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Para la historia de «castellano»

Manuel Alvar






- I -

Amado Alonso estudió la historia del adjetivo castellano, -a con referencia a nuestro sistema língüístico1. Sin embargo, quiero replantear la cuestión, pues creo que merece la pena aducir nuevos materiales y tratar de alcanzar horizontes distintos de los suyos. Bien sé que los resultados nunca se podrán considerar como definitivos, pues los inventarios que podamos manejar -por ricos que en sí sean- siempre resultarán insatisfactorios2. Sin embargo, el problema tiene suficiente interés como para que intentemos asaetearlo desde nuevos ángulos de tiro.

En los siglos XIII y XIV, junto a otras denominaciones, se puede rastrear el sintagma lenguaje castellano. Alfonso el Sabio lo acredita en el Lapidario (1250)3, en el Libro de las Cruzes (1259)4, en la Crónica General (post 1270)5, y la designación llega hasta la Gramática de Nebrija (1492), edic. Galindo-Ortiz, página 133, mientras que Sancho IV recoge simplemente castellano en La Gran Conquista de Ultramar6. Lógicamente, los textos de otros reinos sólo usan términos no marcados, que también eran conocidos en Castilla. Sírvannos los testimonios del Vidal Mayor (lengoage, romantz)7 o del Fuero General de Navarra (romanz)8.

En el siglo XV, el adjetivo abunda mucho más en los materiales de que puedo disponer: Villena habla de «beatificar la castellana lengua»9; el Condestable don Pedro de Portugal, de «este castellano romance»10; en el Cancionero de Baena, de «asy en castellano como en lymosyn»11; Juan de Mena se refiere a «nuestra materna o castellana lengua»12; lengua castellana y lenguaje castellano aparecen en Hernando del Pulgar13 y, reiteradamente, en La Celestina, castellana lengua14. Esta situación de hecho quedaría refrendada por los lexicógrafos y gramáticos: todos, Alonso de Palencia, Antonio de Nebrija, Fernández Santaella, repetirán el mismo concepto. Basten unos pocos botones de muestra:

tomarse cargo de interpretar las voces dela lengua latina segund la declaraçion del vulgar castellano (que se dice Romançe)15.



En el castellano nunca pueden estar antes de la vocal más de dos consonantes16.



Tomado del greco como otros muchos de romance o ladino castellano17.



En los siglos posteriores la situación se prolonga y puedo documentar las siguientes designaciones, desde 1500 a nuestros días:

1. Lengua castellana: El Tostado, Sobre Eusebio (1506), I, XIX v; Castillejo [1490?-1550], Poesías, BAAEE, p. 143 a; Juan de Valdés [muere en 1541], Diálogo de la lengua, edic. Montesinos (1928), p. 166; Hurtado de Mendoza [1503-1575], Guerra de Granada, BAAEE, p. 69 a; Pedro Mexía Silva (1540), Prohemio (Apologías, p. 34); Torquemada, Manual de escribientes [c. 1552], edic. 1970, pp. 79, 107, 109, 116, etc.; Alejo Venegas, Agonía del tránsito de la muerte [1553], cap. I (Apologías, p. 21); Útil y breve institución (1555), p. 4; Rafael Martín de Viciana, Libro de alabanzas de las lenguas [...] castellana y valenciana (1574), Dedicatoria; Cervantes, La Galatea (1585), apud. Apologías, p. 56; Ambrosio de Morales, Discurso sobre la lengua castellana (1585); p. Simón Abril, Fil. nat. [1594], f. 156; Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache (1599), p. 5; Mármol, Historia y rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada (1600), ff. 36 a y 218 a; fray José de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo (1600), I, 11 b; Bernardo Aldrete, Del origen y principio de la lengua castellana (1606); Mateo Alemán, Ortografía castellana (1609), edic. 1950, p. 9; Espinel, Marcos de Obregón (1618), BAAEE, página 419 b; Correas, Artes de la lengua castellana [1626], edic. 1903, p. 53; J. P. Bonet, Reducción de las letras [1620], edic. 1930, p. 31; Correas, Ortografía [1630], 2r, 4; Lope de Vega, La Dorotea [1632], edic. 1913, I, 6, p. 38; Diccionario de la Academia (1726), p. XLII; Jovellanos, Diccionarios [1793], edic. 1915, p. 115 a; Pedro Salinas, Poesía de Rubén Darío (1948), p. 210. El orden inverso de los dos componentes del sintagma (castellana lengua) aparece en El Scholastico, de Cristóbal de Villalón (1501-1559?), apud Apologías, p. 29.

2. Lenguaje castellano: Discurso sobre la lengua castellana (1585), apud Apologías, p. 95; La Pícara Justina [1605], edic. Puyol, página 20; Torres Villarroel, Obras, 1794, XIV, p. 7.

3. Castellano: Contra lo que pudiera deducirse del libro de Amado Alonso (pp. 14-18), castellano es un término muy corriente cuando español había entrado, por mil caminos, en la conciencia de las gentes de la Península. Y en los datos que poseo, sólo en el siglo XVI, pareció usarse, o a lo menos generalizarse18. He aquí el inventario de mis datos: Rodríguez de Tudela, trad. de Saladino, Compendio de boticarios (1515), f. 2 v; Cancionero de obras de burlas (1519), vii, v19; Juan de Valdés (muere en 1541), Diálogo de la lengua, edic. Montesinos (1928), p. 181; f. de Medina, Obras de Garci Lasso (1580), apud Apologías, p. 117; Felipe II; Cartas [1582], edic. 1884-85, pág. 15120; fray Luis de León, Nombres de Cristo, 1583, 56 v; G. A. de Herrera, Agricultura [1584], edic. 1818, I, p. 108; Ambrosio de Morales, Discurso sobre la lengua castellana (1585), Apologías, pp. 78, 82, etc.; Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, 1599, p. 64; Quijote (1605), I, II, 76; A. R. Fontecha, Diccionario, 1606, s. v. alcuzez 6 b, v; Quevedo, El alguacil endemoniado [1607-1608], edic. Astrana, I, 1932, p. 145; Cervantes, Persiles [1616], BAAEE, p. 499 b; Cervantes, Casamiento engañoso (edit. 1613), IV, f. 238 v; Lope de Vega [1562-1635], Obras, edic. Academia, XL; p. 134 b; Guillén de Castro [1569-1631], Obras, edic. Academia, II, p. 257 a; Correas, Ortografía [1630], 2 r, 14, 28, etc.; Correas, Epicteto [1630], pp. 7, 117; Feijoo, Teatro crítico, 1727, I, Prólogo; Cadalso [1741-1782], Obras, 1818, II, p. 210; T. de Iriarte, Apéndice de La música, 1779, p. VII; Torres Villarroel, Obras, 1794, II, p. 5821; L. Moratín [1760-1828], El médico a palos, BAAEE, p. 469 a; Menéndez Pelayo, Cartas a J. Valera [ 1885], 1946, p. 212; p. Coloma, Pequeñeces [1891], edic. 1904, p. 285; Baroja, Aventuras de Silvestre Paradox [1901], edic. 1947, p. 43 b22; Unamuno, Paz en la guerra [1902], edic. 1946, p. 31; Benavente, Rosas de otoño, 1905, I, 1, p. 11; Unamuno, Recuerdos de niñez y mocedad [1908], edic. 1945, p. 78; Azorín, Castilla, 1912, p. 71; Casares, Crítica efímera, 1919, p. 84; Ortega Munilla, Salmos españoles, 1920, p. 5023; Alberti, Prosas [1933], 1970, p. 115; Azorín, Valencia, 1941, p. 161; D'Ors Civilización e Historia [1943], edic. 1953, p. 116; Díaz-Cañabate, Historia de una tertulia, 1952, p. 311.

4. Hablar castellano: Ambrosio de Morales, Discurso sobre la lengua castellana (1585), apud Apologías, p. 84.

5. Idioma castellano: Feijoo, Teatro crítico, 1727, I, Prólogo.

6. Romance castellano: Juan de Valdés [muere en 1541], Diálogo de la lengua, edic. Montesinos, p. 154; Torquemada, Manual de escribientes [c. 1552], edic. 1970, pp. 91, 95, 107, etc.; Dr. Viana, Equívocos morales (Apologías, p. 181).

Del inventario anterior, y con todas las limitaciones que le reconozco, se pueden deducir hechos de cierto interés. Los testimonios más antiguos de que dispongo (Alfonso X) hablan de lenguaje castellano, en tanto en el siglo XIV aparece ya el adjetivo plenamente sustantivado. En el XV, lengua castellana o, con el hipérbaton de la época, castellana lengua es término que coexiste con castellano y con algún raro vulgar castellano, ladino castellano, castellano romance. Al parecer castellano se va asentando fijamente, aunque sea muy corriente lengua castellana.

La situación medieval se prolonga desde El Tostado hasta Pedro Salinas; el que haya testimonios de lengua castellana a lo largo de toda nuestra historia lingüística muestra bien a las claras que la designación no es ni arcaísmo ni rareza. Sin embargo, quien extiende abrumadoramente su generalización es castellano (mientras apenas significan nada lenguaje castellano o idioma castellano). Con ello hemos llegado a una clara situación de hecho: lengua castellana utilizada desde el siglo XIII es una acuñación que vive a lo largo de toda nuestra historia lingüística, tal vez no tenga una abrumadora frecuencia, pero sí un uso constante y mantenido. Mientras que castellano, que apunta en el siglo XIV, empieza a tener una notable difusión en el siglo siguiente y, justo, en autores de gramáticas y diccionarios. Creo que para la fortuna exenta del adjetivo castellano habrá que pensar en varios hechos: de una parte la personalidad de los reinos peninsulares que harían caer en desuso los términos plurivalentes (romance), despectivos (vulgar) o neutros (lenguaje, idioma); de otra, en el empleo de castellano como referencia a gentes, hombres, cosas de Castilla, lo que llevaría a identificar castellano, sin más connotaciones que cualquier cosa propia de Castilla, tal y como definiría Nebrija en 1495: «Castellano cosa de Castilla, hispanus. a. um»24. Y tan «cosa de Castilla» es el hombre, como la tierra o la lengua, lo que encuentra confirmación en algún texto de carácter histórico y, ciertamente, de valor ejemplar. El Canciller Ayala, en su Crónica de Pedro I, escribe:

Llámase en Toledo, Castellano, todo aquel que es de tierra del señorío del Rey de Castilla do non se juzga por el Libro juzgo25.



Y estamos ante algo que sirvió, también, en los legendarios orígenes de Castilla: aquellos vires rebelles que, según el poema latino de la toma de Almería, usaban una lengua que sic sonat quasi tympano tuba, se identificaron también en un acto de alcance jurídico: la quema de Forum Judicum en el arenal de Santa María de Burgos, Ahora, siglos y siglos volcados, don Pero López de Ayala volvía a hablar de castellano como una realidad legal sometida al señorío del rey de Castilla. Un elemento más que unir a esa generalización de castellano sin más apoyaturas.

Claro que la generalización hizo arrumbar designaciones que no se consideraron válidas. Me he referido en líneas anteriores a esa polisemia que tuvo el término romance y cómo la palabra se fue ciñendo a un campo, el actual, donde significó 'lengua derivada del latín', pero no concretamente 'castellano' o 'leonés' o 'aragonés', pero, del mismo modo, la generalización hizo que castellano penetrara abusivamente en terrenos que no le eran exclusivos, y fue un camino de la propagación del término. Quevedo, en su España defendida [1609], identifica en castellano la realidad lingüística uniforme, por más que no sean castellanos sus habitantes; busca para ello ilustres antecedentes que, en verdad, confirman su aserto, por más que se desentienda de otras razones (afectivas, sentimentales), que vinieron a dar al traste con la generalización. Quevedo parte de un planteamiento exacto y justo: la lengua española se llama romance «porque recibió sola ésta por vulgar», y añade:

Con justa razón se llama hoy romance, de Roma, pues fue su lengua en sus hijos vulgar, porque aunque la arábiga fue vulgar en España, fuelo en los moros que la trujeron y nacieron de ellos, no en los pocos españoles26 que quedaron defendidos [...]. Y así hay esta diferencia: que la arábiga fue vulgar en España, mas no fue vulgar de España, y la latina, sí27.



Y poco después (p. 362 b) saca la deducción de este pasaje:

Dos nombres tiene nuestra lengua, romance y Castellano28. ¿No sería lo mismo decir: «Ya los aragoneses hablan castellano»?



El término se generalizó, tanto para designar a las gentes29 cuanto para nombrar a la lengua y al generalizarse fue difícil su eliminación. Si todo esto son razones de peso que atenúan e incluso contradicen a lo que Amado Alonso dice, hay otras que le dan la razón. Castellano no es arcaísmo, porque se ha utilizado siempre y se sigue utilizando en la propia España por escritores que no son de Castilla; lo que sí es verdad es que muchos españoles de otras regiones prefieren el neologismo español porque en él se hallan cobijados y en el otro no. Se dirá que son razones afectivas, cierto; pero contra ellas no hay argumento: la razón está allí donde el hablante quiere encontrarse: unos se identifican con castellano, otros con español, otros con ambas designaciones de su lengua.

Rechazado el arcaísmo30, nos queda por considerar el academicismo de la terminología. Amado Alonso habló de la preferencia académica por castellano (hasta 1924 y 1925) y de la proyección que el hecho tiene en América31. Habrá que intentar perfilar las afirmaciones. Por supuesto, nada afecta a una determinada situación histórica, pero sí, creo, a la información posterior a 1943. A pesar de que la Academia abandonara castellano, a pesar de que español se generalizara como término «ilustrado» por la «visión nacional de la lengua», a pesar del no-castellanismo de muchos españoles, resulta curioso ver cómo los académicos siguen utilizando el término castellano. He rastreado en unos cuantos textos, siempre del mismo carácter y de la misma solemnidad, y desde 1921 a 1967 esta designación consta reiteradamente. Todas mis referencias proceden de los Discursos de recepción de cada uno de los académicos que cito, bien entendido, no digo que castellano sea término exclusivo, sino que es usado donde por razones de todo tipo (académicas, nacionales, regionalistas) pudiéramos esperar español. He aquí mis datos32: Julio Casares (1921, p. 65)33, Vicente García de Diego (1926, p. 11)34, Miguel Artigas (1935, p. 18), Ángel González Palencia (1940, p. 31), Wenceslao Fernández Flórez (1945, p. 7), Gerardo Diego (1948, p. 25)35, Rafael Lapesa (1954, p. 11), Julián Marías (1965, p. 59)36, Alonso Zamora (1967, p. 96)37.

En conclusión, limitada todavía, castellano fue la designación que se impuso a todas las que hacían referencia de una manera explícita a Castilla. La generalización contó con apoyos extralingüísticos, se extendió enormemente en la Edad de Oro y aún sigue siendo frecuente, por más que español haya ganado terreno en un mundo digamos «oficial», por ser la lengua del Estado (escuela, administración, etc.). En modo alguno podemos pensar en un arcaísmo, tanto más cuanto los académicos siguen usándola en los momentos más solemnes de su vida corporativa, con independencia de lo que la Academia prefiere en sus textos doctrinales.

Hasta aquí un aspecto del problema. Quedan otros. He hablado de la generalización de castellano para designar a gentes y variedades lingüísticas que no sean castellanas. Esta generalización tuvo su máximo alcancé en la difusión extrapeninsular de la lengua: América y los sefardíes.

En América, Castilla primero, castellano después fueron los términos que gozaron de mayor prestigio. No en vano la conquista y colonización del continente fue obra de la Corona38. Pero es que las propias gentes que pasaron a las Indias se consideraron castellanos, aunque no lo fueran. Tenemos ahora, a la otra banda del mar, una generalización en todo semejante a la que el portugués Melo había denunciado en la Guerra de Cataluña, y a la que el jesuita Andrés Marco Burriel (nacido en Cuenca en 1719, muerto en 1762) había consignado en su Paleografía (p. 217):

Por Castellanos se entendían todos los nuevos Pobladores Españoles, aunque fueran Leoneses, Gallegos o de otras Provincias, porque la Conquista se hizo por la Corona de Castilla.



Es lástima que los diccionarios de americanismos no hayan prestado atención a esté problema. Falta la voz en el de Friederici (Amerikanistisches Wözterbuch, 1960) y es paupérrima la representación que nuestro contenido tiene en el Léxico hispanoamericano del siglo XVI, de Peter Boyd-Bowman (1972). Merece la pena que, siquiera ligeramente, intentemos encararnos con la cuestión. Los lexicógrafos de América siguen la tradición peninsular: lógicamente, al enunciar lengua deben utilizar el adjetivo femenino, pero, por supuesto, castellana y no española39. Así en el Vocabulario de la lengua castellana y mexicana, de Alonso de Molina y en el Vocabulario quichua [...] y acaba en la castellana que la declara, de Diego González de Holguín (1608)40. Lógicamente, lengua castellana se documenta en otros textos, aparte los lingüísticos: la Relación de Tecal recoge los informes de Gaspar Antonio de Herrera «hombre hábil y entendido y muy ladino en nuestra lengua castellana»; la de Quinacama, de Gaspar Antonio Chique, que también era «ladino en la lengua castellana»41 y así en otros muchos casos42. Mucho después (1755), el término castellano aparecerá, lo mismo que en esta banda del Océano, tal como ocurre en el Vocabulario paez-castellana, de Eugenio de Castillo43.

Por razones bien sabidas, Castilla conformó la realidad americana y fue esa voz44 o el adjetivo castellano quienes tuvieron capacidad para designar a las gentes, a las casas o a la lengua que estaban cambiando la historia del Nuevo Mundo45. Y es que, una vez más, los colonizadores, no importaba su región de origen, se consideraban ellos mismos castellanos46, aunque español fuera también término harto difundido47. Amado Alonso ha establecido las líneas maestras de la historia48, pero quisiera completar su información, proyectándola hacia nosotros. Castellano es el término que se repite con frecuencia. Bastan unas pocas referencias: Sarmiento, Prosa [1842], edic. 1943, p. 81; Segura, Artículos [1871], edic. 1885, p. 4049; f. G. Suárez, Historia, IV, 1893, p. 16; R. Rojas, Blasón [1910], edic. 1941, p. 126; C. Alegría, El mundo es ancho y ajeno [1941], edic. 1954, p. 111; R. Gallegos, Sobre la misma tierra, 1944, página 69; Cortázar, Rayuela [1963], edic. 1968, p. 567.

Nuestros resultados con respecto a América nos permiten ver la persistencia de lengua castellana como vinculación de gramáticas y lexicógrafos a la obra de Nebrija, pero, lógicamente, no hubo ruptura entre las dos realidades españolas -la del Viejo y la del Nuevo Mundo- y no sólo los eruditos, sino los escritores de cualquier linaje continuaron utilizando el sintagma. Castellano, como extensión significativa, se aplicó a los hombres de España, fueran o no castellanos, y, con ellos, a la lengua que hablaran. De ahí la frecuencia con que el término aparece y su arraigo hasta los escritores de hoy. Pero al margen de este hecho, suficientemente claro en la obra de Amado Alonso, hay otro que por moderno que en sí sea, puede perturbar el estado de cosas: castellano va considerándose arcaísmo ambiguo y los lingüistas defienden -y han conseguido imponer en los textos escolares- el término español50. En Colombia se ha librado la primera batalla: no en vano es el país de Cuervo, de la tierra más sensible a los problemas de la lengua.

En cuanto al mundo sefardí, he tenido ocasión de ocuparme del asunto en otro trabajo y los informes allegados nada tienen que ver con castellano51.




- II -

En los datos que poseo -repito, insuficientes, pero creo que muy ricos- he podido ver cómo esas dos términos que se han enfrentado planteaban problemas muy distintos, pues si castellano siempre significó algo muy preciso, aun dentro de sus no pocas heterogeneidades, ni español nunca fue -ni lo es- una palabra exenta de valores polémicos. Pero intento situarme en un plano de validez general, fuera de localismos y de posturas sentimentales. Entonces resulta que español es un término que abarca a todas las gentes de España, no sólo a las castellanas y es, sigo a Amado Alonso, un concepto estrictamente lingüístico (lengua común a todos los españoles sean catalanes, vascos o gallegos, aragoneses, leoneses, etc.) y no geográfico (tan español es el castellano como cualquiera de las otras lenguas peninsulares). Concepto lingüístico porque es la más difundida, hablada y utilizada por todas las gentes de nuestro solar.

Pero llegar aquí no ha estado exento de vicisitudes; español se opone a otras lenguas (caldea, inglesa, latina, etc.); desde la Edad Media hasta Feijoo; después, español se utilizó como valor general y absoluto, esto es, sin regiones que recabaron para sí solas el término español (identificado por los andaluces como 'sevillano' o 'andaluz' en los siglos XVI y XVII). Convertido, pues, español en 'lengua de los españoles', pasó a América y allí hasta hoy, y ciertamente en proporción minoritaria, alternó con castellano. Sin embargo, español tenía una historia que le dio un valor definitivo, antes y aparte de la formación del Estado español, aunque en él se apoyara: era la designación válida para todas las gentes de Hispania y, lógicamente, In del instrumento lingüístico en que todas podían entenderse. Lengua de cultura y no sólo de un parvo terruño, porque hasta los más incultos de los castellanos tenían una proyección universal que no conseguían las gentes de las otras regiones52.

Castellano entra en unas cuantas lexías compuestas (lengua castellana, lenguaje castellano, idioma castellano, hablar castellano) y en una simple (castellano). En un principio el término que convive con romance o con ladino53 (incluso se habla de romance castellano o de ladino castellano); pero, a partir de 1500, lengua castellana es término que no pierde vigencia, pero -en mis materiales al menos- no puede compararse en frecuencia con castellano, término que empiezo a documentar en 1515. Y no debe considerarse fortuito: español y castellano, sin más caracterizaciones, son producto del Renacimiento, cuando se logra la plenitud de las lenguas vulgares y es innecesaria ninguna referencia para caracterizarlas54. Romance, vulgar dejan de ser acompañantes de castellano o español, pues las lenguas nuevas han alcanzado la misma madurez que tienen las clásicas. El resto de las designaciones apenas si significan ya nada. En este momento, castellano sufre la fuerte colisión de español (lengua y hombre), pero no decae en su uso ni en los casos que pudiera esperarse uso exclusivo del término más general (empleo por los académicos en momentos de máxima solemnidad, aduzco ejemplos de 1921 a 1967). Y es que castellano no perdió un prestigio basado en el origen de la lengua, en la fama de unos escritores o en el arcaísmo, según señaló Amado Alonso. Pero estas razones sólo operaron en las regiones que se identificaron con Castilla y que en Castilla vieron un ideal lingüístico o político55, porque en otras la palabra sufrió una degradación, fue el negativo de lo que los demás veían como una aspiración. Así, por ejemplo, en el Fuero de Cetina [1156-57], entre los insultos graves figuran «cornuto vel traditore, vel gaffo, vel ipso verbo de Castilla»; en el de Estella [1164], «latro probatus, traditor, deiectus, os fetidum, nomen Castelle», y en el Alhóndiga (prov. Guadalajara) [1170] aparece el mismo sintagma. Creo que no se trata de un insulto ocasional motivado por guerras . recientes entre navarros y castellanos, pues en un documento de 1347 todavía estaba vigente: Lope García de Barasoain fue insultado por García de Ahe, llamándole «ladrón probado et fijo del nombre de Castiella»56.

Cerremos el paréntesis negativo. Castellano, con todo su prestigio acrecentado por la fortuna de las armas, pasa a América, donde en tantas partes sigue como designación preferente, aunque en otras (en ellas también por dialéctica) ha cedido su puesto a español (Méjico, Puerto Rico). Pero es que castellano amparó a una de las más hermosas páginas de nuestra historia cultural: catecismos, artes y diccionarios en lengua indígena se multiplicaron hasta el infinito y sobre ellos pesó la autoridad de Nebrija, que había utilizado el término regional. Fue otro de los caminos por donde penetró lo que pudiera haber sido un arcaísmo. Bien es cierto que hoy, incluso en los sitios donde se prefirió tradicionalmente castellano (Colombia, por ejemplo), el neologismo español va ganando crédito por razones de coherencia: allí, castellano planteaba la duda de la modalidad lingüística que debiera enseñarse (¿castellano con zeta, con elle, con vosotros?), o español, término muchísimo más amplio en el que caben modalidades, españolas incluso, sin elle o sin zeta. ¿Y literatura?, ¿literatura castellana? ¿Con exclusión de Herrera y Gracián, de Sor Juana y la Madre Castillo, de Isaacs y Carrasquilla?57

En el mundo sefardí, donde Castilla no contó como en América, porque de ningún modo podía contar (no hubo integración en la Corona, sino dispersión desde todos los Reinos peninsulares), se prefirió el término abarcador (español) o se prefirieron modalidades de integración de grupo.





 
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