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ArribaAbajoPrometeo encadenado


Escena primera

LA FUERZA
   Al remoto confín hemos venido
De la tierra, a los yermos inaccesos
De la Escitia. Tú, Hefesto, los mandatos
Del Padre cumplirás, y a Prometeo
Maléfico atarás a la alta roca,
De adamantinos lazos con cadena,
Pues la llama, flor tuya, y de todo arte
Fácil materia, arrebató a los cielos,
Y a los hombres la dio. Por tal delito
Justo es que pague merecida pena,
Para que aprenda a respetar de Zeus
La alta deidad, y a no endiosar al hombre.
HEFESTO
Fuerza y Poder, vosotros ya cumplisteis
La voz de Zeus; pero no me atrevo
A encadenar en proceloso risco
A un dios de mi linaje. Dura fuerza
Es la necesidad; cumplirse debe
La voluntad del Padre. ¡Excelso hijo
De la divina Temis consejera!
A mi pesar, con lazo indisoluble,
Te sujeto a esta peña, nunca hollada
De humanas plantas, do ni forma veas
Ni voz escuches de mortal alguno,
Mas la llama del sol lenta te abrase
Y mude tu color. Cuando estrellada
La noche oculte el esplendor del día,
O el sol disipe el oriental rocío,
Siempre tu mal te aquejará presente.
Aún no nació quien libertarte pueda.
¡Tal premio por tu amor a los mortales!
¡Tú, siendo dios, las iras de los dioses,
Por honrar a los hombres, te atrajiste!
Injusto fue tu afán. Y por castigo
Este peñasco sostendrás enorme,
Estando en pie, sin que tus ojos cierre
El sueño, sin que doble tus rodillas
Larga fatiga, con lamento mucho
E inútil llanto; que de Zeus la cólera
Es dura de aplacar, y siempre recia
Es de nuevo señor la tiranía.
LA FUERZA
¿Por qué le compadeces y te paras?
¿No le aborreces cual los otros dioses,
Ya que entregó tu don a los mortales?
HEFESTO
La sangre y la amistad son fuertes nudos.
LA FUERZA
¿Despreciarás las órdenes del Padre?
¿No temes esto más?
HEFESTO
Siempre eres cruda
Y por extremo audaz.
LA FUERZA
Vano remedio
Es llorarle; lo inútil abandona.
HEFESTO
¡Malditas sean mis manos y su oficio!
LA FUERZA
No las detestes; que de tantos males
No es la causa tu arte.
HEFESTO
¡Oh si este arte
Algún otro supiera!
LA FUERZA
Nadie es libre,
Fuera de Zeus; los dioses alcanzaron
Todo, menos imperio.
HEFESTO
No lo ignoro.
LA FUERZA
No tardes, pues, en circundar de lazos
A Prometeo. No te mire el Padre
Temer y vacilar.
HEFESTO
¿Dó están los hierros?
LA FUERZA
Tómalos, y en las manos el martillo
Alza y sacude, y clávale a la piedra.
HEFESTO
Ya diligente voy,
LA FUERZA
Hiere más fuerte.
Remáchale, que es diestro, y hallaría
Manera de escapar...
HEFESTO
Ya de este brazo
No se desclavará.
LA FUERZA
Pues clava el otro;
Y entenderá que es inferior a Zeus
En industria y saber. Su pecho pase
Adamantina cuña...
HEFESTO
¡Ay, Prometeo!
Gimo al ver tu dolor.
LA FUERZA
¿Tornas ahora
A detenerte con gemidos vanos?
No te pese quizá,
HEFESTO
¿No ves presente
Espectáculo atroz?
LA FUERZA
Miro la pena
Al delito seguir. En las axilas
Clávale pronto.
HEFESTO
Ya sé que he de hacerlo;
No me lo mandes más.
LA FUERZA
Quiero apremiarte,
Y tu ardor excitar. Traba sus piernas
Con ferrados anillos...
HEFESTO
Ya acabamos.
LA FUERZA
Y con grillos sus pies ora entrelaza,
Pues en obras de hierro es eminente.
HEFESTO
Son fieras tus palabras cual tu rostro.
LA FUERZA
Sé dulce en hora buena; mas no taches
Mi firme condición y áspero genio.
HEFESTO
Encadenado está; quédese solo.
LA FUERZA
Torna ¡oh Titán! a tu insolencia antigua;
Divinos dones para el hombre roba.
¡Que los hombres te quiten esos lazos!
En vano te llamaron el prudente;
Hoy otro Prometeo necesitas,
Que de tal artificio te desate.
PROMETEO
Éter divino, voladores vientos,
Fuentes y ríos; de marinas ondas
Risa perpetua; omniparente tierra,
Yo os invoco.
   ¡Sol que en tu lumbre lo penetras todo:
Mira a los dioses afligir a un dios!
Mira que debo innumerables años
Aquí lidiar con el suplicio atroz.
   Tales cadenas contra mí ha forjado
El nuevo rey de la mansión feliz.
¡Ay! ¡ay! Lamento mi dolor presente.
¿Cuándo el futuro llegará a su fin?
   Pero ¿qué digo? adivinelo todo,
Y ninguna desdicha inopinada
Puede llegar a mí. Conviene ahora
Esta suerte fatal sufrir constante,
Ya que la ley del hado es invencible;
Duro es callar, y es el hablar más duro,
En tan negra fortuna, que padezco
Por haber conducido a los mortales,
De leve caña en el recinto hueco,
Una centella de furtiva llama
Con que las artes y los bienes crecen.
Por tal delito suspendido quedo
Con clavos a este monte. ¡Ay me cuitado!
¿Qué ruido de alas? ¿Qué perfume siento?
¿Es mortal o divino? ¿Quién se acerca
A la remota cima a contemplarme?
¿Venís a ver a un dios aborrecido
De Jove y de los otros inmortales
Que sus atrios frecuentan, porque he amado
Mucho a los hombres? ¡Ay! Más cerca siento
El batir de las plumas; se estremece
El éter sacudido por las alas.
Cuanto se acerca a mí, terror me infunde.
CORO DE NINFAS OCEÁNIDAS
Nada receles; con ligero vuelo
Alegres ninfas a esta roca llegan,
No sin vencer la voluntad de nuestro
      Padre Oceano.
Nos condujeron las veloces auras,
Cuando el estruendo del herido bronce
De nuestros antros penetró el recinto,
      Ronco gimiendo.
Luego vencimos virginal vergüenza,
Y por el éter, en alado carro,
Los pies descalzos, acudimos todas.
      A consolarte.
PROMETEO
      ¡Ay! ¡ay! de Tetis
      Fecunda, prole,
      Y del ingente
      Padre Oceano
      Que en giro eterno
      Circunda el orbe:
      Vedme en las peñas
      Encadenado,
      Como custodio
      Del alto monte.
CORO
      Nube de llanto
      Vino a los ojos,
      Desde que vimos
      Pender tu cuerpo
      De agudas piedras,
      Con fiera llaga;
      Nuevos señores
      Tiene el Olimpo;
      Con ley despótica
      Cronios impera.
      La ley antigua
      Él abolió.
PROMETEO
      ¡Oh si en el Orco,
      Bajo la tierra,
      En el profundo
      Tártaro inmenso,
      Yaciera atado,
      Sin que a los dioses
      Ni a los mortales
      Contento diera
      Con mis dolores!
      Ora ludibrio
      Soy de los vientos;
      Mis enemigos
      Mofan de mí.
CORO
      ¿Quién de los dioses
      Se alegraría?
      ¿Quién de tus males
      No se indignara,
      Fuera de Zeus,
      Siempre iracundo,
      El que inflexible
      La estirpe célica
      Hoy tiraniza,
      Y no desiste
      De su venganza
      Hasta que logra
      Saciar sus iras,
      Sin que perdone
      Dolo ni afán?
PROMETEO
      Aunque mis plantas
      Con ignominia
      Sujete el hierro,
      Vendrá algún día
      En que el monarca
      De los felices
      Saber pretenda
      Lo que yo oculto:
      Quién de su trono
       honores sacros
      Le arrojará.
      Ni me persuadan
      Melosas voces,
      Ni la amenaza
      Logre aterrarme,
      Porque el secreto
      Yo le revele,
      Hasta que rompa
      Mis duros lazos,
      Y el crimen pague
      Que cometió.
CORO
      Ni la desdicha
      Rinde tu audacia;
      Libre y altivo
      Hablas aún;
      En nuestras almas
      Penetra el miedo;
      Por tu fortuna
      Tememos todas.
      ¿Cuál de estos males
      El fin será?
      Que inexorable
      Es del Saturnio
      La voluntad.
PROMETEO
      Ya sé que Zeus,
      Áspero y duro,
      Bajo su arbitrio
      Pone la ley;
      Mas cuando sienta
      Cerca el peligro,
      La ira venciendo,
      Hará conmigo
      Fiel amistad;
      Yo la deseo,
      Querrala él.
CORO
Cuéntanos, pues, por qué delito Jove,
Con tal afrenta y crueldad te hiere,
Si no te ofende el recordar tus males.
PROMETEO
Acerbo es el contarlos; más acerbo
Es aún el callar; todo me aflige.
La vez primera que encendió la ira
Los pechos inmortales, anhelando
Unos lanzar a Cronos de su sede,
Porque reinase Zeus; no queriendo otros
Que a las deidades imperase Jove;
Yo intenté persuadir a los Titanes,
Hijos del cielo y de la tierra; en vano.
Violentos despreciaron mis razones,
Ganosos de reinar a viva fuerza.
¡Cuántas veces mi sacra madre Temis
El futuro suceso me anunciara!
¡Cuántas veces la Tierra, única forma
De nombres mil, me dio a entender bien claro
Que quien prevaleciese a los Titanes,
No por la fuerza, mas por arte y dolo,
Su victoria final conseguiría!
Enojosa les era mi presencia,
Cuando hablé de esa suerte a mis hermanos:
Yo juzgaba prudente en tal conflicto,
Dar nuestra ayuda y la de nuestra madre
A Zeus vencedor. Por mi consejo,
En el profundo Tártaro sumiose
Cronos antiguo con la gente suya.
Por tales beneficios, el tirano
Este premio me dio; que a los amigos
Nunca guardó su fe la tiranía.
¿Queréis saber la causa de su enojo?
Cuando asentado en la paterna sede,
Distribuyó los dones y el imperio
Entre los inmortales, con los hombres
Ninguna cuenta tuvo; exterminarlos
Quiso más bien, y procrear de nuevo
El linaje mortal; nadie se opuso.
Yo solo intercedí por los humanos
Para que no del Orco descendieran
A la negra mansión. Tal es mi crimen,
Con horrendo suplicio castigado;
Indulgencia logré para los hombres,
No para mí; la crueldad de Zeus
Me puso en espectáculo afrentoso.
CORO
Quien no se compadezca, ¡oh Prometeo!
De tu infando dolor, tendrá de piedra
O hierro el corazón. Nunca quisiéramos
Tal desdicha haber visto; al contemplarla,
El dolor nuestras almas ha afligido.
PROMETEO
Digno de compasión y miserable
Es mi aspecto.
CORO
¿Qué más narrarnos puedes?
PROMETEO
Quité a los hombres el temor del hado.
CORO
¿Qué medicina hallaste a tal dolencia?
PROMETEO
Sembré en su mente ciegas esperanzas.
CORO
Gran beneficio diste a los mortales.
PROMETEO
Diles también el fuego.
CORO
¿Con que el fuego
Esos seres efímeros poseen?
PROMETEO
Con él a muchas artes se aplicaron.
CORO
¿Por tal pecado te atormenta Zeus,
Sin dar intermisión a tus dolores?
¿Y término les puso?...
PROMETEO
No, ninguno,
Sino cuando le plazca...
CORO
¿Y ya qué esperas?
¿No ves que le ofendiste? De qué modo,
Ni decirlo queremos, ni te place.
Esto olvidando, a tu aflicción busquemos
Algún remedio.
PROMETEO
No es difícil cosa
En quien tiene su pie libre de males,
A otros amonestar y dar consejo.
Nada de eso ignoraba, cuando quise
Gustoso delinquir, y por los hombres
Ofrecerme cual víctima. Mas ¿cómo
Pensar que en esta roca solitaria,
En la desierta cumbre de este monte,
Habría de yacer y consumirme?
No mi calamidad lloréis presente;
A tierra descended, y oídlo todo
Hasta el fin. Persuadidme, consoladme
En mi nuevo dolor. ¡Cómo los males
Unos con otros, ciegos, se eslabonan!
CORO
      ¡Oh, Prometeo!
      Ya te escuchamos;
      Con pies ligeros,
      Dejando el carro,
      Y el aire puro,
      Senda del pájaro,
      A este fragoso
      Suelo bajamos;
      Cuenta tus nuevos
      Duros trabajos.
OCÉANO
A término llegué del largo viaje,
Gobernando sin freno, a mi albedrío,
Este alado corcel. ¡Oh, Prometeo!
Me mueven a dolerme de tus males
Nuestra sangre común, y mi cariño.
Dime en qué puedo socorrerte, y presto
Verás que no son vanas mis palabras,
Y que amigo más firme que el Océano
No le tendrás jamás.
PROMETEO
¿Y tú viniste
También a contemplar mi dura pena?
¿Cómo dejando el mar que te da nombre,
Y tus nativos peñascosos antros,
Has venido a la tierra ferri-madre?
¿Apiádaste de mí? ¿Y a verme vienes?
¡Mira cuál trata Zeus a su amigo,
A quien con él fundó la tiranía!
OCÉANO
Lo miro, ¡oh Prometeo! y yo quisiera
Aconsejarte bien. Eres prudente;
Conócete a ti mismo, y tus costumbres
Amolda al tiempo, pues monarca nuevo
A los dioses impera. No pronuncies
Esas palabras duras y punzantes,
Porque Zeus te oirá desde la altura,
Y su ira de hoy parecerate juego,
Si de nuevo se indigna. Esa altiveza
Destierra de tu mente, y a los males
Algún remedio busca. Mis consejos
Quizá parezcan viles y abatidos;
Mas ya ves, Prometeo, qué mercedes
A la soberbia lengua galardonan.
No eres humilde, y a tus penas quieres
Otras nuevas juntar. Si tú me oyeras,
No contra el aguijón te moverías,
Pues sabes que el tirano es inclemente,
Ni se rinde a razones. Quizá pueda
Yo persuadirle a que tus lazos rompa,
Si cesas en tus voces insolentes.
Eres muy sabio. ¿Por ventura ignoras
Que marca el hierro a temeraria lengua?
PROMETEO
¡Dichoso tú que habiendo sido parte
Y cómplice de todas mis empresas,
Impune estás! Mas no vayas a Jove;
Mira por ti; desiste de ayudarme;
Ni le supliques nada; no se ablanda.
No te pase algún mal en el camino.
OCÉANO
Según son tus palabras, mejor sabes
A otros aconsejar que aconsejarte.
No me detengas más; tengo esperanza
Que Zeus, a mis ruegos accediendo,
Del suplicio te libre...
PROMETEO
Te agradezco
Tan buena voluntad, y agradecido
Siempre estaré; pero no intentes nada;
Será fatiga inútil, aunque quieras
Algo intentar. Descansa, y del peligro
Guárdate bien. No quiero que mis daños,
Ya que soy infeliz, a otros alcancen.
OCÉANO
A otros alcanzan, sí; también me aflige
La suerte de Atlas, el hermano nuestro,
En las hesperias playas sustentando
¡Enorme peso! con robustos hombros
Las columnas del cielo y de la tierra.
Y miré con dolor al de los antros
De Cilicia, terrígena habitante,
Guerrero monstruo de cabezas ciento,
Contra todos los dioses rebelado;
Impetuoso Tifón, que el exterminio
Por las horrendas fauces eructaba,
Y gorgóneo fulgor daban sus ojos
Amenazando destronar a Jove.
Pero cayó sobre él el vigilante
Rayo de Zeus, que llamas espiraba,
Grandisonando al descender del nimbo,
Y le hirió en las entrañas, y abrasado
Por el rayo, oprimido por el trueno,
Perdió las fuerzas, y cual cuerpo inútil
En la tierra cayó, junto al estrecho
Del siciliano mar, so las raíces
Del Etna. Y en su cumbre más erguida
Hefesto forja las candentes masas,
Que un tiempo bajarán en ígneo río
A devorar con ásperas mandíbulas
Las opulentas sicilianas mieses.
Entonces lanzará Tifón ignívomo,
Aun calcinado por celeste llama,
De hirvientes dardos, recio torbellino.
PROMETEO
Eres prudente, ni de mi consejo
Necesitas. Defiéndete, si puedes,
De la común desgracia. Yo, constante,
Padeceré la mía, hasta que Jove
Su ira deponga.
OCÉANO
¿Piensas, Prometeo,
Como yo, que de un ánimo irritado
El médico mejor son las palabras
Del amigo?
PROMETEO
Sí; cuando oportunas
No oprimen con violencia, por curarle,
El pecho do la cólera rebosa.
OCÉANO
¿Y encuentras algún mal en intentarlo?
PROMETEO
Vana molestia, y necedad insigne.
OCÉANO
Déjame adolecer de tal achaque,
Ya que siempre es fructuoso para el sabio
Su saber ocultar.
PROMETEO
Que yo me humillo
A suplicar dirán.
OCÉANO
Vuélvome a casa,
Sin nada conseguir.
PROMETEO
Tal vez funesta
Te será tu piedad para conmigo...
OCÉANO
¿En el odio de Zeus omnipotente
He de incurrir?
PROMETEO
Pues no le ofendas nunca.
OCÉANO
Aprenderé en tu daño, ¡oh Prometeo!
PROMETEO
Vete, y conserva tu presente calma.
OCÉANO
Bien has dicho; ya hiere con sus plumas
Este alado cuadrúpedo la vía
Inmensa de los aires; ¡con qué gusto
Doblará la rodilla en mis establos!
CORO
¡Oh Prometeo! Tu exicial fortuna
Todas lloramos; de los ojos brota
húmeda fuente de copioso llanto
      A las mejillas.
Cronios dispone tan acerbos males,
Con propias leyes oprimiendo el mundo,
Y la funesta a los antiguos dioses
      Lanza, sacude.
Lúgubre gime la anchurosa tierra,
Y tu grandeza y la de tus hermanos
Lloran caída, los que habitan l'Asia
      De templos rica;
Las amazonas en batalla fuertes,
Y los de Colcos, y el inmenso pueblo
De los escitas, cabe el lago Meotis,
      Término al orbe;
De Marte flor, los árabes ligeros,
Y los que moran la Caucasia roca,
Rugiente, belicosa muchedumbre,
      De agudas flechas.
Sólo a otro dios en tal desdicha vimos,
A Atlas tu hermano, que el enorme peso
De la tierra y del cielo, en sus espaldas
      Firme sostiene.
En él se estrellan las marinas ondas,
Treme el abismo, y so la tierra gime
El Orco negro. Su miseria lloran
      Las sacras fuentes.
PROMETEO
No atribuyáis a hastío ni a soberbia
Este silencio mío. Los pesares,
La ingrata afrenta, el corazón me muerden.
¿No me deben su imperio y su grandeza
Esas nuevas deidades? Pero callo,
Pues que ya lo sabéis. Deciros quiero
Cómo al hombre ignorante he conducido
A prudencia y razón. Ojos tenían,
Pero sin ver; oyendo, no escuchaban;
A las sombras, de un sueño semejantes,
Siempre al acaso obraban. Ni en el suelo
Con ladrillo o con piedra construían
Sus fábricas; moraban so la tierra,
Escondidos en antros tenebrosos,
Cual ágiles hormigas. Del invierno,
Primavera florida, o del estío
Frugífero, las señas no alcanzaban.
Todo les era igual. Mas yo enseñeles
A distinguir el orto y el ocaso
De las estrellas; inventé los números,
Arte divina; les mostré las letras,
Y la memoria, madre de las musas,
Su mente iluminó. Sujeté al yugo
Las bestias, que el trabajo de los hombres
Mucho aliviaron; antepuse al carro
Frenígeros corceles, de pomposo
Ornamento arreados. Lancé al ponto
Las velívolas naves con remeros.
¡Yo, que inventé las artes para el hombre,
No encuentro hoy arte alguna que me salve!
CORO
Cual trastornada por dolor insano
Vaga tu mente. Médico imperito,
Tu mal acreces, ni remedio encuentras
      Que te consuele.
PROMETEO
Si oyéndome seguís, han de admiraros
Mis artes, invenciones, beneficios.
Antes de mí, no la dolencia hallaba
Medicina; mas yo enseñé a los hombres
De muchas plantas la virtud salubre.
De la adivinación diles la ciencia,
Interpreté los sueños el primero,
Y las voces obscuras; del camino,
Los fatales encuentros; de las aves
De aduncas uñas el volar siniestro,
O a la diestra volar, y sus costumbres,
Odios y amores. Y de sus entrañas,
La forma y el color, y cómo aceptos
Son a los dioses hígados y hieles,
Y lomos y grosura. Los presagios
Del cielo declaré, velados antes.
¿Quién primero que yo, bajo la tierra,
Descubrió el bronce, hierro, plata y oro,
Riqueza que ignoraban los mortales?
Oídlo en suma: cuantas artes tienen,
Al solo Prometeo las debieron.
CORO
Demasiado te cuidas de los hombres,
Y te olvidas de ti. Quizá algún día,
De Zeus a pesar, rompas el lazo
Que hoy te encadena.
PROMETEO
Mas la Parca quiere
Que sólo tras innúmeras miserias
Esta lazada quiebre, y contra el Hado
No hay arte valedera.
CORO
¿Quién le rige?
PROMETEO
La memoriosa Erinnys y las Parcas
Triformes.
CORO
¿Es más débil que ellas Zeus?
PROMETEO
De la fatalidad ni aun él se libra.
CORO
¿Qué otro destino que perpetuo imperio
Pudo tocar a Zeus?
PROMETEO
No preguntes;
Que no lo has de saber.
CORO
Algún sagrado
Misterio ocultas.
PROMETEO
Y ocultarle quiero,
Ni es tiempo de decirle. Si le escondo,
Me salvaré de males y cadenas.
CORO
      ¡Ojalá nunca Zeus,
      Universal monarca,
   Su potestad oponga a mi querer!
      Sacrificados bueyes
      Conduciré a sus aras;
   Ni en acción ni en palabra pecaré.
      ¡Cuán grato es larga vida
      Pasar entre esperanzas
   Que al alma prestan luz e hilaridad!
      ¡Cuán tristes, Prometeo,
      Tus infinitos males;
   En vez de Zeus, honrastes al mortal!
      ¿Qué ayuda puede darte
      Ese linaje efímero
   A quien la ley constriñe del morir?
      Que pasa como sombra,
      Y nunca lograría
   De Jove los decretos destruir.
      Mas un cantar lejano
      Penetra mis oídos,
   Como aquél que en tus nupcias resonó,
      Junto a tu baño y lecho,
      Cuando llevaste al tálamo,
   Con muchos dones, a mi hermana Hesión.
IO
¿Qué tierra? ¿Dónde estoy?... ¿Quién es este hombre
      Clavado en la alta peña?
   Algún delito espía... ¿Entre qué gentes
      Mi fortuna me lleva?
   Punza de nuevo el tábano mi rostro,
      Y el Argos terrígena,
   Aquel pastor de innumerables ojos,
      Mirándome me aterra.
   Clava en mí siempre su dolosa vista,
      Que ni aun la muerte vela,
   Y torna del infierno, y me persigue
      Como sombra funesta.
   Y mientras huyo por desiertos montes,
      Por la abrasada arena,
   Suena incesante su encerada caña
      Canciones soñolientas.
   ¡Ay! ¡ay! ¿Cuándo terminas mis dolores?
      ¿Por qué así me atormentas,
   Hijo de Cronos, y en delirio insano
      Se agita mi cabeza?
   Abráseme tu llama, o en su centro
      Sepúlteme la tierra;
   Oye mis ruegos, dame como pasto
      A las marinas bestias.
   Harto he vagado; ni reposo encuentro,
      Ni se alivia mi pena.
   Oye, Saturnio; tu clemencia invoca
      La virgen que astas lleva.
PROMETEO
Ésta es la hija de Inaco, por quién Zeus
Ardió en amor; la que persigue Juno;
La que el tábano hiere peregrina.
IO
¿Tú el nombre de mi padre pronunciaste?
¿Quién eres, infeliz? ¿Tú me conoces?
¿Sabes que un monstruo sin cesar me punza?
De su ardiente aguijón y de sus saltos
Huyendo voy; la cólera me sigue
De la implacable Juno. ¿Quién padece
Lo que padezco yo? Dime, si sabes,
Cuándo este mal acabará prolijo;
La virgen vagabunda te lo ruega.
PROMETEO
Yo te diré cuanto saber ansías,
No por enigmas, mas en frase clara,
Como siempre al amigo hablarse debe.
Soy Prometeo, robador del fuego.
IO
¡Oh! Tú que tanto bien al hombre diste,
¿Por qué causa padeces?
PROMETEO
No sin llanto
Acabo de narrar mis infortunios.
IO
¿Y a mí no los dirás? ¿Quién a esa roca
Aguda te clavó?
PROMETEO
Del Padre Zeus
La voluntad; el arte de Vulcano.
IO
¿Y qué delito espías?
PROMETEO
Harto sabes.
IO
¿Y mi errante correr, cuándo termina?
PROMETEO
Más te vale ignorarlo que saberlo.
IO
Lo que he de padecer, no me lo ocultes.
PROMETEO
No te lo ocultaré. Mas no te envidio.
IO
Dímelo todo pronto.
PROMETEO
Pero temo
Tu ánimo perturbar...
IO
Nada receles;
Me es grato oírte.
PROMETEO
Pues decirlo es fuerza
Y lo quieres, escucha.
CORO
Mas nosotras
La causa de su mal saber queremos;
Ella debe contar sus desventuras;
Tú anunciarás más tarde su destino.
PROMETEO
Cumple su voluntad, sagrada Io;
Son de tu padre hermanas. Y es muy dulce
Contar nuestras desdichas do podemos
Lágrimas arrancar de quien escucha.
IO
Nada puedo
A vosotras negar. Y claramente
Contaros he por qué suceso triste
Mi mente se turbó, troqué mi forma;
De nocturnas visiones agitada,
Siempre en mi lecho resonar oía
Estas voces de amor: «Virgen dichosa,
¿Por qué tu doncellez guardas avara,
Si tálamo celeste te convida?
A Jove hirió la flecha del deseo;
Quiere gozar de ti. Sal a los valles
Hondos de Lerna, a los establos ricos
De tu padre, y recibe la mirada
Amorosa del Dios.» Tales ensueños
Mis noches ocupaban. A mi padre
Osé narrar lo que en el sueño oyera.
Él de Pitho y Dodona a los oráculos
Mensajeros envió, que preguntasen
Cómo a los dioses aplacar podría.
Con ambigua respuesta se tornaron;
Mas al fin manifiesto vaticinio
A Inaco ordenó que me arrojara
De su casa y familia, y que vagase
Yo desterrada hasta el confín del orbe,
Y que, no obedeciendo, Zeus el rayo
Contra nuestra progenie vibraría.
A la voz del oráculo sumisos,
Triste mi padre y triste yo, su casa
Abandoné. Mi ánimo y mi forma
Mudáronse a la vez. Yo deliraba.
De cuernos erizose mi cabeza;
El tábano voraz en mí sus dientes
Clavaba, y yo con salto furibundo
Por la mansa corriente del Cencrea
Y el collado de Lerna discurría,
Siempre tras mí con infinitos ojos,
Argos, pastor de bueyes, mis pisadas
Iba siguiendo. Inopinado caso
Le privó de la vida. Arrebatada
Yo de furor; por el sagrado azote
Perseguida, vagué de tierra en tierra.
Ya mi historia sabéis; si puedes algo
De mi futura suerte revelarme,
No me halagues con voces engañosas;
Nada más torpe que razón fingida.
CORO
   ¡Ay, ay! Nunca pensé que tales nuevas
Insólitas sonaran en mi oído,
Y que tan triste y lúgubre espectáculo
Mi ánimo vacilante aterraría.
¡Ay, ay! Suerte fatal, fortuna de Io,
Horror causa tu vista.
PROMETEO
¿Ora te espantas
Y llenas de temor? Pues aún espera
Lo que falta sufrir.
CORO
Dilo, que es grato
Al que padece conocer primero
El término fatal de sus dolores.
PROMETEO
Ya la oísteis narrar sus propias cuitas.
Ora sabed qué males le reserva
La indignación de Juno. ¡Hija de Inaco,
Fija bien en tu mente mis palabras!
Caminarás primero hacia el Oriente,
Por campos que aún no ha roto el corvo arado,
Verás a los escíticos pastores
Que lanzan diestros voladoras flechas,
Y conducen en carros sus moradas;
No te acerques a ellos; por la orilla
Del mar camina, mas las rocas huye.
La gente inhospital de los Calybes,
Forjando el hierro, a la siniestra habitan;
Guárdate de ellos. Llegarás a un río
Que no sin causa llaman el Soberbio,
No le pases; su tránsito es difícil;
Mas por otro camino te endereza
A la cima del Cáucaso, eminente
Sobre todos los montes; de su cumbre
Desciende de agua poderosa vena,
Y a los cielos su frente se avecina.
Llegarás por la vía meridiana
Al pueblo que aborrece a los varones:
Las Amazonas. Morarán un día
En Temiscyra, cabe el Termodonte,
En las fauces del Ponto, en Salmydesia,
Escollo a naos, madrastra a navegantes.
Ellas te mostrarán por qué camino
Puedes llegar a las estrechas bocas
De la laguna, al Bósforo Cimmerio,
Que así han de apellidarle los mortales,
Cuando con pecho audaz e ingente gloria
Las Meóticas fauces atravieses.
Dejando entonces de la Europa el suelo,
Del Asia tocarás el continente.
¿No os parece que el tirano Jove
Es en todo violento? Porque quiso
De esta mortal gozar, a tal carrera
Luego la expuso. Ingrato amante, Io,
La suerte te otorgó. Lo que he narrado
Es tan sólo el proemio de tus males.
IO
¡Ay, ay de mí!
PROMETEO
¿Y lloras y suspiras
Otra vez? ¿Qué será cuando conozcas
Lo que te resta aún?
CORO
¿Y aún resta algo?
PROMETEO
Un tempestuoso piélago de horrores.
IO
¿Para qué he de vivir? ¿Por qué del risco
No me despeño súbito? Acabaran
Entonces en la tierra mis trabajos;
Más vale morir presto, que la vida
Pasar lidiando con fortuna adversa.
PROMETEO
Mas yo soy inmortal; ni ese refugio
Me queda, y durarán mis aflicciones
Hasta que Jove de su solio caiga.
IO
¿Y alguna vez caerá?
PROMETEO
¿Te alegrarías
Si destronado vieras al tirano?
IO
¿Cómo no, cuando tanto me ha afligido?
PROMETEO
Sabe que ha de cumplirse; es ley del Hado.
IO
¿Y quién del regio cetro ha de privarle?
PROMETEO
Sus mismas imprudentes voluntades.
IO
¿De qué modo?
PROMETEO
Él hará tal matrimonio,
Que le pese después.
IO
¿Divino? ¿Humano?
PROMETEO
No es lícito decirlo.
IO
¿Por la esposa
El reino ha de acabar?
PROMETEO
Parirá un hijo
Más fuerte que su padre.
IO
¿A tal fortuna
Ningún remedio encontrará?
PROMETEO
Ninguno,
Hasta que libre yo de estas cadenas....
IO
Contra el querer de Zeus, ¿quién librarte
Podrá?
PROMETEO
Quieren los hados que tu estirpe
Produzca al vengador.
IO
¿Un hijo mío
Te librará?
PROMETEO
Generaciones trece
Antes han de pasar.
IO
¡Presagio obscuro!
PROMETEO
No me preguntes más de tu destino.
IO
Antes me lo ofreciste; ora lo niegas.
PROMETEO
La narración es doble; elegir puedes.
IO
¿Qué narraciones son?
PROMETEO
De tus trabajos
Te diré el fin, o quién estas cadenas
Ha de romper.
CORO
Refiere lo primero,
En gracia a Io, y a nosotras habla
De tu libertador. Lo deseamos.
PROMETEO
No lo quiero negar; graba, ¡oh Io!
De tu memoria en las tablillas esto:
Cuando el río atravieses que separa
Entrambos continentes, hacia el orto
Y la cuna del sol tu paso guía,
A los campos gorgóneos de Cisthene
Llegarás, de las Fórcides ancianas,
Tres, cygniformes, con un ojo solo
Y un solo diente, habitan, ni reciben
La luz del sol, ni de la tibia luna,
No lejos, las alígeras hermanas
Con sierpes por cabellos; las Gorgonas
Enemigas del hombre, que no puede
Su vista resistir, sin que se apague
El aliento vital. De tales sitios
Huye veloz; más monstruos aún te esperan.
Verás los grifos, los de agudas garras
Mudos perros de Jove, y los jinetes
Arimaspos, monóculos, que habitan
Del aurifluo Plutón en las riberas.
Guárdate, no te acerques. Aún más lejos
Verás el negro pueblo que las fuentes
Del sol conoce y del etíope río.
Seguirás por su orilla, hasta que llegues
A los biblinos montes, de do el Nilo
Su veneranda y fecundante linfa
Manda a la triangular tierra egipcíaca.
Allí es donde los hados te conceden
Fundar colonia. Imperarán tus hijos
En remotas edades. Si algo obscuro
El vaticinio fuere, a declararlo
Estoy pronto; pregunta; que más ocio
Del que quisiera tengo.
CORO
Decir puedes
Lo que te reste; mas si ya expusiste
Su peregrinación, cuéntanos hora
Lo prometido.
PROMETEO
De sus viajes todos
Ya sabe el fin. Y para que comprenda
Que mi adivinación no es ciencia vana,
Brevemente diré lo que ha pasado
Antes de aquí llegar. Fuiste primero
A los molosios campos y a la excelsa
Dodona, en que el oráculo y la sede
De Zeus Tesfroto está; do las encinas
Fatídicas esposa te llamaron
De Jove, si algún día la fortuna
Propicia se mostrare. Arrebatada
De súbito furor, por la marina
Al seno ingente de la madre Rea
Viniste; mas de nuevo te llevaron
Tus pasos hacia atrás. El mar de Jonia
Tu nombre llevará, cual monumento
Que denuncie tu paso a los mortales.
Ya ves que lo pasado yo conozco
Como lo porvenir, en vista clara.
Ora escuchadme todas; en Egipto
Canopo está como ciudad extrema,
En las bocas del Nilo; fuerte dique
A las marinas ondas. Allí Jove
Tu mente calmará, con suave diestra
Halagándote. Y luego al negro Epafo
Parirás. Cuanto riega el Nilo undoso,
Suyo será. Mas vírgenes cincuenta
De su quinta progenie, al suelo de Argos
Bien a disgusto tornarán, huyendo
Las nupcias de sus primos. Como sigue
El gavilán a tímida paloma,
Tal ellos correrán por alcanzarlas;
Pero sin fruto. La pelasga tierra
Recibirá sus cuerpos, cuando caigan
Bajo el hierro cruel de sus esposas,
En una misma noche atravesados.
¡Para mis enemigos, tales bodas!
Moverase a piedad una tan sólo,
Y a su consorte salvará, queriendo
Antes tímida ser que sanguinaria.
De ella procederá la estirpe de Argos,
Y de esa estirpe el fuerte saetero
Que estos lazos me quite. Tal oráculo
Me dio mi madre, la titania Temis.
IO
      ¡Ay! ¡ay! convulsión súbita
      De nuevo me arrebata;
      Mi mente se enloquece
      Furiosa e inflamada;
      El tábano me punza,
      Se agitan mis entrañas;
      Los ojos ya sin rumbo
      Se retuercen y vagan;
      Me lanzo a la carrera,
      Frenética de rabia.
      La lengua no obedece;
      Mis confusas palabras
      Estréllanse en las ondas
      De mi horrenda desgracia.
CORO
      Por cierto que fue sabio
      El que afirmó primero
   Que desigual amor no convenía.
      Ni amante de riquezas,
      Ni de linaje excelso,
   Quien vive por sus manos ser debía.
      Nunca, nunca las Parcas
      Nos miren ser esposas
   De Jove, o de los otros celestiales.
      ¡Mirad la pena de Io,
      Por Juno perseguida!
   ¡Ay de la virgen que odia a los mortales!
      ¡Que nunca su mirada
      De amor inevitable,
   Ninguno de los dioses en mí fije!
      En esta cruda guerra,
      De resistir no hay modo
   A Zeus soberbio que los cielos rige.
PROMETEO
Ya será humilde Zeus, cuando quiera
Tal matrimonio hacer, que del imperio
Y del trono le prive. Cumplirase
La maldición de Cronos aquel día
Contra su hijo usurpador del solio.
Y nadie, sino yo, indicarle puede
Su salvación entre peligros tales.
Yo lo sé, y aunque ocupe el alto Olimpo,
Y lance el rayo, entre el mugir del trueno,
Nada le ayudará para librarse
De ignominiosa ruina. Que hoy educa
Contra sí un luchador, monstruo indomable,
Que una llama tendrá que venza al rayo,
Y un rugido mayor que el de los truenos;
Monstruo marino que herirá la tierra
Y romperá el tridente de Poseidón.
Entonces el monarca destronado
Verá cuál distan reino y servidumbre.
CORO
Cuanto te place contra Jove dices.
PROMETEO
Anuncio lo futuro y lo que anhelo.
CORO
¿Y ha de esperarse que domine a Zeus
Otro dios?
PROMETEO
También él caerá vencido
Con mayores miserias.
CORO
¿Y no temes
Decir tales palabras?
PROMETEO
Si no puedo
Morir, ¿qué he de temer?
CORO
Mayor trabajo.
PROMETEO
Él me le imponga; ya lo espero todo.
CORO
Quien venera a Adrasteia inevitable,
Es sabio.
PROMETEO
Veneradle, obedecedle
Mientras reinare. Impere, tiranice
En este breve plazo; de sus iras
Nada me cuido; pasará bien pronto
Ese poder. He aquí su mensajero.
Alguna nueva trae.
HERMES
A ti, sofista
Insolente y acerbo, de los dioses
Enemigo, que diste a los mortales
Efímeros, su honor; ladrón del fuego,
Te manda el padre que reveles pronto
De qué nupcias hablabas, quién del solio
Ha de arrojarle. Y dilo sin enigmas
Ni ambajes, Prometeo. No me obligues
A repetir el viaje. Tus palabras
Para calmar a Jove no aprovechan.
PROMETEO
Soberbio, altisonante es tu discurso,
Cual de ministro de los dioses. Nuevos
En el imperio sois, e inexpugnables
Os juzgáis. Pero yo desde esa altura,
¿No he visto descender a dos tiranos?
El tercero caerá con ignominia,
Y muy pronto. ¿Imaginas que yo temo
De esos dioses de ayer la fiera saña?
Libre de miedo estoy. Vuélvete, Hermes,
Por do viniste. Ni preguntes nada,
Que nada he de decir.
HERMES
Tu tesón loco
Te trajo a estas miserias.
PROMETEO
Yo no cambio
Mis males por tu oficio, y antes quiero
Padecer a esta roca encadenado
Que de Jove ser nuncio. Con injuria
A la injuria respondo.
HERMES
Que te alegras
De tus presentes daños imagino.
PROMETEO
¿Yo alegrarme? ¡Ojalá que mis contrarios,
Y entre ellos tú, tal gozo conocieran!
HERMES
¿También a mí me achacas tu infortunio?
PROMETEO
Yo aborrezco a los dioses, cuantos fueron
Al beneficio ingratos...
HERMES
Tú deliras.
PROMETEO
Si es un delirio odiar al enemigo,
Yo delirante soy.
HERMES
¿Quién te sufriera
En la prosperidad?
PROMETEO
¡Ay me infelice!
HERMES
Nunca conoce tal palabra Zeus.
PROMETEO
La aprenderá, que el tiempo enseña todo.
HERMES
Mas tú nunca aprendiste a ser prudente.
PROMETEO
Verdad; que si lo fuera, a ti, su esclavo,
No te hablaría.
HERMES
¿Nada me respondes
De lo que el Padre quiere?
PROMETEO
¡Complacerle
Debo sumiso!
HERMES
¡Tú de mí te burlas,
Como de un niño!
PROMETEO
Y aún más simple eres
Que niño alguno, si saber esperas
Algo de mí. Ni Zeus con tormentos
Logrará, o artificio, que yo hable,
Si no suelta mis lazos. Aunque arroje
Candente llama contra mí y en blanco
Torbellino de nieve, o subterráneo
Terremoto, confunda el orbe entero,
No me doblegará. No he de decirle
Quién será el sucesor.
HERMES
No te conviene
Tal terquedad... repara...
PROMETEO
Todo visto
Y decretado está de largo tiempo.
HERMES
Aprende alguna vez, ¡oh temerario!
En tus presentes males la prudencia.
PROMETEO
Molesto estás. Yo sordo cual las olas;
Nunca imagines que podré, aterrado
Por el rayo de Zeus, como débil
Mujer, tender mis manos suplicantes
Al que aborrezco más, porque me libre
De estos dolores. Nunca en tal afrenta
He de caer.
HERMES
Ni yo tornaré a hablarte;
Vano será, pues como indócil potro
El freno tascas, y violento luchas
Contra la rienda. Nada te persuade
Ni te aplaca. Es tu cólera impotente,
No la rige prudencia. Pero escucha,
Si no me obedecieres, qué tormenta
Caerá de males sobre ti. Primero
Estas ásperas rocas se harán trozos
Con el rugir del trueno, y con la llama
Del rayo, y en su centro pedregoso
Tu cuerpo ocultarán. Tras largos días
Volverás a la luz, y el perro alado
De Júpiter, el águila sangrienta,
Encontrará en tus carnes alimento,
Y vendrá cuotidiano convidado
En tu hígado negro a apacentarse.
Ni esperes ver el fin de tu suplicio,
Hasta que un dios por ti quiera ofrecerse,
Y al Orco descender caliginoso,
Y al Tártaro profundo. Delibera
Que no son éstas vanas amenazas,
Sino anuncio seguro. No la boca
De Zeus es falsa nunca; cuanto dice
Luego se cumple. Piensa, reflexiona;
Mejor que pertinacia es la prudencia.
CORO
No son intempestivas las palabras
De Hermes; él te aconseja que depongas
Tu obstinación y rindas tu soberbia.
Obedécele; al sabio es vergonzoso
De lo recto apartarse.
PROMETEO
Nada ha dicho
Que yo ignorase; ni es extraña cosa
Que el enemigo al enemigo oprima.
Suelte, pues, contra mí la cabellera
Roja del rayo; se conmueva el éter
Con trueno y lucha de encontrados vientos;
La tierra en sus columnas sacudida
Arranque de raíz el torbellino,
Y las olas del mar suban mugiendo
El curso a interrumpir de las estrellas,
Y la fatalidad mi cuerpo lance
Al Tártaro profundo. Nada puede
Hacer que muera yo.
HERMES
Son de un demente
Tal pertinacia y voces. ¿Qué le falta,
Para ser manifiesta, a tu locura?
Vosotras, de sus penas compañeras,
Alejaos de aquí; no os aterre
El horrendo mugido de los truenos.
CORO
No nos des tal consejo, ni nos mandes
Crueles ser; pues compartir queremos
Cuanto padezca él. Son los traidores
La más odiosa peste.
HERMES
Pues mi aviso
Nunca olvidéis, ni atribuyáis a Zeus,
Ni a la Fortuna, la improvisa suerte,
Ya que vosotras mismas, a sabiendas,
De la calamidad os envolvisteis
En las inmensas redes.
PROMETEO
Ya se mueve
La tierra; ya del trueno el fragor ronco
Resuena; ya de polvo torbellinos
Remolinados vienen; ya los vientos
Unos con otros lidian, y sacuden
El éter y la tierra. Amedrentarme
Quiere sin duda Zeus con tal estruendo.
¡Oh santo numen de la madre mía!
¡Éter que das la luz a los mortales!
¡Ya veis cuánto padezco injustamente!






ArribaAbajoApéndice

Poesías inéditas o no coleccionadas en las ediciones anteriores



ArribaAbajoA la memoria del malogrado poeta dramático Don Luis Eguílaz



    Vuelve a mis manos, olvidada lira,
Ministra un tiempo de guerrero canto19;
Hoy de dolor el corazón suspira
Y se agolpa a los párpados el llanto.
   ¿Qué es el hombre en la tierra? Polvo y cieno,
Un punto breve en la extensión inmensa,
Gota perdida en el profundo seno
Del mar azul, entre la niebla densa.
   Las armas, los trofeos, los blasones,
La gloria y el poder y la hermosura,
Del monarca triunfante los pendones;
Todo cede a tu imperio, muerte dura.
   Tronos, cetros, alcázares reales,
Soberbias torres hasta el cielo erguidas,
Cayeron en sus urnas sepulcrales,
Como caen las encinas sacudidas.
   Milicia es nuestra vida en este suelo,
Sombra fugaz que pasa arrebatada;
Volved los ojos al sereno cielo;
La vida es sueño, vanidad y nada.
   Más ligera que el vuelo de las aves,
Y más veloz que el Euro proceloso,
Sube la muerte a las ferradas naves,
Sigue al jinete en vuelo presuroso.
   El varón justo y de mancilla exento,
Que de Dios al decreto se somete,
Parte, al sonar el último momento,
Cual sale el convidado de un banquete.
   ¿Quién ataja a la muerte en su camino
Cuando llega a sonar la hora postrera?
Si es más inexorable que el destino
¿Quién podrá detenerla en su carrera?
   Sólo la gloria del artista dura
Que la palma triunfal ha merecido,
Siendo a despecho de la envidia oscura,
En fama claro y libre ya de olvido.
   Que si de Ilión las torres abrasaba
En su furor el ofendido griego,
Monumento más alto levantaba
De Aquiles al cantor, de Esmirna al ciego.
   Eternizó de Sófocles la gloria
Pintar a Edipo en su dolor infando;
Ciñó Eurípides lauro de victoria
El triste afán de Andrómaca llorando.
   ¡Salve llama del genio soberano,
Que iluminas la mente del poeta;
Que prestas voz y aliento sobrehumano
Al que llega a tocar la ansiada meta!
   El mismo fuego iluminó la frente
Del varón cuya pérdida lloramos,
Por quien hoy llenos de entusiasmo ardiente
Flores sobre una tumba derramamos.
   ¡Venid, hijos del canto y la armonía,
Que amáis el arte y anheláis la gloria;
Venid a tributar en este día
Lágrimas y dolor a su memoria!
   Si es el teatro de virtud modelo,
Venid a dar un nuevo testimonio,
Venid a honrar con lastimero duelo
Al autor de La cruz del matrimonio.
   ¿No veis cuál corre el abrasado lloro,
Cómo resuena el lúgubre lamento?
Responda vuestro cántico sonoro,
Cual arpa eolia herida por el viento.
   Tomad la triste y fúnebre corona
Con que a su hermano coronó Catulo;
La cítara del vate de Sulmona
Cuando lloró la muerte de Tibulo;
   Y bañados en llanto nuestros ojos
Sobre el sepulcro esparciremos flores,
Y en la losa que cubre sus despojos
Grabaremos sus ínclitos loores:
   «Pintó mujer más fuerte y virtuosa
Que Andrómaca, que Antígona y Alceste;
Su sagrada ceniza aquí reposa;
Voló su alma a la mansión celeste.»20

Santander, 5 de agosto de 1874.




ArribaAbajoSoneto

Traducido de M. M. Barbosa de Bocage, poeta Portugués



   Volaste, alma inocente, alma querida,
Fuiste a ver otro sol de luz más pura;
Falsos bienes de vida que no dura
Truecas por bienes de la eterna vida;
   Por Dios llamada, para Dios nacida,
Ya de vana ilusión vives segura;
Feliz te creo, pero mi ternura
Con puñal de tristeza queda herida.
   ¡Desdichado el mortal, insano, insano,
En llorar por los hados de quien mora
En palacio de eterno soberano!
   Perdona, Anarda, al triste que te adora;
Tal es la condición del pecho humano;
Si la razón se ríe, Amor te llora21.

Madrid, 10 de noviembre de 1874.




ArribaAbajoSoneto

Traducción de uno portugués de Leonor de Almeida, marquesa de Alorna



   Nunca manché con vil lisonja el plectro,
Nunca encomios tejí de la privanza,
Ni hice puñal la lira, que a venganza
Consagran vates con punzante metro.
Consagré sumisión, respeto al cetro,
Cuando humana pasión hizo mudanza;
Nada a mis ojos vale lo que alcanza
Quien sin virtudes opulencia impetra22.
   Despojada de todo vine al mundo,
Prestome bienes mil naturaleza,
Que me robó mi hado furibundo;
   Mi alma ansía la suprema alteza,
En deleznables glorias no me fundo,
Vuelvo a la tierra pobre y sin tristeza23.

Santander, 6 de junio de 1875.




ArribaAbajoA La fortuna

Oda de M. M. Barbosa de Bocage. Traducida del portugués



Frenética ambición devora a César,
Un amor venicial al grande Antonio,
Importuna codicia a un Alejandro:
       He aquí tus favoritos.
Lejos de mí, fortuna, déjame ora
Con la indigencia mísera luchando,
Esas tus vanaglorias no las quiero,
      No quiero tus favores.
Conquista adoradores, yo no vendo
A númenes extraños culto impuro,
Doblo mi frente a Providencia sacra
      Con humilde respeto.
Si ella pobre me quiere, me conformo
Con el santo querer que así lo manda,
De la amable paciencia revestido
      Recibiré sus golpes.
Por esto no trocara palmas, lauros,
Que ostentan los campeones triunfadores;
Yo triunfo de mí mismo; esta victoria
      Debe cantar la fama.
Si pobreza importuna me persigue
Desde la cuna hasta el sepulcro triste
Si horrible enfermedad tiende sus alas
      Y en mí su golpe asesta,
Y si la negra muerte me arrebata
Mi dulce protección, mi único asilo,
O me arranca los padres tan amados,
      Espejo de virtudes,
La muerte, la orfandad, los males todos
Cual celestiales dones considero,
Beso la sacra mano que me hiere,
      Sus decretos acato.
No tengo imprecación, no tengo queja,
Contra quien como padre que castiga
Deja luego entrever tierna, bondades
      Que el llanto nos enjugan24.

Santander, 7 de junio de 1875.




ArribaAbajoEpigrama de Luciano

Traducción de uno inserto en la «Antología griega»



   Cierto médico afamado
Envió su hijo a un maestro,
En la gramática diestro,
En retórica ilustrado.
   Aprendió el muchacho luego
El principio de la Ilíada:
«Canta, Musa celebrada,
De Aquiles el vivo fuego,
Que mil dolores causara
A los guerreros argivos,
Y muchas almas de vivos
Al Orco fiero entregara.»
   Al ver tan copioso fruto
El médico de mi cuento
Juzgó con raro talento
Que era el retórico un bruto,
   Y llamándole le dijo:
«Gracias, amigo, por todo,
Para enseñar de este modo,
No te mandaba mi hijo.
   Muchas almas cada día
Entrego yo al Orco fiero,
Tu ciencia vana no quiero,
Yo le enseñaré la mía.»25




ArribaAbajoSéneca

Fragmento dramático



ArribaAbajoActo I


Escena primera

 

PISÓN. LUCANO. CONJURADOS

 
PISÓN
Entrad. Antes que alumbre el sol naciente
Séneca tornará del predio a Roma.
Nada Nerón sospecha del intento
Que nos conduce aquí.
LUCANO
¿Sábeslo acaso?
PISÓN
En sus acciones todas se descubre.
Sólo de algún liberto acompañado,
Por las calles de Roma se aventura
Apenas de la noche caen las sombras
Sobre nuestra ciudad. Y sin recelo
De enemiga asechanza, torpe ultraja
El pudor de matronas y doncellas.
Hiere en la oscuridad a quien resiste
Y mancha con su aliento cuanto toca,
Sin sospechar que hierro vengativo
Asestarse podrá contra su pecho
Y libertar al mundo envilecido
Del quinto de sus hórridos tiranos.
LUCANO
¡Loca ilusión! ¡Estéril devaneo!
PISÓN
Aun hay Brutos aquí, viven aún Casios,
Aun el genio inmortal de nuestra Roma
Pondrá el puñal en irritadas manos.
Más grande César fue, tembló la tierra
Ante su voluntad, rindiose esclava.
Él fue legislador guerrero, sabio,
Pero tirano al fin, y en plena curia,
Ante la luz del sol puro y radiante,
Hiriéronle cien brazos vengadores
De la violada ley en desagravio.
LUCANO
¿Y violada por quién? ¿Quién lo recuerda?
¿Quién sabe si patricios o plebeyos
El campo abrieron a la fuerza inicua?
Cayó el derecho por la fuerza hollado
Cien veces en la curia y en el foro.
Rebosó de maldad la henchida copa,
Mario, Sila, Pompeyo la agotaron
Y César encontró sólo las heces.
¡Venganza inútil fue la que ponderas!
Un torrente de sangre, proscripciones,
Tres tiranos reinar y al más astuto
La herencia del león por suerte vino.
PISÓN
Y Roma lo sufrió.
LUCANO
Roma no existe.
PISÓN
Tú cantor de Pompeyos y Catones
Esas palabras pronunciar...
LUCANO
No existe.
¿Qué llamas Roma? ¿El mísero vulgo
Que, hambriento, con la espórtula se agolpa
A las puertas del rico generoso,
Y el circo llena de feroz aullido?
Le verás arrastrarse ante las plantas
De quien lance más fieras a la arena,
De quien más gladiadores le presente.
¿Juzgas que de la sangre los vapores
Le dejarán pensar en tus quimeras?
PISÓN
Yo desprecio esa plebe; en otro tiempo
Miedo impuso la voz de sus tribunos.
Cónsules, dictadores la temblaban;
Mas pasó aquella edad; y por fortuna,
Que yo patricio soy; otra es mi raza
Que la de esos famélicos esclavos;
Roma patricia fue la que los reyes
Lanzó otra vez de la ciudad eterna;
Patricia libertad es la que anhelo.
LUCANO
Otro sueño, Pisón. El patriciado
Mírale decadente y moribundo,
Corónanle las flores de la orgía
El humo del Falerno le adormece.
PISÓN
¿Mas no despertará?
LUCANO
Vana esperanza.
Desórdenes sin cuento, tiranías
Aniquilando van a los patricios.
Cuéntalos hoy; los unos sucumbieron
Bajo el hierro cruel del imperante;
Otros en el placer la muerte hallaron,
Y a algunos la miseria ha conducido
A luchar con esclavos en la arena,
Con el númida siervo o el getulio.
PISÓN
Pero el Senado...
LUCANO
Si a Tiberio mismo
Su vileza ofendió; si en otro tiempo
Ya le compraba el oro de Yugurta,
¿Qué esperas del Senado? Envilecido
Todo poder está; se vende todo;
El corcel de Calígula fue cónsul.
PISÓN
¿Pero tú sufrirás tamaña mengua
Cantor de los farsálicos horrores?
LUCANO
Yo no sé lo que ansío; en este pecho
Fuego de libertad arde constante.
Yo vivo con las sombras de otros días
Y en medio del escándalo presente
Pláceme recordar la antigua historia,
Y lanzarla a la frente degradada
De esta torpe ciudad. Pero yo mismo
Ignoro lo que dudo o lo que creo.
Almas de recio temple me convidan
Y absorto muevo en su alabanza el canto.
La imagen de la patria desolada,
El pecho de Catón nunca vencido,
El negro horror de la sagrada selva,
Los dioses de la Grecia, del Egipto,
Materia dan al himno de Lucano;
Mas no su corazón, su fantasía
Llenan Roma, los dioses ni los héroes.
Aquéjame la sed de lo infinito.
Si en España nací, ¿por qué de Roma
Y no del Orbe, ciudadano, vivo?
¿Por qué de esos altares, de esos templos
La inflexible conciencia me repele?
Roma está muerta; pero nueva vida
Yo siento hervir en la confusa gente
Venida de la Siria, de la Acaya,
De la Iberia, del último Oceano,
Parásitos, libertos y sofistas.
PISÓN
¿De esa vil multitud esperas algo?
LUCANO
De esa vil multitud salimos todos.
Mira cuál de españoles y de galos
Se llenan el senado y la milicia,
Escucha declamar sus oradores,
Oye el ritmo vibrar de sus poetas.
PISÓN
¿Mas al fin en tu ayuda, egregio vate,
Podremos esperar contra el tirano?
¿De ese histrión coronado las ofensas
Lucano sufrirá?
LUCANO
Calle tu boca;
La prez y el lauro arrebatarme quiere.
En públicas lecturas sus sicarios
Sofocar el aplauso pretendieron
Que en mi loor constante resonaba,
Mientras a las canciones estridentes
Del hijo de Agripina, ni sus siervos
Osaban aplaudir con la mirada.
PISÓN
Y al fin, por humillarte, las lecturas
También te prohibió.
LUCANO
Y ante esa ofensa
Cedí, oh Pisón, a las palabras tuyas;
Y a una conjuración que no comprendo,
De móviles oscuros que no alcanzo,
Sin entusiasmo por la causa vuestra,
Presté mi nombre y la palabra mía;
Ya me tenéis aquí...
PISÓN
¡Nuevo Virgilio!
Nuestra victoria cantarán tus versos
Y eterna triunfará de las edades;
Mas ya llegan Cornelio y Escevino
Y Petronio también.


Escena segunda

 

Dichos y PETRONIO.

 
PETRONIO
Amigos míos.
PISÓN
Bendígante los dioses inmortales,
Árbitro del placer y de las fiestas
LUCANO
¡Un siervo de Epicuro entre nosotros!
¡Tú que de Trimalción la rica mesa
Con agudas facecias alegrabas
Hoy unido a los Curios y Catones!
Singular metamórfosis por cierto.
PETRONIO
¿No alcanzas el motivo, pobre estoico?
Nada debo a Nerón; en otros días
Fui pretor en Bitinia, después cónsul;
Los públicos negocios me atrajeron,
Pero canseme al fin, y en los placeres,
En el ocio sin gloria, en los festines,
Entre los coros de ligera danza,
Al blando son de las cantoras griegas,
De las rosas de Pesto coronado,
Vi resbalar mis halagüeños días,
Cual Horacio, Polión o el buen Mecenas.
Grato a las Musas, entonaba a veces
Himnos de amor, amor festivo y leve
Muerto a la tarde si nació la aurora,
O báquicos escolios repetidos
Por parásitos cien en mi triclinio,
O fábulas milesias sazonadas
De ática sal y jónica molicie.
Y canseme también. Otros placeres
Como nunca soñó la fantasía,
Punzantes a la vez y tumultuosos,
Que en vez de adormecer hieren el alma,
Insensato busqué. Con Tigelino,
Amigo de Nerón y confidente,
Logré rivalizar. Árbitro sumo
Fui del deleite en la cesárea corte
Y en medio del deleite, la amargura
Tornó a surgir... un no sé qué de hastío...
Por apartarle, con acerbo estilo,
En sátira tremenda y sin rebozo
Aquella corte describí; poblela
De Eucolpios, de Trifenas, de Gitones
A estilo de Varrón y de Menipo,
Cínicas burlas y verdad mezclando.
Hastiábame Nerón, sus tiranías,
Sus cenas, sus caballos y sus carros,
Mas sobre todo sus malditos versos;
Aquel Mimalleonis cornua bombis
Me hizo conspirador. Yo nada fío
En la salud de Roma; allá en las aulas
Bellas palabras son: virtud antigua;
Tiempo de Cincinatos y Fabricios,
Pura declamación. ¡Tópica vieja!
Yo ni en la patria ni en la gloria creo
Y conspiro por tedio y por fastidio.
LUCANO
Hipócrita de vicios, te conozco.
¿Nada crees, Petronio, nada esperas?
¿Qué es para ti virtud?
PETRONIO
Un nombre vano.
LUCANO
¿Y la razón?
PETRONIO
Juguete del más fuerte.
LUCANO
¿Y la conciencia?
PETRONIO
Aduladora insigne
Que a cada cual responde cual desea.
LUCANO
¿Y nunca airada contestó a la tuya?
PETRONIO
Alguna vez, mas acallela luego.
LUCANO
Yo de los dioses y los hombres dudo;
Mas no de la virtud, de la conciencia.
Acallarla es en vano; siempre ruge
La tormenta interior; siempre levanta
Su poderosa voz; ¿quién ha logrado
Más fuerte que ella ser? Esa amargura
Que de la fuente del deleite nace,
Que te place llamar tedio y hastío,
Protesta contra mí. ¿No arde en tu mente
La luz de la justicia? ¿No cantaste
Que Roma al precipicio conducida
Fue, de su torpe liviandad esclava?
PETRONIO
Ejercicio retórico sería.
Yo trabajo en palabras, soy artífice
De estilo como tú. Mas si una sombra
Empaña acaso el pensamiento mío,
Si temor vago o esperanza fútil,
Si el cansancio... quizá el remordimiento
Se atreven a clamar, cierro los ojos,
Cruzo los brazos y a merced del viento
Navego por los mares de la vida.
 

(Durante toda esta escena van llegando conjurados.)

 


Escena tercera

 

Dichos y FURIO.

 
FURIO
De horribles nuevas portador a Roma
Vengo de Bayas.
PISÓN
¿Qué tremenda nueva
Nos puedes anunciar?
FURIO
Murió Agripina
Y la mató Nerón.
PISÓN
¡Su propio hijo!
Dioses del parricidio vengadores,
¿Por qué no herís la frente del tirano?
Mas narra el crimen, si el horror acaso
No te impide la voz.
FURIO
Oídlo todos:
Bien conocéis la historia de Agripina,
¿Y hay en el mundo quien la ignore acaso?
Sabéis cómo llegó por raro caso
Al tálamo de Claudio, su sobrina
Y con amor de madre soberano
Alzó al solio imperial su amado hijo.
En vano un estrellero la predijo
El negro parricidio del tirano;
Que él reine y muera yo, dijo al caldeo;
Y como a tal pasión nada le asusta
Allanó por las artes de Locusta
El término fatal de su deseo.
Y envenenado Claudio en una orgía
Vistió Nerón la púrpura tirano;
Su fiera condición de tigre hircana
Supo velar con diestra hipocresía;
Quiso su madre ser dominadora,
Que era de firme y alto pensamiento;
Quiso Nerón desbaratar su intento
Y romper la cadena abrumadora.
Y todos lo sabéis; desde aquel día
Soltó el tirano a su furor la rienda.
De tanta iniquidad la historia horrenda
Tal vez no cabe en la palabra mía.
Tentara en vano la infeliz matrona
De su Nerón encadenar la furia
Mientras ebrio de sangre y de lujuria
Salpicaba de lodo su corona.
Y cumpliose el tremendo vaticinio
Que el mago aquel en las estrellas viera;
Al César molestó la voz sincera
Que una noche sonara en su triclinio;
Hace luego aprestar pérfida nave
Por hundir en el piélago a Agripina
Cuando, con raudo herir, la onda marina
Los mal seguros leños desenclave.
Mas de peligro tal guardola el hado:
Cerca de Bayas fue la nave rota;
Pero la Emperatriz, con fuerza ignota,
Logró llegar hasta la orilla a nado.
En mi villa después se refugiara
Y a Roma envió una carta con su siervo
Que anunciase a Nerón el caso acerbo
Y cómo de peligro se salvara.
Rugió Nerón al escuchar la nueva,
Lanzó un puñal delante al mensajero,
Llamó a Afranio y a Séneca: «Este acero
Es, exclamó, de su maldad la prueba;
Vuestro consejo en mi favor imploro.»
Y Séneca y Afranio se miraron
Y temblando los dos, los dos callaron,
Si por temor o por horror, lo ignoro.
¡Nada decís! y prosiguió el tirano:
«Compró sicarios por cortar mi vida;
A hierro muera; el hierro parricida
Hoy la justicia colocó en mi mano.»26
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ArribaAbajoA la muerte de Judas

Cuatro sonetos traducidos de Vicenzo Monti





I

   Arroja el precio vil; desesperado
El vendedor de Cristo al tronco asciende;
El lazo estrecha, y pronto abandonado
El yerto cuerpo de las ramas pende.
   Rechinaba el espíritu encerrado
En son rabioso que los aires hiende;
De Jesús blasfemaba, y su pecado
Que el poder del Averno tanto extiende.
   Salió de vado, al fin, con un rugido;
Aferrole Justicia, y con potente
Dedo en la sangre de Jesús teñido,
   La sentencia escribió sobre su frente:
Sentencia de inmortal llanto infinido,
Y lanzó su alma al Aquerón hirviente.




II

   Descendió el alma a la infernal ribera,
Y oyose gran rumor, ronco lamento;
El monte vacilaba, ondeaba al viento,
La carga en alto estrangulada y fiera.
   El ángel que la seca calavera
Del Gólgota dejaba, en vuelo lento,
A lo lejos le vio, y en el momento
Con las alas veló su faz severa.
   Los demonios el cuerpo conducían
Por el aire, y sus hombros encendidos
Al pecador de féretro servían.
   Así, con estridores y alaridos,
El vagabundo espectro sumergían
De la Estigia en los valles maldecidos.




III

   Después que recobrado el alma había
La carne y huesos que en la muerte arroja,
La gran sentencia apareció en la impía
Frente, en arruga transparente y roja.
   A aquella vista, como débil hoja
La multitud infiel se estremecía:
Cual en las plantas que el Cocito moja,
Cual en el hondo lago se escondía.
   Vergonzoso intentaba aquel precito
Arañando su rostro con la mano
Borrar la tersa marca del delito,
   Más y más la aclaraba su afán vano:
Que Dios entre sus sienes la había escrito;
Ni sílaba de Dios borra el humano.




IV

   Un estrépito en tanto resonaba
Que a Dite atruena en son alto y profundo;
Era Jesús que, redimido el mundo,
De Averno el reino a debelar bajaba.
   El torvo pecador que le miraba,
Ni aun osó articular leve sonido;
El llanto de sus ojos descendido
Como lava de fuego le quemaba.
   Fulguró sobre el negro cuerpo obsceno
La etérea lumbre y torva llamarada
Humeó al sonar el pavoroso trueno.
   Puso entre el humo su fulmínea espada
La justicia: alejose el Nazareno,
Apartando de Judas la mirada27.




ArribaAbajoDe morte reginae planctus



Plangit Hesperia dominam Reginam,
Planctus et luctus ubicumque sonant,
Turribus sacris concrepitant aera,
Moeror, tristitia super omnia corda...
      Heu me! dolens plango.

   Gemina maria littore ingemiscunt,
Et mare nostrum et Atlantis sinus;
Iberi cuncti Celtarumque cohors
Magna afficiuntur, miseri!, molestia.
      Heu me! dolens plango.

   Praeliis et ludis valida juventus,
Senes, infantes, virgines nuptaeque,
Pauper et dives, princeps et mercator
Plangunt Reginae flebilem interitum.
      Heu me! dolens plango.

   Occidit decus, lumen et Iberiae,
Et pacis spes, et concordiae pignus,
Anima regia, corpore pulcherrima,
Nondum extinctis facibus jugalibus.
      Heu me! dolens plango.

   Vae tibi, Hesperia, hispanoque populo;
Turbine nigro obtenebratur coelum;
Quis Dei agnoscit vias aut consilia?
Populo nequam obscuratur lumen.
      Heu me! dolens plango.

   Christe, qui regis agmina coelestium,
Tutiorem sedem tribue Reginae;
Preces exaudi conclamantis populi,
Surgat et alia immoritura lux.
      Heu me! dolens plango28.




ArribaAbajoEn el abanico de la mujer de Pereda


   Por el perfume de azahar difuso,
El naranjo escondido se revela;
El pebetero con olor profuso,
Denuncia los tesoros que en sí cela;
El alma donde Dios su huella impuso
A otra alma rige y en sus obras vela;
Si en sus obras hay luz, paz y hermosura,
Es porque emanan de otra luz más pura29.




ArribaAbajoFragmento de una oda


   Siempre la tierra odié seca y desnuda
Do la regia Madrid tiene su asiento;
Siempre al morir el perezoso día,
Volaba el pensamiento a mis montañas,
Envueltas, como vírgenes druidesas,
En el cendal de sus intactas nieves;
Y ver me parecía,
Cual célticos Titanes evocados
De los abismos de la mar rugiente,
Con el martillo de su Dios ingente
Para atajar el paso
Del procónsul latino
O del normando asolador pirata,
Las rocas de la orilla que hoy corona
Inextinguible y bienhechora lumbre.
   Y aquel rumor solemne y majestuoso
Con que a la playa arroja
El mar del Norte los lejanos ecos
De las viejas baladas islandesas,
Con el gemir del náufrago mezcladas
O el grito triunfador del arponero;
Los mil reflejos de la luz quebrada
En los cristales fríos;
Los mil contornos de la niebla amiga,
Corona y manto del Cabarga férreo;
El grave casco de la nao britana,
Las ágiles traineras,
Cual banda de gaviotas,
Al expirar la tarde congregadas;
¡Todo hablaba a mi espíritu de lejos
Con honda y melancólica armonía!30
...........................




ArribaEpístola al príncipe de los poetas

Traducción de una poesía latina del canónigo de León, Busto, a Zorrilla31



   Pueblos y villas y sagrados templos,
Las del Cantábrico mar alegres playas,
Los campos de Vasconia, y los floridos
Huertos ornados de fragantes rosas,
Alcázares y claustros y ruinas
Cuanto en sí abraza la región egregia,
cuanto es solaz al viajador cansado
Lo recorriste tú, mi dulce amigo,
Con ilustre mujer de estirpe ibera,
Que te otorgó benigna el hospedaje,
Y con obsequio acompañó tus pasos
Docta y piadosa cual la musa Clío.
Ella arrancó de inspiración ardiente
Largo raudal a tu inflamado genio
Y de tu alma los inmensos dones
Ella supo aumentar. ¡Oh tú dichoso
Anciano ilustre, sin igual poeta
pasmo del mundo! ¿qué mayor fortuna
Te pudo acontecer? Si te guiaba
La ilustre nieta de los altos reyes
Que dieron a Aragón perenne gloria,
Y tú, iniciado en los arcanos todos
Que guarda el arte en mármoles y bronces,
Ante tu carro leve contemplabas
Maravillas del arte sucederse:
Antiguos templos, señoriales torres,
La rica pompa de la madre tierra,
Dando todo a tu excelsa fantasía
Digno alimento, y en el alma tuya
El júbilo sereno derramando
Fuente a la par de inspiración divina.
¿Qué te pudo faltar? De noche y día
Dulce solicitud en torno tuyo
Mostró del Conde la gentil esposa.
¿Por qué admirar que en tu vejez cansada
Con más vigor que en tus verdores mismos
Asciendas del Parnaso a la alta cumbre?
Si te inspira tan alta hospedadora
¿Qué sones tan eternos y robustos
No arrancarás de tu potente lira?
¡Genio divino! ¡Cuán radiante lumbre
Por tu amplia frente dilatarse veo!
Llena tu fama el universo; corre
A torrentes la miel desde tus labios.
Mas no hay ninguno entre tus regios cantos,
Con que del orbe la atención empeñas,
Que triunfe en perfección y en hermosura
De aquel poema en que del grande Ignacio
Las glorias recordaste en sacros himnos.
No es lengua humana la que ensalza y pone
Sobre los astros a la estrella ibera;
Es lengua de ángel, y el amor la guía,
Y él suspira y alienta en sus canciones.
Si lengua humana realzar pudiera
O lengua más excelsa que la humana,
Al patriarca y al caudillo invicto
De la legión que por Jesús combate
Y con su santo nombre se decora,
Al que con suave acción y blando yugo
Y con santos consejos y enseñanzas
El mundo quiso convertir a Cristo,
Quizá más grande con los versos tuyos
El atleta cristiano resurgiera.
¡Vate feliz que a la virtud ofreces
Y a la piedad severa el homenaje!
Tú que en la flor de los risueños días
Cantabas ya de Dios, y cuanto debe
Amar, creer y venerar el hombre,
Y cantabas las obras de su diestra,
Y cuanto grande, augusto y admirable
Sembró por la amplitud del universo.
Esta senda que abriste, ínclito vate,
Ésta debes seguir; no te desvíes
Por más tortuoso y áspero camino.
Canta tu fe, tu religión, tu patria,
Dogmas celestes y hazañosos triunfos;
Canta de Dios los soberanos dones
Agradecido tú que tantos debes
A su bondad. El Dios Omnipotente
A quien alzaste tus primeros himnos
Hoy acrece las fuerzas de tu ingenio,
De tu cuerpo también, y te conserva
Hermosa y pura y juvenil el alma.
Vive, ¡oh poeta! edades infinitas.
¡Que tus años excedan a tus glorias
Y lograda del mundo la apoteosis,
Logra de Dios la triunfadora palma.
Y tú, salve también, oh dama ilustre
Que al vate ofreces protección y techo.
Tu nombre y tu blasón con voz de aplauso
Celebrarán las gentes venideras.