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«Entre los individuos que ejercen este poder encubierto, pero incontrastable, hay constituida una especie de ordenación jerárquica, y los caciques que viven en la capital de España inspiran y apoyan directamente a los que dominan en una provincia o en una extensa parte de ella, quienes a su vez imponen, apoyan e inspiran también a los caciques de las pequeñas localidades. Así pueden protegerse todas las inmoralidades, consumarse impunemente todos los atropellos y oprimir, sin temor a la ley, a los ciudadanos honrados y pacíficos, que acatan las determinaciones del cacique antes que exponerse a arrostrar su enojo.

Los Gobiernos mismos no tratan de atajar esta influencia misteriosa, y muy al contrario, la alientan y se ayudan de ella en las luchas electorales y después; mientras que los partidos que viven en la oposición se ven obligados a acudir al mismo procedimiento para asegurar su existencia o su victoria, contrayendo compromisos graves, que luego tienen que cumplir desde las alturas del poder, con. mengua de la dignidad y de la ley» (MARTÍNEZ ALCUBILLA, Diccionario de la Administración española, v.º Cacique, tomo II, quinta edición, Madrid, 1892, pág. 185).

Cfr. el conde de ROMANONES: «Lo que principalmente distingue al caciquismo es hacer que las fuerzas políticas ejerzan una acción injusta cuando llegan a regir los destinos del país. El cacique más significado perderá en un día todo su prestigio si; cuando llega al poder el partido a que pertenece, no logra dejar cesantes a todos los empleados, aunque sean idóneos y honrados, y colocar a los suyos, aunque no lo sean; si no alcanza que el personal de la Audiencia, el juez de Primera Instancia, y no hay que decir si los jueces municipales, sean todos dóciles instrumentos de sus deseos; si no hace que el delegado de Hacienda sea también persona adicta a sus fines; en una palabra, si no obtiene la posesión verdad del poder con todas sus consecuencias. Y para conseguir esto se vale del diputado, a quien trata con toda la autoridad que dan los votos, rayana al despotismo» (Biología de los partidos políticos, cit., por Álvaro FIGUEROA Y TORRES, Págs. 128-129).

 

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«¿Quién va a hacer las elecciones (sigue diciendo), si no las hacen ellos? ¿Quién va a jugarse la honra a cambio de un acta en blanco, sino el que no la tiene? ¿Quién va a arriesgar la vida a la necesidad de pasar el censo entero desde donde lo pusieron los electores hasta donde lo quieren los caciques, sino gentes indocumentadas, que todo lo prefieren a la oscuridad modesta o al hambre? ¿Van a prestarse a chanchullear en las elecciones los académicos de la Lengua, ni los grandes de España, ni frailes franciscanos?» (El Español, 24 de enero de 1901).

 

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CICERÓN, in Verrem, lib. II de jurisdictione siciliensi, capítulos 9-10.

 

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Senado constituido en Tribunal de Justicia. Vista pública del proceso instruido contra el excelentísimo señor don Agustín Esteban Collantes (y otros)..., Madrid, 1859, pág. 217. El ministro acusado fue declarado inculpable, y condenado el director general de Obras Públicas, don José María Mora, por los delitos de fraude, estafa y falsedad, a veinte años de presidio y resarcimiento de cerca de un millón de reales.

 

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El señor SÁNCHEZ DE TOCA opina que «el caciquismo municipal y provincial no es, ni con mucho, el único daño desarrollado en nuestra vida política por la corrupción de los organismos de la Administración Local, sino que en ello debe verse la causa principal de las enfermedades que padecen nuestras instituciones parlamentarias, y sobre todo la desmoralización de los que desempeñan hoy el patriciado político» (citado por ALZOLA, El problema cubano, Madrid, 1898, págs. 234-235). Lo mismo podría defenderse la tesis inversa, en la relación de patriciado u oligarquía a caciquismo local y corrupción de los organismos locales. En realidad, son factores que compiten en la maldad y que se coengendran y sostienen mutuamente.

 

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«Le peuple espagnol», ap. Revue des Deux Mondes, t. 155, páginas 481 y siguientes (octubre 1899).

 

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«El caciquismo (= oligarquía), por su índole y por sus viciosos procederes, implica la paralización de fuerzas que a la salud nacional importa mucho que estén activas, e implica, consecuentemente, la actividad de fuerzas que a la salud nacional importa también que permanezcan relegadas. La degeneración consiste en eso, porque aquella parálisis y esta actividad invierten la selección» (R. SALILLAS, El delincuente español: hampa, Madrid, 1898, pág. 373). «Así se comprende cómo los hombres que en las clases medias españolas valen algo intelectual y moralmente están, en el fondo, desconocidos, anulados y desarmados para todo...», no empinando la gran prensa a los que estudian, exploran, trabajan, sirviendo verdaderamente al país y dándole más de lo que reciben de él, sino a la «taifa de ignorantes, ineptos y corrompidos»... (MACÍAS PICAVEA, El problema nacional, pág. 259). «¿Es que no existen ya en España hombres de inteligencia, de carácter, de virtud? Pocos son, pero aún hay algunos. Cada cual los conoce y los estima en la esfera de sus relaciones, en el círculo de su actividad. No hay que buscarlos en las alturas, adonde nunca llegan. Esos hombres viven oscurecidos, postergados, contemplando desde su modesto retiro cómo prosperan los corrompidos y cómo medran los imbéciles...» (Alfredo CALDERÓN, artículo «Faltan hombres», en el diario de Pontevedra La Unión Nacional, 23 julio, 1900). «Es verdad. Los intelectuales sienten un desdén profundísimo, mezcla de odio y de ironía, hacia ese camino real por donde marcha la vulgaridad tiránica y burguesa, imponiéndonos la gran pesadumbre de su garrulería parlamentaria... No; los pensadores, los artistas, los intelectuales, los que tienen dentro del cráneo un poco de masa encefálica en vez de un trozo de corcho, no están al lado de los políticos, no quieren nada con los políticos, no pueden perdonar a los políticos su obra nefasta de tediosa decadencia. La impura medianía, subiéndose a las barbas del país, dirigiendo sus tristes destinos, usurpando el puesto de los activos y pensadores, tiene forzosamente que alejar de sí todo lo que es vida, superioridad, esperanza..» (José NOGALES, ap. El Liberal, de Madrid, 2 octubre 1901).

 

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«La rueda principal de nuestro sistema de gobierno consiste en las Cortes; y su reciente fracaso ha sido tan grande como el de los gobernantes y de los generales... Debieran reclutar su personal entre las lumbreras de la nación, y descartada la plana mayor -en la cual también abundan más las medianías que los hombres estudiosos y de cultura elevada-, el promedio del nivel intelectual es muy inferior al de cualquiera de las juntas nombradas de real orden. Este defecto orgánico no empece para que se cometa en España el absurdo de estatuir que el voto dado en los comicios por los indoctos imbuya la ciencia infusa a los diputados, dándoles la capacidad y el monopolio para el desempeño de las Direcciones Generales, los Gobiernos Civiles y otros puestos elevados de la Administración pública. Es decir, que se posterga sistemáticamente a las ilustraciones técnicas encanecidas en el servicio del Estado, para encomendar con frecuencia las Direcciones a jóvenes tan inexpertos como ignorantes, cuyo único mérito consiste en el parentesco con algún cacique y en la sabiduría comunicada repentinamente por la virtud mágica del encasillado» (El problema cubano, por don Pablo de ALZOLA, Madrid, 1808, pág. 231).

 

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«Hay que reconocer como un hecho evidente que, sean cualesquiera los defectos y los vicios del sufragio universal en España..., por quien ese sufragio está profundamente viciado no es por el pueblo que lo practica, sino por nosotros que lo dirigimos...» «En cuanto a la falsificación del voto, ¿cómo hay valor para culpar de eso a los pueblos? Les pasa a éstos con el ejercicio del sufragio universal, como con el ejercicio de todos los derechos, como con el cumplimiento de todos los deberes; como con los derechos que se refieren al ejercicio de las libertades públicas, como con los deberes que se refieren a la defensa del honor y del territorio nacional: el pueblo, en el ejercicio de esos derechos, el pueblo, en el cumplimiento de esos deberes, es esa primera materia, que es lo mejor que ofrece nuestro país. La compra del voto no viene aquí solicitada por las muchedumbres hambrientas; viene ofrecida por las clases conservadoras y por las clases gobernantes, que utilizan ese medio, y lo utilizan, desgraciadamente, fuera de la ley, en la lucha de las pasiones políticas, todos aquellos a quienes libremente se entrega la dirección de esas masas, cuando no hay poder público o Cámara revestida del sentimiento de todos sus deberes que les ponga freno y límite» (Discurso de don Francisco SILVELA en el Congreso de los Diputados, 1.º de junio de 1896; Diario de Sesiones, 1896, págs. 324-325). «Nuestro Ejército y nuestro pueblo están dando pruebas de la sumisión al vínculo nacional y a los más amargos deberes que él impone, que nunca serán bastante enaltecidas y notadas; mas en este reconocimiento y tanteo del suelo moral de nuestra patria, a que nos obliga la desgracia, nótase que se afina el metal a medida que se profundizan sus yacimientos, y que las capas superiores más en contacto con la atmósfera de nuestra vida administrativa y política, son las más impuras, las más resistentes al sacrificio, las menos sumisas al deber nacional...» (Declaraciones del propio señor SILVELA a El Liberal, de Madrid, 8 de noviembre de 1896).

El señor PIDAL (don Alejandro), en una conferencia leída en la Asociación de la Prensa el año 1896, dijo que podrá haber quien se avergüence de ser español, cuando les estudia a ellos, a los políticos, pero que no habrá quien no se sienta orgulloso y satisfecho de haber nacido en España cuando mire al pueblo sufrido y heroico y al Juan Soldado, hijo suyo, especie de Cristo condenado a pagar las culpas de aquéllos.

 

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Discurso cit. en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, ap. Extractos de discusiones, etc., citados (1899), tomo I, parte primera, págs. 59-60.