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Las relaciones entre la Retórica y la Poética, a lo largo de la dilatada historia de ambas disciplinas, han sido múltiples, diversas y, en ocasiones, contradictorias. Las zonas de contacto mutuo y los grados diferentes de autonomía han ido cambiando a medida que sus específicos objetos se han distanciado o aproximado hasta llegar, en ocasiones, a confundirse. La noción de «literatura» -y, más concretamente, el concepto de estilo- ha propiciado la convergencia o la divergencia de los presupuestos epistemológicos, de las estrategias metodológicas y de los propósitos pragmáticos respectivos.

 

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Cf. José Antonio Hernández Guerrero, 1990, Teoría del Arte y Teoría de la Literatura, Seminario de Teoría de la Literatura, Cádiz.

 

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Estas son la palabras del profesor Alberte: Mientras Antonio señalaba como función básica de la oratoria la persuasión y, en consecuencia, desde esta perspectiva desarrollaba su intervención sobre los principios persuasivos del probare, conciliare y mouere (de orat. 2, 115: ita omnis ratio dicendi tribus ad persudendum rebus est nixa: ut probemus uera esse quae defendimus, ut conciliemus eos nobis qui audiunt ut... animos... ad motum uecemus; de or. 2, 128: meae totius in dicendo rationis... tres sunt rationes...: una conciliandorum hominum, altera docendorum, tertia concitandorum), Craso incorpora a la actividad oratoria como elemento singular y a la vez relevante la función del delectare; singular por cuanto él mismo es consciente de que la tradición retórica la ignoraba, como lo significa en (de orat. 1, 137: non negabo me ista omnium communia et contrita praecepta didicisse: primum oratoris officium esse dicere ad persuadendum accommodare); relevante por cuanto sin la presencia de esta función toda la actividad literaria, en opinión de Craso, estaba abocada al fracaso, como le había ocurrido, incluso, a muchos maestros de filosofía que habían sido abandonados por sus propios discípulos al no conferirle a sus intervenciones tal función. Este mismo sentimiento lo expresa Cicerón de manera contundente en Tusc. 2,7 mostrando su rechazo contra aquellos tratados filosóficos que ignoraban tal principio literario: lectionem sine ulla delectatione neglego. De ahí el carácter retórico de sus tratados filosóficos en los que no sólo se prodigan los recursos literarios propios del género oratorio, sino que además aparecen erizados con múltiples citas poéticas. (1987: 97).

 

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«El ornatus, manejado apropiadamente, es un elemento decisivo para el cumplimiento de la compleja finalidad del discurso retórico articulada en delectare, docere y movere. La elaboración artística elocutiva produce un deleite estético en el receptor, que lleva a éste a vencer el taedium, el hastío en la audición, y a seguir con atención, interés y fruición el discurso; el taedium del destinatario es un claro obstáculo para la comprensión del discurso por parte de éste y, por tanto, para que pueda tener lugar la persuasión pretendida, el orador debe combatirlo haciendo agradable la parte del texto retórico en la que entran en contacto el plano onomasiológico y el semasiológico: la manifestación textual lineal que es producida por la operación de elocutio». (T. Albaladejo, 1989: 128. Cfr. H. Lausberg, 1966-1968: 257 y 538; Pseudo-Longino: 1979; D. Pujante, 1996). Creo que pueden ser ilustrativas las reflexiones de Lausberg: El «ornatus» debe su designación a los aderezos que adornan la mesa del banquete, siendo el discurso mismo concebido como plato que hay que comer. A esta esfera de imágenes pertenece también la designación del «ornatus» como «condimentum» («condita oratio», «conditus sermo»). De otras esferas de imágenes están tomados los términos, usuales para el «ornatus», «flores» del discurso («verborum sententiarumque flores») y «luces» del discurso («lumina orationis»). El término «color» (Cic., Brut. 87, 298; De or. 3, 25, 100) también se emplea para designar el ornatus. (Op. cit. 162)

 

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Alberte explica cómo «Cicerón se considera introductor de tal procedimiento de la varietas en el discurso oratorio repitiendo aquella misma expresión enniana del Nos primi... (Orat. 106) y señala que tal procedimiento es, precisamente, el que mejor define, desde el punto de vista literario, la capacidad oratoria del hombre elocuente (Orat. 100): Is erit eloquens... qui poterit parua summisse, modica temperate, magna grauiter dicere». (Op. cit.: 91).

 

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Como señala Antonio Alberte, la «voluntad de identificación ciceroniana con el estilo rítmico de Isócrates se observa, incluso, en el hecho de haber mostrado a Isócrates como superador de sí mismo al evitar en su madurez la servil dependencia del ritmo, al igual que le había ocurrido a él mismo, al haber superado la redundantia iuuenilis gracias a su madurez y formación.

Si bien Cicerón destaca el carácter deleitoso de tal recurso literario, no por ello, dejará de señalar la necesidad de acudir a la varietas para evitar el natural hastío que el abuso del mismo llegaba a producir en los oyentes. En este sentido nos presenta como modelo a Demóstenes quien utilizando el período rítmico supo evitar la fatiga del auditorio gracias al recurso de la varietas». (Alberte, A., Op. cit.: 1-92)

 

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Condillac, E. B., 1947-1951, «Essai sur l'origine des connaissances humaines» [1746]. Oeuvres philosophiques, Éd. par Georges Le Roy, Paris, Presse Universitaires de Paris, i: 1-118.

—— 1986, Cours d'étude pour l'instruction du Prince de Parme: Grammaire. Nouvelle imp. [...] de l'édition de Parme 1775 avec une introduction par Ulrich Ricken, Stuttgart, Fromann-Holzboog.

 

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Cf., Destutt de Tracy, A. L. C., 1796, «Mémoire sur la faculté de penser», en Mémoires de l'Institut National des Sciences et Arts. Classe des Sciences morales et politiques. Paris.

—— 1803, Éléments d'Idéologie, Paris, Vrin. Reed. en 1970, París.

—— 1822, «Principios lógicos o colección de hechos relativos a la inteligencia humana» en Gramática General, Madrid, Imp. Collado.

García, J. J., 1821, Elementos de verdadera Lógica, Compendio o sea estracto de los Elementos de Ideología del senador Destutt-Tracy, Madrid, Imprenta de Don Mateo Repullés.

 

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Si aceptamos que el discurso oratorio se define por su carácter pragmático, hemos de concluir que la Retórica es el «arte» de los procedimientos oratorios: el objeto de esta disciplina será, por lo tanto, la definición y la sistematización de los recursos que cumplen la función principal de persuadir a los oyentes. Podemos llevar nuestra afirmación todavía más lejos y decir que todos los elementos del discurso oratorio -verbales, paraverbales y no verbales-, son pertinentes, son significativos, poseen una función extralingüística y persiguen una finalidad práctica: todos los elementos son recursos. Nuestros análisis están apoyados en los principios, criterios y pautas formulados en la obra fundamental y ya clásica de la profesora Brigitte Schlieben-Lange (1975).

 

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Con este planteamiento se recupera -más que un ámbito- una dimensión esencial del discurso oratorio y una concepción tradicional de la Retórica. Se propone la reformulación desde una nueva perspectiva científica de una serie de problemas ampliamente debatidos en la Antigüedad Clásica. Se aboga por una nueva concepción psicagógica de la Retórica apoyada en un conocimiento riguroso de la influencia real, fisiolólgica, de las emociones en la adopción de actitudes y en la determinación de los comportamientos. Juzgamos que, en la actualidad, es necesario investigar mediante instrumentos adecuados las raíces orgánicas y psicológicas que explican el poder «taumatúrgico» que sirvió de base para aquella interpretación picagógica tan extendida entre, como lo ha estudiado el profesor López Eire, los antiguos griegos, esa concepción que -a juzgar por la etimología del vocablo psicagogía («evocación de las almas»)- otorgaba al logos, a la palabra convertida en conjuro (epodé), el poder sobrenatural de la evocación del alma de los muertos.

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