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ArribaAbajoDescripción filosófica del Real Sitio de San Ildefonso: oda a don Manuel de Quintana



    Gracias una y mil veces doy al cielo
de hallarme en soledad; aquí, alma mía,
respira libremente:
¿en tan odioso suelo,
quién puede apetecer la compañía?  5
La maliciosa envanecida gente,
que corre diligente,
llena de orgullo, de ambición henchida,
de vil adulación acompañada,
y de negro interés prostituida,  10
es de mí detestada.
¡Oh Quintana! Tú sabes que abomino
estas falaces pompas del destino.

    Sabia, fecunda y fiel naturaleza
gime en estos jardines suntuosos  15
por el arte oprimida;
destruye su belleza
en formas y dibujos monstruosos;
al vano gusto del capricho unida,
imagen abatida  20
de la virtud sagrada, llora en vano.
¡Con cuánto más placer en las orillas
del claro Gualmedina, el verde llano
vi poblar de ovejillas,
en giros mil acá, y allá saltando  25
con sus tiernos hijuelos retozando!

    Por blanco mármol y dorados bronces
las cristalinas aguas arrojadas
suspendieron mis ojos;
miré en torno, y entonces  30
las gratas ilusiones disipadas
doblaron el pesar y los enojos.
Vi los tristes despojos
del hombre en sus grandezas engreído;
vi aquellos poderosos altaneros  35
el obsequio gozar, no merecido
de corazones fieros;
y pretender que logre el egoísmo
el premio que se debe al heroísmo.

    Si por el lado opuesto descendiendo  40
busco del prado la naciente grama,
oh elevada colina,
que el gusto complaciendo,
sirva a mis miembros de mullida cama;
luego en tropel confuso se avecina  45
la gente, que destina
este lugar sencillo a su recreo.
Vienen con aparato bullicioso
a gozar la hermosura del paseo;
y con desvelo ansioso  50
mujeres bellas en orgullo iguales,
principios ciertos de perpetuos males.

    Ni aun el sagrado templo está seguro
de abrigar la maldad en su recinto;
allí el lujo brillante  55
no es homenaje puro,
no es tributo de un Dios; a fin distinto
la vanidad del hombre penetrante,
en su orgullo constante,
hizo servir la pompa y la grandeza:  60
el Ser supremo olvida temerario
al tiempo, que le ofrece su riqueza;
pero el destino vario
doblega al triste cual ligera caña,
y en el soberbio corta su guadaña.  65

   Yo vi desde mi albergue al alto monte
coronar el nublado ennegrecido;
vi, que el celeste fuego
alumbra el horizonte:
lejano el trueno penetro mi oído;  70
los ecos resonaron con el ruego;
mas luego, amigo, luego
que convertida en lluvia la tormenta,
el huracán en doble remolino
arrebató el peligro, que lamenta  75
el mísero vecino,
todo volvió a su ser, que la malicia
pronto del cielo olvida la justicia.

    Quintana, vuela; sólo tú pudieras
animar mis ideas confundidas,  80
llenarme de contento;
las horas placenteras
de tu agradable genio ya perdidas
a mi vida prestaran nuevo aliento:
tú, con sublime acento  85
volvieras el verdor al mustio prado;
sensible y sabio, de amistad movido
mi placer renovaras con tu agrado;
mi ser fortalecido
con tu amistoso trato viviría;  90
y mi voz contra el vicio elevaría.