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Al Rímac

(En la noche de un día de regocijo)



                                            I
   En muda calma la ciudad reposa:
y yo, de codos en tu vasto puente,
miro brillar tu rápida corriente,
que al mar se precipita bulliciosa,
   hoy del placer la taza deleitosa 5
bebió de Lima la festiva gente,
y yo la del dolor, que eternamente
de hiel amarga para mí rebosa.
   Y ahora, Rímac, tu raudal sonoro
su sueño arrulla bajo puro cielo, 10
azul dosel con lentejuelas de oro:
   ¡y yo tan solo, con perenne duelo,
de la ciudad en la alegría lloro,
de la ciudad en el reposo velo!
                    II
   ¡Cuánto crecieron con el llanto mío 15
Arno y Betis y Támesis y Sena,
testigos todos de mi larga pena
y de mi insano amor y desvarío!
   Y hoy también a tus ondas, patrio río,
mezclan mis ojos su encendida vena; 20
que en la tierra natal como en la ajena,
tenaz me sigue mi recuerdo impío.
   Y en vano busco junto a ti reposo,
y el alivio del mal que me atormenta
al refrigerio de tus ondas pido: 25
   ¡Ah! sólo del Leteo silencioso
beber puedo en el agua soñolienta
la paz profunda der eterno olvido.


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Canto guerrero

(Escrito al recibirse en Lima la noticia de la toma de las islas de Chincha)



                           ¿Y es verdad? ¿Y es verdad? ¿No nos engaña
de alada Fama la cundiente voz?
¿Pudo la flota de la aleve España
consumar atentado tan atroz?
   La acción... nombre merece de española; 5
sólo España de tanto fue capaz,
y es digno a la verdad de España sola
traer la guerra, simulando paz.
   Esa nación que de la tierra entera
era la mofa y el escarnio ayer, 10
sin solo un rayo de su luz primera,
ni sombra ya de su fatal poder;
   hoy que despierta, de su sueño apenas,
y de su larga y honda postración,
¡Loca, intenta poner nuevas cadenas 15
a los que libres para siempre son!
   ¡Un instante ligero de bonanza
la engríe y desvanece, y ya se ve,
de América señora en esperanza,
hollar su cuello con soberbio pie! 20
   ¿Mas no recuerda ya el orgullo iberio
los campos de Ayacucho y de Junin?
¿No sabe acaso que su odiado imperio
en ellos tuvo para siempre fin?
   Pues, si pudo ponerlos en olvido, 25
habrá de probar pronto su altivez
que, si los hemos una vez vencido,
los venceremos por segunda vez.
   Que antes el mar se secará, y primero
dejará de verter su luz el sol, 30
que doblemos la frente al extranjero,
que de nuevo el Perú sea español.
   Doble hoy la afrenta y el baldón seria
y doble el yugo de lo que antes fue:
primero que ser sierva, patria mía, 35
sangrienta tumba de tus hijos sé.
   Y Chile y Venezuela, toda América
jure, de Patagonia a Panamá,
que antes que vuelva a la coyunda ibérica,
de sus hijos también tumba será. 40
   Al más cobarde volverá arrojado
del patriotismo el sacrosanto ardor,
y de cada peruano hará un soldado,
de la patria indomable defensor.
   Y los magnates y el plebeyo, el blanco 45
y al que la noche de ébano la tez
tiñe, y el amarillo hijo de Manco
volarán a lograr la marcial prez.
   Y a, porfía también el sexo hermoso
muestras dará de esfuerzo y de valor: 50
y tú, peruana esposa, al caro esposo
le dirás: «vuelve muerto o vencedor».
   Y tú a la lid sangrienta, oh madre fuerte,
todos tus dulces hijos enviarás,
y, si a todos les cabe honrosa muerte, 55
sólo lamentarás no tener más.
   Y tú, doncella, al joven que te adora:
«Ofrezco, dile, a, tu amorosa fe
que tu sangrienta mano vencedora
ufana con mi diestra premiaré». 60
   ¡Jamás, jamás, oh patria idolatrada,
tanto sintió mi corazón cual hoy
ver que no puedo en tu provecho nada,
y que el postrero de tus hijos soy!
   ¡Pero no, que esgrimir al menos puedo 65
las armas que mi diestra nunca usó,
y, volando al combate con denuedo,
morir también en tu defensa yo!
   Oh en Junin y Ayacucho vencedores,
que a, tan gloriosa edad sobrevivís, 70
¿Sufriréis que tan duros opresores
dominen otra vez vuestro país?
   ¿Y podréis consentir que vano sea
tanto esfuerzo sublime, tanto afán?
¿Tanta sangre vertida en la pelea, 75
tan heroico, valor, vanos serán?
   Esos los mismos son que vuestra espada
ahuyentó en la batalla veces cien;
hiérvaos la sangre por la edad helada,
y ciñan nuevos lauros vuestra sien. 80
   ¡Ah! sí, volemos al combate todos,
juntos volemos como un solo ser:
¡Guerra, guerra sin fin! mueran los godos
que a, la tierra del quieren volver!
   ¿Y hablar osáis, piratas, de justicia, 85
de derecho y razón? rubor tened:
vuestra razón es ávida codicia,
y de oro ardiente o insaciable sed.
   Todo, todo a la tierra patentiza
que nietos sois y digna sucesión 90
de la hambrienta canalla advenediza
que conquistó esta mísera región:
   De esos que son espanto de la historia,
en quienes el valor codicia fue,
y fue codicia el ansia de la gloria 95
y el decantado celo por la fe.
   Si ardéis en ansias de guerrera fama,
y queréis fuerza y brios desplegar,
una alta empresa en vuestro suelo os llama:
recobrad el peñón de Gibraltar. 100
   Sí, que ese puerto que en hispana orilla
ostenta al mundo pabellón inglés,
de España los blasones amancilla,
y oprobio y mengua de sus hijos es.
   ¡Ésa la hazaña, la alta gloria es ésa 105
que otro noble valor pudo tentar;
mas de vosotros es más digna empresa.
indefensos tesoros usurpar!
   ¡Ah! no esperéis que quede sin castigo
ofensa tan vandálica y feroz: 110
ya con la vista vuestra armada sigo
que, vencida y deshecha, huye veloz.
   Marina del Perú, la lid te espera
mas noble y santa que aceptó el deber:
¡dichosa tú, pues eres la primera 115
que vas la dulce patria a defender!
   Y tú que a nuestros pueblos hoy presides,
y de la patria riges el timón,
tú que triunfaste en las gloriosas lides
por las que es libre el mundo de Colón, 120
   no así el combate vengador retardes:
mira que te contempla el porvenir,
y que, tras tanto ultraje, es de cobardes
la sangrienta venganza diferir.
   A combatir, a triunfar nos lleva: 125
empiece ya el cañón a retumbar;
es tiempo, es tiempo que a torrentes beba
hispana sangre nuestro airado mar.

16 de Abril de 1864.               



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A los marinos

De la Escuadra Española



                           ¡Oh de tanta maldad ejecutores!
Decid, ¿cómo pudisteis, con qué pecho,
exceder, los escándalos mayores
con la horrible perfidia de tal hecho?
   Como a extranjeros no, más como a hermanos 5
os recibieron las orillas nuestras,
y a las aleves españolas manos
francas se unieron las peruanas diestras.
   Todos nuestros domésticos hogares
os dieron fácil generosa entrada, 10
y en los largos coloquios familiares
os miró tomar parte la velada.
   Y os oyó en nuestras mesas la confianza,
ledos alzando la espumante copa,
brindar por la amistad y por la alianza 15
eternas, entre América y Europa.
   ¡Cuántas veces, ingratos, acordaos,
en ágil danza y ruedas cadenciosas
os vieron los espléndidos saraos
guïar a nuestras vírgenes hermosas! 20
   Con dulce agrado y amistad sincera
os halagamos todos a porfía,
y fuisteis recibiendo por do quiera
muestras de la peruana cortesía.
   Y bien pudisteis conocer, al veros 25
agasajados por tan varios modos,
que aquí no hay naturales y extranjeros,
e hijos de igual cariño somos todos.
   ¿Quién disimulo tal recelaría?
En paseos, en bailes, en festines 30
vuestra tenaz profunda hipocresía
supo ocultar vuestros intentos ruines.
   Y aún nos decían vuestros falsos labios:
«Dejad, hermanos, vuestra injusta idea,
»y no de España receléis agravios, 35
»que con vosotros amistad desea.
   »Sabed que como a niños os engaña
»quien a recelo y desconfianza os mueva:
»con armas conquistó la antigua España,
»pero con paz y con amor la nueva. 40
   »¿Madre amante no son o ingrata hija
»la peruana nación y la española?
»No ya a la madre odio filial aflija:
»Tornen a ser una familia sola».
   Y, mientras el Perú confiado duerme, 45
vosotros visitáis naves y puertos,
y, contemplando a nuestra patria inerme,
os alegráis, de vuestro triunfo ciertos.
   Todo fue en obra por vosotros puesto;
y para recorrer sierra y montaña, 50
os sirvió hasta la ciencia de pretexto,
cual si de ciencias se curara España.
   Y así, cuando de tanta alevosía
llegó la rauda nueva a nuestro oído,
ninguno darle crédito quería, 55
y el hecho torpe reputó fingido.
   Mas, ¿quién, en pago de amistad tan viva
temer pudiera tan cobarde insulto?
¿Ni quién de paz bajo la sacra oliva
el hierro aleve recelara oculto? 60
   ¡Oh tú, Pinzón! tú que con lengua ufana
de descender te jactas del marino
que tu nombre llevaba, y que en insana
envidia ardía de Colón divino:
   de aquel que, con sus pérfidos hermanos, 65
participando del rabioso susto
de los desalentados castellanos,
capitanearon su motín injusto,
   cuando la armada vil marinería
intimaba a Colón con ciega saña 70
dejar al punto su gloriosa vía,
y raudas proras convertir a España:
   de aquel que con su rauda carabela
se desertó por torpe sed del oro,
que siempre es oro lo que España anhela 75
poco el nombre cuidando y el decoro:
de aquel en fin que con audacia extraña,
al nauta heroico reputando muerto,
quiso apropiarse la sublime hazaña
de haber el Nuevo Mundo descubierto. 80
   ¡Y de la descendencia infamatoria
de este villano autor de alevosías,
quien consagra su desdén la Historia,
es de la que te precias y glorías!
   Negarla con rubor antes debieras: 85
¡mas tus infames pérfidas acciones
al mundo siempre pregonarán que eras
del linaje traidor de los Pinzones!
   Y tú también de quien decir mal puedo
si eres más necio y de ignorancia henchido 90
que osado e insolente, oh Mazarredo,
también es de traidores tu apellido.
   En torpeza, y en bárbara osadía,
Pinzón y Mazarredo, sois iguales:
bien os supo elegir quien os envía 95
para ministros de proezas tales.
   Y tú para quien nada es cuanto he dicho,
nada cuanto jamás decir pudiera,
tú el más inmundo y asqueroso bicho,
que hasta hoy brotó la podredumbre ibera: 100
tú que la torpe pluma y torpe lengua
siempre empleaste en alevosas tramas,
que aún de esa cansa eres oprobio y mengua,
y aun a Pinzón y a Mazarredo infamas:
tú, cuyo nombre, oh miserable, omito, 105
porque mi pluma en pestilente lodo
no está empapada, y sólo fuera escrito
dignamente tu nombre de tal modo:
   ¡Tú, aquí tan largos lustros tolerado,
tú, viva encarnación de la insolencia, 110
mostrar pudiste hasta qué heroico grado
sube nuestra magnánima paciencia!
   Crüel España, codiciosa, aleve,
que tan inicuos negros atentados
perpetras en el siglo diez y nueve, 115
y hechos que nunca vieron los pasados:
   ¡Ah! ¡cuando pienso en tan injusta ofensa,
mi sangre toda en lava se convierte,
y ardiendo el corazón en ira inmensa,
anhelo sangre y exterminio y muerte! 120
   ¡Para cubrirte de ignominia suma,
y el furor derramar de que estoy lleno,
quisiera, España, humedecer la pluma
en hiel, en vez de tirita, y en veneno!
   ¡Y pues nuevos delitos inventaste, 125
inventar nuevo idioma, nuevos nombres,
pues no hay ninguno que a expresarlos baste
en los idiomas todos de los hombres!
   Y que volara vengador mi canto,
y que volara incendiador mi verso 130
de comarca en comarca, y el espanto
te hiciera, y el horror del universo.

22 de Abril de 1864.               

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Con motivo

de vagos rumores de mediación y concierto



                           Si pisoteada fue nuestra bandera
por alevosas plantas españolas
y donde tremolaba, allí altanera
hoy tú, bandera de Isabel, tremolas;
si la insolencia de la escuadra ibera 5
surcando sigue nuestras libres olas,
¿qué decir quiere ese rumor incierto
que habla de mediación y de concierto?
   ¿Quién, cuando tan reciente está la ofensa,
y es tan notoria y cual ninguna grave, 10
quién en concierto, en mediación quién piensa?
Aquí concierto o mediación no cabe:
¿Quién sintiéndose arder en ira inmensa,
no aspira solamente a que se lave
con española sangre nuestra afrenta, 15
y sed no tiene de la lid sangrienta?
   Estos solos ser pueden los conciertos:
que a cuantos forman esa aleve armada,
o nuestras balas los derriben muertos,
o siegue sus gargantas nuestra espada; 20
y hundiéndose después en los abiertos
hondos abismos de la mar airada,
harten el hambre de voraces peces,
pagando así sus locas altiveces.
   Tal linaje de ofensa no consiente 25
sutil discurso, artificioso pliego,
ni nuestra justa cólera impaciente
que cruda guerra nos demanda, y luego;
hierro agudo, veloz plomo y ardiente,
abordaje, matanza, estrago, fuego, 30
y de sangre en el mar un lago rojo:
eso nos pide nuestro justo enojo.
   ¿Sufrirán por ventura los peruanos
que se diga que sólo en civil guerra,
en la lucha de hermanos con hermanos, 35
cuando hasta el triunfo deshonor encierra,
prontos acuden con armadas manos,
y que, en defensa de la patria tierra,
cuando la invade pérfido extranjero,
los riesgos huyen del combate fiero? 40
   Si el Perú tal oprobio consintiera
y tan negro borrón en su honra clara,
merecería que la tierra entera
como al pueblo más vil le despreciara,
y a sus menguados hijos por do quiera 45
les escupieran todos a la cara;
y fuera entonces insultar a un hombre
darle siquiera de peruano nombre.

27 de Abril de 1864.               



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Al pie del monumento de Bolívar



                           Era la hora solemne del ocaso:
y yo que el vagabundo paso lento
iba moviendo pensativo, acaso,
por donde un día alzábase el sangriento
Sagrado Tribunal, detuve el paso 5
al pie del majestuoso monumento
que alzó mi patria al héroe sin segundo
a quien debe ser libre nuestro mundo.
   Y cuando los atentos ojos hube
padecido en él, clamé: «Si a la morada 10
que cubre a nuestra mente oscura nube,
y a premiar a los buenos destinada,
algún rumor, oh gran Bolívar, sube
de nuestra triste tierra desdichada,
¿Será que a saña y a piedad no mueva 15
tu santo pecho la espantosa nueva?
   »¡No, no, jamás! y, si a tu ardiente anhelo
lo consintiera Dios, la dulce calma
ya dejando y los júbilos del cielo,
al cuerpo que animó volviera tu alma: 20
y, habitando de nuevo nuestro suelo,
lograrás otra vez la triunfal palma,
y a las hispanas huestes altaneras
¡rompieras, dispersaras, deshicieras!
   »Deja un instante el cielo soberano; 25
un instante no más torna a ser hombre;
la espada vibre tu robusta mano,
y tu presencia al enemigo asombre:
mas no te aguardará su miedo insano;
a dispersarlos bastará tu nombre, 30
cual a palomas tímidas ahuyenta
el lejano rumor de la tormenta.
   »Acude, vuela, que la gente misma
Que tú de aquí arrojaste quiere ahora,
esperanzada en nuestro interno cisma, 35
y ufana porque fácil vencedora
fue en Tetuán de la bárbara Morisma,
de nuevo ser nuestra feroz señora,
y apagar en nosotros la sed de oro
que hartar no pudo en el vencido Moro. 40
   »Vivo, Bolívar, tú, esa raza aleve,
esa degenerada gente ibera,
de las naciones europeas plebe,
que hoy osa pisotear nuestra bandera,
que hoy nuestras islas a invadir se atreve, 45
ni tan sólo el intento concibiera,
y apenas, separada por los mares,
segura se creyera en sus hogares.
   »Mas, aunque muerto, bastarán tus manes
a darnos sobre Espata la victoria: 50
pagará la insolente sus desmanes;
nuevo laurel nos ceñirá la Gloria.
De Iberia los altivos capitanes
aún conservan presente tu memoria,
que valdrá por ejército infinito 55
contra el hispano ejército maldito.
   »Tu recuerdo para ellos será espanto:
será para nosotros ardimiento,
santo coraje y entusiasmo santo,
gigantes fuerzas e invencible aliento; 60
y tu nombre será bélico canto
con que tronando nuestro libre acento
canse los ecos y los aires rompa,
al ronco son de la guerrera trompa.
   »Todos presto venid; venid, peruanos, 65
y al pie de este sublime monumento
alzad las libres generosas manos,
y haced el sacrosanto juramento
de que primero que sufráis tiranos,
caeréis en el campo ciento a ciento, 70
y que sólo entrará gente española
a vuestra tierra, despoblada y sola.
   »Con su heroica constancia no domada,
y su ingenio, y su esfuerzo sin segundo,
sacar la patria nuestra de la nada, 75
pudo Bolívar, como Dios al mundo;
cuando la Tiranía entronizada
aquí velaba con rencor profundo,
cuando todo a su empresa estorbos era,
y aún pudo al orbe parecer quimera. 80
   »¿Y nosotros, menguados, ni siquiera
podremos mantenerla independiente,
y, a las miradas de la tierra entera,
hoy defenderla de la misma gente?
¿Tanto ya nuestro brio degenera? 85
¿Y podrá la mitad de un continente
sufrir la mengua de arrastrar esclava
las cadenas que ayer despedazaba?
   »No: la obra de tu mente y de tu espada,
obra la mas sublime y gigantea 90
que vio esta edad, de admiración pasmada,
jamás receles que perdida sea:
que, aunque América estaba desarmada,
nunca lo faltan medios de pelea
a quien valor y patriotismo sobra: 95
héroe, no temas: es eterna tu obra.
   »Sí, será eterna mientras troncos haya
en la honda selva y flores en el llano;
mientras al mar el Amazonas vaya
desde el remoto origen peruviano 100
mientras do quier de América la playa
ciña cual isla inmensa, el océano;
mientras su frente el Chimborazo eleve
coronada de fuegos y de nieve.
   »Vacía su región y despoblada 105
deje España, de Gades a Pirene;
y en portentosa formidable armada,
en cuya cuenta la paciencia pene,
a las peruanas costas trasladada,
de feroces ejércitos las llene, 110
e intente y pruebe por la vez segunda
imponernos su bárbara coyunda:
   »no habrá peruano que los riesgos huya
de la tremenda desigual palestra,
aunque en mares de gente España afluya, 115
de su poder en asombrosa muestra;
a ver vendrá que, si la fuerza es suya,
nuestro el valor y la constancia es nuestra;
y buscar nos verá con pecho fuerte
romano triunfo o espartana muerte. 120
   »Y, si nos es contraria la fortuna,
no ha de regocijarse su arrogancia,
viendo que no hay aquí ciudad ninguna
que nombre do merezca de Numancia:
Tendremos mil, si ellos tuvieron una, 125
que de valor ejemplos y constancia,
cuando el hado les fuere más adverso,
ofrezcan al atónito universo... ...
   »Mas ¿adónde me arrastra mi deseo 130
y el coraje y la sed de la venganza?
¿Adónde el patrio amor? ¿No es devaneo
tan orgullosa intrépida confianza?
¿Es origen acaso lo que veo
de remontar tan alto la esperanza? 135
¿Y, a dicha, lo presento me asegura
de la peruana heroicidad futura?
   »¡Día tras día, la rosada aurora
allí donde flameó nuestra bandera
la odiada enseña de Isabel colora, 140
que a los vientos despliégase altanera!
¡Ay! cada nuevo día, cada hora
que huyendo van con ala tan ligera,
debieran, oh peruanos, parecernos
siglos de afrenta y de baldón eternos. 145
   Oh Sol, que ardientes religiosas preces
de los virtuosos Incas recibiste,
¿por qué, di, no te eclipsas y oscureces,
y negra nube tu fulgor no viste
en muestra de dolor? Ya treinta veces 150
el negro oprobio de tu pueblo triste,
al nacer y al hundirte en occidente,
ha contemplado tu ojo refulgente.
   »¡Al combate! ¡al combate! que es mancilla
que ya tanto el ataque se disponga: 155
hundamos esa bárbara escuadrilla,
Triunfo, Resolución y Covadonga:
y, pues ya su altivez cede y se humilla,
antes que en fuga vil Pinzón se ponga,
presto salgamos; que, en tal trance puesto, 160
irse podrá, si no salimos presto.
   »¡Lance ya el bronce el imitado trueno
y la ignea bala, de matar sedienta;
y en aire a trueno y rayo tan ajeno
rayos y truenos el cañón hoy mienta, 165
y en un mar tan pacífico y sereno
forme el combate artificial tormenta;
y cambie en negra noche el claro día
el humo de tronante artillería!
   »¡Sí, vamos, vamos antes que cobarde 170
veloz huya ese ibérico pirata:
temamos que quizá no nos aguarde:
ya por ventura de alejarse trata:
tal vez, cuando ir queramos, será tarde:
mengua ha de ser cuya memoria ingrata 175
sin cesar nos afrente e importune
que ese aleve ladrón se vaya impune!
   »Impune, si vivieras, no se iría,
oh padre del Perú, que justa pena
ya hubiera recibido el primer día, 180
insepulto cadáver en la arena:
o si aún con vida en tu poder caía,
con esposas y grillos cadena,
como ladrón entre ladrones preso,
pagado hubiera su inaudito exceso. 185
   »¡Ni ese andaluz soberbio e insolente
entonces fuera, como irá mañana,
a jactarse, ¡oh vergüenza! entre su gente
que puso miedo a la nación peruana!
¡Ni con él su caterva (¡ah! quién consiente 190
tal afrenta y rubor!) con lengua vana,
propia de la parlera Andalucía,
su hazaña vil a pregonar iría!»
   Así digo, y de nuevo triste callo:
y, a mis voces cobrando sentimiento, 195
parecían el héroe y el caballo
la vida simular y el movimiento;
y, oyendo que a su pueblo hacer vasallo
pretende España con avaro intento,
brotar el héroe rayos de ira ciega 200
y anhelar parecía la refriega.

14 de Mayo de 1864.               



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En la muerte

De mi prima hermana la señora doña Victoria Tristán de Echenique



                           ¡Grandeza de los hombres ilusoria!
¿Qué valió que fortuna
de oro te diera y de marfil la cuna?
¿Qué valió que te diera una victoria,
cual presagio feliz, el fausto nombre, 5
ni que gozara tu engreída infancia
de cuantos bienes apetece el hombre?
¿Qué valió que a tu padre esclarecido,
y tu esposo después vieras alzado
a la más alta cumbre del Estado? 10
Tantas venturas prodigó la suerte
a la mitad primera de tu vida
sólo para colmar, mudable y fiera,
de desventuras su mitad postrera.
   Recelos, sobresaltos y cuidados 15
por la preciosa vida de tu esposo,
insomnes noches, de amargura henchidas;
separación y tiernas despedidas
de tus hijos amados,
y de tu anciano padre doloroso; 20
tristísimas partidas
de los dulces hogares,
de las patrias riberas,
y peregrinaciones por los mares
y apartadas comarcas extranjeras, 25
al desterrado esposo acompañando;
ingratitud, y extraños
acerbos desengaños:
todo sintió tu corazón, Victoria,
ni hubo ninguna dolorosa prueba 30
que a tu sensible pecho fuese nueva.
   Espantosa dolencia,
misterio incomprensible
a los afanes tolos de la ciencia,
en larga muerte convirtió tu vida; 35
y la que un tiempo mereció alabanza
por donoso semblante
y gracia y majestad de su talante,
la gallarda hermosura
que de salud y vida rebosaba, 40
ya viviente cadáver semejaba
ausente de la negra sepultura.
   ¿Quién dirá los dolores
que en ti extremaban su rigor violento,
y a cuyo exceso crudo 45
sólo igualarse pudo
tu angelical, cristiano sufrimiento?
¿A quién no le asombraba la pelea
que del martirio te ciñó la palma?
al justo de Idumea 50
el ser parangonada mereciste
del cuerpo en los dolores y del alma,
y paciencia tenaz que los resiste.
   ¡Oh pesada, lentísima agonía
en que de treinta días dolorosos 55
cada noche y auroras
viendo a la muerte batallar contigo,
ser esperaba de tu fin testigo!
El amor a tus hijos a tu esposo:
ese era el fuerte nudo 60
que ligaba tu espíritu amoroso
al cuerpo casi inerte;
ese el templado escudo
que te hizo resistir tiempo tan largo
a los fieros asaltos de la muerte. 65
   Esa apariencia de figura humana,
más vana sombra de otra sombra vana,
aún voluntad tenía
y sentía y amaba todavía!
Y ¡oh del amor milagros no igualados! 70
¡Por su esposo y sus hijos
aún su pecho ocupaban los prolijos
domésticos cuidados!
   ¡Cuál tu dolor sería,
cuando a tu mente se ofreció, Victoria, 75
de tus ausentes hijos la memoria!
¡Y confiabas, incauta, en la promesa
que a tu cariño la esperanza hacía,
de que antes que bajaras a la huesa
gozarías su dulce compañía! 80
Sólo a tu duelo ha de igualarse el suyo,
cuando la triste nueva voladora
disipe la esperanza lisonjera
que alimentaba el corazón amante
de circundar en el final instante 85
de tu lecho la triste cabecera!
   ¿Qué tristísimo acento
podrá pintar la dolorosa escena
que contempló tu lúgubre morada,
cuando exhalaste el postrimer aliento, 90
y al fin la muerte, te dejó postrada?
Sobre tus yertos pálidos despojos
se lanza el tierno esposo, atropellando
los vedados dinteles,
hechos mares de lágrimas los ojos: 95
de los amigos fieles
cruda piedad le arranca de tu lado;
«dejad, dejad, les dice, que de nuevo
»contemple su cadáver adorado:
»a esa santa mujer todo lo debo; 100
»mas que esposa, en amor madre me ha sido:
»¡ah! dejadme morir, y en el sepulcro
»guardad con ella al infeliz marido!»
   Cual herida del rayo,
cae la hija en súbito desmayo, 105
hasta que el desmedido
dolor recobre a un tiempo el sentido:
el hijo allá en el sacudido lecho
se revuelve demente,
por los sollozos ahogado el pecho, 110
ni de la tierna, hermosa
enamorada esposa
la voz escucha o la caricia siente:
aquí la hija pequeña,
que, como en su inocencia no creía 115
que su adorada madre se moría,
ayer no más mostrábase risueña,
hoy que el horror de la verdad comprende,
de dolor enloquece y desvaría:
y «mi madre me llama», 120
súbitamente exclama,
«¿Dó está, decidme, dónde?»
Y se pone a imitar la voz materna,
y ella misma a sí misma se responde,
y en coloquio infantil que el alma parte 125
llanto con risa la infeliz alterna.
La fiel amiga, discurriendo en tanto
por las estancias todas, da su ayuda
a hijos y deudos, derramando muda
por ellos y por ti piadoso llanto. 130
   Suena más allá un coro
de quejas, de suspiros y de lloro,
de ayes y de infinitos
hondos, confusos gritos:
son las siervas leales 135
a quienes con tu muerte el cielo priva
de una madre amorosa y compasiva.
Y aún la ronca paloma plañidera
parece que de lejos también llora,
como si su desdicha conociera, 140
con lamentable canto a su señora.
   Mas ya mi voz el sentimiento traba:
¡Ah! sea nuestra gran consoladora
en trance tal la religión divina;
la misma que endulzaba 145
tus espantosas penas
al romper de la carne las cadenas;
y te mostraba el paraíso abierto,
sempiterna mansión de tu reposo,
donde del mortal sueño doloroso 150
se remontó tu espíritu despierto.
   Colmada ahora de ventura inmensa,
en la región te veo
donde la recompensa
excede o la esperanza y al deseo: 155
allí, a tus dulces padres reunida,
en aquella inmortal segunda vida,
do no puede el temor sobresaltarte
de que muerte siniestra
de los objetos de tu amor te aparte; 160
allí do un día la familia nuestra
se juntará de nuevo, allí, dolida
de nuestras largas desventuras fieras,
nos llamas, oh Victoria, y nos esperas.

Junio, 19 de 1864.               



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A los peruanos



                           Mirad, peruanos, vuestra hermosa tierra
que, bajo un cielo, plácido y ajeno
de procelosos vientos a la guerra,
ostenta leda el venturoso seno
que los deleites de la vida encierra 5
de todos bienes y abundancia lleno;
y al cielo bendecid que por morada
os dio la tierra por el Sol amada.
   ¿Qué suelo el Sol contempla más fecundo
y más rico en sus frutos y diverso? 10
Es compendio magnífico del mundo,
hermosa abreviación del universo;
es cielo terrenal, Edén segundo,
que del primero que Luzbel perverso
hizo perder al hombre seducido 15
fue en cambio por el cielo concedido.
   ¿A qué mies para ella el sol no dora,
y no peina la brisa lisonjera
las ondas de la rubia, soñadora,
ardiente, dilatada cabellera? 20
¿Qué flor no hinche de aromas y colora
para ella la eterna Primavera
que, aquí de Otoño inseparable amiga,
flores y frutos a la vez prodiga?
   Con cuánto exceso es en metales rica 25
que más anhela la codicia ardiente,
la fama pregonera lo publica
en vulgar frase, donde quier frecuente;
sin cesar su riqueza magnifica
proverbio universal a toda gente, 30
y el nombre sólo del Perú opulento
ofrece montes de oro al pensamiento.
   Ella fue aquel espléndido Eldorado,
segundo Ofir, de la Codicia sueño,
por peligroso mar, nunca surcado, 35
de ella pedido con audaz empeño;
los rubios partos de su seno hinchado
hartaron casi a su avariento dueño,
y en ella pudo realizarse sólo
la pródiga ficción de Marco Polo. 40
   Todo la prodigó Naturaleza,
y se ven los tres Reinos a porfía
demostrarle en sus dones su largueza
con mano no agotada todavía:
no hay variedad alguna de riqueza 45
que su opulenta vanidad no engría,
y bien ninguno la orgullosa extraña
en su costa, en su sierra, en su montaña.
   Mirad los Andes cuya cima pura,
ceñida en torno de perpetuo hielo, 50
perderse es vista en la celeste altura;
cual indicando el misterioso anhelo
con que juntarse con amor procura
la humilde tierra al orgulloso cielo,
que, descendiendo cuando el monte sube, 55
su sien abraza con amante nube.
   Tanta mole el altísimo Arquitecto
al cielo levantó, para que encumbre
su vuelo el alma a tan sublime aspecto
y a hollar aspire la celeste cumbre; 60
para que santo religioso afecto
llegue a ser del espíritu costumbre,
y sea aquí Naturaleza templo,
donde aún nos dé lo inanimado ejemplo.
   Mirad el cielo puro que hace alarde 65
de la radiante luz que al suelo envía
donde sin velos importunos arde
el sol, como planeta de alegría;
do es nueva aurora la brillante tarde
y es la noche serena nuevo día, 70
y es un segundo sol la blanca luna,
ni el brillo falta de lumbrera alguna.
   Daros quiso el Señor patria tan bella,
de bienes y tesoros tan henchida
y estampada do quiera de su huella, 75
por que os fuera más dulce y más querida;
y combatiendo con valor por ella,
dierais alegres la preciosa vida
antes, peruanos, que dejar que ultrajen
ésta del cielo terrenal imagen. 80

1864.               



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A España



                           No a tu soberbia y tu codicia sumas
propicio aguardes el favor celeste,
ni breve triunfo conseguir presuntas
que poco esfuerzo a tu valor le cueste;
como; vestida de ligeras plumas, 5
te le dio un día la cobriza hueste,
de estos mundos antigua moradora,
cuyo infortunio el universo llora:
   La que opuso en la lid pecho desnudo
y cuerpo que cubrió leve vestido 10
a pecho que guardaba doble escudo
y a cuerpo de armadura revestido,
frente y faz descubierta al hierro agudo
a rostro por el yelmo defendido;
lidiando así entre el Indio y el Ibero 15
con un hombre de carne otro de acero:
   la que oponía flechas a arcabuces
y a los cóncavos bronces que en su seno
guardan del rayo las siniestras luces
y el estampido horrísono del trueno; 20
con que tan simples ánimos reduces
a pensar que un poder al hombre ajeno
e igual al de los Dioses soberanos
tremendo armaba tus feroces manos.
   No tales hechos a los siglos cuente 25
ni más que humanos tu altivez los nombre,
que a vista de ventaja tan patente
no hay quien de oírlos, sino tu, se asombre;
y la que a pie peleaba juntamente,
de ti invadida, con caballo y hombre, 30
cual con monstruoso aterrador centauro,
ceder debió de la victoria el lauro.
   Mas nosotros la flecha voladora
no te opondremos a la ardiente bala:
las armas mismas manejamos hora 35
el mismo bélico arte nos iguala:
a resonante mole destructora
sabremos dar del huracán el ala,
y en contra de tu escuadra fulminante
Armstrong nos presta su cañón gigante. 40
   Mas por ventura en esperar te ufanas
que nos cabrá de Méjico el destino,
y que Almontes tenemos y Santanás
que a la conquista te abran el camino:
mas, ¡cuánto son tus esperanzas vanas 45
y cuán ciego tu error y desatino,
si piensas que hallarás un sólo Almonte
que su amistad a tu venida apronte!
   Aquí nadie desea tu venida,
ni hay diestra alguna a recibirte presta: 50
si el noble corazón que pronto olvida
y a quien el odio y la venganza cuesta,
cerrar dejaba la profunda herida
de tu conquista y opresión funesta,
con el ultraje nuevo, nuevamente 55
abrirse ahora y enconar la siente.
   Y otra vez nuestros míseros anales,
con tanta sangre y lágrimas escritos,
recorren nuestros ojos; y los males
de tu cruda conquista y tus delitos, 60
a los horrores del Infierno iguales
y en fiereza y en número infinitos,
se ofrecen, como nuevos y presentes
a nuestros pechos e indignadas mentes:
   la inaudita traición de Cajamarca 65
y vasta mortandad del vulgo indiano,
y el suplicio del mísero monarca
tras el rescate que pagara, en vano;
y convertido en sanguinosa charca
por la codicia y el furor hispano 70
el ya dichoso dilatado imperio
que leyes dio al antártico hemisferio:
   casi extinguida innumerable raza,
más que con armas nobles y guerreras,
con el puñal y ponzoñosa taza 75
y el fuego abrasador de las hogueras;
de los hambrientos perros con la caza
que hombres descuartizaban como fieras,
con el látigo atroz de alambres hecho,
con el garrote y el candente lecho. 80
   Y al fogoso mancebo el viejo cano
tu yugo atroz que aún alcanzó le cuenta:
mayor siempre el orgullo castellano,
y más intolerable nuestra afrenta;
dueño de todo el ávido tirano, 85
la Inquisición de víctimas hambrienta,
muerto al nacer cuanto fulgor brillaba,
rey el Error y la Razón esclava.
   Y así la anciana voz añade cebo
al juvenil coraje y la bravura, 90
y al oírla el colérico mancebo
con labio ardiente la venganza jura;
y anhela que el Perú huelles de nuevo
y hacerlo de tus huestes sepultura,
vengando tu conquista y tiranía 95
no vengadas bastante todavía.

1864.               



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A la memoria

De mi amigo el artista Miguel Echerri, muerto en París a los 23 años de su edad, el día mismo en que salió el buque en que había determinado regresar al Perú



                           Ya acaba el tercer año su carrera,
idolatrado amigo,
desde que en extranjera
tumba te sepultó la adversa suerte;
y aún puedes desde el cielo ser testigo 5
de que en lo hondo de mi alma persevera
el dolor de tu muerte.
   Radiante de alegría,
y bella nuncia de más bello día,
se avecinaba la feliz aurora 10
en que, tras los pesares
de larga ausencia, a tus remotos lares
te condujese nave voladora:
pero se adelantó la aguda espada
de la muerte traidora; 15
y aquella misma aurora tan ansiada
en que partir debiste al patrio suelo
desde playa francesa,
¡Te vio partir del puerto de la vida
a la oscura región desconocida 20
de la que nunca viajador regresa!
   ¡Y así en el alba de tu hermoso día,
cuando más lo futuro te reía,
tú, que eras de la patria una esperanza,
tú, puro corazón, tú, excelsa mente, 25
en el sepulcro lóbrego te hundiste!
¡Y en tanto el necio a ver cubierta alcanza
de blancas canas la insensata frente,
y un siglo entero el opresor existe!
¡Y nuestra patria triste 30
que en su florida primavera verde
sus buenos hijos pierde,
y tantos ya lamenta malogrados (36);
vivir contempla días infinitos
a sus hijos infames y malvados, 35
y crecer con sus años sus delitos!
   ¡Y yo que ha poco en verte me agradaba
lleno de juventud y lozanía,
a tan clara verdad mi fe negaba
y comprender tu muerte no podía! 40
¡Y en pasajero olvido,
a las horas usadas,
a tu taller modesto y escondido,
como si aún vivo fueras,
llevé tal vez mis ávidas pisadas! 45
¡Y tal vez, recorriendo los lugares
y calles a tu planta familiares,
encontrarme de súbito creía,
como un tiempo solía,
con tu rostro risueño 50
y con tu ardiente presurosa mano
que estrechara la mía
en fraternal saludo cariñoso,
para seguir con enlazado brazo
y con pie perezoso 55
discurriendo al acaso
por las calles sonoras,
en vario platicar entretenidos
y olvidados del vuelo de las horas!
   ¿Con quién, pues en la tumba ya reposas, 60
tendré esas dulces pláticas sabrosas
de que eran tema poesía y arte,
y en las que tanta parte
pasamos de las noches silenciosas?
¿Qué otro placer se iguala en dulcedumbre 65
con el placer de conversar a solas
con caro amigo, a la süave lumbre
del hogar que chispea, despreciando
el tentador beleño del dios blando
cuya frente circundan amapolas? 70
   ¿Quién volverme pudiera esos momentos
cuando, ante los artísticos portentos
que al asombro descubre
el opulento y orgulloso Luvre,
mis oídos atentos 75
bebían de tus labios
los inspirados férvidos acentos
y discursos altísimos y sabios?
¡Y atónita sentía
entonces el alma mía, 80
de tus conceptos empapada y llena,
que era hermano tu espíritu divino
del espíritu angélico de Urbino
y del pintor sublime de la Cena!
Y esperaba engreído que suspensos 85
los artistas futuros
vieran tus tablas y sublimes lienzos
en esos mismos orgullosos muros
al lado de los lienzos inmortales
de Rafael, Corregio y Leonardo: 90
¡mas ¡ay! promesas y esperanzas tales
cortó la muerte con su crudo dardo!
   ¡Ah! si no hubiera muerte tan temprana
arrebatado a tu creadora diestra
los valientes pinceles, 95
tus gloriosos laureles
la frente orlaran de la patria nuestra,
de lauros tan desnuda todavía;
y los hijos de tu alta fantasía
y de tu diestra mano, 100
nos envidiara la opulencia ajena,
de tesoro sin tasa ofrecedora;
¡y el ingenio peruano
en ti admiraran la ciudad de Flora
y la que baña el orgulloso Sena! 105
   Y tu la gracia entonces halagüeña
trasladaras al lienzo, y la dulzura
de la Beldad Limeña,
que a la Ausonia Hermosura
y a 1a Hermosura Griega 110
rendir la palma triunfadora niega.
   ¡Y animados aquí por tus matices,
respiraran también a nuestra vista
del Inca imperio los antiguos fastos,
y trágicos sucesos infelices 115
y horrorosas escenas
de la española bárbara conquista!
Y al mísero Atahualpa entre cadenas,
o asesinado por la atroz perfidia
del codicioso hispano furibundo, 120
con vengador pincel representaras:
y revivir hicieras
los altos hechos y proezas raras
que dieron libertad a medio mundo:
y arder se vieran en pared o tela 125
de Junin y Ayacucho las batallas,
y resonaran al iluso oído
el plomo ardiente que silbando vuela,
y el derramado son de las metrallas
y del cañon el hórrido estampido; 130
y se mezclaran de ambos vivos mares
horrendamente las contrarias olas;
hasta que al fin, cual rayos de la Guerra,
los colombianos Martes aguijaran
la fuga de las huestes españolas. 135
   Y entonces mi semblante, en fiel traslado
por tu pincel amigo retratado,
en la edad venidera
mi nombre al tuyo uniera,
y tu amistad me hubiera eternizado! 140
Mas ¡ay! la amistad mía
que, anhelando pagar arte con arte
en el verso quisiera retratarte,
eterna vida darte desconfía:
que, de tu ingenio celestial diverso 145
el débil mío, mal podrá mi verso,
que corto vuelo alcanza,
dilatar tu alabanza
por la ancha redondez del universo.
   Mas, si voz de la Gloria no es mi canto 150
y darte nueva vida no consigo,
guarda mi corazón ardiente llanto
que con tristeza, de consuelo esquiva,
por la memoria de mi dulce amigo
derramarán mis ojos, mientras viva. 155

1864.               



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A las orillas del mar

A***



                           Ven conmigo a la playa tranquila,
mientras tiende la tarde su velo:
¿No parece camino del cielo
la dormida llanura del mar,
y que el cielo, cual margen opuesta, 5
de la mar la llanura termina?
¿No parece que a playa divina
azul senda nos puede llevar?
   ¡Quién pudiera en blandísima nave,
por aligeras brisas llevada, 10
arribar a celeste ensenada,
floreciente de eterno verdor!
   ¡Quién allí donde vive perenne
el afecto del alma serena,
a la ley de mudanza terrena 15
quién pudiera arrancar nuestro!


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Cuando venía la «Numancia»



                           Flotante monte de macizo acero,
mandas, Iberia, a nuestra playa en vano,
rival del monstruo portentoso y fiero,
gigante emperador del océano.
   No ha de valerle su feroz grandeza, 5
ni el nombre con que torpe tu arrogancia
quiso manchar la singular proeza
que eterna gloria mereció a Numancia.
   Y si, anhelosa de vengar tus rotas,
los vastos senos de la mar invades 10
con fulminantes portentosas flotas
como nadantes bélicas ciudades;
   verás que al pecho que el morir desprecia
ni un sólo instante en el pavor sumerges,
cual no le puso a la invadida Grecia 15
la hueste inmensa del altivo Jerjes.
   Y los peruanos todos sus hogares
para esperarte dejarán desiertos;
y, cual segundos y vivientes mares,
inundarán las playas y los puertos. 20
   Y aunque, dejando tu región vacía,
aquí tus muchedumbres trasladarás,
nunca nos vieras en la atroz porfía
rendir las armas ni volver las caras.
   Y, uno luchando contra diez y ciento, 25
cual contra el Persa el espartano bando,
creciera en el peligro el ardimiento
y el ansia ardiente de morir matando.
   Y ardiendo en sed de libertad y gloria,
sólo pusiera a nuestra lucha calma, 30
o el laurel inmortal de la Victoria,
o del Martirio la sublime palma.


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Al congreso y a los marinos



                           ¿Y será acaso que la patria nuestra
se humille al ceño de la España altiva,
y amedrentada, sin rubor suscriba
su eterna infamia con su propia diestra?
   ¿Y que, cuando ella recibió el agravio
del universo atónito a los ojos, 5
ante España poniéndose de hinojos,
   perdón le pida con humilde labio?
   ¡Oh del Perú Congreso soberano!
Para tu triste patria no consientas
la más negra y atroz de las afrentas, 10
y el nombre salva y el honor peruano.
   Haz por lo menos que el Perú vencido,
guardando en el revés justa arrogancia,
pueda decir con aquel rey de Francia:
todo, menos la honra, se ha perdido. 15
   Si nos ha de costar mayor tesoro,
el tesoro del mar no se recobre:
haz que, aunque quede nuestra patria pobre,
la riqueza no pierda del decoro.
   Decid, ¿cómo podréis, cuando insolente 20
escarnezca al Perú labio extranjero,
rechazar un baldón que es verdadero,
y responder coléricos que miente?
   Preciso entonces ha de ser que venza
a vanas frases la verdad patente, 25
y que se os tiña la humillada frente
con el rojo color de vergüenza.
   ¡No habrá gente ninguna que, alentada
viendo el baldón que a nuestra patria humilla,
no estampe fácil mano en la mejilla 30
que de España sufrió la bofetada!
   ¡Ea, guerreros do los mares, ea!
Alzad al cielo agradecido acento,
pues hoy quiere que el húmedo elemento
el móvil campo del combate sea! 35
   Su honor guardando como siempre intacto,
por vuestras manos el Perú rescate
sus islas con el hierro en el combate,
y no con oro en afrentoso pacto.
   Entrad resueltos a la lid sangrienta, 40
que es la lucha el deber, no la victoria:
aún ser vencidos os dará la gloria;
ni el triunfo a España lavará la afrenta.

26 de Enero de 1865.               



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A la bandera peruana



                                                 I

Con motivo del tratado de enero, una de cuya cláusulas era el saludo simultáneo de las dos banderas

 
   ¡Oh de mi patria bicolor bandera,
si en padecer baldón fuiste la sola,
el mar que le miró, verte debiera
del cañón saludada la primera,
y no ¡oh mengua! a la par que la española! 5
   Doblar la altiva frente a ti debía
el audaz español, y sólo entonces,
al pabellón Ibérico podría
saludar, no el deber, la cortesía
con ronca voz de los tonantes bronces. 10
   ¡Ah! ¡si no diera ya la tumba helada
al noble San Román eterno abrigo,
por el heroico esfuerzo de su espada
ya tu afrenta crüel vieras vengada,
o sucumbiera intrépido contigo! 15
   Si un tiempo del océano el murmullo
te saludó triunfante, y de los vientos
te halagaba blandísimo el arrullo,
hoy tu baldón y tu abatido orgullo
lloren del mar y el aura los lamentos! 20
   No eres de hoy más la veneranda enseña
de una nación que con valor y arrojo
sabe su honor guardar, aunque pequeña;
no; para el mundo ya que te desdeña
eres tan solo un lienzo blanco y rojo. 25
   ¡En negro cambia tu color de nieve,
pues, sin lidiar, sufrimos que nos venza
quien ultraje nos hizo tan aleve;
mas el rojo color bien se te debe,
porque ése es el color de la vergüenza! 30

Enero 27 de 1865.     

 
                         II

(Tres meses después) (37)

   Roba en vano y destierra y aprisiona
y azota y mata el opresor nefario
que te humilló de Iberia a la corona,
y quiso que del Sol a la matrona
Fueses, bandera, funeral sudario. 35
   Alégrate, que intrépidos peruanos
se alzaron ya, de tu baldón dolientes,
llamando a libertad a sus hermanos;
y ya te ondean generosas manos,
y ya cobijas generosas frentes. 40
   De Norte a Sur, del mar de ondas salobres
hasta el río que es mar de dulces ondas,
ricas ciudades y cabañas pobres
guerreros dan por que tu honor recobres
ni más al mundo con rubor te escondas. 45
   Pronto será que a la impaciente Lima
que oprime el bando de la España amigo,
el vencedor ejército redima,
dando a su empresa venturosa cima
y al vil hispano aterrador castigo. 50
   Pronto, pronto será que tu blancura
recobres más hermosa y esplendente,
lavándote de mancha tan oscura,
y que el vivo color que te purpura
no vergüenza, mas sangre represente. 55
   Mas no, no ostentes tu color de grana
cuando entres ondeando a naval riña,
por que a mares después la sangre hispana
en baño ardiente, cual tintura humana,
tu blanco paño victorioso tiña. 60
 
                         III

(Después del dos de mayo)

 
   Ya a ti, de nuevo ufano, el solar rayo
alumbra, el aura mece, el mar retrata;
que, a manos del Honor el dos de Mayo,
la sangre de los hijos de Pelayo
fue de tu paño fúlgida escarlata. 65
   Do quier te agite la triunfante diestra
de un pueblo entero con orgullo noble;
gloriosa enseña de la patria nuestra,
de nuevo ufana al universo muestra
tu simple nieve entre tu grana doble. 70
   Dinteles orna de privados lares,
altas torres, palacios y tugurios;
y citando húmedos llanos navegares,
entónente los vientos y los mares
triunfal canto entre plácidos murmurios. 75
   La sien corona, avecinada al cielo,
de los Andes altísimos, que alfombra
mortaja eterna de luciente hielo;
y baje, sosegando el alto vuelo,
el cóndor a dormir bajo tu sombra. 80
   Mas un rayo le falta a tu aureola;
que allí te ostente la feroz Numancia
donde la enseña de Isabel tremola,
y ni una nave hispana quede sola
que no humille a tu triunfo su arrogancia. 85
   Y alto dicta tal vez estro deífico
el vaticinio a mi valiente cántico
que no sólo las ondas del Pacífico
verán ufanas tu triunfar magnífico,
sino también las del remoto Atlántico. 90



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A la Rosa y Taramona



                           ¡Salve, oh La Rosa! ¡salve oh Taramona!
¡Pareja heroica que alentaba una alma,
a quien dio la Amistad su noble palma,
y dio la Gloria su inmortal corona!
   De sublime amistad nunca igualada 5
os enlazaba tan estrecho nudo,
que ni cortarlo de la Muerte pudo
la inexorable, apartadora espada.
   Juntos ceñisteis el acero fuerte,
juntos entrabais en la lid reñida; 10
y como juntos os miró la Vida,
juntos también os recibió la Muerte;
   cuando, por no rendiros al hispano
bando, que con el número os acosa,
buscó vuestro valor tumba gloriosa 15
en el seno del túrbido océano.
   Brazos ligando con estrecho lazo,
al mar caísteis: su furor violento
pudo arrancaros el vital aliento,
mas no romper vuestro postrer abrazo. 20
   ¡Oh mar que banas la sedienta Iquique,
que fuiste por tal sangre enrojecido,
tu tumultuoso estruendo y tu bramido
tan grande hazaña sin cesar publique!
   Y, como voces de venganza airadas, 25
recordadnos también, rugientes olas,
la crueldad de las armas españolas,
de lejos en los héroes enseñadas!
   ¡Oh patria mía! con soberbia pompa
a tus divinos mártires levanta 30
pirámide sublime, a cuya planta
el mar sus ondas rebramando rompa.
   Y con sus lenguas de agua, eternamente
a Taramona y a La Rosa cante
en confuso murmurio, semejante 35
a los clamores de infinita gente.
   Y el son del atambor y la trompeta
imite, y del cañón el estampido,
más dulces de los héroes al oído
que música amorosa en noche quieta. 40
   Y los peñascos azotando, mienta
el choque, y el estrépito y las voces
de encontrados ejércitos feroces,
y el tumulto y horror de lid sangrienta.
   Y el que del mar recorra los desiertos, 45
mostrando el mármol que a lo lejos brilla:
«Juntos yacen, exclame, en esa orilla
dos tiernos héroes por su patria muertos».

Febrero 23, aniversario de la muerte de estos dos héroes.



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En la agonía de J. M. H.



                           Todo te cubre de la muerte el hielo:
vanos ya los esfuerzos son del arte
de médicos humanos, y salvarte
sólo pudiera el Médico del cielo.
   Conozco en el instante de perderte, 5
cuánto a ti estaba mi existencia unida,
y el amor que durmiendo estaba en vida
se despierta ardoroso con tu muerte.
   Pronto, rotas del cuerpo las lazadas,
y libre de lo vano y aparente, 10
cuanto hoy ignoras brillará patente
de tu alma a las clarísimas miradas.
Y contemplando sin disfraz la mía,
verás de culpas y flaquezas llena
esa alma que tan pura y noble y buena 15
imaginabas con error un día.
   Y el amor y alta estima y el respeto
que me profesas y en tu error se funda
se trocarán en compasión profunda,
cuando penetres mi fatal secreto. 20
   A Aquel entonces que las almas sana
ruega que pio sane mi alma enferma,
porque, cuando en la tumba el cuerpo duerma,
vuele aquella a la gloria soberana;
y que no sean en mi daño eternos 25
estos tristes adioses que te digo,
sino que allá en el cielo, dulce amigo,
ledos volvamos algún día a vernos.

1865.               



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A Lima

En una noche de luna en que, siendo aún muy temprano, no había gente en las calles a consecuencia de una orden del Ministro de Gobierno



                           La clara luna su fulgor dilata
en cielo de purísimo zafir,
y en rico manto de luciente plata
parece, oh Lima, tu beldad vestir.
   Mas en vano te llama y te convida 5
de tan bello espectáculo a gozar
el astro en cuyas luces sumergida
toda te miro, como en claro mar.
   Silenciosas tus calles y desiertas,
cuando aún las horas del bullicio son, 10
de tus hogares las cerradas puertas
guardan a tu medrosa población.
   En vasto cementerio, de repente,
del día con el último fulgor,
te cambias, a las leyes obediente 15
de tu salvaje déspota señor.
   Que este tu clima voluptuoso y muelle
muelles tus hijos engendró también:
hijos que sufren que insolente huelle
salvaje planta su cobarde sien. 20
   Sumisa a los antojos de tu dueño,
hunde entre holandas la dormida faz,
y de la afrenta y la ignominia el sueño
duerme, oh sultana, en regalada paz.
   De un hijo tuyo el despotismo fiero 25
acostumbrando tu indolencia está
a que sirvas mañana al extranjero,
que en esperanza te posee ya.
   Y pues son para ti sagradas leyes
los caprichos de un déspota poder, 30
si la ciudad ya fuiste de los Reyes,
pronto de reyes volverás a ser (38).

1865.               



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A la gran república Norte-Americana

Después de terminada la guerra civil



                           De libertad al mundo eras maestra
mas aún su ciencia te negaba Marte;
y esa fraterna lucha te hizo diestra
de las crudas batallas en el arte.
   De tu pecho al valor y fortaleza, 5
por ninguna jamás sobrepujada,
se iguala de tu brazo la destreza
para esgrimir la ponderosa espada.
   Ya por civil saber eras Minerva,
mas hoy en todo a la gran Diosa igualas, 10
y pronto sentirá la Europa sierva
que a un tiempo eres Minerva y eres Palas.
   Ya el universo entero a desafío
provocar puedes, pues juntar te veo
a la destreza del pastor Judío 15
la fuerza del gigante Filisteo.
   Orgullo de la gente Americana,
tú, tú sola de ti maestra has sido,
porque nación ninguna pueda ufana
decir que en algún tiempo te ha vencido. 20
   Y así no te venció extranjera gente,
que una parte de ti venció a otra parte,
pues tú propia eras digna solamente
de vencerte a ti misma y de domarte.
   Y mientras que tu lucha a las esclavas 25
viejas naciones alegró la vista,
no sabían que fuerte te ensayabas
así del universo a la conquista.
   Ya no ha de lamentar el que te adora,
ni enrostrarte podrá quien te detesta 30
la esclavitud injusta y opresora,
al gobierno que ostentas tan opuesta.
   La Santa Democracia al ver se alegra
que la atezada estirpe, de tirana
suerte infeliz más que su rostro negra, 35
de quien niega la blanca ser hermana;
la que fue nivelada con el bruto,
y que parece que el semblante viste
de oscuras sombras y de eterno luto
para llorar su servidumbre triste; 40
   de sus graves cadenas despojada,
libre y dichosa, al asombrado suelo
pregona ya que no te falta nada
para ser de Repúblicas modelo.
   Al cielo, oh feliz negro, ensalza el nombre 45
del justo Lincoln, cuya pía mano
convierte al siervo miserable en hombre,
y en hombre de tal patria ciudadano.
   Mas, ¡ay cielos! tu triste voz lamente
su inesperado mísero destino, 50
cuando la honrada vida el plomo ardiente
le arrancó de frenético asesino.
   Como familia desolada y viuda,
llora su triste fin la unión entera;
ojos enjutos no hay, no hay lengua muda, 55
como si un padre cada cual perdiera.
   Mas en pesar, ¡oh gran Nación! tan fuerte,
por él te dueles, no por ti, segura
de que nada estorbar puede tu suerte
y tu inmensa grandeza y tu ventura. 60
   ¿Quién parar puede al Niágara potente,
cuando más despeñadas arrebata
sus ciegas ondas y fatal corriente
al salto de la inmensa catarata?
   Pues aún más fácil resistir sería 65
el curso irresistible de tu río,
que atajar el destino que te guía
a la cumbre de todo poderío.
   Y aunque es grande el que causa tu lamento
y digno sea de que tú le llores, 70
eres de grandes patria, y ciento y ciento
hijos tienes, iguales o mayores.
   Llore y gima sin fin gente Europea
héroes que cada siglo le da el hado,
y solitaria y huérfana se crea, 75
como Príamo de Héctor despojado.
   Que la Nación que a grande dicha cría
un hombre sólo entre infinita plebe,
en el lecho de su última agonía
desesperarse sin consuelo debe. 80
   Pero tú, si uno pierdes, no te olvidas,
aunque tu duelo el justo llanto vierte,
de que te quedan infinitas vidas
que te consuelen de una sola muerte.
   Tal, si entre luces fúlgidas sin cuento 85
desaparece rutilante estrella,
consuelan al poblado firmamento
mil y mil astros de la ausencia de ella.


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A un tirano



                           Tú que marcas con sangre tu camino,
beato tigre, loco sanguinario,
Nerón cristiano, místico asesino,
que envuelves el puñal con el rosario:
   tú que, el pan recibiendo que convierte 5
en el cuerpo de Dios el sacerdote,
a dar horrible dilatada muerte
sales, armado del sonante azote:
   tú que, después del celestial sustento
que la muerte te da, si a otros la vida, 10
comes del hombre el corazón sangriento,
siendo la humana sangre tu bebida:
   de América del Sur nuevo Luis Once,
mas de su ingenio y su prudencia ajeno,
que un pedazo de mármol o de bronce 15
tienes por corazón dentro del seno:
   tú que eclipsas las famas espantosas
de los monstruos más fieras y crüeles,
tu a quien envidia el execrable Rosas
los infames satánicos laureles: 20
   ¿Cuándo será que de tu horrendo yugo
respiren nuestros míseros hermanos,
y mueras bajo el hacha del verdugo,
para eterno escarmiento de tiranos?
   Que, aunque anhelara de uno al otro polo 25
ver abolida tan justa pena,
yo la dejara para ti tan sólo,
porque tú no eres hombre sino hiena.
   Mas no: más vale que el atroz convite
que te envidiaran las más crudas fieras, 30
tu famélico vientre al fin ahíte,
y por humana sangre ahogado mueras.

1865.               



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Al águila del norte



                           ¡Oh tú que al ave celestial excedes
que en sus garras, de horror sobrecogido,
arrebató al Olimpo a Ganimedes!
¡Pues alegra la paz tu dulce nido,
ya por los aires remontarte puedes! 5
   Tiemblen las aves y orgullosas fieras,
y ponzoñosos lúbricos reptiles,
cuando las corvas uñas justicieras
y el pico agudo en tu peñasco afiles,
y, llamando a la lid, el viento hieras. 10
de tus inmensas vigorosas alas
tiemblen el raudo portentoso vuelo
con que deshecha tempestad igualas,
y ya desciendes, como rayo, al suelo,
ya el más remoto firmamento escalas. 15
   Estremecida de voraz deseo,
lanzar te escucho ensordeciente grito,
y el vuelo altivo remontar te veo,
cual devorar queriendo lo infinito:
consuelo a justos y terror del reo. 20
   Al triste Azteca, sin ayuda y flaco,
ya te miro valer en su abandono,
con que mis ansias y dolor aplaco;
y en su sangriento mal seguro trono
miro temblar al miserable Austriaco. 25
   Mas, apenas la Fama le pregona
que a la lid vengadora te previenes,
su mano el cetro trémula abandona;
y al suelo cae de tan viles sienes,
al aire de tus alas, la corona. 30
   Será de tu valor lauro segundo
que libre se alce la mayor Antilla;
ni mire gente alguna el Nuevo-Mundo
que doble al extranjero la rodilla
en su suelo vastísimo y fecundo. 35
   Traspasa luego el líquido elemento
que da al dorado sol tumba de plata,
y, conquistando un nuevo firmamento,
de tus garras coléricas desata
el rayo agudo, de partir sediento (39). 40
   Trazando angosta luminosa senda,
y leves alas de rojiza llama
batiendo rapidísimas, descienda
donde el delito su caída llama
y aguarda ya la punición tremenda. 45
   Sobre altaneras coronadas frentes
ante quienes humillan los hinojos
de Europa sierva las cobardes gentes,
agota los flamígeros manojos
de tus trémulos rayos impacientes. 50
   Y mantos ardan, joyas, pedrerías,
palacios, tronos, cetros y coronas;
y a las cárdenas llamas y sombrías
del vastísimo incendio que ocasionas,
brillen las noches cual siniestros días. 55
   Tú desde lo alto con feroz recreo
verás la horrible hoguera a quien atiza
el sonante huracán de tu aleteo,
hasta que humosos mares de ceniza
sean de tu ira aterrador trofeo. 60
   Y, prosiguiendo tus tremendas sañas,
ya te miro del Águila Francesa
y del soberbio León de las Españas
en el seno clavar la aguda presa,
y abrirles con tu pico las entrañas. 65
   Nada resiste a tus justicias, y hasta
el Leopardo domador Britano
y ese a quien arma solitaria un asta
la altanera cerviz (40), sienten que en vano
al valor tuyo su valor contrasta. 70
   ¡Ministra de la cólera divina
que con delitos tantos ya rebosa!
Amaga, aterra, hiere y extermina,
y cumpla tu venganza misteriosa
de lo pasado la fatal rüina. 75
   Pero, después que al crimen enemigo
abra tu enojo eterna sepultura,
y escarmiente a la tierra tu castigo,
América feliz duerma segura
de tus inmensas alas al abrigo. 80

1865.               



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A un fotógrafo

[Nota (41)]



                            Da grima ver tanto europeo ingrato
que llega hambriento y con el pie desnudo,
y calumnia después, grosero y rudo,
al suelo que le dio pan y zapato.
   Dejaron de sus patrias las riberas 5
donde quizá no fueron ni criados,
y vienen a las nuestras, escapados
del presidio, tal vez o las galeras.
   Aquí más que su industria, nos arranca,
su engaño y mala fe nuestros dineros, 10
y se quieren meter a caballeros
tan sólo por tener la cara blanca.
   Tú, que le debes tu riqueza toda
al suelo a quien ahora le haces cruces,
y no adquirida con talento y luces, 15
sino merced a pasajera moda:
   tú, en quien la voz artista es profanada,
porque nunca el fotógrafo fue artista,
y siempre que la máquina está lista
el sol es el pintor, y tú eres nada: 20
   ¿Cómo forjar osaste tal novela,
despreciable, ridículo gabacho?
Mas sin duda escribístela borracho
después de alguna torpe francachela.
   Los excesos que Pintas, el insulto, 25
las heridas y muerte, robo y saco
todo, todo fue efecto del dios Baco
a quien tributas reverente culto.
   Una justa protesta, aunque ferviente,
donde fue muerto por su culpa un hombre, 30
¡suceso llamas que no tiene nombre,
ni en la historia ha tenido precedente!
   Recorre de la Europa los anales:
allí verás escándalos y horrores
y tu patria presenta los mayores 35
que con horror la fama hace inmortales.
   Jamás, jamás el universo olvida
de San Bartotomé la atroz jornada
que a Carlos vio desde su real morada
ser de los Hugonotes homicida. 40
   Ni olvida del terror el duro imperio,
que en toda mente para siempre impresa
está la atroz Revolución francesa
que convirtió la Francia en cementerio.
   Y dejando otra edad y entrando en ésta, 45
presente tiene el mundo horrorizado
el golpe sangrientísimo de Estado
que a Francia tantas víctimas le cuesta.
   ¡A hechos tales tu pecho horror no muestra;
mas tu ánimo se espanta y se contrista 50
al contemplar, severo moralista,
la corrupción y la barbarie nuestra!
   Vuelve a las playas que te son natales
de donde nunca salgas, y haga el cielo
que nunca pisen el peruano suelo 55
los que a ti, vil francés, sean iguales.
  Si este pueblo a quien torpe satirizas
tuviera los defectos que le notas,
ya tú tuvieras las espaldas rotas
al golpe vengador de cien palizas. 60
   Pero el dejarte con el lomo sano
y el piadoso desdén con que te mira
es la prueba mayor de tu mentira
y de que él es magnánimo y humano.

1865.               



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A Santa Rosa



                           Oh del Señor inmaculada esposa,
oh de pureza y de virtud modelo,
tú que la flor más bella y olorosa
un día fuiste del nativo suelo,
y hoy eres viva trasplantada rosa 5
en los floridos cármenes tel cielo;
flor que el Eterno con deleite mira
y cuyo aroma recreado aspira:
   orgullo del moderno continente,
y de sus pueblos inmortal patrona; 10
tú que circundas a tu blanca frente
de luceros espléndida corona;
oh el mayor timbre de la patria gente,
tú de quien este suelo más blasona
que del oro y la plata con que un día 15
el universo pobre enriquecía:
   vuelve los ojos a la triste tierra
que tanto amaste en tu primera vida;
los males mira que en su seno encierra,
los vicios mira que en su seno anida; 20
víctima vela de la cruda guerra
y furente discordia fratricida;
mira cuán presto en bandos se desune
la que extranjero agravio deja impune.
   No como el nombre de la raza hebrea 25
consientas, virgen, que a la gente humana
Ludibrio el nombre de peruano sea:
recuerda que también eres peruana;
que, aunque hoy celeste patria te posea,
aún eres en el cielo nuestra hermana, 30
y entre la dicha al pensamiento ignota,
aún eres nuestra dulce compatriota.
   La festiva ciudad que, aclamadora,
hoy su gozosa población aduna,
y ufana y reverente conmemora 35
tu milagrosa celestial fortuna,
vio de tu clara luz nacer la aurora
y el hogar guarda que abrigó tu cuna;
y aquí el cuerpo purísimo reposa
que fue velo de tu alma candorosa. 40
   Esta tierra a tus padres fue nativa,
tus padres que en castísimos amores,
enlazando de paz la verde Oliva
a las modestas inocentes Flores (42),
eran vivo jardín, floresta viva 45
que daba de virtud blandos olores;
y la flor más balsámica y hermosa
de tan rico pensil era la rosa.
   Del eterno divino jardinero
por la mano vivífica plantada, 50
criada fue por su amoroso esmero,
y con celestes aguas rociada,
embalsamando el universo entero
y hechizando del mundo la mirada
con su fragancia y su beldad divinas, 55
guardó para sí sola las espinas.
   Las calles mismas que con pompa tanta,
de flores mil por alfombrada vía,
hoy recorriendo va tu imagen santa
entre humo vago que el incienso envía, 60
fueron holladas por tu viva planta,
siendo la tierna caridad su guía;
y estos templados aires bien conoces
que hinche el sacro metal de alegres voces.
   Esta la estancia fue do la mañana 65
te halló orando con labio fervoroso,
y donde el sueño con dulzura vana,
te convidaba a su feliz reposo:
este tu lecho, aquella la ventana
donde esperabas al divino esposo 70
que, en tu seno a su faz hallando abrigo,
dejaba el cielo por estar contigo.
   Aquí el florido y aromoso huerto
donde, invitadas por tu voz, las aves
al Señor tributaban un concierto 75
de alabanzas y cánticos süaves:
donde aún las hojas con murmullo incierto,
y aún los insectos con zumbidos graves,
como movidos por celeste encanto,
acompañaban tu inspirado canto. 80
   ¿Y será que en tu nueva patria mudes
el dulce amor de tu nativo suelo?
¡Ah! no: que de la tierra las virtudes
no cambian, sino crecen en el cielo:
al blando son de angélicos latidos 85
su voz levante tu piadoso celo,
y de Dios sin cesar en el oído
tu ruego suene, tierno y encendido.
   Sí, ruega siempre a la inmortal clemencia
por esta tu primera patria triste, 90
en donde con heroica penitencia
esa segunda patria mereciste:
ella que tu memoria reverencia,
aunque de tu alto ejemplo tanto diste,
en tus plegarias cifra la esperanza 95
de presente y futura bienandanza.
   Alcanza que el Eterno no consienta
que el hermano al hermano dé la muerte,
mas, desterrando la ambición sangrienta,
los divididos ánimos concierte: 100
haz que tu patria por la unión se sienta
Feliz y firme, vencedora y fuerte,
y que no quede con vergüenza inulto
del osado extranjero nuevo insulto.

30 de Agosto de 1865.               



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A la Sra. D.ª Carolina G. de Bambaren

Por su bellísima copia en miniatura de la «Virgen de la Silla» de Rafael de Urbino que se dignó ofrecerme



                           Desde que el gran Rafael
dio al mundo, la maravilla
de la Virgen de la Silla,
trasladarla en copia fiel
procura en vano el pincel, 5
el buril procura en vano;
que no fue dado a otra mano
igualar la perfección
y la celeste expresión
de aquel grupo soberano. 10
   Mas tu ingenio, Carolina,
aun copiando débil copia,
la expresión y beldad propia
de esa pintura divina
cual por instinto adivina: 15
y, sin quedártele atrás,
hoy repetida nos das
en tan breve miniatura
la incomparable hermosura
que no miraste jamás. 20
   Pero su hechizo y beldad,
¡Cuánto más dulces me son
al ver que es precioso don
que me brinda tu amistad!
No de más preciosidad 25
me fuera el bello traslado,
si, de diamantes cercado,
cifrara inmenso caudal;
ni el sublime original
fuera de mí más preciado, 30
copia tan encantadora
me recordará al divino
pintor famoso de Urbino,
y a la bella copiadora;
en ella yo desde ahora 35
mi mayor riqueza fundo,
que con primor sin segundo
en mí para siempre liga
a mi dulcísima amiga
y al primer pintor del mundo. 40
   Al verla, ver creeré
la blanca tornátil diestra
tan linda como maestra
que el pincel guïando fue;
los grandes ojos veré, 45
en donde el numen centella,
que fijos tuviste en ella;
y de la virgen al lado,
ángel al grupo aumentado,
veré tu figura bella. 50

1865.               



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En la profesión

De la señorita Petronila Ramos



                           ¿Y de padres y hermanos te alejas,
y adiós dices por siempre a la vida?
¿Y tus tiernos abriles convida
a sus goces en vano el amor?
¿Y renuncias al fausto y riqueza
que adornaron, oh virgen, tu cuna 5
y a los bienes que brinda fortuna
ni una lágrima da tu dolor?
   La ardua vía te muestra la hermana
que ya guardan las santas paredes.
Tú, que a su alto heroísmo no cedes, 10
fuerte cargas tan áspera cruz:
quiso haceros el rey de los cielos
como en sangre en virtudes hermanas,
y al desprecio de dichas mundanas
os dio presto clarísima luz. 15
   ¿No te arredra el tristísimo llanto
que derrama tu madre afligida,
ni la tierna postrer despedida
que tu amante familia te da?
   ¿No el oír, tras tus pasos cerrada, 20
resonar hondamente la puerta
de tu sacra prisión, que ni abierta
a tu helado cadáver será?
   Di ¿no sientes al ronco sonido
toda tu alma ocupar temblorosa 25
el horror que al cerrarse su fosa,
siente viva enterrada vestal?...
No, que nada tu pecho conturba,
ni te arredras, oh virgen, de nada,
bien juzgando con clara mirada 30
lo que juzgan los hombres un mal.
   ¡Ah! ¡cuán dulce y gloriosa es la suerte
a que te alza la gracia divina!
No la mente más gloria imagina
que logró tu feliz vocación: 35
si himeneos humanos esquivas,
otro logras más alto y glorioso;
que es Dios mismo tu amante, tu esposo,
y testigos los ángeles son.
   En los altos palacios del cielo 40
pulsar oigo las harpas de oro
al ardiente seráfico coro,
inflamado en más vivo placer:
y con voz cuya inmensa dulzura
no adivina el humano deseo, 45
solemniza el feliz himeneo
entre Dios y una humilde mujer.
   Hoy se digna con nudos eternos
enlazarse ¡oh portento! a su sierva
el que cielos y tierra conserva 50
con su eterna mirífica ley.
Un Señor de inefable grandeza
a mortal himeneo se allana,
cual se uniera a una pobre aldeana
poderoso magnífico rey. 55
   El nupcial juramento resuena,
ya te liga perpetua lazada:
¡ah! no vuelvas jamás la mirada
al vil mundo que dejas atrás:
¡Mundo vano, traidor, engañoso, 60
precipicio cubierto de flores,
nos prometes eternos amores,
y placeres de un día nos das!
   Dar humanos amores al alma
es dar sólo una mísera gota 65
a profunda vasija que, rota,
no llenarán las ondas del mar:
lo creado este abismo no colma;
y esta sed tan tenaz e infinita
todo un Dios, todo un Dios necesita, 70
y Dios sólo la puede apagar.
   El amor de terrenos esposos
ve nacer y morir breve día,
y su fuego se cansa y enfría,
y se muda en amargo desdén: 75
mas del célico esposo las llamas
se conservan por siempre ardorosas,
y jamás sus amantes esposas
desdeñoso o ingrato le ven.
   Cruda hiriendo tu cándido pecho, 80
a su pie los sagrados altares,
que tus lágrimas rieguen a mares,
noche día te escuchen orar:
en tu echo durísimo el sueño
breves horas cobije tu frente, 85
ni te dé tu virtud penitente
sino tosco y escaso manjar.
   No por ti, tierna virgen sencilla,
darte debes tan crudo martirio:
no por ti, que eres cándido lirio, 90
trasparente cristal, no por ti;
mas ofrece al Señor tus dolores
tu oración, penitencia y gemidos,
por los tristes mundanos perdidos,
por tu patria doliente... por mí. 95

1865.               



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Al señor don Ignacio Gómez

En contestación a la oda en liras que me dedicó



                           De mi suerte las iras
seguir me niegan el vivir quieto
que tus hermosas liras
me pintan, y secreto
es de mis ansias perennal objeto. 5
   ¡Cuánta ventura goza
el morador de solitaria aldea!
En su pajiza choza
nada extraña o desea,
ni hay verdadero bien que no posea. 10
   Con el alba serena,
de las aves al cántico, madruga
a la usada faena,
que del tiempo a la fuga
retarda el vuelo y a su faz la ruga. 15
   Con la luz postrimera,
ufano vuelve a su mujer honesta,
que en el dintel le espera,
y la cena modesta
amorosa y solícita le apresta. 20
   Le rodea de hijuelos
el hechicero enjambre bullicioso;
y loando a los cielos,
feliz padre y esposo,
cierra el sueño su día venturoso. 25
   El triste vivir mío,
¡cuánto de su vivir es diferente!
El suyo es claro río,
quieta apacible fuente;
mar el mío, agitado eternamente. 30
   No con honestos lazos
circundará mi cuello esposa amante,
ni a mis brazos sus brazos
darán el tierno infante
que copie su bellísimo semblante 35
otro las alegrías s regocijos;
paterna goce y puros regocijos;
y en sus postreros días,
a sus males prolijos
den consuelo los hijos de sus hijos. 40
   No veré de mi mesa
la turba de mis nietos ser corona,
ni con planta traviesa,
en torno a mi poltrona,
se agitará festiva y juguetona. 45
   Son para el aldeano
la paterna heredad y humilde techo
todo un orbe mundano:
y a mi insaciable pecho
el vastísimo mundo viene estrecho. 50
   Él ni con el deseo
abandonó jamás sus dulces lares:
y yo triste paseo
por tierras y por mares
mi soledad eterna y mis pesares. 55
   En aquella ignorancia
inocente, tranquila y venturosa
en que vive la infancia,
él seguro reposa,
ni el ansia de saber jamás le acosa; 60
   Ninguna le es misterio
de cuantas leyes lo creado rigen;
de cuna y cementerio,
de nuestro fin y origen,
las tenebrosas dudas no le afligen: 65
   Yo, a quien paz no consiente
del negado saber el ansia aguda,
veo mi ciega mente,
de verdades desnuda,
solitaria vagar de duda en duda. 70
   La verdad me sentencia
a no mirar su lumbre suspirada:
y así toda la ciencia
por mi afán granjeada,
es tan sólo saber que no sé nada. 75
   ¡Tuviera la tranquila
dulce ignorancia que la fe respeta,
y no la que vacila
triste ignorancia inquieta
que aflige nuestras almas, oh poeta! 80

1865.               

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