros extinguida?
 
No. -Como chispa eléctrica impaciente
que, presa en frío pedernal, no pudo
     brillar, hasta que siente 35
de acerado eslabón el golpe rudo:
     así en medroso pasmo
     en tu pecho dormía,
juventud española, el entusiasmo;
mas cuando el regio acento generoso 40
retumbó por los ámbitos de España,
     de el Pirene riscoso
al confín andaluz que Atlante baña;
estalla al fin la mágica centella
     las almas conmoviendo, 45
y el abatido pueblo se levanta,
     y en sed de gloria ardiendo,
lidia el guerrero y el poeta canta.
 
�Todo es ya entusiasmo, todo es vida!
Navarra muestra su campaña en sangre 50
     de rebeldes teñida;
allí guerrera juventud, clamando
��Cristina y libertad!� En ronco acento,
     la espada desnudando,
     la vaina arroja al viento, 55
y al son del himno nacional se lanza
     con noble bizarría
sobre la hueste audaz que el polvo muerde
en Luchana, Arlabán, Mendigorría.
 
     Aquí los que sintieron 60
su pecho palpitar, en mudo asombro
     de rodillas cayeron
     ante la Virgen pura
cuyo rostro de cándida hermosura
     y maternal desvelo 65
reveló al gran Murillo el mismo cielo.
 
     Los que el sagrado canto
que entonaba León en arpa de oro
     oyen con tierno llanto,
     y al Dios del almo coro 70
alzan también el cántico sonoro.
 
     O al robusto sonido
de la trompa de Herrera, ante sus ojos
ven cargadas de bárbaros despojos
a las veleras naves españolas 75
victoriosas bogar, cuando Lepanto
con turca sangre enrojeció sus olas.
Todos en lazo fraternal unidos,
digno templo a las artes elevando,
preparan ya los himnos merecidos 80
     y aprestan los pinceles
con que en la edad futura eterna sea
la fama de esa hueste generosa
     que por su reina hermosa
y por la santa libertad pelea. 85
 
     Mas �oh!, �qué nuevo rayo
de luz las liras y los lienzos dora,
como a los campos del florido mayo
el resplandor de la rosada aurora?
     �Me engaña mi deseo? 90
     �Vedla!... �Es ella!... �Es Cristina!
     su presencia divina
baña de lumbre el español Liceo.
 
     Busca en tu dulce lira
cómo pintar su célica hermosura 95
     que amor y gloria inspira,
si al humano poder por dicha excedes,
     inspirado poeta:
búscalo tú, pintor, si hallarlo puedes
en el vario color de tu paleta. 100
     Pintadla augusta, hermosa,
sobre el excelso trono castellano
la frente hollando del rebelde fiero,
     y con risa bondosa
ciñendo de laureles con su mano 105
al pintor, al poeta y al guerrero.
1838.


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A don Mariano Roca de Togores (hoy marqués de Molíns) en la muerte de su esposa

Epístola.

                                  Hay en la vida lágrimas, Mariano,
que la amistad contempla silenciosa,
porque enjugarlas intentara en vano.
 
   Al que las llora en la reciente losa
de un sepulcro do en flor arrebatada 5
la dulce prenda de su amor reposa,
 
   no con usados pésames le agrada
ver en el llanto que a sus solas vierte
la majestad de su dolor turbada.
 
   �Pues quién, mi caro amigo, de otra suerte 10
antes que yo consuelos te ofreciera?
Si heridas que feroz abre la muerte
 
   mano mortal cicatrizar pudiera,
�cuál para ti, cuál otra que la mía
más diligente y cariñosa fuera? 15
 
   Contigo me crié: contigo un día
en las aulas bebí de San Mateo
el fuego de la hermosa poesía.
 
   Aún me parece que vagar te veo
con precoz gravedad, cuando sonaban 20
las suspiradas horas de recreo,
 
   mientras otros, astutos, se burlaban
del ayo inexorable, y bulliciosos
por el talado jardinillo andaban.
 
   Allí vimos brotar los generosos 25
alientos de cien jóvenes, que ahora
son en ciencia y valor nombres gloriosos.
 
   Allí rayar en su brillante aurora
de Espronceda, �oh dolor!, el genio ardiente
que el soplo de la muerte heló a deshora. 30
 
   Allí León el ánimo valiente
apercibía a la inmortal jornada
que vio de Huesca la asombrada gente.
 
   Allí Pezuela en lira delicada
probó la diestra que empuñar debía 35
la épica trompa y la fulmínea espada.
 
   Allí Ochoa, de ciencia y poesía
apurando el raudal con noble empeño,
labraba su futura nombradía.
 
   Allí en tono, ora grave, ora risueño, 40
rico de inspiración sonaba el canto
de Felipe, el satírico limeño.
 
   Allí otros mil... -�Oh fugitivo encanto!
�Oh sonrisa primera de la vida!
�Recuerdo de placer, que arranca llanto! 45
 
   �Y qué, Mariano, la ilusión perdida
de la edad infantil, en noche obscura
nos dejó acaso el alma sumergida?
 
   �No hay ya un rayo de luz serena y pura?
�Es este mundo una región de duelo, 50
de desesperación y de amargura?
 
   �No, no es verdad! -Del nebuloso cielo,
del negro septentrión esa herejía
vino en traje francés a nuestro suelo.
 
   �Todos pecamos! -Yo también un día, 55
gimiendo adrede, por seguir la usanza,
vime arrastrado en la común manía
 
   a esa espelunca do a leer se alcanza
sobre la puerta con azufre escrito:
��Ay! Dejad, los que entráis, toda esperanza.� 60
 
   Allí en verso trotón y a voz en grito
lloraba su vejez anticipada
un melenudo imberbe mancebito.
 
   Otro de la romántica pleyada,
que tres lustros de edad mostraba apenas 65
al blando arrullo de niñez mimada,
 
   lloraba desengaños a docenas
de esta imperfecta sociedad que al hombre
ata, al nacer, con grillos y cadenas.
 
   Y porque más su desventura asombre, 70
quejábase también de estar minado
de una secreta enfermedad sin nombre.
 
   �Era un vivir aquel desesperado!
Sólo se oía en recia taravilla:
�Maldición! por un lado y otro lado. 75
 
   Por fin de aquella fiera pesadilla
conseguí despertar con trasudores
a las voces de Lista y Hermosilla.
 
   Y al contemplar de nuevo los albores
del sol que en torno a mí la densa bruma 80
disipaba con vivos resplandores,
 
   dije: �Gracias a Dios! -Pues ni me abruma
la sociedad, ni anillo con veneno
llevo, ni tengo mal que me consuma;
 
   ni he sido de fortuna tan ajeno 85
que un fiel amigo, una mujer constante
no hallase alguna vez; yo no soy bueno
 
   para tanto gemir. -Extravagante
empeño es sepultarse de por vida
en el infierno bárbaro del Dante 90
 
   y no vagar, con alma embebecida
en trinos de aves y en olor de rosas,
por los jardines mágicos de Armida.
 
   Mis ojos otra vez a las hermosas
regiones se alzan del sereno polo 95
a buscar sus deidades fabulosas;
 
   que yo la lira del crinado Apolo,
que invoqué tantas veces, al ruido
de las doradas ondas del Pactolo,
 
   no he de trocar por el feroz graznido 100
del repugnante pájaro que viene
del hedor de las tumbas atraído;
 
   y prefiero las aguas de Hipocrene
a esas lagunas cenagosas, donde
blanca fantasma su morada tiene, 105
 
   y al que pide favor sólo responde
con un ósculo hediondo y un acero
que entre los pliegues de su manto esconde.
 
   Álcese Byron de su numen fiero
en las alas flamígeras, y escoga 110
a su espíritu audaz nuevo sendero.
 
   Tímido el mío a tanto no se arroja,
y me conduce por la usada huella
que en dulce resplandor bañó Rioja.
 
   �Tan escasa de luz brilló la estrella 115
de las clásicas musas? Si el auxilio
invocaba Boscán de Erato bella,
 
   �no deleitaba en pastoril idilio?
�Tan mal la trompa de Caliope suena
en los cantos de Homero y de Virgilio? 120
 
   Y tú, Mariano, que en la amarga pena
a que el humano esfuerzo no resiste
derramas de tus ojos larga vena;
 
   si algún consuelo a tu dolor existe,
sólo en las musas le hallarás acaso: 125
sí, que también para el que llora triste
 
   tiene lágrimas dulces el Parnaso:
las que en el lamentar de dos pastores
vertió sin duelo el tierno Garcilaso.
 
   Y ya que el golpe irreparable llores, 130
corra al son de la cítara tu llanto;
que del que viertas tú nacerán flores.
 
   Ven, y hallarás el bálsamo que un tanto
alivie tu mortal melancolía
en la antigua amistad y en el encanto 135
de la consoladora poesía.
Julio de 1842.


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Orillas del Pusa



                               �Qué calor!... Sudando llego,
por la empinada montaña
     resbalando,
a este valle que en sosiego
tu corriente, �oh Pusa!, baña 5
     susurrando.
 
Déjame un rato olvidar
en tus orillas mis penas,
     y el sediento
labio en tus ondas mojar, 10
y en tus húmedas arenas
     dame asiento.
 
Tu raudal, de ese elevado
monte al Tajo, en raudo giro
     se derrumba, 15
tan humilde que, sentado,
desde aquí su cuna miro
     y su tumba.
 
No importa que al Tajo ufano
tu breve curso no iguale; 20
     corre ledo;
y que nunca el cortesano
en la carta te señale
     con el dedo.
 
�Feliz quien encuentra un llano 25
donde los cerros evite
     de la vida,
y allí, del mundo lejano,
tu breve carrera imite
     y escondida! 30
 
Ese Tajo caudaloso
en cuyo profundo seno
     vas a morir,
ya con puente ponderoso
su terso raudal sereno 35
     siente oprimir.
 
Ya la artificiosa presa
su rápido curso estorba;
     ya desciende
ruin batel que se empavesa, 40
y su cristal con la corva
     quilla hiende.
 
Su destino es envidiar,
o de tu curso suave
     la paz suma, 45
o el alto poder del mar
que puede tragar la nave
     que lo abruma.
 
�Pobre Pusa!... Si insolente
por esos tendidos llanos 50
     te lanzaras,
en tu cristal inocente
�cuántos siervos y tiranos
     retrataras!
 
De aquel trance malhadado 55
de las armas españolas
     fue testigo
Guadalete ensangrentado,
y abrió tumba entre sus olas
     a Rodrigo. 60
 
Berecina el lauro honroso
que cuatro lustros tejieron
     hondo tragó,
y el poder de aquel coloso
que los hombres no vencieron, 65
     allí se hundió.
 
Pusa humilde, manso río,
tu dichoso apartamiento
     le procura
contra el ardor del estío 70
al peregrino sediento
     agua pura.
 
Y al pastor que a tu campiña
desde ese monte desciende,
     y al rebaño 75
que a tus márgenes se apiña,
y al can que el redil defiende
     fresco baña.
 
Y hoy a mi cuerpo cansado,
contra el sol que ardiente pica, 80
     blando solaz.
�Pusa, adiós!... Corre ignorado,
y los quintos (14) de Malpica
     fecunda en paz.
Malpica, 1833.


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La agitación



                               �Imposible arrancar del alma mía
sino acentos de amor!... Caber no puede
donde impera tu imagen adorada,
sino amor, sólo amor... Cuanto solía
mi pecho conmover... ya todo cede 5
     a la ardiente mirada
     de tus luceros bellos.
Mal mi grado a sus mágicos destellos
mi turbulenta vida está sujeta.
Como al influjo de fatal cometa 10
cede el bajel al ímpetu rugiente
     del huracán sañudo,
y al puerto amigo arrebatarse siente,
o va a estrellarse en el peñasco rudo:
así en la fiebre do anhelando gira 15
     esta alma delirante,
     tus ojos son, Amira,
los que entre el puerto y el peñasco errante,
sin elección, perdido el albedrío,
la oscilación del huracán le imprimen, 20
     y en ciego desvarío
lánzase a la virtud, lánzase al crimen.
Y este vaivén continuo, esta perpetua
conmoción es la vida. -�Cuántas horas,
     mudo, yerto, insensible 25
como la piedra en que sentado estaba,
     en seguir las sonoras
ondas de la corriente que pasaba
     inerte consumía!
     �Cuántas la vista atenta 30
iba siguiendo estúpida la lenta
sombra que en derredor del tronco huía!
Campo de soledad, yo te buscaba
     porque el mundo decía
que la felicidad en ti habitaba, 35
y en aquel corazón que la invocaba
su misterioso bálsamo vertía.
     Mi corazón de fuego
en ti no la encontró: floresta umbría,
silenciosa montaña, campo triste, 40
yo la paz de la vida te pedía,
tú la paz de la tumba me ofreciste.
Felicidad, �dó estás? -Este vacío
que al dilatarse el corazón no llena,
ven, ocúpalo tú. -Si ronco suena 45
el guerrero clarín, y a la matanza
el hombre vuela contra el hombre, dime:
�bastarame empuñar la férrea lanza
y a la pugna volar? Cuando mi diestra,
al son triunfal de los preñados bronces, 50
en sangre bañe la mortal palestra,
misteriosa deidad, �te hallaré entonces?
     En el tropel del mundo
yo también te busqué. Torvo guerrero,
sobre carro veloz, de lauro ornado, 55
     agitando el acero,
en lágrimas y sangre salpicado,
raudo al cruzar la turba peregrina,
��Felicidad, felicidad!� clamaba;
     y en tanto: �Aquí domina�, 60
otro desde la tumba me gritaba,
     �En la vida? �En la muerte?
�Dónde estás para mí? -�Silencio mudo!
     �Y las horas corrían!...
     �Y los años volaban!... 65
Las hojas de los árboles caían...
Las hojas de los árboles brotaban.
�Una mujer! Con su flotante velo
     tocó al pasar mi frente:
trocose en fuego de mi pecho el hielo, 70
mis entrañas temblaron de repente:
los brazos tiendo a la fantasma bella,
     Mas al asirla, alzada
vi un ara ante mis pies, y detrás de ella
     mi visión adorada; 75
y un misterioso acento que decía:
     ��Profanación..., delito!�
Y en su abatida frente se leía
     un juramento escrito.
Mi planta no, mas de mi pecho ciego 80
llegó un lamento a penetrar su oído,
y en sus trémulos labios tocó el fuego
     de mi ardiente gemido.
Abrió sus ojos por la vez primera
dejándome con sola una mirada 85
     en devorante hoguera
     toda el alma abrasada.
�Ah! �Qué me importa? Agitación sublime,
     �yo te adoro! �Tú eres
alma de mi existencia! -Oprime, oprime 90
un corazón a quien la calma espanta:
inunda, inunda mi mejilla en lloro:
clamar me oirás entre congoja tanta:
agitación sublime, �yo te adoro!
1832.


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A don José Amador de los Ríos

Contestando a una carta suya en tercetos, en que me pedía hora para hablarme.

                                  �Si en la frente del hombre se leyeran
escritos los afanes de su pecho,
�cuántos que envidia dan, lástima dieran!�
 
   Esto en algún momento de despecho
dijo el buen Metastasio en italiano: 5
ponerlo en español es lo que he hecho.
 
   Y con ese terceto que te hilvano
tus dos primeros contestados dejo;
�me entiendes, Amador? -Vamos al grano.
 
   No pienses, caro amigo, que me quejo 10
del importuno enjambre pretendiente
que en pos me sigue, impávido cortejo:
 
   no me quejo de ver que se presente
uno a quien nunca vi, ni me hace falta,
y me diga: ��Aquí estoy!... Soy tu pariente.� 15
 
   No me quejo del sandio que me asalta
porque le gusta la casaca roja
y quiere que le dé la Cruz de Malta.
 
   Ni del chinche a quien verme se le antoja
cuando voy a afeitarme o a vestirme, 20
y si no le recibo se me enoja.
 
   Ni de los que me aguardan a pie firme
en el portal de casa, en la escalera,
sin poder de sus garras desasirme.
 
   Ni de la viuda cócora y parlera 25
que me repite siempre el estribillo
de que le den seis pagas tan siquiera.
 
   �Vamos, sáqueme usted un socorrillo.
Usted lo puede hacer en un momento;
usted tiene a la Reina en el bolsillo (15).� 30
 
   No me quejo, Amador, no me lamento
de esa turba procaz; que al encumbrarme
ya esperaba sufrir este tormento.
 
   De quienes debo con razón quejarme
es de amigos cual tú; sí, de ti sólo 35
que pides hora y sitio para hablarme.
 
   �Y vive San Francisco Caracciolo,
que a no venir tu ruego impertinente
en el idioma del celeste Apolo,
 
   circunstancia que ha sido suficiente 40
a desarmar mi enojo, la respuesta
fuera una interjección poco decente!
 
   Mas no quiero reñir: pase por esta.
Sabes mi casa: a ver si yo consigo,
entre tanta visita y tan molesta, 45
recibir una vez a un tierno amigo.
Junio de 1847.


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Al Excmo. Sr. conde de San Luis

Por la creación del teatro español.

                               �Dónde la gloria vive del que un día,
en Accio vencedor, desde las cumbres
del enriscado Cáucaso a las playas
del mar de Luso dilató su imperio?
�Dónde? -Ese imperio destrozó en un punto 5
bárbara hueste que lanzó cual raudo
torrente el Septentrión: circos y templos,
termas, palacios, todo, el habla misma
despareció; mas al común estrago,
sobre siglos sin fin, los inmortales 10
cantos de Horacio y de Marón divinos
sobreviviendo van, y allí la gloria
del protector de las romanas letras.
�Qué es del trono fortísimo que en sangre
de turbulentos próceres la dura 15
mano afirmó, cabe el medroso Sena,
del purpurado Richelieu? Juguete
del viento popular, voló en pedazos.
Mas contra el murmurar de la indignada
posteridad, el opresor valido 20
salva su gloria en la que alzó, y aún vive
con renombre inmortal, docta Academia.
Tú, más que a los históricos ejemplos
y ardiente sed de fama, a los impulsos
del corazón magnánimo que abrigas, 25
obedeciendo fiel, en tus floridos
años, asunto con tus hechos prestas,
oh noble conde, a la española Musa.
Ella, en tanto que al pie del soberano
solio te vio, dispensador de honores, 30
mezclar su voz no quiso a la que alzaba
el lisonjero, que al poder presente
cerca y ensalza, gárrulo cortejo.
Mas a la puerta del modesto albergue
que hoy tornas a habitar, rico de gloria, 35
te esperó silenciosa, el plectro de oro
presto, y la voz y la sonante lira.
Oye cuál vibra en tu loor, y el estro
de cien vates inflama que a porfía:
�Eterno, cantan, vivirá tu nombre, 40
protector del saber.� -�Oh noble, oh digno
premio que tanto mereciste y gozas!
Gózalo en paz; y el que ásperos desdenes
halla no más y hondo silencio, cuando
de la áurea silla del poder la instable 45
deidad le precipita, a sí se culpe.
No riqueza y dominio a la existencia
bastan de un pueblo. Si las sabias leyes,
la abundancia, la paz su cuerpo nutren,
alma tiene también, y el alma vive 50
de esa gloria purísima, que el vulgo
de los graves políticos desdeña
y humo vano apellida. -Tú, arrostrando
tal vez su risa imbécil, decoroso
templo alzaste a Talía. -Allí de Lope, 55
de Calderón, de Rojas y de Inarco,
de Moreto y de Tirso, numeroso
pueblo torna a admirar, ora discreta
y en artificio rica, ora terrible,
ora humilde y moral, la siempre nueva 60
dramática ficción. -Los que al reflejo
de aquellos faros luminosos siguen
la ardua senda con gloria, que a la cumbre
del sacro Pindo guía, de las rosas
que en sus pensiles de eternal verdura, 65
al amoroso riego de Hipocrene
dulce fragancia esparcen, ya preparan
a tus sienes espléndida corona.
Yo, a quien no es dado la sublime altura
del Helicón pisar, una sencilla 70
flor de su falda corto; ofrenda humilde
que agradecido te presento en estos
desaliñados números, que acaso
no morirán, porque tu nombre llevan.
1851.


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Al Excmo. Sr. marqués de Molíns



                                   (16)Oportuno en verdad viene ese tanto
a mediar el terceto antecedente,
pues me convida a principiar con llanto...
 
   Llanto vierten mis ojos, hechos fuente,
Mariano, desde aquel tremendo día, 5
en mi memoria sin cesar presente,
 
   cuando en la lucidez de su agonía,
estrechándome tierna al casto seno,
��Todo es verdad!� mi esposa me decía.
 
   �Todo es verdad! -�Oh Dios! Si en ronco trueno 10
sonó un día tu voz, y a su rugido
Saulo en tierra cayó de asombro lleno,
 
   �oh milagro de amor no merecido!,
tu voz por aquel labio moribundo
tocó en mi corazón estremecido. 15
 
   Gusano vil en lodazal inmundo,
alas de mariposa me nacieron,
y con ellas me alcé lejos del mundo.
 
   A regiones más puras me subieron;
mas no he llegado a la sublime alteza 20
de los que el lazo mundanal rompieron.
 
   �Cuándo será? -�Me oprime la tristeza!
El pesar en que a solas me consumo
cesa al dormir, y al despertar empieza.
 
   Pídele a Dios omnipotente y sumo 25
que te guarde a tu Carmen... �ay, amigo!
y no le pidas más: el resto es humo.
 
   De tu casta mitad al dulce abrigo,
dondequiera que estés, patria y honores
y placer y amistad verás contigo. 30
 
   �Ay! Para mí no tiene el mundo amores,
ni encantos la amistad, ni luz el día,
ni calor el hogar, ni olor las flores.
 
   Hoy viene a acrecentar la pena mía
la memoria del santo aniversario 35
que a tu lado pasé... �y ella vivía!
 
   �Cuán distinto de aquél! -Destino vario
a ti te arroja cabe el turbio Sena,
a mí en Madrid me amarra solitario.
 
   Mas �ay! el bronce místico resuena. 40
Media noche sonó... Luz desusada
brota en Belén, y el universo llena.
 
   �Triste prole de Adán, ya estás salvada!
El Niño Dios que los pecados quita
nos abre ya la celestial morada. 45
 
   �Oh placer! �Allí está! -De Dios bendita,
mi Manuela, vestida de hermosura,
entrelos puros ángeles habita,
 
   �alma inmortal! De la celeste altura
por tu marido y por tus hijos vela, 50
que moran este valle de amargura.
 
   Sí, Mariano: tu amigo sólo anhela
sentir en breve el lazo desatado
que este cautivo espíritu encarcela;
 
   y por tanto dolor purificado, 55
a mi esposa en la gloria unirme presto...
y ver que allí también a nuestro lado
te guarda Dios el merecido puesto.


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La paz: al nacimiento del príncipe imperial de Francia

Oda.

                               Iris de paz, iluminando el cielo,
     la tempestad serena;
el águila imperial recoge el vuelo
     y torna al patrio Sena.
 
No en vapores de sangre se embriaga, 5
     ni llama a la pelea;
ya en su garra potente el rayo apaga
     que fulminó en Crimea.
 
Sus alas tiende, cual dosel brillante,
     sobre la regia cuna, 10
donde reposa del francés triunfante
     la gloria y la fortuna.
 
Y allí a par descendiendo apresurado
     de la eternal montaña,
a custodiar el vástago anhelado 15
     llega el león de España.
 
Que sangre de Guzmán corre en sus venas:
     sus timbres maternales
escritos muestra España en las almenas
     de Tarifa inmortales. 20
 
Siempre un Napoleón Dios nos envía
     con misterio profundo,
cuando place a su gran sabiduría
     recomponer el mundo.
 
Ya en vez del plomo, que en estruendo rudo 25
     sobre el francés vomita,
de allá le envía su cortés saludo
     el bronce moscovita.
 
Del Cáucaso a la cumbre pirinea
     y por los anchos mares, 30
unida al lienzo tricolor, ondea
     el aspa de los czares.
 
Y cubriendo de rosas sus espadas,
     de oliva sus pendones,
al festín de la paz alborozadas 35
     acuden las naciones.
 
Paz ese niño, y dicha y abundancia
     en su destino encierra.
Pueblos, velad por él: -�La paz de Francia
     es la paz de la tierra! 40
1856.


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A la Sra. condesa del Montijo, en sus días

Balada que se cantó en su teatro de Carabanchel; puesta en música por el maestro Inzenga.

I
                               Ausente y presente a un tiempo,
te aflige y te halaga amor;
que el Adur y el Manzanares (17)
dividen tu corazón.
     Y en dulce duda, 5
     fijando estás
     aquí tus ojos,
     tu mente allá.
 
II
Allá un suspiro del alma
pide a tu amor maternal 10
la que en premio a sus virtudes
ciñe corona imperial.
     Y en dulce duda,
     fijando estás
     aquí tus ojos, 15
     tu mente allá.
 
III
Aquí otra prenda querida,
que también tiene a sus pies,
cual reina de la hermosura,
vasallos cuantos la ven. 20
     Y en dulce duda,
     fijando estás
     aquí tus ojos,
     tu mente allá.


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La guerra de África

Cantata ejecutada en presencia de SS. MM. en la función celebrada el 8 de abril de 1860 por el Real Conservatorio de Música y Declamación a beneficio de los heridos en aquella gloriosa campaña.

CORO
                               Grito santo asorda el viento:
��A las armas! �Guerra, guerra!
El infiel derriba en tierra,
madre España, tu blasón.
Cruce el mar la invicta hueste 5
a salvar de vil mancilla
los leones de Castilla
y las barras de Aragón.�
 
Al rumor del torpe ultraje,
indignado el pueblo ibero, 10
ya desnuda el fuerte acero
y la vaina al viento da.
Ya entre vítores tremola
la bandera roja y gualda,
que del Atlas en la espalda 15
tinta en sangre flotará.
 
RECITADO
Alza en vano el Estrecho montes de olas;
     en vano el viento brama:
que allá van las legiones españolas
     donde el honor las llama. 20
 
Lanza en vano cien kábilas la sierra
     con ímpetu salvaje;
que allí con sangre vil bañan la tierra
     que presenció el ultraje.
 
Mas ruge el huracán: sopla la peste: 25
     la lluvia inunda el suelo.
�Caerá deshecha la cristiana hueste
     por ti, Señor del Cielo?
 
En medio al campo, sobre monte erguido,
     un altar se levanta; 30
y en sus humildes manos el ungido
     eleva la hostia santa.
 
Hace salva el cañón; rompe sonora
     militar armonía:
la hueste arrodillada a Dios implora 35
     y su oblación le envía.
 
PLEGARIA
     �Señor!, hijos somos
     de aquellos varones
     que a ignotas regiones
     llevaron tu cruz. 40
     Tu cruz, que en Granada
     con gloria plantada
     lanzó por el orbe
     su vívida luz.
 
     �Señor!, esta impura 45
     fanática raza
     tu nombre rechaza,
     tu gloria no ve.
     A España concede
     que rasgue su venda 50
     y en África encienda
     la luz de tu fe.
 
RECITADO
Dios los oyó: se aleja la tormenta;
la mortífera peste va en su seno:
radiante el sol con majestad se ostenta 55
de un cielo puro en el azul sereno.
Siente en su pecho el adalid hispano
     de inspiración la llama:
él nunca se abatió; ya en cien combates
su constancia y valor cantó la fama. 60
     En bárbaras regiones,
émulo de Cortés, ora acaudilla
     inexpertas legiones,
que al contacto de la árabe cuchilla,
al trueno del cañón, al rudo embate 65
del terco moro en desigual combate,
tórnanse luego en invencible tropa,
terror de Libia, admiración de Europa.
Nada resiste a sus heroicos bríos.
     Ya surcando el desierto 70
por áspero camino, a hierro abierto;
ya cruzando altos montes y hondos ríos;
     de victoria en victoria
a la vega feraz se precipita,
     campo de nueva gloria, 75
do luchando otra vez, y otra vencido,
     huye despavorido
el atezado Hamet. -La hueste grita:
�TETUÁN por ISABEL! -Y en la Alcazaba
el pendón español triunfante clava. 80
 
HIMNO FINAL
     No más desde sus playas,
     con bárbara osadía,
     la tierra, suya un día,
     aceche el musulmán.
     No infeste el aire puro 85
     la brisa de los mares,
     trayendo a nuestros lares
     los ecos del Corán.
 
     Magnánima HEREDERA
     del celo de Pelayo, 90
     tu diestra el ígneo rayo
     al África lanzó.
     Y el niño ALFONSO un día
     sabrá que por tu mano
     el suelo castellano 95
     su límite ensanchó.
 
     El muro donde España
     su enseña al aire ondea,
     jamás flotando vea
     las lunas del infiel. 100
     Y de uno en otro siglo
     sin tregua se repita
     la voz que al mundo grita:
     �Tetuán por Isabel!


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A mi amigo, el Excmo. Sr. don Tomás de Corral



                                  No pienses que esta epístola,
Corral excelentísimo,
va dirigida al célebre
de Hipócrates discípulo.
Por más que yo, sin brújula, 5
bogue en estrecho círculo,
sin que tus sabios récipes
den al bajel más ímpetu;
no tanto aflige el ánimo
de este doliente mísero 10
el ver la ausencia crónica
de su doctor científico,
como las dulces pláticas
del amigo carísimo
no oír, ni en grato diálogo 15
darnos placer recíproco.
Lo que es en cuanto al médico,
si de mi casa el címbalo
tocase, y dentro viéralo,
fuera con él brevísimo. 20
Solamente dijérale
que ante el poder febrífugo
de las plateadas píldoras
que introduje en mi físico;
y gracias a la pócima 25
con que Simón el químico
purgó mi región ínfima
de materiales rígidos;
y a la virtud benéfica
de aquel sabroso líquido, 30
producto del cuadrúpedo
que con Balán fue explícito;
ya mis repuestas vísceras,
merced a estos antídotos,
con su morboso cómplice 35
han roto el fiero vínculo.
Y dócil ya mi estómago
digiere el néctar índico,
que en espumante jícara
es de mi gula el ídolo, 40
si bien no tan benévolo
suele mostrarse el pícaro
cuando la carne sólida
(aunque de tierno vítulo)
envuelta en jugos gástricos 45
baja al duodeno crítico,
y toca por sus trámites
en la región del hígado.
Ya allí más climatérico
se presenta el capítulo: 50
que el abdomen atónico
se eleva timpanítico.
La digestión, por último,
cuesta trabajos ímprobos;
mas se hace, y presto el órgano 55
vuelve a su estado prístino.
En estos días plácidos
en que, venciendo el frígido
rigor, el numen délfico
mostró su rostro vívido; 60
salí, según sus órdenes,
en alquilón vehículo,
del ambiente atmosférico
a aspirar el oxígeno.
Mas ni aun con ese método 65
place al dios soporífero
que de noche mis párpados
cierre sueño pacífico.
Esto al doctor dijérale,
mas no podré decírselo; 70
que de mi hogar doméstico
tocar no quiere el címbalo.
Tú, pues, que de ese prófugo
amigo eres tan íntimo,
según es fama pública, 75
Corral amabilísimo;
tú de mi parte búscale
y dile que mi espíritu
se apoca melancólico
si no entona mi físico. 80
Que un régimen dietético
me imponga, y yo solícito,
más que el Corán los árabes,
guardaré sus artículos.
Dile que si algún mérito 85
halla en mis versos líricos,
y de escritor dramático
me otorga el alto título,
torne a este cuerpo lánguido
vigor que mi estro rítmico 90
encienda; y de mi cítara
verá que al son dulcísimo
canto su nombre célebre,
que es ya de salud símbolo;
y acaso al suyo uniéndole 95
suba mi nombre altísimo.
Marzo de 1853.

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