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Para una tipología del relato de viaje1

Blanca López de Mariscal





En todos los relatos de viaje que se han escrito, desde los orígenes de la cultura occidental hasta los de nuestros días, podemos encontrar una gran riqueza informativa sobre encuentros y transferencias culturales, tanto entre vecinos cercanos como entre pueblos que se desarrollaron en continentes distantes. Los relatos de viaje nos brindan información, no sólo sobre el encuentro con el «otro», sino también, y en gran medida, sobre la figura del narrador y el «mundo de vida» del que éste procede. Es por esto que, en un sugerente ensayo, Peter Burke ha sostenido que «... si tan sólo supiéramos como utilizarlos [leerlos], los relatos de viaje se encontrarían entre las fuentes más elocuentes para la Historia cultural»2. Estoy absolutamente de acuerdo con el postulado de Burke, en la medida en que, a través de los relatos de viaje, podemos obtener información sobre las percepciones que los narradores reportan cuando entran en contacto con una cultura que les es ajena. Sin embargo, una de las principales tareas que tendríamos que emprender es proponer una tipología de la las diversas formas que el relato de viaje ha asumido en diferentes momentos históricos, para, a través de su comprensión, poder también acercarnos a sus diversas posibilidades de lectura y la manera como, a través de los relatos de viaje se ha difundido nuevas formas de conocimiento del mundo. En este artículo prestaré especial atención a los diferentes tipos de relatos que nos han legado los viajeros que han visitado los territorios que hoy ocupa la República Mexicana.

Proponer una tipología de las formas que han asumido los textos que solemos leer como relatos de viaje, nos permitirá también vislumbrar una vía para entender la historia de los encuentros interculturales, como oportunidades en las que el ser humano suele realizar una de las más grandes aventuras en que se puede ver inmerso: «el encuentro con el otro», una aventura que en gran medida implica la redefinición del «yo» y la redefinición del «nosotros», puesto que, como afirma Todorov, «el mejor conocimiento de los otros puede permitir el mejoramiento de nosotros mismos»3. Es por eso que la revisión de los relatos de los viajeros del pasado nos ayuda a acercarnos al imaginario de aquellos que visitaron nuestro país y que plasmaron por escrito su impresión de México y de lo mexicano; de sus habitantes, de sus paisajes rurales y urbanos, de sus riquezas y sus miserias, pero sobre todo de aquello que el viajero percibe como diferente y que lo obliga a reflexionar sobre sí mismo y sobre la identidad del «otro».

Ahora bien, para abordar el tema de las diferentes manifestaciones, tanto históricas como escriturísticas de los relatos de viaje, conviene considerar el problema de los antecedentes de la formación del género literario, cuyas primeras realizaciones se remontan a los albores de la literatura occidental. Definir las características y la tipología de esta forma de relato ha sido para los teóricos de siglo XX un asunto delicado, dada la gran variedad de soportes narrativos en la que se han presentado los textos de los viajeros a través del tiempo. Basta echar un vistazo a los diferentes estudios que se han publicado sobre los relatos de viaje para darnos cuenta de que, dentro de este género literario, se considera lo mismo a las crónicas, que a las cartas de relación o cartas privadas, las historias naturales y morales, los diarios de viaje, o los relatos de sobrevivientes de diversas catástrofes, como los naufragios y las empresas bélicas. Nos encontramos también con textos muy heterogéneos en su finalidad y en su extensión; sus destinatarios suelen ser de muy diversa índole y van desde el monarca, a quien se le reporta sobre nuevos descubrimientos y conquistas, hasta el ámbito de lo estrictamente privado, en el que el destinatario es un amigo o familiar cercano. De la misma manera, las circunstancias de la emisión del texto responden a muy diversas motivaciones, por lo que para explorar la posibilidad de elaborar una tipología del relato de viaje, resulta indispensable clarificar una serie de conceptos ya anotados por diversos autores.

García Berrio4 propone una clasificación en la que apunta que es preciso hablar, no de un género literario, como algunos autores han querido plantear5, sino de un subgénero, ya que dentro de la tríada clásica que parte de Platón -lírica, épica y dramática- debemos considerar los Géneros propiamente dichos, a partir de una definición tanto formal como temática, por ejemplo la tragedia, la epopeya, la égloga, el ensayo6... Desde esta óptica, creo que el relato de viaje debe ser clasificado como un «subgénero» en el que habría que considerar no sólo aspectos formales sino también aspectos temáticos, por eso cuando nos referimos a esta forma de escritura hablamos siempre de «Relato de viajes», en donde "relato" es el aspecto formal y el "viaje" nos da el eje temático.

En el «Relato de viajes» nos encontramos con un discurso elaborado a partir de la interacción entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas del viajero7. En él la información que se desea transmitir al receptor se dispone a partir de recursos narrativos y descriptivos que tienen como finalidad la reconstrucción discursiva del espacio visitado. La proliferación de textos en los que se narran experiencias de viaje en el mundo occidental está íntimamente relacionada con el interés de los receptores por conocer la «realidad» de un mundo distante, al que sólo tienen acceso a partir de los relatos legados por los viajeros. Entender el relato de viaje como un subgénero con características propias nos obliga a plantear una serie de preguntas sobre los relatos mismos.

La primera pregunta sería: ¿Se escriben igual los relatos de viaje desde la antigüedad hasta nuestros días? ¿Mantienen estos textos las mismas características a través de los tiempos? La respuesta inmediata tendría que ser que no, puesto que el relato de viaje evoluciona de la misma manera que se han transformado las formas de viajar y el conocimiento del mundo desde la antigüedad clásica hasta nuestros días. Tanto los relatos de la antigüedad como los relatos de viaje medievales, se encuentran aderezados con un sinfín de elementos fantásticos, producto de la imaginación de aquellos que recorren los espacios ignotos o nunca antes alcanzados por otros seres humanos procedentes del espacio del que el narrador es originario. Por tal motivo estos relatos de viaje acogen entre sus líneas narrativas, sin cuestionamiento de veracidad, seres y espacios que se habían originado en los cuerpos mitológicos de las diferentes culturas orientales y mediterráneas. De tal forma que no es extraño encontrar en ellos a las sirenas y las amazonas; a los cíclopes y a los unicornios; los paraísos y los infiernos que antes habían formado parte de los relatos vedas, persas o grecolatinos.

En la medida en que el conocimiento del mundo va avanzando, estos elementos fantásticos se van retirando de forma lenta y paulatina de tal manera que muchos de ellos, de los elementos fantásticos y mitológicos, aún se encuentran formando parte del horizonte de expectativas de los viajeros que llegan al Nuevo Mundo en los siglos XVI y XVII. En el siglo XVIII, en cambio, los elementos fantásticos se han retirado casi por completo del relato, de tal forma que los temas geopolíticos, comerciales y científicos se apoderan del discurso de los viajeros, cuyo interés se centra en aquellos aspectos del territorio recorrido que pueden redituar ganancias a los patrocinadores de la empresa. El siglo XIX, en cambio, se nos presenta, en el mundo entero, y en particular en el territorio mexicano, como el siglo en el que se define el relato de viaje moderno, en el que el texto está destinado a dar una relación fidedigna y, de ser posible, sujeta a comprobación del espacio que el viajero recorre y del que da cuenta en su relato. Es una exigencia que hoy en día consideraríamos como indispensable en el texto de alguien que desea dar un testimonio de su desplazamiento entre el territorio que le es propio y el territorio visitado o, como mínimo, que dé cuenta de un referente verificable. De ello se desprenden algunos otros rasgos sobre los que también conviene reflexionar.

En segundo lugar, habría que preguntarse si existe siempre el mismo tipo de relación entre el narrador y el espacio narrado En otras palabras, el narrador en un relato de viaje, ¿es siempre un viajero? En muchos de los textos que tradicionalmente se han leído como relatos de viaje, el narrador no es realmente un viajero, si no un personaje que se ha desplazado a los territorios por él descritos. Por tal motivo, se establece una relación cualitativamente diferente entre quien narra desde su espacio cotidiano y el que narra a partir de una experiencia vital. Se trata de un factor clave para el relato de viaje y que ha tenido diferentes ponderaciones a través de los tiempos. Veamos cada uno de los casos posibles.

Un primer tipo de narrador es el «Autor testigo». Se trata de aquel que para narrar su viaje parte de su propia experiencia; este tipo de autor ha sido privilegiado en todos los tiempos, ya que se trata de un viajero que es narrador y protagonista de los hechos que se relatan. La construcción de su texto se sustenta en la experiencia que es la base del conocimiento del espacio narrado. Hernán Cortés8 y Bernal Días del Castillo9, por poner sólo dos ejemplos, forman parte de este grupo; ellos sustentan la credibilidad de su narración y de sus descripciones en el valor testimonial que su palabra adquiere: «yo lo vi», «porque yo lo vi, y porque yo estuve ahí, puedo asegurar que es verdad», son razonamientos constantes en este tipo de relato.

Un caso diferente es el del «Autor recopilador», es decir, aquél que no se ha desplazado a los territorios que describe, por lo que para los lectores contemporáneos no sería estrictamente un viajero. Sin embargo, desde la antigüedad grecolatina hasta el siglo XVII, los textos escritos por este tipo de narrador son considerados también como relatos de viaje, por el solo hecho de que dan cuenta de lugares remotos. En ellos el autor se presenta a sí mismo como parte de los hechos a los que hace referencia, pero en este caso su constructo narrativo se sustenta en otros textos y en otros relatos por él recopilados, que son presentados como experiencias propias. Este tipo de construcción tiene como finalidad mostrar la obra como parte de su propia experiencia, en aras de que aparezca no sólo como verosímil sino como verdadera. El del viajero medieval Juan de Mandeville10 podría ser un magnífico ejemplo de esta variante, ya que se sospecha que el autor nunca visitó las tierras de las que habla y se remite a narrar los lugares comunes de viajeros de la antigüedad. Por otra parte, tenemos casos como el de Pedro Mártir de Anglería11 quien fue una especie de corresponsal que narró los viajes españoles de descubrimiento y conquista en el Nuevo Mundo y del que sabemos de cierto, que sus Décadas fueron escritas a partir de la información que el italiano recibía de los viajeros que regresaban de los territorios de ultramar. Un caso híbrido entre el «autor teórico» y el «autor empírico» sería la versión que ha llegado hasta nosotros del Diario de a bordo de Cristóbal Colón12, ya que ante la pérdida del texto original, lo que en la actualidad podemos leer es una trascripción elaborada y publicada por Fray Bartolomé de las Casas en la que el receptor puede identificar la voz narrativa del Almirante, así como las inserciones hechas por el fraile dominico, en las que interpreta, completa o transforma el texto original.

Por último, se puede también dar el caso de un «Autor ficcionalizador», que asume la figura de inventor. Su trabajo se acerca más al de un novelista, sólo que el espacio descrito es un espacio referencial sujeto a comprobación. Este tipo de relato se presenta cuando se privilegia los afanes de objetividad y de verosimilitud, por lo que en el texto se suelen acumular pruebas e indicios que remiten al lector al espacio recorrido por el narrador. Se sospecha que el Conquistador Anónimo que supuestamente acompañó a las huestes de Hernán Cortés, en la toma de México Tenochtitlan, pudo haber sido un narrador de este tipo construido o inventado por Giovanni Battista Ramusio13, el editor veneciano que publica el texto de ese «Gentiluomo del Signor Fernando Cortese» por primera vez14. ¿Por qué le podría interesar a Ramusio inventarse un autor con estas características? Es un tema que he tratado en otros estudios; para mí la respuesta es que en la recopilación de textos sobre la conquista de la Nueva España que el veneciano estaba preparando, le faltaba un narrador que tocase los temas que fueron tan importantes para la construcción del imaginario sobre el salvajismo de los indígenas mesoamericanos, es decir, un texto en el que se incluyera información sobre los sacrificios humanos, la sodomía y el canibalismo, entre otros también escabrosos. Por tal motivo, podría suponerse que Ramusio se inventa al «Gentiluomo», y publica «su texto» en la compilación que apareció en Venecia en 1556, bajo el título de Terzo Volume delle Navigationi et viaggi15.

El tercer aspecto sobre el que es preciso reflexionar se encuentra en la relación que existe entre la descripción y la narración. Este es un factor que se sustenta en el nivel discursivo del texto y está relacionado con la forma en que descripción y narración se entremezclan y se presentan en el relato. Desde esta óptica, se pueden apuntar las siguientes posibilidades para la construcción del texto:

En algunos casos el relato es concebido como acción; se trata de relatos en los que se da primacía a la narración, con un principio, un medio y un fin, y por lo tanto el desarrollo está orientado hacia un desenlace. En el relato de viaje, desde luego, este principio y este fin corresponden con el periplo del viajero que se concibe a sí mismo como el protagonista de una gran aventura, que es el viaje mismo, ya que éste le permite adentrarse en territorios ignotos o salvajes. En ellos la descripción siempre está subordinada a la narración de las acciones y «son éstas [las acciones] las que configuran la trama del relato», como bien apunta Sofía Carrizo Rueda en su artículo titulado «¿Existe el género "relatos de viaje"?»16. En muchas ocasiones estos textos suelen coincidir con las categorías de «Autor testigo» y «Autor ficcionalizador», porque en ambos casos lo que importa es destacar la aventura y la forma cómo el narrador se ve involucrado en ella. En el caso de los viajeros a la Nueva España en el siglo XVI, se presenta además un factor de orden historiográfico por el que destacar la aventura es muy importante. Durante la Edad Media el texto histórico gira alrededor del monarca y su corte; las crónicas que se escriben tienen al soberano como centro de atención y los hechos que se consignan parten de las acciones de la figura del poder. En cambio en el Renacimiento, y a partir de los descubrimientos del Nuevo Mundo, la figura central es el conquistador que se interna en los territorios desconocidos, puesto que es al mismo tiempo protagonista del texto en él que el mismo narra sus aventuras. Por tal motivo, las acciones que se llevan a cabo, la aventura y las múltiples desventuras del narrador testigo, son el núcleo de todo el relato, desplazándose el tradicional centro del monarca y su corte, hacia el espacio de los territorios recientemente descubiertos y conquistados.

En otros casos, el relato es concebido como imagen. En este tipo de relatos se da primacía a la descripción y las acciones se presentan como parte de un espectáculo destinado a la observación. En estos textos, las escenas que se van configurando son más importantes que el desenlace:

... revisten el mismo valor las descripciones de las aventuras vividas por el viajero, que las de los edificios, sitios naturales, curiosidades etc. pues todos los elementos están subordinados a la creación de un espectáculo17.



Esto quiere decir que para el narrador es más importante describir los espacios por los que se viaja y a sus pobladores que hablar de su travesía, de su recorrido o de su propia aventura. Es algo que sucede con mucha frecuencia en los textos medievales, La embajada de Tamorlán18 y El libro de Marco Polo19 son magníficos ejemplos de esta forma de acercarse al espacio visitado, que se convierte en el protagonista del texto. Por otra parte, es natural que esta forma de construir el relato de viaje haya sido superada por la actitud renacentista al constituirse el narrador en el centro y el héroe de su propia historia.

Es también importante reflexionar sobre el nivel pragmático y plantearnos preguntas como: ¿En qué forma se inserta el texto del viajero en la comunidad que forma su primer ámbito de recepción? En otras palabras, ¿qué relación existe entre el emisor del texto y el destinatario o lector implícito del mismo? Para ello habría que recurrir no sólo a entender los diversos tipos de emisores, sino también a los destinatarios explícitos o de primera instancia de los textos y, de la misma forma, considerar los destinatarios a los que iban dirigidas las ediciones posteriores del texto, sean estas ediciones de libros autónomos o recopilaciones en textos misceláneos o antologías, libros que recogen el texto en su lengua original o traducciones, en fin, todo aquello que está relacionado con los diferentes niveles de recepción del relato de viaje.

Empecemos con los emisores del texto, ¿quién viaja? y de los que viajan ¿quiénes escriben relatos de viaje? Para responder esta pregunta Pedro Chalmeta en su artículo «El viajero musulmán», inspirado en la clasificación que Ibn Rusteh, propone en su K.al-a´laq al nafisa redactado post 290/903, divide a los viajeros en dos grandes apartados:

  1. Los que se desplazan de motu propio: clasificación que abarcaría tanto a los profesionales (mercaderes, marinos, transportistas terrestres etc.) como a los privados (peregrinos, estudiantes etc.); y,
  2. Los que viajan por mandato ajeno: entre los que se encuentran los viajeros oficiales como los embajadores o informadores, los correos. Viajeros también son los esclavos, los cautivos, los prisioneros de guerra o apresados por piratas obligados a seguir a sus amos o a los que los acaban de comprar20.

Esta clasificación, aunque pensada para el mundo y los viajeros musulmanes, resulta pertinente para acercarnos a los viajeros que llegaron a territorio mexicano entre el siglo XVI y XIX. Son dos grandes categorías en las que pueden ser clasificados los viajeros de todos los tiempos.

¿Quién viaja a lo que es ahora el territorio mexicano? Y ¿Cuáles son las motivaciones y los fines del viaje a nuestro continente? En la primera mitad del siglo XVI (a partir de los descubrimientos que se habían iniciado en 1492), las posibilidades de emprender viajes de exploración y de conquista para los europeos, y especialmente para los súbditos del emperador Carlos V, van a abrirse en un enorme abanico de opciones. Cristóbal Colón buscando la tierra de Catay, el actual Japón, se había encontrado con un continente insospechado al que en una primera etapa se le daría los nombres de «Indias» o «Islas y tierra firme del mar Océano». En unos cuantos años, entre 1519 y 1556, la Corona española habría de construir un imperio de casi dos millones de kilómetros cuadrados21, y sus súbditos se establecerían en todos los confines de este vasto territorio, transformando definitivamente la fisonomía de las tierras conquistadas. En la etapa de conquista y colonización comprendida entre el siglo XVI y el XVIII, los que viajan por mandato ajeno, suelen ser súbditos de la Corona española; entre ellos figuran los conquistadores, los misioneros y los funcionarios del Imperio. Pero ¿Cómo eran sus distintos relatos de viaje?


Los que viajan por mandato ajeno

Los primeros en llegar a la Nueva España, lógicamente, son los exploradores y los conquistadores. Dos expediciones precedieron a la de Hernán Cortés: la primera, en 1517 comandada por Francisco Hernández de Córdoba y la segunda por Juan de Grijalva en 1518. La expedición de Cortés fue narrada por él mismo en sus Cartas de Relación. La primera carta se ha perdido, pero sabemos por las referencias que a ella hace Cortés en la segunda, que como las otras tres tiene como destinatario explícito al Monarca, con la salvedad de que la segunda carta está dirigida a Juana y a Carlos, ya que, en el momento de la escritura de la misma, Carlos aún no había asumido plenamente el poder. Los textos de estas cartas son, por tanto, representantes de un discurso oficial. En ellas se narra, al igual que en la Verdadera Historia de Bernal, las impresiones de uno de los primeros visitantes europeos a tierras mexicanas.

Bernal Díaz del Castillo es otro ejemplo de un conquistador que a través de un texto consigna su experiencia, en su magna obra Verdadera Historia de la Conquista de la Nueva España, una de las piezas angulares para conocer las percepciones de las tierras conquistadas vistas desde la óptica de uno de los soldados de Hernán Cortés. Él mismo se declara en el preámbulo del libro como un viejo torpe para la escritura porque, como él mismo dice, no es latino ni posee la elocuencia y la retórica que se precisan para emprender tal proyecto. Sin embargo, hay dos cosas que a su entender tienen la capacidad de suplir su falta de latines, y que son el haber sido testigo presencial de los hechos y la ayuda de Dios:

... y para poderlo escribir tan sublimemente como es digno, fuera menester otra elocuencia y retórica mejor que la mía; más lo que yo vi y me hallé en ello peleando, como buen testigo de vista yo lo escribiré, con la ayuda de dios, muy llanamente sin torcer ni a una parte ni a otra...22



El destinatario explícito de la obra son sus hijos y su descendencia, para quienes declara no tener otra riqueza que dejarles si no esa, su relación «verdadera de la historia» aunque al continuar con su narración, el lector descubre que existen otras motivaciones para consignar por medio de la palabra la historia de la Conquista: una de ellas es enterar al Monarca de quiénes han participado en la hazaña y de la magnitud de la misma, y la otra es contrarrestar las noticias que circulaban en España producto de la pluma de escritores que no habían vivido la experiencia de la conquista:

... por lo que a mí me toca y a todos los verdaderos conquistadores, mis compañeros que hemos servido a Su Majestad en descubrir y conquistar y pacificar y poblar todas las más provincias de la Nueva España, que es una de las buenas partes descubiertas del Nuevo Mundo, lo cual descubrimos a nuestra costa sin ser sabedor de ellos Su Majestad, y hablando aquí en respuesta de los que han dicho y escrito personas que no lo alcanzan a saber, ni lo vieron, ni tienen noticia verdadera de lo que sobre esta materia hay...23



Unos cuantos capítulos más adelante especifica quienes son esas personas que sin tener información directa sobre los hechos están desfigurando lo que él considera que es la «verdadera» hazaña: «Estando escribiendo esta mi crónica, [por] acaso vi lo que escriben Gómara e Illescas y Jovio en las conquistas de México y Nueva España [...] en todo escriben muy vicioso» 24. El anterior va a ser un punto medular de la escritura de Bernal, ya que él se siente con la autoridad de escribir puesto que ha sido un testigo presencial y, como se recordará, ésta es una de las características más sobresaliente del discurso histórico de la época y muy especialmente de la escritura de las crónicas que proceden de la pluma de los conquistadores.

Otro ejemplo del discurso de conquistador que nos ha legado sus experiencias en un texto es la crónica de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y la Relación de la Nueva España cuyo autor se conoce como el Conquistador Anónimo. La obra de cabeza de Vaca es la más antigua narración de un viaje en el Septentrión mexicano que no tiene como destino la Ciudad de México y el texto del Conquistador Anónimo es un buen ejemplo de un tipo de textos que en las décadas de los cincuenta y los sesenta fueron considerados como crónicas falsas o fantasiosas ya que, o no se puede averiguar su autoría, o no es posible comprobar que sus autores realmente estuvieron en tierras novohispanas.

Cabeza de Vaca25 fue uno de los hombres de la expedición de Pánfilo de Narváez que naufragara en las costas de la Florida. Narváez había sido nombrado adelantado por Carlos V con el fin de llevar a cabo la conquista y pacificación de las tierras que estaban comprendidas entre el río de las Palmas y el cabo de la Florida. La flota en la que viajaba Cabeza de Vaca contaba con cuatro navíos, un bergantín, 400 hombres y 80 caballos. Sin embargo, la suerte les fue siempre adversa y el mal tiempo los obligó a fondear sus barcos cerca de lo que hoy es la bahía de Tampa. En su obra, que se conoce con el nombre de Relación de los naufragios y comentarios de Álvar Núnez Cabeza de Baca, adelantado y gobernador de Río de la Plata26, Álvar narra los diez años que le tomó poder regresar otra vez a España y las aventuras que vivió entre los indios americanos, así como las casi dos mil millas que hubo de recorrer para encontrarse de nuevo con cristianos. El destinatario del texto de Álvar Núñez es, como en los casos anteriores, la figura en el poder, ya que en los años inmediatos a la publicación de su texto Núñez se encontraba solicitando un puesto en la provincia de Río de la Plata. Tenemos que agregar también que ya para entonces se empezaba a gestar una conjura en su contra, que lo llevó a los tribunales y a consecuencia de la cual sufriría cárcel entre 1544 y 1546 y posteriormente el destierro en África. La redacción de su Relación, por lo tanto, fue para Cabeza de Vaca un arma destinada a convencer a sus detractores de su lealtad a la Corona y a Dios, que lo había sacado con bien de innumerables peligros.

El texto del Conquistador anónimo tiene también particularidades interesantes, ya que es un texto que no tiene un destinatario explícito y que por, haber sido originalmente publicado en italiano, podemos suponer que está destinado al gran público europeo, no español, y muy especialmente a los que tenían gran interés por leer relaciones de los viajes de descubrimiento y conquista que se estaban llevando a cabo.

Inmediatamente después de los conquistadores empezaron a llegar los misioneros. El primer grupo de franciscanos que venía ya con la encomienda específica de evangelizar a los pueblos conquistados llegó a la Nueva España en 1523; a ellos los siguieron los agustinos y posteriormente llegaron los dominicos. En todas las órdenes mendicantes hubo grandes relatores de la conquista y de la colonización de la Nueva España, como Fray Toribio de Benavente Motolinía, Fray Bernardinio de Sahún o Fray Joseph de Acosta. Pero deseo destacar solamente un texto de sumo interés y que cumple con todas las características del relato de viaje: el de Fray Tomás de Torre, titulado Desde Salamanca, España, hasta Ciudad Real de Chiapas. Diario de viaje, 1544-1545. Publicado en México en 1944 por el arqueólogo y antropólogo Franz Bloom27.

Tomás de Torre fue un fraile dominico que se embarcó hacia la Nueva España en compañía de Fray Bartolomé de las Casas y otros 46 miembros de la misma orden en el año de 1544. El fraile se ocupó de escribir un diario de su travesía desde el momento en que salieron de Salamanca, abordaron las naves en Sanlúcar de Barrameda, desembarcaron en Campeche y, tras múltiples dificultades, llegar a lo que hoy es San Cristóbal de las Casas en México. Su interés estriba en que es un texto que narra una ruta de llegada poco usual en este tipo de narraciones, en las que la gran mayoría de los textos nos hablan de la ruta Veracruz-México; y también por el hecho de que se trata de un diario de viaje con todo el sentido de la palabra. No es pues una carta de relación, ni una crónica de conquista o de evangelización, como las de tantos otros misioneros, sino que se trata de un texto en el que el emisor tiene como intención primaria relatar el viaje mismo, aunque al interior del relato podamos muy pronto descubrir el afán de justificación de la propia empresa, que es el común denominador de este tipo de textos. Es, además, un texto que ha sido muy poco estudiado, y solamente parcialmente traducido al inglés en 1972 para una antología preparada por Irving A. Leonard, Colonial travelers in Latin America28.




Los que viajan de motu propio

Al mediar el siglo, los viajes a las Indias, de individuos que decidían cruzar el océano por su propia iniciativa, se fueron haciendo cada vez más frecuentes; las flotas salían de España con bastante regularidad y regresaban cargadas de riquezas que atraían la atención de propios y extraños. Por un corto período de tiempo, entre 1526 y 1549, no sólo los españoles, sino también los súbditos del imperio de Carlos V tuvieron derecho a embarcarse en la Carrera de Indias29. No era extraño por tanto, encontrarse con viajeros que no son nativos de la península: genoveses, napolitanos, alemanes o flamencos30, que por diferentes motivos se aventuran para alcanzar las tierras del Nuevo Mundo.

Entre los que nos han legado relaciones de sus viajes existe un interesante grupo de viajeros ingleses y franceses que llegan a la Nueva España, a quienes, dadas las motivaciones del viaje, podríamos dividir en dos subgrupos, formado uno de ellos por comerciantes, el otro por piratas. Tenemos noticias de ellos, no sólo por sus narraciones de viaje, sino también porque en muchos casos fueron sujetos de inquisición, y es a partir de los procesos inquisitoriales que han sido estudiados por autores como Julio Jiménez Rueda31, Georges Baudot32 y Jean Pierre Bastián33 entre otros.

En el caso específico de los ingleses nos encontramos con individuos que nos han legado sus memorias de viaje. Estas memorias fueron originalmente publicadas por Richard Hakluyt34 en 1589, en una colección titulada: The principal navigations, voyages and discoveries of the English nation, made by see or land...35; posteriormente fueron parcialmente traducidas por García Icazbalceta y publicadas en la colección Obras, en México en 189836. Son documentos que nos permiten acercarnos a las impresiones y las percepciones sobre el territorio visitado desde una óptica diferente a la de los viajeros españoles.




«Comerciantes»

Entre los viajeros que tradicionalmente han sido calificados como comerciantes tenemos el relato de Robert Tomson, del cual Hakluyt publicó una Relación de viaje titulada: «The voyage of Robert Tomson merchant into New Spaine, in the yere 1555»; Roger Bodenham, autor de un texto muy corto: «The voyage of M. Roger Bodenham to San Juan de Ullua in the bay of Mexico, and from thence to the city of Mexico, Anno 1564»; y Henrie Hawks, quien también escribió a petición de Hakluyt sus memorias tituladas «The voyage of Henrie Hawks merchant to Nueva Espanna... 1572». Hay un cuarto personaje a quien podríamos también incluir dentro de este grupo: John Chilton en cuyo «Memorable voyage to all the principall parts of Nueva Espanna and to diverse places in Perú... in March 1568»; en su texto Chilton se clasifica a sí mismo, no como un comerciante, sino como un viajero deseoso de ver el mundo37.

En el caso de los ingleses, los textos tienen como destinatario de primera instancia al mismo Sir Richard Hakluyt, quien recopila y en algunos casos solicita a los viajeros que escriban sus memorias para de esa forma lograr que se estudien a «los más grandes capitanes del mar, los más destacados comerciantes y a los mejores marinos de nuestra nación»38. Hakluyt fue también consejero para las empresas británicas transoceánicas. Su obra, The principal navigations Voiages and Discoveries of the English Nation..., es un texto considerado como «the prose epic of the English nation» que, más que un documento histórico de exploración y aventura, es un instrumento diplomático y económico destinado a sustentar el derecho británico de conquistar los mares y establecer colonias en ultramar, por lo que tiene como destinatarios de segunda instancia a los grupos que en la Gran Bretaña tenían el poder de impulsar los viajes y las conquistas de ultramar. En todo caso, para nosotros son textos en los que podemos encontrar la imagen que el territorio y los pobladores novohispanos del siglo XVI proyectaron en los visitantes ingleses. Son también textos que dan información de las características físicas del terreno, las posibilidades de comercializar los productos de la tierra y, sobre todo, de la capacidad defensiva de los puertos y ciudades importantes. Este tipo de información es lo que ha hecho creer a estudiosos como José Ortega y Medina que se trata de textos destinados a apoyar las ideas expansionistas de las grandes potencias europeas a finales del siglo XVI y principios del XVII.

Otro grupo de extranjeros cuyos textos han sido publicados por Hakluyt se caracteriza por haber llegado a la Nueva España formando parte de las flotas de grandes piratas ingleses, como John Hawkins, quien arribó a las costas novohispanas en 1568. De él existe también una relación de viaje publicada por Hakluyt bajo el título de «The 3.° unfortunate Voyage made with the Iesus, the Minion, and foure other shippes, to the partes of Guinea, and West Indias...». En este grupo me interesa también mencionar a Sir John Hawkins (1532-1595) porque, a consecuencia de su incursión, entre 75 u 80 de los sobrevivientes de su armada vivieron por varios años en territorio mexicano. En su Tercer viaje a nuestro continente (1567-1568), Hawkins comandaba dos embarcaciones: una de ellas el «Jesús de Lubeck», pertenecía a la Reina, y la otra se llamaba el «Minino», mientras que las otras tres estaban al mando de Francis Drake. Después de vender a sus esclavos en el Caribe, el mal clima y la falta de agua los forzó a refugiarse en San Juan de Ulúa al tiempo en que llegaba a la Nueva España el nuevo virrey Don Martín Enríquez con su flota. Las dos armadas se enfrentaron y los ingleses fueron vencidos por los españoles. Sólo dos naves pudieron escapar: el «Mynion» al mando de Hawkins, y la otra el «Judith», al mando de Drake. Días más tarde Hawkins tuvo que dejar parte de su tripulación en un paraje cercano a la desembocadura del Pánuco. A este grupo de «piratas» pertenecen los autores a los que Lourdes de Ita Rubio ha denominado con acierto, el grupo de «los desembarcados», ya que llegaron a la Nueva España no por su propia voluntad sino porque las circunstancias obligaron a Drake y a Hawkis a abandonarlos en la costa del Golfo de México. Entre ellos están Miles Phillips, Job Hortrop y David Ingram. Los tres fueron, a la vuelta de los años, tomados prisioneros y sometidos a juicios inquisitoriales por sus ideas luteranas. En sus textos se encuentra una rica información sobre la vida en la Nueva España y la forma en que los autores lograron burlar la vigilancia del Santo Oficio para huir de sus captores y conseguir así regresar a Inglaterra en donde todos ellos escribieron sus relatos. En la relación de Ingram, por ejemplo, es también abundante la descripción sobre la vegetación; el autor pone buen cuidado en describir el provecho que se puede sacar de cada una de las partes de las diversas plantas alimenticias que describe; la fauna también es descrita, muchas veces se presenta como fabulosa, tanto por su tamaño como por sus características; los nativos con los que se encuentra el viajero en su huida hacia el norte del continente, suelen ser presentados como amigables y, aunque desnudos, se adornan con preciadas joyas de plata y oro. El autor hace constantemente referencia a la riqueza de la tierra, de la que reporta haber visto enormes ciudades y gran abundancia de oro plata, perlas y piedras preciosas.

Hasta aquí este rápido panorama sobre algunos de los que escriben reportes de sus viajes en la Nueva España. La mayoría, como vimos antes, son súbditos de la corona española, aunque sólo por excepción encontramos algunos no españoles que por accidente, o por haber burlado la vigilancia del Consejo de Indias, lograron llegar a tierras novohispanas. Creo que los ejemplos brindados son suficientes para darnos una idea de las características de los autores y los destinatarios de los relatos de viaje durante la época colonial.



A modo de conclusión puede decirse que no es sino hasta el siglo XIX, a partir de la declaración de independencia y la apertura de las fronteras de México a visitantes no españoles, cuando empezaremos a encontrar cambios significativos en este tipo de textos. Dichas innovaciones son las que, por otro lado, empiezan a perfilar el relato de viaje a partir de una serie de características que son más propias del ilustrado liberal decimonónico, deseoso de dar cuenta de las propiedades de un territorio hasta entonces vetado para los visitantes ajenos a la Corona española. Casi todos los viajeros del XIX llevan en su equipaje, o si no al menos en su horizonte de expectativas, a Alexander von Humboldt, quien visitó la Nueva España entre 1803 y 1804. Su obra Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España había sido ampliamente difundida en Europa y tuvo una enorme influencia en los viajeros que lo precedieron. Se trata de un ensayo estadístico y descriptivo de la Nueva España que tenía como destinatario al mismo Carlos IV «rey de España y de las Indias» y que había de ser también publicado con todos los permisos pertinentes y a costa del erario real. Este ensayo es el resultado de una serie de investigaciones científicas que, bajo el auspicio y la protección real, Humboldt realizó para «investigar las causas que más han influido en el progreso de la población y de la industria nacional»39, y que, tanto por lo acucioso de sus observaciones, como por la enorme cantidad de documentos a los que el Barón tiene acceso, se va a convertir en un texto de consulta obligada para todos los viajeros que lo precedieron.

A lo largo de su texto, Humboldt muestra un conocimiento profundo de la historia del territorio que recorre y en su discurso deja ver que ha sido un asiduo lector, tanto de los cronistas del siglo XVI, como Cortés y Bernal Díaz del Castillo, como de los historiadores jesuitas que en el siglo XVIII fueron expulsados de los territorios españoles, como Clavijero. En su ensayo Humboldt trata todos los grandes temas económicos presentes en la mesa de la discusión desde el momento mismo de los descubrimientos, como la riqueza de la tierra, la conexión interoceánica o el derecho de dominio sobre la población indígena. A partir de él, los textos de los viajeros que lo siguen retomarán consideraciones similares sobre el territorio y sus pobladores, dejando ver cuáles eran los intereses extranjeros que predominaban sobre México.

Los primeros en llegar fueron los diplomáticos ingleses, franceses, norteamericanos, alemanes, e italianos, entre otros. Todos ellos demuestran en sus relatos un gran interés en las posibilidades económicas de la nueva nación, ya que a partir de las observaciones de Humboldt infirieron que México era un país rico en recursos naturales, particularmente en metales, y que ofrecía grandes posibilidades de inversión. A pesar de sus observaciones con pretensiones científicas, no dejan de lado una serie de prejuicios y observaciones denigrantes sobre los pobladores de las tierras visitadas. Todos ellos recurren a enfatizar los aspectos retóricos de las descripciones, dando un lugar preferencial a los lugares comunes y los prejuicios culturales sobre los americanos, difundidos por los primeros europeos que llegaron a México en siglos anteriores.

Para cuando llegamos al siglo XIX, los textos de viajeros que recorren el territorio mexicano han cambiado considerablemente. Los elementos fantásticos, propios de los primeros conquistadores y cronistas, han desaparecido por completo, pues, como dijimos antes, la mirada de estos nuevos viajeros pretende insertarse en una visión más científica propia del espíritu ilustrado de la época; a pesar de ello, los prejuicios culturales prevalecen en clichés y expresiones que nos muestran a un narrador que se concibe como proveniente de una sociedad que él considera más avanzada, ya que forma parte del espacio en el que se marca la pauta de la civilización occidental.

El siglo XIX exige también a los relatos de viaje y a sus autores haber realizado el viaje del que dicen ser protagonistas, es de este modo que desaparece por completo el «Autor ficcionalizador» y el «Autor recopilador» que durante los siglos XVI y XVII habían sido perfectamente aceptados. En aras de la veracidad se exige que el que se dice viajero, lo sea realmente, y que su texto provenga, efectivamente, de una experiencia susceptible de ser comprobada. Ya no basta la construcción de la verosimilitud que durante la Conquista y la colonia se hacía a través de formas lingüísticas que privilegian el Yo testimonial; el siglo XIX exige la posibilidad de una comprobación científica perfectamente verificable. Por ello, textos como los de Humboldt están sustentados en mediciones, reconstrucciones gráficas y en una observación minuciosa de la naturaleza que deriva en la clasificación de sus especies.

Otra diferencia importante entre los textos de viajeros de la época colonial y de la época independiente radica en las características de los destinatarios. Mientras en los primeros se trata siempre de una figura en el poder a la que se reporta sobre exploraciones y logros, los relatos del siglo XIX tienen una recepción más amplia; suelen estar destinados no solo a la figura del poder, sino también a cualquier otro interesado en las posibilidades económicas de las tierras visitadas, considerando la consolidación del pensamiento capitalista y los avances de la Revolución Industrial en Europa Occidental.

A partir de todas estas consideraciones nos podemos dar cuenta de la riqueza que conlleva la lectura de los relatos de viaje, con lo que nos permitimos retomar la frase de Burke que citamos al inicio: «si tan solo supiésemos cómo utilizarlos, los relatos de viaje se encontrarían entre las fuentes más elocuentes para la historia cultural». Mi propuesta concreta, a lo largo de este trabajo, ha sido que, para leerlos, es preciso tener una conciencia muy clara no sólo de la información referencial que el texto nos otorga, sino también de las intenciones del mismo. Intenciones que tendremos la capacidad de descubrir cuando observemos detenidamente la retórica del relato, la relación entre el emisor y del destinatario y sus características específicas, así como las circunstancias que rodean la escritura. Los relatos de los viajeros en el territorio mexicano nos permiten hacer una exploración sobre los orígenes de las actitudes de «los otros» frente a «nosotros», y nos revelan las percepciones de las distancias culturales en las que tendríamos que crear puentes para lograr un acercamiento con aquellos con quienes compartimos el planeta.








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