Orígenes de la cartografía de la Europa septentrional
Cesáreo Fernández Duro
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La Academia ha recibido en donativo estimable una obra nueva1 con que el laborioso Dr. E. T. Hamy acaba de aumentar las que tiene dedicadas al estudio de la cartografía; obra en que palpablemente demuestra que las primeras nociones de la figura, extensión, situación relativa y nombres locales de las costas y mares del N. de Europa, son debidas á los navegantes españoles, que desde el siglo XIII empezaron á reunir noticias y descripciones, utilizándolas los cartógrafos mallorquines hasta llegar á formar con ellas un patrón ó prototipo que fueron reproduciendo sin alteración notable durante un período de tres siglos más.
Para llegar á la prueba ha tenido el doctor que examinar tal número de escritos antiguos, tan raros unos, tan enojosos otros, tan dados los más á poner á prueba la paciencia, y esto al mismo tiempo que comparaba las cartas de marear dispersas en las bibliotecas de todo el mundo, que es su trabajo de aquellos que los antiguos hubieran considerado propio de un benedictino sabio, y de los que los modernos no suelen apreciar en todo su valor, por ser reducidísima la esfera de los que la aprovechan.
Nada menos que
trescientas cincuenta y cinco citas hace de textos, que por lo que
atañe á nuestro país abarcan los más
remotos recopilados en La
España Sagrada y en las colecciones de Capmany y de
Bofarull; y por lo relativo á indagaciones hechas en Italia,
Bélgica é Inglaterra, á muchos, tan
interesantes algunos como las Ordenanzas de Comercio de Brujas en
1304, que especifican los artículos importados de nuestras
provincias; hilados para sargas, cordobanes, badanas, lonas de
Navarra; arroz y
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Con vista de las negociaciones aduaneras de Lubeck en 1252; de la Etapa de Ardemburg en 1280; de las Ordenanzas de pesos de Brujas de 1281 descubre de qué modo y paso á paso ganó el comercio español aquel mercado principal del mundo en la Edad Media, surtiéndolo embarcaciones que en porte, belleza y solidez no admitían paralelo con las de Inglaterra ni con ninguna otra de las naciones del Norte; reglándolo cónsules y mercaderes propios, sin otra concurrencia que los de Alemania y Francia, hasta los años de 1318 en que aparecieron los primeros barcos, venecianos ó genoveses, en las aguas de Flandes.
No puede ponerse
en duda que pertenece á Italia el primer puesto entre las
naciones marítimas de los tiempos remotos; italianos son los
portulanos y derroteros más antiguos que se conocen;
á un italiano se atribuye el montaje ó
perfeccionamiento de la disposición de la brújula; la
carta de marear más añeja, que se cree fuera trazada
á principios del siglo XIII, es italiana; todo lo cual,
juntamente con los adelantos que lograron en la construcción
y armamento de las naves, les dió preponderancia innegable
en el Mediterráneo ó influencia é iniciativa
en el progreso general de la navegación y en el desarrollo
del conocimiento del globo terrestre, que con justicia hay que
reconocer. Sin embargo, los escritores modernos de la nación
italiana unida ahora, exageran un tanto estos méritos,
á juicio del Sr. Hamy, porque cuando todo ello sea cierto
y reconocido, no lo es menos que algo tienen que compartir con los
españoles en general y con los catalanes y mallorquines en
particular, siquiera por juicio del Edrisí, al tratar del
comercio de Barcelona con Sicilia en 1154. Si el castellano Pero
Tafur admiraba las carracas genovesas en el siglo XIV, en el XIII
causaba admiración á Froissart la fortaleza y gran
porte de
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Genoveses y catalanes desembocaron el Estrecho de Gibraltar; pero mientras los primeros aventuraban apenas algunas expediciones solamente por el litoral africano y en el siglo XV decía todavía el veneciano Pedro Quirini, hablando de las islas Canarias que se hallaban en región desconocida y espantosa para ellos3, los otros costeaban la Península ibérica; establecían relaciones comerciales en Francia, Inglaterra y los Países Bajos, y al visitar los puertos recogían y traían á la patria datos que consentían á sus cosmógrafos la rectificación del trazado de las costas del Norte y Nordeste de Europa. Así fueron los primeros que bosquejaron la península danesa, corrigieron la forma de las de Suecia y Noruega y trazaron menos incorrectamente el Báltico y sus riberas, si de una manera vaga todavía, incomparablemente mejor que la que antes se conoció.
La carta italiana más antigua, arbitrariamente llamada pisana, dibuja la península ibérica con mucha incorrección, con orientación general errónea y sin conocer apenas las más importantes ciudades de la costa. El litoral francés está en ella más desfigurado todavía: el de la Gran Bretaña, sin idea de las distancias y dimensiones reales, ofreciendo á la vista un trapecio irregular muy separado de las otras tierras.
Empezaron los
italianos á corregir las deformidades en la carta del
genovés Pietro Vesconte, cuando llamadas al servicio de
Inglaterra algunas galeras, de 1318 á 1323, prestaron
servicio en las costas, reconociendo las de Escocia en que
hacían la guerra. El viaje de Marino Sanuto á Flandes
en 1321, proporcionó también, sin duda, noticias
provechosas á la sucesiva corrección, pero á
la zaga de las cartas españolas cuyos cosmógrafos no
solamente
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Ello es que todos estos datos, juntamente con los de los portulanos escandinavos y con los itinerarios comerciales del Santo Imperio, aparecen por vez primera en el mapamundi de 1339 de Dulcert ó Dulceri, cosmógrafo desconocido hasta poco há, y al que hay que adjudicar la honra de un progreso enorme, mientras no aparezca otra anterior que, si menos perfecta, constituyera el verdadero prototipo en que se inspiraran el mismo Dulcert, Guillermo Soler y los anónimos que dibujaron los mapamundi de Mallorca, Barcelona, Tarragona y Valencia. Que debió existir el prototipo se presume, porque todas esas otras cartas citadas se parecen entre sí; tienen cierto aire de familia que las distingue entre las de la colección universal de documentos geográficos. Obtenido el patrón cartográfico á costa de inmensas dificultades, los catalanes lo reprodujeron sin cesar mientras duró el período de su influencia política y comercial, copiándolo lo mismo en España ó Italia, adonde iban los Prunes y los Olivas á surtir al consumo ordinario, que en las obras de lujo ricamente iluminadas y doradas como los mapamundi que han darlo fama á Mecía de Viladestes y á Gabriel de Vallseca.
El profundo
estudio del Dr.
Hamy, ligerísimamente resumido en estas líneas,
ratifica pues el que hizo en el momento del hallazgo del mapamundi
de Dulcert4
y considera á este documento como diploma de honor de la
cartografía de España en la Edad Media. Aun
más, reivindica para nuestra nación como componentes
en origen de la pléyade de cosmógrafos mallorquines,
a los Beníncasa, que elogian entre los suyos los italianos,
haciendo ver en el repartimiento general de las tierras de la isla
que hizo el rey D.
Jaime después de la conquista, según lo
publicó
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Aceptada la honra que corresponda á la Península española por la primacía del saber geográfico en aquellos tiempos, me asalta duda respecto á la equidad con que haya de distribuirse por partes entre los mareantes de las costas del Mediterráneo y los de las del Atlántico; porque si bien los documentos hacen fe y es de un mallorquín el mapamundi que reclama la gloria, en estudio que hace tiempo me ocupa, encuentro razones para estimar que, así como los catalanes precedieron en mucho espacio á los italianos en la navegación de los mares septentrionales, así precedieron en otro tanto á los catalanes los castellanos comprendiendo en este nombre á los súbditos de los reyes de Castilla ó sea á los que poblaban la costa desde el río Miño al Bidasoa, y qué aun en la alternativa, los últimos aventajaron incomparablemente á los del Mediterráneo en la frecuencia, importancia y valor de sus expediciones, y más aún en la influencia, consideración y privilegios de que gozaban en los puertos y mercados de Bélgica, del Hansa y de Inglaterra, circunstancias que facilitaban en ellos la adquisición de los datos hidrográficos y habían de estimularles á utilizarlos en beneficio de sus transacciones.
El fuero de San
Sebastián dado en 1150 por el rey Sancho el Sabio de Navarra
y confirmado en 1202 por Alfonso VIII de Castilla trata como cosa
tradicional de la exportación de vinos, lanas y hierros de
que por importación se ocupan simultáneamente ciertos
diplomas de las ciudades de Brujas y Dordeech, acreditando que
desde la época de las cruzadas á Palestina,
singularmente después de la conquista de Constantinopla en
1204 frecuentaban las naves de Cantabria los puertos del Norte,
especialmente el de Gravelingas6.
Entre los documentos más antiguos de la marina inglesa se
inserta orden real de 1242 mandando perseguir á los bajeles
españoles que proveían de armas y caballos á
los ciudadanos de la Rochela, y en otros, que ha
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Algo quiere decir el hecho de haber cargado en Barcelona en 1382 mercancías para Flandes una nave vizcaína9, y sin acudir á muchos otros que daré á conocer á su tiempo, parecen concluyentes las cédulas de Eduardo III de Inglaterra en 1350 encargando al arzobispo de Cantorbery, primado de Inglaterra que impetrara la divina asistencia en su favor, «porque gentes de la tierra de España habían reunido en Flandes inmensa armada jactándose de dominar la mar y de destruir otra navegación que la suya; proponiéndose invadir á Inglaterra, sujetar el pueblo ó exterminarlo, y esto teniendo él paz y buena amistad con el rey de Castilla».
Las naves reunidas en el puerto de la Esclusa eran efectivamente castellanas y en vez del propósito que se les suponía, no tenían otro que el de cargar mercancías en retorno de las que habían llevado de los puertos del Cantábrico, defendiéndolas, eso sí, como siempre lo habían hecho, de la rapiña de los isleños, piratas de profesión, que sin eso hubieran interceptado cuantos bajeles pasaran por el Canal de la Mancha. Vióse entonces que contra una flota de mercantes capitaneada por D. Carlos de la Cerda, salió todo el poder de Inglaterra; el rey, los príncipes, los nobles y grandes señores, trabándose la batalla de Winchelsea cuyo resultado fué, que Eduardo III de poder á poder firmara con aquellos marineros cántabros, independientemente de su rey y señor, el famoso tratado de 1351, acordándoles reparo y satisfacción de daños, tránsito libre, y facultad de navegar, comerciar y pescar en las costas y puertos de Inglaterra y de Bretaña.
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Equivalían las concesiones arrancadas á Inglaterra al reconocimiento de la preponderancia, si no del dominio en los mares septentrionales que real y efectivamente tuvo la marina de Castilla cerca de tres siglos, y hé aquí porque fuera natural que los pilotos castellanos acopiaran mayor caudal de noticias geográficas y adquirieran conocimientos teóricos y prácticos de las localidades, superiores á los de los pilotos catalanes y mallorquines.
Habían de ayudarse de la carta navegando por costas peligrosas y por canales en que las nieblas son frecuentes; la razón natural lo dicta y expresamente lo declara aquella frase de Pero Niño cuando en el temporal estaba el patrón de su galera «mirando á todas partes, demudada la color, sospirando, catando en el aguja é en la carta de marear»; pero ¿adónde han ido á parar los pergaminos? De los mallorquines, sobre todo, se han ido descubriendo en número suficiente para conocer la escuela; de los castellanos ni uno solo hasta ahora, no contando el de Juan de la Cosa, firmado el año postrero del siglo XV y que inicia serie nueva con la fijación de las tierras descubiertas por Cristóbal Colón. A principios del siglo actual registró los archivos de las iglesias y de las cofradías de mareantes de Guipúzcoa D. Jose de Vargas Ponce, sin encontrar indicio alguno que consignar en la mapoteca española; encontró en cambio muchos de haber sido los navegantes de la Edad Media poquísimo dados á escribir lo que les ocurría.
Por la carta de Juan de la Cosa puede presumirse, sin embargo, la existencia de cosmógrafos en Santoña, Castro ó Laredo, pues que no sin enseñanza y larga práctica podía adquirirse la seguridad de la mano con que está dibujada y acaso en cualquiera de esos puertos se guardaba el patrón de los mares del norte que presiente el Dr. Hamy y que indudablemente estaba formado desde los albores del siglo XIV.
Nada de esto empece al mapamundi mallorquín de Angelino Dulcert y nada tampoco al hermoso estudio del erudito doctor que la Academia, estoy seguro, acogerá con la mayor complacencia.
Madrid, 27 de Septiembre de 1889.