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Orduna y La Celestina

Patrizia Botta





Me resulta profundamente conmovedor hablar de los estudios de Orduna sobre La Celestina (=LC), sea por la admiración que siempre tuve a su primer artículo publicado sobre el tema (y que leí cuando aún no lo conocía), sea por seguir de cerca, en tiempos más recientes, el devenir o la gestación de sus últimos dos trabajos de asunto celestinesco, tanto a través de reiterados contactos personales (cuando coincidíamos en algún congreso, o cuando estuvo en Padua para darnos una brillante conferencia), como a través de un carteo ininterrumpido, afectuoso y muy añorado, que me resultó muy fecundo e iluminó mis años de 1995 a 1999. Por tanto, la semblanza del Orduna celestinista que intento bosquejar ahora, o mejor, mi punto de vista sobre el celestinismo de Orduna, en realidad, va muy mezclado de recuerdos personales, y salpicado de frases del carteo -y agradezco a Lilia Orduna el permiso de citarlas.

Es además inevitable recordar, de entrada, que Orduna murió el año del Centenario de LC, cuando estábamos todos atareadísimos por las muchas ponencias que se nos pedían para las distintas clases de celebración que se organizaban para la ocasión (congresos, libros, números monográficos, mesas redondas, y mucho más). Y Orduna también fue invitado a hablar en ellas, o incluso, ante el evento del Centenario, aprovechó el tema de LC para dar clases públicas o ponencias inaugurales, o plenarias.

En efecto, con LC cerraba su curso de Literatura Medieval en la Universidad de Buenos Aires, en mayo de 1999, y sería su última clase en dicha Universidad, y con LC inauguraba pocos meses después las «Jornadas de Literatura Medieval» del agosto bonaerense, y aun con LC hizo su última lectura pública en España, al dar su plenaria ante el Congreso celestinesco itinerante, en Toledo el 30 de septiembre de 1999, en el precioso Palacio de Lorenzana. Por tanto LC, para él, fue tema de estudio constante durante el último año de su vida, y sobre él, precisamente, se intensificaron nuestros últimos carteos.

Pero vamos por partes, y empecemos desde el principio, desde la primera publicación. Orduna ha escrito tres trabajos sobre LC, dos publicados y uno en prensa -y que llegó a leer en público. Pero su celestinismo, como veremos, abarca mucho más que tres publicaciones, por demás muy breves.

1) La primera de ellas remonta a fines de los años 80 y apareció en la revista Celestinesca, dirigida por Joseph Snow, en el número 12.1 de mayo de 1988. El artículo es muy breve, ocupa unas seis páginas (pp. 3-8), y su título es muy largo: «Auto -> Comedia -> Tragicomedia -> Celestina: Perspectivas críticas de un proceso de creación y recepción literaria», aunque este título, luego, se abreviaría por «el de las flechas» al mencionarlo en cualquier conversación.

Artículo muy breve pero muy denso, e intenso, por plantear con unas pinceladas rápidas (geniales por su esencialidad y claridad) la cuestión -no del todo abordada hasta esa fecha- de la recepción del texto, y del consecuente proceso de creación de LC, abnorme y singular.

Destaca Orduna que los ecos de las polémicas a que la obra da lugar, y de las presiones que obligan al autor a responder a las instancias de un público que observa, protesta, y critica, ya son perceptibles desde las primeras etapas de la composición. Según dice el texto, es el horizonte de los lectores y oidores (y de sus condenas), el que va imponiendo al autor que la obra tenga sus desarrollos. Y no sólo en el paso de Comedia a Tragicomedia, sino antes, desde el primer momento, ya a la hora de continuar el Esbozo inconcluso, porque ya en los Preliminares -anteriores al texto en 21 actos- alude el autor al temor a los chascos, a los fracasos que su inexperta pluma le puede acarrear, y a los «reproches, revistas y tachas» que ya han empezado a circular y proyectan la obra en un clima de contienda y polémica literaria. En la versión en 21 actos, ello se intensifica y se reitera, es decir, el texto se continúa rodeando de referencias críticas y el autor se muestra aun más atento al qué dirán los letrados y censuradores coetáneos. Por tanto, cada fase de composición tiene su entorno litigioso.

Orduna vislumbra en ello una perspectiva crítica no tenida en cuenta por entonces, la de considerar que el proceso de creación de LC mucho debe a las presiones de círculos literarios muy exigentes, las del primer público, y por ello mismo el filólogo argentino invita a abordar el producto final, que es La Celestina, de una manera «fenomenológica», concluyendo que es la obra que más aguda y declaradamente muestra la preocupación por la recepción literaria del texto producido. Termina el trabajo Orduna con una pregunta sin respuesta: ¿por qué Rojas presentaría su obra como «fruto de la recepción de un auto anónimo primitivo» y por qué destacaría «polémicamente el proceso de su creación»?

La claridad con la que Orduna dejó sentado este artículo ha quedado grabada en la memoria de varios celestinistas, y yo por entonces al leerle sin conocerle, me quedé fascinada con esa mente clara. Si yo hiciera una antología de las mejores páginas críticas sobre LC pondría sin falta este fruto tan brillante.

2) El segundo y el tercero de los trabajos celestinescos son ya de 1999, el último año de su vida, y el año del Centenario. Y son los que conozco más de cerca en su gestación y en sus distintas fases de escritura, llenas de temores, admirablemente honestos, «por meterse en una labor ajena».

El segundo es el que leyó como ponencia inaugural en las «Jornadas de Literatura Medieval» celebradas en agosto en Buenos Aires. Tengo el privilegio de poseer el texto original que me mandó, justo al día siguiente, con una nota rápida: «Leída ayer» y advirtiendo que la mandaría a Celestinesca, y allí en efecto a los pocos meses apareció, encabezando (pp. 3-10) el núm. 23.1-2 de 1999, que además se dedicó a su memoria. El texto, luego, también salió en las Actas (aparecidas en la revista Letras).

Su título es «El original manuscrito de la Comedia de Fernando de Rojas: una conjetura».

Era un tema, el del Manuscrito original que manejaba Rojas, que le venía preocupando de hace tiempo, como me decía en las cartas. Y, pese a sus temores («lo que digo son modestas reflexiones», me escribía), una vez más, le salió un trabajo claro, lúcido, genial, y que volvía con nuevos ojos sobre los Preliminares de LC (que ya le llamaran la atención en el trabajo anterior, «el de las flechas»).

Tras remarcar que elegía un tema celestinesco para abrir las Jornadas precisamente por «celebrar el medio milenio de la aparición de la más extraordinaria creación en prosa de fines de la Edad Media», centraba luego toda su atención en la afirmación final de la Carta del autor a un su amigo que, según la versión de la Comedia, hace alusión a una cruz:

[...] por que conozcays donde comiençan mis mal doladas razones y acaban las del antiguo autor, en la margen hallareys una cruz, y es en fin de la primera cena. Vale.



Frase que luego en la Tragicomedia se quitaría, y sería reemplazada por la referencia expresa no ya a una marca gráfica, como sería la cruz, sino esta vez a las palabras exactas con las que comienza el Auto II:

hasta el segundo auto donde dize Hermanos mios, etc.



Orduna hace muchas conjeturas sobre esta alusión a la cruz: destaca que Rojas al escribirla tendría en sus manos una realidad material distinta de cualquiera de los impresos conservados, un Ms. donde iría efectivamente la tal cruz que diese plena razón a la referencia (referencia que luego desentonaría en los impresos a seguir, ya que en ninguno consta, en ninguna parte, la mencionada cruz). Tras interrogarse sobre esta «anomalía de que una carta agregada a un texto impreso parezca remitir a un texto de presentación manuscrita» (p. 9), Orduna concluye que la alusión delata varias cosas: ante todo, una fase manuscrita de la obra, en la que el texto se presentaría como «materia continua» con poca separación de un acto a otro, donde la «cruz» vendría precisamente a remarcarla. Luego, que Rojas se desentendió del paso de su obra por la imprenta (y los impresores distraídos no imprimieron la tal cruz que él pregonaba, si bien se tomaron la libertad de insertar 16 Argumentos nuevos). Después, que en la fase manuscrita, que aún no traía los insertos editoriales interpuestos, el Síguese y el Argumento General (ambos escritos por Rojas, según Orduna), funcionan por sí solos como presentación directa de la acción, máxime la última frase del Argumento General:

Para comienço de lo qual dispuso el adversa fortuna lugar oportuno donde a la presencia de Calisto se presentó la desseada Melibea



que por sí sola introduce el diálogo a continuación que abre el Auto I («En esto veo Melibea...»), según lo vemos en el Ms. de Palacio, y esta coherencia primitiva luego se perdería al interponerse los Argumentos editoriales al frente de cada Auto, por tanto al frente también del Auto I, alejando de él su adyacente Argumento General. Y que, por última implicación, como luego me aclaraba en su postrer correo, esa alusión a la cruz no significa que Rojas halló un manuscrito con una cruz ya puesta, y desde ahí inicia su intervención. La Carta, me decía Orduna,

es clara en cuanto Rojas se dirige al lector de un texto Ms., posiblemente, que tiene una cruz en el margen. Nada se dice de quien haya puesto esa cruz, pero lo importante es que esa cruz haya existido, y que sea un punto de referencia señalado para el lector. Si te pones a meditar el hecho y la situación que Rojas imagina al decir lo que dice, esa cruz da para mucho más jugo del que yo le saqué



3) El tercer trabajo, que ahora anda en prensa en las Actas1, es el que leyó a fines de septiembre de 1999 ante el congreso celestinesco itinerante organizado por Nicasio Salvador Miguel, quien le invitó a dar una plenaria sobre un tema preestablecido, que él mismo le pedía, y que llevaba Orduna a salir de sus intereses de crítica textual y de historia del texto para abordar cuestiones de otra clase. Era el tema del «Didactismo en LC», que luego Orduna, tras alguna reflexión, decidió aceptar, si bien mudándole el título por el de «El didactismo implícito y explícito en LC», ya que había vislumbrado qué pista seguir para desarrollarlo de forma original.

En efecto, tras analizar lo «explícito» del didactismo que va en las declaraciones liminares, tanto prologales como epilogales, que dejan claro cuáles son las intenciones del autor y del corrector, según ya dijo Bataillon, pasa Orduna a examinar, en el texto primitivo en 16 actos, cuáles son las aplicaciones que se rastrean de tanto afán de enseñanza pregonado en las presentaciones o en las conclusiones, por tanto a rastrear el «didactismo implícito» del texto dramático por sí solo. Y divide el análisis entre el Auto I y los 15 autos restantes, para concluir que dentro del texto mismo, esto es, en LC «exenta», la de los actos solos, sin paratextos que condicionen su lectura, es grande y constante el deseo de «enseñar», ya sea a través de una gran galería de sentencias y de citas de tradición sapiencial, ya sea a través de personajes que se van degradando y llegan a niveles ínfimos de bajeza, ruindad, falsedad, avidez y perversión, y son castigados con ejemplares muertes, ya sea a través de moralejas dolorosas que se concluyen ante un desolador desierto final.

Por tanto, a la luz de los tres trabajos mencionados, cada vez que Orduna aborda un estudio celestinesco lo hace aportando gran claridad de argumentación, ideas incisivas, y palabras inolvidables.

Pero su celestinismo no termina ahí. En 1996 era panelista en una mesa redonda sobre LC organizada en La Plata, y distribuía entre el público un esquema sinóptico de la historia del texto y de los hitos marcados por el autor2. Luego, en ese mismo año del Centenario tenía en proyecto otros dos artículos, uno destinado al libro de Kassel, que no llegó a entregar (en el que seguiría ahondando lo de la alusión a la cruz manuscrita) y otro destinado a Incipit de 1999, según me contaba en las cartas, y cuyo asunto nunca me precisó. Y de la edición de LC que por entonces estaba por salir me tenía prometida una reseña.

Pero es más, es mucho más: el celestinismo de Orduna va más allá de sus propios escritos o proyectos y se rastrea en sus obras, o en sus palabras: ante todo queda patente en las páginas de Incipit que a lo largo de sus 19 números dieron acogida a varios artículos de tema celestinesco, procedentes de todas partes, como el de Alphonse Vermeylen sobre «Melibea y su voz de cisne» (1990), el de Armando López Castro sobre «Gil Vicente y LC» (1993), el mío sobre los problemas de la edición en marcha (1996), a la par que dieron cabida a verdaderas perlas del celestinismo como el precioso trabajo de Alfredo Hermenegildo sobre las marcas de teatralidad (1991). Y más allá de los artículos acogidos, en Incipit fue constante la atención que se dedicó a LC en las reseñas, como las de la Bibliografía de Snow hecha por el propio Orduna (1986), o de varios números de Celestinesca descritos en todos sus pormenores3, o de trabajos sobre LC aparecidos en libros colectivos (1992, 1994, 1995) o aun en revistas de literatura medieval (1994). Y no faltaron reseñas de monografías, como la de Severin sobre la brujería (1995), o de Congresos sobre el vino en la literatura medieval, esta última a cargo de Orduna (1988) que nos regaló los sabrosos detalles del debate sobre los vinos citados en LC que se dio en la visita a una de las bodegas mendocinas.

Un último recuerdo es su lectura en voz alta de LC, cuando en su postrera plenaria toledana leyó al público las citas que le venían a cuento con lo que iba argumentando sobre el didactismo. Su entonación, su modulación de voz, sus sabias pausas, su ensimismarse en la gracia y en la chispa de los personajes, mejor que un actor de cine, mostraban a las claras la diáfana interpretatio de la obra que leía, y hasta qué punto tenía entendido su cabal mensaje, calándose en lo hondo del conjunto y en cada uno de sus pormenores.

Todo esto es también «celestinismo» de Orduna, «implícito», tras el «explícito» de sus publicaciones, que por demás se rastrea en sus constantes carteos con miles de amigos desparramados por el mundo entero (para no citar más que un ejemplo, sobre LC se escribía con Whinnom, según nos cuenta en la emocionada necrológica que le dedicó -Incipit 1986).

Y celestinismo de Orduna también significa la ética profesional que a mí personalmente me supo infundir, mientras estaba en marcha la edición, y yo me enfrentaba con problemas muy concretos y difíciles. Las palabras que Orduna me escribía por aquel entonces, con toda su fuerza moral mientras ya andaba enfermo, me enseñaron cuál camino tomar con la edición en prensa («hay que salvar a Celestina [...] que sea el texto de la Filología [...] HAY QUE SALVAR A CELESTINA», me escribía y reiteraba con letras capitales en su último mail del 20 de octubre de 1999, poco antes de internarse).

Advertí al principio que este medallón de Orduna iría mezclado de recuerdos personales, y su celestinismo -sobre todo el de los últimos tiempos- fue realmente así, una mezcla diaria de trabajos en marcha para el Centenario -tanto de él como míos- y de largas cartas que nos escribíamos. Y he querido dejar testimonio de ello.





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