[Vega, Lope de,
La dama boba, Alonso Zamora Vicente
(ed.), Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002.]
—[1]→
En la raíz
de toda literatura barroquizante está el claroscuro, el
contraste de luz y de sombras como elemento primordial. Las figuras
se nos ofrecen así en acusados esguinces, prolongando sus
perfiles en dudosos contornos, exhibiendo simultáneamente,
en brillos o en trazos, los matices más definitorios de lo
que el artista se propone destacar. Las líneas subsiguientes
llevan como afán entrever cómo Lope de Vega se vale
de este procedimiento para definir a dos de sus personajes
más logrados: las dos hermanas de La dama boba.
Dos hermanas
opuestas
A manera de las
columnas simétricas de un retablo, las dos hermanas se nos
aparecen por vez primera en estrecho paralelismo: hablando con sus
criadas respectivas. La distribución apareada revela una
simetría, un canon oculto de armonía, que queda
respetado en sus líneas generales, profundas. De un lado,
Nise y su criada, Celia; del otro, Finea y su criada, Clara. La luz
se concentra, mirada atenta, sobre las dos mujeres centrales. Nise
surge hablando en términos doctos, exquisitos, sobre materia
literaria. La criada le sigue la conversación.
Debería resultar extraordinariamente chocante (y aún
resulta) esta escena en la que ideas sobre la estructura de la
novela de Heliodoro se discuten con la criada, personaje que,
forzosamente, no ha de ser entendido en tales extremos referentes a
un escritor de la antigüedad helenística. Celia
confiesa que ha mirado el libro, pero no ha podido con el
aburrimiento. Nise procura aclararle las dificultades:
CELIA
[...]
Miré el principio y
cansóme.
NISE
Es que no se da a entender,
con el artificio griego,
hasta el quinto libro, y luego
todo se viene a saber
cuanto precede a los cuatro.
(v. 284=289)
Es verdad que las
teorías que Nise expone son las corrientes en su tiempo
sobre la leidísima novela de Heliodoro1.
Pero, aún dentro de su condición de
—2→
lugar común, no lo serían tanto como para
invadir el coloquio familiar entre señora y criada. Existe
un evidente desajuste que exagera la desmesura, el ridículo.
Nise, a la que tenemos que suponernos gesticulante y pedagoga,
continúa en el despeñadero de una inocente
pedantería:
Con una
técnica caravaggiesca, la luz se ha derramado sobre Nise,
perfilada en movimientos, en gesto, en voz. Presentada así,
se produce a los espectadores un evidente deslumbramiento, envuelto
en sus propios brillos.
—3→
Y,
súbitamente, Finea, la otra hermana, se nos va a lanzar en
las tablas de idéntica forma, si bien de signo contrario, el
reverso de la medalla que acabamos de ver. Frente a la luz, la
sombra, la tiniebla; frente a la despejada visión de la
cultura y de la vida que Nise despliega, nos abruma ahora la
torpeza, la incapacidad de Finea por hacer luz en su
espíritu. Allí, Nise dictaminaba escolarmente sobre
la condición poética de la novela de Heliodoro.
Aquí, Finea, inútilmente, pelea para aprender a
leer:
Ni en todo el
año
saldré con esa
lición.
(v. 307=308)
De «hermosa
bestia» (v. 315) califica el dómine a Finea.
Ésta no conoce las letras: es víctima de la simple
fonética en equívocos grotescos. La
deformación se lleva al extremo, hasta a hacer que una letra
pueda llamarse bestia (v.
362). No cabe posibilidad alguna de que Finea pudiese caer, en
realidad de verdad, en semejantes errores. Es simplemente una
cuidada hipérbole, una nueva caída en la desmesura.
Las ocasiones en que Finea queda atada al rigor de la letra se
prodigan: ven, van, bestia, letra, padrenuestro, etc.3,
nos recuerdan los innumerables juegos de palabras de la literatura
contemporánea. Estamos ante un recurso literario, que
desempeña, concienzudamente, el encargo de destacar a Finea
en su lobreguez mental. Las escondidas apariciones de Nise, al
paño, en apartes fugaces, son rápidos rayos de luz
derivando, entrecruzándose, en cálidas trayectorias
de caleidoscopio, como los reflejos de un retablo, en perpetuo
escorzo llameante.
La oposición en
el habla
Paso a paso, esta
técnica se mantiene voluntariosamente. No es éste el
momento de insistir sobre las tan traídas y llevadas
características del teatro de Lope, en lo que a
improvisación, rapidez, etc., se refiere. Lo cierto es
—4→
que, y pensar otra cosa sería negar lo innegable,
toda la comedia se crece dentro de una tensa voluntad de estilo.
Para demostrarlo, observemos el comportamiento, el ademán de
cada hermana, su léxico, e incluso el clima que a manera de
vigilante aureola, las envuelve. Hagamos, siquiera sea ligeramente,
una expedición por esos elementos.
Una, Nise, es de
«ingenio gallardo» (v. 506) y «sibila
española» (v. 511); por ella, «las Gracias / son
cuatro y las Musas diez» (v. 514). Su «rara
discreción» (v. 519) es imposible de alabar. Donde
ella está hace presencia la Universidad (v. 577).
Finalmente, el adjetivo divina se prodiga como natural encomio.
En oposición bien definida, oímos aplicar a Finea
algo bastante lejano de lo que hemos oído para ensalzar a
Nise: Finea es una «linda bestia» (v. 333);
«hermosa bestia» (v. 315); es una mula, al decir de los criados (v. 744);
no solamente no es una Musa más, una Gracia más, sino
que es incapaz de entender nada en su sentido más elevado:
espíritu, en el
valor de 'hálito vital', es para ella, esclava de lo
primerizo e inmediato, 'alma en pena'. Ni siquiera tiene los
alcances suficientes para percibir el significado 'apetencia de
hermosura', que el galán da al amor. Esa apetencia es para
ella algo de pequeñas realidades concretas: «cosas
lindas» (v. 772).
El primer
diálogo entre las posibles parejas es también un
acorde excelente a esta línea melódica. Nise dice a
su amado, reprochándole el haberse presentado
acompañado:
NISE
(Aparte.)
¿Cómo va de
voluntad?
LAURENCIO
Como quien la
tiene en tí.
NISE
Yo te la pago muy bien.
No traigas contigo quien
me eclipse el hablarte
ansí.
(v. 590=594)
Ese eclipsar es todo un torrente de
remilgada gazmoñería, de afectación (y de
afectación culta, sobre todo). Melindre, exageración
que el amor disculpa, sí, pero que lleva al idioma, por
exceso, a zonas linderas con el ridículo. Inmediatamente, la
sabiduría sobre las pequeñas trampas del amor
(sentimiento que Finea, ya queda dicho, no sabe hacia dónde
colocar) se ejercitan fingiendo una caída, lo que da lugar
para un fugaz, estremecedor y conturbado roce, a la vez que
fácil pretexto para darse una cartita. Mano y papel
establecen un inicial contacto, hábilmente llevado y
desenvuelto (v. 605 y siguientes).
Demos la vuelta a
la moneda. Finea va a encontrarse con Liseo. El amable movimiento
de la conversación entre Nise y Laurencio se convierte
aquí en agria caricatura burlesca, con tonos desolados, a
caballo entre la insensatez y el insulto. Hemos de suponernos a
Finea haciendo extremos de pasmo al ver que su presunto marido
tiene piernas y pies. Ella, ante un retrato de busto, pensaba que
el retratado sería un hombre sin extremidades. La vemos
—5→
(y oímos el carcajeo del auditorio) gritarle que es
ella su esposa, y hacerlo, además, con cierto arrebato:
LISEO
¿Quién de las dos es
mi esposa?
FINEA
¡Yo! ¿No lo ve?
(v. 912=913)
Instantes
después, le llamará necio (v. 932) y le reprochará
no haber pedido el macho de la noria para llegar antes (v. 940).
Las aristas del contraste se afilan si comparamos el fingido
tropiezo entre Nise y Laurencio, para darse un papel, con el de
esta otra pareja. Liseo es obsequiado con una caja de dulce casero
y un vaso de agua, como refrigerio al recién llegado. Su
futura mujer se excede en cariñosa solicitud:
FINEA
Él bebe como una mula.
(v. 965)
Y muy decidida
acude a limpiarle. Y hemos de suponer que este primer mimo de la
novia se hace con una brutalidad tremenda, muy llamativa, puesto
que Liseo se ve obligado a reconocer, quejándose:
¡Media barba me ha
quitado!
¡Lindamente me enamora!
(v. 971)
La necedad, la
ruta hacia el disparate está ya iniciada y no se le ve el
fin. Tan grotescamente se prosigue que nadie puede tomar en serio
ya las enormidades de Finea, dichas incluso delante de su padre,
celoso vigilante del honor familiar. Cuando éste dice que
dispongan el aposento del recién llegado pretendiente, Finea
interviene:
Mi cama pienso que sobra
para los dos.
(v. 891)
A fin de que no
perdamos de vista el contraste como norma esencial del quehacer
literario, Nise se asoma discretamente a lo largo de esta
sucesión de boberías. Se trata de esas oportunas
«caridades» que no sirven para otra cosa que para
destacar más la torpeza de Finea. Cuando ésta dice
sus primeras inconveniencias, Nise extiende un ceremonioso
saludo:
Soy muy vuestra servidora.
(v. 924)
Al proseguir
Finea, ya perdidos los frenos, con sus exclamaciones, Nise
interviene (después de un leve choque en el que las dos
hermanas se imponen mutuamente silencio):
Aunque hermosa y virtuosa,
es Finea de este humor.
(v. 942)
—6→
El final de esta
escena se deshace en un revuelo de apresurada huida, de
gesticulante escándalo, provocado por las salidas de Finea.
Nise se lleva apresuradamente a su hermana, la cual se despide de
su futuro con un ¡Hola!, que acaba de poner al
desnudo su ininterrumpida prevaricación
idiomática4.
Análogo
matiz desenvuelve el comportamiento de las criadas. En La dama boba, Lope de Vega es fiel a su
sistema de establecer un paralelismo entre amos y criados, y,
así, en el desenlace, veremos también a criados y
criadas casarse, después de haber asistido a diversos
escarceos amorosos que reproducen los achaques de los
señores respectivos5.
Para el aspecto que ahora consideramos, oigamos a Celia, criada de
la bachillera Nise:
NISE
¿Dióte el libro?
CELIA
Y tal que obliga
a no abrille ni tocalle.
NISE
Pues, ¿por qué?
CELIA
Por no ensucialle,
si quieres que te lo diga.
En cándido pergamino
vienen muchas flores de oro.
NISE
Bien lo merece Heliodoro,
griego poeta divino.
(v. 273=280)
—7→
En este trozo, la
palabra más representativa es cándido6.
También era voz de las sometidas a entredicho, de las que
podían despertar un eco de extrañeza.
Desempeña una misión análoga a la de
eclipsar, empleada por su
señora al dirigirse al prometido. En el extremo opuesto a
estas mujeres, Clara, la criada de Finea (boba como su
señora, pero con sus orillas de bellaca), sigue la corriente
a su ama, cuando, al aparecer Liseo y comprobar que tiene piernas y
pies, Finea da suelta a su asombro:
FINEA
¡Aún agora
viene con piernas y pies!
A lo que Clara
replica:
Esto, ¿es burla o
jerigonza?
(v. 917=918)
Vemos, pues, la
mantenida tensión a lo largo de la presentación de
los personajes. El amor mismo, el gran educador y motor de la
comedia toda, es en Nise y su círculo una complicada
teoría de argumentos, círculos, calidades, fuegos angélicos, soles, etc. (acto I, escena X). En el
otro lado, se le compara a una pepitoria, atiborrada de menudencias, tripas, manos, pies, etc. (I, escena XV). La docta
disertación sobre la novela griega en la una es en la otra
la narración, no exenta de gracia y complicadas alusiones,
del parto de una gata. (I, escena VIII).
En el segundo
acto, la pertinaz lucha de contrarios continúa mantenida. La
escena segunda (y la tercera) nos muestra nuevamente a Nise
dialogando con sus admiradores en derretido preciosismo. Las
alabanzas a su ingenio se suceden armoniosamente. Nise responde con
gracejo y agudeza, cuenta sus quejas y sus dudas con tino, con el
certero vaivén de la persona enamorada y ofendida. Debe
destacarse el ámbito libresco (primavera con pies de marfil, v. 1165), la
adjetivación (agua lisonjera; vario velo sutil; fuentes que ríen;
etcétera). Frente a este derroche de literarias quejas,
Finea sigue ciega a toda razón y a todo primor de la
convivencia. La escena séptima nos la muestra dando
lección de baile. Discute con su profesor acaloradamente,
desdeñosa —8→
al principio, salpicando su habla de vulgaridades y rasgos
de mala crianza, o, al menos, de clara desidia en el hablar:
¡Por poco
diera de hocicos
saltando! Enfadada vengo.
¿Soy yo urraca, que andar
tengo
por casa dando salticos?
(v. 1369=1372)
El maestro de
danza se lamenta de que la Naturaleza haya puesto un alma tan ruda
en espléndido vaso (v. 1376), y acabará, al llamarla
mentecata, por
engañarla, haciéndola creer que mentecato significa algo muy diferente
a su real contenido, lo que dará después lugar a una
muy divertida situación, cuando Finea aplique este adjetivo
a su propio padre. Finea parece irredimible. Las gracias cultas de
su hermana Nise son aquí manifiesta propensión a lo
plebeyo, desplegada paladinamente:
FINEA
Traé mañana un
tamboril.
MAESTRO
Ese es instrumento vil,
aunque de mucha
alegría.
FINEA
Que soy
más aficionada
al cascabel os confieso.
MAESTRO
Es muy de caballos eso.
(v. 1382=1387)
Un regusto de
fiesta aldeana se percibe en el anhelo de Finea, como si su
horizonte hubiera sido exclusivamente el de la calle o el de la
fiesta rústica, o la charla con las criadas7.
Nunca los libros, los sonetos, los problemas astrológicos,
como le ocurre a Nise. Si pensamos con cuánta galanura se
añudan en el acto III las más arcaicas
manifestaciones de poesía popular, tradicional, (el
estribillo Deja las avellanicas,
moro, o el Viene de
Panamá) y la superchería de una
recreación neopopularista (Amor, cansado de ver), prodigiosamente
bailadas todas por Finea, vemos lo que el contraste primerizo
encierra de escalón meditado y forzoso en la
superación lenta de la boba, y cómo Lope,
simbólicamente, nos está diciendo que en la
entrelazada vitalidad de ambos sistemas está el
máximo acierto.
—9→
Un personaje se
destaca
El segundo acto se
nos ofrece particularmente atractivo al darnos en graciosa
mezcolanza el torpe razonar de Finea con la zozobra de su despertar
espiritual, abrumada por el amor. La escena XV es típica de
este delgado evolucionar. Los grotescos ademanes reclamando que le
quite los ojos de encima con un pañuelo, suplicando que no
vuelva a pasar por su pensamiento y, finalmente, el jocoso abrazo
para desabrazarse del anterior, todo, en fin, se resuelve en gozosa
confusión, dentro de la que va naciendo, asombrado y cobarde
el tormento de los celos:
que a sentir penas comienzo.
(v. 1751)
El contraste ha
comenzado a adelgazarse; ya no se trata de las gruesas tintas del
principio, sino que una sombra de ternura le da una
dimensión distinta, que nos hace enmudecer, ir poniendo un
dique a la risa. Un paso más y Finea, ya sola, dirá,
por vez primera en la comedia, algo rotundo y de signo nuevo:
Ella se le lleva, en fin.
¿Qué es esto, que me da pena
de que se vaya con él?
Estoy por irme tras él.
¿Qué es esto que me
enajena
de mi propia
libertad?
No me hallo sin Laurencio.
Mi padre es éste;
silencio.
Callad, lengua; ojos, hablad.
(v. 1779=1787)
Hay a
continuación recaídas, vacilaciones. Lope sabe
dosificar el temblor de este nacer a la vida. Pero al levantarse el
telón en el acto III ya no nos puede quedar duda. Finea
misma se encarga de eliminarlas, en unas décimas
bellísimas. En ellas, Finea nos explica el proceso de su
trasformación, desarrollado en un par de meses. Es ella
ahora la que siente vibrar su alma, aleccionada por el amor. Es
ella ahora la que puede decir en serio lo que antes se decía
ridículamente:
la razón divina y santa
estaba eclipsada en mí.
(v. 2050)
Reúne en su
monólogo, con una encendida vergüenza, todo lo que
atrás ha venido sucediendo. Recuerda cómo era una
planta, una bestia, y cómo dispone ahora de condiciones para
recibir un grado sin haber
asistido a Universidad alguna. Admirable derivación de
sentimientos, de gozo y de lógica, —10→
la de estas décimas. Pero aún no está
acabado el cambio. El retorcimiento de las columnas barrocas nos
lleva a la cúspide, a la cima de un frontón
curvilíneo, donde todas las líneas se juntan. En este
caso es en el regreso voluntario de la lista Finea a su pasado
estúpido y a su locura. Ella misma lleva el contraste dentro
de sí, añudado, inesquivable. Pero esta vez manejado
ya con arte, con sabiduría y acierto:
LAURENCIO
Pues, ¿sabrás
fingirte boba?
FINEA
Sí, que lo fui mucho
tiempo
y el lugar donde se nace
saben andarle los ciegos.
(v. 2487=90)
De ahí la
escena XI, que vuelve a desencadenar la risa. Pero ya es una risa
contenida, meditada. No es la carcajada grotesca de los inicios.
Hay algo diferente en las ocurrencias de Finea. Alguien que no
estuviera, como Liseo, preocupado y desorientado por su proceder
confuso y vacilante notaría que ya los equívocos de
la boba no son de la misma naturaleza. Antes eran inocentes juegos
de palabras, sacados de la cartilla donde aprendía a leer, o
el casi natural pasmo ante la palabra desconocida o los hechos
inusitados. ¿Qué tiene que ver todo eso con las
lunas viejas -en
oposición a las nuevas-, o el chiste de lunas
menguadas por recuerdo de
las menguantes?
Evidentemente, existe ahora un deje, un trasfondo intelectual,
inoportuno, forzado, que da un regusto distinto a las
boberías de Finea. Quizá ella misma está
temblando por dentro, temerosa de que su ficción sea
descubierta. Aunque pueda llevarla tan certeramente como para
terminar citando a Oliveros8,
el personaje épico, aplicando este nombre a su pretendiente.
(Preguntémonos ahora: Una persona que cita a Oliveros,
¿podría buenamente pensar que habría un
enamorado sin extremidades, como ocurría en el primer acto?
La tontería ha evolucionado, ha dado un nuevo paso de
contradanza a la manera de las —11→
grandes fiestas de la pintura barroca). Tan sólo
reconocemos la violencia de la pasada estulticia cuando vemos a la
nueva Finea llamar majadero
a su pretendiente, o al hacer nuevos juegos con longaniza = organiza, almario con alma, etc. Sí, boberías,
pero detrás de ellas,
siento en extremo
volverme a boba, aun fingida.
(v. 2616)
Pero no queda
ahí el uso de la antigua necedad. Ahora nos asalta la
sospecha de que la locura, antes tan delimitada a Finea, se dispone
a hacer un viaje en zigzag, en escorzo abrumador: estamos a punto
de ver como bobos a todos los que al principio pretendían
lucir su discreción y sabiduría:
si un tonto ver pudiera
su entendimiento a un espejo,
¿no fuera huyendo de
sí?
La razón de estar
contentos
es aquella confianza
de tenerse por discretos.
(v. 2621=2627)
A lo que Finea
(Lope en este caso, que sabe que no dispone de más soporte
escénico que el habla), contesta:
En este cambiar
íntimo de la boba nos encontramos con la creencia de Lope en
los valores esenciales, fundamentales, de la Naturaleza sobre el
Arte, que tan magistralmente fueron observados y analizados por
Menéndez Pidal10.
El Arte sería aquí toda la formación erudita,
libresca, de Nise. La —12→
Naturaleza, el «natural amor», esta vez enredado
estrechamente con el añejo supuesto literario del amor
educador, padre de la música, de la pintura, de la
poesía:
La dama boba es, además, un
excelente ejemplo de cómo la literatura invade todo, sin
dejar aislado o dominante ese «natural». El propio
Menéndez Pidal ha dicho ya que la comedia «natural no
implica renuncia a una abundante literatización, sino que
ésta ha de surgir de las condiciones naturales de la vida
misma»12.
Una claridad en lo
alto
Una vez llegados
al final de la comedia, nos encontramos en ese girar de luces que
he destacado, a Finea en primer lugar, en tanto que el resto de los
personajes se queda en sombra, o en un lugar secundario por lo
—13→
menos. Como en algunas composiciones pictóricas
contemporáneas, todo gira, en grandes órbitas
concéntricas, en torno a la heroína central. Y el
contraste, condensado en ella, hace que a la vez veamos a los
demás en una constante agitación y movimiento
sucediéndose en un vaivén inesquivable, dinamicidad
absoluta, afanes que dan a la comedia su inquietante fluir. Este
desasosiego interior tan complejo, puede tener un correlato en la
pintura del tiempo13,
incluso en un cuadro del Greco, dominado también por el
desasosiego íntimo, en perpetua ascensión, puestas la
intención y la mirada en una cima lejana, a la que se aspira
anhelantemente: la suprema visión en santos y ascetas del
pintor; la boba de la comedia, en búsqueda, tras el amor, de
su más rotunda perfección. Ambos personajes (Finea,
una figura ascendente del Greco), están fuera de toda
cercanía concreta, representan, como recordaba Ortega y
Gasset, «un maravilloso gesto de moverse». «Si de
una figura del Greco pasamos a un grupo, nuestra mirada es sometida
a participar en una vertiginosa andanza. Ora es el cuadro una rauda
espiral; ora una elipse o una ese»14.
¿No estamos siguiendo el ir y venir de Finea por la casa,
del salón al desván, abrazándose y
desabrazándose y, lo que es más, dentro de ella
misma, su pensamiento alborotado y vacilante no va dando esos
frecuentes y desazonadores esguinces, para llegar, seguro que
llega, a la gloria abierta en el fondo, a la claridad
última, su amor por Laurencio, perseguida a fuerza de fe, de
anhelos, de dudas?15