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Juanita



                                                                                                                                         
   Mirad a Juana; su cintura es leve,
blanquísima su frente sin mancilla,
y envidiará el carmín de su mejilla
la fresca rosa que el favonio mueve.
 
   �Quién temerario a resistir se atreve
el dulce fuego que en sus ojos brilla?
�Quién temblando de amor no se arrodilla
y besa el polvo de su planta breve?
 
   Todo cuanto Natura en esta tierra
ha prodigado a la belleza humana,
en Juanita no hay duda que se encierra;
 
   mas �ay! que esa beldad tan soberana,
queriendo escribir guerra pone gerra
y firma al pie de sus cartitas: Guana.




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En un ejemplar de la Divina comedia



                                                                                                                                         
   La Divina Comedia es el poema
de este mundo escondido en la secreta
sombra del corazón, infierno y cielo,
pecado y expiación, perdón y calma;
y Dante es sólo el hombre hecho poeta
errante en los abismos de su alma.




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A la Sociedad Literaria Rodríguez Galván



                                                                                                                                         
   �Óyeme, Juventud!
                                    Callo en mi labio
el himno de alabanza,
y abro mi corazón, en donde guardo
la voz de la amistad y la confianza.
 
   Me llamaste a tu seno, y he venido
pobre de lo que esperas;
mas si jamás talento he poseído,
aun guarda el corazón envejecido
algo de sus lejanas primaveras.
 
   Aun el fuego divino
que enciende en esa edad la fantasía
y alumbra el pensamiento,
como alumbra el inmenso firmamento
el rayo de oro, del naciente día;
aun ese fuego deja
la última de sus chispas encendidas
dentro de un corazón que ya se aleja
de los confines de la edad florida,
dentro de un corazón que van enfriando
las nieblas de la tarde de la vida.
 
   Esa chispa se aviva, y a su fuego
el ánimo se inquieta,
y yo su impulso irresistible sigo,
trayendo, más que el canto del poeta,
la mano cariñosa del amigo.
 
   Deja, pues, que en las cuerdas silenciosas
del arpa abandonada
busque yo las antiguas armonías,
que acaso se llevaron para siempre
las blandas auras de mis bellos días.
 
   Deja un instante que a tus puertas llame,
�dichosa Juventud! Deja que aliente
tu atmósfera de luz, tu ambiente libre,
y que a tu hogar mi corazón caliente,
que a tu festín primaveral me siente
y que mi canto con los tuyos vibre.
 
   Que, también como tú, cuando mis horas
estaban alumbradas todavía
por el beso de luz de sus auroras,
y la ilusión y la esperanza ardiente
lanzaban tentadoras
una nube de sueños a mi frente,
sentí que abrasador el pensamiento
el raquítico cráneo me rompía,
y águila audaz de poderoso aliento,
en pos de libertad y firmamento
sus alas impaciente sacudía.
 
   Entonces, como tú, sintiendo estrecho
a la ansiosa mirada el horizonte
y al agitado corazón el pecho,
soñé otro mundo tras el patrio monte
otro aire azul tras el paterno techo,
y en alas del amor y la confianza
busqué otra inspiración a mis cantares,
otra felicidad a mi esperanza,
otro incógnito Dios a mi altares,
�otro amor a mi amor...!
                                          Febril empeño
mi mente enardecía
en pos del mundo que forjó mi sueño.
 
   ��El mundo de mi loca fantasía,
mi mundo de poeta,
un pedazo de cielo que se abría


                                                                                                                                         
en la región del alma más secreta,
un enjambre de sueños voladores
en torno de dos almas cariñosas
y del alba a los tibios resplandores
un escondido tálamo de rosas
para el sueño nupcial de los amores;
un cáliz desbordado de embriagueces,
de inmortales delicias,
un torrente de besos, de suspiros,
de lágrimas de amor y de caricias...!�
 
   �El mundo del placer y la ventura
al arrullo del arpa enamorada
ante el ara gentil de la hermosura;
y más allá, la fulgurante diosa
eterno y santo amor del pensamiento,
la Gloria, señalando majestuosa
su corona de estrellas al talento!
 
   Y el triunfo austero de la sacra Ciencia
en la olímpica frente pensadora
del Hombre-rey, alzando brilladora
una aureola inmortal: �la Inteligencia!
 
   Y la lucha, el combate misterioso
que el alma varonil libra al destino,
de la vida en el campo tenebroso;
y la conquista, la estruendosa fama
arrojando en sus cánticos un nombre
al porvenir, heraldo que proclama
las victorias del hombre.
 
   Y la Ciencia, el Poder, la Gloria, el Triunfo,
todo ese grupo del ideal sagrado
que enciende nuestras almas
y a combate perpetuo las convida,
agitando magníficas sus palmas
en torno al gladiador ensangrentado,
vencedor en las luchas de la vida...
 
   �Oh esplendor de los sueños vagabundos
que el espíritu abrasan, tú le encumbras
al través de los soles y los mundos
y, sol también, el universo alumbras!
 
   Todo eso en su risueña lontananza,
todo eso, en los umbrales de la vida
pintaba ante mis ojos la esperanza...
�Culpa no es suya si salió mentida!
 
   �Pero tú, Juventud, sueña, delira,
espera y ambiciona!
�La gloria del talento no es mentira
y es esa gloria la mejor corona!
 
 
   Y vosotras, vosotras, las gentiles
hijas del Atoyac, cuyos hechizos
acaso adivinaron
los que a Puebla en un tiempo
la tierra de los ángeles llamaron;
vosotras sois las flores
del mágico pensil de los amores,
música en vuestra voz, dulce ambrosía
son esos labios húmedos y rojos;
como el brillante sol enciende el día,
amor enciende vuestros lindos ojos.
�Quién al veros, de vos no se enamora?
�Qué suspiro hasta vos no se levanta?
�Qué corazón vuestro desdén no llora?
�Qué trovador vuestra beldad no canta?
�Quién en sueños no mira vuestra sombra?
�Quién no quisiera a vuestras plantas bellas
tender como una alfombra
ramilletes de rosas y de estrellas?
�No tiembla acaso el alma estremecida
al eco nada más de vuestro nombre?
�No sois del alma la mitad querida,
las dulces compañeras de la vida,
la sangre, el ser, el corazón del hombre...?
 
   Pues si todo lo sois; si el cielo quiso
que el hombre por vosotras olvidara
el jardín celestial del Paraíso;
si madre o prometida
siempre las dueñas sois de nuestra vida,
�abrid, abrid al rayo de la Ciencia,
como la floral sol su cáliz de oro,
vuestra hermosa y feliz inteligencia!
De nada sirve incógnito el tesoro,
la perla más preciosa nada vale
si siempre oculta entre su concha vive,
y sólo pedernal es el diamante
si luz y pulimento no recibe.
Acreciente el saber vuestra valía,
en el joyel osténtese la perla,
�brille el diamante con la luz del día...!
Y al ceñir vuestras frentes ruborosas,
donde tienen su asiento
también la inspiración como el talento,
los laureles se mezclan con las rosas,
vuestro es del hombre el corazón...�Que os rinda
también el pensamiento;
completad sobre su alma la victoria,
y ya que sois su dicha, sed su orgullo;
ya que sois su destino, �sed su gloria!
 
   �Dichosa Juventud, sueña, delira,
espera y ambiciona...!
�La gloria del talento no es mentira
y es esa gloria la mejor corona!
 
   �Dichosa Juventud, álzate, avanza,
el sol del porvenir con sus reflejos
alumbra tu esperanza...!
 
   En tanto el sol que iluminó la mía
esconde allá a lo lejos
en las nieblas de ocaso su agonía.




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Cuarta parte

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Insomnios



                                                                                                                                         
   ...Las lágrimas vertidas
del alma alivian la agonía secreta:
he aquí mis versos, lágrimas sentidas,
lágrimas melancólicas caídas
del alma solitaria del poeta.




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La noche

A Juan B. Hijar y Haro

L'Ame du poéte, d'ombre et d'amour. C'est

une fleur des nuits qui s'épanouit aux étoiles

V. HUGO.



                                                                                                                                         
   �Salve, noche sagrada! Cuando tiendes
desde el éter profundo
bordada con el oro de los astros
tu lóbrega cortina sobre el mundo;
cuando, vertiendo la urna de la sombra,
con el blando rocío de los, beleños
vas derramando en la Creación dormida
las negras flores de los vagos sueños,
el fúnebre silencio, y la honda calma
que a los misterios del no ser convida,
entonces, como flor de las tinieblas,
para vivir en ti, se abre mi alma.
 
   Hermosa eres, �oh noche!
hermosa cuando límpida, serena,
rivalizando con el mismo día,
rueda tu luna llena,
joya de Dios, en la región vacía,
hermosa cuando opaca,
esa luna, ya triste, se reclina
en la argentada nube
que apenas, melancólica, ilumina,
tan apacible en su divina calma
que, viéndola, los ojos se humedecen,
y sin saber por qué, suspira el alma.
 
   Hermosa cuando negra
como el seno del caos, la eterna sombra,
insondable y desierta,
chispea de estrellas, que alumbrar parecen
pálidos cirios, a la tierra muerta.
�Y más hermosa aún, cuando, agitando
su densa cabellera de tinieblas
trenzadas con el rayo, la tormenta
borra los astros, y fulgura y brama,
y azotando los cielos con la llama
del relámpago lívido, revienta...!
 
   Entonces, sólo entonces, al aliento
del huracán que ruge embravecido,
al rasgar la centella el firmamento,
al estallar el trueno, es cuando siento
latir mi corazón, latir henchido
de salvaje embriaguez... Quieren mis ojos
su mirada cruzar fiera y sombría
con la mirada eléctrica del rayo
fatídica también... Mi pecho ansía
aspirar en tu atmósfera de fuego
tu aliento, tempestad... �Y que se pierda
la ardiente voz de mi agitado seno
en la explosión magnífica del trueno!
 
   �Quiero sentir que mi cabello azota
la ráfaga glacial; quiero en mi frente
un beso de huracán, y que la lluvia
venga a mezclar sus gotas con la gota
en que tal vez mi párpado reviente!
 
   Noche de tempestad, noche sombría,
�acaso tú no eres
la imagen de lo que es el alma mía?
Tempestad de dolores y placeres,
inmenso corazón en agonía...
 
   También así, como en sereno cielo
de blanca luz y fúlgidas estrellas,
miré pasar en delicioso vuelo,
como esas nubes que argentó la luna,
fantásticas y bellas
mis quimeras de amor y de fortuna.
Y así también de pronto, la tiniebla
mis astros apagó, rasgó la nube
cárdeno rayo en explosión violenta,
y en mi alma desataron
el dolor y la duda su tormenta.
 
   �Quién como yo sintió? �Quién de rodillas
cayó temblando de pasión ante Ella?
�Quién sintiendo correr por sus mejillas
el llanto del amor, en ese llanto
mojó los besos que dejó en su huella?
�Quién como yo, mirando realizada
la ansiada dicha que alcanzó el empeño,
al irla a disfrutar vio disiparse
en la sombra, en la nada,
la mentira de un sueño?
�Quién de la vida al seductor banquete
llegó jamás con juventud más loca?
La copa del festín �quién más acerba
apartó de su boca?
�Quién como yo ha sentido
para tanto dolor el seno estrecho,
y de tanto sollozo comprimido
dolerle el corazón dentro del pecho?
�Quién, a despecho de su orgullo de hombre,
ha sentido cual yo, del alma rota
brotar la acerba gota
de un escondido padecer sin nombre?
�Quién soñador maldito,
al quemar, como yo, sus dioses vanos,
por sofocar del corazón el grito
se apretó el corazón con ambas manos?
�Quién como yo, mintiendo indiferencia
y hasta risas y calma,
atraviesa tan solo la existencia
con una alma tempestad dentro del alma?
 
   �Quién busca, como yo, tus muertas horas
�oh, noche!, y tus estrellas,
fingiendo que son ellas
las lágrimas de luz con que tú lloras?
�Quién ama como yo tú sombra muda,
tu paz de muerte, y el silencio grave
a quien la voz de los misterios diste,
y tus suspiros que las auras llevan,
y tu mirada de luceros triste?
 
   Mi alma es la flor, la flor de las tinieblas,
el cáliz del amor y los dolores,
y se abre �oh, noche! en tu regazo frío,
y espera así como las otras flores,
tu bienhechor rocío.
 
   Hijo yo del dolor, tu negra calma
es el mejor abrigo,
para ver en la sombra, sin testigo,
una noche en el cielo, otra en el alma.




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Mis sombras

A mi hermano Agustín

Doux fantómes! c'est lá que je rêve dans l'ombre

Qu'ils viennent tour á tour m'entendre et me parler.

V. Hugo.

                                                                                                                                         
   Es la hora melancólica y serena
de la alta noche. En apacible calma
brilla la luna, y a lo lejos suena
música alegre que entristece el alma.
 
   Música de placer para el dichoso
que dulces esperanzas atesora;
música para mí como el sollozo
de un solitario corazón que llora.
 
   �Llegad..., llegad, tristezas de la vida!
y aunque en llanto mis párpados se bañen,
que en la honda noche de mi fe perdida
las sombras de mis dichas me acompañen.
 
   En el tranquilo rayo de la luna
imágenes de amor lleguen flotantes,
bañándome al pasar, una por una,
con la serena luz de los semblantes.
 
   Miradlas... Ya se acercan, agrupadas,
melancólicas, vagas, doloridas,
de los que amo las sombras adoradas,
las memorias de mi alma tan queridas.
 
 
   Imagen de mi madre cariñosa,
�vienes a visitarme, madre mía...?
�Quién te dijo, que a esta hora silenciosa
aquí en mi triste soledad sufría...?
 
   �Sabes que tengo el corazón opreso?
�Te escuchaste llamar del hijo ausente,
y vienes a dejar tu santo beso
como una bendición sobre mi frente...?
 
   �Compañera de infancia, hermana mía,
tu dulce sombra con amor recoja
esta profunda lágrima sombría
que a la mejilla el corazón arroja!
 
   Y tú, sangre del alma, mi consuelo,
flor de mi vida solitaria y triste
a quien amé con ilusión del cielo
alma del corazón... también viniste...?
 
   Y vosotras, mis ángeles perdidos,
las que adoró mi corazón creyente,
las que al pasar dejasteis suspendidos
tantos sueños de amor sobre mi frente;
 
   mujeres de mi amor, las cariñosas
creaciones del placer y la fortuna,
llegad, llegad flotantes, siempre hermosas
al tibio rayo de la casta luna.
 
   Recuerdos todos de mis bellas horas,
locas memorias de mis locos días,
venid y recoged consoladoras
en vuestras alas las tristezas mías.
 
   �Mirad mi corazón! Le ha consumido
esta fiebre de amar nunca saciada;
en pos de un imposible ha envejecido,
en pos de un sueño... que será la nada.
 
   �Venid, sombras, venid! Yo necesito
en estas horas en que sufro tanto,
algo consolador, algo bendito,
a cuyo amparo derramar mi llanto...
 
   �Es que ya nada el corazón alcanza
del porvenir en la estación desierta...?
�Cayó también la flor de mi esperanza
�ay! en la tumba de mi dicha muerta...?
 
   Yo no sé lo que busco, lo que anhelo;
yo no comprendo lo que mi alma quiere;
tan sólo sé que en el ingrato suelo
lleno de vida el corazón se muere...
 
   Que hay en el alma idealidad sublime
y realidad vulgar sobre la tierra;
y que del mundo la estrechez oprime
al corazón que lo infinito encierra.
 
   Que hasta que vaya a reposar tranquilo
en el negro sepulcro mi cabeza,
irá conmigo a mi postrer asilo,
amiga inseparable, la Tristeza.




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Horas negras

...Sangrando está mi herida...

�He amado a esta mujer!

J. M. Altamirano.



                                                                                                                                         
   Escúchame, mujer:
                                    Tiembla mi labio,
sin poderte nombrar... �Cuál es el nombre
bastante infame, sí, para el agravio
de pisotear el corazón de un hombre?
�Escúchame, mujer! �Yo necesito
arrojar a tu frente mancillada,
del corazón que te adoró maldito
la envenenada sangre, y que a tu pecho
penetre el hondo grito
del alma inexorable en su despecho...!
 
   Mas si del seno herido
el veneno llevara la voz mía,
y su acento llegara hasta su oído,
�ese acento, mujer, te mataría!
 
   Pero no, tú no sufres, tú no puedes
ni siquiera sufrir... Si formidable
hiende el rayo los robles soberanos,
jamás ha herido el talle miserable
de la rastrera flor de los pantanos.
 
   Deshojaste la flor de mis amores
por ceñir a tus sienes
la corona nupcial... Entre las flores
castas del azahar, tu linda frente
has escondido todavía caliente
del beso voluptuoso
del amante de ayer... �Qué importa eso?
Esta noche en el tálamo, el esposo
su huella borrará con otro beso...
 
   Esta noche tu seno
que el oro compra y al placer se vende,
despojarás de las nupciales galas...
mientras que vela, de sonrojo lleno,
su faz el ángel del amor, y tiende
de ti muy lejos con rubor sus alas.
 
   Pero, �qué importa el virginal tesoro?
�Qué la dicha de amar y ser amada,
si a rico precio de oro
vendió la desposada
el alma, la belleza y el decoro...?
 
   �No tendrás un magnífico atavío,
sedas que crujan, fúlgidos diamantes,
y lujo y vanidad y poderío?
�No cubrirán las gasas y las perlas
la desnudez del corazón vacío
que todo lo vendió para tenerlas?
El reflejo de tu oro poderoso
�no encenderá de dichas los fulgores
en el fondo de tu alma tenebroso
donde murió la luz de los amores?
�No apagarás acaso en el ruido
de tu vida opulenta
esta mi voz postrer, este crujido
de un corazón amargo que revienta?
 
 
   Oyeme: no es amor esta tristeza.
Brotan malezas de la peña rota,
rompiste el corazón, y la maleza
hoy de los odios en sus quiebras brota.
 
   Si alguna vez en tu vivir sombrío,
al encontrar mi nombre en tu memoria,
por divertir tu hastío
recordaste mi historia,
y ya sin corazón reíste del necio
que te elevó de adoración un trono:
�acuérdate, mujer...! �No te desprecio,
porque no te perdono!
 
   Manchando de tu vida la limpieza
arrancaste de mi alma la esperanza
y arrojaste a mi frente la tristeza...
Te pagaré mi deuda de venganza.
 
   Réprobo del amor, y descreído,
con el alma sombría,
iré a buscar a mi dolor olvido
en el vértigo loco de la orgía...
Y cuando esté mi juventud marchita,
y rugada mi sien y ya en sosiego
este, que inmenso de pasión palpita,
salvaje corazón de llanto y fuego;
entonces �oh, la bella desposada!
Tu alma es una alma vil y profanada,
y digno de ella encontrarás la mía.
 
   Te espantarás de tu obra, tú a quien plugo
que todo lo que es bueno en mí muriera;
a buscarte vendré... �como en un día...!
Temblarás ante mí, tú, mi verdugo,
y a mis pies, lastimera,
me darás de tus ayes el encanto,
la dicha me darás de tus dolores,
y al rumor delicioso de tu llanto
yo te hablaré �feliz! de mis amores.
�Entonces te diré cómo se ama,
te diré de las almas la tormenta,
cómo la pena el corazón inflama,
cómo la pena el corazón revienta...!
 
   No me podrás huir... Iré a arrancarte
de entre los brazos del esposo mismo,
y con risa satánica a lanzarte
a la negra abyección en que me abismo.
 
 
   �Oh, rayos de mis sueños de venganza,
cuánto al alma halagáis desesperada...!
Mas si a lanzaros mi poder no alcanza,
�qué importan a la bella desposada?
 
   Sí, �qué le importa mi delirio ciego,
qué le importan mis bárbaros pesares,
si de mi hoguera no marchita el fuego
su corona de blancos azahares...?
�Qué le importa llegando a los altares
hollar sobre sus gradas, desdeñosa,
mi destrozado corazón sangriento?
 
   �Qué te importa, mujer...?
                                            Por si te alegras,
he dejado que lleve mi lamento
algo de sombra de mis horas negras.




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María

A Manuel de Olaguibel

...De luce incoronata.

María, pronta ascendiste al mío dolore.

Tasso.



                                                                                                                                         
   Del roto corazón en las ruinas
solloza mi dolor... Y a su gemido
resucitada y pálida despierta
de las cenizas de mi dicha muerta
�ay! la memoria de mi amor perdido.
 
   �Trae la visión que mi dolor ansía,
insomnio del dolor...! �Trae el delirio
y la ventura de mi fe de un día...!
Ángel de mi pasión y mi martirio,
�en dónde estás, María...?
 
 
   Aquí estás, junto a mí. Tu forma blanca
se dibuja en la sombra
cuando del labio trémulo se arranca
el profundo sollozo que te nombra.
Aquí estás, melancólica María,
tan pálida de amor, tan dulce y bella
como, en los cielos, al morir el día
sobre la frente de la tarde umbría,
-lágrima de oro- la primer estrella.
Aquí estás, compañera silenciosa
del alma enamorada,
como el misterio de la noche hermosa,
como la misma luz, inmaculada.
 
   Del destino en las aras
el alma te eligió por compañera;
�en qué mundo encontraras
quien lo infinito de mi amor te diera...?
 
 
   Era el instante en que a vivir apenas
se despertaba el corazón creyente,
cuando cambia por rosas y verbenas
la Diosa Juventud en nuestra frente
de la infancia las muertas azucenas.
 
   Era la aurora, el esplendente día
del alma en Primavera.
Sediento, ya mi corazón se abría
a ese inmenso raudal de poesía
que trae consigo la ilusión primera.
Y ya, impaciente, soñador, poeta,
con loco afán, con esperanza inquieta,
ebrio de mi ternura
y entre mis propios sueños indeciso,
buscaba la pasión y la hermosura,
la Eva gentil, enamorada y pura
del mundo en el risueño Paraíso.
 
   �Era la vida! La embriaguez celeste
de aire, de luz y libertad que lanza
al ave joven de su nido agreste.
La aparición primer de la Esperanza
en los senderos mágicos de flores
de la alma juventud con su diadema
de ardientes resplandores
�Era la vida! �La encantada copa
rebosando promesas y delicias,
conquistas y placeres,
torrentes de suspiros, de caricias
y de trémulos besos de mujeres...!
 
   �Hora de bendición! En ese instante,
hija suprema de la luz del día
y del sueño de mi alma delirante.
�A mí llegaste, celestial María...!
�Y conmovido, deslumbrado, ciego
puse a tus pies mi corazón de fuego
mi juventud de vida palpitante
y la inmensa pasión del alma mía!
 
   Y de mi corazón sobre mi lira
desbordó sus raudales de ternura
la inspiración en que encendió mi pecho
el sereno esplendor de tu hermosura.
 
   Eras tan bella que al mirar tus ojos
temblaba el corazón y se sentía
algo... yo no sé qué... como si el alma
se arrodillara y te adorase muda
en éxtasis de amor... �Eras tan bella
que al verte parecía
que asomaba una estrella
y que esa estrella derramaba el día!
 
   �Con qué pasión te amé! �Con qué delirio
tomaba entre mis manos
tu frente melancólica de lirio
para besar tus ojos soberanos!
�Cómo te idolatré! �Mi vida entonces
era un perpetuo abrazo
de mi alma con la dicha
en el nido de amor de tu regazo!
 
   Jamás, jamás en el ingrato suelo
tal dicha tuvo nombre...
�Te acuerdas de esas noches en que el cielo
miraba un ángel adorar a un hombre?
Temblaba mi alma en tu divina boca,
entre mis brazos te llamaba mía,
y muriendo de amor, llorando loca,
yo besaba tus lágrimas, �María!
�Y de ventura y de pasión perdidos,
en un abrazo delirante presos,
ocultamos los rostros confundidos
empapados en lágrimas y besos...!
 
   �A tu grito de amor, grito sublime,
nuestras férvidas almas desposamos...!
�Ah! �qué se hicieron nuestras dichas...? dime...
Para siempre, después, nos separamos.
 
   Pero yo te llamaba, te esperaba,
porque mi corazón se me moría...
�Con qué inmensa ternura sollozaba
este nombre de arcángeles: María!
Y luego de los céfiros errantes
yo le escuchaba en los volubles giros,
y respiraba en ellos,
el ámbar de tu aliento y tus cabellos
con el vago rumor de tus suspiros.
Y demandaba a la Creación entera
la inmortal compañera de mi suerte...
Me sentía morir... Porque la muerte
no era perder la vida pasajera,
no era dejar el mundo: era no verte...!
 
 
   Hoy en la triste calma
de mis insomnes noches, silenciosa
siento venir tu imagen cariñosa
a la callada soledad de mi alma.
Conmigo estás aquí porque has oído
la voz de mi dolor... �Oh! �si supieras
cuánto... cuánto, irá bien, he padecido!
 
   Como náufraga tabla destrozada
va mi existencia, sola,
al viento del dolor abandonada
del mundo ingrato en la funesta ola.
 
   Marchitas ya las flores de mi vida,
ya deshojadas por el llanto mío,
heme aquí con el alma descreída,
con la esperanza del amor perdida
viendo avanzar el porvenir sombrío.
Murió con mi esperanza mi deseo,
los Dioses que adoré me abandonaron,
y en el hogar del corazón ateo
ni las cenizas de mi fe quedaron.
 
   Ha mucho tiempo que mi vida es triste,
que busco el aislamiento,
que de luto se viste
en la sombra de mi alma el pensamiento;
que llevo oculto en mentirosa calma
un corazón en ruinas,
y un alma... �pobre alma!
coronada de lúgubres espinas.
 
   Temprano �ay! encontraron
mis creencias en el mundo
el Gólgota, la cruz en que expiraron
entre escarnio y baldón... Ansia sublime
sintiendo de lo grande y de lo bueno,
�Tengo sed! -gritó el alma, �y le llevaron
cáliz de hiel hasta los bordes lleno...!
 
   Mi espíritu ha cruzado por desiertos
sin camino ni luz, mudos, sombríos
como los campos en que están los muertos,
como la noche de los duelos míos.
 
   Tú, mi ángel, no caminas a mi lado;
estoy solo, tan solo que me espanta
la senda pavorosa
por donde va mi fatigada planta.
Nada en mi derredor; ante mis ojos
la inmensa soledad del mundo triste,
y dentro el corazón, como un gemido,
que no calla jamás, el dolorido
acento de tu adiós cuando partiste.
 
   �Por qué dejarme en la espantosa calma
de un mundo para mí yerto y vacío?
�Por qué, divino corazón de mi alma,
tu espíritu de amor no asiste al mío?
�Por qué me desamparas, mi María?
�Que muera loco de sufrir deseas?
Pues, ven a sonreírme en mi agonía,
y te diré al morir: �bendita seas!
 
   Amame, y moriré... Mas, �ven conmigo!
Pondré, al morir, mi espíritu en tus ojos...
Mas, �por qué me abandonas, si te sigo
miserable arrastrándome de hinojos...?
 
 
   Palidece mi lámpara. Es de día.
He soñado el delirio de mi amor;
la noche se refugia al alma mía,
con su sombra la imagen de María...
 
   Volvamos a la vida y al dolor.

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