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Obras Poéticas

Clemente Althaus



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Prólogo

     Este volumen contiene, con algunos cambios y bastantes supresiones, las «poesías patrióticas y religiosas», publicadas en parís el año de 1862, y las «poesías varias»; tomo este último que, publicado el mismo año que el anterior, puede sin embargo considerarse todavía como inédito, pues ni lo puso el autor en venta, ni repartió sino un escasísimo número de ejemplares del escaso que hizo imprimir.

     Contiene también muchas de las composiciones, patrióticas o no, publicadas por él desde entonces en el comercio y otros periódicos, y además un gran número de trabajos inéditos del todo y pertenecientes a diversos géneros, entre los cuales hay dos leyendas, un drama, y algunas sátiras literarias y políticas.

     Por último, el autor se ha determinado a dar esta vez cabida entre sus obras a algunas de sus antiguas poesías escritas antes del año 1855 y excluidas de sus anteriores colecciones. Las hubiera podido corregir harto más de lo que Lo ha hecho; pero ha creído que pasar de pocas y ligeras enmiendas era exponerse a quitarles la fisonomía propia de aquel tiempo y, por decirlo así, infantil, que a su juicio debían conservar, y que probablemente constituye su único mérito. Serán las primeras que halle el lector, pues el orden seguido en la colocación de estas poesías es el de sus fechas, las cuales comienzan el año de 1852 y acaban el de 1871.

     Presento pues a mis paisanos, reunidas en un volumen, las obras que he compuesto en el espacio de casi veinte años que ha que cultivo la poesía: conviene a saber, la parte de ellas que reputo menos indigna de la luz pública, pues otro tanto, por lo menos, como lo publicado aquí será lo desechado o reservado.

     Era mi ánimo escribir un largo prólogo en el que hubiera hablado con la conveniente extensión acerca de lo que entiendo por poesía y del alto ministerio civil y moral que tiene para mí esta reina y señora de las artes de lo bello; contestando asimismo al cargo de no haber sido hasta aquí más que poeta que me hacen muchos de los que juzgan que la poesía es una vana gracia, un frívolo adorno, y a quienes la misma belleza y hechizo de la forma hace desconfiar de la gravedad e importancia del fondo.

     Pero no me consienten realizar mi propósito, por una parte, la flaqueza presente de mi salud y el deseo, por otra, de que no se dilate por más tiempo la publicación de esta obra.

     Me limito pues a llevar al pie del ara santa de mi patria mi humilde ofrenda, templando el temor reverente del que se dirige a un objeto tan grande con la conciencia de haber cumplido con ella en la corta medida de mis fuerzas.

     Mis continuos achaques me obligan a suspender por ahora mis trabajos literarios y poéticos; pero, después del descanso necesario, espero volver con mayor empeño al ejercicio de lo que ha sido a la vez el deleite y tormento de mi vida. Y quizá entonces, restauradas mis fuerzas y refrescada mi mente, al cantar de nuevo a dios, la naturaleza, la libertad, la patria, serán mis acentos menos indignos de la majestad de tan augustos e inspiradores temas.

          Lima, 15 de enero de 1872.





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Canción de Coralay



                               Tendió lla noche su manto
sobre el mundo silencioso,
y el desëado reposo
suspende penas y llanto.
   La clara luna se mira 5
del mar en la linfa pura,
y apenas lla onda murmura
y el aura apenas suspira:
   todo en paz yace sumido,
y del universo dueño, 10
vierte su bálsamo el sueño
y su benéfico olvido.
 
   En el monte misterioso,
y en la floresta sombría,
y en la verde pradería, 15
y en el azulado mar,
todo calla, todo olvida
su fatiga y su quebranto,
y mi sollo triste canto
hace el eco resonar. 20
   Depone el león su saña,
y en lla quieta selva muda
hasta lla tórtola viuda
al sueño da su dolor:
sollo yo, al placer extraña, 25
solitaria gimo y vello,
y en vano demando al cielo
tregua un instante a mi amor.
   Luna, del amor testigo
con que al extranjero adoro, 30
duélate mi amargo lloro
y mitiga mi pasión:
no te pido, casta diosa,
que cese la llama mía:
sin ese amor moriría 35
mi desierto corazón.
   Tampoco que, más dichosa
que la que reina en su pecho,
consiga yo ver deshecho
el juramento nupcial: 40
Goce la virgen hermosa
de su amor puro y entero,
que ninguna dicha quiero
que se compre con su mal.
   Solo quiero una sonrisa 45
ver vagar en su semblante
y solo por un instante
su puro aliento aspirar;
y cuando lleve lla brisa
mi triste queja a su oído, 50
su corazón condolido
sienta por mí palpitar.
   Más no, que en su altivo pecho
la tímida queja mía
acaso solo hallaría 55
un injurioso desdén;
y no merece esta humilde
India, en su amor tan osada,
que una piadosa mirada
sus bellos ojos lo den. 60
   Orgulloso castellano,
para las dichas nacido,
no hiera nunca tu oído
de mis pesares el ay:
y mientras consuelo en vano 65
pido a la luna serena,
ignora siempre la pena
de la triste Coralay.

1852.               



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Adioses



                                    ¡Qué dulces pasan los días
a tu lado, Magdalena!
quién consolará mi pena,
¿cuando tú no estés aquí?
Prométeme no olvidarme 5
en tierra alguna lejana,
que yo te prometo, hermana,
nunca olvidarme de ti.
   Si alguna vez me olvidaras,
el dolor me mataría, 10
y sin tu amor, alma mía,
No podría vivir, no:
En ta amor está mi vida,
tu olvido será mi muerte;
donde te lleve la suerte, 15
¿quién te amará como yo?
   Cuando pienso que mañana,
al asomar en oriente
la aurora su blanca frente,
en vario te he de buscar, 20
y que, si alguien me pregunta
por mi dulce compañera,
le diré: la suerte fiera
hoy la arrastra por el mar;
   a tan triste perspectiva, 25
a tan crudo pensamiento,
desmayar la vida siento,
cual si fuera, ya a morir;
y en contraste con los días
que pasé a tu dulce lado, 30
se me ofrece el enlutado
solitario porvenir.
   Adiós pues: cuando la tarde
comience a esparcir sus sombras,
mis pies las verdes alfombras 35
de la playa pisarán;
y anegados en el llanto,
del sol a la luz viajera
por mi dulce compañera
mis ojos preguntarán. 40
   Y recorrerá las ondas
después mi vista anhelante,
por si una vela distante
consiguen mis ojos ver,
que de la nave en que vengas 45
anuncie la cercanía;
porque ¿no es verdad que un día,
Magdalena, has de volver?

1853.               



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Las cautivas de Israel



                                                  I
   Junto a los ríos de Babel sentadas,
fijos los tristes ojos en el cielo,
al acordarse de, su patrio suelo,
lloraban las cautivas de Israel;
y al ver volar en el azul espacio 5
las aves de la tarde plañideras,
«id, les decían, dulces mensajeras,
»y llevad nuestros votos a Salen:
   »saludad por nosotras esos campos
»donde natura prodigó sus galas, 10
»¡ah! quién tuviera vuestras libres alas,
»para partir de vuestro vuelo en pos
»felices las que van, como vosotras,
»a ver de nuestra infancia los hogares!
»nunca se calmarán nuestros pesares 15
»hasta pisar la tierra del Señor.»
   Y así diciendo, las cautivas míseras
las seguían con lánguida, mirada,
y mil recuerdos de la patria amada
agitaban sus mentes en tropel; 20
y cuando las veían alejarse
del moribundo sol a los reflejos,
y entre las negras nubes, a lo lejos,
las miraban al fin desparecer,
   bajaban silenciosas la cabeza, 25
se cubrían el rostro con las manos,
y después exclamaban: «Señor, danos
»volver a nuestra patria alguna vez.»
Y como si el dolor más las uniera,
se abrazaban llorando con ternura; 30
¡Quién librará la turba prisionera!
¡Cuando a sus campos volverá Israel!
   Y se quedaron luego anonadadas
en el silencio triste del recuerdo,
fijas las melancólicas miradas 35
del sordo río en el raudal veloz:
pero se levantaron de repente,
de vértigo divino poseídas,
e irguiendo al cielo la inspirada frente,
alzaron este canto de dolor: 40
 
                                                   II
   «Nos sentamos orillas de estos ríos,
»y lloramos pensando en nuestro suelo
»y en ese verde campo, en ese cielo
»llenos del esplendor de Jehová:
»y hemos colgado nuestras dulces harpas 45
»de los sauces que cubren la ribera,
»que la mano cautiva no pudiera
»sino sones dolientes arrancar.
   »Cuando los que cautivas nos trajeron
»quisieron recrearse con sus sones, 50
»diciéndonos: cantadnos las canciones
»que en un tiempo solíais entonar,
»respondimos: los cantos de la patria
»¿cómo cantar en extranjera orilla?
»y donde el sol de libertad no brilla, 55
»¿cómo cantar la dulce libertad?
   »¿Cómo entonar cantares de ventura
»en medio del dolor que nos abisma?
»Olvídese mi diestra de sí misma,
»si me olvido de ti, Jerusalén: 60
»péguese al paladar mi lengua muda,
»si no hablo siempre de la patria amada,
»y si a su santa maternal morada
»no anhelo siempre en mi dolor volver.
   »Desde que vine de Sïón cautiva, 65
»su memoria es mi solo pensamiento,
»y a cada hora, en todas partes siento
»de los recuerdos el crüel pesar:
»cuando cierra mis parpados el sueño,
»volver creo a los campos de mi infancia, 70
»y estar venciendo la postrer distancia
»que me separa de mi dulce hogar;
   »y llegar creo y reposar al cabo
»cubierta por las ramas de una palma,
»a cuya sombra en otro tiempo el alma 75
»soñaba en un sereno porvenir:
»¡Cuan venturosa soy! pero mi sueño
»pasa, y con él se aleja mi ventura;
»de nuevo me hallo en servidumbre dura
»y soy, al despertar, más infeliz. 80
   »Señor, Señor, que en extranjera tierra
»no abra el destino mi sepulcro helado;
»que repose mi cuerpo ya cansado
»en el bello país donde nací:
»allá donde los huesos de mis padres 85
»reposan ya, donde mi madre un día
»con canciones de amor me adormecía,
»allá, gran Dios, allá quiero morir.»
 
                                                    III
   Y aquí cesó la voz de las cautivas
y el eco triste repitió su canto, 90
y sus mejillas el amargo llanto
de los recuerdos a regar volvió;
mas un presentimiento misterioso
se hizo oír en sus almas desoladas,
y se vio relucir en sus miradas 95
de la esperanza el dulce resplandor.

1854.               



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A un viajero



                          Tu existir agitado y vagabundo
recuerda nuestro frágil existir:
todos somos viajeros en el mundo,
todos andamos por llegar al fin.
   Pero a veces retorna el marinero 5
al duce puerto que le vio pasar;
mas ¡ay! el hombre, mísero viajero,
a las playas que amó no volverá.
   Nadie puede pararse en el camino,
porque es preciso eternamente andar: 10
nos obliga a seguir nuestro destino
el ciego impulso de la ley fatal.
   Si algo encontramos que la vista encante
y que halague y deleite el corazón,
al querer detenernos -«¡Adelante!»- 15
nos grita fiera irresistible voz.
   También en mi alma soñadora existe
una sed misteriosa de viajar,
y al mirarte partir, quédome triste:
yo también te quisiera acompañar. 20
   Quisiera visitar esas regiones
donde las ruinas que ama el trovador
se levantan pobladas de visiones
que nos hablan del tiempo que pasó.
   ¡Ah! ¡quién contigo visitar pudiera 25
aquella Roma que tan grande fue,
y esa Grecia tan bella y hechicera,
maestra de las artes y el saber!
   ¡Quién pudiera en tu nave voladora
pasear de sus deseos la inquietud, 30
del Occidente a la brillante Aurora
y del helado Septentrión al Sur!
   Mas ya movidas del propicio viento,
se ven las blancas velas desplegar:
éste es, amigo, el último momento: 35
¡adiós! es fuerza separarnos ya.
   Cuando interponga la distancia un velo
que las costas te vede distinguir,
y cuando solo mires mar y cielo,
entonces ¡ay! acuérdate de mí: 40
de mí que quedo en este triste mundo,
negro e inquieto y borrascoso mar,
mar más embravecido y más profundo
que el que tú te preparas a surcar.

1854.               



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Las aves de la tarde



                           ¿A dónde partís tan lejos,
tristes aves de la tarde,
que a los cansados reflejos
del día que va a expirar,
atravesáis en bandadas 5
el firmamento sombrío,
y atrayendo mis miradas,
me hacéis de pena llorar?
   ¿Por qué en contemplaros hallo
una dulzura secreta 10
y agitan mi mente inquieta
mil recuerdos en tropel?
¿Por qué de deseos vagos
el corazón siento lleno,
y estremecido, mi seno, 15
gimo sin saber por qué?
   Cuando se pierde en las nubes
vuestro plañidero canto,
siento un misterioso encanto
de placer y de dolor: 20
¿Por qué así vuestro gemido
me entristece y me consuela?
¿Quién hace que así se duela
y se alegre el corazón?
   Decid, ¿qué secreto instinto 25
os mantuvo siempre errantes,
siempre inquietas y anhelantes
de otro mas bello lugar?
¿Nada amáis tal vez vosotras
que detenga vuestro vuelo? 30
¿En el anchuroso suelo
no tenéis patria ni hogar?
   En mi alma también existe
un instinto misterioso
que me tiene siempre ansioso 35
de otro mundo, otra región:
cual huracán prisionero,
dentro del pecho se agita
esta ansiedad infinita
que me llena el corazón. 40
   Cuando en occidente muere,
el sol en su lecho de ondas,
y nuestros oídos hiere
de la campana el clamor;
cuando la noche se acerca 45
con sus sombras silenciosas,
y mil voces misteriosas
forman un vago rumor;
   entonces yo me entristezco
y gimo profundamente, 50
y empiezan mi triste mente
mil recuerdos a agitar,
y mi alma intenta lanzarse
hacia un bien desconocido
cuyo instinto habrá nacido 55
en otro mundo quizá.
   ¡Ah! yo soy tan desgraciado
como el triste prisionero
que, a su alta torre asomado,
ve el suspirado país 60
donde nació, dibujarse
en la vasta lejanía,
y mira el distante día
en sus montañas morir.
   Sin cesar, do quiera pienso 65
en ese lugar dichoso
donde el ansiado reposo
encontrar al fin podré.
Este mundo no es mi patria;
de esas nubes tras el velo 70
está; mi patria es el cielo:
¡cuándo allá podré volver!
   Peregrinas del espacio,
deteneos un momento:
¿no me oís? el raudo viento 75
muy lejos os arrastró.
Si escuchasteis mis gemidos,
tristes aves plañideras,
sed vosotras mensajeras
de mis votos al Señor. 80

1851.               



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Recuerdos

(Fragmento)



                          Me acuerdo siempre: era una tarde triste
el sol se hundía entre las olas ya:
y tú ya no te acuerdas? me dijiste
que nunca te podrías olvidar.
La brisa suspiraba tristemente 5
sobre las aguas del dormido mar,
y las sombras confusas de la tarde
sobre ellas se apiñaban más y más.
   ¡Cuánto amor se leía en tu semblante!
¡Cuánta tristeza en tu pupila azul! 10
¡Y no te acuerdas ya de aquella tarde!
Nunca creí que la olvidaras tú.
   Dime, tu pecho, tan ardiente un día,
tanto la vida con su soplo heló,
¿que no escuchas jamás en tus ensueños 15
de lo pasado la doliente voz?
   Al expirar el sol en occidente,
mientras las nubes siguen en tropel
su lúgubre carera por el cielo,
¿no te entristeces, como yo, mujer? 20
   ¿No piensas ver en la expirante hoguera
la imagen moribunda de tu amor?
¿No recuerdas que así también moría
entre las nubes esa tarde el sol?
¿No piensas ver las sombras de otros tiempos 25
riendo tristes acercarse a ti?
¿No escuchas sordas y dolientes músicas
vagar por los espacios y morir?
   ¿Se agotaron tus lágrimas acaso,
de nada te entristeces, y jamás 30
en lo pasado? ¡Ah! ¡quién pudiera!
¡Ah! ¡quién pudiera, como tú, olvidar!
   No te amo ya; mas la profunda herida
que me hizo tu amor siempre está aquí;
y aunque quiero olvidarte, noche y día 35
miro do quier tu aparición gentil.
   ¡Ah! ¡cuando pienso que de aquellas horas
ni una tan solo volverá jamás,
que ya no habré de verte enamorada
mirarme largamente y suspirar; 40
   entonces siento inmensas amarguras
y mi alma se estremece de dolor,
y en el desierto porvenir no encuentra
ni un consuelo mi triste corazón!
   Te amo como eras en aquellos días, 45
dulce, tierna, purísima, idëal,
¡ángel hermoso que bajó del cielo
para venir mi vida a consolar!
   Es tu imagen en mi bello retrato
que, aunque el modelo envejecer se ve, 50
siempre lozano y juvenil se muestra,
que eterna juventud le dio el pincel.
   Y ahora te aborrezco: con sus brazos
ciñeron tu beldad amantes mil;
aun es bello tu rostro, mas el alma..... 55
y el alma fue lo que yo amaba en ti.....
...........................................................
No, ya no más acuerdate del cielo
y a é1 levanta tus alas, corazón:
sólo allá, sólo allá podrá apagarse 60
la sed que sientes de infinito amor.

1854.               



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La cautiva



                             «En vano a mis plantas veo
desparramado un tesoro,
en vano de piedras y oro
resplandece mi prisión:
el recuerdo de otros tiempos 5
entristece el alma mía,
y tenaz melancolía
Me consume el corazón.
   Aves que cruzáis el cielo
al oscurecerse el día, 10
y que en anheloso vuelo
a otras regiones partís,
descended a la ribera
desde las etéreas salas,
y llevadme en vuestras alas 15
al lugar donde nací.
   Y vosotras, oh viajeras
rápidas olas sonantes,
que a ignotas playas distantes
miro partir sin cesar, 20
reventad en la ribera
de los lugares amados
donde mi madre me espera,
presa de inmenso pesar.
   Decidle que siempre lloro 25
tan larga prolija ausencia,
y que al cielo siempre imploro
que me devuelva a su amor;
contadle que con vosotras
se mezcló mi triste llanto, 30
y decidle mi quebranto
y mi infinito dolor.
   Cuando salí de mi patria,
sólo diez años tenía:
¡Oh triste y amargo día 35
de eterna recordación!
Los piratas me arrancaron
de los brazos de mi madre,
y mataron a mi padre
que me defendió cual león. 40
   Recuerdo que cuando el buque
de la orilla se alejaba,
a mi madre oí que enviaba
su despedida postrer:
corí a la popa, y entonces 45
la vi ondear su pañuelo,
y luego mirar el cielo,
y desmayarse, y caer.
   ¡Cuán en vano pedí entonces
que hicieran parar la nave, 50
y por los aires, cual ave,
hasta mi madre volar!
Mirando estuve la costa
con ojos húmedos, hasta
que no vi sino la vasta 55
circunferencia del mar.
  A un príncipe de estas tierras
por los piratas vendida,
doliente paso mi vida
llorando el tiempo que fue: 60
¡Ah! ¡quién pudiera gozarte
otra vez, tiempo dichoso!
¡Quién tus montes, pueblo hermoso,
trepar con ligero pie!
   ¡Quién pudiera allá en la tarde, 65
de la solitaria estrella
reflejada la luz bella
en tu puro lago ver!
Y cruzando la pradera,
cuando la noche llegara, 70
madre mía, ¡quién pudiera
a tu regazo volver!
   En lágrimas me deshacen
mis dulces memorias tristes:
tiempo feliz, ya no existes 75
y no volverás jamás:
al menos, aunque pasado,
nunca pierdas tus encantos,
nunca tus recuerdos santos,
me permitas olvidar. 80
   Un dulce presentimiento
que nunca en el alma muere
me dice que espere, espere
volver a mi patria al fin:
pise yo la tierra amada, 85
bese el rostro de mi madre
y el sepulcro de mi padre,
y podré después morir.
   Como un ángel, acompáñame
oh esperanza, mientras viva:» 90
y de la triste cautiva
aquí el acento expiró;
a una roca su cabeza
apoyó en su mano fría,
y la inmensa mar sombría 95
contemplando se quedó.

1854.               



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A mi padre



                               Si justo elogio sincero
escucho en ajeno labio,
que alaba en ti al caballero,
al padre, al esposo, al sabio,
al amigo y al guerrero; 5
   Con justa causa me aflijo,
viendo que a extraños la suerte
dio la dicha y regocijo
de tratarte y conocerte,
y no a mí que soy tu hijo. 10
   No, no hay desdicha ninguna
como que la Parca aleve
del tierno padre desuna
a niño que aun duerme en cuna
y humano alimento bebe. 15
   Dígalo yo, pues aun no
hube el mes cuarto cumplido,
cuando mi padre murió:
todos le habéis conocido,
¡Oh hermanos, excepto yo! 20
   Al dolor que el pecho siente
creces el recuerdo da
de que, al nacer tu Clemente,
estabas en viaje ausente
de que no volviste ya. 25
   Y así jamás tierno beso
en mi faz, oh padre, fue
por tu amante labio impreso,
ni en ser nunca me alegré
de tus brazos dulce peso. 30
   Y agonizaste, lejano
de tus hijos y tu esposa;
ni cerrarte amiga mano
los ojos, pudo amorosa,
que nos buscaban en vano. 35
   Moriste entre extraña gente,
a tu muerte indiferente:
¡Ah! ¡cuánto mas te valiera
lidiando en batalla fiera,
sucumbir gloriosamente! 40
   Si para consuelo nuestro
existieras todavía,
fuérasme en la vida diestro,
amoroso, experto guía,
y dulcísimo maestro. 45
   ¿Qué reprensión blanda y pía
no me sonara en tu labio?
Justo exceso, demasía
del mismo amor, que no agravio,
tu castigo me sería. 50
¡Con qué atención y placer
las inmortales hazañas
con que el antiguo poder
y yugo de las Españas
pudo América romper, 55
Fuérame dado escucharte!
Hazañas de que testigo
mereciste ser y parte
(con noble orgullo lo digo)
por el denuedo, y el arte. 60
   Mas ¡ay de mí! que, en lugar
de tan feliz y süave
vida que pude gozar,
odiada orfandad me cabe:
¡Desdicha inmensa y sin par! 65
   Que hizo más extraña y fuerte
el que entonces no pudiera
llorar, oh padre, tu muerte,
que ni ese alivio siquiera
quiso dejarme la suerte. 70
   Pues tan tierno simple infante
preciar ni entender podía
desventura semejante;
y ¡acaso entonces reía
mi ledo infantil semblante! 75
¡Ah! por qué la muerte en mí
no se cebó, y el desierto
de la vida huyendo así,
¡ah! por qué no te seguí,
¡apenas nacido, muerto! 80
Por desgracia tan impía,
sirve solo de consuelo
pensar, oh padre, que un día
te conoceré en el cielo.

1855.               



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La oración



                           Ya de suena de la santa Ave María
la solemne campana, que el ocaso
llorar parece del lejano día:
   Como de encanto súbito por caso,
Sucede hondo silencio de repente, 5
al urbano bullicio; el presto paso
   detiene al son la pasajera gente,
que con rápida mano la cabeza
a 1os cielos descubre reverente;
   y la salutación gloriosa reza 10
con que el arcángel anunció a María
que, sin perder su virginal pureza,
   en sus entrañas Dios encarnaría;
y Lima toda, de silencio llena,
en su santo pensamiento se une pía. 15
   Mas rápida cambiar se ve la escena,
cuando cesan las santas campanadas;
y ya de nuevo donde quiera suena
el rumor de coloquios y pisadas.

1855.               



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A España



                             Un día, España, en tu anchuroso imperio,
moviendo el sol el refulgente paso,
jamás hallaba tenebroso ocaso
al ir de un hemisferio a otro hemisferio;
   cual ya al romano, así al valor iberio, 5
el ámbito del orbe vino escaso:
mas a tu antigua majestad, acaso
iguala tu presente vituperio.
   De tal altura a sima tan profunda
te hizo caer del hado la inconstancia, 10
que Roma el mundo te llamó segunda:
   Dad escarmientos a Inglaterra y Francia,
y teman que en abismo igual las hunda
su proterva ambición y su arrogancia.

1855.               



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Deseo



                            Pláceme contemplar desde la playa
el infinito mar que me convida
a que del patrio suelo me despida
y a otras riberas venturosas vaya.
   Del lejano horizonte tras la raya, 5
al umbral de otro mundo parecida,
tal vez mas dulce placentera vida
y mas felices moradores haya.
   Oh naves que a la aurora, al occidente,
al sur partís y al septentrión, ¡quién fuera 10
con vosotras! Mas ¡ay! que solamente
   me es dado vuestra rápida carrera
seguir con la mirada y con la mente:
¡Y la dicha tal vez allá me espera!

1855.               



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A un niño



                             En el puro azul de cielo
de esos ojos que en mí fijas,
en las doradas sortijas
de tu finísimo pelo,
y de tu corpóreo velo 5
en las otras ricas galas,
hermoso niño, te igualas
con los ángeles de modo,
que para serlo del todo
solo te faltan las alas. 10
   ¡Cuan dulce descanso son;
de mis pensamientos graves
tus palabras que aun no sabes
decir con entero son;
tu infantil conversación, 15
tu preguntar inocente,
tu labio que nunca miente,
y la consonante fe
que a cuanto dicho te fue
concede fácil tu mente! 20
   ¡Goza, goza, rubio infante,
de tu ventura presente:
ríe, core, juega, aumente
tus contentos cada instante;
nunca de noche te espante 25
medroso duende, y tus sueños
de ángeles cual tú pequeños
te ofrezcan la grata imagen,
que a jugar contigo bajen
Cariñosos y risueños! 30
   Pero ¿por qué de repente,
y cuando más me recrea
tu vista, importuna idea
viene a entristecer mi mente?
como tú, feliz, rïente, 35
era yo en aquellos años
al mal y al dolor extraños;
mas sueño los juzga ahora
mi alma que sin cuento llora
dolores y desengaños. 40
   ¿Con que (1) te habrán de afligir
los que a mí me afligen hoy?
Temblando, al pensarlo, estoy,
niño, por tu porvenir.
Y ¿habrá de ser tu vivir 45
como mi vivir? ¡Ah! ¡no!
Y, si ya Dios decretó
días negarte serenos,
¡nunca te veas al menos
tan infeliz como yo! 50

1855.               



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A la quina



                           Febrífuga corteza, de la humana
enferma gente celestial tesoro,
por el que más que por su plata y oro
el mundo debe a la región peruana:
   ¡Cuántas gracias te rinde el alma ufana! 5
Por ti se enjuga mi encendido lloro;
tú vuelves la salud a la que adoro,
y a su semblante la nativa grana.
   Por ti de nuevo blancos velos viste,
y sus divinas perfecciones muestra 10
a Lima, con sil ausencia sola y triste;
por ti en el baile alegre con su diestra
mi diestra junto, y venturoso enlazo
su talle estrecho con mi amante brazo.

1855.               



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Al Perú



                           No tanto el rico abono te insolente
que hoy tan famosa te hace cual ya el oro,
que no es eterno, oh patria, tal tesoro
y su fin aceleras imprudente.
   De haberlo poseído vanamente 5
te ha de quedar entonces el desdoro,
y la miseria y el inútil lloro
del que en hora tardía se arrepiente.
   Que, aunque mil fuentes de riqueza tienes,
todas por ésta tu confianza olvida, 10
con que justo será que luego penes:
   Teme que cuenta el Creador te pida
de tantos raros malogrados bienes
de que indigna la tierra te apellida.


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A Rossini

Después de haber oído por primera vez la plegaria del «Moisés»



                            Aún me parece que en el Cielo santo
con desusada gloria
en medio de los ángeles estuve
a donde de tu canto
la constante memoria 5
de nuevo el alma estremecida sube:
mas di Rossini, dime
si propicio querube,
celeste amigo que tu canto inspira,
en noche solitaria 10
te enseñó el más ardiente y más sublime
himno que sabe su divina lira,
en esa pura celestial plegaria;
o si tú mismo al cielo suspendido,
al angélico coro 15
¿la escuchaste cantar en harpas de oro,
con ella absorto el soberano oído?
   Por esa hora dichosa,
por el celeste olvido
del mundo, de mí mismo, de mis males; 20
por el alto placer que mi alma endiosa,
a tu valor divino desiguales,
estos versos te envío agradecido,
¡oh delicia y amor de los mortales!

1855.               



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Rossini y Mozart



A uno que me preguntó cual de estos dos músicos me parecía mayor



                          Entre Rossini y Mozar
Sentencie otro la porfía
por el primero lugar,
no quien, cual yo, se extasía,
en lino y otro a la par. 5
   Cada cual es el primero;
y, sin sentenciar jamás,
siempre el que escucho postrero
es el que me gusta más,
y aquel que entones prefiero. 10
   Si dignos entrambos son
de que la dulce Cecilia
cante su música en Sión,
con la angélica familia,
de aquellas harpas al son; 15
   si el uno escribió «Don Juan»
y «Moisés» el otro, ¿vano
no es inquirir con afán,
si merece el italiano
la palma, o el alemán? 20
¿Quién entre una y otra estrella
de Géminis luminoso
dirá cual es más bella,
si en claro fulgor hermoso
gemela es ésta de aquélla? 25
   Y así, sin dar el laurel
a ninguno de los dos,
baste decir que con fiel
igualdad no creó Dios
mas rival de éste aquel. 30

1855.               



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Mis sueños



                             Cuando abrumado me siento
con los males de la vida,
y mi dolor la medida
excede del sufrimiento;
   tú, dulce sueño profundo, 5
ser mi único alivio sueles,
pues traspaso los dinteles
contigo de aqueste mundo.
   ¡Cuán dichoso soy, si duermo!
¡Cuán diverso el paraíso 10
que mis dulces sueños piso
de este tristísimo yermo!
   Y sus altos moradores,
¡Cuánto más bellos y buenos
y afables que los terrenos, 15
y en mente y saber mayores!
   Luz que vista y alma alegra
brilla, allí tan pura y clara,
que con ella semejara
triste nuestra luz y negra. 20
   Donde quiera sin cesar
blanda música se siente,
que envuelve, cual nuevo ambiente,
aquel sagrado lugar!
   Flores mil veces más bellas 25
que las de nuestros jardines,
lirios de luz y jazmines
que vencen a las estrellas
   cría ese eterno pensil,
y libres corren por él 30
de dulce fragante miel
y néctar arroyos mil.
   Si os sucede vez alguna
hallarme al sueño rendido,
no me despertéis, os pido, 35
porque el vivir me importuna.
   Y me acomete un pesar
tan hondo, cuando despierto,
que quisiera haberme muerto
para nunca despertar; 40
   y por templar mi aflicción,
en convencerme me empeño
de que es la verdad el sueño
y la vida la ilusión.

1855.               



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A Flérida



                        ¿Qué has hecho, ingrata Flérida, que has hecho?
¡Así a tu amante dejas, y a un anciano
por un vil interés vendes tu mano
a que solo el amor tiene derecho!
   ¡Ay! ¡qué vida te aguarda! en mesa, en lecho, 5
do quier al lado de ese espectro humano,
tu dulce amante extrañarás en vano,
que no se vende con la mano el pecho.
   No marmóreo palacio, áurea carroza,
claros diamantes, ni real boato 10
la pena aliviarán que te destroza:
   mas que tal vida y el continuo trato
de tu odiado consorte, en pobre choza
con tu amante vivir te fuera grato.


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A Colón



                        Descubridor de un mundo y adivino,
¡quién añade a mi lira cuerdas nuevas!
¡quién da a mis manos el laúd divino
del lírico de Tebas,
o de aquel por quien osa 5
la palma a Tebas disputar Venosa!
¡Lograra entonces con ingenio y arte
dignos de tu grandeza celebrarte!
Que igualarla tan solo alcanzaría
de aquellos dos el portentoso metro 10
a quien corona y cetro
dio del lírico canto Poesía.
Mas, aunque remontarse no presumen
de tu grandeza hasta el remoto cielo
las cortas alas de mi infante numen, 15
en entusiasmo tanto
tu rara celsitud mi pecho inflama,
que me fuerza a juntar mi humilde canto
con el sonoro aplauso de tu fama.
   Yo, que hijo soy del mundo descubierto 20
por tu divino acierto,
que sin ti de los mares de la nada
jamás saliera de la vida al puerto,
mi agradecida voz es bien que añada
a tan glorioso universal concierto: 25
y aunque con verso inculto
indignamente tu alabanza trate,
es cantarte, oh Colón, forzoso culto,
saro deber de americano vate.
   Mi amor mi audacia excusa, 30
no la ofrenda desdeñes de mi musa;
que acaso fuerzas y vigor un día
y en el difícil arte la destreza
ayuntando a su ingénita osadía,
podrá, mi numen, que a volar empieza, 35
menos indigno canto dedicarte;
y dilatar así por toda parte,
tu nombre no, que el universo llena,
sino el de tu cantor, hoy en olvido
y odiosa y vil oscuridad sumido. 40
   Pero nunca será el ingenio mío
el que, igualando tan sublime tema,
entre los hijos de Caliope y Clio
logre la palma merecer suprema,
a más dichoso vate reservada 45
que a ti consagre el épico poema
que ha de vencer a la divina Iliada.

-

   ¿Cuál, entre los varones inmortales
que, de virtud y de grandeza ejemplo,
celebran de la tierra los anales; 50
cuál hay que en sí reúna
tantas glorias y tales
cuantas en ti resplandecer contemplo,
oh sólo a quien no falta gloria alguna?
que en ti, de su obra el Creador contento, 55
juntó adivinador entendimiento,
constancia vencedora de fortuna,
valor de que se espanta el Valor mismo
y que halla en el peligro su elemento;
irresistible mágica elocuencia, 60
fe de santo y piedad, de rey clemencia...
Mas ¿dónde así me abismo?
ni ¿quién sintió jamas vanos antojos
de contarle a la mar toda su arena,
o sus hermosos rutilantes ojos 65
a la noche de estío más serena?
   Tantos semblantes tu grandeza muestra,
lograr pudiste tan diversas palmas,
cual si te diera la divina diestra
en muchas vidas diferentes almas: 70
y si en mil y mil héroes te divides,
cada cual de ellos basta
A ser de los mayores
que cantan de la fama los loores.
¿Qué Teseo ante ti? ¿Qué ante ti Alaídes? 75
¿O el que, en busca del áureo vellocino,
por peligrosos campos de Neptuno,
nunca surcados antes de otro alguno,
más avaro que audaz se abrió camino?
¿Que en fin cuantos endiosa 80
remota antigüedad y mentirosa
en pródigas ficciones lisonjeras?
Exceden sus fantásticas hazañas
las tuyas verdaderas:
que en héroe ideal o semidiós fingido 85
la fábula ingeniosa en vano aspira
a ofrecer tu trasunto y tu figura
y a igualar tu verdad con su mentira.
   Entre las grandes famas de la historia
resplandece tu gloria, 90
bien así cual descuella,
entro las cinco en que se parte el mundo,
la región portentosa
que arrancaste al océano profundo.

-

a la capacidad venía estrecho 95
de tu gigante pecho
el mundo conocido hasta tus días;
otro mundo mayor necesitabas,
y así tal vez en tu anhelar decías:
«será que del planeta, 100
de los humanos natural morada,
la contraria mitad entera invada
el horrendo océano inhabitable?
No: mi ambicioso corazón desdeña
en tierra aprisionarse tan pequeña: 105
inmenso solitario continente
guarda la mar de Atlante prisionero;
y al que los ojos miran de mi mente
de cerca osado contemplar espero:
de la suerte la envidia no lo estorbe, 110
y seré yo el primero
que dé la vuelta, como el sol, al orbe:
Yo salvaré las lindes y señales
que de océano incógnito el misterio
y horror de los mortales 115
hoy ponen a la tierra apequeñada,
y antípoda hemisferio
sumido dejan en segunda nada.»
   Tu patria preferida,
Venecia rica y en el mar potente, 120
y el lusitano y el francés monarcas
desdeñaron tu espléndido presente
y el valioso laurel de cien comarcas:
cual suele, el mundo te llamó demente;
y los que el mundo sabios denomina 125
con su ciencia mezquina
medir quisieron tu gigante numen
y mente creadora
que, sola, sabe lo que el mundo ignora.
¡Y a punto estuvo la envidiosa huesa 130
de hundir contigo tu divina empresa!
Y por siglos sin cuento
se dilatará el gran descubrimiento
que concebir y ejecutar podía
tu ingenio solo y sola tu osadía! 135
   Mas no cedes, y al cabo a la dichosa
presencia de magnánima princesa,
que levantarse a comprenderte pudo,
te guió la amistad; fe generosa
concede a tu promesa; 140
y uniendo en fuerte nudo
su gloria con la tuya,
nunca será que el tiempo la destruya.

-

Y a romper de los mares las cadenas
y descubrir su pavoroso arcano 145
de playas españolas al fin sales:
¡Cuán heroicas escenas
Mirar pudo el atónito océano,
que no tuvieron en la tierra iguales!
   La chusma, en vano del terror esclava, 150
con tempestuosos gritos te intimaba
que la sonante quilla
rauda volvieras a la patria orilla:
¿Rayos brotaba tu semblante augusto?
¿Hablaba un dios por tu inspirada boca, 155
que así la saña y el valiente susto
domar pudiste de esa turba loca?
¿Dejaba acaso los felices cielos
alado mensajero de Dios pío,
para traerte fuerzas y consuelos? 160
Al mirar siempre en torno cielo y onda,
y eterno centro tu veloz navío
ser de la mar redonda,
¿temor no te asaltaba
que nuca, nunca, de acabar hubiera, 165
o allá tan solo donde el orbe acaba,
aquel trémulo llano y tu carrera?
¡Y sólo a ti no consiguió vencerte
el ciego horror que a tantas
almas amedrentaba, aunque españolas, 170
y por do apenas, de pavor confusa,
osa seguirte la valiente musa!
Viendo que tan seguro te adelantas
por medio de aquellas misteriosas olas,
¿quien no dirá pasmado 175
que privilegio celestial consiente
a tus miradas solas
América remota estar patente?
¿O que no es ya para tus plantas nueva,
y que a su rica playa 180
no es hoy cuando te lleva
por vez primera tu impaciente nave
que la ancha senda que surcó ya sabe
y va segura adonde el sol desmaya?
   ¿Mas no temes (2) que sea 185
hija de engaño tu atrevida idea?
¿Ni un instante la duda
la fe combate que tu pecho escuda?
Piensa en el justo escarnio que te espera
en la hispana ribera, 190
si no es tu extraño pensamiento cierto;
dado que al fin a puerto
de la distante tierra
tu nave frágil a llegar acierte,
y huyas la horrenda misteriosa muerte 195
que en los abismos de la mar se encierra...
Mas mis voces desoyes, y adelante
tu leve carabela,
que a tu impaciencia perezosa vuela,
diriges impertérrito y constante. 200
   Sí, firme sigue, sin reposo avanza,
no llorarás perdida tu esperanza:
Constancia tan tenaz, fe tan ardiente
dignas se ostentan de que Dios por ellas
mundos al mundo, liberal, aumente 205
y al firmamento estrellas;
y si el mundo que llevas en la mente
no existiese en la tierra todavía,
la diestra omnipotente
tan solo para ti lo crearía. 210

-

   Y llega, y llega la anhelada llora,
y a tu absorta mirada
se presenta la tierra adivinada,
al rico albor de tropical aurora;
verde, feraz, magnífica, opulenta, 215
no ajada su beldad por los humanos,
a tus ojos ostenta
el virginal semblante
con que salió de las divinas manos.
   Como Dios en el día del reposo, 220
al contemplar el universo infante,
se recreaba en el secreto seno
de su inmensa grandeza creadora:
tal de un placer que el pensamiento ignora
el pecho sientes rebosarte lleno, 225
al contemplar el mundo
del cual tú fuiste creador, segundo.
   Gózate, sí, descubridor sublime,
que has acabado la mayor hazaña
que vio la edad pasada o ver espera 230
la edad advenidera:
El mundo que hoy arranca al océano
tu osado numen, tu constancia extraña
es de todos los mundos soberano:
sus montañas, del cielo cual pilares, 235
de oro se encumbran y de plata llenas,
y de sus ríos, que semejan mares,
son oro las arenas;
son edenes sus vastas praderías
y son sus noches días: 240
cuan bello rico y cuanto rico vasto,
tres mundos a la par contrapesando,
del orbe la mitad ocupa sólo;
su talle en derredor la zona ardiente
ciñe, cual ancho cinturón de fuego, 245
y es un polo corona de su frente
y estrado de su planta el otro polo.

-

   Vuele a henchir de profunda maravilla
la vieja Europa tu triunfal regreso;
hinche de orgullo la feliz Castilla 250
que tu promesa, para el vulgo insana,
cumplida palpe con inmenso exceso,
y se engría, de un mundo soberana:
y arrebatada entonces,
en celebrar tan único suceso 255
canse la Fama sus sonantes bronces:
La Fama que por ti dilatar pudo
En ámbito mayor tu excelso nombre,
sin que a tu nombre baste
digno de más, el mundo que doblaste. 260
   y cual de hado enemigo, los rigores
probaron tu invencible sufrimiento,
en medio de la dicha y los honores
muestra darás de tu templanza heroica;
que de la suerte al inconstante, viento 265
las grandes almas, de la tuya hermanas,
no obedecen livianas,
de escollo empinadísimo al estilo
que el piélago, ya manso, ya furente,
encuentra siempre inmóvil y tranquilo 270
y a sus mudanzas mil indiferente.
   Y te está bien esa igualdad del alma,
que tardan poco los veloces años
en darte sus usados desengaños,
y en olvidar los hombres tus inmensas 275
portentosas hazañas
que jamas igualarán recompensas:
malvados, viles, envidiosos pechos,
hombres no, pero monstruos infernales,
atán con férreos lazos 280
tu débil planta y tus ancianos brazos!
¡Y no ya en triunfo, cual la vez primera,
que eterno para ti durar debiera,
mas aherrojado como vil pirata
o malhechor insano, 285
llegar te mira la nación ingrata
a quien un mundo regaló tu mano!
   ¡Cual tu vivir entonces lastimero!
¡Cuán cruda y largamente la Amargura
apurar te hace su colmada copa 290
hasta que el mudo acero
corta de Atropos tu vital estambre!
Y ¡oh vergüenza de Europa!
¡Oh del siglo baldón no encarecido!
¡A las congojas de miseria y hambre 300
gimió tu santa ancianidad sujeta!
¡Y el más rico varón que el tiempo vido,
de quien era el caudal medio planeta,
murió como el postrero desvalido!

-

   Si, que en el mundo que habitar nos cabe 305
es la desdicha fiera
calidad de grandeza verdadera.
Nada turbe tu paz, oh Dios humano;
que, si tu mortal vida
fue por tantas desgracias afligida, 310
no habrá edad que la gloria no acreciente
de aquel que pudo completar la tierra,
hallando el misterioso continente
que el porvenir del universo encierra.

1856.               



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A Lima



                        ¡Cuánto tus días serenos,
dulce Lima, echo de menos!
¡Cuánto extraño
de tu clima la blandura,
tu primavera que dura 5
todo el año!
   En esta región do eterno
durar anuncia el invierno,
donde va
uno de otro día en pos, 10
ni asoma el astro que dios
te fue ya;
   y envuelto en oscuro manto,
derrama el cielo su llanto
sin cesar, 15
y del frío el rigor ciego
me encadena junto al fuego,
del hogar;
   y en el silencio y la calma
de mi estancia siento el alma 20
siempre triste,
que de la naturaleza
la contagiosa tristeza
me la viste.
   Jamás la lluvia iracunda 25
en sus piélagos te inunda
resonantes;
solo la Noche o la Aurora
líquidas perlas te llora
y diamantes. 30
   Nunca brilló a tu mirada
del relámpago la espada,
ni a tu oído,
de blandas músicas lleno,
sonó del hórrido trueno 35
el rugido.
   Muy mas claras que los días
de estas regiones sombrías
son tus tardes:
tiempo en que vuelva de Lima 40
al templado elíseo clima,
ven, no tardes.

1856.               



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A mi hermana Grimanesa,

Con motivo de la muerte de su hija Eufemia, niña de tres años



                           No desesperada, llores,
así de tu hija la muerte,
ni maldigas de la suerte
los aparentes rigores;
   que, siempre que deja un niño 5
la dura región del suelo,
es porque le lleva al cielo
de Dios piadoso el cariño.
   Y en vez de la veste negra,
indicio del alma triste, 10
de blancas galas te viste,
y en santas fiestas te alegra.
   Pues, por merced especial,
ha sido admitida Eufemia
a la gloria en que Dios premia 15
a los que evitan el mal:
   a cuantos. aquí en la tierra,
con heroicos corazones,
vencieron de las pasiones
la dura constante guerra. 20
   El hondo dolor pues calma,
y no pongas en olvido
que, sin haber combatido,
tu hija ha logrado la palma.
   Vela en Sïón soberana 25
lograr feliz acogida,
por ángeles recibida
como una esperada hermana.
   Allí suplica al Señor,
pues ni el cielo te olvida, 30
que de la madre afligida
temple el agudo dolor.
   ¡Ah! ¡quién tu felicidad
gozando, Eufemia, estuviera!
¡Por qué no morí, cuando era 35
niño de tu misma edad!
   Que no aguardan la enemiga
tristeza y los desengaños
al número de los años:
mi triste pecho lo diga. 40
   Pues desde mi hora primera
diez giros y diez tan solo
en torno al dorado Apolo
cumplió la terrestre esfera,
   y tan breve vida ya 45
es a mis desdichas larga;
como a quien pesada carga
en hombros llevando va;
   que, como llegar ansía,
por verse libre del peso, 50
larga y penosa en exceso
se le hace la corta vía.


1856.               



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A la tarde

                           ¡Yo te saludo, dulce encantadora
indefinible hora,
donde se unen y mezclan noche y día!
¡Hora de suave calma
y de vaga inefable poesía! 5
   ¡Oh romántica virgen sonadora!
a tu triste beldad ceda la palma
la rozagante Aurora:
que su faz leda y su mirada viva
menos al tierno corazón agrada 10
que tu faz pensativa
y dulce melancólica mirada.
   ¡Qué bella eres, qué bella,
ostentando en la frente
como un diamante, la amorosa estrella, 15
mientras el sol que brilla
con moribunda luz en occidente
arrebola tu pálida mejilla!
   ¡Qué bella, cuando a veces sol y luna
en ti el sereno firmamento aduna, 20
cual de un palacio la mansión gloriosa
junta a un monarca y a su excelsa esposa!
   ¡Cuánto me plugo siempre en tu reposo,
de la ciudad huyendo
la confusión y estruendo, 25
irme poetizando silencioso
a los campos mas tristes y desiertos,
do sólo llega el son de la lejana
plañidera campana
que habla de es ausentes y los muertos! 30
Y lejos de los hombres y del vano
conversar ciudadano,
las más altas verdades,
moradoras de augustas soledades,
allí, vate filósofo, medito, 35
y el destino del hombre y lo infinito,
y en silencio converso
con el alma que llena el universo!

1856.               

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El desgraciado



                           «Solo me miro en la tierra;
cual con tenaz enemigo,
están las cosas en guerra,
desde que nací, conmigo;
y un espíritu a mí adverso 5
reside en el universo.
   »No consiente el mar turbado
que a surcarle yo me atreva,
y la tierra mal su grado
en sus espaldas me lleva, 10
y me tienen odio ciego
aire, tierra, mar y fuego.
   »Mujer ninguna me ama,
ni me es ningún hombre amigo,
y es; emblema de la llama 15
a que da mi pecho abrigo,
volcán que arde triste solo
entre las nieves del polo.
   »Cual vasta ciudad desierta
o en el sueño sumergida, 20
donde el paso no despierta
señal ninguna de vida,
se me ofrece el mundo, donde
nadie a mi clamor responde.
   »Y en vano me agito y ando 25
peregrino por la tierra,
los portentos visitando
que la vieja Europa encierra,
y que allí en la patria mía
por mirar me desvivía. 30
   »Cuando me mezclo en la calle
con la multitud festiva,
será me digo, que no halle
tal vez uno, mientras viva,
uno entre tantos millares, 35
que comprenda mis pesares?»
   «No pude en ninguna parte
del ancho poblado mundo,
oh mitad de mi alma, hallarte,
hallarte, oh mi yo segundo; 40
y de hallarte ¡oh dolor fiero!
en la tierra desespero.
   »Cual si me hubiera hecho reo
de algún tremendo delito
antes de nacer, me veo 45
por cielo y hado maldito,
y de herirme no se sacia
con sus flechas la Desgracia.
   »¡Si en este colmado abismo
de desventuras, siquiera 50
en paz yo conmigo mismo
interiormente estuviera!
Pero de mí propio siento
un profundo descontento.
   »¡No, no pose el infierno 55
más espantoso suplicio
que este descontento eterno!
Quisiera perder el juicio
y beber de mi amargura
el olvido en la locura. 60
   »Cuando esta máquina enferma
en polvo se haya deshecho,
y mi último sueño duerma
en hondo y oscuro lecho,
nadie a llorar irá junto 65
a la losa del difunto.
   »Ni plantará pía mano
ciprés que mi tumba asombre,
ni pasajero en humano
labio sonará mi nombre, 70
ni se hará jamás presente
mi recuerdo a humana mente.
   »Y en su ancho seno profundo
me esconderá tanto olvido,
como si yo en este mundo 75
no hubiera nunca existido;
y no resarcirá nada
vida tan desventurada.»
   Así una noche sin luna,
en mudo ancho despoblado, 80
del rigor de su fortuna
se quejaba un desdichado,
haciendo a sus quejas dúo
e1 triste canto del búho.

1856.               

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