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Oda en elogio de las fumigaciones de Morvó

María Rosa de Gálvez






ArribaPoesía Oda

En elogio de las fumigaciones de Morvó, establecidas en España á beneficio de la humanidad de órden del Excelentísimo Señor Príncipe de la Paz, por Doña María Rosa de Galvez




   No á la implacable muerte
Sacia del fiero Marte sanguinoso
La universal desolacion: en tanto
Que de su carro el giro pavoroso
Los pueblos llena de dolor y espanto,
Ella por las regiones
De la tierra, á su aspecto estremecida,
Vuela feroz, seguida
De dolencias sin fin altos blasones,
Sobervios Tronos, militares lauros,
Vagando encarnizada,
Arrebata, derroca, hunde en la nada.

   Los siglos á su voz el curso lento
Apresuran y mil generaciones,
Y mil otras fugaces desparecen
En el inmenso abismo
De la tremenda eternidad: Naciones
Enteras destruyó, cuya memoria
Aun se pierde en los fastos de la historia:
Vedla furiosa despoblar el mundo,
Desde las costas de Africa abrasadas,
Hasta las cimas por el Austro heladas;
Ved la América inculta
Desolar baxo formas espantosas
La epidemia voraz, y qual sepulta
Con bárbara violencia
Del colono industrioso la inocencia;
Vedla desde sus playas procelosas
Tender el negro vuelo
A las riberas del hispano suelo.

   ¡Ay Esperia! la muerte señalando
Las costas de la Betica felice,
Allí mi imperio, dice,
Con ecos de terror, hoy mas se extienda:
«Allí dó prodigando
Natura de su seno ricos dones,
Apénas obedece de mi cetro
La ley universal: tu hija espantosa
Del Averno y la Estigia venenosa
Vé á convertir sus fértiles campiñas
En campo de dolor, vé, y las ciudades
En beldad y tesoros florecientes,
Desiertas queden, y mi trono sean,
Y en hondas tumbas transformar se vean.»

   ¡O patria, tu afliccion al cielo plugo!
Y al mortífero soplo abandonado
Se oyó gemir el Gaditano suelo:
La densa nube que el contagio envuelve
Entre la tierra se fijó y el cielo;
Y lanzando vapores de exterminio,
Las puras aguas en cicuta vuelve:
El pestífero viento
Mortal abatimiento
Infunde al hombre, y sus entrañas llena
De un fuego destructor: ya desecando
Su cárdeno semblante,
Le vá los tristes ojos descarnando.
Y él doblegando el cuerpo vacilante,
Cede á la infausta suerte
Que tiempo no dexó de vida á muerte.

   En tal conflicto la amistad sagrada,
El tierno amor, la fiel naturaleza,
Rompen sus dulces lazos:
Huyendo orrorizada
Del tálamo nupcial la triste esposa
Trémula vá, y aun vuelve la cabeza
Al objeto infeliz de sus amores,
Y al mirar sus dolores
Tornar quisiera, y de terror supira,
Y torna y dice ¡Esposo!... y luego espíra.

   Yace el anciano moribundo y solo
De la piedad filial desamparado:
Yace mortal trofeo
En el féretro helado
La doncella que alegre prevenia
Las pompas de himenéo:
Y ya la muerte con su mano impía.
Señala el tierno infante
En el regazo de su madre amada,
Ella sola su vida despreciando
Contempla desolada
El horror del sepulcro en su semblante;
Contra su seno estrecha sollozando
La cara prenda, y á su labio uniendo
Los suyos amorosos,
Sus ayes dolorosos
Y postrimer aliento recogiendo
Lo ve espirar, y exclama
Espirando tambien al hijo asida,
¡O! si muriendo yo, te diese vida.

   A tanto duelo, á tan atroces males
Vana es la ciencia de Epidauro: ansioso»s
Los míseros mortales
Su salud buscan de la patria huyendo;
Qual apénas el cuerpo sobsteniendo,
Por las calles se arrastra semi-vivo,
Que encuentra de cadáveres sembradas;
Qual al campo saliendo,
Entre abrojos y plantas agostadas
Abandonado en su dolor perece;
Y otro en el fragil leño que le ofrece
La suerte junto al puerto,
Se confia á merced del oceano,
Guiando el rumbo incierto
A las amigas naves;
¡Mas ay! Socorro en vano
En ellas esperó, que cien espadas
Lo alejan, lo rechazan á porfía,
Y despechado muere en su agonia.

   No suena en tanto el golpe repetido
Del artesano en su taller desierto:
No el labrador al campo lleva uncido
El manso buey, ni al bullicioso puerto
El marinero con afan camina,
Que en la comun ruina
Reyna el silencio de la tumba: acaso
Resuena el bronce hueco
Entre las sombras de la noche, y vaga
Al ayre impuro su clamor medroso;
Acaso un ¡ay! y el eco
De la sagrada religión se escuchan;
Mientras rueda espantoso
El carro de la muerte conduciendo
las victimas heladas,
Con su sordo rumor estremeciendo
Las mansiones de lágrimas regadas.

   Como en la ardiente Libia el viento impele
Las montañas de arenas encendidas,
Cubriendo en remolinos centellantes
Exércitos y tiendas esparcidas;
Asi los infelices habitantes
De Gades, el contagio sepultando,
El torrente voraz de sus horrores
Va por la fértil Bética llevando:
Ni al tiempo cede, que Hidra venenosa
De inmortales cabezas,
Dó se ataja un destrozo, ciento nacen:
Ni á su funesto imperio satisfacen
De Cádiz los estragos, que su vuelo
Tiende al feraz Malacitano suelo;
Valencia tiembla, y la feroz guadaña
Amagó el sacro Trono de la España.

   ¿Y por siempre será que á tal destrozo
Abandonada la nacion se vea
Que al Eterno elevó puros altares?
¡O Dios, la frente de bondad inclina
Sobre tu pueblo fiel, y libre sea
De la desolación!... mas ya ilumina
Un rayo celestial de su luz pura
El desvelo incesante
De un genio creador: ¡Salve ó natura
Que á su estudioso afan tu auxilio prestas!
¡Salve Morvó! tú indagadora mente
Los senos de la tierra investigando,
De los tesoros que en su centro anida,
Dulce soplo de vida
Compuso, que á la atmósfera volando,
Purifique y destruya de igual suerte
El corrompido germen de. la muerte:

   ¡Eterna maldicion al que ingenioso
En destrozar la humanidad, cobarde
Inventó de horrorosos combustibles
En la pólvora atroz perpetuo estrago!
Y bendiciones mil á tu dichoso
Afan, Morvó! Tu cambias los terribles
Efectos de los mixtos centellantes1
En frutos de salud. ¡O bien hadado
Que hallar vida en la muerte asi fue dado!

   La humanidad doliente
A tu nombre prodiga el fiel tributo
De eterna gratitud: Sus ecos oio
Desde Albion Esmit2, y experimenta
El benéfico ambiente
A su influxo aumentado
Nuevo poder... la Esperia desolada
Tambien halló el consuelo
En el puro vapor: tú á quien del cielo
Fue dado del contagio la violencia
Arrostrar en Itálica, no existes,
¡O Queraltó! mas tú la senda abristes
Que á la salud en tantos males guia;
Y el benéfico antídoto adoptando
Un término señalas
A tanta destruccion; la lira mia
Hiciera en vano elogio de tu ciencia
Que con digna eloqüencia
Ya un sabio3 celebró; pero mi canto
En loor de Cabanellas
Sonará; ó quan intrépido tus huellas
Siguió; lanzando á precio de su vida
La muerte de sus horridas moradas4
Que en asilos benéficos mudadas
Le guardaban la gloria
De arrancar al contagio la victoria.

    ¡Hijo felice de Esculapio! España
Lauro inmortal previene
A tí, y á quantos sabios
Con incesante afan, el exterminio
De ella por siempre alejarán... la muerte
Allá en los campos de Germania, empleo
En tanto á su guadaña prevenia,
Y al ver pérdido el funeral troféo
Que en España elevó, su saña impía
Ministros de dolor mas implacables
Convoca en su venganza:
¡O qual es su poder! vana esperanza
Será que hoy mas la Humanidad confie
En lo que el genio investigó: la envidia,
El prestigio, el error, el fanatismo,
De la muerte perpetuos aliados,
Eternos enemigos de la ciencia.
Propagan, fixan la mortal dolencia.

    ¿Y qué no pudo la codicia impura
Ocultando mortíferos despojos
De infeccion penetrados?
Aun en sitios inmundos hacinados
Perennes manantiales de la muerte
Son hoy mas no serán, mas no la suerte
Del pestífero azote á los horrores
Dexará en su abandono el suelo hispano,
Que al lado de su augusto Soberano
Vela un heroe benéfico; él destruye,
A fuerza de constancia,
La envidia, el fanatismo,
La vil superstición su poder huye,
Sí, la falsa piedad, que aun los sagrados
Templos, dó se bendice la grandeza
Del Eterno, en mansiones de impureza,
De corrupcion y muerte convertia:
¡O siglos de barbarie! Vendrá un dia
En que vuestra memoria
Exêcrada será; quando la fama
Cante solo las épocas gloriosas
En que al Orbe las ciencias ilustraron,
Y á la ignorancia estúpida ahuyentaron.





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