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Paraguay: novela y exilio

Teresa Méndez-Faith



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[Indicaciones de paginación en nota.1 ]



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A mis padres,
protagonistas invisibles
de estas páginas.



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ArribaAbajoPrólogo

Migración, ostracismo, exilio interior, exilio exterior, desgarramiento continuo a lo largo de un tiempo del desarraigo sin amanecer. Tal es una de las constantes de la historia del pueblo paraguayo que -al decir de Roa Bastos- «durante siglos ha oscilado sin descanso entre la rebeldía y la opresión, entre el oprobio de sus escarnecedores y la profecía de sus mártires». Las circunstancias anómalas, a menudo trágicas, de su trayectoria histórica han influido en las modalidades y características de la producción literaria que surge en el ámbito de un espacio unas veces estrecho y hondo, como el que deja la represión a los que permanecen en el país, los que trabajan entre las penumbras de la amenaza, el miedo y la autocensura. De ese espacio que, otras veces, se amplifica hasta perder el suelo de la sangre, y que sin embargo se obstina en prender las raíces a la tierra manchada de sueños y recuerdos en la inacabable presencia del exilio. En esas condiciones, no es de extrañar que gran parte de la literatura paraguaya se realice en destierro, y que este fenómeno dilacerante marque los momentos capitales de su historia o los títulos más significativos de su acervo.

Soy un convencido de las relaciones «necesarias» entre la producción cultural y el estado de la sociedad en la que ésta se manifiesta. Si existe una literatura en que dichas relaciones son patentes, ésa es la paraguaya, marcada por los avatares en que su historia ha sido pródiga. Ello es tanto más evidente por cuanto que los escritores, con la lucidez que confiere la situación extrema, el caso hipertrófico, son conscientes de la «función» que están llamados a cumplir. Uno de los poetas más importantes de los años 40 la resume acertadamente cuando afirma: «El arte debe servir la vida, sea como confesión, sea como bandera. No hay, no debe haber belleza inútil». La frase es de Herib Campos Cervera, poeta del intimismo agónico por un lado, del desgarrado exilio por el otro, en donde muere, mordido por la rabia de la ausencia. Inconsciente o conscientemente, el juicio anterior se inscribe   —8→   en la más pura tradición de los textos orales de los antepasados Guaraní, en los que la estética se confunde con la ética.

Las precedentes reflexiones son producto de un cúmulo de datos dispersos en artículos y trabajos sueltos. Pero faltaba el estudio coherente que reuniera esos índices y propusiera una visión de conjunto a fin de poder sacar conclusiones válidas y útiles para la comprensión del fenómeno literario en el Paraguay. Un enfoque que permitiera comprender la asincronía de las letras paraguayas con respecto a las del continente, su discontinuidad, sus pozos de silencio, a los que siguen obras cimeras en el marco de la literatura universal, como Yo el Supremo, por ejemplo. En suma, los altibajos de su accidentada historia.

Es lo que se propone el trabajo de Teresa Méndez-Faith, mediante una investigación seria y responsable hecha a través de los dos autores más significativos de la narrativa paraguaya contemporánea. Ambos son, por su vida y por su obra, actores en el proceso cuya marca esencial es el extrañamiento. El estudio de cinco novelas -tres de Gabriel Casaccia, dos de Augusto Roa Bastos-, todas escritas en exilio, constituye una rica fuente para la investigación que realiza la autora. Lejos del criterio romántico de «creación», Teresa Méndez-Faith enfoca el análisis en la significación que esas obras adquieren en el contexto de la sociedad, con el criterio de funcionalidad capaz de vehicular el sentir, la voz de la comunidad a la que están expresando a través de esas construcciones verbales de gran coherencia e innegable calidad. Este enfoque le permite escapar de las consideraciones esteticistas gratuitas, para incorporar el criterio de arte como producto artesanal realizado con el instrumento de la palabra. Criterio caro a la tarea literaria de ambos escritores, y a la reflexión teórica de uno de ellos, Augusto Roa Bastos, lúcido analista además de portentoso fabulador de la realidad («lo que queda cuando ha desaparecido toda la realidad», en la definición dada por uno de sus personajes).

Teresa Méndez-Faith realiza su tarea de investigación con mucha conciencia, estableciendo primero los criterios básicos de la metodología socio-literaria utilizada, esbozando enseguida un panorama histórico que enmarca adecuadamente los parámetros exegéticos que se propone desarrollar. El análisis de los contenidos de las 5 novelas elegidas se realiza de manera pertinente a través de tres temas que la autora define como «recurrentes» y que son completados con lo que ella llama «contenidos formantes». Esta última parte concede atención especial al estudio del significante, elemento capital para la comprensión   —9→   de la otra cara de la trama narrativa, tanto más que estas obras significan no sólo una superación de las características maniqueas de las que le preceden, sino también -y esencialmente- la apropiación de un lenguaje multifacético en el que las diferentes capas expresivas van enriqueciendo la textura polisémica de la escritura.

El libro de Teresa Méndez-Faith tiene el enorme mérito de buscar una explicación profunda y coherente del proceso literario paraguayo, especialmente a través del fenómeno social del exilio, que lo marca en forma decisiva. Y de proponer una serie de pautas válidas para comprender la producción cultural de un país que ha permanecido a menudo en la sombra de los estudios de las letras latinoamericanas, unas veces por la dificultad de comprender una experiencia de gran particularidad, otras veces por la pereza o la inepcia de los críticos que se contentaban con rótulos efectistas como «la incógnita del Paraguay». La autora posee todos los recursos para penetrar en esa realidad textual y volverla diáfana. Este trabajo es la confirmación de su capacidad de realizarlo, y de hacerlo bien.

Rubén Bareiro Saguier

París-Exilio, enero de 1985



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ArribaAbajoA manera de introducción

Durante estos últimos cincuenta años, los continentes europeo y latinoamericano (sin contar el asiático) han sido teatro de una serie de hechos histórico-políticos que han convertido al exilio en una realidad recurrente cada vez más generalizada. Nos referimos, en forma especifica, al exilio masivo provocado por la Guerra Civil española de 1936-39; al alemán de la época del predomino nazi en los años treinta; al de judíos y disidentes intelectuales rusos de principios de la década pasada; a la emigración paraguaya resultante de la Guerra Civil de 1947 y del siguiente tercio de siglo de poder tiránico; y finalmente, a la chilena y uruguaya sobrevenidas a consecuencia de golpes militares (1973) que arrasaron con las instituciones democráticas de ambos países2.

El carácter distintivo de esas emigraciones es que las componían, en alto porcentaje, intelectuales y profesionales diversos -artistas, escritores, científicos- cuya militancia posterior ha tenido, y tiene, profundas consecuencias culturales, especialmente en el campo artístico-literario. No obstante, el interés de la crítica por investigar sus alcances y trascendencia es bastante reciente. En 1970, Terry Eagleton publica su libro titulado Exiles and Emigrés: Studies in Modern Literature, donde reconoce el notable papel cumplido en la literatura inglesa por algunos escritores extranjeros. Lo significativo del hecho es que abre su párrafo introductorio afirmando que entre los siete escritores más importantes de la literatura inglesa de nuestro siglo, sólo uno -D. H. Lawrence- es inglés; los otros seis son o extranjeros o emigrados: Conrad, James, Eliot, Pound, Yeats y Joyce3. En 1975, la revista Mosaic dedica todo un número a la literatura del exilio, examinando en una serie de ensayos las diversas maneras en que la condición de exiliados de sus autores afecta sus respectivas obras4. De fecha algo más reciente son los artículos reunidos en un número de 1978 de la revista venezolana Nueva Sociedad, en los que se investiga específicamente la problemática actual del exilio en Latinoamérica en   —12→   relación con las circunstancias histórico-políticas que rodean al escritor exiliado5. La frecuencia con que en los últimos años se dan curso a estos trabajos, es sintomática: hace pensar que la realidad del exilio ha dejado de constituir un estado excepcional6 para el escritor latinoamericano, convirtiéndose hoy día en una situación habitual, frecuente y permanente.

Emigrados, desterrados, transterrados, expatriados y exiliados son términos más o menos intercambiables para designar a quienes, por razones varias, han tenido que abandonar su país de origen. Éstos, no obstante, a menudo prefieren evitar considerarse «desterrados», «expatriados», o «exiliados», tal vez más por razones sicológicas que por negar su situación real. Los escritores españoles exiliados, por ejemplo, han dado en llamarse «transterrados», mientras que muchos rusos han optado por definirse como «emigrados». Con referencia al uso del vocablo «transterrados», que denotaría un transplante exitoso a un lugar en que la lengua permanece incambiada, comenta Noé Jitrik:

Los escritores españoles crearon algunas fórmulas felices: se definieron como «transterrados», no como «desterrados», palabra que, al contrario, designa un movimiento cumplido, un triunfo (del enemigo) y una derrota; en cambio el otro término supone un desplazamiento, hasta cierto punto un reencuentro, el establecimiento de un circuito entre dos puntos, España y el lugar de exilio, que tienen en común más de lo que el conformismo nacionalista supone7.



Por su parte, en un artículo dedicado a los artistas exiliados soviéticos, explica Anthony Astrachan, su autor, que la mayoría de dichos artistas se consideran «emigrados» -no «exiliados»- porque piensan que el estar donde están implica una elección personal; significa que ellos han escogido entre salir del país o ir a Siberia, entre seguir su labor creativa lejos de la patria o quedarse allí sin poder dedicarse a su quehacer artístico8.

Creemos, sin embargo, que las variantes arriba indicadas constituyen falsas opciones y que en el caso del «transterrado español» o del «emigrado ruso», la connotación de destierro, alienación, desgarramiento, etc., implícita en el término «exiliado», describe de manera más certera la realidad del ostracismo. Así parece entenderlo Bertolt   —13→   Brecht, quien en 1937 afirmaba que jamás podría estar de acuerdo con el nombre de «emigrados» que se les había dado ya que «emigrados» son aquellos que «emigran» y ni él ni quienes con él dejaron su país lo hicieron por propia voluntad. Y agregaba:

We had to flee. [...] And the country that received us is no home but a place of exile. We sit waiting for the day of return, [...] forgetting nothing and giving up nothing, nor forgiving anything that happened, forgiving nothing at all.

(Tuvimos que huir. [...] Y el país que nos recibió no es hogar sino más bien un lugar de exilio. Esperamos pacientemente el día del retorno, [...] sin olvidar nada y sin renunciar a nada, sin tampoco perdonar nada de lo que pasó, sin perdonar nada en absoluto.)9



A cuatro décadas de distancia, escuchamos prolongarse el eco de esa angustiante confesión en palabras de Roa Bastos:

Todo exilio es [...] forzoso, aún el de quienes por propia decisión y con carácter transitorio optan por la expatriación e incluso por esporádicos viajes que les permitan ampliar el horizonte natal e incorporar a su mundo el pedazo de mundo que les falta. [...] Ninguno de ellos podría decir sin remordimiento: «escribo muy bien en Paris...». Los que lo hacen, en París o en cualquier otro lugar del mundo, no dejan de sufrir el suplicio por la esperanza del retorno, en muchos casos, en casi todos, incierto, por no decir impracticable10.



No se trata de una mera coincidencia de ideas entre dos exiliados, un alemán y un paraguayo, sino del sentimiento y, el dolor compartidos -más allá de las barreras temporales, nacionales o ideológicas- por quienes en algún momento se han visto obligados a abandonar su patria.

La producción literaria de los escritores exiliados, posterior a su extrañamiento forzoso, es lo que ha dado lugar al fenómeno hoy generalizado de las literaturas del exilio que representan, por otra parte, una expresión cultural de raíces eminentemente histórico-políticas. Entre dichas literaturas están la alemana, en las décadas del treinta y del cuarenta; la española, a partir de los años cuarenta; la   —14→   paraguaya que se inicia a mediados de siglo; y, durante las dos últimas décadas, la rusa y la aún más reciente literatura chilena del exilio. Thomas Mann y Bertolt Brecht, Max Aub y Juan Goytisolo, Augusto Roa Bastos y Gabriel Casaccia, Aleksandr Solzhenitsyn y Andrei Sinyavsky, Fernando Alegría y Ariel Dorfman, son sólo algunos de los muchos escritores cuyos trabajos se suman día a día al número de obras escritas extrafronteras y que, en su conjunto, constituyen el corpus de la ya enorme producción del exilio. Si bien a muchos de estos escritores los separan factores fundamentales -lengua, cultura, ideología-, los une no obstante la experiencia común de vivir en el exilio y una problemática similar: la relacionada con la creación artística en un medio extraño y ajeno, tanto emocional como culturalmente. En el caso de la mayoría, pero en especial en el de los arriba citados, los une también una nostalgia común y una preocupación igualmente compartida con respecto al destino de su pueblo que, de modo consciente o inconsciente, en mayor o en menor grado, creemos que se deben ver incorporadas y expresadas en sus respectivas obras.

El exilio tiende a agudizar la concientización del escritor, por el hecho de que en la mayoría de los casos su exilio obedece a razones de orden político. De ahí que, a menudo, sus obras incorporen los problemas internos de su patria, cobrando sin embargo universalidad por la similitud de los problemas contemporáneos. Explica Sinyavsky que ciertas cosas que suceden en su país -como nuevos arrestos o la suerte de amigos- le obligan necesariamente a responder, y agrega que aunque uno no sea militante político, «what is currently happening in Russia does not let one plunge exclusively into the world of art» («lo que actualmente está pasando en Rusia no le permite a uno sumergirse exclusivamente en el mundo del arte»)11. Algo muy similar es lo que dice Roa Bastos con respecto a la relación existente entre sus obras y la realidad paraguaya actual, aunque en su caso el compromiso esencial con su gente constituye una posición consciente y deliberadamente asumida, evidente además en su concepción ética del arte. Define Roa Bastos su situación en los siguientes términos:

Soy un exiliado voluntario al margen de toda militancia política activa; lo que no quiere decir que me desinterese de las cosas que ocurren allá. Todo lo contrario. [...] Mi pasión paraguaya y latinoamericana subyace en mi vida y en mi obra, y es desde ella y dentro de los límites que ella   —15→   forzosamente tiene donde creo servir mejor a mi país, como hombre y como ciudadano. De ahí que las estructuras literarias o incluso el modesto valor estético que mis libros pueden tener estén impregnados de un trasfondo ético que se rebela a cada instante contra los males y fallas que afligen al Paraguay, como a cualquier otro país de nuestra América hispánica12.



También su compatriota Gabriel Casaccia señala la importancia que tienen en sus obras las vivencias, sufrimientos y problemas de su pueblo, enfatizando el carácter ético esencial de su narrativa. En relación a su novela Los exiliados, cuyo contenido se concentra en torno a la problemática del exiliado político, sostiene lo que sigue:

Yo siempre he pensado que el novelista es una especie de antropólogo inconsciente que, por vía de la intuición, individualiza y aclara algunas particularidades del ser humano y del ambiente que lo condiciona. [...] De modo que es una novela de vivencias. Su estructura es lineal. Por la forma de presentar el tema podría definírsela como realista, testimonial, aunque no estoy enrolado en ninguna tendencia ni escuela literaria, y cualquier método me parece bueno siempre que me sirva para prestarle más fuerza y autenticidad al relato13.



Si bien los tres coinciden en que su arte no puede permanecer indiferente a las vivencias y sufrimientos de sus pueblos, los paraguayos Roa y Casaccia indican, además, que allí encuentran el material básico del que se nutren sus novelas.

En los capítulos que siguen nos proponemos estudiar la novelística paraguaya del exilio en cuanto producto de un determinado contexto histórico-cultural y de una serie de elementos extraliterarios que afectan tanto al escritor exiliado como a su producción. Para nuestro análisis hemos escogido las cinco novelas más representativas que ha producido el exilio paraguayo: tres de Gabriel Casaccia y dos de Augusto Roa Bastos, considerados ambos, por la crítica nacional e internacional, como dos de los mejores escritores paraguayos contemporáneos14. Si bien la narrativa de cada uno de estos dos escritores por separado -y en particular la de Roa Bastos15- ha sido objeto de una bibliografía crítica relativamente abundante,   —16→   no existe hasta el momento un estudio que ubique la obra de ambos en el contexto mayor de la producción paraguaya del exilio. Llenar parcialmente ese vacío es uno de los propósitos de este estudio.

Una aproximación crítica de carácter contextual como la nuestra, cuyo objetivo básico es situar cada texto en un determinado contexto cultural e investigar -teniendo como guías los trabajos de Walter Benjamin y de Lucien Goldmann16- una gama de interrelaciones posibles (a nivel temático, estructural, lingüístico...), encuentra más material de trabajo en el campo narrativo. Éste es más apto que otros -que el poético, por ejemplo- para la incorporación de la realidad histórico-social en la obra. De ahí que nos concentremos en la novelística y no en la poesía paraguaya del exilio, que, por su abundancia y altos valores ético-estéticos, bien merecería el tiempo y el espacio de otro tomo separado. Sin embargo, las posibilidades de síntesis inherentes al género poético hacen que queramos cerrar esta introducción con un poema desglosado de la literatura del exilio paraguayo. En él se filtran, resumidas en unos pocos versos, las vivencias íntimas del escritor paraguayo, pero que también podrían ser las de un Brecht o un Solzhenitsyn, cuyas vidas cobran sentido no en el «aquí» circunstancial en que les toca vivir, sino en el «allá» que centra el lugar y tiempo de sus recuerdos, de su pasado, de su identificación personal, de su herencia cultural e histórica.




Contrasentido


Y qué contrasentido: yo
(que debería estar en otros sitios) caminando
por estos sitios, por estas calles que desconozco;
que andaría por huertos
familiares, desbrozando estos huertos retirados y
    extraños;
precisamente yo que vagaría sin duda
por entre naranjales y violines, ahora
aprisionado por cerrazones y por noches lejanas
como un horror hacia mi propia
palabra, hacia esa que ya ni entiende
por qué el contrasentido, el revés de la trama, el
    desaliento
—17→
de no explicar por qué es aquí y no allá donde se
    extiende
la línea justa de mis pasos17.





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