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Mi padre muerto

A mi hermano Luis

...Disperato dolor che'l cuor mi preme...

Dante.



                                                                                                                                         
   �Gracias, gracias, Señor...! Me has dado llanto
y he llorado por fin... �Gracias, Dios mío!
�Un pobre corazón que sufre tanto,
un pobre corazón que está vacío
de esperanza y de fe, necesitaba
para no reventar en mil pedazos
reventar en el llanto que le ahogaba...!
 
   �Gracias aun otra vez, porque tu oído
abriste �oh Dios! a mi aflicción, y has hecho
que al romper los sollozos de mi pecho
haya mis propias lágrimas bebido!
�Gracias, inmenso Dios, gracias...!
                                                      Y ahora
�apura, corazón, el hondo cáliz
del inmenso pesar que te devora!
�Solo, ante Dios, en tu dolor sin nombre
inagotable llora
las más acerbas lágrimas del hombre,
y a ese viento que gime, a esas tinieblas
en que flota el pavor, a ese callado
tan espantable caos del infinito,
arroja delirante,
desesperado corazón, tu grito...
 
   �Hora de los misterios, noche amiga,
deja que el alma mártir
tu soledad bendiga...!
Sólo tú tienes para mí consuelo,
si así puede llamarse
hundirse en tanto duelo,
remover los pedazos doloridos
del roto corazón, y abandonarse
al amargo placer de sus gemidos...
 
   �Hay algo de la tumba que yo amo,
en tu tremenda calma;
hay algo de la muerte entre tu sombra,
y tengo triste hasta la muerte el alma;
toda ella es amargura,
indecible dolor jamás sentido,
noche en la noche misma, más oscura
que el negro manto en la Creación tendido...!
 
   Ayer era feliz... y lo ignoraba...
Ayer era feliz... En mis hogares
la dulce paz de la virtud moraba,
y mucho tiempo hacía
que a su umbral no llegaban los pesares,
sino que en cada sol, una alegría
el Señor de los buenos les enviaba
como el pan celestial de cada día.
 
   De mi padre la frente
iba cubriendo apenas
la primer nieve de la edad, luciente,
como el pico elevado
de la montaña, el hielo,
para significar, inmaculado,
la ya cercana vecindad del cielo.
 
   Y allí, sobre esa frente veneranda,
cual rayo oculto que en serena tarde
de la pérfida nube se desprende
y la alta encina hiende,
del mismo modo la desgracia impía
vibró su rayo de dolor y muerte,
y en menos �ay! de lo que dura un día,
sin el adiós siquier de la agonía
la sacra vida quebrantó del fuerte.
 
   Era un sueño �es verdad...? Estaba loco...
�Oh! �decid que no es cierto,
que no ha podido ser que delirante
golpease mi cabeza
sobre la tumba de mi padre muerto...!
 
   �Puede acaso morir quien da la vida...?
�De un mismo corazón puede una parte
caer en la tumba mientras otra existe?
Y Tú, que nos ordenas adorarte,
y Padre y Justo y Bienhechor llamarte,
Dios de inmensa bondad..., �Tú lo quisiste...?
 
   �Padre, mi padre, escúchame, responde...!
-�Horrible desvarío!-
�Es esto un ataúd...? �Aquí se esconde
el autor de mi vida? �Aquí, Dios mío...?
�Aquí donde se estrella
convulsa de dolor el alma loca,
y besos tantos con sollozo inmenso,
con desesperación deja mi boca...?
 
   �Dejadme... porque quiero entre mis brazos
estrechar su cadáver...! �Estrecharle
y con mi propia vida reanimarle,
sobre mi corazón hecho pedazos...!
�Un beso más en su serena frente,
un beso más en su cabello cano...!
�Queréis que el corazón se me reviente...?
�Yo no le vi morir... estaba ausente...
no me bendijo a mí su santa mano!
 
   �Al cerrarse sus ojos no me vieron,
buscome su alma, me llamó... y no estaba!
 
   �Mis labios en los suyos no bebieron
el suspiro postrer... ni recogieron
la lágrima que dicen que rodaba
única por su faz, cuando sus ojos
en el eterno sueño se durmieron!
 
   �Oh! �dejadme, llorar...! �Acaso el grito,
de las entrañas mismas arrancado,
del corazón de un hijo es infinito...!
�Quizá traspase la mortuoria losa
y a través de la tumba y del olvido
llegue a la Eternidad donde reposa
el pedazo del alma más querido...!
 
   �Es mi postrer adiós... el que la muerte
no quiso que te diera, padre mío,
ni me lo dieras, tú.... cuando por verte
un instante brevísimo siquiera,
al féretro sombrío
donde duermes, mi padre, te siguiera...!
 
   �Mas calla, corazón; rómpete y calla...!
�Quién traduce en palabras el crujido
de un alma de hijo que al dolor estalla...?
El féretro está allí... �Dios lo ha querido...!
 
 
   Sombra bendita de mi padre muerto,
heme aquí sollozando y de rodillas,
empapadas en llanto las mejillas
y de honda herida el corazón abierto...
Huérfano, en mi dolor no pido al cielo
el alivio mezquino del consuelo;
sólo quiero tenerte, padre mío,
en amor, en espíritu, en imagen,
de mi recuerdo en el altar sombrío.
Y hasta el instante en que también sucumba,
con mi amor y mis llantos esconderte
en la secreta tumba
del alma entristecida hasta la muerte.




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A media noche

A Juan de Dios Peza

Ne frappe-ton pas á ma porte?

Dieu puissant! tout mon corps frissonne Qui vient? qui m'appelle?- Personne.

A. de Musset.



                                                                                                                                         
   Era la noche; y en mi estancia lóbrega
      crecía la oscuridad.
Chisporroteaba pálida mi lámpara
      agonizando ya,
y derramaban sus reflejos lívidos
      siniestra claridad.
Afuera, el viento mis ventanas, áspero,
      hacía rechinar;
azotaba, cayendo con estrépito,
      la lluvia mi cristal,
y al rasgar con su espada de relámpago
      el caos la tempestad,
inmenso grito de dolor y cólera
      del cielo herido ya,
ronco rodaba por el ancha bóveda
      el trueno funeral,
y temblaba la tierra y más horrísono
      bramaba el huracán.
Yo estaba solo, y en mi estancia lóbrega
      crecía la oscuridad.
Al fulgor instantáneo del relámpago,
      en rápido zig-zag,
figuras mil en los oscuros ángulos
      parecían asomar,
y por el muro en escuadrón fantástico
      en enjambre fugaz,
sombras, bosquejos y perfiles rápidos
      de contorno infernal,
caras terribles y a la par ridículas
      miraba yo pasar.
 
Sonaron doce campanadas lúgubres,
      y la última al vibrar,
en silencio y de súbito mi lámpara
      apagose...
                        �Quién va...?
�Quién a estas horas a mi puerta, insólito,
      así puede llamar?
Nadie... Es el viento que empujó colérico
      las puertas al pasar.
Mas �quién se queja...? �Qué lamento tétrico
      es ese funeral?
�Se diría que del seno de algún féretro
      ha venido ese ay...!
Nadie... Es el viento que en sus alas rápidas
      trajo un eco... No más.
 
No llueve ya. Desenfrenada y prófuga
      la tormenta allá va.
Y entre los rotos nubarrones lóbregos
      la luna al asomar,
tiene yo no sé qué de cadavérico,
      de torvo y espectral,
como de un muerto la pupila hórrida,
      su disco... Mas �quién va?
He visto la cortina de aquel ángulo
      a alguno levantar...
Oigo un paso ligero, suave, rápido...
      �Quién es...? �quién llega...? �Ah...!
Inmóvil, negro, pavoroso, fúnebre,
      sentado en un sitial,
un bulto informe, junto a mí, fatídico,
      está en la oscuridad.
Quiero gritar... mas mi garganta anúdase
      y no puedo gritar,
tiembla mi carne, y llénase mi espíritu
      de pánico mortal...
   
La sombra, negra en la tiniebla, fúnebre,
       en el sitial está;
nada de humano, sin figura, tétrica,
      sin contorno ni faz,
sin ojos... Pero yo siento, fatídica,
      su mirada espectral
helada y pavorosa, hasta la médula
      de mis huesos entrar...
�Quién eres? -digo, con la lengua trémula-
      �quién eres...?, �Por piedad...!
 
Y se cambia la sombra en una lívida
      y vaga claridad.
Es una forma de mujer angélica
      pero difunta ya;
y veo un rostro de virgen... ya muy pálido,
      tras un velo nupcial;
y la conozco... y mis miradas ávidas
      devorándola están,
cuando los muertos y cerrados párpados
      comenzó a levantar...
Un soplo helado pasa por mi espíritu
      y ya no supe más...
 
   El blanco, rayo de la aurora fúlgido
      me encontró al despertar
arrodillado, y con la frente pálida caída -en el sitial.
Y murmurando con los labios trémulos
      el nombre celestial
de aquella mártir de mi amor, dulcísima,
      que ha tanto tiempo, �ay!,
a la sombra del sauce melancólica
      durmiendo el sueño de la muerte está.




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Orgía

Al Sr. Ignacio M. Altamirano

Oh! que n'ai-je aussi, moi, des baissers qui dévorent

Des caresses qui font mourir!

V. Hugo.



                                                                                                                                         
   �Ven, cortesana...! �Abrásame en delicias!
Quiero las tempestades del placer,
tropicales, frenéticas caricias
con que reanime mi cansado ser.
 
   El fuego del deleite reverbera
en tu pupila brilladora... �ven!
En la férvida llama de esa hoguera
quiero quemarme el corazón también.
 
   �Prendan el fuego del deseo tus ojos,
alumbren tus miradas el festín,
mis labios beban en tus labios rojos
ansia perpetua de placer sin fin!
 
   Del bacanal en el discorde ruido
pase el mañana con el triste ayer...
�Qué importa al corazón lo que hayas sido...?
Eres hermosa... �bésame, mujer!
 
   Beldad de los festines, en tu seno
quizá mi corazón olvidaré,
mi corazón de tempestades lleno,
el corazón imbécil con que amé.
 
   Sí, �bésame, mujer...! Dame el olvido
que busco en la demencia del festín...
entre besos y copas, aturdido...
�Qué me importa la dicha que perdí?
 
   �Llenad las copas, que desborde el vino!
�Hay algo aquí que necesito ahogar;
que pase por el alma un torbellino
y barra en ella cuanto en ella hay!
   �Miserable de mí! �Cómo no puedo
ahogarte con mis manos, corazón...?
Venid, bebamos, porque tengo miedo
de volver a eso... que llamáis razón.
 
   �Bebed, amigos! La existencia es sueño,
y mentira de un sueño es la mujer,
de sus caricias al letal beleño
soñemos la mentira del placer.
 
   �Bebed, amigos! Si al vivir soñamos,
�despertaremos al morir quizá...?
�Qué será despertar...? Y bien... �bebamos...!
�Qué importa lo que traiga el más allá...!
 
   Arde mi frente -es un volcán- �me abraso!
�Oh si llegara de mi vida el fin...!
�Dame un beso, mujer...! �Llenad mi vaso...!
�Qué grato es el arrullo de un festín...!
 
 
   Llena, Mercedes, la apurada copa;
bebamos... hasta el fin... así... vacía.
Y ahora... �desgarra la importuna ropa,
desnuda el seno al beso de la orgía.
 
   Mitiga de esa lámpara, la llama,
porque quiere un crepúsculo el placer,
el misterio nupcial que se derrama
del velo de la sombra en la mujer.
 
   Destrenza tu magnífico cabello
sobre la desnudez de tus hechizos;
�cómo seducen en contraste bello
tan blancos hombros y tan negros rizos!
 
   �Qué bella estás, Mercedes! �Me sofoca
el vértigo letal de las delicias,
tus besos de mujer queman mi boca,
la angustia del placer son tus caricias!
 
   �Mujer, mujer...! �Hay fiebre en tus abrazos,
fiebre en tus labios con furor impresos...
�Hurra... la orgía...! �El choque de los vasos
sea la música ardiente de los besos!
 
 
   Basta... pasó. Tu frenesí y el mío
apaga el tedio con su mano helada;
fantasma del placer, en el hastío
escondes la vergüenza de tu nada.
 
   Siempre en la copa del placer el tedio,
siempre en la copa del amor el duelo;
para el alma ya enferma no hay remedio,
para un maldito corazón no hay cielo.
 
   Y en vano el llanto con la pena crece...
�De qué sirven las lágrimas mezquinas
si el recuerdo verdugo se guarece
del roto corazón en las ruinas...?
 
   �De qué sirve el amor, chispa que el cielo
prende en el alma y lo ilumina todo,
si en vez de alzarse se rebaja el suelo
como reptil para arrastrarse en lodo?


                                                                                                                                         
   �El amor..., el amor! �Ah! Hubo un día
en que su llama enardeció mi ser;
en que se alzó dentro del alma mía,
rival del mismo Dios, una mujer.
 
   Y a Dios negué mi culto, mi creencia,
y ante ella -�miserable!- me postré...
Disfrazada de un ángel de inocencia
era una meretriz la que adoré...
 
 
   �Conoces la embriaguez de una sonrisa?
�De un suspiro el deleite sobrehumano?
Como la hoja al aliento de la brisa,
�has temblado al contacto de una mano?
 
   Lleno de turbación �has recogido
tu sentir, tu pensar y tu alma entera
para ponerlo todo en el oído
y oír de un paso la armonía ligera...?
 
   �Has escuchado al corazón violento
cómo en cada latir a su Dios nombra...?
�Te ha desvelado el eco de un acento?
�Besaste el muro, en que pasó una sombra...?
 
   �Y presentiste el cielo en todo eso,
y de rodillas, pálido, caíste,
sobre tus labios al sentir un beso...?
Dime, �has amado así... y aborreciste...?
 
   Así amé y hoy detesto... Y roto hubiera
el corazón mezquino tanto duelo,
si el vino de la orgía no escupiera
a esa memoria del perdido cielo...
 
   �Oh! la vida... la vida es una orgía;
de llanto y hiel ante la copa llena,
siéntese en el festín de la alegría
espectro el corazón, ebrio de pena.
 
   �Suene el laúd y desparramen flores...!
Y, agonizando del placer en brazos,
escupamos la cara a los dolores
con la sangre del alma hecha pedazos.
 
   �No es mejor levantar a los placeres
un insolente altar, a pleno día,
y llamar... por su nombre a las mujeres
y saber lo que son en una orgía;
 
   que envilecer el alma y estrecharla
a un pobre culto que jamás la encierra,
y a todo su pesar, arrodillarla
ante mezquinos ídolos de tierra...?
 
   �Oh! si el alma es la luz, la llama santa
que al soplo del Señor queda encendida,
por qué no de este fango se levanta
en que yace tan ruin y envilecida?
 
   �Dónde está el Dios que enalteció su hechura
y vio su imagen, complacido, en ella...?
Empapada de infamia y amargura
está la tierra que el humano huella.
 
   �Dios... el Señor...! Su maldición escrita
está en mi frente doblegada al suelo...
Desde esta tierra de pasión maldita
no alcanzo a verle en su dichoso cielo.
 
 
   Incomprensible Ser, cuando te invoco,
�es que te busco...? �que tus iras temo...?
Yo no lo sé... Perdóname si loco
en el delirio del sufrir blasfemo.
 
   Dios de mi madre en quien, ayer creía,
�no eres ya tú mi Dios...?
                                         �Mi labio calla,
y al frenético trueno de la orgía
mi carcajada de dolor estalla...!
 
 
   �Oh! yo bien sé que si dijera al mundo
lo que el dolor desesperado calla,
si dejara escapar el �ay! profundo
del tempestuoso corazón que estalla;
 
   sí, yo bien sé que réprobo y blasfemo
la austera sociedad me llamaría,
y del llanto de fuego en que me quemo
el corazón, la sociedad reiría.
 
   La sociedad... la sociedad... Perdida
meretriz que de diosa se disfraza...
Al través de mi copa enardecida
la veo pasar con su risible traza,
 
   con su rico tesoro de pobreza,
con el llanto y dolor de sus placeres:
fealdad, al través de su belleza;
al través de sus ángeles..., mujeres.
 
   Los hombres con su honor y su decoro,
con su virtud las púdicas doncellas...
Ellos no tienen más honor que el oro,
oro que compra la virtud de aquellas.
 
   �En dónde está el Poeta, sacerdote
implacable y severo de la idea,
que en tu carne crujir haga el azote?,
�oh, sociedad hipócrita y atea!
 
   El poeta para ti sólo es un paria;
pero -ignorado Prometeo del suelo-
en su alma lleva inmensa y solitaria
la sacra lumbre que robara al cielo.
 
   El poeta, el soñador, el rey proscrito,
hijo del pensamiento y la visión,
cruza la tierra y marcha al infinito,
a solas con su ideal en la Creación.
 
   En alas de sus sueños vagabundos,
espíritu de amor va de él en pos,
y, rota la cortina de los mundos,
le busca allí donde se busca a Dios.
 
 
   �Hurra...! �bebed...! En la imposible senda
de la vida, tocamos con la nada;
levantemos, viajeros, nuestra tienda,
y pongamos ya fin a la jornada.
 
   �Hurra...! �bebed! En deliciosos lazos
el importuno día nos halle presos...
�Hurra...! �bebed...! �El choque de los vasos
sea la música ardiente de los besos!
 
   �Vino...! �más vino aún...!
                                             �Aquí está el día...
Sol que la tierra miserable alegras,
al opacar las luces de la orgía
tomas las horas de mi vida negras!




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Las estrellas

A D. Antonio Fernández Merino

�Sois pupilas de Dios, blancas estrellas?



                                                                                                                                         
   Amo la noche El corazón ansía
         sus sombras y su calma.
Para el mundo y los hombres es el día,
la noche y su misterio para el alma,
 
   Cubrir parece el tenebroso velo
         un mundo que no existe,
el pensamiento se levanta al cielo
profundamente religioso y triste.
 
   Errante vaga y se dilata y sube
         hasta el dosel inmenso,
como en los templos del Señor la nube
aromática y pura del incienso.
 
   Que templo es la Creación, templo bendito
         del Dios de los mortales;
llena su inmensidad el infinito,
y se sienta el Misterio en sus umbrales.
 
 
   �Dónde está Dios? -pregúntase burlando
         el hombre miserable
del torpe mundo en el turbión nefando-
�Dónde está Dios? �Que se revele y hable!
 
   Y es verdad, es verdad... A la impureza
         y al orgullo del hombre
esconde, al parecer, Naturaleza
la presencia de Dios y hasta su nombre.
 
   �Dónde está Dios? -Dejad vuestros salones
         do alumbra esa bujía,
que parece que ve nuestras pasiones
y tiembla y se avergüenza ante la orgía.
 
   Dejad la cárcel y el estrecho muro
         de la ciudad ruidosa,
y la vista tended al cielo oscuro
donde reina la noche silenciosa.
 
   �Allí su trono está...! Dulces y bellas,
         cual flores de topacio,
cintilan temblorosas las estrellas
en los oscuros campos del espacio.
 
   Mundos de oro y de luz ruedan sin nombre
         en aparente calma,
como los sueños del amor del hombre
en la infinita soledad de su alma.
 
   Pero Dios está allí... Yo le he buscado
         al pie de los altares,
yo su nombre magnífico he escuchado
en el ronco retumbo de los mares.
 
   Yo, cuando aurora sus celajes tiende
         del cielo americano
en el diáfano azul, quien los enciende
creo que es de Dios la luminosa mano.
 
   Está en la soledad, cuando Natura,
         al parecer inerme,
bajo las alas de la niebla oscura
en el regazo de la Noche duerme.
 
   Yo he sentido pasar cual de su aliento
         la llama abrasadora,
en la tormenta que dispersa al viento
la legión de las nubes voladora.
 
   Y cuando tempestad en lo infinito
         flamígera pasea,
paréceme leer su nombre escrito
del rayo en el zig-zag que centellea...
 
 
   Pero nunca te vi, nunca, Dios mío,
         como al tender su velo
la noche en las llanuras del vacío:
la tierra olvido y me remonto al cielo.
 
   Ante él, entre la sombra, solitario
         siento que espero y creo;
el cielo de la noche es el santuario,
mi Dios, mi eterno Dios, donde te veo.
 
   Cada astro, de tu nombre es una letra,
         cada rumor te nombra;
allí me hablas, Señor, allí penetra
tu incomprensible espíritu mi sombra.
 
 
   Alondra de lo inmenso, tiende el alma
         sus vuelos vagabundos,
y se pierde, y se pierde en la honda calma
del eterno silencio de los mundos.
 
   �Dónde entonces están la tierra triste,
         el hombre, y su delito?
El mundo de los hombres ya no existe...
�Estoy solo con Dios en lo infinito...!
 
   Solemnes van las horas y tranquilas;
         y en tanto que así velo,
me miran cintilando esas pupilas
que llamamos, estrellas, desde el cielo...
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