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Ocios de mi juventud

Poesías líricas: en continuación de Los eruditos a la violeta

José Cadalso


[Nota preliminar: Para consultar la reproducción digital de esta obra, pinchar aquí.]


ArribaAbajoPrólogo

Movido de un justo agradecimiento por la favorable aceptación con que el público honró la crítica de los falsos sabios que hice con nombre de los Eruditos a la violeta, compuse y le ofrecí el Suplemento. Y no siendo menor el favor con que le recibió, debe también ser mi gratitud en este caso igual a la que le manifesté en el otro. Pero como la crítica es materia tan delicada que, o suele degenerar en sátira, cosa opuesta a mi modo de pensar, o suele ser una fría repetición de lo ya dicho, cosa igualmente desagradable a los leyentes, he creído más acertado el publicar algunos manuscritos míos sobre varios ramos de literatura, empezando por la poesía.

Estos primeros cuadernillos son por la mayor parte del género menos útil de la poesía, pero del más agradable. Los intitulo Ocios de mi juventud, quedándome algún escrúpulo de que su verdadero título debiera ser Alivio de mis penas, porque los hice todos en ocasión de acometerme alguna pesadumbre, tal vez efecto de mis muchas desgracias, tal vez efecto de mis pocos años, y tal vez de la combinación de ambas causas.

En las materias amorosas he procurado escribir con la modestia de los Argensolas y Garcilaso, y no con la libertad de algunos otros poetas que se hallan impresos y reimpresos.

En el único asunto heroico que he tratado, puedo asegurar que la adulación no me ha dictado un verso; no ha seguido mi pluma otra voz que la de mi corazón.

En los versos en que se toca por incidencia la gloria de mi nación, he procurado hablar con todo el celo que profeso a mi patria y con toda la justicia que le hace la Historia; mayores ingenios lo ejecuten con toda la pompa que ella se merece. Los españoles lo agradecerán, los extranjeros lo aplaudirán; pues el espíritu de patriotismo que reina hoy en todos los países de la Europa hace que los hombres juiciosos de cada uno estimen a los que se declaran patriotas respectivamente en los suyos. Cuanto dijo Virgilio en alabanza de la gente romana, ponderando lo arduo que fue formar aquella nación gloriosa, atribuyéndola el derecho de destruir a cuantas se resistiesen a su poder, y de perdonar a cuantas implorasen su gracia, y profetizando una duración sin límite, ha sido justamente repetido en cada nación con más o menos verdad, pero con igual razón política, cual es el estímulo de los vivientes con los nombres de los muertos.

No creo que merezca menos mi patria, ni lo creerá su mayor enemigo, si lee nuestros anales, no sólo en la parte impresa por los españoles sino en la que dejaron escrita los romanos.

Hasta aquí por lo tocante a mis poesías en particular. De la poesía en general sería muy inútil referir su dignidad y mérito. Si en este siglo la han hecho menos apreciable algunos que han usurpado el título de poetas, sin tener la menor calidad para merecer este timbre, queda muy desagraviada la facultad con retroceder en la Historia y ver la consideración que obtuvieron en la corte y en la nación los que manejaron la lira con la misma mano y en el mismo tiempo que los negocios mayores de la religión, estado y guerra. Los nombres de Rebolledo, Ercilla, Hurtado de Mendoza, León y otros hacen ver lo compatible que es esta diversión con las ocupaciones mayores.

El erudito patriota que hace a la nación el servicio de publicar los extractos de nuestros poetas antiguos, nos da una noticia muy exacta del nacimiento y fortuna de los príncipes de nuestro Parnaso; y su lectura nos muestra evidentemente que los poetas verdaderos, aun en nuestros siglos más gloriosos, no tuvieron menos nombre en la república civil que en la literaria.








ArribaAbajoEl poeta habla con su obra, remitiéndola a un amigo suyo que reside en Madrid


Id, versos dichosos,
id, consuelos míos,
a la excelsa Corte
del rey más benigno.
Desde esta cabaña  5
de techo pajizo,
que fue vuestra cuna
y mi dulce asilo,
llegad hasta donde
el humilde río  10
los cimientos baña
del palacio altivo.
Mas no la inocencia
de ser hijos míos,
en llanto engendrados  15
y en pena nacidos,
os lleve engañados,
con afán continuo,
buscando un Mecenas
entre los validos.  20
¡Qué mal entre adornos
de dorados libros
parecen las hojas
del libro sencillo
en que mi tristeza  25
gravó mis suspiros!
Tampoco a los sabios
lleguéis atrevidos,
pidiendo que os pongan
al lado de Ovidio,  30
Boscán, Garcilaso,
Marcial y Virgilio,
Argensola, Lope
y Homero divino.
No entréis tan endebles  35
en tanto peligro,
que corren gran riesgo
en un golfo mismo
las barcas pequeñas
entre los navíos  40
que llevan de Cádiz
a los mares indios
las armas de Carlos,
su fe y su dominio.
Si acaso llegáis,  45
(¡oh cuánto os lo envidio!)
llegad preguntando
por un buen amigo,
de prendas completo
y libre de vicios,  50
con dulzura sabio,
sin arte, benigno.
Por estas señales
a Ortelio os dirijo.
Ya esté con su padre,  55
de quien es alivio;
ya esté, como suele,
allá en su retiro,
contando en los astros
las fuerzas y giros;  60
o ya del teatro
en el noble circo,
aplaudiendo gracias
o tachando vicios;
o ya con su Lisis  65
(que también le he visto
pagar el tributo
de gozo y suspiro
al sexo amoroso,
con afecto fino),  70
llegad a su pecho,
archivo del mío,
y decidle: «¡Ortelio!,
con paz recibidnos;
venimos de parte  75
del triste Dalmiro».




ArribaAbajoRefiere el autor los motivos que tuvo para aplicarse a la poesía y la calidad de los asuntos que tratará en sus versos


    Caro lector, cualquiera que tú seas
el que mis Ocios juveniles veas,
no pienses encontrar en su lectura
la majestad, la fuerza, la dulzura,
que llevan los raudales del Parnaso,  5
Mena, Boscán, Ercilla, Garcilaso,
Castro, Espinel, León, Lope y Quevedo.
No ofrezco asuntos que cumplir no puedo.
Sé que el mortal a quien benigno el hado
la morada del Pindo ha destinado,  10
halla en su cuna la sagrada rama
con que se sube al templo de la fama.
Tanta dicha a los cielos no he debido,
bajo tan fausto signo no he nacido.
En falsas cortes y en malicia fiera,  15
de mi vida pasé la primavera;
jamás compuse versos hasta el día
que me dejó la estrella más impía
a mi pena y rigor abandonado,
objeto débil del rigor del hado;  20
y con amor y ausencia, mal más fuerte
que cuantos he nombrado y que la muerte.
Entonces, por remedio en mi tristeza,
de Ovidio y Garcilaso la terneza
leí mil veces, y otros tantos gozos  25
templaron mi dolor y mis sollozos.
Huyendo de los hombres y su trato,
que al hombre bueno siempre ha sido ingrato,
sentado al pie de un álamo frondoso
en la orilla feliz del Ebro undoso,  30
¡cuántas horas pasé con los sentidos
en tan sabrosos metros embebidos!
¡Ay, cómo conocí que en su lectura
derramaban los cielos más dulzura
que en el divino néctar y ambrosía!  35
Mi tristeza en consuelo convertía,
y mis males yo mismo celebraba
por la delicia que en su cura hallaba.
Así como se alienta el peregrino
cuando encuentra con otro en el camino,  40
y con gusto el piloto al mar se entrega
si otro con él el mismo mar navega;
como se alivia el llanto si un amigo
de nuestras desventuras es testigo;
así los tristes versos que leía  45
templaban mi fatal melancolía,
hasta que en ellos me dispuso el cielo
de todo mi dolor total consuelo.
Así mi alma al Pindo agradecida,
cultivarle juró toda la vida.  50
Con pecho humilde y reverente paso
llegué a la sacra falda del Parnaso
y, como en sueños, vi que me llamaban
desde la sacra cumbre y me alentaban
Ovidio y Laso, a cuyo docto influjo  55
mi numen estos versos me produjo.
Todos de risa son, gustos y amores.
No tocaré materias superiores.
De los supremos dioses y los reyes
la oscura voz y las secretas leyes,  60
los arcanos, enigmas y misterios
no digo con osados versos serios;
antes con más sencillo y bajo tono
celebro la cabaña y dejo el trono.

    Ya canto de pastoras y pastores  65
las fiestas, el trabajo y los amores;
ya de un jardín que su fragancia envía
escribo la labor y simetría;
ya del campo el trabajo provechoso,
y el modo de que el toro más furioso  70
sujete al yugo la cerviz altiva,
y al hombre débil obediente viva;
ya canto de la abeja y su gobierno,
y el dulce tono del jilguero tierno.

    No mido con inútil osadía  75
cuánto anda el astro que preside al día,
ni celebro vilmente a los varones
funestos a la paz de las naciones.
Matar los hijos, degollar las madres,
violar las hijas, afrentar los padres,  80
lleven al hombre al templo de la gloria
al toque del clarín de la victoria;
pero jamás con versos inhumanos
héroes he de llamar a los tiranos.

    Y di, lector, ¿acaso nos importa  85
(pues la vida es tan frágil y tan corta)
que Febo dé su vuelta concertada,
siendo la Tierra la que está parada,
o que, parado el sol, la Tierra suelta
alrededor de Febo dé la vuelta?  90
¿Ni que el piloto audaz y codicioso
busque nuevos caminos al ansioso
navío, y que disculpe si es posible
hallarlos por el paso inaccesible
hacia el norte del Asia no cursado?  95
¿O si es mejor el paso acostumbrado
por donde los gigantes patagones
admiran los castillos y leones
en las popas de naves españolas,
cuando surcan aquellas bravas olas?  100
No leas con temor. Ni voz ni idea
verás en mí que indecorosa sea,
ni ofenderé al pudor más recatado.
Podrá decir mis versos sin cuidado
el labio virginal, sin que ofendidos  105
deje mi blando numen sus oídos.




ArribaAbajoLetrilla sincera


    El rayo severo
que Jove vibró
celébrele Homero,
que no lo haré yo.

    La sátira fiera  5
que Persio escribió
cultive el que quiera,
que no lo haré yo.

    Ercilla con arte
que él mismo probó  10
celebre a su Marte,
que no lo haré yo.

    Del mar que el Troyano
aumentó,
escriba el Mantuano,  15
que no lo haré yo.

    Pero del dios ciego
que Venus parió,
callen todos luego,
que bastaré yo.  20




ArribaAbajoAl mismo asunto en metro diferente, declarando su amor a Filis


   No canto de Numancia ni Sagunto
el alto nombre y la envidiable gloria
que ninguna nación tiene en su historia.
No elijo por asunto
el noble ardor del portugués famoso  5
que con el traje de infeliz villano
puso freno afrentoso
al grande orgullo del poder romano.
Ni de Pelayo canto las acciones
con que domó las bárbaras naciones  10
a España conducidas,
y en ella mantenidas
por codicia africana,
por venganza inhumana,
y porque estaba España deliciosa  15
sepultada en el lujo desidiosa.
Ni tocaré con numen elevado
la prudencia, virtud, valor y saña
del valiente extremeño,
que con glorioso empeño  20
al terreno envidiado
llevó las armas de la invicta España.
Ni canto a Carlos quinto, aquel guerrero
que prendió de la Francia al soberano,
venció al francés y castigó al germano,  25
y al africano fiero.
Ni al noble hermano de Felipe Augusto,
que en el mar de Lepanto,
con grande estrago y susto,
puso cadena al turco, al orbe espanto.  30
Ni de Álvaro Bazán, de quien ingleses
y turcos y franceses
conservarán impresa la memoria,
contando en cada acción una victoria.
Ni el brío más que humano  35
del Cid Díaz, soberbio castellano,
que con su lealtad, fuerza y prudencia
deteniendo la rueda a la fortuna,
las armas de su rey puso en Valencia
sobre la media luna.  40
Ni las hazañas y virtudes raras
de Córdobas, Navarros y Pescaras,
Carpios, Verdugos, Vargas, Mondragones,
con la turba inmortal de otros varones,
nobles abuelos nuestros y soldados  45
en España nacidos,
en Italia y en Flandes conocidos,
y por el orbe entero respetados,
sin que la envidia de la gente extraña
pueda negar su gloria a nuestra España.  50
No fue a mi musa dado
con el horrendo son del bronce herido
cantar como sagrado
el guerrero rigor, grato al oído,
del que entre sangre, robo, rapto y furia  55
a la infeliz humanidad injuria.

    Mi lira canta la ternura sola;
Apolo me la dio, Venus templola,
y aun ella preludió mi dulce acento
que al céfiro paraba por el viento,  60
a las aves sacaba de sus nidos,
al hombre enajenaba sus sentidos;
a sus sonoras voces
se amansaban los brutos más feroces,
y las mismas deidades elevadas  65
quedaban con sus ecos encantadas.
Con tal impulso tu favor no imploro,
familia docta del castalio coro.
Divinas nueve hermanas,
no os pido aquellas fuerzas soberanas  70
con que Homero cantó del griego armado,
y del cielo en dos bandos separados
las iras y el rencor. Musas, no os pido
el numen escogido
con que cantó Virgilio al pío Eneas,  75
por entre incendios y horrosas teas
sacando padres, dioses, hijo, esposa,
de Troya lastimosa;
venciendo vientos, mares y enemigos
hasta fundar a Roma.  80
Diverso vuelo toma
mi pluma, que al amor he dedicado.
Porque en metro mezclado
de gusto y de tristeza,
celebro de mí Filis la belleza,  85
y temiendo del hado los vaivenes,
canto su amor y lloro sus desdenes.




ArribaAbajoFruto que deseo sacar de mis poesías


    Horacio con sus versos aspiraba
de la inmortalidad a la alta cumbre;
en ellos fabricaba
mansión para su nombre, y discurría
que al tiempo vencería  5
y que la muchedumbre
de días y de meses y de edades
de las posteridades
sería con su nombre comparada;
lo que es la Tierra, de hombres habitada,  10
respecto de los astros que miramos
y de los que ignoramos
en esa inmensa esfera.

    Pero mi musa, menos altanera,
sin aspirar a que sus poesías  15
sean doctos objetos
allá en lejanos días,
cuando vivan los hijos de mis nietos,
solamente desea
que en estas hojas mi consuelo vea  20
en el mar de la suerte en que navego,
cual pasajero ciego
y tímido, ignorante
del rumbo, de las costas y del viento,
y del mudable y bárbaro elemento,  25
temiendo a cada instante
hallar segura muerte,
sin que la aparte mi sollozo blando;
y no como el piloto osado y fuerte
que a los cuatro elementos va burlando,  30
porque las artes sabe
del viento aleve y la ligera nave.




ArribaAbajoSobre ser la poesía un estudio frívolo y convenirme aplicarme a otros más serios


    Llegose a mí con el semblante adusto,
con estirada ceja y cuello erguido
(capaz de dar un peligroso susto
al tierno pecho del rapaz Cupido)
un animal de los que llaman sabios,  5
y de este modo abrió sus secos labios:

    «No cantes más de amor. Desde este día
has de olvidar hasta su necio nombre.
Aplícate a la gran Filosofía;
sea tu libro el corazón del hombre».  10
Fuese, dejando mi alma sorprendida
de la llegada, arenga y despedida.

    Adiós, Filis, adiós. No más amores,
no más requiebros, gustos y dulzuras;
no más decirte halagos, darte flores;  15
no más mezclar los celos con ternuras;
no más cantar por monte, selva y prado
tu dulce nombre al eco enamorado.

    No más llevarte flores escogidas,
ni de mis palomitas los hijuelos,  20
ni leche de mis vacas más queridas,
ni más jurarte mi constancia pura
por Venus, por mi fe, por tu hermosura.

    No más pedirte que tu blanca diestra
en mi sombrero ponga el fino lazo  25
que en sus colores tu firmeza muestra,
que allí lo colocó tu airoso brazo;
no más entre los dos un albedrío,
tuyo mi corazón, el tuyo mío.

    Filósofo he de ser; y tú que oíste  30
mis versos amorosos algún día,
oye sentencias con estilo triste
y lúgubres acentos, Filis mía,
y di si aquel que requebrarte sabe,
sabe también hablar en tono grave.  35




ArribaAbajoSonetos de una gravedad inaguantable, excepto los finales de cada uno



Sobre el poder del tiempo

    Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas;
ya transforma los valles en montañas,
ya pone un campo donde un mar había.

    Él muda en noche opaca el claro día,  5
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios en cabañas
y el juvenil ardor en vejez fría.

    Doma el tiempo al caballo desbocado,
detiene al mar y viento enfurecido,  10
postra al león y rinde al bravo toro.

    Sola una cosa al tiempo denodado
ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
y es el constante amor con que te adoro.


De la timidez natural a los hombres

    ¡A cuánto susto el cielo te condena,
oh género mortal, flaco y cuitado!
Se espantan unos en el mar salado
y tiemblan otros cuando Jove truena.

    Otros si el eco del león resuena,  5
otros cuando el magnate está irritado,
otros cuando en la cárcel han pasado
días y noches tristes con cadena.

    Yo solo discurrí no temblaría
al trueno, ni al león, ni al poderoso,  10
ni a la prisión, ni a todo el orbe entero.

    Mas se engañó mi débil fantasía:
el rostro de mi Filis desdeñoso
me cubre de terror, temblando muero.


Sobre el anhelo con que cada uno trabaja para lograr su objeto

    Pierde tras el laurel su noble aliento
el héroe joven en la atroz milicia;
sepúltase en el mar por su avaricia
el necio, que engañaron mar y viento.

    Hace prisión su lúgubre aposento  5
el sabio por saber; y por codicia
el que al duro metal de la malicia
fio su corazón y su contento.

    Por su cosecha sufre el sol ardiente
el labrador, y pasa noche y día  10
el cazador de su familia ausente.

    Yo también llevaré con alegría
cuantos sustos el orbe me presente,
sólo por agradarte, Filis mía.




ArribaAbajoA la fortuna


    ¿Dónde hallarás quien resistirse pueda,
ciega deidad, al delicioso encanto
del son del torno de tu instable rueda?

    Si de algún triste el doloroso llanto
aparta el sabio de la atroz rüina,  5
¡qué poco dura el saludable espanto!

    La mayor parte con vigor camina
al aéreo templo de la diosa fama,
y despreciar ejemplos determina.

    Enciende la ambición su horrenda llama,  10
toca el clarín la gloria, el mundo suena,
y nuevas redes tu locura trama.

    El alma débil de furor se llena,
segunda vez se entrega a tu mudanza,
que los gustos más gratos envenena.  15

    También guiome un tiempo la esperanza,
monstruo a quien abortó tu devaneo,
y culpé tu rigor y tu tardanza.

    ¡Oh cuántas veces se inflamó el deseo
en este pecho joven e inocente  20
que ya por fin desengañado veo!

    ¡Cuál crecía el incendio! ¡Qué imprudente
propuse levantar al firmamento
mi nombre, del ocaso al oriente!

    El militar estruendo, el duro acento  25
del jefe que las tropas disponía,
el ronco son del bélico instrumento,

    la clin del animal que Betis cría,
el brillo que el dorado Tajo presta
al fierro de Cantabria, patria mía,  30

    la pólvora a las madres tan funesta,
con estrépito horrendo en los cañones,
que tantas vidas y sollozos cuesta,

    y de la horrenda guerra las acciones,
parecíanme glorias soberanas,  35
dignas de los que habitan las mansiones

    del alto Olimpo, y que las nueve hermanas
sólo debían entonar loores
a las almas feroces e inhumanas.

    Llenábase mi pecho de furores  40
al leer de Curcio y de Solís la historia,
de Alejandro y Cortés aduladores.

    Envidiaba a los dos la fiera gloria
de ver en Moctezuma y en Darío
caprichos de la suerte y la victoria.  45

    Un héroe sabio y un monarca pío
parecíanme indignos de su cuna;
su libro indigno del estudio mío.

    Con gusto vi la bélica fortuna
del soberbio bretón, al lusitano  50
dar contra España audacia inoportuna;

    y las melenas del león hispano
coronarse con lises, y a su saña
rendir Almeida el alto muro ufano.

    Y al ver de Marte por la dura España  55
rodar el carro con horrible estruendo
y alzar la muerte su infeliz guadaña,

    iba yo en mi memoria recorriendo
historias dignas de dolor y espanto
y mi alma con sus nombres complaciendo:  60

    de Numancia, Sagunto y de Lepanto,
de Méjico, de Cuzco y de Pavía,
de San Quintín, de Almansa y Camposanto,

    de Roncesvalle y tanto crudo día
que en nuestros fastos con orgullo se halla,  65
y lee la juventud con alegría.

    Deseaba llegase la batalla
en que las tropas que la Lipe ordena
huyesen de Lisboa a la muralla

    o rindiesen el cuello a la cadena,  70
para venir de Atocha al templo santo,
que de himnos victoriosos siempre suena,

    y do ven las naciones con espanto
banderas y estandartes y tambores,
con nuestro gozo y con ajeno llanto.  75

    Pero días más gratos y mejores
iba trayendo el tiempo a los mortales,
enfrenando de Marte los rigores;

    y Carlos, lastimado de los males
que el mundo en tantos años padecía,  80
le quiso repartir bienes iguales.

    Y así como Neptuno volvió el día
quietud, y sol al triste mar, turbado
por iras de la diosa que quería

    anonadar la gente, a quien el hado  85
prometía el imperio de la tierra,
así también al mundo encarnizado

    en una larga y horrorosa guerra,
Carlos dio paz, y el mundo gozar pudo
los muchos bienes que su nombre encierra.  90

    El soldado, colgando el fuerte escudo
en el nativo hogar, al padre anciano,
con tono extraño y ademán forzudo,

    contó los lances de la guerra, ufano
de que su simple voz oída sea  95
por cariñosa madre, tierno hermano,

    zagales toscos de la misma aldea,
y la zagala joven y gallarda
con quien unir su corazón desea

    y a quien el día deseado tarda.  100
Ya de otro caos la naturaleza
sale segunda vez; no se acobarda

    el marinero ya con la fiereza
del mar, ni el labrador ya se detiene
en romper de la tierra la dureza.  105

    Cada arte y ciencia nueva vez previene
a quien la trate aplausos y consuelo;
a los mortales la quietud ya viene,

    y la voz de los pueblos llega al cielo
con júbilos, con gozo y alegría;  110
el cielo esparce su bondad al suelo.

    Y yo sintiendo el deseado día,
viendo en él mi esperanza fenecida,
pues la guerra tu gracia me ofrecía,

    vine a la corte, donde nueva vida,  115
nuevas lides ofrece y nueva pena
con colores de gustos bien fingida.

    Allí arrastré la rígida cadena,
tan dura que aun después de rescatado
en mis oídos su rüido suena.  120

    Sí, fortuna, yo vi (¡cuán espantado
hasta ver que lo mismo siempre ha sido!),
vi lo que nunca hubiera yo soñado;

    y por tus sacerdotes conducido,
tus ritos vi, tus víctimas y templo,  125
joven audaz y nada apercibido.

    Guiome de otros muchos el ejemplo,
cuya vida juzgaba yo colmada,
y ahora esclavitud triste contemplo.

    Ya con rodilla ante el altar doblada,  130
movió mi débil mano el incensario
por culto de una estatua inanimada.

    La cara del amigo y del contrario
mil veces vi con arte equivocarse,
la del cobarde y la del temerario.  135

    En fin, vi con dolor adulterarse
virtud, honor, bondad, y con pasiones
del más horrible género mezclarse.

    Me engañaste hasta aquí. ¡Cuántas razones
tirana me pusiste, deseando  140
llevarme más allá! ¡Cuantas me pones

    con rostro afable y con acento blando
aun después del desprecio con que veo
al que vas abatiendo o ensalzando!

    Lo sabes, y que yo sólo deseo  145
huir de ti, porque jamás consigas
de mi pecho formar nuevo trofeo,
por más que me acaricies o persigas.




ArribaAbajoAl pintor que me ha de retratar


Anacreóntica

    Discípulo de Apeles,
si tu pincel hermoso
empleas por capricho
en este feo rostro,
no me pongas ceñudo  5
con iracundos ojos,
y en la diestra el estoque
de Toledo famoso,
y en la siniestra el freno
de algún bélico monstruo,  10
ardiente como el rayo,
ligero como el soplo;
ni en el pecho la insignia
que en los siglos gloriosos
alentaba a los nuestros,  15
aterraba a los moros;
ni cubras este cuerpo
con militar adorno,
metal de nuestras Indias,
color azul y rojo;  20
ni tampoco me pongas,
con vanidad de docto,
entre libros y planos,
entre mapas y globos.
Reserva esta pintura  25
para los nobles locos
que honores solicitan
en los siglos remotos.
A mí, que sólo aspiro
a vivir con reposo  30
de nuestra frágil vida
estos instantes cortos,
la quietud de mi pecho
representa en mi rostro,
la alegría en la frente,  35
en mis labios el gozo.
Cíñeme la cabeza
con tomillo oloroso,
con amoroso mirto,
con pámpano beodo;  40
el cabello esparcido,
cubriéndome los hombros,
y descubierto al aire
el pecho bondadoso;
en esta diestra un vaso  45
muy grande y lleno todo
de jerezano néctar
o de manchego mosto;
en la siniestra un tirso,
que es bacanal adorno,  50
y en postura de baile
el cuerpo chico y gordo;
o bien junto a mi Filis,
con semblante amoroso,
y en cadenas floridas  55
prisionero dichoso.
Retrátame, te pido,
de este sencillo modo
y no de otra manera,
si tu pincel hermoso  60
empleas por capricho
en este feo rostro.




ArribaAbajoA la peligrosa enfermedad de Filis


Anacreóntica

    Si el cielo está sin luces,
el campo está sin flores,
los pájaros no cantan,
los arroyos no corren,
no saltan los corderos,  5
no bailan los pastores,
los troncos no dan frutos,
los ecos no responden...
es que enfermó mi Filis
y está suspenso el orbe.  10




ArribaAbajoA un héroe, advirtiendo que aprecie a los poetas, porque ellos transmiten a la posteridad las hazañas de los hombres grandes


    Los lauros que en la lid habéis ganado
a Marte no ofrezcáis agradecido;
vuestro nombre, y el triunfo conseguido,
quedará en pocos años sepultado
en el eterno olvido.  5

    Mas si con esas victoriosas manos
os despojáis del ramo de la gloria,
y a Febo dedicáis vuestra victoria,
las musas a los siglos más lejanos
llevarán la memoria.  10




ArribaAbajoAnacreóntica


    Dime, dime, muchacho,
¿cuántas veces te he dicho
que me des de lo añejo
cuando te pida vino?
Anoche, en vez de darme  5
del viejo bueno tinto,
me diste malo y nuevo,
y pagué tu descuido.
Apenas me llenaste
doce veces el vidrio  10
con que suelo, contento,
brindar a mis amigos,
cuando caí de espaldas,
perdidos los sentidos,
haciendo de mí mofa  15
las chicas y los chicos;
y sin duda quedara
en el suelo tendido
a no tocarme Febo
con sus rayos divinos,  20
cuando de su carrera
llegaba al medio fijo.
Dame, dame del viejo,
a ver si con su brío
y la luna, que sale,  25
me sucede lo mismo;
y si tal sucediere,
muchacho, te permito
que en adelante traigas,
cuando yo pida vino,  30
del nuevo o bien del viejo,
del blanco o bien del tinto.




ArribaAbajoPasatiempos


    Sacó Fabio su libro de memorias
en que todos los días apuntaba
de su importante vida las acciones,
a la posteridad noticias gratas.
Leyó de la semana antecedente  5
la cuenta que escribió con pluma exacta:
«Lunes me enamoraré; martes lo dije;
el miércoles me dieron esperanzas;
jueves me amaron; viernes fastidieme;
el sábado di cielos, vi mudanzas;  10
el domingo inclineme hacia otra parte...».
¡Miren una semana bien gastada!




ArribaAbajoAnacreóntica


A un amigo, sobre el consuelo que da la poesía

    Mi dulcísimo amigo,
a ti y a mí quitarnos
los versos con que alegres
esta vida pasamos,
era quitar la yerba  5
al fresco y verde prado,
el curso al arroyuelo
y a las aves el canto.
Y porque algunos necios
desprecian al Parnaso,  10
¿al dios que nos inspira
hemos de ser ingratos?
¿Acaso su desprecio
equivale al regalo
con que suelen las musas  15
venir a consolarnos?
¿Qué triunfos, qué victorias
ensalzan al soldado,
qué moneda al avaro,
como al ardiente pecho  20
del poeta inspirado
cuando lleno se siente
del dios del Pindo sabio?
De amor y de fortuna,
que al corazón humano  25
dan sustos a la vida,
dan a la muerte estragos,
la musa nos defiende,
Apolo nos da amparo.
Cuando Filis me ofende  30
poniendo un ceño ingrato,
y cuando tu Dorisa
te da un instante amargo,
¿cuál cosa de este mundo
pudiera libertarnos  35
de darnos cruda muerte
o de vivir penando,
sino aquel desahogo
que en la musa encontramos;
sino aquella dulzura  40
con que ella suele hablarnos?
Entonces en un verso
dejamos mil enfados,
y volvemos gozosos
en busca de otros tantos;  45
pues de la ciega diosa
los vaivenes aciagos,
cuando castiga al bueno,
cuando premia al malvado,
¿cómo puede sufrirlos  50
un corazón humano,
sino como nosotros
solemos tolerarlos?:
despreciando sus premios,
su cólera burlando,  55
y todo sin más armas
que la pluma en la mano.




ArribaAbajoAnacreóntica


    ¿Quién es aquel que baja
por aquella colina,
la botella en la mano,
en el rostro la risa,
de pámpanos y yedra  5
la cabeza ceñida,
cercado de zagales,
rodeado de ninfas,
que al son de los panderos
dan voces de alegría,  10
celebran sus hazañas,
aplauden su venida?
Sin duda será Baco,
el padre de las viñas.
Pues no, que es el poeta  15
autor de esta letrilla.




ArribaAbajoAnacreóntica


Devolviendo a dos amigos las coplas que ellos le habían enviado y compuesto en una partida de campo


    Estos alegres metros
devuelvo a vuestras manos,
amigos de mi vida,
de Venus y de Baco;
con mil amargas quejas  5
de no haber presenciado
los gustos de la mesa,
los placeres del campo,
y de que ausente y triste,
no pude acompañaros,  10
ya tomando la lira,
ya tomando los vasos.
Y aunque sé que en los versos
me venciérais ambos,
os venciera bebiendo  15
y quedara vengado.




ArribaAbajoCarta de Florinda a su padre el conde D. Julián después de su desgracia


    Señor (pues ya no debe
apellidarte padre aquesta triste,
a quien el astro aleve
arrebató el honor que tú la diste),
te envío con mi carta mi quebranto;  5
mezcla tú mis renglones con tu llanto.

    ¡Ay!, trémula mi mano
borra los caracteres que escribía,
porque el dolor tirano
agita con temblor la pluma mía;  10
mi mano en infortunio tan deshecho
imita lo agitado de mi pecho.

    Conozco que mi aliento
antes que aquesta carta ha de acabarse;
tendrá nuevo tormento  15
mi corazón en no poder vengarse;
Florinda morirá, sin que en Rodrigo
vengues mi honor, castigues tu enemigo.

    Cuando tan fuerte sea
mi pecho que a sus males no se rinda;  20
cuando mi padre vea
su honor entre desdoros de Florinda,
¡muerto te quedarás, oh padre amado!,
y nuestro honor marchito y no vengado.

    Mas aunque no resista  25
mi fuerza a la ignominia de expresarla,
ni tu infelice vista
a la dura desdicha de mirarla,
a la posteridad estos renglones
acaso servirán como lecciones.  30

    Al joven don Rodrigo
hermosa parecí; llamome hermosa.
¡Ay!, ¡sobrado te digo
en frase tan sencilla y azarosa!
Él era rey y joven, y era amante;  35
y yo mujer, hermosa e ignorante.

    ¡Con qué tiernas miradas
me declaró el amor que me tenía!
¡Qué voces disfrazadas
con estudiado estilo profería!  40
Sus ojos y su boca se ligaban
contra mi corazón, y triunfaban.

    Mi corazón, ajeno
de lo que amor se llama entre los necios,
se tuvo tan sereno,  45
que por halagos tiernos dio desprecios.
Pero de amor la inexplicable llama
a veces en el fuego más se inflama.

    ¡Qué fiestas no intentaba
para lograr sus fines suntuosas!  50
La corte se admiraba,
ignorando las causas asombrosas;
yo sola no ignoraba de estas fiestas
la causa y consecuencias: ¡qué funestas!

    Mil veces al torneo  55
el mismo don Rodrigo se veía
las alas del deseo
mezclar con las del traje que vestía;
el traje, la divisa y la librea
los fines me explicaban de su idea.  60

    Mil otras se postraba
a su triste vasalla el soberano;
rendido me juraba
pondría sus dominios en mi mano.
Alguna vez más bajo se abatía  65
diciendo que a mis pies todo pondría.

    Las cargas del reinado,
tan duras de llevar y tan precisas,
dejaba descuidado
en manos o malvadas o indecisas.  70
¿Cuál podría mandar un reino entero
quien era de otro dueño prisionero?

    Por fin los maliciosos,
a costa de desvelos y cuidados,
supieron los dudosos  75
motivos por él mismo declarados.
Comenzaron sus necios artificios
a preparar mayores precipicios.

    Algunos, ignorando
que el pecho femenino más entero  80
suele rendirse blando
de la soberbia al tono lisonjero,
quisieron deslumbrar el pecho mío
con ideas de mando y poderío.

    Decían que grandeza,  85
palacio, España toda, el mundo entero
a mis pies su cabeza
al punto rendiría con esmero;
y que aceptase el lauro prodigioso
de ser reina del rey más poderoso.  90

    A todos resistía
tu hija, combatida de mil modos;
solo se defendía
mi honor, que se oponía contra todos;
contra el amor en artes abundante  95
sólo el honor consigue ser triunfante.

    Triunfé, pero Cupido,
viéndose de mi triunfo avergonzado,
y viéndose vencido,
a todos los delitos arrestado,  100
a la astucia juntó ya la demencia,
engaños, amenazas y violencia.

    Un día (¡con qué agüeros
me lo predijo el cielo!, ¡con qué susto!)
un negro gavilán vi que seguía  105
a una tierna paloma que le huía.

    Yo vi que a una cordera
un lobo devoraba ensangrentado;
yo vi su saña fiera
al pie de mi palacio desgraciado.  110
¡Necia de mí, que con agüeros tales
no me temí los más atroces males!

    En este mismo día
Rodrigo me llamó, y así me dijo:
«Tu noble valentía  115
venció por fin a mi fervor prolijo;
admiro tu virtud y la venero,
yo mismo envidio un pecho tan entero.

    Florinda, ya se acaba
de mi persecución el necio empeño;  120
aun mi alma se alaba
de humillarse a la fuerza de tu ceño;
vive felice sin temor ni susto,
ya no aspiro a más gusto que tu gusto».

    Mis lágrimas siguieron  125
del gozo a la sorpresa de mi oído,
como seguir se vieron
al susto en otro tiempo conocido;
y mi alma con tan nuevas mutaciones
lloraba y aplaudía sus blasones.  130

    Al fin, agradecida,
a sus plantas postreme presurosa;
jurele que en la vida
olvidaría acción tan generosa,
y que la sangre toda de mi gente  135
vertería en su obsequio, reverente.

    Iba mi entendimiento
con lágrimas y voces a explicarse
en su agradecimiento,
cuando mi corazón sentí turbarse,  140
y con el nuevo gozo enajenada,
caí entre sus brazos desmayada.

    Mas, ¡cielo!, mi hermosura,
sin duda nuevo lustre en mi tristeza,
y su osada locura  145
nuevas fuerzas tomó de mi flaqueza;
y mi alma entre las sombras de la muerte
dejó de ser, como en la vida, fuerte.

    Volví del accidente
¡ojalá que a la vida no volviera!,  150
y Rodrigo, insolente,
mirábame con complacencia fiera,
diciendo: «¿Ves, Florinda, cómo el cielo
favoreció mi ardor y mi desvelo?

    Lo que tú has resistido  155
con tan ciego tesón y tiranía,
el cielo ha permitido
en un instante: ya te he hecho mía;
lo que ha empezado el cielo prosigamos
en dulce unión el tiempo que vivamos».  160

    Al oírle y mirarme,
rompí los nudos que su brazo hacía,
y fiera al arrancarme,
cobré la voz, y al tiempo que él huía,
dije: «¡Ay de ti, Rodrigo!, tus maldades  165
han de llorar las míseras edades».

    ¡Qué necia!, ¡cuál sonaba
mi voz por el palacio del delito!
¡Qué triste publicaba
el crimen de Rodrigo y mi conflicto!  170
«Venganza», sí, «venganza», repetía,
y al cielo y a la tierra la pedía.

    Viendo que tierra y cielo
sordos estaban siempre a mis oídos,
sólo pedí consuelo  175
a mis tristes potencias y sentidos.
¡Excesos son de la venganza insanos!
Quise matar al rey con estas manos.

    Pensé yo convidarle
a mi jardín; con fácil fingimiento  180
mi pecho presentarle,
como cambiando en gusto su tormento;
decirle que podía sin recelo
contar con mi terneza su desvelo.

    Y al tiempo que él, demente,  185
con la amorosa llama deslumbrado,
se llegase impaciente
al pecho a quien creía conquistado,
con un puñal lavar en su torpeza
la mancha derramada en mi flaqueza.  190

    Mas sin duda los reyes
son de tan superior naturaleza,
que las humanas leyes
humillan el rigor y fortaleza;
y sólo puede castigar coronas  195
quien maneja los astros y las zonas.

    Ya me falta el aliento
para la grave empresa meditada;
un impulso violento
me detiene la mano levantada,  200
y en tan dudoso, oscuro y cruel abismo,
vuelvo el puñal contra mi pecho mismo.

    Y al punto (¿quién creyera
que faltara a Florinda valentía?)
que lo emprendo severa,  205
tiembla cobarde aquesta diestra mía.
Y así a mi padre en mi desdicha apelo
por muerte, por honor y por consuelo.




ArribaAbajoEl poder del oro en el mundo. Diálogo entre Cupido y el poeta



POETA

Tu imperio ya se acaba;
guarda, niño, las flechas en la aljaba.

CUPIDO

Pues y los corazones,
¿cómo han de conquistarse?

POETA

Con doblones.  5




ArribaAbajoSencillas ponderaciones de un pastor a su pastora


    Deste modo ponderaba
un inocente pastor
a la ninfa a quien amaba,
la eficacia de su amor:

    «¿Ves cuántas flores al prado  5
la primavera prestó?
Pues mira, dueño adorado,
más veces te quiero yo.

    ¿Ves cuánta arena dorada
Tajo en sus aguas llevó?  10
Pues mira, Filis amada,
más veces te quiero yo.

    ¿Ves al salir de la aurora
cuánta avecilla cantó?
Pues mira, hermosa pastora,  15
más veces te quiero yo.

    ¿Ves la nieve derretida
cuánto arroyuelo formó?
Pues mira, bien de mi vida,
más veces te quiero yo.  20

    ¿Ves cuánta abeja industriosa
de esa colmena salió?
Pues mira, ingrata y hermosa,
más veces te quiero yo.

    ¿Ves cuántas gracias la mano  25
de las deidades te dio?
Pues mira, dueño tirano,
más veces te quiero yo».




ArribaAbajoA los días del Excmo. Señor Conde de Ricla


    Salid, ninfas del Ebro,
a mis voces juntad vuestra harmonía;
cantad al que celebro
en su dichoso y deseado día.
Salid, ninfas, cantando,  5
y el eco suene con acento blando.

    Una tropa ligera
de sátiros y faunos y silvanos
impaciente os espera,
venida de los montes más lejanos  10
para formar su danza,
y lloran, tristes, ya vuestra tardanza.

    Las aves lo supieron
(sin duda de algún numen inspiradas)
y más prontas unieron  15
sus voces por los cielos concertadas;
y con voz más sonora
más presto despertaron a la aurora.

    Apenas del oriente
abrió las puertas la rosada aurora,  20
cuando el prado y la fuente
vistió la mano de la diosa Flora,
regando el verde suelo
con el sonoro y líquido arroyuelo.

    Pisad, ninfas del prado,  25
con libre pie la rosa y la azucena;
y del pelo dorado
caigan las perlas en la orilla amena,
porque adorno más bello
a vuestra sien dará vuestro cabello.  30

    ¡Egregio Villalpando!,
así cantaba yo con bajo acento
y lira humilde, cuando
sentí en mis venas un ardor violento,
cual suele de repente  35
de Etna brotar un ígneo torrente.

    Y así como se extiende
por campo, valle, prado, selva y monte
la llama, y más se enciende,
y parece abrasado el horizonte;  40
así sentime luego
todo encendido en un sagrado fuego.

    No pisa más osada
la Trípode que anuncia lo futuro,
la Pítica inspirada  45
a quien Febo abre el libro siempre oscuro
donde están estampados
los divinos secretos de los hados.

    Ni se le eriza el pelo,
ni la voz se le turba en la garganta,  50
ni mira osado al cielo,
ni lleno ya de fuerza se levanta
con el ardor y asombro
que mi alma siente cuanto yo te nombro.

    Ni del vulgo profano  55
la turba ofrece reverente oído
al tono más que humano
que el sacerdote pitio ha proferido,
con más sagrado espanto,
que el mundo me oye, si tu nombre canto.  60

    Ya veo que del río
cuyo nombre ha tomado España entera,
al fuerte acento mío
sale el anciano dios con faz severa
y tridente en la mano,  65
igual al de Neptuno soberano.

    Ya aparta del cabello
los juncos y las conchas y corales,
y por el duro cuello
lo esparce en largas trenzas desiguales  70
con la nervuda diestra
y la ancha frente, y sus arrugas muestra.

    Con la siniestra aplica
a su gran boca un caracol horrendo
que sus voces duplica,  75
causando al eco un nunca oído estruendo;
siete veces le toca,
y siete tiembla la cercana roca.

    Y mirándome adusto
(sintiendo que un mortal alcance a tanto  80
que conmueva a su gusto
a las mismas deidades con su canto),
de envidia y rabia lleno,
vuelve a sus ondas por su verde seno.

    Detiene su corriente  85
el Ebro, y se sosiega la onda pura;
y hacia el golfo de oriente
su curso, como suele, no apresura.
Y Neptuno, irritado,
echa menos el feudo acostumbrado.  90

    Ya del tranquilo río
las ninfas y tritones van saliendo;
estos con grande brío
las importunas olas van abriendo,
porque salgan gustosas  95
las ninfas en sus conchas primorosas.

    Zagalas y pastores
que esperáis en la orilla su llegada,
¿decid si otras mayores
bellezas vio jamás vuestra morada?  100
¿Decid, verdes orillas,
si nunca visteis tales maravillas?

    Apenas han salido
del agua, cuando dan dulces acentos
al eco suspendido,  105
y su gozo se esparce por los vientos.
¿Decid, aves canoras,
si nunca oísteis voces tan sonoras?

    Ya la mansa corriente
a la orilla feliz bien envidiada  110
las lleva blandamente;
y los tritones sienten su llegada,
y sacando hacia afuera
los brazos, cada cual la suya espera.

    Uno que más desea  115
la vuelta de su amada ninfa, dice:
«Vuelve, mi Galatea,
vuelve al constante amor de este infelice;
así la cipria diosa
te haga cada día más hermosa».  120

    Esto mismo repite
cada cual a la suya con terneza;
y sabroso convite
le prepara, en señal de su fineza,
de peces y de frutas  125
que el río cría dentro de sus grutas.

    Pero ellas no se cuidan
de tanto anhelo y de dulzura tanta,
viendo que las convidan
a herir el suelo con ligera planta  130
pastores más hermosos,
y sátiros y faunos bulliciosos.

    Témplanse los panderos
y flautas y zampoñas pastoriles
con los suaves jilgueros  135
y zagales con voces juveniles;
y con sus blancas manos
tocan las ninfas sones más que humanos.

    La más bella levanta
al alto Olimpo tu eminente cuna,  140
y con el brío te canta
superior al poder de la fortuna,
y «¡viva Ricla, viva!»
exclama el coro de la comitiva.

    Otra su voz ofrece  145
ti lo benigno de tu noble pecho,
e igualarlo parece
a los influjos del empíreo techo;
y el coro junto exclama:
«¡Que Ricla viva con eterna fama!».  150

    Otra dice que fuiste
al reino ultramarino del gran Carlos,
que a los indios pusiste
bajo su amparo, para rescatarlos;
el gran coro vocea:  155
«¡Viva el gran Ricla, venturoso sea!».

    Otra ninfa te canta
venciendo con estrago a los germanos,
y dice: «Cuánto espanta
el hierro, si lo esgrimen esas manos!»;  160
y el coro, que lo ha oído,
repite: «¡Viva quien triunfante ha sido!».

    Otra dice tu celo
para las armas del hispano Marte;
la bóveda del cielo  165
vuelve mayor su voz para alabarte,
y el coro escucha atento
y dice «¡viva!» con sonoro acento.

    A cada ninfa hermosa
que cantaba con celo tus loores,  170
la comitiva ansiosa
ofrecía guirnaldas de mil flores,
y ella se las quitaba
y en tu estatua de mármol las dejaba.

    Y el tiempo, grave anciano,  175
con hoz irresistible y destructora
se aparece, y ufano,
mirando a la cuadrilla que te adora,
dice: éste será el solo
a quien defienda de mi brazo Apolo.  180




ArribaAbajoAnacreóntica


    Vuelve, mi dulce lira,
vuelve a tu estilo humilde,
y deja a los Homeros
cantar a los Aquiles.
Canta tú la cabaña  5
con tonos pastoriles,
y los épicos metros
a Virgilio no envidies.
No esperes en la corte
gozar días felices,  10
y vuélvete a la aldea,
que tu presencia pide.
Ya te aguardan zagales
que con flores se visten,
y adornan sus cabezas  15
y cuellos juveniles.
Ya te esperan pastores,
que deseosos viven
de escuchar tus canciones,
que con gusto repiten.  20
Y para que sus voces
a los ecos admiren
y repitan tus versos
los melodiosos cisnes,
vuelve, mi dulce lira,  25
vuelve a tu tono humilde,
y deja a los Homeros
cantar a los Aquiles.

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