Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


1580


Tragedia de la Muerte de Virginia y Apio Claudio

142. Juan de la Cueva, Tragedia de la Muerte de Virginia y Apio Claudio. Representáse esta tragedia en la huerta de Doña Elvira por el excelente e. ingenioso representante Pedro de Saldaña, etc. La escena es en Roma y en Algido: la duración de la fábula indeterminada y de pocos días: la acción acaba en la tercera jornada, y se dilata inútilmente en la que sigue, con detrimento de la unidad y del interés: la pintura de los afectos es generalmente débil: Marco Claudio, confidente del decenviro, habla a veces con el decoro que corresponde al género trágico, y a veces incurre en bajezas imperdonables. Entre los personajes hay un escribano que ni por el nombre que se da a su oficio, ni por el estilo que usa en sus escritos, pertenece a la tragedia ni a las costumbres romanas. Véase como se explica:

    Preguntado Apio Claudio, que presente
está en la cárcel en prisiones puesto,
si conoce a Virginio que está ausente,
dice que sí: y replicando en esto
qué tiempo habrá, responde llanamente.
que no te fue tal hombre manifiesto,
sino desde que Marco su criado
la esclava ante él por pleito ha demandado.
Tornado a preguntar si conocía
a Virginia, declara que en su vida
la vio, etc.


Sentencian los jueces que Apio Claudio muera en la prisión, y después sea arrojada su cuerpo al Tíber, y cometen la ejecución de la sentencia no menos que a un edil. Esto supone demasiado olvido de la historia y de las costumbres de las naciones. A pesar de estos y otros defectos puede asegurarse que esta tragedia es la menos mala de las cuatro que existen de Juan de la Cueva.




Comedia de El Príncipe tirano

143. Comedia de El Príncipe tirano. Representose esta comedia la primera vez en la huerta de Doña Elvira en Sevilla por Pedro de Saldaña, etc. Fábula llena de atrocidad y absurdos Las parcas hilan la vida de la princesa en un rincón del jardín, mientras el príncipe hace a Trasildoro que abra una sepultura profunda para enterrar en ella a su hermana luego que la mate. Viene la princesa, el príncipe le da de puñaladas, las parcas cortan el hilo de su vida, pero no se acuerdan de hilar ni cortar el de Trasildoro, que muere también a manos del príncipe y le entierra con su hermana, todo a vista del espectador: la furia Aleto, los tormentos que da el príncipe a su amo y a su ayo para que declaren lo que ignoran, la mina que hace Gracildo en pocas horas para salir por ella de la prisión, las sombras de la princesa y Trasildoro que persiguen al rey y al príncipe, los conjuros de Cratilo (mágico y grande del reino de Colcos), que las hace declarar a qué son venidas, todo es atropellado, inconsecuente, inverosímil, imposible, horrendo, ajeno del teatro: el rey manda que saquen de la prisión al príncipe, y puesto en un serón tirado de dos caballos le lleven arrastrando por las calles de la ciudad con el pregonero delante, y llegado al suplicio de corte el verdugo los pies, las manos y la cabeza, que le descuartice, y dejando clavada en un palo la cabeza en medio de la plaza, se coloquen los cuartos en los caminos públicos de donde nadie pueda quitarlos pena de la vida. Después de arreglado por el rey este ceremonial se escapa el príncipe de la cárcel: los grandes instan al rey en su favor, y éste por no quedar sin sucesión todo lo olvida, le perdona con imprevista clemencia, y le hace jurar como heredero legítimo del trono: agri somnia.




Tragedia de El Príncipe tirano

144. Tragedia de El Príncipe tirano. Esta tragedia representó Pedro de Saldaña la primera vez en Sevilla en la huerta de Doña Elvira, etc. Esta pieza es una segunda parte de la anterior: en ella se abandonó el autor a todo género de extravíos: el carácter del príncipe es uno de aquellos que no existiendo en la naturaleza, no son admisibles en el teatro. «Los retratos del vicio (dice Montiano hablando de este personaje fantástico) han de ser adaptables a lo que se ve, a lo que se oye o a lo que puede haberse leído; porque si trascienden de estos límites conocidos y trillados, todo lo que se arrima al exceso o a la ponderación hace perder la justa medida que requiere la fábula en sí y en cualquiera de sus partes para ser proporcionada a las respectivas pasiones de lástima y terror, sin cuyos requisitos corre aventurada la tragedia, y expuesta a que se malogre su fin, engendrando en lugar de aquellos afectos incredulidad e indiferencia, que son los contrarios que más la destruyen». La aparición del reino de Coleos es uno de los delirios más absurdos en que pudo incurrir el autor, usurpando esta ficción a la poesía física y aplicándola al teatro, en donde nada se sufre que sea imposible de suceder. Si en otras piezas de Juan de la Cueva suele hallarse entre muchos defectos alguna cosa digna de elogio, en la presente todo está mal imaginado, mal combinado y mal escrito. Adviértase que en Colcos se usaban pajes, contadores, maestresalas, secretarios y letrados: al rey se le daba el título de majestad; se celebraban cortes cuando convenía, y en palacio había besamanos. ¿Por qué había de respetar la historia el poeta que atropelló con todo lo demás?




Comedia de El Viejo enamorado

145. Comedia de El Viejo enamorado. Esta comedia representó Pedro de Saldaña la primera vez en Sevilla en el corral de Don Juan... Es comedia digna de mucha memoria, considerada la moralidad de ella, etc. Las primeras escenas de esta comedia anuncian una fábula regular, pero antes de acabarse la primera jornada ya se echa de ver que el autor perdió el tino y acudió al acostumbrado registro de sus nigromantes, furias, deidades y fantasmas alegóricas, encantos, vuelos, transformaciones, hundimientos y cuantos desatinos de este género pudo sugerirle su destemplada fantasía. Las desigualdades y extravíos del estilo corresponden perfectamente a la irregularidad de la pieza.




Tragedia de Atila furioso

146. Cristóbal de Virués. Tragedia de Atila furioso. Se divide en tres jornadas. La reina, mujer de Atila, perdida de amores por Flaminia (dama del rey en traje varonil con nombre de Flaminio): Gerardo, amante de la reina: otra reina prisionera, llamada Celia, de quien Atila se enamora: Flaminia, que trata de perder a la reina mujer de Atila para casarse con él después: diálogos de amor y situaciones cómicas, ronda nocturna, balcón y escondites. Atila, avisado por Flaminia, sorprende a la reina en un mal paso, y a ella y a Gerardo los mata, casándose inmediatamente con Celia su prisionera: Flaminia celosa da un veneno al rey que lo vuelve loco, y en sus primeros furores mata a Celia su nueva esposa: sale frenético a la escena, ahoga a Flaminia y él cae muerto. De estas situaciones y afectos se forma el complicado enredo de esta fábula, que ni es comedia, no obstante las muchas ridiculeces que contiene, ni es tragedia, aunque en el curso de ella perecen unas cincuenta y seis personas, sin contar en este número la tripulación de una galera quemada, de la cual no se dice cuántos individuos iban en ella. El carácter de Atila es de aquello que no se ve jamás: al capitán y tripulación de una galera apresada por los suyos los manda meter en otra galera y que le peguen fuego en medio del río para que sirva de diversión al pueblo; a un gobernador de Ratisbona, que había sido visitador de Nuremberga, le manda ahorcar de una almena: a tres hermanos que habían hallado medio de sacar a su padre de la cárcel, donde hacía seis años que estaba por no poder pagar seis mil ducados que debía a la real cámara, los manda descuartizar: a un embajador romano que le había hablado con poco respeto le manda cortar las orejas y las narices, y a unas cuarenta y cinco mujeres que se habían defendido en un fuerte hasta que el hambre les obligó a rendirse, las manda atar de dos en dos y ponerlas en lo alto de una torre para que se mueran allí de necesidad. Presentándolo a Guillermo, rey de Esclavonia, vencido y prisionero, Atila, deseoso de que muera como corresponde a su alta dignidad, manda que le echen a los leones: Guillermo le pide misericordia, pero inútilmente, y el alcalde le conduce a la leonera. A estos rasgos de brutalidad y a los ridículos e indecentes amores de la reina, de Flaminia, de Gerardo y de Atila, sigue la furia de este, que a Montiano pareció que está pintada con viveza y naturalidad, siendo a mi entender lo más necio de todo. El que entienda el arte podrá decir si los siguientes versos declamados en el teatro, no son más a propósito para excitar la risa de los oyentes, que para inspirarles maravilla y terror.

    Formados escuadrones representen
al enemigo la batalla, y talen
el campo todo donde están las naves,
y la caballería en tropas trote
por el inmenso globo de la luna...
Mis entrañas son fuego del infierno,
el vino es el amor de nuestras bodas,
la dulce copa ya no es copa, es capa,
Escapase del alma y del infierno,
y del ruego, y de amor, y de la boda...
Armas son esas para mí ridículas:
¿Víboras me arrojáis, culebras y áspides?
Con el aliento solo yo consúmelas.
Ministros fuertes de la esfuerzo y ánimo,
capitanes, soldados, armas, máquinas,
militares, bravísimos ejércitos,
antrófagos, lestrigones y cíclopes,
mundos, infiernos, manos mías sólidas
mas que diamantes, y mas fuertes y ásperas,
dadme aquí montes de pesantes pórfidos
con que sepulte estos gigantes pérfidos.
Viértase, corra la sangre,
no quede persona viva:
todos mueran, nadie viva:
todo el mundo se desangre.


No dude el lector que en trecientos cincuenta versos que recita el furibundo Atila, hallará iguales o mayores disparates que los que acaban de citarse.






1581


Comedia de La Libertad de Roma por Mucio Scévola

147. Juan de la Cueva. Comedia de La Libertad de Roma por Mucio Scévola. Esta farsa representó Alonso de Capilla, ingenioso representante. en las Atarazanas en Sevilla, etc. De cuatro jornadas que tiene esta comedia sobran las tres: por consiguiente la aparición del dios Quirino, las furias, el desafío de Espurio y Bruto, la operación de cortar a Sulpicio, coran, populo, las orejas, una mano y las narices; su muerte, la quema de su cuerpo (que se hace en el teatro), la conservación, de sus cenizas en una urna de oro, los viajes del rey Tarquino y aun su existencia, todo es inútil. Mucio Scévola, protagonista, de la fábula, no aparece hasta la cuarta jornada, y en ella se precipita la acción y se concluye. El estilo unas veces toca en gigantesco y ampuloso, y otras en prosaico, desaliñado y ridículo.




Tragedia, La infeliz Marcela

148. Cristóbal de Virués. Tragedia, La infeliz Marcela. Está dividida en tres partes, que así llamó el autor a las jornadas. Parte primera. Una tempestad hace varar en la costa de Galicia el navío en que iba Marcela, prometida esposa del príncipe Landino: saltan entierra Marcela, el conde Alarico, Tersilo su amigo e Ismeno: éste por orden de Alarico va a Compostela a buscar un coche para llevar a la princesa, la cual se queda dormida en unos peñascos. Entre tanto apartándose a un lado Alarico dice a Tersilo que está enamorado de Marcela, y que espera que en aquella ocasión le ayude: Tersilo le reprende su mal proceder, sacan las espadas y queda Tersilo herido de muerte, al ruido despierta Marcela, huye, y Alarico va detrás de ella. Tersilo, en vez de quejarse de sus heridas, se pone a recitar una jácara moral de más de cien versos llena de metáforas ingeniosas y reflexiones profundas: llega Ismeno su hermano que trae un carro para llevar a Marcela, halla a Tersilo moribundo, y le conduce, al carro, prometiéndole el herido que por el camino le contará todo el suceso: sale Alarico persiguiendo todavía a la princesa, con la cual hubiera logrado su dañada intención, si las voces de los salteadores de aquel monte no se lo estorbaran: suelta a Marcela y huye: los salteadores corren tras de él: Formio, capitán de todos ellos, llama a Felina (mujer perdida que vive con él), le encarga que cuide de Marcela, y se va con los demás en busca del conde fugitivo: quedan solas Marcela y Felina, y está al ver las galas de la princesa se alegra infinito, y dice:

FELINA
Muy a mi gusto ha venido
la presa esta vez a fe:
con ella renovaré
este mi viejo vestido:
¿Y de joyas y dinero
cómo va la bolsa, dama?
Conforme la gala llama,
en gran cantidad le espero.
MARCELA
Solo lo que ves, amiga,
es lo que pude sacar
de una tormenta del mar
con harta pena y fatiga.
FELINA
Esa es muy grande mentira,
y yo sé que de ella habré
mas de dos joyas a fe.
MARCELA
Toda me busca y me mira.
FELINA
Ahora bien, en mi presencia
se desnudo en carnes luego,
que esotro buscar es juego.
Ea, dama, diligencia.
Quite la ropa, y no crea
que es donaire el desnudar,
que no me he de contentar
hasta que en carnes la vea.


Después de este diálogo, poco digno de Melpómene, sale muy a propósito Oronte, señor de un castillo que está en aquellas montañas: Marcela le pide protección, y él llevándosela consigo, amenaza a Felina y a los salteadores que viven con ella: los incidentes de esta primera parte son imitación del episodio de Isabela, que se halla en el canto XIII del Orlando de Ariosto. Parte segunda. Landino, seguido de unos criados, se lamenta en tercetos elegantes de la tardanza de Marcela: los criados te determinan a que se vuelva a la ciudad, y al retirarse les advierten unos pastores el camino que han de llevar para no encontrarse con los salteadores que andan por aquellas asperezas: después de una escena inútil de los pastores, vienen los ladrones que traen atado al conde Alarico, y dicen:

FORMIO
Por cierto muy buen galán:
dejar la dama y huir.
FRACASO
Digo que puede servir
la hija del Preste Juan.
BRANDO
Si le ha de servir huyendo,
nadie en el mundo mejor.
ZAMBO
Y podrá alcanzar su amor,
si le ha de alcanzar corriendo.
RUMBO
¡Oh hideputa el hidalgo
y qué ligero es de pies!
TRINCO
Cierto, gran lástima es
que el señor no sea galgo.


Acabadas estas necedades, Formio encarga a los pastores que les lleven la comida por la boca de la cueva que cae al mar: promete a Felina que traerá preso a Oronte, y la deja en compañía de Alarico: éste le cuenta que es conde y muy favorecido del príncipe Landino, con el cual hizo un viaje a Inglaterra, en donde el príncipe se casó con Marcela, hija del rey inglés: que Landino hubo de volverse a España a combatir con los moros, y que habiéndolos vencido le envió a él para que trajese a la princesa: que a su vuelta tuvieron una gran tempestad, y en esto llega Formio trayendo presos a Oronte y Marcela. Después de una escena inútil, quedándose a solas con ella (y escuchando Felina escondida) hace Formio a la princesa una declaración amorosa: ella le llama fiero monstruo y fiera dura, y él a ella loca altiva, arrogante, bárbara, indiscreta e ingrata: Felina en un monólogo resuelve envenenar a Formio con una rosquilla o mazapán para entregarse después a Alarico, de quien está perdidamente enamorada: sale éste, ella le pregunta si querrá pagarle el cariño que le tiene, él se la promete y se dan la mano de amigos. Formio, que lo ha visto, todo se desespera, y en otro monólogo (ni más ni menos que el anterior de Felina) se propone darle veneno, con la diferencia de que no será en mazapán, sino en un frasco de agua fría: los pastores determinan ir a Compostela a dar aviso al príncipe de que Marcela está en poder de los salteadores. Parte tercera. Diálogos inútiles entre Formio y su gente: queda solo y dice que ya tiene prevenido el tósigo para Felina; llega ésta, le dice amores, saca la rosquilla emponzoñada y le insta a que se la coma: él por su parte le convida a beber del frasco, altercan sobre ello, y por último ni ella bebe ni él come, y lo dejan para mejor ocasión. Sigue un soliloquio del pastor Montano: el príncipe Landino, acompañado de criados y pastores, determina asaltar la cueva en que se recogen los bandidos. Otro soliloquio de Formio, que trae el frasco de agua envenenada, y al irse lo deja a un lado: halla a Marcela y te presenta la fatal rosquilla que le dio Felina, exhortándola a que se la coma, y añade:

Que es cordial medicina
para el triste corazón.


Quedando sola Marcela, empieza a comerse la rosquilla: ve el frasco, se echa unos cuantos tragos, y con este motivo trae a la memoria aquel tiempo dichoso en que

    Una dama de este lado
y otra de estotro tenía,
cuando en mi estrado quería
deber, comiendo un bocado.
Que el menino, que la dueña
que el mayordomo acudía
a cuanto yo apetecía
haciendo sola una seña.
Que con tanta reverencia
le traían a Marcela
con el agua de canela
las conservas de Valencia.


Hechas estas consideraciones, apurada la rosquilla y bebida la pócima del frasco, le da un sueño profundo del cual no vuelve la desventurada princesa. Suena dentro gran rumor de pelea, y es el caso que el príncipe Landino con los que le acompañaban ha vencido y muerto a cuantos había en la cueva, esto es, Alarico. Felina, Oronte, Formio, Fracaso, Brando, Trineo, Zambo y Rumbo, y otros ladrones anónimos, añadiéndose a tantas muertes la de Marcela, cuyo cadáver se lleva el príncipe para darle honrada sepultura. Esta composición no es una tragedia, es una novela en diálogo escrita en versos buenos y malos, heroicos y ridículos: personajes inútiles, episodios inconexos, ripio y distracciones. continuas, y el agua de cabeza, y la rosquilla, y las conservas, la dueña, el monino, el mayordomo, el Preste Juan, y el hidalgo, y el galgo, y el hideputa.




Tragedia de Elisa Dido

149. Tragedia de Elisa Dido. Está dividida en cinco actos. Acto primero. Dido, acompañada de senadores y grandes de Cartago, da respuesta en el templo de Júpiter a Abenamida, embajador de Yarbas, prometiéndole que se casará con el rey su amo. Ido el embajador se disputa a presencia de la reina sobre si es acertada o no su resolución: Fenicio y Falerio la aprueban, Carquedonio y Seleuco la contradicen: estos últimos, enamorados ambos de Dido, quieren estorbar su casamiento con Yarbas; pero Seleuco, más tímido que el otro, nadie resuelve. Delbora, prisionera en Cartago, pregunta a Ismerla los sucesos de Dido, y ella en ciento diez y siete versos le refiere la muerte de Siqueo por Pigmalión, el sueño de Dido en que se le apareció su esposo, lo aconsejó que huyese con sus riquezas, etc. Carquedonio interrumpe la narración, y se queja con Ismeria de lo mal que la reina paga el amor que le tiene: ruega a Ismeria que interceda por él, y ella promete hacerlo: concluye el acto con el coro. Acto segundo. Seleueo determina declarar su amor a la reina: Ismeria (que está enamorada de él le pregunta la causa de sus melancolías, y él después de varios rodeos le dice haber sido fingido el cariño que hasta entonces le había manifestado, que está prendado de la reina, y ruega a Ismeria que le mate en castigo de su perfidia, pero ella no quiere matarle, y se va desesperada. Del hora declara en un soliloquio que está enamorada de Carquedonio, al cual parece que se lo ha dicho ya algunas veces, pero sin fruto, y trae después a la memoria como la hizo prisionera, le ofreció libertad y ella la rehusó, y como por último vino a Cartago. Después hablando con Ismeria vuelve a sacar la conversación de Dido, y la otra, sin hacerse mucho de rogar, le cuenta lo que Dido respondió a su esposo cuando le vio en sueños. Carquedonio las interrumpe, y quedándose a solas con Delbora le insta ella a que declare el pesar que su semblante manifiesta, y él la desengaña, diciéndole que no puede corresponderte, porque está enamorado de Dido, y con este motivo le refiere parte de la historia de aquella reina, empezándola precisamente en el punto en que Ismeria la dejó. Delbora le oye hasta que él mismo se cansa de hablar y se despide: acaba el acto con el coro, que pondera en cultos versos los peligros de amor.

    ¡O míseros mortales
que seguís del amor el bando injusto,
por infinitos males
pasando, tras un breve y falso gusto!
¿Dónde vais tras un ciego
sino a dar una mísera caída?
¿A qué dulce sosiego
quien vuela alado tristes os convida?
¿Qué premio soberano
esperáis de un desnudo y de un tirano?
    Insufribles tormentos
los premios son que el fiero amor reparte:
mil varios descontentos
son los sosiegos de que os hace parte
siguiéndole es muy cierto
ir do no hay quien levantarse pueda
sin quedar preso ó muerto;
y al que menos mal que esto le suceda
será virtud divina,
que solo contra amor es medicina.
    El favor empleando
de virtud fuerte, fuertemente armada,
huid del fiero bando,
de esta furia infernal que disfrazada
en blando niño afable,
tras sus falsos halagos y dulzuras,
con vida miserable,
con amargas y tristes desventuras,
duramente persigue,
al desdichado que su bando sigue.
    Virtud divina emplee,
pidiendo al cielo su favor de veras,
quien arrastrar se ve
tras las falsas divisas y banderas
del falso amor tirano,
si verse libre de su imperio quiere;
que no menos que mano
de tal virtud importa y se requiere,
según es de gigante
la fuerza del desnudo y tierno infante:
solo virtud divina
al fiero mil de amor es medicina.


Acto tercero. Abenamida vuelve del campo de Yarbas, y presenta en nombre de éste a la reina una espada, una corona y un anillo: admite Dido agradecida estas dádivas, y quedando a solas con Ismeria, recuerda las memorias de Siqueo. Ismeria en un monólogo dice que la noche anterior la luna estaba sangrienta, que se apareció un cometa y tembló la tierra: ruega a los dioses que aparten de Cartago la desgracia que aquellos prodigios anuncian: viene Delbora, y sin aguardar Ismeria a que la otra se lo suplique, vuelve a tomar el hilo de la historia comenzada, y lo refiere como la reina huyó de Tiro con sus riquezas. Pirro corta la relación y les dice que Carquedonio y Selcueo, seguidos de varias tropas, han embestido los reales de Yarbas, donde se ha trabado gran pelea, sin conocida ventaja de una ni otra parte: el coro da fin al acto. Acto cuarto. Escena inútil entre Mangordio y Clenardo. Ismeria, de orden de la reina, manda abrir las puertas de la ciudad para que introduzcan a Yarbas, y le encaminen al templo: Delbora e Ismeria alaban la prudencia de Dido, que admite a Yarbas por esposo, a fin de procurar la paz a su pueblo: Ismeria concluye felizmente la interrumpida narración de los hechos de Dido: avisa el coro que se retiren, porque viene mucha gente hacia aquel sitio. Abenamida cuenta a Clenardo cómo después de un reñido combate han quedado muertos Seleuco y Carquedonio, recurso plausible del autor para deshacerse de personajes tan inútiles: coro. Acto quinto. Ismeria y Delbora anuncian los preparativos de la reina para recibir a Yerbas: hacen gran sentimiento por la muerte de Carquedonio y Seleuco avisan los coros que Yarbas ha entrado: ellas se retiran, los coros se quedan para abrir las puertas de la estancia de Dido, y en tanto dan gracias al cielo por la paz que envía a su nación, y anuncian prosperidades a Cartago y a su reina. Viene Yarbas: se abren las puertas, y aparece Dido muerta con la espada de Yarbas, la corona que le envió arrojada a sus pies, y un papel en la mano. Léese el escrito en que dice haber jurado eterna fidelidad a Siqueo, y que por no faltar a ella se ha dado la muerte. Ismeria y Delbora lloran la desgracia de su señora: Yarbas las consuela, dispone dar sepultura al cuerpo, deja en libertad a Cartago, propone a sus moradores que adoren por diosa a su difunta reina, y se despide de ella, para siempre. Coro final.

Lampillas, arrebatado del furor apologético, no dudó asegurar que ésta era una tragedia perfecta. Montiano halló en ella muy poco que censurar. En mi opinión es la tragedia menos defectuosa de cuantas se habían escrito hasta entonces en España: el autor supo sujetarla a las unidades de lugar, de tiempo y de acción, que tanto se han recomendado después. Las dos primeras están observadas sin violencia, pero la última padece muchas excepciones, y tantas, que de cinco actos de que consta la tragedia (sin que la integridad de la fábula se alterase) pudieran reducirse a dos. ¿Qué tienen que ver con ella los amores episódicos, insípidos, idénticos de los dos capitanes Selenco y Carquedonio? ¿De qué sirve el ataque del campo de Yarbas sino, como ya se ha dicho, de hacer que desaparezcan aquellos dos personajes que nunca debieron existir? ¿De qué sirven Ismeria y Delbora sino de helar toda la pieza con sus amores, sus exclamaciones, sus quejas, y sobre todo con la inoportuna, enfadosa y larga relación de las aventuras de Dido, la cual entre los varios trozos de que se compone llega a cuatrocientos veintisiete versos? Los demás personajes con sus monólogos y sus sentencias contribuyen a entorpecer el movimiento dramático y prolongar el fastidio: Dido, figura principal, despacha todo su papel en ciento setenta versos poco más o menos, cuando las otras subalternas y enteramente inútiles se lo hablan todo y no saben dejarlo: Yarbas solo sirve de leer la carta de Dido y de disponer el entierro. En el primer acto, en el tercero y el quinto hay situaciones interesantes, acompañadas de la pompa y aparato escénico que son convenientes a la tragedia la catástrofe es de mucho efecto teatral el estilo, aunque no siempre llega a la grandeza que necesita este género, es sin duda mucho más decoroso y correcto que el de las otras piezas del mismo autor: en los coros hay buen lenguaje, facilidad y armonía.

Cristóbal de Virués nació en la ciudad de Valencia poco antes del año de 1550: fue hijo de un docto médico, a quien debió una esmerada educación literaria: siguió la carrera militar, se halló en la batalla de Lepanto, obtuvo el grado decapitan, y sirvió después en el estado de Milán con gran reputación de valor y prudencia. Dice él mismo en el prólogo de sus tragedias (impresas mucho tiempo después de haberse escrito y representado) que él fue el primero que las redujo a tres actos de cuatro que antes tenían. Cervantes empezó a hacer lo mismo en sus comedias, y Juan de la Cueva, contemporáneo de los dos, adoptó igualmente esta novedad, aunque no se conserva ninguna de las piezas en que la practicó. Andrés Rey de Artieda solicitó este honor para sí, y mucho antes que todos le obtuvo Francisco de Avendaño, como puede verse en el número 84 de este catálogo. Las tragedias de Virués no se imprimieron hasta el año de 1609 juntamente con varias poesías del autor. Su muerte debió de verificarse poco después.




Comedia de El Infamador

150. Juan de la Cueva. Comedia de El Infamador. Fue representada esta comedia la primera vez en Sevilla por el excelente y gracioso representante Alonso de Cisneros en la huerta de Doña Elvira, etc. La escena es en Híspalis (que otras veces se llama Sevilla) y en los montes Cimerios de Escitia: las costumbres y los personajes pertenecen a tiempos muy modernos, y tanto que se citan las novelas dramáticas de Celestina y Claudina, las espadas de Joanes, las obras del arcipreste de Talayera y las de Cristóbal de Castillejo. A pesar de esta suposición la pieza es toda mitológica, interviniendo en ella Némesis, el Sueño, Morfeo, el río Betis, Diana y Venus: Leucino es una especie de Don Juan Tenorio, y Eliodora una santa virgen, a cuyo favor se hacen milagros, perseguida de Venus y protegida de Diana. Véase un trozo de buen estilo cómico en boca de la alcahueta Teodora, refiriendo el mal despacho que recibió de sus tercerías:

    Pensando el caso contar
se me renuevan mis penas,
y la sangre por las venas
siento de temor helar.
Mas siendo de ti mandada,
aunque huye la memoria
renovar la triste historia,
de mí te será contada.
Sabrás, Leucino, qué fue.
Voime a casa de Eliodora,
y siendo oportuna hora
a hablar con ella entré,
halléla en un corredor
de muchas dueñas cercada,
ricamente aderezada,
revuelta con su labor.
Levantáronse en el punto
que yo entré, y ella alargando
su mano y la mía tomando,
me sentó consigo junto.
Quedando sola con ella
(que era lo que deseaba),
queriendo hablar no osaba,
y osando paraba al vella.
Al fin sacudi el temor
y apresté la lengua muda,
viendo que al osado ayuda
Fortuna con su favor.
Díjela: Bella Eliodora,
mi bien y señora mía,
perdonalde esta osadía.
A vuestra sierva Teodora.
Yo vengo a solo deciros
que deis lugar que Leucino
(pues cual sabéis es tan dino)
oso ocuparse en serviros.
Notoria es su gentileza,
discreción y cortesía,
su donaire y bizarría,
su hacienda y su franqueza.
No tenéis en que dudar,
bien podéis corresponder,
que tan ilustre mujer
tal varón debe gozar.
Ella que estaba aguardando
el fin de mi pretensión,
en oyendo esta razón
dio un grito al cielo mirando.
Y dijo: Dime, traidora,
¿Qué has visto en mí, qué has oído,
o qué siente ese perdido
del nombre y ser de Eliodora?
Si las cosas que contemplo
no impidiesen mi ira fiera,
a bocados te comiera,
dando de quien soy ejemplo.
En diciendo esto se fue,
y las dueñas acudieron,
y de mi todas asieron,
que sola entre ellas quedé.
Las unas me destocaban,
las otras me descubrían,
otras recio me herían
con mil golpes que me daban.
Después de estar muy cansadas,
de tratarme como digo,
dijeron: Este castigo
no nos deja bien vengadas.
Los cabellos me cortaron
con crueza que da espanto,
y sin tocado ni manto
en la calle me arrojaron.


Esta misma vieja alcahueta, acompañada de otra comadre suya, hace un conjuro en favor de Leucino, y entrambas hablan, no como conviene a dos mujercillas miserables del pueblo, sino como pudieran explicarse Medea, Circe o Armida,

TEODORA
Pon la vista al oriente
en tanto que aderezo
estos lizos mojados en la onda
de Flegeton ardiente,
y pongo el aderezo
para que el triste Averno me responda.
Si de la estancia honda
donde tiene su asiento
del Erebo la reina poderosa
espíritu saliere u otra cosa,
ten cuenta, y mira al viento
si cuervo o si paloma pareciere,
o siniestra corneja se ofreciere.
TERENCINA
Con prósperas señales
de fatídico agüero
se nos demuestra el cielo generoso
en ocasiones tales;
si en esto es verdadero
el disponer del hado venturoso,
hoy será victorioso
Leucino desdeñado:
que en este punto con ligero vuelo
dos palomas bajar vide del cielo
que Venus ha enviado,
y sobre un verde mirto se pusieron,
y cogiendo dos ramos de él, se fueron.
TEODORA
Tiende entorno esos lizos
por donde yo derramo
estas cenizas del trinacrio monte,
y con fuertes hechizos
a responderme llamo
los espíritus negros de Aqueronte,
antes que el horizonte
se cubra, ¡o triste Huerco!
A quien con ronca voz fuerzo y apremio,
dale a mis obras el debido premio,
y ponme en este cerco
una señal que el fin que intento aclare
por donde yo lo que será declare
TERENCINA
Por la virtud que tiene
esta esponjosa piedra,
desde el nevado Cáucaso traída,
que en este vaso viene;
por esta blanda hiedra,
que en la cumbre del Hemo fue cogida,
que luego sea movida
tu voluntad al ruego,
¡Oh Plutón! ¡O Prosérpina hermosa!
Y sin negarnos al intento cosa,
nos deis aviso luego
si la demanda mía y de Teodora
moverán hoy el pecho de Eliodora.


Si a estos dos trozos bien escritos entrambos, aunque tan diferentes entre sí, y el último tan impropio de la buena comedia, se, añadiesen otros enteramente prosaicos, sin corrección ni armonía, y afeados con descuidos imperdonables, se llegaría a conocer la precipitación y el abandono con que el autor compuso sus piezas dramáticas, en las cuales son casualidades los aciertos.

Juan de la Cueva nació en Sevilla de la familia ilustre en el año de 1550 con poca diferencia. Dotado de ingenio y afluente vena compuso varias obras líricas, épicas y dramáticas que le adquirieron general estimación: muchas hizo imprimir y algunas quedaron manuscritas, que se conservaban pocos años hace en poder del conde del Aguila. Publicó la primera parte de sus comedias en la misma ciudad en el año de 1588, y sin duda se proponía dar a luz las demás que había compuesto, pero no parece que llegó a verificarlo. Murió en su patria pasado el año de 1694: puede verse en el tomo VIII de El Parnaso español la noticia que allí se da de este célebre poeta y de sus escritos.




Los Amantes

151. Andrés Rey de Artieda. Los Amantes. Tragedia.




Amadís de Gaula

152. Amadís de Gaula. Comedia.




El Príncipe vicioso

153. El Príncipe vicioso. Comedia.




Los Encantos de Merlín

154. Los Encantos de Merlín. Comedia.

Micer Andrés Rey de Artieda, infanzón de Aragón, nació en Valencia en el año de 1549: estudió en aquella universidad y en las de Lérida y Tolosa, y graduado de doctor enseñó astronomía en Barcelona. Dejó la carrera de las letras y siguió la de las armas, se halló en el socorro de Chipre, recibió tres heridas en la batalla naval de Lepanto, y en otra ocasión pasó a nado el Elba con la espada en la boca a vista del ejército enemigo: obtuvo el grado de capitán de Infantería, y murió en su patria en el año de 1613: publicó sus obras sueltas en Zaragoza, año de 1605, con este título: Discursos, epístolas y epigramas de Artemidoro. De las dramáticas (y entre ellas la tragedia de Los Amantes, impresa en Valencia año, de 1581) sólo ha quedado la noticia. Véanse las notas de Cerdá a la Diana enamorada de Gil Polo, y los Escritores del reino de Valencia por Jimeno.






1582


Los Tratos de Argel

155. Miguel de Cervantes Saavedra. Comedia. Los Tratos de Argel. En cinco jornadas, escrita en octavas, redondillas, quintillas, liras, tercetos, verso suelto y rima encadenada. Jornada primera. Zara, mujer del renegado Izuf, está enamorada de Aurelio, cautivo español; pero ni sus ruegos ni los de su amiga Fátima pueden reducir al esclavo, que llora la ausencia de su querida Silvia. Saavedra se lamenta de los trabajos que pasa en la esclavitud: Pedro Álvarez está contento en ella, es amigo de su ama y le va muy bien: los siguientes versos puestos en boca de Saavedra son de los mejores de esta comedia:

    Cuando llegué vencido en esta tierra
tan nombrada en el mundo, que en su seno
tanto pirata encubre, acoge y cierra,
no pude al llanto detener el freno,
que a pesar mío sin saber lo que era
me vi el marchito, rostro de agua lleno.
Ofreciendo a mis ojos la ribera
y el monte donde el grande Carlos tuvo
levantada en el aire su bandera,
y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,
pues movido de envidia de su gloria,
airado entonces mas que nunca estuvo.
Y estas cosas volviendo en mi memoria,
las lágrimas trujeron a los ojos,
forzadas de desgracia tan notoria;
pero si el alto cielo en darme enojos
no está con mi ventura conjurado,
y aquí no lleva muerte mis despojos;
cuando me vea en mas feliz estado,
o si la suerte o si el favor me ayuda
a verme ante Filipo arrodillado
mi temerosa lengua cuasi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación y de mentir desnuda,
diciendo: Alto señor, cuya potencia
sujetas trae las bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia...
Todos de allá, cual yo, puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cercados de tormentos inhumanos,
poderoso señor, te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos que están siempre llorando;
y pues te deja agora la discordia,
que tanto te ha oprimido y fatigado,
y a mas andar te sigue la concordia,
haz, buen rey, que por ti sea acabado
lo que con tanto audacia y valor tanto
fijé por tu amado padre comenzado.
Con solo ver que vas pondrás espanto
a la bárbara gente, que adivino
ya desde aquí su pérdida y quebranto.


Sobreviene otro cautivo, y en una relación de cerca de doscientos versos les cuenta el martirio que acaban de dar los moros a un clérigo valenciano. Jornada segunda. Izuf encarga a Aurelio que se vea con una hermosa esclava española llamada Silvia, y que le persuada a que sea menos esquiva con él: Aurelio disimula y se encarga de hacerlo así. Saca el pregonero a la plaza dos muchachos llamados Juan y Francisco juntamente con su padre y su madre: los pregona, los vende a dos mercaderes, y despidiéndose de sus padres se ya cada uno de ellos con su amo. Jornada tercera. Procura Izuf vencer con halagos y promesas el desden de Silvia presentándosela a su mujer Zara, y está quedando a solas con ella le refiere como está enamorada de Aurelio, y lo ruega que sea medianera en sus amores. Jornada cuarta. Pedro Álvarez, que al principio de la fábula estaba regalado y contento con su suerte, ha resuelto escaparse y encaminarse a Orán: con esta determinación se despide de su camarada Saavedra. Ignorábase que Fátima fuese hechicera, pero en efecto lo es, y hace un conjuro en favor de su amiga Zara para que Aurelio le corresponda: luego que ha dicho estos versos, que deben de ser muy eficaces para el caso,

    Rápida, ronca, run, ras, parisforme,
grandura, denclifaz, pantasilonte;


Sale una Furia, y le dice que la indiferencia de Aurelio solo la podrán vencer la Necesidad y la Ocasión. Fátima le manda que se las envíe cuanto antes y tratará con ellas lo que debe hacerse. Se ven a solas Aurelio y Silvia, y hallándose ella solicitada de Izuf y él de Zara, acuerdan lisonjear con alguna esperanza al moro y a la mora en tanto que escriben a España para solicitar su rescate. Pedro Álvarez, fatigado, roto y hambriento, va caminando a Orán: echase, a dormir a la sombra de unas matas, y cuando despierta se halla con un leen a su lado que le está haciendo compañía: levántase lleno de miedo, sigue andando, y el león se va detrás de él como un perrito. Jornada quinta. Álvarez prosigue su viaje en compañía del león, y se halla felizmente muy cerca de Orán: la Necesidad y la Ocasión, invisibles a Aurelio, le van persuadiendo a que corresponda agradecido al amor de Zara, pero sin saber por qué lo dejan solo, y no lo aciertan, porque entonces cobra él todo su esfuerzo y se propone no ceder jamás a las instancias de la mora. El muchacho Juan sale vestido de turco, muy contento de serio y de que ya no se llama Juanito sino Solimán: su hermano Francisco se horroriza, y Aurelio lamenta la suerte de los niños cristianos que viven en poder de moros. Silvia y Aurelio se encuentran, se dan un abrazo, y Zara e Izuf los sorprenden: Zara acusa a la esclava, Izuf al esclavo y ellos se disculpan de mala manera. El rey de Argel en audiencia pública manda a Izuf que lo entregue al cautivo y a la cautiva que tiene en su poder: él lo repugna mucho, y el rey dispone que le lleven de allí y le harten de palos: traen a su presencia a un malagueño que se había escapado, y el rey dice:

    ¡Oh tú! Rajá Caud, dalde seiscientos
palos en las espaldas, muy bien dados,
y luego le daréis otros quinientos
en la barriga y en los pies cansados.


Y responde el malagueño

    ¿Tan sin ley ni razón tantos tormentos
tienes para el que huye aparejados?


Y añade el rey:

    Chito. Chifuz, Breguede, al punto atalde,
abrilde, desollalde y aun matalde.


Decretadas estas palizas, se presentan Silvia y Aurelio: el rey les indica el rescate que han de enviarle desde España, y les concede libertad bajo su palabra: dan aviso de que ha llegado un navío, y en él Fray Juan Gil, religioso trinitario que viene a rescatar: los cautivos regocijados en extremo dan gracias a la Virgen por su infinita misericordia.

Esta comedia es un drama episódico, en el cual si se quiere decir que hay una acción, sólo puede hallarse en los amores pareados y simétricos del renegado Izuf y su mujer Zara que solicitan a Silvia y Aurelio, sirviendo de atropellado desenlace la paliza de Izuf. Lo restante todo es personajes y situaciones sueltas sin enlace ni composición dramática: los conjuros de Fátima, la Furia, la Ocasión y la Necesidad, y el león que sirve de escudero a Pedro Álvarez, son desatinos imperdonables: el estilo, que a veces tiene algún decoro y corrección, es en general desaliñado y prosaico.




Comedia Salvaje

156. Joaquín Romero de Zepeda. Comedia Selvage (en cuatro jornadas), en la cual por muy delicado estilo y artificio se descubre lo que de las alcahuetas a las honestas doncellas se les sigue, en el proceso de lo cual se hallarán muchos avisos y sentencias. Por Joaquín Romero de Zepeda. Sevilla, 1582. En la primera y segunda jornada no hizo el autor otra cosa que extractar en versos fáciles (y no desnudos de elegancia) los cuatro primeros actos de la Celestina. En la tercera jornada apartándose de aquel excelente original, atropelló los incidentes, añadiendo no pocas extravagancias. Lucrecia, acompañada de la vieja alcahueta Gabrina, abandona la casa de sus padres y se va a la de Ana creo, su amante: los padres de Lucrecia echándola menos van a casa de Gabrina con la justicia, y de allí a la de Anacreo, pero éste y Lucrecia han huido descolgándose por una ventana. Presos Gabrina y el criado Rosio los llevan a la plaza: allí aparece la horca a vista del auditorio, suben al reo y le cuelgan: a Gabrina la empluman, le ponen una coroza, y sentándola en la escalera del suplicio queda abandonada a merced de los muchachos, que a porfía le tiran brevas, berenjenas y tomates, le remesan los pelos y le dan puñadas: hecho esto dice el juez:

    Quiten luego a esa mujer,
y entierren al ahorcado.


En la cuarta jornada sale por un monte Lucrecia con arco y saetas, y llora la mala ventura de sus amores: luego que se retira, sale por otro lado Anacreo lamentándose igualmente de la desdicha en que se ve. Salen después Albina y Arnaldo, padres de Lucrecia, vestidos de peregrinos en busca de su hija: descansan un rato de la fatiga del camino, y al querer proseguirle los sorprenden dos ladrones llamados Tarisio y Troco: el viejo Arnaldo quiero defenderse y muere a sus manos: sobreviene al ruido Anacreo y mata a Tarisio: su compañero Troco se va huyendo: sigue el reconocimiento de Anacreo y Albina, y cuando tratan de enterrar el cadáver de Arnaldo, vienen dos salvajes entre los cuales se ve Anacreo en mucho peligro de perder la vida; pero Lucrecia, que se aparece muy oportunamente, dispara una flecha y cae muerto uno de los salvajes. Anacreo en tanto consigue matar al segundo: la madre y el amante sin reconocer a Lucrecia le agradecen el socorro que les ha dado: ella al fin se descubre, y con el regocijo de los tres acaba la fábula. Composición romancesca, mal ordenada y llena de inverosimilitud. Existe un ejemplar en la librería del convento de Santa Catalina de los dominicos de Barcelona.






1583


Tragedia de Numancia

157. Miguel de Cervantes Saavedra. Tragedia de Numancia. Véase la lista de los interlocutores de esta pieza. Escipión, Yugurta, Cayo Mario, embajador primero, embajador segundo, soldado primero, soldado segundo, Quinto Fabio, España, el río Duero, Teógenes su mujer, un hijo suyo, Corabino, numantino primero, numantino segundo, numantino tercero, numantino cuarto, Marquino, Morandro, Leoncio, sacerdote primero, sacerdote segundo, uno del pueblo, Milvio, un cuerpo muerto, Lira, mujer primera, mujer segunda, mujer tercera, una madre, un hijo, un hermano, la Guerra, la Enfermedad, el Hambre, Viriato, Servio, Emilio, la Fama. Está dividida la obra en cuatro jornadas, escrita en tercetos, octavas, redondillas y verso suelto. Jornada primera. Escipión reprende a sus soldados la vida regalada, lasciva y glotona que traen, advirtiendo con sobrada razón y poquísimo decoro trágico,

    Que mal se aloja en las marciales tiendas
quien gusta de banquetes y meriendas.


A estos vicios atribuye el no haberse ganado a Numancia después de dieciséis años de guerra: manda que salgan del campo las meretrices, que se reformen las cocinas y se destierre todo regalo y blandura. Dos embajadores numantinos proponen a Escipión paz y amistad, pero él se niega a cuanto no sea entregarse a discreción: dispone que se cerque a Numancia con grandes fosos, y en la escena siguiente ya está concluida toda la obra. España, viendo rodeados a los numantinos con trincheras y fosos profundos, exceptuando sólo la orilla del Duero, habla con el río invocándole en los siguientes versos, que son de los mejores de toda la pieza:

    Duero gentil que con torcidas vueltas
humedeces gran parte de mi seno,
ansí en tus aguas siempre veas envueltas
arenas de oro como el Tajo ameno
y ansí las ninfas fugitivas sueltas,
de que está el verde prado y bosque lleno,
vengan humildes a tus ondas claras,
y en prestarte favor no sean avaras;
    Que prestes a mis ásperos lamentos
atento oído, o que a escucharlos vengas,
y aunque dejes un rato tus contentos,
suplícote que en nada te detengas.
Si tú con tus continuos movimientos
de estos fieros romanos no me vengas,
cerrado veo ya cualquier camino
a la salud del pueblo numantino.


El Duero (acompañado de tres muchachos que son otros tantos riachuelos que desaguan en él) anuncia a España que la ruina de Numancia es infalible, pero que su gloria será inmortal, y en los siglos futuros Atila, Borbón y el duque de Alba la vengarán de Roma. Añade también que los reyes de España adquirirán el dictado de Católicos, y que en tiempo de un rey llamado Felipe II (sin segundo), el girón lusitano que se cortó de los vestidos de Castilla, ha de zurcirse de nuevo y unirse a su estado. Jornada segunda. En una asamblea de numantinos se resuelve que Corabino salga a desafiar a cualquier romano que se atreva a combatir con él, pactando primero que si Corabino vence, los romanos levantarán el sitio, y si él queda vencido, se entregará la ciudad: proposición muy imprudente y poco numantina. Resuelven también que se hagan sacrificios a Júpiter, y que el mago Marquino por medio de sus hechizos y conjuros averigüe los hados de Numancia. Leoncio reprende a Morandro viéndole muy enamorado de Lira en tiempo de tanta calamidad, y en efecto Leoncio tiene sobrada razón. Se empieza el solemne sacrificio con tristes agüeros: la llama arde mal, se ven águilas en el aire que persiguen a otras aves, las acosan y las cercan: suena ruido subterráneo: cruza una centella por el templo, y al ir a degollar la víctima sale un demonio, se la lleva y trastorna de paso las aras y utensilios. Después de un diálogo inútil entre Leoncio y Morandro sale Marquino y hace sus conjuros sobre una sepultura, invocando a los ministros infernales, llamándolos canalla vil, y a Plutón cornudo: echa de sí la sepultura un cuerpo muerto, al cual hace hablar el nigromante a fuerza de aspersiones y latigazos: el muerto anuncia la ruina que amenaza a la ciudad, y Marquino desesperado al oírle se arroja con él a la sepultura, quedando enterrados los dos. Jornada tercera. Corabino desde el muro de Numancia propone el desafío de que ya se ha hecho mención; pero Escipión no asiente a ello y te vuelve la espalda. Corabino, irritado de aquel desprecio, se desahoga en injurias contra los romanos llamándolos cobardes, pérfidos, tiranos, villanos, fementidos, ingratos, feroces, revoltosos, desleales, crueles, mal nacidos, codiciosos, infames, pertinaces, adúlteros, canalla y liebres. Teógenes quiere asaltar los atrincheramientos, pero las mujeres con sus reflexiones y lágrimas se lo estorban: resuélvese quemar en la plaza todo lo más precioso que cada uno tenga, descuartizar los romanos que están prisioneros, e írselos comiendo. Morandro, siempre lleno de amor, requiebra a Lira, y ella le dice que se está muriendo de hambre y es imposible que viva una hora según lo desfallecida que se siente: él determina escalar aquella noche las trincheras del enemigo para traerle algo que cenar, y su amigo Leoncio se ofrece a acompañarle. Dos numantinos refieren que en la hoguera de la plaza (cuyas llamas suben hasta la cuarta esfera) se están quemando todas las riquezas de la ciudad: dicen también que se ha mandado quitar la vida a las mujeres y a los niños: sale una mujer con dos chiquillos que no cesan de pedirle pan, y ella se aflige sin poder hacerles entender que no le tiene ni sabe dónde hallarle. Jornada cuarta. Penetran en el acampamento de los romanos Morandro y Leoncio: este último queda muerto en la empresa, el otro vuelve a Numancia con un poco de bizcocho en una cestilla: se le presenta a Lira para que coma y cae muerto de resultas de las muchas heridas que ha recibido. Un niño, hermano de Lira, sale cayéndose de hambre, dice que su padre y su madre acaban de morir, y él no teniendo ya fuerzas para mascar ni tragar el pan, espira a los pies de su hermana. Se presentan el Hambre, la Enfermedad y la Guerra: está excita a las otras dos a que apresuren la total asolación de Numancia, incidente inútil como los personajes de él. Teógenes lleva a su mujer, dos hijos y una hija al templo de Diana y allí los mata: vase después a la plaza y se tira a la hoguera: el humo que sale de Numancia y el silencio que se observa en ella determinan a Escipión a enviar exploradores, que vuelven refiriendo la mortandad y ruina espantosa que han visto. De toda la población sólo queda un muchacho que aparece en lo alto de una torre: Escipión le promete vida y libertad pero él desprecia sus ofrecimientos y se tira de la torre al suelo: viene la Fama por el aire y elogia la heroicidad de Numancia.

La elección de argumento en esta pieza es poco feliz: la destrucción de una ciudad con la de todos sus habitantes presta materia a la narración épica, pero no es para el teatro. En él no se deben presentar como objeto primario las empresas militares, sino las acciones y afectos heroicos: en toda fábula escénica se promueve el interés concentrándole: si se divide se debilita: Cervantes creyó producir mayor efecto trágico poniendo a la vista muchas situaciones de calamidad y aflicción, y no advirtió que resultaría necesariamente una acción episódica, dispersa y menuda. Los personajes fantásticos que introdujo lo acaban de echar a perder.

Si es contraria esta opinión a la que formaron de esta pieza los alemanes Bouterwek y Schlegel, puede considerarse cuál habrá sido mi sentimiento no pudiendo suscribir a los elogios que de ella hicieron aquellos doctos críticos: resulta necesaria de la absoluta imposibilidad de conciliar sus principios con los míos acerca de la composición dramática.




Comedia de la Batalla naval

158. Comedia de la Batalla naval. Nada se sabe de esta obra sino el título. Si el argumento que desempeñó el poeta fuese (como parece muy probable) la célebre victoria naval de Lepanto, es de inferir que nuestra literatura no habrá perdido nada en perderla: la escribió en tres jornadas.




Comedia de la gran Turquesca

159. Comedia de la gran Turquesca. Cervantes la citó: nadie la ha visto hasta ahora, y no es posible conjeturar lo que sería.




Comedia de la Jerusalén

160. Comedia de la Jerusalén. Habiendo escrito el mismo autor un drama trágico del sitio y ruina espantosa de Numancia, no sería mucho que hubiese caído en el error de poner en acción teatral la destrucción de Jerusalén por Tito, o que fuese argumento de esta comedia la conquista de aquella ciudad por los cruzados. A estas conjeturas da lugar la falta de noticias que tenemos acerca de esta composición dramática.






1585


Tragedia de la Isabela

161. Lupercio Leonardo de Argensola. Tragedia de la Isabela. Se divide en tres jornadas: está escrita en octavas, verso suelto, quintillas, tercetos y estrofas líricas: la Fama hace el prólogo. Jornada primera. Alboncen, rey moro de Zaragoza, enamorado de Isabela, doncella cristiana, manda salir desterrados a todos los cristianos, creyendo por este medio humillarla y atraerla a su voluntad. Muley, amante favorecido de la misma doncella (que acaba de recibir el bautismo en el campo enemigo), se propone dilatar la ejecución del decreto, y facilitar entre tanto los medios convenientes para que el rey Don Pedro se apodere de Zaragoza. El viejo Audalia en un monólogo da parte al auditorio de que él también está enamorado de Isabela, y luego que lo ha dicho se va. Sospechoso el rey de la conducta de Muley hace que le prendan. Jornada segunda. Lamberto y Engracia, padres de Isabela, Ana su hermana y muchos cristianos vienen a pedirle que interceda por ellos con el rey. Véanse (prescindiendo de la poca delicadeza del padre de Isabela) las prendas del lenguaje, estilo y armonía que embellecen esta situación:

ISABELA
    ¡O padres a quien debo reverencia!
¡O santa perseguida compañía,
postrada sin razón en mi presencia,
espectáculo triste de este día!
¿De qué manera puedo dar audiencia
(ni quien seso tuviese la daría)
viendo vuestros aspectos venerados
a mis indignos pies así postrados?
    Las rodillas alzad del duro suelo,
o revolved los ojos hechos ríos
al sumo plasmador de tierra y cielo,
y dirigid allá los votos píos,
y pues que mis entrañas no son hielo,
ni los hireanos tigres padres míos,
probad a conquistar otra dureza
con estos aparatos de tristeza.
    Que yo sin espectáculo presente,
cuando fuese mi muerte necesaria,
padeceré las penas obediente.
¡Obediente! ¿qué dije? Voluntaria;
y por el bien común de nuestra gente
y daño de la pérfida contraria,
una muerte, mil muertes, y si puedo
muchas mas pasaré sin algún miedo.
LAMBERTO
    Pues oye. Bien sabemos cuán rendido
en amorosas llamas al rey tienes,
y cuán desesperado y ofendido
con tus castas repulsas y desdenes;
pero si tú con un amor fingido
sus locos pensamientos entretienes
y cebas la esperanza lisonjera,
al yugo volverá la cerviz fiera.
    Así que con hacer lo que te digo,
queda la voluntad del rey por tuya;
harás que no prosiga su castigo
ni de la dulce patria nos excluya.
Puedes así vencer al enemigo,
o darnos ocasión que se atribuya
a sola tu dureza nuestra pena,
y digan: Isabela nos condena.
    Al rey por cierto tiempo fingir puedes
precisa castidad tener votada,
y que cuando del voto libre quedes
la prenda le darás tan deseada.
En este medio tiende astutas redes,
suspiros, llantos, vistas regaladas,
palabras tiernas, cebo de estas cosas,
y lágrimas si puedes amorosas.
    Si ves la perdición de los cristianos
no basta, que bastar sola debía,
ni la muerte cruel de tus hermanos,
la de tu vieja madre, ni la mía:
por el que puso en cruz las santas manos
(Hijo del Padre Eterno y de María)
te conjuro, te ruego, pido y mando
que muestres a mis ruegos pecho blando.
ENGRACIA
    ¿Por qué dilatas tanto la respuesta?
¿Aguardas por ventura que te pida,
besándote los pies y descompuesta,
merced a voces de mi corta vida?
¿O gustas de mirar ante ti puesta
esta mísera gente perseguida?
Dí, que solemnidad del pueblo quieres
que tanto la respuesta nos difieres.
    Mira que si salimos de los muros,
por el segundo César fabricados,
(A mas que no saldremos muy seguros
de ser todos o muertos o robados,
porque jamas los bárbaros perjuros
observan ley ni pactos concertados)
La sagrada ciudad queda desierta
y nuestra religión en ella muerta.
    El templo de la Virgen quedaría,
si no por los cimientos derribado,
a lo menos con vicios cada día
de los odiosos moros profanado,
y todo su tesoro se daría
en manos del sacrílego malvado,
reliquias y devotos simulacros,
todos los ornamentos al fin sacros.
    Harán de las dalmáticas jaeces
a los fieros caballos andaluces,
con las borlas pendientes, que mil veces
acompañaron clérigos y luces,
y para refirmar los pies soeces
el oro servirá de nuestras cruces,
haciendo de él labradas estriberas
quizá con las historias verdaderas.
    ¿Será posible pues que tú permitas
con daño de los tuyos infelices,
que solas permanezcan las mezquitas
y que sus ignominias autorices?
Tú, tú de la ciudad sagrada quitas
la religión cristiana y sus raíces;
tu dura pertinacia nos destierra,
y no la del tirano de la tierra.
ISABELA
    No más, no más, queridos padres, basta
si no queréis sin vida verme luego,
que donde la razón así contrasta
poca necesidad hay de tal ruego.
Yo pues con intención sincera y casta
(sólo por procurar nuestro sosiego)
al fiero rey daré de amor señales
fingidas, si fingirse pueden tales.
LAMBERTO
    La bendición de Dios omnipotente
y la nuestra también recibe ahora.
Tu nombre se dilate y acreciente
en cuanto mira el cielo y el sol dora;
y si es ya de creer que alguna gente
debajo del ignoto polo mora,
allá tus alabanzas se dilaten
y con admiración todos la traten.
ENGRACIA
    Estos maternos brazos lo primero
recibe por señal de lo que siento,
sirvante de collar, bien que grosero,
pero lleno de amor y de contento:
que en otro tiempo más feliz espero,
con mayor aparató y ornamento,
mejorar estos dones, y tu cuello
ceñirle del metal de tu cabello.
UN VIEJO
    Tus obras cantaremos excelentes
si bien a la desierta Libia vamos,
o bajo de la zona los ardientes
y no sufribles rayos padezcamos;
y nuestra sucesión y descendientes
darán las mismas gracias que te damos:
los niños con su lengua ternezuela
repetirán el nombre de Isabela.


Después de esta afluencia épica, Adulce, moro valenciano, sale a contar a los árboles, en muy buenos versos, como habiendo venido a Zaragoza a pedir socorros para recuperar el trono que le han usurpado, se enamoró de la infanta Aja, hermana del rey, y que hace ya tres años que él se lamenta y ella no le escucha.

    Tres veces os he visto, verdes plantas,
de vuestras frescas hojas adornadas:
tres veces descompuestas, y otras tantas
de flores y de frutos coronadas,
después que la soberbia sobre cuantas
han sido por hermosas celebradas,
Aja cruel (origen de mi pena)
a mi dura cerviz puso cadena.


El rey se entristece viéndose precisado a quitar la vida a Muley, pero su confidente Andalla procura tranquilizarle, y lo anima a que apresure la ejecución. Isabela pide al rey que revoque el decreto de destierro contra los cristianos: el rey se disculpa diciéndole que ha consultado sobre ello a un santo alfaquí, del cual hace esta bella pintura:

    Yo vi con apariencia manifiesta
que no fue la respuesta por él mismo,
mas por algun espíritu compuesta,
como si alguna furia del abismo
al sabio las entrañas le royera,
o como que le toma parasismo.
Con los mismos efectos y tal era
la presencia del vicio cuando vino
a darme la respuesta verdadera.
Andaba con furioso desatino
torciéndose las manos arrugadas.
Los ojos vueltos de un color sanguino.
Las barbas, antes largas y peinadas,
llevaba vedijosas y revueltas
como de fieras sierpes enroscadas.
Las tocas que con mil nudosas vueltas
la cabeza prudente le ceñían,
por este y aquel hombro lleva sueltas.
Las horrendas palabras parecían
salir por una trompa resonante,
y que los yertos labios no movían.
Si quieres que tu dios, ¡o rey! levante
la rigurosa diestra, dijo, mira
el medio que será solo bastante.


Isabela, oyendo decir al rey que la muerte de Muley está decretada, se ofrece a morir por su amante, lo cual sólo sirve de irritar la cólera del rey, que la manda llevar a una prisión. La infanta Aja sale a decir en un soliloquio que está enamorada de Muley, a quien el rey su hermano va a quitar la vida. Llega Adulce, y ella reconociendo cuán ingrata ha sido a su amor, le pide que liberte a Muley del peligro que le amenaza, y Adulce promete complacerla. Jornada tercera. El viejo Audalla, despreciado de Isabela, acelera su muerte y la de Muley: la hoguera en que han de ser quemados está ya dispuesta, ella le pide que le permita ver a sus padres y a su hermana: Audalla se lo concede, y se descubren tres cadáveres, que son los de Lamberto, Engracia y Ana, sobre los cuales hace Isabela extremos de dolor. Aja, desde un aposento de las torres del alcázar, descubre a lo lejos el lugar del suplicio y el gentío que acude a ver morir a Muley e Isabela: todavía espera que Adulce cumplirá su palabra, pero sobreviene un nuncio y lo refiere la muerte de los amantes. Aja desesperada premedita matar al rey. Azan y Zancala se cuentan el uno al otro la muerte de Audalla por haber sabido el rey que estaba enamorado de Isabela: Azan descubre la cabeza de Audalla destinada a ser pasto de los lebreles: Aja sale por un lado con un puñal y una luz en los manos, y por otra parte Selin, que le refiere como su señor Adulce acaba de matarse, no habiéndose atrevido a ser ingrato a los beneficios del rey, ni volver a la presencia de Aja sin haber cumplido lo que le prometió. Dicho esto presenta la cabeza de Adulce para que no dude la infanta de que su relación es verdadera: ella en cambio le cuenta que acaba de matar a puñaladas a su hermano el rey y que está resuelta a morir, para lo cual ruega a Selin que se encargue de ejecutarlo; pero al ver que de ninguna manera quiere prestarse a ello, corre precipitada y se tira desde lo alto de una torre a un profundo estanque. Aparécese glorioso el espíritu de Isabela: dice que ha renacido como el fénix, y pide aplauso.

Carece esta fábula de unidad, sencillez, distribución y verosimilitud, y por consecuencia de interés. El rey, Audalla y Muley enamorados de Isabela; Aja e Isabela enamoradas de Muley; Adulce enamorado de Aja, complican y embrollan la acción: ni el suplicio, ni la hoguera, ni tres cadáveres y dos cabezas sangrientas en el teatro, ni el furor recíproco de morir y matar que reina en todo el drama, son medios suficientes a producir la compasión trágica: sólo pueden excitar el repugnante hastío del horror. Algunas escenas están muy bien escritas, pero en composiciones de esta naturaleza el lenguaje castizo, el estilo elegante, la versificación fluida y numerosa, aunque son partes muy necesarias, no son las únicas.




Tragedia La Alejandra

162. Tragedia La Alejandra. La escribió el autor en verso suelto, quintillas, tercetos, cuartetas y octavas. La Tragedia hace el prólogo. Los antecedentes de la acción son estos. Acoreo, capitán de Tolomeo, rey de Egipto, se rebeló contra su señor, le mató y se apoderó del reino: pudo escapar felizmente del estrago el niño Orodante, hijo de Tolomeo, a quien crió Rémulo, y llegado a edad juvenil le introdujo en palacio y le hizo copero de Acoreo: éste habiendo hecho morir a su primera esposa, se casó con Alejandra, mujer dotada de singular hermosura, de oscura familia y depravadas costumbres. Lupercio, íntimo privado de Acerco y esclarecido capitán, adquirió gran poder en el reino: Alejandra estaba enamorada de él, pero Lupercio despreciaba su amor por el de la princesa Sila, hija de Acoreo y de su primera esposa. Jornada primera. Rémulo y Ostilo se proponen hacer caer a Lupercio de la gracia en que está: Alejandra le solicita, él se resiste, ella le acosa, y sólo la fuga puede salvarle de las instancias poco decentes de la reina. Ostilo y Rémulo declaran al joven Orodante su nacimiento ilustre con todas las circunstancias de la muerte de Tolomeo su padre, cuya camisa ensangrentada le presentan: Orodante jura venganza y dice:

    Por, bandera real, por estandarte
llevar quiero contino esta camisa.


Jornada segunda. Ostilo y Orodante hablan de concierto a Acoreo: el primero le hace creer que Lupercio junta sus parciales para rebelarse y quitarle la corona: el segundo le dice que Alejandra le ha encargado que cuando sirva la copa le dé un veneno en ella: Rémulo confirma a Acoreo cuanto los otros le han dicho. Lupercio va a entrar al cuarto del rey y le detienen a la puerta, le hacen entregar la espada y le atan las manos con un cordel. Sale Acoreo, le habla sañudo y manda a los guardias que se le quiten de allí: luego que se recitan diez versos de ocho sílabas viene el nuncio refiriendo la muerte de Lupercio, con tales circunstancias que para verificarse hubieran sido menester muchas horas: allí traen la cabeza y los cuartos de Lupercio envueltos en un paño y la sangre en un cangilón. Hace Acoreo que llamen a Alejandra, y luego que viene le dice que ha tenido sueños terribles, y que acaba de sacrificar un toro a los dioses para tenerlos propicios: dicho esto, le hace que se lave las manos en la sangre que contiene el barreño: alzan el paño y reconoce Alejandra la cabeza de Lupercio juntamente con el cuerpo hecho tajadas. Vase Acoreo y envía a Orilo su criado con un puñal, un cordel y una ponzoña para que Alejandra escoja lo que más le convenga: toma el veneno y se lo bebe: Orilo avisa a Acoreo que viene inmediatamente para ver morir a la reina: ella le dice mil injurias, se parte la lengua con los dientes, se la escupe al rostro y muere. Suena rumor de guerra: Orilo cuenta al rey que Ostilo y Rémulo han amotinado al pueblo: Acoreo se dispone a la defensa: aparécesele el alma de Tolomeo y lo anuncia próxima muerte. Jornada tercera. Sitiado Acerco en el castillo degüella con su espada a vista del auditorio unos niños (no se sabe cuantos) hijos de los principales ciudadanos de Menfis, y tira las cabezas a los sitiadores. Dado el asalto se rinde el castillo: Orilo y Fabio matan a Acoreo y llevan la cabeza a Orodante, el cual los manda morir por traidores. La princesa Sila se asoma a una torre: Orodante le dice desde abajo que está enamorado de ella, y le ruega que le admita por esposo: Sila le dice que suba: él va en erecto lleno de dulces esperanzas, y cuando llega a abrazarla, cae muerto a puñaladas por ella: hecho esto y viendo la princesa que los parciales de Orodante van subiendo a la torre y que no le quedan medios para la fuga, se precipita de la torre abajo. La Tragedia vuelve a presentarse: recuerda a los espectadores la moralidad de la fábula y pide aplauso.

Esta pieza es aun peor que la antecedente, porque a la irregularidad de su plan y a la inverosimilitud de sus atroces caracteres y situaciones, se añade mayor desaliño en el estilo y en los versos: tan mala es, que Lampillas no se atrevió a disculparla en su Ensayo apologético, no obstante haber aplicado todo su ingenio sofístico a defender los desaciertos de la Isabela. Sedano y Signorelli hablaron con imparcialidad de estas dos piezas en el Parnaso español y en la Historia de los teatros.




Tragedia La Filis

163. Tragedia La Filis. No ha visto la luz pública todavía: si llegase a parecer serio de desear hallarla menos imperfecta que las otras dos, y más digna de los elogios que a todas tres prodigó Cervantes.

Lupercio Leonardo de Argensola nació en Barbastro de noble familia en el año de 1565: estudió juntamente con su hermano Bartolomé, y en sus obras líricas manifestó su mucho talento, su erudición y delicado gusto. Fue secretario de la emperatriz María de Austria, gentilhombre de cámara del archiduque Alberto, y coronista de Aragón. Pasó a Nápoles con su familia y su hermano, sirviendo al lado de Don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, la secretaria de estado y guerra de aquel virreinato: allí murió en el año de 1613. Sus composiciones poéticas corren impresas con las de Bartolomé, y unas y otras son de lo mejor que han producido las musas españolas. Tenía veinte años cuando en el de 1585 se representaron en Zaragoza y en Madrid las tragedias de que se ha hecho mención, pero no se imprimieron entonces. Sedano, en la citada colección de El Parnaso español, tomo VI, da más larga noticia de la vida y circunstancias de este poeta, y a él se debe la publicación de la Isabela y la Alejandra, que hasta su tiempo estuvieron desconocidas.






1586


Comedia de la Amarante o la de Mayo

164. Miguel de Cervantes Saavedra. Comedia de la Amarante o la de Mayo. Es una de las veinte o treinta comedias que compuso el autor antes del año de 1588.




Comedia de El Bosque amoroso

Comedia de El Bosque amoroso. Pertenece a la misma época, y sólo nos ha quedado la noticia de su título.






1587


Comedia de la única y bizarra Arsinda

166. Comedia de la única y bizarra Arsinda. Nada se sabe tampoco acerca de esta comedia. Cervantes hizo mención de ella como de las otras.




Comedia La Confusa

167. Comedia La Confusa. De esta comedia dijo su autor que podía tener lugar por buena entre las mejores de capa y espada que hasta entonces se habían representado, y en otra parte dijo también hablando de sí:

    Soy por quien la Confusa, nada fea,
pareció en los teatros admirable,
si esto a su fama es justo que se crea.


Tales elogios (aunque en boca del mismo autor) hacen muy probable que si no era una composición excelente, sería a lo menos la mejor de todas las comedias que dio al teatro. Las que imprimió en el año de 1615 no pertenecen al presente catálogo.

Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares en el año de 1547, y murió en Madrid en el de 1616: estudiante en la corte, soldado en Lepanto, cautivo en las prisiones de Argel, soldado otra vez en Portugal y en las Islas Azores; papelista, recaudador, pretendiente desatendido, escritor ingenioso, ameno y elegante, en una palabra, autor del Quijote; vivió en habitual pobreza, y lleno de años, de achaques, de obligaciones, de pundonor y de justos resentimientos, dejó muriendo a su patria ingratísima una acusación de que no han podido sincerarla los esfuerzos tardíos con que la posteridad ha querido honrar su memoria. En el siglo anterior se ocuparon en reunir y publicar las noticias de su vida algunos beneméritos literatos, y entre ellos Mayans, Ríos y Pellicer. Después de ellos Don Martín Fernández de Navarrete ha dado a luz con el auxilio de nuevos documentos la vida de aquel célebre novelista, obra de mucha erudición, que ha merecido justamente el aprecio de los aficionados al estudio de nuestra historia literaria, y de cuantos admiran el ingenio y los escritos del inmortal Cervantes.




Tragedia. La honra de Dido restaurada

168. Gabriel Laso de la Vega. Tragedia. La honra de Dido restaurada. Se infiere por el título que el autor, siguiendo el ejemplo de Virués, se atuvo a la historia comúnmente recibida de aquella reina, apartándose de la ficción de Virgilio.




Tragedia de la Destrucción de Constantinopla

169. Tragedia de la Destrucción de Constantinopla. No he visto esta pieza ni la anterior. Montiano dio noticias de entrambas: se imprimieron en Alcalá de Henares, año de 1587, en una colección intitulada: Romancero de Gabriel Laso de la Vega.

Poca noticia se conserva de este autor: sólo se sabe por lo que dice Don Nicolás Antonio en su Biblioteca, que fue natural de Madrid, que además del libro citado ya, publicó un poema épico, intitulado Cortés valeroso o la Mejicana, y que también escribió otras obras elocuentes e históricas, de las cuales la mayor parte quedó manuscrita.

«Entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzose con la monarquía cómica, avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes: llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas... y si algunos (que hay muchos) han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él solo». -CERVANTES.








ArribaAbajoOrígenes del teatro español

Colección de piezas dramáticas anteriores a Lope de Vega


Parte segunda


ArribaAbajoRodrigo de Cota


Diálogo

Obra de Rodrigo Cota a manera de diálogo entre el Amor y un Viejo, que escarmentado de él, muy retraído se figura en una huerta seca y destruida, do la casa del placer derribada se muestra, cerrada la puerta en una pobrecilla choza metido, al que súbitamente pareció el Amor con sus ministros, y aquel humildemente procediendo, y el Viejo en áspera manera replicando, van discurriendo por su fabla, fasta que el Viejo del Amor fue vencido.

VIEJO
Cerrada estaba mi puerta:
¿A qué vienes, por do entraste?
Dí, ladrón, ¿por qué saltaste
las paredes de mi huerta?
La edad y la razón 5
ya de ti me han libertado
deja el pobre corazón
retraído en su rincón
contemplar cual le has parado.
La beldad de este jardín 10
ya no temo que la halles,
ni las ordenadas calles,
ni los muros de jazmín,
ni los arroyos corrientes
de vivas aguas potables, 15
ni las albercas y fuentes,
ni las aves producientes
los cantos tan consolables.
Ya la casa se deshizo
de sotil labor extraña, 20
y tornose esta cabaña
de cañuelas de carrizo.
De los frutos hice truecos
por escaparme de ti,
por aquellos troncos secos, 25
carcomidos, todos huecos,
que parecen cerca mí.
Salí del huerto, miserable,
ve a buscar dulce floresta,
que tú no puedes en esta 30
hacer vida deleitable.
Ni tú ni tus servidores
podéis bien estar conmigo;
que aunque estén llenos de flores,
yo sé bien cuantos dolores 35
ellos traen siempre consigo.
AMOR
En tu habla representas
que no me has bien conocido.
VIEJO
Sí, que no tengo en olvido
como hieres y atormentas, 40
AMOR
Escucha, padre, señor,
que por mal trocaré bienes,
por ultrajes y desdenes
quiero darte grande honor:
a ti, que estás más dispuesto 45
para me contradecir;
así tengo presupuesto,
de sufrir tu duro gesto,
porque sufras mi servir.
VIEJO
Habla ya, di tus razones, 50
di tus enconados quejos,
pero dímelos de lejos,
el aire no me inficiones;
que según sé de tus nuevas,
si te llegas cerca mí, 55
tú harás tan dulces pruebas,
que el ultrajo que hora llevas
ese lleve yo de ti.
AMOR
Comúnmente todavía
han los viejos un vecino, 60
enconado, muy malino,
gobernado en sangre fría
llámase melanconía
amarga conversación
quien por tal extremo guía 65
ciertamente se desvía
lejos de mi condición.
Mas después que te he sentido
que me quieres dar audiencia,
de mi miedo muy vencido, 70
culpado, despavorido,
se partió de tu presencia.
Este moraba contigo
en el tiempo que me viste,
y por esto te encendiste 75
en rigor tanto conmigo.
Donde mora este maldito
no jamás hay alegría,
ni honor, ni cortesía,
ni ningún buen apetito; 80
pero donde yo me llego
todo mal y pena quito,
de los hielos saco fuego,
y a los viejos meto en juego,
y a los muertos resucito. 85
Yo compongo las canciones,
yo la música suave,
yo demuestro al que no sabe
las sotiles invenciones:
yo fago volar mis llamas 90
por lo bueno y por lo malo,
yo hago servir las damas,
yo las perfumadas camas,
golosinas y regalo.
Visito los pobrecillos, 95
huello las casas reales,
de los senos virginales
sé yo bien los rinconcillos:
mis pihuelas y mis lonjas
a los religiosos atan: 100
no lo tomes por lisonjas,
sino ve, mira las monjas,
verás cuan dulce me tratan.
Yo hago las rugas viejas
dejar el rostro estirado, 105
y sé como el enero atado
se tiene tras las orejas,
y el arte de los ungüentes
que para esto aprovecha:
sé dar cejas en las frentes, 110
contrahago nuevos dientes
do natura los desecha.
Yo las aguas y lejías
para los cabellos rojos,
aprieto los miembros flojos, 115
y do carne en las encías:
a la habla tremulenta,
turbada por senectud,
yo la hago tan esenta,
que su tono representa 120
la forma de juventud.
En el aire mis espuelas
fieren a todas las aves,
y en los muy hondos concaves
las reptillas pequeñuelas. 125
Toda bestia de la tierra
y pescado de la mar
so mi gran poder se encierra,
sin poderse de mi guerra
con sus fuerzas amparar. 130
Pues que ves que mi poder
tan luengamente se extiende
do ninguno se defiende
no le pienses defender,
y a quien a buena ventura 135
tienen todos de seguir,
recibe, pries que procura
no hacerte desmesura,
mas de muerto revivir.
VIEJO
Maestra lengua de engaños, 140
pregonero de tus bienes,
dime agora, ¿por qué tienes
so silencio tantos daños?
Que aunque más doblado seas
y más pintes tu deleite 145
estas cosas do te arreas
son deformes caras reas,
encubiertas del afeite.
Y como te glorificas
en tus deleitosas obras, 150
¿porqué callas las zozobras
do lo vivo mortificas?
Di, maldito; ¿por qué quieres
encubrir tal enemiga?
Sábete que sé quien eres, 155
y si tú no lo dijeres
que está aquí quien te lo diga.
El libre haces cautivo,
al alegre mucha triste,
do ningún pesar consiste 160
pones modo pensativo:
tú ensuciaste muchas camas
con aguda llama fuerte,
tú mancillas muchas famas,
y tú haces con tus llamas 165
mil veces pedir la muerte.
Tú hallas las tristes yerbas
y tú los tristes potajes,
tú mestizas los linajes,
tú limpieza no conservas, 170
tú doctrinas de malicia,
tú quebrantas lealtad,
tú con tu carnal cobdicia
tú vas contra pudicicia
sin freno de honestidad. 175
Tú nos metes en bollicio,
tú nos quitas el sosiego,
tú con tu sentido ciego
pones alas en el vicio.
Tú destruyes la salud, 180
tú rematas el saber,
tú haces en senectud
la hacienda y la virtud
y el autoridad caer.
AMOR
No me trates mas, señor, 185
en contino vituperio,
que si oyeres mi misterio
convertirlo has en loor.
Verdad es que inconveniente
alguno suelo causar, 190
porque de el amor la gente
entre frío y muy ardiente
no saben medio tomar.
Razón es muy conocida
que las cosas más amadas 195
con afán son alcanzadas
y trabajo en esta vida.
La más deleitosa obra
que en este mundo se cree
es do más trabajo sobra, 200
que lo que sin él se cobra
sin deleite se posee.
Siempre uso de esta astucia
para ser más conservado,
que con bien y mal mezclado 205
pongo en mí mayor acucia;
y revuelto allí un poquito
con sabor de algún rigor
el deseo más incito,
que amortigua el apetito 210
el dulzor sobre dulzor.
Por ende si con dulzura
me quieres obedecer,
yo haré reconoscer
en ti muy nueva frescura: 215
ponerte he en el corazón
éste mi vivo alborozo,
serás en esta ocasión
de la misma condición
que eras cuando lindo mozo. 220
De verdura muy gentil
tu huerta renovaré,
la casa fabricaré
de obra rica y sotil,
sanaré las plantas secas 225
quemadas por los friores
en muy gran simpleza pecas,
viejo triste, si no truceas
tus espinas por mis flores.
VIEJO
Allégate un poco más: 230
tienes tan lindas razones,
Que sufrirte he que me encones
por la gloria que me das.
Los tus dichos alcahuetes,
con verdad o con engaño, 235
en el alma me los metes
por lo dulce que prometes
de esperar en todo el año.
AMOR
Abracémonos entramos
desnudos, sin otro medio, 240
sentirás en ti remedio
y en tu huerta frescos ramos.
VIEJO
Vente a mí, mi dulce Amor,
vente a mis brazos abiertos:
Ves aquí tu servidor 245
hecho siervo de señor
sin tener tus dones ciertos.
AMOR
Hete aquí bien abrazado:
dime, ¿qué sientes agora?
VIEJO
Siento rabia matadora, 250
placer lleno de cuidado,
siento fuego muy crescido,
siento mal y no lo veo,
sin rotura estoy herido
no te quiero ver partido, 255
ni apartado te deseo.
AMOR
Agora verás, don Viejo,
conservar la fama casta:
aquí te veré do basta
tu saber y tu consejo. 260
Porque con soberbia y riña
me diste contradicción,
seguirás estrecha liña
en amores de una niña
de muy duro corazón. 265
Amarás más que Macías,
hallarás esquividad,
sentirás las plagas mías,
feneciendo viejos días
en ciega cautividad. 270
Viejo triste entro los viejos
que de amores te atormentas,
mira como tus artejos
parecen sartas de cuentas,
y las uñas tan crescidas, 275
y los pies llenos de callos,
y tus carnes consumidas,
y tus piernas encogidas
cuales son para caballos.
Amargo viejo, denuesto 280
de la humana natura,
¿tú no miras tu figura
y vergüenza de tu gesto?
¿Y no ves la ligereza
que tienes para escalar? 285
¡Qué donaire y gentileza!
¡Y qué fuerza y qué destreza
la tuya para justar!
¡Quién te viese entremetido
en cosas dulces de amores, 290
y venirte los dolores
y atravesarse el gemido!
Depravado y obstinado,
deseoso de pecar:
mira, malaventurado, 295
que te deja a ti el pecado,
tú no le quieres dejar.
VIEJO
Pues en ti tuve esperanza
tú perdona mi pecar:
gran linaje de venganza 300
es las culpas perdonar,
si de el precio de el vencido
de el que vence es el honor,
yo de ti tan combatido
no seré flaco, caído, 305
ni tú fuerte, vencedor.