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P. Faustino Arévalo (1747-1824). Primer Rector de Loyola de la Compañía restaurada

Texto de Manuel Luengo recopilado y comentado por el padre Isidro María Sans, R. Olaechea y Lesmes Frías



    P. Faustino Arévalo

  • Nace el 29 de julio de 1747 en Campanario.
  • Ingresa el 24 de septiembre de 1761 en el noviciado de Villagarcía de Campos.
  • Se ordena presbítero en junio de 1770 por el obispo de Bertinoro.
  • Emitió la profesión solemne el 2 de febrero de 1815 en la iglesia del Gesú en Roma.
  • Fallece el 13 de enero de 1824 en Madrid.

Ingresó en la Compañía de Jesús siguiendo el ejemplo de su tío paterno Francisco, y de un hermano mayor, Juan. Estudiaba Filosofía en Medina de Campo cuando por el decreto de expulsión de Carlos III salió desterrado en 1767. Tras breve estancia en Calvi (Córcega), cursó la Teología en Bolonia, donde se ordenó sacerdote e hizo la Tercera Probación poco antes de la supresión de la Compañía de Jesús en 1773. En 1780 pasó a Roma para dar comienzo a su producción. De una erudición tan grande como su modestia, llegó a crearse una sólida reputación de hombre sabio y virtuoso. En 1786, publicó la Hymnodia Hispanica, «uno de los más preciosos monumentos de la ciencia litúrgica», al decir de Dom Gueranger. A esta obra siguieron, hasta 1794, las ediciones de las obras de los cuatro poetas cristianos hispanos: Prudencio, Draconcio, Juvencio y Sedulio, que Migne adoptó para su Patrología latina. Por encargo y a expensas del cardenal Francisco Lorenzana, de cuya protección y amistad gozó siempre, inició la edición, en siete tomos, de las obras de S. Isidoro de Sevilla, que no concluyó definitivamente hasta 1803, y sería la publicación que más renombre le daría. Al morir Pío VI, acompañó al cardenal Lorenzana al cónclave de Venecia, que eligió Papa a Pío VII. En 1800 le fue otorgado el título de himnógrafo pontificio, y en 1804, fecha de la muerte del purpurado leonés, que le nombró su albacea testamentario, publicó el Missale Gothicum. Simultáneamente preparó la colección de los Scriptores hispani in inventariis Bibliothecae Vaticanae indicati, citada con tanto elogio por Bartolomé J. Gallardo. Al salir de Roma Pío VII cautivo de Napoleón, el cardenal Michele Di Pietro le nombró (1809) Teólogo de la Penitenciaria, cargo que desempeñó hasta mediados de 1815. Restablecida la Compañía de Jesús, reingresó en ella e hizo su profesión de cuatro votos. Vuelto a España a fines de 1815, fue Rector del Colegio-Noviciado de Loyola, en cuyo archivo y biblioteca depositó cuanto había recogido en Italia, como los papeles del erudito y bibliógrafo Francesco A. Zaccaria y los de Roque Menchaca. En 1820 se retiró a su tierra natal. Después del trienio liberal (1823), tornó a Madrid, donde murió este incansable trabajador, honra de las letras españolas.

    Obras

  • Hymnodia Hispanica, Roma, 1786.
  • M. A. Cl. Prudentii Carmina, Roma, 1788-1789.
  • Dracontii Carmina, Roma, 1791.
  • C.V.A. Ivventii Historiae Evangelicae Libri IV, Roma, 1792.
  • C. Sedvlii Opera omnia, Roma, 1794.
  • S. Isidori Hispalensis Opera omnia, Roma, 1797-1803.
  • Missale gothicum, Roma, 1804. «Scriptores hispani, aut de rebus hispaniensibus agentes, in Inventariis Bibliothecae Vaticanae indicati». Manuscrito Biblioteca Nacional, Madrid.
  • «Bibliotheca Hispana... N. Antonii... illustrata et correcta», Archivo Histórico de Loyola, copia en Archivo de la Provincia de Castilla.
    Bibliografía

  • AGUILAR PIÑAL 1: 360.
  • CASCÓN, M., «Los escritores hispano-romanos según los autógrafos inéditos de F.A.», Las ciencias, 16 (1951), pp. 655-707.
  • Catholicisme 1: 808.
  • DACL 1: 2802.
  • DHEE 1: 86.
  • DHGE 3: 1656.
  • DTC 1: 1775.
  • EC 1: 1859.
  • EGUÍA, C., «Un insigne editor de S. Isidoro», Miscellanea Isidoriana, Roma, 1936, pp. 364-384. EI 4: 169. Koch 87. LTK 1: 833.
  • OLAECHEA, R., «El cardenal Lorenzana y los ex-jesuitas... Cartas de Arévalo a Lorenzana, 1793-1796», AHSI, 51 (1982), pp. 80-160.
  • POLGÁR 3/1: 173.
  • URIARTE-LECINA 1: 265-274.

R. Olaechea (†)

Entre los muchos jesuitas españoles que desterrados en Italia adquirieron merecido renombre por sus letras no menos que por su virtud, fue uno de los primeros el P. Arévalo. De aquí la estimación en que fue tenido por personas de la más alta dignidad en la Iglesia. Sabida es la gracia en que estuvo con el cardenal Lorenzana, bajo cuya protección dio a luz las magníficas ediciones de los poetas cristianos y de San Isidoro Arzobispo de Sevilla. El saber que mostró en estas y otras obras, principalmente en su Hymnodia Hispanica, movieron al Sumo Pontífice a darle el cargo, nuevo en Roma, de Hymnógrafo de la Congregación de Ritos o «revisor de himnos y oficios eclesiásticos en lo tocante al metro y lengua latina». Era además Teólogo de la Sagrada Penitenciaria, empleo grave y delicado, encomendado siempre a uno de la Compañía desde el tiempo de San Pío V, aun durante la extinción. Habíalo sido secretamente, como sustituto del P. Alfonso Muzarelli, desde que éste en 1809 fue llevado preso a Francia; a su muerte, acaecida poco después, comenzó a serlo en propiedad; y en febrero de 1814, públicamente, quitado el secreto a que había obligado la dominación de los franceses en Roma. Era, pues, por ambos cargos el P. Arévalo persona distinguida en aquella ciudad y percibía por ellos muy competentes emolumentos. Restablecida la Compañía fue uno de los primeros en volver a su seno; pero, continuando en Roma, siguió en el ejercicio de uno y otro empleo.

Cuando el Rey de España abrió a los jesuitas las puertas de sus Estados y aun manifestó instantemente su deseo de que volvieran a ellos, el P. Arévalo preparó para Su Santidad un memorial, suplicándole que se sirviera exonerarle de los dos cargos que de su mano tenía, para poder por su parte complacer al Soberano volviendo a restablecer el Instituto en España, y mostrarle con esto la gratitud debida a sus bondades. Por la estimación que de él hacían el Papa y el Cardenal Penitenciario, temía, no sin fundamento, como dan a entender Luengo y el embajador Vargas, que Su Santidad había de tener dificultad en aceptar la renuncia; y para más seguramente vencerla (pero sin descubrir, a lo que parece, esta intención), antes de presentar el memorial a Su Santidad, se lo mostró amistosamente a Vargas, que luego quiso y tuvo copia de él para enviársela al Rey, como cosa digna de la atención de Su Majestad.

No había sido ilusorio el temor de la resistencia del Papa, ni fue vano el recurso a que disimuladamente acudió el P. Arévalo para triunfar de ella con suavidad. «Sé de positivo -escribía Vargas el 30 de agosto- que el Papa siente deshacerse de un sujeto de tanto mérito y que ha encargado al cardenal Di Pietro, Penitenciario Mayor, que me lo manifieste de su parte». En efecto, el Cardenal de parte del Papa y de la suya habló al Ministro para estorbar la partida de Arévalo; y aun el mismo Papa, según dice Luengo, le habló por sí para reducirlo a su intento. Aparte de las razones que en contrario había, el Ministro pudo negarse a dar un paso en asunto de que ya había dado noticia al Rey, y aun copia del Memorial. Con esto cesó la oposición, y dispuestas sus cosas y recibida de Su Santidad la bendición, que le dio con particulares muestras de estimación y de afecto, partió de Roma camino de España por tierra con sus compañeros el 25 de setiembre, socorridos por el Ministro con doscientos duros para ayuda de costa de su viaje, la mitad de lo que había dado al P. Zúñiga y los suyos.

A la comunicación del embajador dando cuenta del caso, contestó el Ministro de Estado, D. Pedro Ceballos, por el primer correo: «Por la carta de V. E. de 30 de agosto último se ha enterado el Rey Nuestro Señor del noble desprendimiento con que el jesuita D. Faustino Arévalo ha renunciado, por venir a España, los distinguidos empleos que le había conferido Su Santidad. Su Majestad quiere que V. E. diga en su Real nombre al P. Arévalo, que le ha sido sumamente grato y apreciable este acto de amor y de respeto; por lo cual, así como por las demás circunstancias, que recomiendan al P. Arévalo, hallará siempre a Su Majestad muy propicio».

Cuando este oficio llegó a Roma, el P. Arévalo estaba ya en camino. Acompañábanle «los PP. Juan Bautista Sorarráin, de casi 80 años, y el P. Domingo Oyarzábal, con llagas en las dos piernas, y el H. Miguel Bruno Huarte, en edad ya de 74 años. Partieron, pues -dice el P. Luengo- con alegría, por una parte, de todos, y especialmente de su Provincia de Castilla, por ser su viaje una prenda segurísima a los ojos del Rey y de toda la nación, del deseo eficacísimo de los jesuitas castellanos de complacer a Su Majestad a toda costa; y por otra con no pequeño dolor, porque se pueden temer desgracias no pequeñas en tales sujetos en un viaje tan largo; y cierto les ayudaremos todos con nuestras pobres oraciones, para que lleguen felizmente a la Santa Casa de Loyola». No se dirigieron desde luego a Loyola; se dirigieron a Pamplona, a donde llegaron entre el 11 y el 14 de noviembre, y allí se detuvieron, hospedados por el Sr. Obispo, D. Joaquín de Uriz, en su propio palacio.

Lesmes Frías

Faustino Arévalo nació el 29 de julio de 1747 en Campanario (Badajoz), hijo de Juan Fernández de Arévalo y Catalina López. Un tío suyo, Francisco (1714-1781), y un hermano suyo, Juan (1734-1812), eran ya jesuitas cuando él ingresó en el Noviciado de Villagarcía de Campos el 24 de setiembre de 1761. Allí le acogió el P. Francisco Javier Idiáquez, Rector y Maestro de Novicios desde 1755, que dos años antes, siendo Rector del Colegio de Burgos, había publicado un manual titulado Prácticas e industrias para promover las letras humanas (Valladolid, 1753). Coronado el Noviciado el 25 de setiembre de 1763 con los votos del bienio, Faustino permaneció un año más en Villagarcía, profundizando aún más en los estudios humanísticos, en que tanto iba a destacar posteriormente. Pasó luego al Colegio de Medina del Campo, donde inició el trienio filosófico: Lógica, Física y Metafísica (1764-1767), aunque no pudo concluirlo, porque el 3 de abril de 1767 las tropas de Carlos III invadieron las Casas y Colegios de las Casas jesuíticas españolas e intimaron a sus Comunidades la Pragmática Sanción por la que se les expulsaba de todos los Dominios de España. La Comunidad de Medina del Campo estaba formada por 36 sujetos, regidos por el Rector P. Francisco Tejerizo. Toda ella fue congregada en una pieza con orden de que ninguno saliese de ella con pretexto ninguno. Lo primero que hicieron aquellos jesuitas fue postrarse en tierra y perseverar durante una larga hora de oración, «desahogando el corazón por los ojos y pidiendo fervorosamente por la prosperidad del Rey y de toda su Augusta Familia, como también por el mayor bien espiritual y temporal de todos aquellos que hubieren ocasionado a la Compañía tan dolorosa aflicción. Después acaeció un suceso que no puede menos de enternecer a quienes lo lean. Entre dos y tres de la tarde del mismo día en que se ejecutó el arresto general, se oyó en la pieza donde estaban los Padres custodiados un ruido como de persona que venía arrastrando por el tránsito. Acudieron los centinelas a examinar la causa y era un pobre Hermano Coadjutor ya muy anciano, que se hallaba en cama con la santa Unción, y con el ansioso deseo de ver a sus Hermanos venció la debilidad de los años y de la enfermedad, levantándose del lecho. Y estribando con una mano en el báculo y con otra en la pared, se fue arrastrando hasta que logró lo que deseaba. Pero, luego que les avistó, se quedó yerto, sin poder articular palabra, explicando su dolor en una avenida de lágrimas: espectáculo que traspasó el corazón de los afligidos Padres, enterneciéndolos más que todos los trabajos que ya estaban padeciendo» (P. Isla).

Los jesuitas de Castilla y León hubieron de reunirse en el puerto de Santander para ser trasladados por vía marítima hasta el puerto de El Ferrol, desde donde el conjunto de la Provincia de Castilla debía emprender el camino hacia el destierro: 652 jesuitas zarparon el 24 de mayo en ocho naves rumbo a los Estados Pontificios. Tras 21 días de navegación llegaron a Civitavecchia. Pero el Papa se opuso a su desembarco y hubieron de volverse. El 19 de julio fueron abandonados en Calvi (Córcega). A pesar de las precarias condiciones de vida en que se encontraban, Arévalo y sus compañeros pudieron terminar sus estudios de Filosofía y comenzar los de Teología. Tras un año largo de dificultades de todo tipo, el 19 de setiembre de 1768 lograron embarcar de nuevo hacia Sestri Levante, en el Golfo de Génova. Desde Sestri siguieron hasta el puerto de Génova. Regresó a Sestri y a partir del 25 de octubre se inició el camino a los Estados Pontificios: debieron cruzar los Apeninos, con lluvia y nieve: «Desde Sestri hasta Fornovo todo han sido montes, peñascos, subidas y bajadas, precipicios y peñascos... Y ahora estamos ya en una hermosa llanura que se extiende más que la vista por donde hemos de caminar en adelante». De Fornovo a Parma, Reggio nell'Emilia y Módena. El 5 de noviembre «salimos de Módena como a las 8 de la mañana, a dos o tres millas pasamos sobre barcas el río Panaro y pusimos los pies en los Estados del Sumo Pontífice». Poco a poco fueron distribuyéndose por diversos lugares en torno a Bolonia. Luego se asentaron en el interior de la ciudad. Arévalo pudo, al fin, concluir sus estudios de Teología en el Teologado Fontanelli; al finalizar el año 3.º, fue ordenado presbítero por Msr. Francisco M.ª Colombani, Obispo de Bertinoro, en junio de 1770. Todavía tuvo tiempo para hacer la Tercera Probación, en la pequeña Ciudad de Cento, coronando así su formación jesuítica. Y allí defendió el 23 de enero de 1773 el P. Faustino Arévalo, «Pasante mayor y joven de talentos muy singulares», la Ciencia Media contra las aserciones del P. Juan Bautista Fauré, Maestro de Sagrada Escritura en el Colegio Romano y Teólogo de gran nombre entre los italianos.

Pero el 21 de julio de 1773 el papa Clemente XIV, constreñido por el Ministro de España en Roma D. José Moñino, firmó el Breve de Extinción de la Compañía, Dominus ac Redemptor, y el P. Faustino Arévalo dejó de ser jurídicamente jesuita, aunque continuara siéndole de corazón. La situación de los jesuitas desterrados era ahora mucho peor. No podían ejercer ya los ministerios sacerdotales ni podían emprender grandes proyectos de trabajo, dado la reducida pensión de que disponían. El P. Arévalo continuó algunos años en Bolonia. Pero a finales de 1780 logró permiso del Comisario Real para trasladarse a Roma.

A continuación me basta citar lo escrito por Elena Gallego en «Acercamiento a la biografía del jesuita Faustino Arévalo» (Alicante, 2002). En Roma encontró Arévalo su lugar. La ciudad le ofrecía la riqueza de sus bibliotecas y archivos, amén de la oportunidad de encontrar círculos intelectuales y personas influyentes que estuvieran en contacto con el Gobierno y la Iglesia española. Se dedicó fundamentalmente al campo de la erudición eclesiástica y a la edición de poetas latino-cristianos, pero su obra magna fue su posterior edición de Isidoro. Para sus proyectos contó con la ayuda de su hermano Juan y la de varios compañeros de la Orden, como el P. Zaccaria, con los que compartía intereses comunes y con los que colaboraba. En todas sus obras estará el deseo de defender lo hispano, de situar las letras españolas y la historia de la iglesia española en el lugar que le corresponde, y en esta preocupación por la historia eclesiástica Arévalo estará en consonancia con el espíritu de la época.

Su primer trabajo de envergadura fue la publicación de la Hymnodia Hispanica; en ella presentaba una colección de himnos para la liturgia hispana, precedida de una amplia Disertación sobre los himnos eclesiásticos. Las razones que le llevaron a escoger esta obra como primer trabajo fueron de distinto tipo. Arévalo consideraba necesaria una reforma del himnario hispano, pues las enmiendas realizadas con anterioridad habían sido poco satisfactorias. Pero además, otros países se habían ocupado de reformar sus breviarios y no quería Arévalo que fueran los extranjeros quienes ilustraran nuestros himnos y nuestra liturgia. Se deja ver, por tanto, entre los primeros motivos, un sentimiento nacionalista, llevado por una parte a mejorar nuestra liturgia y, por otra, a no permitir que los extranjeros se atribuyeran tal mérito. Pero hay otra razón no menos importante en la composición de Hymnodia. Unos pocos años atrás, en 1775, había publicado el Arzobispo de Toledo F. A. de Lorenzana el Breviarium Gothicum; en él edita partiendo de la edición anterior de A. Ortiz y de nuevos manuscritos, el conjunto hasta entonces conocido de himnos mozárabes. Arévalo conocía esta obra, y sabía que la Hymnodia despertaría el interés de Lorenzana, personaje influyente y además implicado en proyectos editoriales relevantes. Arévalo realizaba en la Hymnodia un elogio de su edición del Breviario Gótico; decía de ella que había supuesto un «remedio» a los himnos mozárabes. Pero la realidad era que, si bien la edición de Lorenzana suponía un avance porque aportaba nuevos manuscritos, poco cambio suponía en relación a la edición anterior de Ortiz. Tampoco se había ocupado de enmendar los himnos partiendo de los criterios que defendía el P. Arévalo en su Hymnodia, por lo que el elogio era, sin duda, desmesurado. Arévalo trataba, pese a todo, de ganarse el favor de Lorenzana, y a través de él, establecer relaciones con la Iglesia española.

Finalmente, trató además de que la obra fuera grata al monarca. Carlos III se había preocupado en los últimos años por el culto a la Inmaculada Concepción de la Virgen. Por medio de Roda había pedido al Pontífice que el Oficio fuera aumentado, aunque se insistía en que se aceptara el Oficio de los franciscanos. Arévalo comienza su obra con el himno a la Concepción de la Virgen, y no duda en destacar desde el principio la labor de Carlos III. Con ello lograría, por una parte, tratar de ganarse el favor del rey, y, por otra, intentar desplazar el Oficio franciscano; de ahí que en lugar de escoger alguno de los himnos existentes, prefiera componer uno nuevo. Publicó la Hymnodia en 1786, pese a los obstáculos que le puso el religioso fray Tomás Mamachi, Maestro del Sacro Palacio, al que implícitamente alude en varias ocasiones en su obra. La dedicó al clero hispano. Según Luengo, habría querido dedicarla a Lorenzana pero no lo hizo por su «modo de pensar desinteresado» y además porque sabía que Lorenzana no era muy amigo de cuestiones jesuíticas. La obra recibió el reconocimiento de los intelectuales, y también Lorenzana, que se mostró sumamente interesado y que, al parecer entonces le encargó la difícil tarea de editar las obras completas de Isidoro. El éxito de la obra fue reconocido en las Effemeridi Letterarie de Roma y la Corte de Madrid premió a su autor en 1787 con doble pensión. Pero, además, Arévalo recibió de Pío VI el permiso para acceder a los códices vaticanos, un privilegio dado a muy pocos y que fue de gran ayuda para la elaboración de sus siguientes trabajos. En definitiva, unas consecuencias que con seguridad sobrepasaron las expectativas del P. Arévalo.

Arévalo concluyó la Hymnodia, pero ya en ella dejaba ver cuáles serían sus siguientes proyectos. En efecto, en un lugar de esta obra había manifestado la necesidad de que nuestros autores cristianos, como ocurría con los himnos, fueran objeto de mejores ediciones, y para ello -decía- debían ser editados por eruditos españoles. Con bastante seguridad ya abrazaba la idea de ser él quien se encargara de tan ambicioso proyecto. Así pues, su siguiente ocupación fue la edición de autores cristianos hispano-latinos; y también, como en el caso de los himnos, junto a la defensa de lo hispano que esta empresa representaba, destacaba la utilidad de la obra. Arévalo sabía que la lectura de estos autores sería grata desde el punto de vista literario, pero sobre todo útil por el mensaje cristiano, tan necesario en una época como la que les había tocado vivir.

El primer autor que editó fue Prudencio, su poeta predilecto, el máximo poeta lírico y el himnógrafo cristiano por excelencia, como lo juzgaba Arévalo. Sus versos eran los más sobresalientes ejemplos de poesía cristiana y el contenido en ellos expresado de gran utilidad, sobre todo, como arma contra la herejía. De Prudencio, como del resto de autores que publicó, editó el texto de las obras, acompañado de un comentario, ambos precedidos de unos extensos Prolegómenos en los que se explicaban, además del método seguido en la edición, cuestiones relativas al autor y a la obra. La edición de Prudencio, así como el resto de ediciones que llevó a cabo, supuso un avance respecto a las anteriores, pues Arévalo hizo uso de un número considerable de manuscritos -especialmente los códices vaticanos- y ediciones. Trabajó, sobre todo, en la Biblioteca Vaticana, aunque frecuentó otras bibliotecas y archivos de Roma.

Estaba el P. Arévalo a punto ya de concluir el primer tomo de esta obra, cuando tuvo noticia de que pronto vería la luz otra edición de Prudencio; el autor era el jesuita italiano Giuseppe Teuli, o Teoli, bibliotecario del Vaticano; le había sido encargada por Nicolás de Azara, embajador de España en Roma, enemigo de las ideas de los jesuitas, pero protector de algunos de ellos, y que en este caso parecía querer oponerse a los planes de Arévalo. En definitiva, Arévalo contó con muchos menos suscriptores para su edición, y probablemente se desanimó al pensar en la poca utilidad de su trabajo una vez que se editara el del jesuita italiano. Pero recibió el apoyo de Pío VII, que se convirtió en su protector y le ayudó económicamente, y de su compañero Francisco Antonio Zaccaria. La edición de Teuli fue impresa y publicada en Parma por Giambattista Bodoni en 1788. La actitud de Arévalo, pesimista en un principio, se tornó optimista cuando pudo comprobar el valor que tenía y lo poco que aportaba. Una primera lectura de las palabras que dedica a la obra y a Azara, responsable de ella, puede hacer pasar desapercibida su irónica crítica; pero no ocurre lo mismo si se lee con alguna atención. De Azara, a quien está «dedicada» la edición, dice que es un eques amplissimus, y legatus del Rey de España ante la Santa Sede con máximo poder (y de ello era muy consciente Arévalo); de la edición alaba casi exclusivamente la forma, el aspecto, que es, como corresponde a una obra salida de la imprenta bodoniana, espléndido; pero, en cuanto al contenido, echa en falta información sobre los códices de los que proceden las variantes, o critica con «sutil alabanza» la «diligencia», es decir, la prisa que se habían dado Azara y el interpres (Iosephus Teolius) para que la edición viese la luz antes que la suya; e igualmente censura, simulando alabarla, la «brevedad» del comentario, pero que no tiene ni siquiera la virtud de hacer la edición cómoda de manejar.

La edición de Arévalo, que constaba de dos tomos, fue publicada en 1788 y 1789, y dedicada al papa Pío VI. Sin embargo, pese a estar preparados los tomos, no pudieron aparecer en España hasta 1791, pues, según parece, quedaron durante mucho tiempo retenidos en la aduana de Sevilla. Las razones de este retraso pueden atribuirse casi sin duda a Azara, como sospecharon varios ex-jesuitas españoles compañeros de Arévalo, que se podían basar, además, en un hecho concreto: al concluir su primer tomo, Arévalo había ido a entregar un ejemplar a Azara, pero éste se negó a aceptarlo. La obra fue muy bien acogida, y de modo especial por Lorenzana, que le pidió entonces que, siguiendo el mismo método, editara las obras de Draconcio, autor que acababa de imprimir él para la colección de los Padres Toledanos. Mientras Arévalo se ocupaba en esta edición, recibió la visita en Roma de Gregorio Alfonso Villagómez, arcediano de Calatrava y sobrino predilecto de Lorenzana, que llegó a la ciudad a primeros de octubre de 1791 y allí permaneció hasta junio de 1792. El trato con Arévalo fue muy estrecho, sin hacer caso de las indicaciones de Azara y del P. Quiñones, Maestro general de los Dominicos, que trataron de alejarle del contacto con los jesuitas. Arévalo concluyó su trabajo, para el que se sirvió nuevamente de los códices vaticanos, respondiendo así al deseo de su mecenas, a quien dedicó la obra.

Realizó dos ediciones más de autores cristianos, las dos, al parecer, por iniciativa propia. La siguiente fue la de Juvencio, autor cuya edición, como expresa Arévalo en los Prolegómenos, no necesitaba justificación, pues además de ser su obra el vetustissimum christianae poeseos monumentum, él había sido el primero en realizar la concordia de los cuatro Evangelios. La edición le planteó dificultades en lo que se refiere al texto y, al parecer, estuvo decidido a abandonar la empresa, pero Gregorio, el sobrino de Lorenzana, a quien había conocido años atrás, le animó a proseguir con la misma; a él dedicó el trabajo, que vio la luz en 1792.

Comenzó entonces con la edición de Sedulio, así como a buscar materiales para su posterior edición de Isidoro, pues sabía que sería ésta una empresa costosa. En una carta a Lorenzana, fechada el 29 de mayo de 1793, en la que le felicitaba por la publicación del tercer tomo de los Padres Toledanos y le agradecía que hubiera colocado en la Biblioteca arzobispal de Toledo un retrato suyo, le informaba del envío de los ejemplares de su edición de Juvencio, así como de su nueva ocupación, la búsqueda de materiales para la edición de Isidoro, sin nombrar la de Sedulio. El texto de Sedulio, de difícil interpretación en algunos lugares, como había ocurrido en el caso de Juvencio, le planteó problemas, pero contó con la ayuda del ex-jesuita Domingo Nájera, que había sido compañero suyo en España y que era buen conocedor de las letras latinas; en dos años dio fin al trabajo, que se publicó en 1794, y que había dedicado al cardenal Lorenzana. Arévalo tardó un tiempo en enviar ejemplares de la obra a Toledo por miedo a que no llegaran. En una carta de febrero de 1796 informa al secretario de Lorenzana que en ese mismo mes partirían «los Sedulios, con otros libros» y comenzaría la edición de Isidoro para la cual Lorenzana ya había enviado una parte de su ayuda económica; a él mostraba continuamente su agradecimiento Arévalo, sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias presentes, pues el arzobispo se hacía cargo del mantenimiento de buen número de eclesiásticos emigrados franceses.

Una vez concluidas sus ediciones de poetas cristianos, comenzó su dedicación intensa a la edición de las obras de Isidoro. A los datos que ya había reunido añadió los papeles y notas que había dejado el P. Zaccaria, quien, años atrás, en torno a 1751, había dado comienzo a una edición de Isidoro, sin poder llegar a cumplir sus objetivos. Al morir en 1795, Arévalo recogió muchos de sus papeles, parte de los cuales traería después a Loyola. Sin embargo, estas notas le aportaron, al parecer, muy pocas informaciones de interés; fueron, en efecto, de escasa utilidad en lo que se refiere al establecimiento del texto, ya que Zaccaria no había consultado, por ejemplo, los códices vaticanos. En 1796 comenzó Arévalo a enviar a Lorenzana lo que iba teniendo preparado de la edición. Este mismo año pidió Lorenzana a Arévalo que le representara en la visita ad limina, que debía hacer como Obispo y que veían imposible como consecuencia de la guerra; Arévalo le contestó agradecido y cumplió con la tarea. En la edición de Isidoro trabajó durante varios años. La impresión de algunos tomos se vio interrumpida por la situación de crisis, pues la amenaza de la guerra era constante desde la primavera de 1796, y en efecto, las tropas revolucionarias francesas ocuparon Milán en mayo de este año y también Bolonia en el curso del mismo; Arévalo tenía al tanto a Lorenzana.

Pero no fue éste el único proyecto enciclopédico en el que trabajó Arévalo. También se había propuesto, y de esta idea ya hay algún indicio en la propia Hymnodia, revisar y completar la monumental Biblioteca Hispana de Nicolás Antonio, lo cual era una muestra de su espíritu enciclopédico y de su deseo de rigor crítico y actualización en la ciencia literaria. En este sentido, proyectó también publicar una Bibliotheca Hispana de autores del siglo XVIII, que iba a ser en principio una obra independiente, pero que al final pensó incluir en la primera; con ella querría poner de relieve la producción hispana, y, sobre todo, destacar la producción jesuítica. Sin embargo, pese a la cantidad de materiales reunidos en uno y otro caso, no pudo llevar a término su objetivo.

En 1797 tuvo lugar el primer encuentro entre Lorenzana y Arévalo. El Arzobispo había sido enviado a Roma en una embajada eclesiástica por Carlos IV. Pero lo que iba a ser una estancia breve se convirtió en la residencia definitiva de Lorenzana, pues algunos meses después le fue comunicada la orden de destierro. En cuanto a la producción de Arévalo, en ese año publicó los primeros tomos de Isidoro. La publicación del tercero encontró dificultades como consecuencia de la situación política; en febrero de 1798 se había proclamado la República en Roma; a la persecución de los religiosos se unió la eliminación de algunas fundaciones particulares, como el Colegio De Propaganda Fidei y su imprenta, con lo que la impresión del tercer volumen quedó aplazada.

Pero hubo consecuencias más graves. El Papa se vio forzado a abandonar Roma; lo acompañaron Lorenzana, su secretario y el propio Arévalo, y poco después murió, el 29 de agosto de 1799. El nuevo Papa, Pío VII, fue proclamado el 14 de marzo de 1800, tras haber tenido lugar en Venecia el Cónclave, que duró 104 días. Lorenzana y sus acompañantes pasaron a Bolonia al Colegio Español de San Clemente, y el 14 de setiembre llegaron de regreso a Roma. Una vez en Roma, Arévalo recibió de Pío VII y a petición del Cardenal de la Somaglia, Vicario de Roma y Prefecto de la Congregación de Ritos, el puesto de Himnógrafo Pontificio, cargo creado expresamente para él y un puesto merecido, pues su interés por los himnos eclesiásticos no se había limitado a la composición de la Hymnodia. Seguía trabajando en su edición de Isidoro, trabajo que le había impedido volver a España en 1799, año en que Carlos IV permitió la vuelta a los ex-jesuitas. El 1.º de abril de 1803 recibieron los jesuitas un aumento de la pensión y además la facultad de ejercer toda clase de ministerios apostólicos. A finales de este año logró Arévalo concluir su edición de las obras completas de Isidoro de Sevilla; constaba de 7 volúmenes e iba dedicada a su mecenas.

Se ocupó después Arévalo en la impresión del Misal Gótico, que le había encargado Lorenzana, y que se publicó en 1804 dedicado al cardenal Luis María de Borbón. Poco después, el 17 de abril de 1804, murió Lorenzana. En su testamento (12 de agosto de 1802) quedó demostrada una vez más la confianza y el afecto que sentía por Arévalo. Lo nombraba su ejecutor testamentario, y además fideicomisario en caso de que su secretario faltara de Roma. Arévalo pronunció el 9 de julio, en la Academia de la Religión Católica de la Universidad de la Sapienza, una Laudatio Funebris en honor de su mecenas.

En septiembre de 1806 en la Iglesia del Gesù se celebró un triduo de acción de gracias por la beatificación del jesuita napolitano Francisco de Gerónimo y a Arévalo le fue encargada la composición de las lecciones del 2.° nocturno, que fueron aprobadas el 11 de mayo de 1807. Las circunstancias políticas se agravaron algunos años más tarde. El 2 de febrero de 1808 los franceses ocuparon Roma. El 2 de mayo de ese mismo año tuvo lugar en Madrid el alzamiento contra los franceses. Tras la proclamación de José Bonaparte como rey de España (25 julio), exigió (en octubre de ese año) juramento de fidelidad por parte de todos sus súbditos a él y a la Constitución de Bayona. Entre los jesuitas hubo división, pues no aceptar el juramento suponía la retirada de la pensión. El papa Pío VII se manifestó contrario a que los jesuitas hicieran el juramento. En la casa del Gesù 25 lo aceptaron y 30 se negaron; entre éstos estaba el padre Arévalo, que fue por ello encarcelado, como el resto de sus compañeros. Sin embargo, no mucho después, a mediados de mayo de 1809 fue puesto en libertad. Escribió además al Papa un memorial en el que justificaba el comportamiento de aquellos de sus compañeros que habían jurado, explicando lo difícil de la situación.

Muy poco después, el 10 de junio de 1809, Napoleón fue excomulgado por Pío VII en virtud de la bula Cum memoranda, pero las circunstancias fueron distintas a las esperadas. El Papa fue deportado a Savona, donde permaneció prisionero hasta 1812. Muchos cardenales fueron deportados a París, entre ellos Michele di Pietro, que antes de partir nombró a Arévalo Teólogo de la Penitenciaria, cargo ocupado antes por Muzzarelli, ahora deportado. Además, el 23 de abril de 1810 Napoleón ordenó que todas las congregaciones religiosas salieran de Roma; Arévalo se negó nuevamente y fue encarcelado, esta vez durante algunos días, tras los cuales pudo volver al Gesù. Poco después, el 16 de julio de 1812, murió su hermano Juan.

El 24 de mayo de 1814 Pío VII regresó a Roma y el 7 de agosto de ese mismo año restableció la Compañía de Jesús por medio de la bula Sollicitudo. De los aproximadamente 5.000 jesuitas que había expulsado Carlos III, contando España, Asia y América, quedaban ahora en su restablecimiento unos 500. Arévalo emitió la profesión solemne el 2 de febrero de 1815 en la iglesia del Gesù y al poco tiempo expresó al Papa su deseo de volver a España, por lo que le pedía asimismo que lo destituyera de sus cargos como Himnógrafo Pontificio y como Teólogo de la Penitenciaria. Arévalo encontró algunas dificultades, puesto que ni el Papa ni el cardenal Di Pietro querían que se marchara, pero finalmente obtuvo el permiso. Partió de Roma el 25 de septiembre de 1815 acompañado por otros tres jesuitas. Esa misma fecha de 25 de septiembre tiene el inventario en que se cataloga su Biblioteca; llegó a Loyola en mayo de 1816 y constaba de 1.028 volúmenes, 42 de ellos, manuscritos. A Loyola trajo Arévalo gran número de papeles y libros de interés. Existe en el Archivo de Loyola un manuscrito de Arévalo, fechado el mismo día que partió de Roma, en el que aparece una relación de los libros que trajo en 79 cajones; entre ellos la Biblioteca Jesuítico-española del jesuita Hervás y Panduro y muchos escritos del P. Francisco Zaccaria. El Rey expresó su alegría al conocer la noticia de su vuelta. Llegaron a Pamplona entre el 11 y el 14 de noviembre y allí permanecieron un tiempo para emprender luego viaje a Loyola, donde llegaron el 29 de abril de 1816.

Junto al restablecimiento de la Compañía, tuvo también lugar el renacimiento del culto al Sagrado Corazón de Jesús, que había desaparecido en España poco después de la expulsión por orden de Carlos III. El 7 de diciembre de 1815 concedió la Santa Sede la fiesta litúrgica con Oficio y Misa propios.

El 11 de mayo de 1816 tomó posesión Arévalo como Rector de la casa de Loyola y ocupó este cargo y el de Maestro de Novicios hasta 1820. En el Archivo de Loyola se conserva también un Diario de Loyola, autógrafo del P. Arévalo, de 16 páginas, tamaño cuartilla, que abarca del 29 de abril de 1816 hasta el verano de 1820. El 14 de marzo de 1820 murió en Madrid el P. Zúñiga, Superior de los jesuitas en España desde la restauración de la Orden, y su sucesor fue el P. Arévalo, pero éste, por razones de salud, delegó en Pedro Cordón. Después marchó a su ciudad de nacimiento, donde permaneció tres años. En noviembre de 1823 regresó a Madrid, se alojó en el antiguo Colegio Imperial, donde murió el 7 de enero de 1824.






ArribaAbajoDiario del Colegio de Loyola (1816-1820). P. Faustino Arévalo


ArribaAbajo1816

En 29 de abril de 1816 entramos en el Colegio los PP. Rector, Sorarráin, Oyarzábal, Bengoechea y de H. Huarte. Se empezó presto el Inventario y el 11 de mayo se nos dio posesión formal. El día de la Octava del Santo Fundador este año no hubo Misa Cantada. Sí el año siguiente, en el cual dio el Excmo. Sr. Duque de Granada 1.000 reales de vellón para la fiesta de aquel día. Antes de la expulsión daba 100 ducados o 1.100 reales de vellón.




ArribaAbajo1817

El 7 de junio llegó el P. Arizpeleta de Tudela para estar en este Colegio. Después el P. Comisario resolvió que fuese a Oñate.

El 29 de julio envió el P. Rector billete al Sr. Rector y demás individuos del Ilustre Cabildo de Azpeitia para que durante la Octava del Santo Fundador enviase dos Sacerdotes para ayudar a los Padres a dar la Comunión y destinase uno que cantase la Misa el día último de la Octava. El 30 vino el Cabildo Eclesiástico con el Secular a cantar las Completas después de las 6 de la tarde. Acabadas las Completas, los dos Cabildos fueron al cuarto del Procurador, que ahora sirve de General, en donde refrescaron, teniendo allí la Villa dispuestos bollos, bizcochos y vino regular. Lo que se hacía antes, se refiere en el Diario antiguo, p. 7. El 30 vinieron los dos Cabildos a cantar la Misa hacia las 9 de la mañana, como en el Diario antiguo, p. 7. No se pidió limosna en la Iglesia y, aunque se puso en el portal una mesa con una fuente para recoger limosna, como se hacía antes, se recogió poco y ha parecido mejor que nunca se ponga. En la infraoctava, no habiendo el concurso que había antes, venía sólo un Confesor de Azpeitia y sólo tomaba chocolate. Antes, los dos que venían solían quedarse a comer.

El 7 de agosto, último día de la Octava, se cantó la Misa como antiguamente, habiéndolo querido así el Excmo. Sr. Duque de Granada, bien que su abuela, en la ausencia de los jesuitas, obtuvo sentencia contra las Temporalidades de que el Mayorazgo de Loyola no estaba obligado a esto después que pasó del Marqués de Alcañices al Duque de Granada. La obligación que impuso el Marqués de Alcañices era de 100 ducados. Este año el Sr. Duque dio 1.000 reales de vellón, creyendo sin duda que no se daba más antes. Lo que quedaba de los 1.000 reales de vellón se aplicó a la Santa Capilla. Sermón nunca lo había habido, porque no se había acabado la Iglesia. Pero parece mejor que lo haya en adelante, que en este día se cumpla con la Oferta del Cirio, según la fundación, pues creo que los jesuitas nunca la hicieron y hallo que a los Mostenses las Temporalidades impusieron esta obligación.

Los días 12, 13 y 14 de agosto hubo Triduo por la Asunción, como debe haber todos los años en las fiestas principales de la Virgen. El 15 de agosto hicieron la Profesión Solemne los PP. Arizpeleta y Echazárraga, y pocos días después volvieron a Oñate.

En setiembre, Triduo antes de la Natividad de la Virgen. Y hubo Consulta sobre varios puntos, en particular sobre poner en la Ropería la ropa blanca y repartirla según regla. El 27 de setiembre, por día de la aprobación de la Compañía, las Misas con Comunión General. El día 23 de setiembre se acabaron los Ejercicios de la Comunidad.

El día 1.º de octubre empezó el estudio de Gramática, y dentro de pocos días pasaban de 30 los discípulos. Llegaron después a 90.

El 5 de octubre llegó a este Colegio el H. Luis Rodríguez a continuar aquí su Noviciado, que empezó en Madrid. Le acompañó el H. Pedro Gutiérrez, Novicio Coadjutor, quien el 7 pasó a Oñate a Maestro de leer y escribir. Al H. Rodríguez se le ha provisto de una camisa, calzones y jubón de paño, dos pañuelos de color; se le hizo un sombrero por haber perdido el suyo, aunque después apareció.

El Día de Difuntos se dijeron varias Misas en la Capilla de la Concepción y cuatro Responsos: el 1.º por todos los Difuntos, el 2.º por los Bienhechores, el 3.º por los Fundadores y el 4.º por D.ª Ana Lasalde. No hubo túmulo ni Misa Cantada, por no haber disposición. El 20 de noviembre estuvo en el Colegio el Sr. D. Fermín de Rivero, Sacerdote pretendiente.

En las Navidades de 1817 vino a hacer una Novena a San Ignacio la Excma. Sra. Marquesa de Montehermoso, y vivió aquellos días en la posada antigua. Es de la Casa Corral de Balda y la que regaló en agosto de 1816 la aguabenditera de plata que está en la Capilla del Santo.




ArribaAbajo1818

Triduo de la Purificación. El 10 de febrero se vieron las cuentas desde el principio de mayo de 1816 hasta el fin del año de 1817. Se trataron en Consulta otros puntos.

El 1.º de marzo dijo la Misa por Ana Lasalde el P. Rector, no habiendo todavía proporción para Misa Cantada; este día de marzo ocurrió la muerte de dicha Señora. El Médico se tomó desde el 1.º de marzo de 1818 a dos ducados por sujeto de la Compañía. El 4 de marzo empezó la Novena de San Javier con asistencia del Sr. Duque de Granada. El 7 doce Misas. El 22 de marzo, Triduo de la Anunciación. El Jueves Santo, por día de San José, se dijeron cuatro Misas según el arreglo del Sr. Obispo. El primer día de Pascua no se da la Comunión a ningún seglar.

El 20 de abril llegó el Ilmo. Victores Iturralde. El 21 fue recibido en la Compañía el Sacerdote Fermín de Rivero.

El 14 de mayo de 1818 avisó el P. Ramos que la Religiosa no da calzoncillos ni calcetas; que a los Novicios solamente al fin de la carne les echa en el vaso una cuarta parte de un cuartillo o algo más, y lo mismo a la cena. En carta del 1.º de junio de 1818 avisó el mismo P. Ramos que algunos viejos en Madrid desaprobaban las Prácticas de los Novicios del P. Idiáquez, porque dicen ser muy largas; que los Novicios salen a paseo dos veces por semana sin refección, si no tienen algún regalo; que por la mañana tienen refección todos los días, menos los días de ayuno y los viernes, y en los ayunos y viernes se les da un poco de pan y nada más. Pólizas fijas los domingos después del sermón; otros varios días de gracia y algunas fiestas y días de Votos aun por la mañana. En el primer mes de la entrada tienen tres semanas de Ejercicios y después empiezan a estudiar.

El 27 de junio de 1818 llegaron a la hora de comer el P. Pedro Goya y el H. Angel Traverti, y continúan. Se admitió al P. José Antonio Esnarrizaga. El 30 de junio de 1818 parió la Sra. Duquesa de Granada una niña y envió el Sr. Duque billete de aviso convidando al bautizo, que fue el día siguiente y asistió a él el P. Goitia.

El 1.º de julio vinieron dos Diputados de la Villa a pedir prestados los candeleros para las funciones de la Junta y convidar al refresco. Se prestaron los candeleros, se dieron gracias por el convite y no se aceptó. El 30 de julio de 1818 se hizo la función de este día y los siguientes como otros años. El P. Rector ofreció pagar el refresco de bollos, bizcochos, vino de Navarra y, si alguno quiere, chocolate; pero quiso la Villa pagarlo también este año. El Sr. Duque durmió en el Colegio. Vino con la procesión. Se reprobó el que un Cofrade se metiese a pedir limosna en tiempo de la Misa para la Parroquia.

El 7 de agosto el Sr. Duque de Granada envió vino generoso y bizcochos para los Beneficiados que asistieron a la Misa. Él mismo dio el 26 de agosto 1.200 reales de vellón: los 1.100 por la función de la Octava de este año, los 100 porque faltaron el año pasado para completar los 100 ducados.

El 21 de agosto dos Tenientes Coroneles, procedentes de Valladolid, pidieron que se les permitiese cavar en cierto sitio del Colegio, afirmando que un pariente suyo, ya muerto, había declarado que había escondido allí mucho dinero y papeles. El P. Rector les remitió a la Justicia y el Alcalde creyó haber bastante fundamento para la excavación. Asistieron el mismo Alcalde, el Escribano y Testigos; quisieron levantar una losa en el pórtico de la Iglesia, rompieron una parte y desde luego se reconoció que aquellas losas nunca se habían removido. Los Tenientes Coroneles partieron temprano la mañana siguiente. El Alcalde reparó el daño que se hizo y el que hicieron algunos la noche siguiente, cavando en otra parte fuera del pórtico por si los Oficiales habían equivocado las señas.

El 14 de setiembre por la mañana llegaron en peregrinación desde Burdeos a este Colegio el P. Clemente Barret, Sacerdote, y el H. Juan Adorador Barrelle, Escolar Aprobado y Acólito, los dos de nuestra Compañía. Traían la patente del P. Antonio Luis Simpson, Superior de la Compañía de Jesús en Francia, firmada a 27 de agosto de 1818 in domo Missionis Soc. nostrae Lavall dioecesis Cenomanensis. Trajeron también carta de recomendación del P. Roberto Debrosse, Superior del Seminario pequeño en Burdeos, con un librito pequeño de regalo, compuesto por él mismo, Les mois Angélique ou la dévotion a la Reine et aux neuf Choires des Anges. Han dicho que hay 7 Casas y Colegios en Francia y 150 jesuitas.

El día de San Borja comulgó el Sr. Duque y durmió la noche antes en el Colegio. El 11 de octubre hubo Consulta: se vieron las cuentas. Se propuso que hubiese algún día de Casos. Otra hubo antes, después de la venida del P. Goya. El pretendiente de Coadjutor D. Tomás Garmendia entró en el Colegio el 10 de octubre, y salió después. El H. Manuel Arrieta llegó al Colegio el 21 de octubre.

El 18 de noviembre vinieron en seis cajones los libros del Sr. Goiri, Cura de Elorrio, que los dejó en legado al primer Colegio que se estableciese en estas partes.

El 30 de noviembre de 1818 escribió el P. Comisario que el Cáliz, que regaló el Sr. D. Fausto Antonio Navarrete, pudiese servir para este Colegio o, si más falta hacía, para Oñate. Tengo escrito que la Capilla nueva del Noviciado no tiene Cáliz y así lo aplico a ella. Está habilitada dicha Capilla por el P. Comisario para que se pueda decir Misa en ella como Capilla Doméstica.

El pretendiente de Coadjutor Sr. Garmendia desistió de su pretensión el 21 de diciembre de 1818.




ArribaAbajo1819

El 2 de febrero de 1819 hubo Consulta: se vieron y aprobaron las cuentas pasadas y las que se enviaron a la R. Junta pidiendo dinero para los gastos del Noviciado.

En enero celebró la Provincia las exequias de la Reina, con sermón; convidó el Diputado y fueron 4 de Casa. En febrero las de Carlos IV, con sermón, y también convidó el Diputado y fueron 4. Se encargaron 8 Misas por Carlos IV, 5 por la Reina mujer del Rey, y 5 por la Reina madre.

El 14 de febrero de 1819 entró de pretendiente de Coadjutor Félix de Aguirre, de la Anteiglesia de Abando, junto a Bilbao, zapatero. Nació el 19 de noviembre de 1798, hijo legítimo de Agustín de Aguirre y de Josefa de Olabarrieta.

El 10 de marzo llegaron de Madrid los seis Novicios HH. Saavedra, Ruiz, Del Castillo, Mezquía, Unanue, Segundo López, Meave. El 13 de mayo de 1819 dejó la ropa el H. Javier Meave.

Han restituido de la Parroquia la Custodia y la Cruz grande de plata y un juego de Candeleros plateados, todo lo cual era de la Santa Casa.

Los HH. Olano, Lasurtegui y otros Novicios se admitieron en los días que constan del Libro de Recibos.

El 4 y 5 de junio celebró las Órdenes en nuestra Iglesia el Ilmo. Sr. Obispo de Pamplona; estuvo hospedado en el Colegio, se le recibió como a otros antiguamente. Cuando llegó a Azcoitia, fueron a darle la bienvenida el P. Rector y el P. Goya, y comieron con él. Cuando estuvo en Azpeitia, vino una tarde a confirmar a los Estudiantes y otras varias a visita. Cuando subió a la Capilla la primera vez, D. Agustín Iturriaga, Estudiante, le arengó en latín.

El 25 de julio llegó el P. Manuel de Zúñiga, Comisario, con un Compañero Coadjutor. Aprobó las cuentas. No dejó orden ninguna por escrito. Partió el 16 de agosto.

El 23 de julio el Ilmo. Sr. Obispo de Calahorra D. Atanasio Puyal llegó a Azcoitia y comió en casa del Excmo. Duque de Granada con el P. Rector y el P. Goitia. A la tarde del mismo día vino a Loyola, y en la Santa Casa echó una arenga de bienvenida en latín el H. Zavala, Novicio. Celebró la fiesta del Santo Patriarca en nuestro Colegio, dio la Comunión a los Novicios dos días, partió el 2 de agosto por la tarde. El 1.º de agosto, en que se cantó la Misa en nuestra Iglesia, hubo oración latina, que recitó el H. Orayen, Novicio. Dejó de limosna 300 ducados. El de Pamplona dejó 5 onzas de oro.

El 16 de setiembre vinieron un Padre francés y un Escolar Aprobado de nuestra Compañía a visitar la Santa Casa; estuvieron hospedados aquí cuatro días.

Los recibidos desde julio son los HH. Arsuaga el 2 de julio, Machiandarena y Goenaga el 3 de agosto, Zabaleta el 6 de agosto, Esbert el 11 de agosto, Bereciartúa el 15 de setiembre, Erausquin el 2 de octubre, Pablo Landa el 14 de octubre.

Partieron de Loyola el H. Rodríguez el 16 de agosto, el H. Zabaleta el 16 de agosto, el H. Arrieta el 21 de agosto, el H. Iturralde el 16 de octubre. Éste salió en Oñate.

Llegó a Loyola de Oñate el H. Pedro Suárez el 22 de agosto, el H. Ángel Mendoza el 15 de octubre. El H. Suárez partió el 15 de noviembre.

El Carpintero Vizcaino estuvo pretendiente todo el mes de julio. José, el Barbero pretendiente, entró el 1.º de setiembre. Los criados Francisco e Ignacio han continuado desde el 1.º de julio en adelante.




Arriba1820

El viernes antes de la Dominica Quincuagésima no hubo abstinencia el año 1820. Habiendo predicado en la Cuaresma de 1819 los HH. Zavala, Arriola y Rodríguez con licencia del Sr. Obispo, se le pidió para la Cuaresma de este año 1820, para los días de Fiesta y la concedió, diciendo que esperaba concederla otros años. Predicaron en la Iglesia nueve Novicios; los demás en el Refectorio.

El H. Zavala (Francisco Ignacio) partió el 13 de marzo a Segura para curarse en casa de su padre; y, cuando sane, volverá a continuar el Noviciado.

El H. José Ignacio de Berriatúa, que había entrado el 15 de setiembre de 1819, salió de la Compañía el 9 de abril a las 7 de la tarde del año 1820, alegando un cierto defecto en la vista.

El H. López ha estado una temporada larga en Oñate a restablecerse en la salud. El H. Francisco Ignacio Zavala con el H. Mezquía tomó los baños en Cestona.

Con motivo de la Congregación General se encargó que se dijese el Veni Creator Spiritus concluida la Letanía y después del Fidelium animae etc., y que cada Sacerdote dijese una Misa cada semana y los no Sacerdotes una Corona, fuera de otras oraciones y penitencias que cada uno podrá hacer con el consejo de su Director. Se ha dilatado la Congregación a arbitrio del Papa.







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